domingo, 7 de abril de 2013

Ciencia-ficción jurásica

Un español inventó la maquina del tiempo antes que H. G. Wells. Puede parecer increíble, pero así es. Internet permite ahora recuperar estas y otras historias fantásticas de hace un siglo.

Ilustración de Javier Olivares


Don Sindulfo García, zaragozano solterón, astilló una idea revolucionaria de su cráneo después de que su sobrina y sü criada rechazaran sus propuestas eróticas. ¡EI anacronópete! ¡Una máquina del tiempo! La idea que desollaría la historia, que inventaría un mundo nuevo (con sobrinas y criadas sumisas, por supuesto). En 1887, el escritor madrileño Enrique Gaspar concibió la primera máquina del tiempo de la literatura de ciencia-ficción, ocho años antes de la mítica The time machine, del inglés H. G. Wells.
¿El anacronópete? Incluso es complicado de vocalizar. La novela andaba desaparecida, gravitando en la memoria de algunos lectores centenarios. Hace dos años la Asociación Espa-ñola de Fantasía y Ciencia Ficción (AEFCF), escarbó en los rincones de bibliotecas privadas hasta que encontró la milagrosa máquina. En la exploración, tres clásicos españoles más esperaban ser desenterrados de los musgosos anaqueles: El último héroe (1913), El secreto de Lord Kitchener (1914) y El amor dentro de 200 años (1932).

UNA IDEA PELIGROSA
Sindulfo había diseñado una nave cuadrúpeda -ensartada por cronómetros y barómetros- que se abastecía de electricidad. El ovni lucía cuatro cucharas gigantes atadas en los ángulos con el fin de arrancar la costra de gérmenes atmosféricos que, según el hidalgo, forman el tiempo. El mecanismo era sencillo: sobrevolar la Tierra en sentido contrario hasta llegar al pasado. "Es una obra que tiene la ingenuidad de cualquier novela de comienzos de siglo. Si hay que viajar en globo a Venus se viaja y no se plantea cómo se va a respirar", explica Javier Romero (32 años), portavoz de la AEFCF.
Ingenuidad que se conserva fresca. Las cuatro ficciones acaban de ser editadas en disquetes por la asociación después de una meticulosa labor: escanear los únicos libros que se conservan. "Son textos que no se habían vuelto a publicar desde su primera edición (aunque el Círculo de Lectores ha lanzado hace poco la obra de Gaspar) y lo que buscamos es que se conozcan", agrega Romero. Las novelas están libres de derechos de autor y la AEFCF las ofrece gratuitamente a quienes contacten a través de la Red.
La novela El anacronópete vendió en su momento 10.000 ejemplares, un best seller para la época. El culebrón de un vejete que invertía la herencia de su esposa (muda) en un artefacto exótico realmente destinado a seducir a su rolliza sobrina, entre otros fines, enganchó a los lectores.

MENTES CALENTURIENTAS
El tono de las novelas es más visceral que científico. En El último héroe (1913), su autor, Roque de Santularia (agobiado por la inminencia de la guerra), crea un Superman con poder para pulverizar Ejércitos, no con rayos X, sino con un pedazo de minicañón nuclear. En El secreto de Lord Kitchener (1914), de Domingo Cirici, la guerra es un hecho, pero tiene un sorpresivo invitado: España. El país recibe la unción por solicitud encarecida de una tal miss Pankurst, una especie de Thatcher primigenia.
"Pronto correréis como gallinas, ¡oh, cobardes germanos!, cuando pisen vuestros talones los bravos soldados de España, los descendientes de aquella raza invencible y generosa que fue asombro del mundo". Los ingleses (azuzados por la aviación alemana), de repente se confesaban admiradores de los vecinos del sur al punto de publicarlo en sus periódicos.
"De la novela de Cirici se editaron unos doce mil ejemplares en España y cuarenta mil en Alemania", asegura Agustín Jauregitzar (66 años), propietario de la rarísima biblioteca (5.000 libros de ciencia-ficción), donde dormían las curiosidades literarias ahora recuperadas. En aquel enjambre de alucinaciones y visiones científicas, la prehistoria española del género posee unos saurios considerables. "Un manuscrito español de 1541 tiene el mérito de ser el primero en hablar de un viaje a la Luna. Lo escribió un cura, Juan Maldonado. Desde esa fecha hasta comienzos del siglo XX existen unos cuarenta libros reseñables", comenta Jauregitzar mientras enseña su colección.
Y si hay que destacar rarezas, las utopías del militar anarquista Alfonso Martínez Rizo, sugieren un plus febril. En la novela 2945 el advenimiento del comunismo libertario, el puntilloso escritor advierte sobre la "caída de la burguesía" y por tanto del pudor. En El amor dentro de 200 años (1932) su visión erótico festiva del futuro alcanza el climax. Amor y sexo fácil, instintivo y salvaje, sin tantas antesalas chorras. ¡Vaya abuelito! Y luego dicen que en el pasado no cultivaban sanos pensamientos.

 Juanjo Robledo

Los clásicos de ciencia-ficción española se ofrecen gratuitamente en la página http://www.aefcf.es


El Pais de las Tentaciones viernes 16 de marzo de 2001

La novela de Kepler


El gran astrónomo Johannes Kepler fue también el inventor de la ciencia-ficción, aunque sólo publicó una novela, y sólo después de muerto. Se llamaba Somnium, o El sueño, y la mandó imprimir su hijo Ludwig en 1634 para intentar sacarse unas perras. Qué tontería. No se sabe qué cifra de ventas alcanzó aquella primera edición, pero el hecho de que la segunda tardara en salir dos siglos (se publicó en 1870) no parece un indicador muy optimista.




LUIS F. SANZ

En 1609, cuando Kepler era el matemático imperial, el emperador Rodolfo le preguntó qué significaban las zonas oscuras que podían verse en la superficie de la Luna, y Kepler le respondió que, seguramente, eran las sombras que proyectaban las montañas lunares. Wackher von Wackenfels, el asesor religioso del emperador, se quedó perplejo. Nunca había imaginado que la Luna pudiera ser un mundo, con sus montañas iluminadas al atardecer, sus tenues brisas nocturnas y sus parejas besándose a la luz de la Tierra. Von Wackenfels bombardeó a Kepler a preguntas y, tras largas conversaciones qué se prolongaron durante semanas, logró convencerle de que escribiera un relato ficticio sobre el nuevo mundo. Kepler le hizo caso y produjo el manuscrito de Somnium que acabaría publicando su hijo un cuarto de siglo después.

El protagonista de Somnium es el joven islandés Duracotus. Su madre, Fiolxhide, se gana la vida recogiendo hierbas, envolviéndolas en piel de cabra y vendiéndolas a los marinos a precio de filtro de amor, elixir de vigor o pócima de venganza. Cuando Duracotus vuelve a casa tras haber estudiado con Tycho Brahe —el gran astrónomo de la juventud de Kepler—, su madre le dice que vale, que ese Tycho le habrá enseñado mucho sobre la Luna, pero que ella conoce a unos demonios y le puede llevar allí.

Madre e hijo acuerdan despegar "cuando la Luna empiece a eclipsarse por el Este". O sea, que viajan durante un eclipse de Luna, cuando el trayecto de la nave queda protegido del bombardeo solar por la sombra de la Tierra (una idea digna de Kepler). El despegue es tremebundo, como alimentado por toneladas de pólvora, pero, una vez liberada del influjo terrestre, la nave viaja en una trayectoria curva sin necesidad de motor (una idea digna no ya de Kepler, sino de Newton, que aún tardaría 33 años en nacer). Al llegar les comunican que la Luna tiene dos hemisferios: Subvolva, desde el que siempre se ve la Tierra, y Privolva, desde el que no se ve nunca (los terrícolas llamamos a Privolva la cara oculta de la Luna). Los habitantes lunares crecen muy deprisa y viven muy poco. Sólo asoman un rato, al atardecer, y luego vuelven a sumergirse en la noche impenetrable. Guardan el agua en cuevas para protegerla de las insoportables temperaturas diurnas. Tiene un toque muy Arthur Clarke.

Kepler perdió una copia de Somnium en 1611, y algunos lectores no solicitados repararon en sus curiosos ecos autobiográficos. Parecía obvio que Duracotus era el propio Kepler, y por tanto Fiolxhide no podía ser otra que Katherine Kepler, la madre del autor. Pero entonces, ¿qué pensar de todas esas hierbas, pócimas y pieles de cabra, por no hablar de su amistad con los demonios? Katherine Kepler fue acusada de brujería en 1615 y juzgada en 1620. Eludió la hoguera de milagro, pero murió de todos modos a los seis meses de salir de prisión. Los viajes a la Luna salían caros en la época.

Durante toda su vida, Kepler dedicó parte de su tiempo a hacerles el horóscopo a los poderosos, que eran lo bastante "imbéciles" —el adjetivo es de Kepler— como para pagarle por ello. En 1594 le encargaron adivinar lo que iba a pasar en 1595, y predijo correctamente las rebeliones campesinas en Estiria y las incursiones turcas por tierras austríacas. Tal vez Kepler, después de todo, había heredado el único talento oculto de su madre: el de abrir los ojos a la realidad.

Javier Sampedro

El Pais sabado 20 de agosto 2005

viernes, 5 de abril de 2013

Avalancha (y dos)



Alicia Martin

ENTRE LINEAS


'UNA HISTORIA DE LA LECTURA'

TODO NO QUEDA DICHO CUANDO EL ESCRITOR HA TERMINADO SU OBRA. LOS LECTORES TIENEN LA FACULTAD DE INTERPRETAR Y COMPLETAR LAS NOVELAS, ENSAYOS Y POEMAS QUE CAEN EN SUS MANOS. LEER TIENE SUS CLAVES.

El libro 
Desde las tablillas de arcilla hasta el CD-Rom, pasando por los manuscritos en rollos o los libros convencionales, han sido ya unos cuantos los formatos en los que los textos han llegado a los lectores a través de los tiempos. Es el primer paso (después de haberse decidido por la lectura, claro): elegir el volumen. Parece una frivolidad, pero también hay que dejarse llevar por el aspecto, el color, la portada o, incluso, por el olor.
Un critico literario italiano, Roberto Cotroneo le recomienda a su hijo respetar únicamente los buenos libros, es decir, valorar el contenido y no el objeto (Si una mañana de verano un niño. Taurus). Un volumen deleznable no merece ocupar espacio en una estantería. El novelista francés Daniel Pennac asegura que si un libro se le cae de las manos a un lector... pues que se le caiga (Como una novela. Anagrama).
Nada de esto, por supuesto, está reñido con el fetichismo, con la necesidad de guardar tomos que se sabe que nunca serán releídos. El placer de contemplar un biblioteca bien surtida, creada tras muchos años de búsquedas y de innumerables hallazgos es irremplazable y, a veces, necesario.

Cómo leerlo
El Antiguo Testamento debía leerse (todavía lo hacen así algunos judíos ortodoxos) balanceando el cuerpo siguiendo la cadencia de las frases. El novelista Henry Miller decía, provocando: "Mis mejores lecturas las he hecho en el baño". El poeta Shelley preferia desnudarse y sentarse sobre las rocas a leer al historiador Herodoto: "Hasta que dejo de sudar", remataba. La manera de sentarse y coger el libro determina el disfrute y el resultado.
Un sillón de orejas, la cama, un atril, un escritorio, la luz del sol, una lámpara, una bebida, música: los accesorios posibles para enfrentarse a un texto en las mejores condiciones son infinitos. La postura y la actitud del lector han cambiado y cambian. Pero en la historia, algunos descubrimientos han mejorado mucho las condiciones de la lectura.
En el siglo IV, San Agustín, viendo al obispo San Ambrosio, reparó en la posibilidad de leer en voz baja: las bibliotecas y sus usuarios se lo agradecerán eternamente. Las gafas también han contribuido, sin ninguna duda, a que el interés por los libros (y por lo que cuentan) se haya mantenido: lo prosaico no está reñido con el intelecto, ni muchísimo menos.

Para qué leerlo
Kafka aseguraba que "uno lee para hacer preguntas". Es decir, para aprender, descubrir y conocer el mundo. Un erudito alemán que conocía de memoria muchos textos clásicos los recitaba a sus compañeros de campo de concentración, entreteniendo así, dentro de lo posible, el cautiverio. Los usos de la lectura son, pues, muy variados y ni siquiera los grandes literatos se han puesto de acuerdo.
El autor de En busca del tiempo perdido, Marcel Proust (Sobre la lectura. Pre-Textos) mantenía que el acto de leer no debe tener un papel preponderante en la vida, que es un medio de la actividad intelectual y no un fin. Creía que era necesario subordinar la lectura a la actividad personal y convertirla en "la más bella de las distracciones". La relación con los libros era, para él, la de una amistad "pura y tranquila": unos amigos con los cuales pasar una velada únicamente cuando realmente se tienen ganas y a quienes a menudo se deja a disgusto.
 José María Goicoechea

Una historia de la lectura. Alberto Manguel. Traducido por José Luis López Muñoz. Alianza Editorial-Fundación Germán Sánchez Rupérez, Madrid. 1998. 3.500 pesetas.

El Pais de las Tentaciones viernes 1 de mayo 1998

El primer libro





PARA MUCHOS AUTORES PUBLICAR DEBERÍA SER INCLUIDO ENTRE LOS TRABAJOS DE HERCULES. ALGUNOS LO CONSIGUEN. ESTAS SON SUS SENSACIONES.

TEXTO:NURIA BARRIOS ILUSTRACIÓN: JOSÉ LUIS MERINO

Antes de publicar, todos tenían el convencimiento de ser escritores o de que iban a serlo. Escribir entonces era un acto íntimo. Muy íntimo. Después de publicar su primer libro, todos comparten el entusiasmo, unas ganas inmensas de seguir escribiendo y, unos más que otros, sienten la presencia fantasmal de los futuros lectores.
"No se puede hablar de obra si no hay ojos que la miran. A mí lo que me gusta, casi me excita, es que me lea gente desconocida, saber que mientras duermo se está produciendo un acto de comunicación conmigo, y eso sólo es posible gracias a la publicación. Lo que puede ocurrir es im-predecible. Cada libro es muchos libros distintos en función de la lectura", afirma Carlos Castán. También publicar supone mil aventuras distintas. Hay quien lo consigue tras varias tentativas y con obras diferentes, hay quien se lo financia, como sucede con los autores de la editorial Ópera Prima, y hay quien consigue publicar y ganar un premio al primer intento, como Carmen Amoraga, ganadora del Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla.
"Me presenté porque tenía la sensación de que, al ser joven y desconocida, me sería difícil encontrar una editorial. Resultó vertiginoso: de la nada al todo. Gané el premio en julio, publicaron mi novela a mediados de noviembre y a principios de diciembre ya iba por la tercera edición".
Para Amoraga "todo" significa muchas pequeñas cosas: ir por una calle, ver un escaparate y que su libro esté ahí; recibir cartas de lectores apasionados que la animan a continuar... No menciona la fama y el dinero como parte de la magia del proceso. No es la única.

El caso de sobriedad literaria más destacado es quizá el de F. M., un autor cuya enigmática firma -sus iniciales-tiene ecos musicales. "Para mí escribir es una búsqueda personal que produce un resultado: un libro. Yo ofrezco esa parte del proceso, pero no me ofrezco a mí. Mi vida personal no tiene interés para nadie. No me gusta lo que trae la fama, asi que prefiero alejarme con la máxima ligereza. Y en cuanto te empeñas en no ser famoso, lo consigues. Yo aporto literatura y no curiosidad".
Los momentos más agradables que F. M. relaciona con la publicación de sus relatos son muy coherentes para un autor con una conciencia de su trabajo tan íntima, tan privada: dos dedicatorias, la que le hizo a sus padres, impresa en el volumen, y la que se hizo a sí mismo, esta vez a mano y tras comprar su propio libro.


El Pais de las Tentaciones viernes 20 marzo 1998