domingo, 29 de diciembre de 2019

La lectura que nos une

Steve McCurry

Litang Kham, Tíbet (1999). THOMAS CANET

18 OCT 2016 -

LEER ES UN ASUNTO serio, pero los lectores casi nunca se aburren o se sienten solos, porque leer es un refugio y una fuente de iluminación. En ocasiones esta sabiduría se hace visible. Me parece que siempre hay algo luminoso en el rostro de una persona que está leyendo. Gran parte del atractivo de leer ficción reside en el descubrimiento de que el lector conoce mucho mejor la vida interior de los personajes del libro que la de los miembros de su familia o la de sus amigos. (…)

En África, donde fui profesor hace más de 50 años, ir hasta Limbe en bicicleta a través del bosque de Kanjedza y regresar me costaba dos horas. Una vez al mes, el cargamento de la costa incluía los nuevos libros de bolsillo de Penguin, que se colocaban en el expositor metálico giratorio de la Nyasaland Trading Company. Yo tenía la sensación de que enviaban esos libros para mí, a dos océanos de distancia, porque en aquella pequeña localidad nadie más parecía interesado. Estos libros de Penguin fueron mi educación permanente, las obras más obvias de Orwell, pero también sus novelas menos conocidas, Subir a por aire y Los días en Birmania; las primeras novelas de Anthony Burgess, entre ellas Enderby y Nada como el sol; la colección de clásicos, con la Ilíada y Dante; las cubiertas verdes de las novelas de misterio, como las de Simenon, y escritores que no conocía, Henry de Montherlant y Laurie Lee. La lectura mitigaba las largas y oscuras noches africanas y me ofrecía alivio y esperanza: por mal que me hubiera ido el día, había un libro esperándome en casa, tal y como sigue sucediendo ahora.

Las maravillosas fotografías realizadas por Steve McCurry en muchos países y a lo largo de varias décadas son la prueba visual de buena parte de lo que he escrito: la compostura del lector, la mirada luminosa, el concepto de soledad, la posición relajada, la singularidad del esfuerzo, la sensación del descubrimiento y la insinuación de la alegría.




 La lectura que nos une



1 Roma, Italia (1984). Thomas Canet


2 Angkor Vat, Camboya (1998). Thomas Canet


3  Museo del Ermitage, San Petersburgo (2015). Thomas Canet

4 Barcelona (2013). Thomas Canet


5  Kabul, Afganistán (2002). Thomas Canet


6 Smederevo, Serbia (1989). Thomas Canet


7 Valle del Omo, Etiopía (2013). Thomas Canet


8 Sri Lanka (1995). Thomas Canet

9 Washington Square, Nueva York (1994).

Nosotras las locas


Gabriela Wiener


La poeta brasileña Ana Cristina César, en una imagen de 1982. FOTOGRAFÍA DE ARCHIVO DE IMS

18 OCT 2016

Las escritoras tienen que guardar las formas y son sometidas a otro escrutinio para que su trabajo no sea considerado literatura de segunda.


AL LADO de la tienda de autores de la Flip –el festival literario internacional más importante de Brasil–, me sorprende ver una serie de fotos desde las que me mira una mujer joven con gafas de sol, que sonríe o mira melancólica la vida pasar. Lleva un biquini a rayas o monta en bicicleta. Podría ser cualquier chica, pero es la poeta brasileña Ana Cristina César, una de las grandes voces líricas de la década de los setenta, a la que este año la Flip rinde homenaje. Ana C. se suicidó arrojándose desde un octavo piso en el barrio de Copacabana, donde vivían sus padres. Como alguna vez dijo, la poesía no es más que un tipo de locura cualquiera. La contemplo fumar estilosamente y pienso en todas las poetas marginales que como ellas son reconocidas cuando ya se han lanzado al vacío. En las 14 ediciones de festival, es la segunda mujer a la que se le rinde tal honor. La primera fue Clarice Lispector.

Ocurre algo con las mujeres escritoras, y Laura Folgueira, traductora, lo sabe mejor que nadie: “Hay un intento de fetichizar a las escritoras, como si su imagen y misteriosa biografía se valorara más que su obra”, me dice sentada en uno de los restaurantes del centro histórico de Paraty, construido sobre las piedras que arrastraron con sangre los esclavos. “Con los escritores hombres no ocurre lo mismo, ellos posan delante de su máquina de escribir y con eso basta”. Laura no está sola en esta gesta. La acompaña Marta López, junto a la cual fundó en 2014 el colectivo literario y feminista KDMulheres, dedicado a fiscalizar la presencia de mujeres en el mundo editorial, un entorno del que suelen ser excluidas. Su primera acción fue de guerrilla: llevar panfletos durante la Flip, presionando para que hubiera más escritoras en la programación principal. Finalmente lo lograron. Este año la organización apostó fuerte por ellas: más del 40% de autoras frente al 15% de años pasados; aunque queda mucho por hacer en un país en el que la primera presidenta mujer de su historia acaba de ser destituida. “La Flip es el gran escaparate literario del país y un espejo de la situación de las mujeres”, dice Laura, y reclama que se haga lo propio con las mujeres negras y las indígenas.

En un recital de slang, la joven poeta Mel Duarte deja claro que las mujeres no van a esperar a ser homenajeadas en biquini después de una vida de ostracismo y suicidio. Arenga contra el estupro, dice la palabra “vagina” y el vídeo se convierte en  viral. En tanto, en la cacareada mesa sobre sexo, la escritora brasileña Juliana Frank lleva al escenario todos los ancestrales temores del patriarcado. Hace todo lo que no debería hacer una mujer, menos si es escritora: gesticula, provoca, se desnuda, interactúa con el público, lanza mensajes encriptados y no, no se comporta. Por esto será agredida por algunos medios y viandantes, tachada de loca y drogadicta. Vuelvo a preguntarme si no hubieran tildado de genios a Easton Ellis, a José Ángel Mañas o al propio Dalí por algo parecido. Pero ellos eran payasos que podían permitirse serlo. Nosotras somos las locas que tenemos que guardar las formas para que nuestro trabajo no sea considerado literatura de segunda. Ya se lo reconocerán cuando esté muerta.

El Pais Semanal Nº 2.089 09/10/2016


Los guardianes de las bibliotecas del desierto de Mauritania


José Naranjo

1 OCT 2016

En el corazón arenoso de Mauritania, donde hace siglos florecía la vida y el comercio, varias familias conservan como pueden viejos volúmenes, legajos e incunables. Una veintena de países prestan su ayuda para que no se pierdan los archivos de una cultura milenaria.


EL VIEJO Mohamed Ould Ghoulham saca el libro de un archivador de cartón y lo abre con delicadeza. “Este no se lo enseñamos a los turistas”, dice esbozando una franca sonrisa su sobrino Abdoullah. Va pasando las frágiles páginas escritas a mano en caracteres árabes hasta que encuentra lo que busca, unos grabados que muestran las fases de la Luna y las órbitas de los planetas dibujados hace más de 600 años. Y no es el más antiguo. “Aquí tenemos este otro volumen, una explicación del Corán escrita por el sabio iraní Abu Hilal al Askari en el siglo XI”, explica Abdoullah

Es casi mediodía. Afuera, en las calles de arena de la vieja Chinguetti, una medina medieval en el centro de Mauritania, la vida parece haberse detenido y los pocos que se atreven a transitar se protegen del sol como pueden. Dentro de la gran sala, cuyas paredes construidas con piedras y barro están ocupadas por estanterías que alcanzan el techo, un par de palanganas llenas de agua aportan un poco de humedad al ambiente en un intento de proteger los valiosos manuscritos. La extrema sequedad es uno de sus principales enemigos.




En la primera imagen, detalle de algunos de los manuscritos de la biblioteca, donde guardan cerca de 1.350 volúmenes de entre los siglos XIII y XVIII. En la segunda, entrada a la biblioteca Habot, en Chinguetti
. ALFREDO CÁLIZ

El erudito Sidi Ould Mohamed Habot fundó esta biblioteca a principios del siglo XIX. Nacido en Chinguetti en una piadosa familia de jueces, dedicó su vida a comprar legajos antiguos, dejando a sus herederos 1.400 manuscritos que, según su última voluntad, debían permanecer a disposición de todos los amantes del saber. En la Fundación Habot conviven el comentario al Corán del poeta y lingüista Al Askari, redactado hace un milenio en bella caligrafía oriental sobre papel procedente de China –una auténtica joya, pues solo se conocen tres ejemplares en el mundo–, y un codiciado manuscrito del siglo XVI en el que se transcribe una de las obras completas del médico cordobés Averroes, escrito con pluma de avestruz sobre papel de origen italiano. Impresionan la finura del trazo en polvo de oro con el que se representa la casba en un plano de La Meca del siglo XV y el cuidado con el que se enumeran los nombres de las batallas ganadas por el Profeta, impresos con goma arábiga, piedra para el rojo y hojas machacadas para la tinta verde.

Cerca de la Fundación Habot, en una de las callejuelas junto a la mezquita, una pequeña puerta de madera conduce a la biblioteca de Ahmed Mahmoud, con unos 500 libros manuscritos. El dicharachero Saif al Islam, conservador del patrimonio, usa viejos guantes para mostrar los documentos, muchos en un pésimo estado de conservación. “En la actualidad, Chinguetti cuenta con unas 12 bibliotecas, pero llegó a haber 30”, explica. “Muchas familias se fueron de la ciudad y se llevaron los libros o bien los dejaron aquí y las casas se derrumbaron. Algunos de estos papeles sirvieron de alimento para las cabras o de juguetes para niños. Un desastre”.


Saif al Islam, conservador de la biblioteca Ahmed Mahmoud de Chinguetti, junto a sus herramientas de trabajo. ALFREDO CÁLIZ

Chinguetti fue fundada en 1264 a las puertas del desierto del Sáhara, y se convirtió en un gran cruce de caminos del comercio caravanero y el intercambio de ideas. Aquí se reunían peregrinos que iban o venían de La Meca, un viaje que duraba un año y durante el cual muchos adquirían manuscritos que traían de vuelta. Así floreció el patrimonio de la capital histórica y cultural de Mauritania. De aquel esplendor apenas queda un eco.

Chinguetti se encuentra a medio día en coche desde Nuakchot. Del bullicio y el caos del tráfico habitual en una capital de un millón de habitantes surgida en medio de la nada en los años sesenta se pasa enseguida a un mundo de nómadas, camellos, arena y oasis. La ruta transita por los impresionantes paisajes de los lechos secos de prehistóricos ríos en donde, aquí y allá, dejaron su huella en forma de pinturas rupestres los primeros habitantes del Sáhara. La ciudad fue construida al pie de un oued, el cauce por donde transita el agua en la época de lluvia, y a sus espaldas se elevan las impresionantes dunas de la Gran Travesía, una ruta solo practicable en camellos que llega, 1.000 kilómetros al este y ya en la vecina Malí, a las minas de sal de Taudeni.

Pero no es solo Chinguetti. También en otras antiguas ciudades del desierto mauritano declaradas patrimonio mundial por la Unesco como Ouadane, Oualata o Tidjit se conservan miles de manuscritos que recogen una parte del saber del mundo árabe y que proceden, en buena medida, de Al Andalus. Aunque menos conocidos y mediáticos que los de Tombuctú, que hoy están siendo digitalizados en Bamako tras escapar de las garras de los islamistas radicales que ocuparon la ciudad, su valor es igual de incalculable. Se trata de libros de geografía, astronomía, teología o derecho depositados en viejos anaqueles que un puñado de familias guarda con celo desde hace siglos, amenazados por el paso del tiempo, el calor extremo, las termitas o el pillaje. Son las bibliotecas del desierto.


Volumen de astronomía de la Fundación Habot, en Chinguetti
. ALFREDO CÁLIZ

Al noreste, a apenas unas dos horas de Chinguetti y sobre un promontorio rocoso, se alza la espectacular Ouadane, fundada por tres familias en 1142. Descendiente de una de ellas, Mohamed Cheikh Ould Ahmed Hammed, imam de la mezquita, conserva en una habitación de su casa y en medio de un notable desorden una veintena de manuscritos, entre ellos un libro de historia escrito sobre piel de gacela obra de Aboul Hasan Ali Massoudi, gran sabio iraquí del siglo X. “Desde siempre los alumnos de la escuela coránica han venido aquí para aprender a leer el árabe, sin embargo muchos de los libros se han perdido por las filtraciones de agua cuando llueve”, lamenta.

En los últimos 20 años, varios proyectos con apoyo internacional –de Alemania, Italia, Estados Unidos y España, entre otros– se han puesto en marcha para tratar de proteger este legado. Existen iniciativas como la biblioteca de Oualata, construida con financiación española. Sin embargo, buena parte de los manuscritos sigue almacenada en penosas condiciones y sin ser digitalizada.

El problema es el mismo que en Chinguetti. En palabras de Sidi Ahmed Habot, presidente de la Fundación Habot: “Se han construido inmuebles para conservar los documentos, dotados con aparatos para la digitalización, pero estos proyectos han tenido poco en cuenta a las familias propietarias de las bibliotecas”. Ahora, un proyecto de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) dotado con 85.000 euros pretende retomar el trabajo y formar a personal técnico en la ciudad para que los manuscritos más deteriorados se puedan restaurar, digitalizar y conservar de manera óptima. “Es un proyecto piloto. Si funciona, podemos extenderlo a otros lugares como Ouadane, donde también hay documentos que necesitan de medidas urgentes de protección”, asegura Juan Ovejero, técnico de la AECID en Mauritania. “La idea es centrarnos en los libros, en su salvaguarda”. Asimismo, la cooperación española y la alcaldía de Chinguetti, socio local, confían en que la posibilidad de asomarse a este saber antiguo genere el interés suficiente para atraer visitantes a la zona.


El imam de Ouadane con los libros con los que, desde hace siglos, se enseña árabe y religión
. ALFREDO CÁLIZ

El turismo se percibe como el gran maná que no acaba de llegar. Chinguetti y Ouadane soñaron un día con recuperar su esplendor, frenar el éxodo de sus habitantes e insuflar un nuevo ritmo a sus calles gracias a los extranjeros. En los años noventa y en la primera mitad de la década pasada, hasta tres vuelos chárter semanales llegaron a aterrizar en Atar, la capital regional, cargados de franceses ansiosos por vivir una aventura en las rutas del desierto, descubrir oasis, subirse a las dunas a contemplar el atardecer o perderse entre los restos de la muralla de piedra de Ouadane. Se construyeron decenas de albergues, se dio formación a guías locales. “Vivíamos en un 95% del turismo”, asegura Mohamed Amara, alcalde de Chinguetti.

La amenaza del terrorismo yihadista que se extiende como una enredadera por el Sahel echó por tierra todos los planes. El asesinato atribuido a radicales de una familia de turistas franceses en diciembre de 2007 en Aleg, en el sur del país, y la creciente sensación de inseguridad motivaron que, al año siguiente, el Rally París Dakar decidiera mudarse a Sudamérica. La puntilla llegó con el secuestro de tres cooperantes catalanes en 2009, lo que hizo que Francia y con ella el resto de países europeos pusiera a Mauritania en la lista roja.


Otro de los legajos de la Fundación Habot, con las órbitas de los planetas
. ALFREDO CÁLIZ


“Desde entonces este país ha hecho notables esfuerzos en seguridad”, asegura Naha Mint Hamdi Ould Mouknass, ministra de Turismo, Comercio, Industria y Artesanía. Y se nota. Se ha reforzado la vigilancia y puesto en marcha un sistema de identificación biométrico en las fronteras, especialmente con la inestable Malí, y se ha reforzado el presupuesto de las Fuerzas Armadas. Pero aunque en los últimos seis años no haya habido ningún atentado o ataque en Mauritania, el miedo sigue presente. Y al turismo que llegaba de forma habitual hace una década le está costando volver.

El próximo mes de diciembre, Ouadane acoge una nueva edición del Festival de Ciudades Antiguas, el último esfuerzo del Gobierno de llamar la atención sobre estos cruces de caminos en el desierto que han visto pasar los siglos sin apenas inmutarse. Mientras tanto, sus habitantes y manuscritos siguen ahí, esperando, como han hecho siempre. “Vendrán tiempos mejores, a eso nos aferramos”, remata Barakallá, un guía local.


El Pais Semanal Nº2.088 02/10/2016

Manuel Ruiz Luque, vida de un ‘bibliofílico’


Fernando Iwasaki


BANDIZ STUDIO

30 SEP 2016

Comprar compulsivamente impresos del Barroco y del Siglo de Oro español es el vicio confeso de este fotógrafo y editor cordobés.


ADQUIRIR IMPRESOS de los siglos XVI y XVII era más sencillo por entonces o ahora en pleno siglo XXI? El extirpador de idolatrías cuzqueño Francisco de Ávila (1573-1647) poseyó la biblioteca privada más grande del Perú colonial, con tres mil y pico libros. La biblioteca privada más extensa de México y de toda la América virreinal perteneció al obispo Juan de Palafox (1600-1659), que alcanzó poco más de cinco mil volúmenes. En honor a la verdad no fueron colecciones de poca monta, pues cuando Archer Milton Huntington compró en 1904 la biblioteca privada del marqués de Jerez de los Caballeros para inaugurar los fondos de la Hispanic Society de Nueva York, se dijo que aquellos diez mil impresos españoles anteriores al siglo XVIII constituían la mejor colección en su género de todo el mundo. Por lo tanto, si Manuel Ruiz Luque (1935) –fotógrafo, editor y bibliófilo montillano– ha reunido él solito más de treinta mil volúmenes publicados en España y América durante los siglos XVI y XVII, quizá podríamos decir que se trata de la colección privada más importante de todos los tiempos en impresos del Barroco y el Siglo de Oro español.

Montilla (Córdo­­ba) es famosa por sus vinos generosos y por una galería de celebridades como el Gran Capitán, san Francisco Solano, el Inca Garcilaso de la Vega, el pintor José Santiago Garnelo o el escritor José María Carretero, mejor conocido como El Caballero Audaz. Manuel Ruiz Luque se ha ganado un lugar de privilegio en aquel retablo por haber donado a su ciudad esa fastuosa biblioteca que reunió tomo sobre tomo sin ser ni catedrático ni rico por su casa. En realidad, Rúquel –así se llama su estudio– era el fotógrafo de todas las bodas, bautizos, comuniones, puestas de largo y cuanta festichola se celebrara en la campiña cordobesa, pero su familia guardaba en hermético silencio su vicio, su adicción y su dependencia, porque Manuel Ruiz Luque es… bibliofílico.



BANDIZ STUDIO

Si hay algo todavía más peligroso que un poeta inédito es un bibliofílico compulsivo. Así, uno de los mayores placeres de Ruiz Luque es hacerle la puñeta al benemérito Manual del librero hispano-americano (1948-1977), de Antonio Palau y Dulcet, pues cuando Palau asegura que “sólo se conservan dos ejemplares, uno en la Universidad de Salamanca y otro en la Biblioteca Bobdeliana de Oxford”, Rúquel te saca tres copias más ­mientras le sobrevienen verdaderas convulsiones del gustirrinín. O cuando Palau deja caer que “tenemos noticia de la existencia de una edición anterior de Lisboa que no hemos podido confirmar”, Ruiz Luque ­desenfunda la de Lisboa, la de Coimbra y otra edición sobrera de Baeza, las tres sin confirmar por Palau.

La Biblioteca de la Fundación Manuel Ruiz Luque está a disposición de los investigadores en la antigua Casa de las Aguas –restaurada por el Ayuntamiento de Montilla para albergar la colección– y muy pronto su extraordinario catálogo podrá ser consultado online desde cualquier lugar del planeta. Mientras tanto, Rúquel sigue pujando en subastas y negociando con viudas de académicos y catedráticos porque los bibliofílicos se nutren de la bibliofobia de la parentesca de los finados.



El Pais Semanal Nº 2.087 25/09/2016

domingo, 15 de diciembre de 2019

El libro, un invento asombroso

Por Alberto Manguel

Borges, alabando la invención del libro, dijo que era el más asombroso de los inventos humanos. "Los demás son extensiones de su cuerpo" explicó. "El microscopio y el telescopio son extensiones de la vista; el teléfono es la extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación".

Una cita de Antonio Basanta declara que "leer es siempre un traslado, un viaje". Como viaje físico, el que tuvieron que emprender los buscadores de libros alejandrinos, y también como mental, como el que emprenden los hombres-libro de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, o el Mendel de Stefan Zweig, donde los libros son entendidos como instrumentos de unión, de defensa "frente al inezorable reverso de toda existencia", dice Zweig, "la fugacidad y el olvido".

Fragmento de un articulo publicado en Babelia Nº 1464. Sabado 14 de diciembre de 2019

lunes, 29 de julio de 2019

Si vas a leer un solo libro..., por Fernando Savater



Fernando Savater


Estimado desconocido, comprendo que eres una persona muy ocupada y que es una impertinencia pedirte además que leas. Tienes tu trabajo (lástima que no seas un  rentista, que es la condición perfecta del lector), tu familia (desde el punto de vista de la lectura, lo mejor sería que estuvieras soltera/o y sola/o en la vida, pero hay que aceptar lo que nos toca), tus aficiones de interior y al aire libre, incluso tu religión  o tu militancia política que está muy bien pero que también quita su tiempo.

A ello se añaden tus horitas diarias de internet, la búsqueda de vídeos graciosos  que mandar a los amigos para que vean que tienes chispa, los partidos de fútbol, los partidos de tenis, las 24 Horas de Le Mans (que duran eso, veinticuatro horas) y tantas otras necesidades de tu espíritu a las que no vas a renunciar. De modo que lo de leer, francamente, está difícil. ¡Qué más quisieras tú que tener tiempo para eso!

Pero yo te propongo que leas un libro, sólo un libro, del género que prefieras. Una vez leído se acabó, nunca más, abandonas el vicio para siempre. A no ser que… Por si acaso, voy a decirte un libro, nada más que uno de cada género, por si te sirve de orientación.

– Si vas a leer sólo un libro de filosofía, que sea «Sobre la libertad» de John Stuart Mill, para saber qué tienen que dejarte hacer y qué debes permitir que hagan los otros.

– Si vas a leer sólo un libro de poesía, que sea «Las flores del mal» de Charles Baudelaire, para que tengas un pretexto de aprender francés.- Si vas a leer sólo una novela de aventuras, que sea «El mundo perdido» de sir Arthur Conan Doyle, para que sepas de dónde viene Jurassic Park y el resto de la dinomoda.

– Si vas a leer sólo una novela de amor (y desdicha, claro), que sea «Ana Karenina» de León Tolstoi, para que sepas cómo se las gastan los rusos.

– Si vas a leer sólo una novela de ciencia ficción, que sea «La isla del doctor Moreau», de Herbert George Wells, después de la cual te verás raro al mirarte al espejo.

– Si vas a leer sólo una novela de terror, que sea «Cementerio de animales» de Stephen King, para que renuncies a todas tus mascotas.

– Si vas a leer sólo una novela policíaca, que sea «El sabueso de los Baskerville» de sir Arthur Conan Doyle, para que saludes, conozcas y despidas al gran Sherlock Holmes.

– Si vas a leer sólo un libro político, que sea «La condición humana» de Hannah Arendt, porque pone cada cosa en su sitio.

– Si vas a leer sólo un libro de cuentos, que sea «El Aleph» de Jorge Luis Borges.

– Si vas a leer sólo una novela histórica, que sea «Vida y destino» de Vasili Grossman, para que sepas lo que derivó de la Revolución de Octubre, cuyo centenario se cumple este año.

– Si vas a leer un sólo libro humorístico, que sea «Para leer mientras sube el ascensor», de Enrique Jardiel Poncela, porque cuando el humor no es breve y chocante deja de ser humor para convertirse en otra cosa (por ejemplo, el Quijote).

– Y si sólo quieres leer un libro pero que sea de filosofía y de poesía, de aventuras y de terror, histórico y hasta político, lee «Moby Dick» de Hermann Melville. Si puedes, léelo todos los años.



El Pais. Librotea


martes, 11 de junio de 2019

Ideas locas para salvar los libros por Juan Cruz


Lecturas a cambio de objetos para reciclaje, catas a ciegas, un 'bibliomotocarro' y otras iniciativas

JUAN CRUZ
1 JUN 2019

En Polla (Salerno, Italia), el librero Michele Gentile (Ex Libris) tuvo la idea de ofrecer un libro por cada objeto reciclable que le fueran entregado por niños o adultos. La idea ha dado de sí la venta de “quintales” de ejemplares, como resume Nuccio Ordine, el autor de La utilidad de lo inútil, un clásico a favor de la lectura.

En un país (como España) de miserables estadísticas, Gentile trata de “favorecer y estimular las conciencias en defensa del medio ambiente y de la lectura... La fuerza de la voluntad y las ideas valientes o locas” pueden hacer que “el libro se ponga”, como escribió el mexicano Gabriel Zaid, “en la conversación de la gente”. Ordine sitúa a Gentile entre los locos por la lectura que hay en su país. Está Antonio La Cava, maestro jubilado de Basilicata, en La Puglia, que en “su bibliomotocarro” transporta libros para habitantes de pueblecitos donde no hay ni librerías ni bibliotecas. El entusiasmo impulsa su insólita locomotora.

Apóstol laico de los beneficios de la lectura, Ordine tiene su propia “idea loca”: convertir las escuelas en “cuarteles del libro” a favor de la idea de que los libros “son huéspedes”. María Jesús Espinosa de los Monteros (desde Podium Podcast, la SER, alienta la lectura) aporta experiencias: “Camel Library, una biblioteca que viaja a lomos de un camello por las zonas áridas de Kenia. Y Marc Roger, que recorre el mundo en burro con poemas y novelas que lee en voz alta en rincones adonde no llega la letra impresa”.

Estos locos libreros andan también por aquí. Mikel Iglesias (Letras a la Taza, Tudela). Su librería ofrece recitales a los que se entra con un bote de cacao o un brik de leche, para los bancos de alimentos. Para hacer lo que propone Zaid, “hace falta que a la gente se le ilumine la bombilla”. Javier Soler (Entre Libros, Linares) lleva “puñados de libros” a los institutos, concentra payasos, cuentacuentos, “que les digan a los chicos cosas que les pasan a ellos”, convierte la librería en pubs para conciertos.

Cristina Sanmamed (Puerta de Tanhausser, Plasencia) organiza “catas de libros a ciegas, la vuelta al mundo (de los libros) en ochenta birras”, propone descubrir libros como un juego ordenado por la imaginación. Ahí están representadas ¡1279! editoriales. De tanta idea tiene la culpa, también, su compañero Álvaro Muñoz. A Lola Larumbe (Alberti, Madrid: organiza coloquios, cuentacuentos, talleres) se le ocurre que “el metro o los autobuses se abran gratis o a mitad de precio a los que acrediten ser lectores, que los telediarios abran o cierren incitando a la lectura, que las señales de tráfico lleven también a las librerías…”. A Rocío Valverde (Jarcha, Vicálvaro) le parece que sería bueno combinar libros con la afición al fútbol que se practica cerca de su librería…

Gentile enciende su bombilla: “Imagínese que dos millones de chicos de todo el mundo reciclan y se llevan un libro. Sería una fábula jamás escrita antes”. Dice Juan José Millás: “Cuando te tomas un antibiótico, curas tu faringitis, no la del mundo. Cuando lees un buen libro, además de mejorar tu salud, le quitas, por ósmosis, el dolor de cabeza a la realidad”.

El libro es salud. La feria dispone de esos remedios. Son fábulas.



El Pais



viernes, 8 de febrero de 2019

57 libros admirables para entender la vida

Una antología reúne estudios para crear una lista de títulos capitales de las letras occidentales, sin “caer en lo políticamente correcto”, según su coordinador, Jordi Llovet

CARLES GELI
Barcelona 1 ABR 2018



FERNANDO VICENTE


Se dice de algo que es admirable cuando se le tiene singular estima por juzgarse sobresaliente y extraordinario. Y ese es el hilo que ata los 56 títulos que conforman el haz libresco de La literatura admirable (Pasado & Presente), que el que fue primer catedrático de Literatura Comparada de Cataluña, Jordi Llovet, ha compilado y analizado junto a 43 colaboradores de alta alcurnia filológica y lectora, desde Francisco Rico y Fernando Savater a Isabel de Riquer y Joaquim Mallafré, pasando por los ya desaparecidos Luis Izquierdo y José María Valverde.

“Tengo gran vocación por la incorrección, o sea que aquí faltan muchos representantes de determinados colectivos, zonas geográficas…Tampoco se trataba de hacer un canon, ni mucho menos caer en lo políticamente correcto: este libro no tiene prejuicios, es una selección de títulos que animen a leer de entre el ovillo de la literatura occidental, ya que tampoco lo es de la literatura universal porque no creo en ella”, sienta rápidamente las bases del volumen su coordinador.

De la Biblia (“está el prejuicio de que es un libro religioso, pero es gran literatura”) a la Lolita de Vladimir Nabokov, en un “gran respeto al continuum de la tradición occidental”, el libro es presentado por alguno de sus grandes expertos a partir de textos que, mayormente, fueron los que utilizaron en su día para unas Lecciones de Literatura Universal impartidas en el Institut d’Humanitats de Barcelona, del que Llovet es una de sus almas. Tras las claves de cada obra, atrapada en una rica tela de araña literaria y cultural de la época, el catedrático aconseja la mejor edición que ha leído en la lengua original para, luego, hacer lo propio con dos o tres publicadas en castellano y salpimentarlo con cuatro o cinco estudios específicos.

Sabe Llovet qué recomienda porque, lector de “unos 10.000 títulos” de los 40.000 que atesora en su biblioteca, tiene, por ejemplo, “unas 40 ediciones” del Quijote o “unas veinte” de Moby Dick, dos de las obras analizadas en el volumen. Devorador de libros, como manda la tradición “seguramente judía”, de los de lápiz en mano (tiene junto a su sofá de cinco calibres porque “cada papel demanda un grosor”), anotador de lo más inverosímil (posee centenares de fichas con citaciones de libros clasificados por conceptos como “paraguas”, “tirar pañuelos para seducir” o “calvicies”: “la literatura está hecha de detalles”), también es raudo y astuto al responder a supuestas sorpresas del índice, como que sólo haya, amén de referencias a las Baladas líricas de Wordsworth y Coleridge y a la obra poética global de Rubén Darío, un par de libros de poesía contemporánea, los Cantos de Leopardi y La tierra baldía, de T.S. Eliot. “Son una excepción porque la poesía suele dar buenos poemarios, pero no libros; quizá podría haber entrado también Carles Riba..., pero es que, además, hoy se lee más narrativa que poesía”.

Más que alguna inevitable ausencia (no hay obra alguna de Thomas Mann, “pero está Robert Musil y su El hombre sin atributos… Sí, se podría haber añadido, como el Tirano Banderas de Valle Inclán, el mejor prosista en castellano desde Cervantes”), llama la atención la inclusión de títulos poco canónicos, como La Princesa de Clèves, de Madame de Lafayette, una de las tres únicas mujeres incluidas. “Es de los mejores libros seleccionados: es la primera novela psicológica de la literatura; de esa, tengo diez ediciones”.

Igual de chocante es la apuesta por Las amistades peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos. “Es el mejor ejemplo de la emancipación de la mujer en el XVIII, de su poder obtenido desde la conversación de los salones literarios y del celestinaje, pero claro, has de situarte en el siglo y el lector de hoy no sé si ve la novedad”. En otros casos, sorprende la valentía en la elección de la obra que representa a un autor, que no siempre es la más emblemática. Así ocurre con las hermanas Brontë, de las que no se selecciona Cumbres borrascosas de Emily sino Villette de Charlotte; o James Joyce, donde luce Dublineses por Ulises; o William Faulkner, de quien se elige ¡Absalón, Absalón! y no El ruido y la furia. “Villette no es mejor que Cumbres borrascosas, pero es más fácil de leer y generará más lectores, amén de que así damos a conocer otra gran obra; lo mismo con el Ulises, que, a pesar de ser más inteligible de lo que se dice, habría asustado a la gente por ese prejuicio, o El ruido y la furia, de la que no hubieran entendido nada… En cualquier caso, todos los títulos son, al menos, de una puntuación de ocho sobre 10; son admirables. ¿Que hay más? Seguro, pero estos son estimulantes y generan amor a la literatura y a la lectura por la vía rápida; no es un canon académico, sino que se mueve entre lectores con gusto y los sabios de la Academia”. Hacia el final del volumen, Terenci Moix (que tradujo en su día Suave es la noche) comenta El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald (“demostró ser un fino lector”) y lo cierra El cuaderno gris, de Josep Pla, la única no ficción junto a las Crónicas de Ramon Muntaner. “Si quieres entender la historia del siglo XX catalán has de recorrer a Pla, como pasa con Balzac para entender la Francia de la primera mitad del XIX”.

Pero están todos: Dante, Shakespeare, Cervantes, Borges…, y hasta el Voltaire de Cándido, de los preferidos de Llovet: “Tengo 40 o 50 ediciones, al menos… Es de rabiosa actualidad: es una crítica a ese optimismo de Leibniz, esa tontería de que vivimos en el mejor de los mundos, algo que, al menos, desde 1972 se acabó”. Parte de ese pesimismo llovetiano se traslada también a la dificultad de encontrar vivos estos títulos hoy en las librerías españolas, fruto de una demanda casi inexistente. “Leer a los clásicos requiere un traslado epistemológico en el tiempo y una preparación de base; la enseñanza de la literatura es muy endogámica, no se aborda bien la literatura universal… El Instituto Cervantes o la Institució de les Lletres Catalanes deberían promocionarla; está por hacerse una buena y sistemática colección; en Cataluña se intentó con la serie Mejores Obras de la Literatura Universal (MOLU), que lanzó Edicions 62, pero era en traducciones ilegibles… Hoy, apenas editan literatura universal como filosofía y con continuidad sellos como Edicions de 1984, en catalán, y Alba y Cátedra, en castellano”.

A pesar de que hace tiempo ya que ve pender una espada de Damocles sobre el mundo de la lectura (“al libro, al leer, le quedan 50 años a lo sumo: requiere tiempo y paciencia, virtudes que han desaparecido”), Llovet se refugia en Elias Canetti: “Decía que nunca hacía deporte porque la mente ahí no actuaba para nada; pues eso: el espíritu actúa más que nunca con la música clásica, y la mente actúa más que nunca con la lectura; la literatura es una interpretación del mundo: la vida no enseña; en la calle encontrarás el mundo, pero no lo entenderás”. Con La literatura admirable, al menos, hay la esperanza de que un poco, sí.


‘LOLITA’ Y LAS LEYES DEL FEMINISMO

Defiende Jordi Llovet, colaborador de Quadern, el suplemento cultural de la edición catalana de EL PAÍS, que más vale leer un centenar de libros que muchos más, eso sí, con la condición de que sean buenos y se relean sistemáticamente. “Siempre será mejor leer poco y a fondo, que leer distraídamente: los buenos libros siempre destilan alguna lección”, opina, contraponiéndolos a los que leen los jóvenes en su etapa formativa, quienes “de tanto leer literatura mala ya no saben discernir la que es buena de la que no”. No dice que, “de momento”, la literatura esté acabada, pero sí sostiene que lo está “la tradición literaria”: “A causa de la postmodernidad y la magnífica incultura de muchos escritores de nuestros días, ya no se escribirán muchos más libros basados en la herencia de la tradición occidental, que es riquísima y había sido la base de muchas narraciones, hasta en el caso de Franz Kafka”. El desconcierto imperante es tal que hasta uno de los libros admirables, Lolita, de Nabokov, tiene hoy detractores en el mundo occidental que lo vetarían. “Es un libro extraordinario por sus valores estéticos, y hasta morales. Si las ultrafeministas lo critican es porque hacen una lectura sesgada y dogmática. Ellas se lo pierden… Puede pasar perfectamente que un adulto pierda el juicio por una chiquilla: las leyes del deseo no son las mismas que las leyes del feminismo”.


El Pais, Domingo 1 de abril de 2018