martes, 24 de mayo de 2011

Escribir con un viento salvaje

El éxito es una bendición; el éxito es una catástrofe. He aquí dos proposiciones verdaderas; he aquí dos proposiciones contradictorias. Todo aquel que experimenta el éxito experimenta, en grados variables y con variable intensidad, esa verdad antagónica, sobre todo si el éxito es un éxito inesperado y repentino. La novela sin embargo , es autobiográfica. Vargas Llosa sostiene que escribir una novela equivale a hacer un strip-tease al revés. En el strip-tease al derecho, bueno, ya saben ustedes como funciona el strip-tease al derecho. En el strip-tease al revés, la señorita o el caballero empiezan su actuación desnudos, y lentamente se ponen la ropa interior y la ropa exterior, y al final de su actuación resultan irreconocibles, ocultos como aparecen tras chaquetones de cuero y gorros de invierno y gafas de sol. El novelista opera de la misma forma: parte de la propia experiencia en bruto, de la experiencia personal al desnudo, y, mediante la manipulación de esos datos primarios con las técnicas del novelista – la organización de una estructura, la construcción de un narrador, un tiempo, un espacio, unos personajes-, acaba enmascarando hasta volverla irreconocible incluso para sí mismo la realidad experiencial de la que había partido. Vistas así las cosas, ninguna novela puede no ser autobiográfica; tampoco la mía. Pero además de ser autobiográficas, todas las novelas son (o pueden ser, o incluso deben ser) catárticas: su autor las escribe para salvarse; si, además de salvarse a sí mismo, el autor consigue salvar a algún lector ( es decir: consigue cambiar la percepción del mundo de algún lector, que es la única forma en que una novela puede cambiar el mundo), entonces puede estar casi seguro de haber escrito una gran novela. A menos que sea un necio, nadie puede estar seguro de haber escrito una gran novela, pero yo puedo asegurar que he escrito la mía – entre otras cosas- para salvarme, para conjurar la catástrofe del éxito y gozar sólo de su bendición. Naturalmente, no lo he conseguido. O no lo he conseguido del todo. Pero aquí me tienen, todavía peleando. No todo el mundo puede decir lo mismo. Creo que Tennessee Williams también lo llamaba así: “Una vez comprendes del todo la vacuidad de una vida sin pelea”, escribió, “estás equipado con los instrumentos básicos de la salvación”. Por lo demás, sólo espero que el resultado no sea una mamarrachada, y si lo es, sólo puedo decir en mi descargo que hice todo lo que pude para evitarlo. E incluso en ese caso tampoco importaría demasiado: al fin y al cabo, el éxito y el fracaso no son sino espejismos. Lo que cuenta es seguir peleando.

El País, domingo 6 de marzo de 2005 Fragmento de un articulo de Javier Cercas preparando el terreno para su próxima novela “La velocidad de la luz”

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