viernes, 24 de abril de 2020

ENTRE LINEAS

'UNA HISTORIA DE LA LECTURA'

TODO NO QUEDA DICHO CUANDO EL ESCRITOR HA TERMINADO SU OBRA. LOS LECTORES TIENEN LA FACULTAD DE INTERPRETAR Y COMPLETAR LAS NOVELAS, ENSAYOS Y POEMAS QUE CAEN EN SUS MANOS. LEER TIENE SUS CLAVES.

El Libro 
Desde las tablillas de arcilla hasta el CD-Rom, pasando por los manuscritos en rollos o los libros convencionales, han sido ya unos cuan¬tos los formatos en los que los textos han llegado a los lectores a través de los tiempos. Es el primer paso (después de haberse decidido por la lectura, claro): elegir el volumen. Parece una frivolidad, pero también hay que dejarse llevar por el aspecto, el color, la portada o, incluso, por el olor.

Un crítico literario italiano, Roberto Cotroneo le recomienda a su hijo respetar únicamente los buenos libros, es decir, valorar el contenido y no el objeto (Si una mañana de verano un niño. Taurus). Un volumen deleznable no merece ocupar espacio en una estantería. El novelista francés Daniel Pennac asegura que si un libro se le cae de las manos a un lector... pues que se le caiga (Como una novela. Anagrama).

Nada de esto, por supuesto, está reñido con el fetichismo, con la necesidad de guardar tomos que se sabe que nunca serán releídos. El placer de contemplar un biblioteca bien surtida, creada tras muchos años de búsquedas y de innumerables hallazgos es irremplazable y, a veces, necesario.

Cómo leerlo
EI Antiguo Testamento debía leerse (todavía lo hacen así algunos judíos ortodoxos) balanceando el cuerpo siguiendo la cadencia de las frases. El novelista Henry Miller decía, provocando: "Mis mejores lecturas las he hecho en el baño". El poeta Shelley prefería desnudarse y sentarse sobre las rocas a leer al historiador Herodoto: "Hasta que dejo de sudar", remataba. La manera de sentarse y coger el libro determina el disfrute y el resultado.

Un sillón de orejas, la cama, un atril, un escritorio, la luz del sol, una lámpara, una bebida, música: los accesorios posibles para enfrentarse a un texto en las mejores condiciones son infinitos. La postura y la actitud del lector han cambiado y cambian. Pero en la historia, algunos descubrimientos han mejorado mucho las condiciones de la lectura.

En el siglo IV, San Agustín, viendo al obispo San Ambrosio, reparó en la posibilidad de leer en voz baja: las bibliotecas y sus usuarios se lo agradecerán eternamente. Las gafas también han contribuido, sin ninguna duda, a que el interés por los libros (y por lo que cuentan) se haya mantenido: lo prosaico no está reñido con el intelecto, ni muchísimo menos.

Para qué leerlo
Kafka aseguraba que "uno lee para hacer preguntas". Es decir, para aprender, descubrir y conocer el mundo.

Un erudito alemán que conocía de memoria muchos textos clásicos los recitaba a sus compañeros de campo de concentración, entreteniendo así, dentro de lo posible, el cautiverio. Los usos de la lectura son, pues, muy variados y ni siquiera los grandes literatos se han puesto de acuerdo.

El autor de En busca del tiempo perdido, Marcel Proust (Sobre la lectura. Pre-Textos) mantenía que el acto de leer no debe tener un papel preponderante en la vida, que es un medio de la actividad intelectual y no un fin. Creía que era necesario subordinar la lectura a la actividad personal y convertirla en "la más bella de las distracciones". La relación con los libros era, para él, la de una amistad "pura y tranquila": unos amigos con los cuales pasar una velada únicamente cuando realmente se tienen ganas y a quienes a me-nudo se deja a disgusto. □ José María Goicoechea

Una historia de la lectura. Alberto Manguel.
 Traducido por José Luis López Muñoz. Alianza Editorial-Fundación Germán Sánchez Rupérez, Madrid. 1998. 3.500 pesetas.


El Pais de las Tentaciones, viernes 1 de mayo de 1998


lunes, 6 de abril de 2020

Nacido para asustar

POR JACINTO ANTÓN

Paseando el otro día se hizo de noche. Sucedió cuando aún me faltaba un trecho para volver a casa, en la montaña. Y justo junto al dormidero de cornejas que se encuentra en los cedros de la vivienda de unas vecinas excéntricas. Esa casa de amplios tejados, porches oscuros, jardín descuidado y ventanales que aparentan mirar inquisitivamente parece una mezcla de la mansión Marsten de El misterio de Salem's Lot y el hotel Overlook de El resplandor: no es el mejor sitio para que te pillen las tinieblas. Las cornejas chillaban histéricas en sus nidos y revoloteaban, sombras sobre sombras. Cuando empecé a pensar en los siniestros gorriones de la Mitad oscura, en Susan Norton atrapada en el sótano donde se despereza el vampiro Barlow, en Jack Torrance apartando la cortina del baño de la habitación 217, en el payaso Pennywise, en los niños del maíz, en el gato Church, eché a correr sin disimulo ni pudor algunos, y no paré hasta llegar a la puerta de casa.*Mientras trataba de meter la llave en la cerradura, tenía la absoluta seguridad de que algo terrible me acechaba a la espalda y que si me giraba estaría perdido. "La muerte", escribe Stephen King, "es cuando te atrapan los monstruos".

Hay que ver lo que nos ha hecho King. Con sus novelas y relatos —y las películas basadas en ambos—, ha puesto nombre e imágenes a nuestros peores miedos y pesadillas (a lo que espera debajo de la cama, o en el armario, al Mal Lugar o a la cosa en el sumidero), haciendo surgir lo escalofriante en medio de lo cotidiano. Y ahí sigue el escritor, casi medio siglo después de empezar a asustarnos. En terrorífica forma. Hasta le ha premiado Obama (National Medal of Arts, 2015).

Es novedad en España (donde solo en los últimos 10 años ha vendido más de un millón de libros) la penúltima novela de King, Quien pierde paga (Plaza & Janes, 2016), con los mismos héroes de Mr. Mercedes (2014) y en la que vuelve al tema (Misery) de la obsesión de un lector con su autor favorito. La editorial acaba de publicar también un completo y utilísimo recorrido por la abundantísima obra de King (75 libros, 59 de ellos novelas), Todo sobre Stephen King, a cargo del irreductible fan argentino (lleva el Facebook oficial del escritor en castellano, wwwfacebook.com/todostephenking/) Ariel Bosi, capaz de retratarse él mismo frente a la puerta de la habitación 217 del hotel Stanley de Estes Park (Colorado) que inspiró El resplandor.

Bosi llegó a King a los 14 años a través de su madre, que le leía pasajes de Maleficio. Considera que el éxito del autor se debe principalmente a que "fue quien modernizó el horror, aggiornándolo al siglo XX". Afirma que King "ha logrado captar al lector popular, quien no tenía un referente en el género de terror. Siempre se ha mantenido activo y ha hecho una marca registrada de su nombre. Ha sabido conquistar a ese público ávido de historias y no lo ha dejado escaparse".

Leyendo este ensayo —con cosas tan buenas como que para grabar la escena del hacha de El resplandor, con Jack Nicholson, Kubrick hizo destruir 70 puertas, o que la mano que emerge al final de la adaptación de Carrie, de Brian de Palma, en el mayor susto de la edad moderna ("Carrie White arde en el infierno"), es la de la propia actriz protagonista, Sissy Spacek-, recuerdas cuánto ha escrito King y revives viejos y nuevos horrores. Cada uno tiene sus historias favoritas (para mí, El misterio de Salem's Lot, que tengo dedicada, y Cementerio de animales; en cambio, no puedo con La torre oscura). Es lugar común denostar novelas y etapas enteras de la producción del autor (o al propio autor, como hace Harold Bloom). A veces tan insufriblemente prolijo, a veces tan vulgar. Decir que es un escritor en decadencia. Pero a él le trae al pairo y sigue reinventándose. Así han llegado cosas espléndidas como 22/11/63 (2012),. sobre un viaje en el tiempo para impedir el asesinato de Kennedy, con pasajes de devastadora emoción. O Doctor Sueño (2013), la estupenda continuación de El resplandor, por la que no dábamos un céntimo.

Todo empezó con Carrie. Recuerdo la impresión que nos causó en 1974. Carrie cambió nuestras vidas, sobre todo porque cambió la de Stephen King convirtiéndole en escritor de éxito y abriendo la espita que lanzó la nube de sus terrores sobre el mundo. De dónde salía todo eso apenas lo aclaran las biografías y los recuerdos del propio King, un chico estadounidense aparentemente del montón, de clase media baja—hasta vivió, de recién casado, en una caravana, y tuvo que vender sangre y ¡robar hamburguesas!—, que ilustra muy bien el sueño americano del selfmademan y el precio que se paga por ello (adicciones incluidas).

Nacido en Portland el 21 de septiembre de 1947 —justo cuando el año cruza la frontera entre las mieses doradas del verano y los estremecimientos del otoño, como bien habría señalado su admirado Ray Bradbury, quien escribió: "Si vinieras de visita a mi tumba, trae una manzana para los fantasmas"—, Stephen Edwin King tuvo una llegada milagrosa: su madre no podía concebir hijos. El padre, en todo caso, no quedó muy impresionado, pues a los dos años se largó de casa para no volver.
Se señalan como hitos en el advenimiento del autor de terror más influyente de la literatura moderna —sí: King está a la altura de Poe, de Machen, de Lovecraft— la noche en que de pequeño escuchó la adaptación radiofónica de 'La tercera expedición', cuento de Bradbury incluido en las Crónicas marcianas; el hallazgo en el desván, en una caja de su padre, de una antología de Lovecraft, y el lanzamiento del Sputnik I en 1957, que llenó de pavor a EE UU y a él le pilló viendo en un cine La tierra contra los platillos voladores. Le influyó también que, cuando tenía cuatro años, regresó mortalmente pálido a casa después de que el niño con el que jugaba fuera arrollado (y muerto) por un tren. Y algo habrá tenido que ver el que, por falta de presupuesto, para ir a la escuela en secundaria, en vez de autobús escolar, usaran en su pueblo de adopción (Durham) un coche fúnebre reconvertido... Quizá eso le inspiró para comprar la camioneta que le atropello y casi le mata en 1999.
En su ensayo Danza macabra (Valdemar, 2006), King señala algunas claves del género, como que inventamos horrores ficticios para hacer más llevaderos los reales, y revela alguno de sus mecanismos: pulsar los puntos vulnerables, "puntos de presión fóbica" (ratas, espacios cerrados, la oscuridad, la locura, la muerte de un hijo). Dice que las cosas más terribles a menudo pasan en el baño: descubrirte un bulto, ver sangre, observar cómo te vuelves calvo. La verdad es que él conoce los rincones más oscuros del bosque. Tiene ese don, terrible como los que poseen algunos de sus personajes. Nacido para asustar.

Miren qué inquietante este comentario suyo: "Hay una casa vieja, ruinosa y abandonada en cada pueblo, excepto, quizá, en Stratford, Connecticut, pero allí tienen sus propios problemas". ¿Cómo puede hacer King que suene escalofriante hasta una frase de Robert Frost: "Hogar es el lugar en el que cuando llegas, tienen que dejarte entrar"? Recuerdo, para acabar, un "chiste" macabro de Stephen King del que, como de todo lo suyo, ya nunca puedes deshacerte. ¿Cuál es la diferencia entre un camión lleno de balones y otro lleno de bebés muertos? Que el de balones no puedes descargarlo con una horca. Ahí queda, mientras anochece.


El Pais Domingo 6.11.2016