domingo, 27 de junio de 2021

Una frase feliz basta para pasar a la historia

DESDE EL PUENTE / MANUEL VICENT


Dijo Borges: "Todos los escritores caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes". No obstante, la posteridad está al alcance de cualquier escritor que, al margen de su talento literario, se haya convertido en una fuente de anécdotas. Oscar Wilde dijo: "La diferencia entre un capricho y una gran pasión consiste en que el capricho puede durar toda la vida". Del mismo modo, frente a una obra maestra de un autor, cualquier anécdota de su vida es la que lo lleva a la inmortalidad. Solo por una frase feliz muchos han pasado a la historia. Pese a haber escrito más de cien libros, algunos muy notables, Francisco Umbral será recordado porque un día con alguna copa de más dijo en televisión aquello de "yo he venido a hablar de mi libro". Su gloria le llegará cuando esa frase también pase al anonimato y solo los muy eruditos sepan quién la pronunció por primera vez en el siglo XX. Requerido por el senador Joseph McCarthy para declarar ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas, en medio del salón abarrotado del Congreso, Arthur Miller dijo: "No me siento tan inocente como para maldecir a otros que no han sabido ser fuertes". Ante ese mismo estrado, el director de cine John Ford había retado a los miembros del comité: "Tienen ustedes media hora para preguntarme lo que quieran. A las diez empiezo el rodaje". La muerte de un viajante y La diligencia están contenidas en esas respuestas, que son todo un desafío moral. Por su parte, Dorothy Parker resumió el caos de su vida con esta salida: "La primera copa la tomo sobre la mesa, la segunda debajo la mesa, la tercera debajo del productor".

Truman Capote se hizo este autorretrato: "Tengo más o menos la altura de una escopeta y soy igual de estrepitoso. Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio". Cuando en Palamós estaba escribiendo A sangre fría fue acogido por un diabólico dilema. Durante sus visitas se había enamorado de uno de los reos, pero necesitaba que los asesinos fueran llevados a la cámara de gas para que su novela tuviera éxito. Si Cristo, en lugar de ser crucificado, hubiera sido condenado a 12 años y un día, su vida habría carecido de interés y no hubiera existido la Iglesia.

A Samuel Beckett se le concedió el premio Nobel en 1969. Recibió la noticia en Tánger. Después de dar las gracias, exclamó: "¡Qué catástrofe!". Y a continuación se perdió por el desierto de África. Un día, Beckett fue acuchillado gravemente en una esquina de París por un vagabundo. Al salir del hospital lo visitó en la cárcel y le preguntó: "¿Por qué lo has hecho?". El vagabundo contestó: "No lo sé". En esa respuesta está sintetizada la esencia del absurdo que invade toda la obra de este inmenso escritor. He aquí un diálogo de su obra Final de partida. "Cliente: Dios es capaz de hacer el mundo en seis días y usted no es capaz de hacer unos pantalones en seis meses. Sastre: Pero, señor, mire el mundo y mire su pantalón".

Cuando en 1881 Mitterrand le concedió a Julio Cortázar la nacionalidad francesa, en una pared de Buenos Aires apareció esta pintada: "Volvé, Julio, qué te cuesta". Cortázar volvió a Buenos Aires para visitar a su madre muy enferma y se le vio vagar como un extraño por el aeropuerto de Ezeiza sin que nadie lo reconociera ni hubiera ido a recibirlo. Nunca fue aceptado por ninguna autoridad establecida. Hoy en el barrio de Palermo de Buenos Aires hay una plazoleta con su nombre, de la que arranca la calle dedicada a Jorge Luis Borges. Cerca se alarga un paredón donde en la oscuridad se sacrificaban los travestís. En ese paredón estaba escrita esa plegaria para que volviera a casa.

Dylan Thomas entró en la taberna habitual de Swansea, al sur de Gales, con los cristales empañados por el vapor del alcohol y comentó con un colega acodado a su lado en la barra: "La primera obligación de un periodista es la de ser bien recibido en el depósito de cadáveres". Y dicho esto, encendió un cigarrillo y pidió una pinta, abriendo así la ola de cerveza sobre la que navegaría siempre hasta naufragar.

John Kennedy y Jaqueline se dedicaban a coleccionar celebridades para adornar algunas cenas privadas de la Casa Blanca. Por su mesa habían pasado Norman Mailer, Saul Below, Arthur Miller y los sinatras de mayor o menor tamaño. Incluso Pau Casáis había adornado con su violonchelo algunos postres exquisitos. Cuando Faulkner fue invitado, contestó a vuelta de correo: "Señor presidente: yo no soy más que un granjero y no tengo ropa apropiada para ese evento. Ahora bien, si usted tiene algún interés en cenar conmigo, con mucho gusto le invito a mi casa de Rowan Oak, en Oxford, Misisipi".

La historia de la literatura no es más que un cúmulo de anécdotas, que ocupan los márgenes en blanco de las obras maestras. Son las que llevan a sus autores a la posteridad.


 EL PAÍS    Sábado 19 de junio de 2021


 




miércoles, 16 de junio de 2021

Los libros curan

 

POR MARTÍN CAPARROS

La cifra me cayó por la cabeza y casi me lastima: el mundo produce un nuevo libro -un título nuevo, miles de ejemplares de cada título nuevo- cada 15 segundos. Son más de dos millones de títulos por año; si suponemos una tirada media de 2.000 ejemplares terminan siendo 4.000 millones de volúmenes que inundan todos los años el planeta, árboles cayendo en catarata, una lluvia de libros peor que el peor de los diluvios, un tsunami de libros. Era, por supuesto, más que suficiente para convencerme de no escribir nunca más -y sin embargo-.

Todos caemos en la trampa-libro: el libro es una marca prestigiosa. Aun siendo tantos, aun siendo tan dispares, la categoría libro conserva su reputación: pensamos libro y pensamos en un objeto respetable, portador de los saberes que el mundo necesita. Son taimadas las categorías: pensamos libro y les prestamos a todos el prestigio que merecen unos pocos. Caemos fácil en la tentación de suponer que el primer Quijote y el último MasterChef tienen algo en común -porque los dos manchan un hato de papeles unidos por el lomo-. Y sus fabricantes, faltaba más, aprovechan la confusión: piden condiciones especiales, mejoras impositivas, privilegios que el prestigio del objeto libro supuestamente justifica. Reivindican la importancia cultural de las elucubraciones de Mariló Montero o Paulo Coelho, defienden el peso social del Horticultor autosuficiente o el Manual práctico para hablar con los muertos.

Pero hay libros que te cambian la vida. O, por lo menos, eso dicen los "biblioterapeutas" de la School of Life, una institución que dirige en Londres el filosofador best seller Alain de Botton. "La vida es demasiado corta para leer libros malos", dice su presentación, "el problema es que, con tantos miles de libros publicados, es difícil saber por dónde empezar". Ellos quieren guiarte y, para comenzar, te explican las ventajas de los libros. Para mí, que nunca supe por qué leía o escribía, fue una revelación tras otra -o casi-: 

-que leer parece una pérdida de tiempo pero en realidad es un enorme ahorro, porque te presenta un arco de hechos y emociones que tardarías años, siglos en vivir;

-que leer es entraren un simulador de vida que te lleva a testear sin peligro todo tipo de situaciones y decidir qué te conviene más;

-que leer produce la magia de mostrarte cómo ven las cosas los demás y entonces te hace ver las consecuencias que tienen tus acciones y eso te hace, dicen, ser mejor persona;

-que leer te hace sentir menos solo porque te muestra que esas cosas raras que piensas las han pensado otros, que han sabido ponerlas en palabras que te describen aún mejor que lo que tú mismo podrías;

-que leer te prepara para eso que la crueldad del mundo moderno llama "fracasar", mostrándote la falsedad, la banalidad de eso que este mundo llama "éxito".

Para eso, dicen, no hay que tratar la lectura como un entretenimiento, un pasatiempo playero, sino como un instrumento para vivir y morir con más sentido y más sabiduría. O sea: una terapia. La biblioterapia, su creación, consiste en entrevistar al "paciente", escuchar sus problemas, sus gustos, sus experiencias lectoras y recomendarle los tres o cuatro libros que mejor pueden ayudarlo. Cada cita no cuesta más que 110 euros -unos cinco o seis tomos-. No hay, todavía, estudios sobre su eficacia; por ahora se sabe que el invento ya avanzó hasta Francia -y amenaza cruzar el Pirineo-.





El Pais Semanal Nº 2.018 Domingo 31 de mayo 2.015

domingo, 13 de junio de 2021

Santo Patrono del Padre Brown por Fernando Iwasaki

Además de novelista, poeta, ensayista, dramaturgo, cronista de viajes, escritor de cuentos policiales, crítico, polemista y creador de la doctrina económica distributiva, Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) tenía abierta desde 1958 una causa por su beatificación, reactivada hace menos de un año. Por lo tanto, Chesterton está en carrera de santidad y cuando el Vaticano certifique un milagro podría ser elevado a los altares.

En la mayoría de librerías inglesas es imposible encontrar sus libros, porque no es un autor que reediten con frecuencia las editoriales británicas. Tampoco en Estados Unidos, donde existen numerosas sociedades que honran su obra y su memoria como The American Chesterton Society (www.chesterton.org). Sin embargo, en España y América Latina nunca faltan reimpresiones y nuevas traducciones de Chesterton, porque el creador del padre Brown es uno de esos autores que gracias a Borges ha devenido clásico para el lector de habla hispana y por eso se continúa reeditando en México (FCEy Sexto Piso), Argentina (Losada, Emecé, Lohlé y Ágape) y España (Acantilado, Renacimiento, Pre-Textos, Espuela de Plata, Valdemar, Alta Fulla, Ciudadela, Acuarela de Libros...). ¿No es un milagro que un autor inglés fallecido hace casi un siglo sea más popular en el idioma de Cervantes que en la lengua de Shakespeare?

Chesterton no tuvo una especial formación religiosa, pues de adolescente practicó la ouija y el espiritismo. Más tarde se declaró agnóstico e incluso se adornó con más de una ironía anticlerical, hasta que en 1901 se casó con Francés Blogg, convirtiéndose de pronto a la religión de su mujer: el anglicanismo. No obstante, atraído por la religión y él mismo poseído por una fe voraz, comenzó un proceloso acercamiento al catolicismo durante el cual publicó los ensayos Herejes (1905), Ortodoxia (1908) y La superstición del divorcio (1920), así como las dos primeras entregas de las aventuras del padre Brown, divertido detective inspirado en la figura del sacerdote católico John O'Connor. A lo largo de aquellos años Chesterton polemizó más de una vez con escritores agnósticos como H. G. Wells y Bernard Shaw, quienes fueron sus rivales pero jamás sus enemigos, porque el humor y la inteligencia le depararon cariños y admiraciones a pájaros. En 1922 Chesterton se convirtió al catolicismo sin decirle nada a su mujer, pero ella se convirtió también en 1926. Para entonces Chesterton ya había publicado la biografía de san Francisco de Asís (1923), el ensayo El hombre eterno (1925) y el poemario La reina de siete espadas (1926), textos que sin duda terminaron de animar al papa Pío XI a concertar una cita con Chesterton en Roma en 1929. El escritor colombiano Juan Esteban Constaín ha dedicado una deliciosa novela -El hombre que no fue jueves- a la secreta misión que el Papa le encomendó a Chesterton, aunque no es menos novelesco que Pío XI lo declarara Defensor Fidei cuando falleció. ¿No es milagroso que después de batirse en nombre de una fe minoritaria contra todos los estamentos religiosos e intelectuales de Inglaterra Chesterton muriera en olor de simpatía y multitud?

El 10 de marzo de 2013 el cardenal arzobispo de Buenos Aires -promotor en 2005 de la I Conferencia Iberoamericana sobre Chesterton organizada por la Sociedad Chestertoniana de Argentina- solicitó la reapertura de la causa por la beatificación de Chesterton y tres días después fue proclamado Papa. ¿No es un milagro que Borges y Bergoglio sean piezas de una trama digna de El secreto del padre Brown?




El Pais Semanal Nº 1.970 Domingo 29 de junio 2.014

El atrevimiento civil de la revista ‘Ínsula’

Víctor García de la Concha destacó el hispanismo literario de sus páginas y consolidó sus suscripciones

JUAN CRUZ

Madrid - 06 FEB 2021


Detalle de la portada del número conmemorativo de la portada de Ínsula. Imagen de Cristina Almodovar.

En 1946, cuando España estaba rota en dos y una de ellas, la republicana, vivía el exilio americano, un grupo de amigos capitaneados por el profesor Enrique Canito puso en marcha en una librería de Madrid la revista Ínsula. Fue un puente de palabras entre los que se quedaron en el interior y los que mantenían en el exilio la cultura del país que debieron abandonar. Un atrevimiento: hacer convivir en los quioscos de España los nombres de Antonio Machado y de Vicente Aleixandre, la diáspora y la resistencia de un país marcado por una zanja de sangre. Ahora, setenta y cinco años después, aquel abrazo contra el olvido que constituyó Ínsula sobrevive arrostrando las sucesivas amenazas de cierre que, ya en época democrática, pende en España sobre las revistas culturales. Ya estuvo a punto de zozobrar en 1983, pero Espasa Calpe (que fue luego adquirida por Planeta, que la sostiene) y Víctor García de la Concha la mantuvieron a flote. El que luego sería director de la Academia de la Lengua estuvo a su frente veinte años, “rescatando un símbolo de la cultura española muy querida, además, por el mundo universitario de las dos orillas”. De La Concha subrayó de Ínsula el hispanismo literario, consolidó sus suscripciones y puso en pie de nuevo “un emblema de fidelidad histórica a un símbolo que no podía perecer”. Tras esa época de reconstrucción se puso al frente Carlos Álvarez Ute, prematuramente fallecido, y desde hace quince años la dirige Arantxa Gómez Sancho, en cuyo tiempo aparece el número 889 con el que la vieja revista resucitada cumple sus 75 años. Para Arantxa, Ínsula es ahora su desvelo, hasta el punto que, cuando hablamos con ella esta semana, acababa de soñar que José Luis Cano, el compañero de Canito en aquella aventura, le decía: “Con Ínsula seremos mejores”.

"Fue un puente con el exilio", dice Arantxa... Enrique Canito y José Luis Cano eran leyenda en la historia literaria de aquellos años, pues en torno a ellos se juntaron "la España heterodoxa y liberal y la España del exilio". El número que conmemora ahora ("y a todo color, algo que ya no puede ser frecuente") combina una nomenclatura que abre los ojos a todo del siglo XX, desde Juan Ramón a Rubén Darío, desde Alberti a Lorca. Atentos a la literatura extranjera (Valèry y Rilke estaban en su número 1, con un cuento de Carmen Laforet), no descuidaron la comunicación de lo que hacían también los escritores hispanoamericanos y los españoles del interior, cuya voz, sin Ínsula,  hubiese sido un eco deslucido. De la Concha recogió ese testigo, amplió las suscripciones en las universidades extranjeras y la hizo flotar como aquel barco velero de 1946 como si fuera un reactor que desembarcara cada mes en las universidades del mundo. La crisis de 2008 (y sucesivas) cortó subvenciones hasta dejarlas en una miseria e, igual que ha pasado con otros emblemas del mismo carácter, ahora Ínsula sobrevive con la calderilla que el Estado otorga a publicaciones así, sea cual sea la apuesta de su tradición.

Un poema de Joan Margarit, inédito hasta ahora, resume la época en que nació Ínsula y de la que proviene el último Cervantes: "De la pobreza viene mi alegría". Contra viento y marea, desde los tiempos en que escribir y publicar era llorar en un desierto. Ínsula sobrevive como un sueño de Cano y de Canito, dice Arantxa, "para transmitir desde hace 75 años el atrevimiento civil de pedir respeto por el otro".


El Pais sábado 6 de febrero de 2021