domingo, 12 de febrero de 2012

HOMO FABER (1957) Max Frisch Por Juan José Millás





El círculo vicioso
Por Juan José Millás

Supongamos que usted decide escribir un ensayo y le sale un relato fantástico. Imaginemos que se matricula en una ingeniería y le dan la licenciatura en Filosofía. Póngase, si no, en la situación de alguien que detestando las novelas senti­mentales acaba haciendo de su vida un melodrama. Tal es el problema del protagonista de esta novela, Walter Faber, un técnico que cuanto más racionalidad aplica a su existencia, más disparatada le sale. Decía Freud que el hombre ha sopor­tado tres afrentas casi insoportables a lo largo de su historia: la cosmológica, infligida por el descubrimiento de que la Tie­rra no era el centro del universo; la biológica, representada por la teoría evolucionista, que nos equipara al mono, y la psico­lógica, por la que se demuestra que somos víctimas de nues­tro inconsciente, frente al que el «yo» consciente es un pobre diablo.
Nuestro Horno Faber constituye un magnífico ejem­plo de esta última afrenta, pues aunque intenta dirigir su vida desde el lado consciente (el único en el que cree, por otra par­te) es el inconsciente quien toma las decisiones por él condu­ciéndole con una precisión asombrosa a lo que más miedo le da (que también es, ¿lógicamente?, lo que más desea). Cuanto más se aleja de un destino sentimental, en fin, más se acerca a él. Hay en esta novela una lucha estremecedora entre la escri­tura de lo manifiesto y la de lo latente, de la que sale vence­dora la segunda, dejando perplejo y derrotado a un ingeniero que aún no se ha dado cuenta de que serán las ciencias las que terminarán acercándose a la literatura y no al revés. La acción de la novela transcurre en 1957. Los personajes principales han conocido el espanto de la Segunda Guerra Mundial, y el horror de la persecución judía por parte de los nazis.
Tales referencias conforman en cierto modo el paisa­je moral del relato. La actitud del narrador frente a la vida es la de un desgarro existencialista que combate con una fe reli­giosa en la razón. Vean, sin embargo, la extraña inquietud que causa en nuestro personaje un eclipse de Luna cuando, me­diada la novela, comprende que la realidad ha comenzado a es­capársele de las manos: «El mero hecho de que tres cuerpos celestes, el Sol, la Tierra y la Luna, coincidieran en una línea recta, lo cual produce irremisiblemente el oscurecimiento de la Luna, me puso inquieto como si no supiera con relativa exac­titud lo que es un eclipse de Luna».
Y es que no lo sabe, o ignora al menos lo que simbo­liza ese oscurecimiento porque no tiene conciencia de la parte oscura de sí mismo. En esa parte va creciendo un bulto cuya presencia no será capaz de advertir hasta que se manifiesta en toda su plenitud. Por si fuera poco (ironías del destino) la pe­ripecia vital que se narra en la novela arranca gracias a un fallo de la técnica. En efecto, cuando nuestro hombre viaja a Gua­temala para instalar unas turbinas, una avería obliga al avióna hacer un aterrizaje forzoso en Taumalipas, México, y a par­tir de ese fallo técnico comienza a funcionar con una precisión asombrosa la maquinaria del destino. Faber se convertirá en un Edipo inverso, en cuya vida se cruzará una hija cuya exis­tencia ignoraba y de la que se enamorará perdidamente. No estoy descubriendo nada que perjudique al lector: no es una novela de intriga.
Es más, el propio lector se entera muchas veces de lo que está ocurriendo antes que el protagonista, pese a que es también el narrador de la historia. La ignorancia de Walter Fa­ber respecto a sí mismo contrasta con la sabiduría del azar, que no deja un solo cabo suelto, valga la paradoja, a la improvi­sación.
Horno Faber fue la primera novela de Max Frisch que cayó en mis manos, calculo que en los primeros setenta del pasado siglo, qué vértigo. Entonces no sabía quién era este escritor. Compré el libro porque al olfatear sus páginas me gustó el olor que desprendía su escritura. Cuando me encerré con él en casa, no pude dejarlo hasta que llegué al final y en­tonces lo comencé de nuevo. Cuando una novela te atrapa de ese modo, sobre todo si eres joven, es porque habla de ti, porque cuenta tu vida, aunque aparente contar la de otro. Yo estaba descubriendo por aquellos días que mi existencia era maneja­da por fuerzas que, aunque se encontraban dentro de mí, per­manecían fuera de mi control. Walter Faber era un cincuentón y yo un joven, pero me identifiqué con él porque a mí también, cuando in tentaba hacer un cuadrado, me salía un círculo (ge­neralmente un círculo vicioso), y cuando intentaba escribir un currículum, me salía un cuento. O cuando iba a Palencia, amanecía en París. Una vez, muchos años después, amanecí en Mé­xico, en el mismo México que describe Max Frisch en Horno Faber, y sentí que se había cerrado un círculo (un círculo vi­cioso, por supuesto).


© 2002, Juan José Millas