martes, 31 de mayo de 2022

El viaje de los libros

 Desde las mejores lecturas nómadas y la evolución del turismo a cómo reenviar los volúmenes a casa. Patricia Almarcegui, lectora y autora viajera, despliega el mapa del género literario más explorador.







POR PATRICIA ALMARCEGUI
Lo importante era el agujero. Tenía que quedar un agujero en el paquete que me cosió el sastre de Mamallapuram. Elegimos una tela de algodón blanca, los envolvió y hablamos sobre las estampas de las vírgenes cristianas de la pared del taller mientras lo cosía entre el runrún de la máquina y un té. El empleado de correos me había avisado de que tardaría tres meses en llegar si lo enviaba de la forma más barata, por barco, y yo solo quería quitarme el peso de encima antes de ir a Sri Lanka. Cuando se lo di, miró por el agujero y comprobó que sí, que había libros, pero sacó unas tijeras para abrirlo un poco más. El círculo se hizo rectángulo y se veía mejor. Me hizo mirar y comprobar que asi viajarían más fácilmente. Todos verían que había libros. Cuando llegaron en invierno al trabajo, me llamaron y me avisaron: "Habían enviado una cosa rara". El paquete estuvo años sin abrir en la balda principal de mi librería al lado de una foto de Simone de Beauvoir. Dentro había seis libros entre Coomaraswamy, Guénon, Biardeau y un pedazo de una guía de viajes, tan grandes ellas, que solía partir con un cuchillo de sierra y llevarme el trozo que correspondía a cada trayecto- De eso hace ya 14 años y aún pedía ver la habitación antes de alojarme en cada sitio al que viajaba. Para entonces, los libros de Eric J. Leed e Isabelle Daunais habían ampliado el concepto del viaje a una forma de la cultura y en ella se hacía evidente las latencias de la historia de las mentalidades. La medida del mundo, de Paul Zumthor, era un gran antecedente, hablaba del cambio de percepción del viajero y de que esta había transformado la apropiación del espacio. Registros audiovisuales, como los de Franco Farinelli, y exposiciones ejemplares, como Pacífico. España y la aventura de la Mar del Sur en Sevilla, de los grandes especialistas en viajes y utopías del descubrimiento Consuelo Várela y Juan Gil, recogían estas y otras miradas y aproximaciones. También estaba el ensayo Cultura e imperialismo, de Edward W. Said, que recordaba la necesidad de interrogar la manera en que se había hablado de otros y otras, y precedente también de la decolonización.

Los primeros libros de viaje o de literatura que tienen como tema el viaje son el Poema de Gilgamesh y la Odisea. Maravillas que muestran el desplazamiento por necesidad y que no hay posibilidad de retorno en el horizonte. Ulises y Gilgamesh, los héroes y protagonistas, desconocen a dónde van y si podrán volver. Sin destino, se definen como vagabundos (errabundos). Sus viajes están relacionados con una carencia en el lugar de origen y, por ello, implican un traslado en negativo aunque se organicen en gran parte como pruebas iniciáticas. En el Poema de Gilgamesh, escrito hacia mitad del tercer milenio antes de Cristo, dioses y hombres conversan y se escuchan todavía entre sí. Ulises aparece como polytropos, de "muchas vueltas", variado ingenio y relator, y el libro de viaje (relato o narrativa de viajes) hereda desde entonces un carácter sospechoso de fabulación y exageración. Así lo narra ítalo Calvino en Las ciudades invisibles (donde muestra que son más necesarios la maravilla y el asombro que la verdad) y lo comprobé en mi segunda lectura de la Odisea en un parque de Fergana. Era de noche, comía un resto deplov que había sobrado de la comida y bebía unas dos o tres pivo.

Seguimos ávidos de sed de conocimiento y perplejidad.
Viaje de Egeria es uno de los primeros itinerarios de los que tenemos referencia de una mujer en el país. Es del siglo IV y forma parte de los poquísimos antecedentes de una historia del viaje que está aún por recorrer: las mujeres que viajan y escriben. Liliana Chávez ha hecho de viajar sola prácticamente una categoría en su ensayo Viajar sola, una práctica de la que el viajero apenas habla pues no tiene que pasar por las mismas dificultades. Conocemos a Mary Pierrepoint (de casada, Wortiey Montagu), Nellie Bly, Elena Garro, Gertrude Bell, Aurora Bertrana, Alexandra David-Néel, Jane Dieulafoy, etcétera, mujeres privilegiadas que pudieron viajar. Y la gran Jan Morris, cuyos libros Venecia o Manhattan 45 podrían seguirse como plantillas para saber en qué hay que fijarse y describir cuando se visita un lugar. Yo he seguido en mis viajes a la escritora Ana M. Bilongos y, claro, a Annemarie Schwarzenbach, cuya afirmación "la vida debe ser movimiento" podría ser el anuncio de las derivas del siglo XX hasta hoy. Sobre todo en esa obra que escribe en 1935, y que es una mezcla de géneros, diario impersonal, libro de viajes, nota y prácticamente poesía: Muerte en Persia. Y no he podido seguir a las mujeres que aún no han viajado ni a aquellas que lo hicieron pero murieron por su condición de género. 

El libro de Marco Polo da forma a Oriente en la conciencia europea y podría leerse de forma paralela a Viajes, de Ibn Battuta. Con objetivos comerciales el primero, instruye, deleita y presenta casi por primera vez la relevancia de una experiencia viajera. El interés está en la información riquísima y el significado de las prácticas del mundo en la segunda mitad del siglo XIII, y en las diversas lecturas que provoca. Su recepción desde la primera circulación manuscrita es admirable. Las dificultades técnicas de la época para confeccionar un libro, que reverencian la palabra escrita, y el éxito de la obra, que muestra la necesidad de la lectura como entretenimiento, dotan al libro de un "criterio de autoridad". A partir de entonces, la autoridad del viajero pasa a ser la de su libro.

Embajada a Tamorlán (1528), de Ruy González de Clavijo, narra el viaje de tres años de la diplomacia castellana a Samarcanda para visitar al gran Tamorlán, la máxima autoridad del imperio mongol en 1406. Estudiada en las asignaturas de Historia de las universidades europeas, el nombre de su autor titula hoy la calle del mausoleo de Tamorlán en la ciudad uzbeka. Y los Viajes de Alí Bey (1814), de Domingo Badía Leblich, se exhiben en las exposiciones de cartografía de Londres o París, y su figura ha sido apropiada por el diccionario de orientalistas franceses, donde tiene una entrada.

Seguía yo asombrada con el aprendizaje de El nudo y la esfera, de Isabel Soler, y Testigos del mundo, de Juan Pimentel (a los que habría que sumar el estudio del turismo de Dean MacCannell y del artista de performances Duccio Canestrini), cuando una alumna se dejó seducir por un trabajo de investigación sobre el viaje a la Luna. Hoy sería a Marte y, atentos a los discursos que revela el viaje y a lo que aporta a la historia de la conciencia, podría tratar también sobre la utopía en la actualidad y quizás el miedo, eso que diferencia en buena parte al viajero del turista, si es que queremos distinguirlos.

Claudio Magris tiene en el prólogo de El infinito viajar unas páginas brillantes sobre el viaje contemporáneo y su escritura. Una de las formas que propone es recoger la intensidad del viaje a través de la suspensión del tiempo. La denomina persuasión y parte de la prueba del alma de Robert Musil. Se trata de que el viaje sugestione a partir de la fascinación que genera en el lector. Impresiones y sugestiones muestran los momentos plenos de significado que extraen del itinerario lo eterno o perdurable. "Vivía persuadido como delante del mar; vivía inmerso en el presente, en aquella suspensión del tiempo que se verifica cuando se abandona a su correr libre (...). En un viaje vivido de tal modo los lugares se convierten en etapas y demoras del camino de la vida, pausas fugaces y raíces que invitan a sentirse en casa en el mundo". Una intensidad (la de la experiencia viajera) que ya había advertido Claude Lévi-Strauss y que traspasa en Tristes trópicos, tras 20 años de dudas sobre cómo narrar el viaje por la selva amazónica, a sabiendas de que ya todo está visto. Lo que consigue gracias a que elige lo literario como un lugar discursivo posible para su labor etnográfica (escuchaba ayer decir a Donna Haraway lo poco que sabemos de los etnógrafos africanos). Y también al suizo Nicolás Bouvier en El pez escorpión, un viaje a los infiernos de prosa alucinada y magistral que narra la última etapa de un itinerario de dos años desde los Balcanes hasta Sri Lanka, y que tarda casi tres décadas en poner por escrito.

En esa intensidad y, sobre todo, en cómo mirar (la selección y compilación de la mirada es una de las diferencias de cada viaje y su escritura) se centra Annie Dillard en Una temporada en Tinker Creek. Pionera del nature writing, el capítulo 'Ver' es uno de los modelos de trabajo en los talleres de escritura creativa norteamericanos. Sus exploraciones de la naturaleza en Virginia muestran la complejidad de la vida en la tierra y la relación entre los fenómenos y la ciencia. Bajo la metáfora de la mirada del cazador que acecha, describe el mundo de los parásitos, los insectos, los hongos, las bacterias, y acciones como la putrefacción y la decadencia.

Las estructuras literarias ceden y la sucesión temporal de los acontecimientos típica de la crónica desde antaño se abandona. Fantasmas balcánicos, de Robert Kaplan, o El mar Negro, de Neal Ascherson, dan cuenta de ello. Los relatos de viaje se vuelven ensayos; los lugares, testimoniales; los sentidos y las formas se fragmentan y la representación de otros y otras es, por fin, una mera ilusión.

No hablaré aquí de los desplazamientos forzosos, como la migración. Apenas de las tecnologías digitales y sus posibilidades de experiencias viajeras, ni de los blogs de viaje en los que se suele borrar la frontera comercial con la informativa, ni de los paralelismos entre Instagram y las tarjetas postales ni de los viajes de los cómics. Pero sí de cómo han cambiado tras la pandemia y la crisis climática. La relación con el espacio es diferente y se repara más en lo cercano. La dependencia personal, social y política de la casa durante la pandemia obliga a repensar los lugares, convertidos hoy en espacios de otras relaciones con los humanos, el mundo animal, material y vegetal. Viajar hoy debería ser ecosostenible y ecorresponsable. Mientras, quizás haya que ponerle límites y reflexionar sobre por qué una gran parte de la población prefiere el turismo masificado al viaje democratizado, que no mercantilizado. De las figuras solapadas del viajero y el turista, si hay una que ha sufrido cambios en los últimos tiempos es la del último. Como dice Iban Zaldua, quizás la literatura de viajes es solo literatura turística (y esto lo digo yo, desde hace siglos, pues turistas han existido prácticamente desde siempre).

Importa del viaje los discursos agazapados que esconde, lo que puede decir de las categorías contemporáneas y lo que puede devolver y mostrar a las formas artísticas. Pienso por ejemplo en el paisaje en Un lugar pequeño, de Jamaica Kincaid, y la relación con la identidad y la memoria. O también en el movimiento y la curiosidad en el gran libro Los errantes, de Olga Tokarczuk, que defiende la errancia como principio: "Muévete, no pares de moverte. Bienaventurado es quien camina". Un intento enciclopédico por narrar lo que aún asombra al mundo (las anomalías científicas o la vida de mujeres olvidadas, como la hermana de Chopin o la hija del anatomista Ruysch) y que bien podría ser un libro de maravillas contemporáneo. En fin, aquello que devuelve el encuentro del viaje y que está todavía por recorrer y formar parte de la historia de nuestras perplejidades, sean las que sean. Quizá como esa postal que envié en marzo desde Venecia tras años sin escribirlas, en la que descubrí una redacción exacta y provocadora heredada imagino de Twitter, y que ha tardado tres meses en llegábala isla donde vivo.

Patricia Almarcegui es autora de libros como 'El sentido del viaje', 'Conocer Irán'y 'Cuadernos perdidos de Japón'.



EL PAÍS. BABELIA Nº 1.592 SÁBADO 28 DE MAYO DE 2022   

lunes, 30 de mayo de 2022

Escritores suicidas frustrados

DESDE EL PUENTE

Joseph Conrad no tiene una sola página ridícula ni se permitió una zozobra. La vitalidad de Hermann Hesse entró en conflicto con la vida oscura de su familia


MANUEL VICENT

07 NOV 2020 

El escritor Joseph Conrad, abordo del S. S. Tuscania en su llegada a Nueva York, en 1923

BETTMANN (BPA)

La nómina de escritores que prefirieron largarse al otro mundo por la vía rápida a seguir escribiendo es magnífica y prácticamente interminable. Desde los clásicos Sócrates, Séneca y Petronio, pasando por Larra, Ganivet y Gabriel Ferrater entre los nuestros, por los famosos Salgari, Jack London, Virginia Wolf, Stefan Zweig, Sylvia Plath, Cesare Pavese, Walter Benjamin, Hemingway, la lista no está cerrada porque este es un oficio siempre al borde del acantilado, que no es sino el propio ego por el que el escritor está siempre a punto de despeñarse. Pero hubo dos grandes literatos que pasaron a la gran historia de la literatura gracias a que en su atormentada juventud, pese a haberlo intentado, no lograron suicidarse: Joseph Conrad y Hermann Hesse.

A la hora de embarcarse los marineros se dividen en dos: unos lo hacen apenados porque dejan atrás mujer, hijos, amigos y placeres sedentarios; otros se suben a bordo felices por haber logrado sacudirse de encima deudas, pendencias y falsas promesas de amor poniendo todo un océano en medio durante un tiempo largo. Joseph Conrad pertenecía a esta segunda clase de marineros. Para él parecía haber escrito Baudelaire este verso: “Hombre libre, siempre amarás el mar”· En tierra era un ser zarandeado por la existencia, pero el mar lo convertía en un hombre esforzado, riguroso y libre. De regreso de su primera travesía a las Antillas, recalado de nuevo en el puerto de Marsella, a la espera de enrolarse en otro barco, fue devorado otra vez por las deudas y tuvo que coger un revólver y pegarse un tiro en el pecho para resolver bravamente el problema. La bala le pasó muy cerca del corazón y no quiso matarlo.

“Si he de ser marinero quiero ser un marinero inglés” -se prometió a sí mismo en el hospital donde se recuperaba de la herida-. Después de pasar por toda la escala, logró su deseo y como primer oficial de la marina mercante británica navegó los mares de China y de Nueva Zelanda; incorporó a su espíritu los nombres de Sumatra, Borneo y golfo de Bengala; se adentró en el corazón de África por el río Congo y en cada travesía compartió la vida con tipos heroicos y desalmados, que después convertiría de primera mano en personajes de sus novelas. La expiación y el remordimiento después de un acto de cobardía en Lord Jim, la serenidad ante la desgracia en Nostromo, la mutación constante de las pasiones como los cambios del oleaje en El negro del Narcissus, la penetración hasta el fondo de la miseria humana en El corazón de las tinieblas. Un escritor se mide frente al mar. En este sentido Conrad no tiene una sola página ridícula ni se permitió una zozobra. No así en su vida en tierra. Agradecemos que la bala no lo matara.

En cambio, Hermann Hesse navegó otros mares no menos procelosos de la conciencia religiosa. Amamantado en un hogar de pietistas fanáticos, el niño llegó a la adolescencia aplastado por la Biblia. Los salmos, el órgano y las plegarias constituían su principal sustento, al que se unían las correrías por la pradera donde hablaba con los pájaros, las zambullidas en el lago durante el verano, la verdad aprendida en los duendes del bosque y la amistad con el zapatero, el carnicero y otros sencillos menestrales del pueblo alemán de Calw, donde nació.

La vitalidad del muchacho pronto entró en conflicto con la vida oscura de su familia, que lo había destinado a la iglesia para ser ungido por el Señor, pero, desde el primer momento hasta el final de sus días, Hermann Hesse luchó para elegir la clase de ungüento con el que quería ser consagrado. Pese a todo, no pudo evitar la inercia clerical de sus padres. En el seminario de Tubinga, Hermann Hesse fue un pálido adolescente enclaustrado que, entre los húmedos paredones no hacía sino recordar la libertad que gozó en su niñez entre los álamos negros y los alisos del lago, el silencio de la nieve en los abetos, el conocimiento de los animales, las plantas y las estrellas. Un día saltó la tapia del seminario y entonces empezó la tortura. Quería ser escritor o nada, pero esa elección no se alcanza impunemente. Los padres internaron al muchacho en un centro religioso de curación. Lo llevaron ante el afamado exorcista. En medio de ese rito, lejos de echar espuma por la boca, el muchacho imaginaba la rama de abeto iluminada por el sol del verano de donde su cuerpo endemoniado pendería entre el canto de los pájaros o se veía ahogado en el seno del lago cuyas aguas en los días felices de vacaciones habían recibido gloriosamente sus alegres zambullidas coreadas por los gritos de felicidad de sus compañeros. Hermann Hesse nunca olvidaría el esfuerzo que tuvo que realizar para liberarse de las propias ataduras; entre ellas, el nudo de la soga con la que intentó ahorcarse. En los años sesenta del siglo pasado, cuando los hippies inauguraron diversas rutas hacia los lugares iniciáticos de planeta, en su morral de apache, junto al pequeño alijo de marihuana, llevaban alguno de sus tres libros inevitables, Demian, Siddhartha o El lobo estepario.

domingo, 29 de mayo de 2022

75 años sin H. G. Wells, pionero contra el entusiasmo tecnológico

El autor de ‘La guerra de los mundos’ o ‘La máquina del tiempo’ fue uno de los primeros en oponerse a la visión idílica que se tenía de la ciencia y la tecnología a finales del siglo XIX

H. G. Wells en 1929

ULLSTEIN BILD DTL. (ULLSTEIN BILD VIA GETTY IMAGES)

PABLO G. BEJERANO

Madrid - 13 AGO 2021 


Setenta y cinco años después de su muerte, de Herbert George Wells quedan las ideas de sus libros adelantadas a su tiempo. Tanto que la realidad aún no las ha atrapado. El escritor británico, considerado como uno de los padres de la ciencia ficción y famoso por títulos como La máquina del tiempo o El hombre invisible, murió el 13 de agosto de 1946. Fue pionero en dar un tono pesimista a sus historias sobre progreso, ciencia y tecnología, en contra del entusiasmo que imperaba entonces sobre el futuro.

Aunque probablemente lo más conocido de su carrera está solo indirectamente relacionado con él. Cuando aún vivía H. G. Wells, un joven Orson Welles hizo un programa radiofónico donde adaptaba su novela La guerra de los mundos. Era 1938 y miles de estadounidenses salieron a las calles a derramar su ansiedad porque creían que la Tierra sufría un ataque extraterrestre.

H. G. Wells sacaba sus ideas de la exageración y extrapolación de su tiempo. Nacido el 21 de septiembre de 1866, se crio en un mundo que vivía la fascinación por el progreso. La Segunda Revolución Industrial trajo la magia de la electricidad, del carro motorizado —los primeros automóviles de Benz y Daimler—, del teléfono. Era también la época de los inventos y sus inventores, con Thomas Alva Edison a la cabeza. Parecía que todo era posible con ciencia, con ingeniería y con tecnología.


Orson Welles retransmitiendo 'La Guerra de los Mundos'

BETTMANN (BETTMANN ARCHIVE)

Toda esta efervescencia cristaliza en un sentimiento de exaltación que salpica la literatura. Con Julio Verne, otro de los precursores de la ciencia ficción, los avances técnicos y las máquinas asombrosas tomaron un papel fundamental en las novelas. Solían tener un componente de deslumbramiento, como en De la Tierra a la Luna o La isla misteriosa. Aquí la tecnología y la ciencia aparecen como vectores del progreso.

Las novelas de H. G. Wells sin embargo tienen un enfoque diferente. En ellas el progreso ofrecía un lado oscuro que el autor airea de forma ostentosa, tanto que muchas veces se convierte en el tema principal de la obra. Curiosamente, publicó sus textos de ciencia ficción más conocidos en unos pocos años, a finales del siglo XIX. La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898) aparecen en solo cuatro años. Su éxito en este breve lapso le permitirá vivir cómodamente como escritor el resto de sus días.

En La máquina del tiempo, publicada cuando tenía 29 años, Wells hace un ejercicio de anticipación. Algo que era común en la época. Pero en su caso tiene un punto de originalidad. Un ejemplo de visión futurista del momento son las postales que Jean Marc Côté y otros artistas dibujaron con motivo de la Exposición Universal de París, en 1900. Las ilustraciones muestran aparatos voladores como tráfico habitual en las ciudades, la mecanización del campo o máquinas que cortan el pelo o que barren y friegan la casa. Las imágenes, revestidas ahora de nostalgia, proyectan lo que sería el año 2000.

La novela de Wells, en cambio, no se adelanta solo un siglo. La máquina del tiempo llega hasta la Inglaterra del año 802701. Y su visión de la humanidad no es tan alentadora como las postales de la Exposición Universal de París. El progreso que tanto se alababa en la época habría llevado a un estado calamitoso a la civilización humana.


Cartel de la película de George Pal sobre 'La máquina del tiempo' de H. G. Wells

Este lado ominoso de la tecnología y la ciencia lo muestra Wells también en El hombre invisible. Una historia donde las consecuencias de un experimento científico llevan al protagonista a sufrir un delirio de poder que lo enajena completamente. El autor deja una sensación parecida en La isla del doctor Moreau, donde se anticipa el tema de la ingeniería genética y los problemas que pueden conllevar los avances en este terreno. La ilusión por los viajes espaciales la fulmina Wells con La guerra de los mundos, sin necesidad de viajar a ningún sitio. En vez de que la humanidad salga al universo, este acude al planeta Tierra. El encuentro entre ambos es un desastre.

El entusiasmo por la tecnología y la ciencia continuaría mucho después de estos títulos. Hugo Gernsback, creador en 1926 de la revista Amazing Stories, donde publicarían Asimov, Ray Bradbury y tantos otros, es uno de estos apóstoles. A principios del siglo XX publicaba ya historias que eran una oda a cachivaches futuristas y tiempos venideros. Su influencia en los primeros pasos de la ciencia ficción fue tal que los premios Hugo, destinados a novelas de este género o del fantástico, se llaman así en su honor.

Pasarían décadas antes de que nacieran las primeras grandes distopías, como Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, que atemperaron el entusiasmo por el futuro. El checo Karel Čapek, con su obra de teatro R.U.R. (Robots Universales Rossum), de 1920, también dejó patentes sus reservas con la tecnología, en este caso con los autómatas, a los que él bautizó como robota, lo que dio origen al término robot.

Pero de Wells se puede decir que fue el primer escritor que hizo de su desconfianza ante el progreso, entendido como avances técnicos y científicos, un éxito editorial. Y lo logró en una época donde imperaba la sensación de que todos los problemas de la Humanidad se podrían resolver con avances técnicos. Un sentimiento que de alguna forma también manda hoy en día, cuando las grandes tecnológicas hablan de sus productos como soluciones para conectar a las personas, para empoderar, en definitiva, para cambiar el mundo. Pero realmente, ¿en qué dirección?, se preguntaría Wells.


El Pais. Revista V. Sábado 14 de agosto 2021



sábado, 28 de mayo de 2022

Ponga un dragón en su vida

La celebración del Día del Libro es un momento propicio para sacar a relucir la más reciente bibliografía sobre libros y lectura


MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO

24 ABR 2021 

1. Sant Jordi

Todos los santos tienen su octava, también Sant Jordi. Este año, la celebración del libro vuelve, con limitaciones, a encontrarse con la tradición. En 2020, con las librerías cerradas, y Sant Jordi confinado, no había muchas más huellas de su existencia inmortal que las que dejó Gaudí en la decoración de la casa Batlló, incluyendo las escamas del dragón que cubren la azotea. El progreso de este año es que el santo matadragones, triplemente retratado por Paolo Uccello, ha pasado de estar confinado a estar perimetrado, lo que le ha venido bien al negocio. Una de las pocas ventajas del añito que llevamos es que los que cobraban un sueldo (el paro y la desigualdad se han disparado) han podido ahorrar más a cuenta de las escasas oportunidades de gasto provocadas por las caóticas limitaciones horarias y comerciales, por lo que ahora cuentan con más liquidez, algo que le viene bien al comercio. El otro día, cuando Boris Johnson decidió levantar las restricciones, pudieron verse por la televisión las riadas de compradores compulsivos corriendo hacia tiendas y grandes almacenes para desprenderse de dineros que parecían quemarles en las manos: ¡a comprar, a comprar, que el mundo se acaba! Supongo que parte del capital ahorrado, también en España, irá al libro: hay donde elegir. Las librerías rebosan de “producto” y, especialmente, “producto” vendedor: de los presumibles superventas, como Sira, la última novela de mi venerada María Dueñas, la filóloga más acaudalada que conozco (exceptuando, quizás, al creso profesor Rico), y a quien el grupo Planeta debería erigir una estatua crisoelefantina frente a su sede, se han fabricado medio millón de ejemplares de tirada inicial; para poner en perspectiva lo que representa esa cantidad de papel encuadernado, sepan que la tirada media de los libros españoles es de 3.779 ejemplares por título. Por lo demás, me apetece hoy no tanto homenajear a Sant Jordi, sino a su némesis, el sufrido dragón que siempre acaba mordiendo el polvo, y en el que los más recalcitrantes soberanistas puigdemontinos podrían ver una metafórica representación de l’Estat opresor. Nada mejor para ello que recomendarles vivamente El libro de los dragones (Siruela), que me ha entretenido un par de tardes de relajamiento y ensoñación: se trata de la compilación clásica de Roger Lancelyn Green (1918-1987), un conspicuo oxoniense que tomó parte en los célebres debates literarios sobre la literatura fantástica que tuvieron lugar en la Universidad de Oxford en los cuarenta, y en los que participaron gentes como Charles Williams, C. S. Lewis o J. R. R. Tolkien, casi nada. En el libro —una lectura para grandes y chicos, como atestigua su inclusión en la colección Las Tres Edades— se recogen los más bellos, temibles, fantásticos, deliciosos relatos que tienen como protagonistas (o víctimas) a esas proteicas criaturas que han inflamado la imaginación de la humanidad desde las epopeyas babilónicas y para los que no existen fronteras culturales.


2. Bibliotecas

La octava de Sant Jordi es también un momento propicio para sacar a relucir la más reciente bibliografía de libros sobre libros y lectura. Permítanme que les recomiende en primer lugar La memoria vegetal (Lumen), una estupenda recopilación del maestro Umberto Eco acerca de las distintas formas y caracteres que reviste la pasión bibliófila, bibliómana o la biblioclasia (no solo la de los intolerantes e inquisidores, sino también la de los “anticuarios” que trocean los libros antiguos para sacarle más rendimiento económico a sus láminas, vendidas por unidades); La furia de la lectura (Lumen), de Joaquín Rodríguez, uno de los mejores especialistas en edición y lectura que tenemos en España, intenta responder de forma amena y erudita a la pregunta acerca de la necesidad de la lectura en el siglo XXI; Jérôme Lindon. El autor y su editor (Nórdica), de Jean Echenoz, recoge de manera magistral en un brevísimo mémoir la relación entre el novelista y el gran editor francés (de Les Éditions de Minuit) desde 1979 a 2004, fecha de la muerte de Lindon; Cómo ordenar una biblioteca (Anagrama) reúne cuatro ensayos breves de Roberto Calasso acerca del peliagudo problema con que se enfrenta cualquiera que posea una cantidad respetable de libros (pongamos por encima de los 1.000 o 1.500 ejemplares) y que el autor no duda en calificar de “tema metafísico”. Por último, a los que aman (yo, no mucho) las ficciones con peripecias en torno a los libros, les recuerdo que se ha publicado La biblioteca de París (Salamandra), de Janet Skeslien Charles.


3. Orilla izquierda

Desde que, tan lejos como el siglo XII, Pedro Abelardo, filósofo, poeta y amante (lo que le valió que el canónigo Fulberto, tío de Eloísa, mandara emascularlo), fuera desterrado a la orilla izquierda del Sena, el área ha atraído a cuantos, de uno u otro modo, se han alejado de la norma tradicional y de la sociedad de orden, ya sea por su modo de vida o por la subversión de sus obras. La Rive Gauche (Paidós), de Agnès Poirier, subtitulado Arte, pasión y el renacer de París, 1940-1950, se concentra en el abigarrado panorama intelectual y artístico de este sector del Barrio Latino durante la posguerra, una década en la que el quartier alcanzó una popularidad universal gracias a la emigración de artistas (y turistas) norteamericanos y al poder de irradiación de todo lo que olía a “existencialismo” y transgresión. Más anecdótico y narrativo que las obras de Herbert Lottman que cubren dicho periodo (pienso, especialmente, en La Rive Gauche y La depuración, ambos en Tusquets), el libro de Poirier alterna las peripecias de sus personajes (de Sartre a Koestler o Camus, de Beauvoir a Nelson Algren, de Juliette Gréco a Miles Davis o Giacometti) con la descripción de los nuevos códigos que gestaron y contribuyeron a difundir. Un buen ensayo que no desdeña el reportaje retrospectivo.


El Pais. Babelia nº 1.535- Sábado 24 de abril de 2021



Misión (casi) imposible: sacar de la sombra a Georges Simenon

Acantilado y Anagrama se unen para dar continuidad a la publicación de las obras del escritor belga. Autor excesivo, considerado uno de los grandes novelistas del siglo XX, nunca ha encontrado, sin embargo, un público amplio en español


Georges Simenon, con su mítica pipa junto a los canales navegables de Milán, en los años cincuenta.

EMILIO RONCHINI (GETTY)


JUAN CARLOS GALINDO

Madrid - 28 AGO 2021 

Hay una anomalía en la literatura en español llamada Georges Simenon. Autor al que el adjetivo de prolífico se le queda corto, narrador inagotable, traducido, imitado y adaptado hasta la saciedad, en España y América Latina no encuentra la comunidad de lectores que expertos y editores creen que merece. La pasión por una obra inabarcable, dos editoriales con poder prescriptor, la amistad entre dos editoras y, por qué no decirlo, la necesidad, se han unido para darle una nueva oportunidad al padre del comisario Jules Maigret. A finales de octubre, Acantilado y Anagrama publicarán el primer fruto de su proyecto conjunto para sacar de la sombra al que Andrè Gide consideraba “el novelista más grande y más auténtico”. Y lo harán, como ha podido saber este diario, con una nueva traducción de tres novelas —Tres habitaciones en Manhattan (1946), El fondo de la botella (1949) y Maigret duda (1968)— que reflejan la capacidad poliédrica del autor belga, un creador inclasificable, destructor de etiquetas, casi inabordable.

El enigma Simenon sigue vivo

Dice su principal biógrafo, Pierre Assouline, que asomarse a la vida de Simenon (Lieja, Bélgica, 1903– Lausana, Suiza, 1989) es una misión peligrosa. Por lo visto hasta ahora, editarlo también. Autor de 191 novelas, 75 de ellas protagonizadas por Maigret, y un número indeterminado de relatos entre 1931 y 1972 —año en el que decide retirarse y dedicarse, en esencia, a dictar apuntes biográficos—, Simenon trabajaba en el periodismo desde los 16 años y antes de los 27 ya había triunfado con más de 1.000 historias de aventuras y otros géneros firmadas como George Sims, Jean Du Perry y al menos otros 15 pseudónimos más. Una bestia literaria.

Este proyecto que se inició hace dos años es hijo de otros anteriores que quedaron por el camino. Tusquets lo intentó en los noventa y publicó más de medio centenar de libros entre lo que se ha llamado roman dur y novelas protagonizadas por Maigret. El editor Jaume Vallcorba cogió el testigo en Acantilado e intentó desde 2012 aplicar al belga la magia que le había funcionado con Stefan Zweig y otros éxitos. El resultado fue una edición exquisita, títulos bien elegidos pero pocos lectores. El tiempo se acababa y la editorial buscaba una solución. “Por desaliento no ha sido en ningún caso. Cuando adquirimos los derechos hicimos un contrato por toda la obra, que es ingente. El tiempo de derechos de explotación es breve si tenemos en cuenta el volumen de la obra contratada”, explicaba por teléfono el pasado martes Sandra Ollo, editora y directora de Acantilado. John Simenon, Johnny, hijo de Georges y propietario de los derechos, quería repetir en España el enorme éxito que ha tenido en Italia de la mano de la editorial Adelphi, propiedad del grupo Feltrinelli, dueños también de Anagrama, que entra así en escena.

Ilustraciones realizadas por Maria Picassó de las portadas de la edición conjunta de Acantilado y Anagrama de 'El fondo de la botella', 'Maigret duda' y 'Tres habitaciones en Manhattan'.

“Lo que sí queríamos dejar claro a Johnny es que nosotros no teníamos ningún interés en que todo el trabajo de Acantilado hasta ahora fuera baldío”, comentaba por teléfono el jueves Silvia Sesé, editora de Anagrama. “No nos interesaba para nada empezar de cero. Ellos tienen toda la experiencia en el estilo del texto, en el tono. Prefería no competir con algo que estaba muy bien hecho y unir esfuerzos, que era más rentable y divertido”. La editorial fundada por Jorge Herralde provee a la asociación, además, de una distribución más sostenida en América, territorio en el que tampoco ha triunfado Simenon. “Anagrama aporta un amplio nicho de lectores que no ha llegado a Simenon a través de nosotros”, reconoce Ollo.

Con el estilo que dan las traducciones de Núria Petit, Carlos Pujol o Caridad Martínez — del que se puede disfrutar en obras como Los vecinos de enfrente, El muerto de Maigret o La noche de la encrucijada, parte de la cuidada selección publicada por Acantilado en los últimos años—, la calidad literaria del proyecto estaba garantizada. “Teníamos la sensación de que habíamos topado con un techo de lectores que nos estaba siendo muy difícil de franquear. Aportamos todo el conocimiento de la obra de Simenon. Hemos logrado una voz, una traducción. Desde el punto de vista intelectual le habíamos dado la finura literaria que se merece”, comenta Ollo. Faltaba, coinciden las dos partes, darle una imagen “diferente, más fresca” y de ahí los diseños de las portadas a cargo del estudio Duró, con ilustraciones de Maria Picassó, más coloridas, que huyen de los arquetipos de la novela negra.

Una vida inescrutable

El negocio editorial, tan presente hoy, fue un aspecto esencial para Simenon, que revolucionó la relación de los escritores con el dinero. En 1945, cuando abandonó al mítico editor Gaston Gallimard para irse con el poco conocido Sven Nilsen y publicar en Press de la Cité toda su obra a partir de ese momento, provocó un terremoto en el sector solo equiparable al generado poco después con las batallas legales para disputar sus derechos a los editores estadounidenses.


Simenon, trabajando en el castillo de Terre-Neuve, en Fontenay-le-Comte, Francia. El belga era muy metódico en su organización de cada jornada de escritura.

GASTON PARIS (ROGER VIOLLET VIA GETTY IMAGES)

Pero el económico es solo un aspecto de un plan urdido al milímetro. Hombre público y excesivo, encierra en sí una paradoja: realmente sabemos muy poco de él. Su vida es una constante exhibición llena de sombras, un periplo que es su mejor creación literaria y que se confunde con su obra. No es recomendable buscar, ni siquiera en las novelas que parecen más personales, los rastros perdidos de esta vida excesiva en todo. “Mi relación con la obra de mi padre no es complicada, pero sí paradójica. Cuando empecé a leerlo sentía cierto malestar con algunos elementos que no eran biográficos, pero que yo reconocía. Son características de los personajes porque las historias nunca eran biográficas, pero estaban ahí”, reconocía su hijo a este diario en 2019. Millonario, famoso, mujeriego, en sus análisis de la miseria del alma humana se excluyen sus divorcios, la muerte de su hija o el colaboracionismo de su hermano. Habrían quedado demasiado melodramáticos, coinciden sus biógrafos.

Algo de todo esto se puede ver en las obras elegidas para iniciar esta aventura conjunta. Tres habitaciones en Manhattan (1946, traducción de Núria Petit) es una historia de amour fou, una novela nocturna sobre la insatisfacción y la fuerza del deseo ambientada en una ciudad a la que llevaría un año más tarde a su comisario en Maigret en Nueva York. Quien se acerque a ella descubrirá a un autor que es a la vez muchos autores, porque hay muchos Simenones bajo el mismo envoltorio físico, el mismo gesto elegante con la pipa, la misma firma repetida en casi 200 novelas.

El fondo de la botella (1949, traducción de Caridad Martínez) es el primer roman dur de su etapa americana, escrita en Arizona un año después de haber publicado en pocos meses La nieve estaba sucia, Pedigrí y El muerto de Maigret, tres libros que justifican por sí solos una carrera literaria. Simenon retrata aquí las vicisitudes de un honrado abogado de clase media que recibe la visita de su hermano prófugo. El ritmo de la novela, nunca frenético en Simenon, se combina con una compleja construcción de personajes que sustentan la narración. También hay algo negro, porque el crimen, como la soledad, el deseo frustrado, el resentimiento o el peso del silencio se filtran por las grietas imperceptibles de su torrencial literatura.


El incombustible Maigret

No podía faltar en cualquier apuesta por la obra de Simenon una de Maigret. En este caso Maigret duda (1968, traducido también por Caridad Martínez). Llama tanto la atención que sea la 67ª entrega de la serie (sin olvidar que hay otras 28 novelas breves o nouvelles) como que, donde otros se agotan en las primeras aventuras, Simenon muestre signos de una vitalidad infinita. La novela la disfruta igual un neófito que un fiel de la iglesia simenoniana. El orden cronológico no es esencial aquí.


El actor Rowan Atkinson como Maigret en la serie sobre el famoso personaje.

De movimientos lentos, amante de la cerveza y el licor de ciruelas, de estar en casa con su mujer, la alsaciana Louise, y de pasear hasta la comisaría de Quai des Orfèvres, Jules Maigret no es un genio deductivo, no es especialmente inteligente aunque sí paciente, no destaca en nada. Sabe, además, que su desempeño es inútil, pero su mirada nos regala una indagación en el alma de sus personajes, en sus motivaciones últimas, que muchos han querido y muy pocos han podido emular después. “El análisis de la condición humana en su bajeza y en lo extraordinario la hace con dos pinceladas. No necesita más. Y eso es lo que cautiva. Te coge y no te suelta”, reflexiona Ollo cuando habla de este “bombón”, una excelente manera de acercarse a Simenon y superar prejuicios. “Hemos conseguido sacarlo de un estante mental que tiende a mirar con un poco de recelo o juzgar de menos literario aquello que tiene que ver con la novela policiaca. Simenon está muy por encima de la media de muchos de estos autores para los que es una inspiración y un impulso”.


Hemos conseguido sacarlo de un estante mental que tiende a mirar con un poco de recelo o juzgar de menos literario aquello que tiene que ver con la novela policiaca

Sandra Ollo, directora de Acantilado

Las cifras en torno a Simenon abruman. Según la Unesco, está siempre entre los 20 autores más traducidos del mundo, el primero en francés entre los escritores del siglo XX y el tercero en toda la historia solo por detrás de Verne y Dumas. Hay más de 70 adaptaciones al cine de historias escritas por el belga. Bruno Cremer, Jean Gabin o ahora Rowan Atkinson se han puesto en la piel de Maigret en la pantalla con notable éxito. ¿Por qué no termina de arraigar en español? “No lo sé, no tengo ni idea. Es muy difícil saberlo”, respondió Sesé entre risas. “Es un autor muy prolífico que tiene una obra a la que siempre vas, en la que encuentras lecturas de todo tipo. Posee una marca enorme, pero no creo que sea tan leído en todos los países. Yo creo que donde ha triunfado de manera espectacular es en Italia, en el resto es un autor leído pero no de forma masiva. Pero es conocido, eso sí”.

En España, ni eso, o no tanto. De ahí que Acantilado y Anagrama se hayan unido en esta misión casi imposible. Tras la edición y publicación conjunta de los tres primeros tomos, llegarán otros cinco en 2022. “El plan es que si las ocho [obras] realmente llegan y conseguimos que se disfruten y se vean, iremos a por más”, resume Ollo. Es probable que no sea la última oportunidad para Simenon en español, pero, sea cual sea el resultado, el envite suena bastante definitivo.



El Pais. Revista V. Sábado 28 de agosto de 2021


viernes, 20 de mayo de 2022

Tarantino novelizado

El director de cine se toma sus libertades en el libro nacido de la exitosa ‘Érase una vez en... Hollywood’, con un texto rápido pero no alocado y vocación de entretener


Fotograma de 'Érase una vez en... Hollywood', largometraje de Quentin Tarantino.

ALAMY STOCK PHOTO

CARLOS ZANÓN

03 JUL 2021 

Primera incursión en la novela del que, quizás, sea el más icónico cineasta de las últimas décadas, Quentin Tarantino (Knoxville, Tennessee, 58 años). Manteniendo la promesa —que sus millones de seguidores esperamos que no cumpla— de dejar de dirigir después de su décimo largometraje, aborda la ficción literaria. Lo hace en forma de novelización de la soberbia Once Upon a Time in Hollywood (Érase una vez en... Hollywood), que se estrenó en 2019, arrasando con todo: crítica, espectadores y premios, dejando casi sin argumentos a sus —también— muchos detractores. La novelización de una película ya estrenada era un formato habitual en la infancia de Tarantino para los largometrajes de éxito. Se trataba de novelas que, en muchas ocasiones, era el propio guionista de la película quien las escribía, en un intento de saciar el ansia de todos aquellos que se habían quedado con el buen sabor de boca de su visionado. Novelas escritas con total libertad y licencia de ampliar la nómina de personajes, indagar en las biografías de los ya presentados en la gran pantalla, cambiar escenas, intercalar nuevas y aclarar aquellos finales abiertos que daban lugar a la imaginación o dejar la puerta abierta a futuras secuelas.

Del mismo modo que, en muchas ocasiones, Tarantino nos regala un cine que corrige la realidad, ya sea asesinando a tiros a Hitler o equivocando de portería y piso a Charles Manson y su sanguinaria familia, la novela se toma sus libertades con esa misma realidad y también con la película de la que nace. Este es uno de sus mejores logros. Así, el espectacular y catártico final violento de la película es despachado en un párrafo en la página 114. Del mismo modo, otras escenas que elegiríamos, a priori, como candidatas para la novela y que Quentin Tarantino no incluye casi siempre con buen criterio. No es, en modo alguno, un guion ampliado, sino que su aspiración es novelesca tanto en estilo —muy Elmore Leonard, autor en el que se basa Jackie Brown (1997)—, siempre eludiendo un amaneramiento o ataques de parecer escritor, así como en descripciones de ambientes y coreografías. Tarantino acierta con entender que se trata de un nuevo formato y nos hurta, en muchas ocasiones, lo previsible. Narrado desde una tercera persona libérrima, que tanto se dirige al lector, traduce los pensamientos de la perra Brandy o los sonidos de un bebé, es un texto rápido, pero no alocado, tampoco esquelético ni abarrocado. Es un libro con vocación de edición de bolsillo para entretener y consigue que su lectura no ofenda a la inteligencia del lector y seguro que del mismo modo —listo como el que más para el marketing—, también puede erigirse como libro fetiche para fans en futurible tapa dura.

La trama está bien montada y amplia aspectos de los dos personajes principales —Rick Dalton y, en especial, Cliff Booth— y algunos de los secundarios. De personajes basados en personas reales, Sharon Tate, Charles Manson o Roman Polanski, se echa de menos algo más de carne, incluso cinematográfica, y más verdad inventada de otros, Steve McQueen o Bruce Lee, por ejemplo. Se lo hubiéramos permitido. De hecho, lo hubiéramos disfrutado, fuera verdad lo que nos escribiera, verosímil o un aventis bien urdido.

Por supuesto, la novelización sigue siendo, al igual que la película, un canto al nuevo Hollywood dorado que nacía a finales de la década de los sesenta. A un oficio de locos y para locos, peligroso o acaso suicida a medio o largo plazo: casi nadie sale sano y salvo o al menos cuerdo. Hay capítulos divertidos, de una oralidad tarantiniana, como el episodio del asesinato de la mujer de Cliff, la oportunidad perdida de Rick en La gran evasión, o las duras condiciones de trabajo si uno quiere ser proxeneta en París. Sin embargo, en ocasiones, hay un exceso de narrar sobre lo narrado, chistes patosos, una novela del Oeste que igual no nos merecíamos nos la colocara entre pecho y espalda, y un exceso superficial de cinefilia. Desperdicia, quizás con esto último, un canon tarantiniano sobre películas, directores y actores que fuera más lejos que un simple enumerar de cifras y fechas, cotilleos y títulos, pero es obvio que es una decisión de autor (o es posible que se lo guarde para otro volumen ensayístico).

En definitiva, de lectura placentera solo si has visionado y disfrutado la película, y aun así, la novela anda todo el rato sin corazón hacia ningún lado, con el demérito de con ello hurtarnos el latido de las escenas de, por ejemplo, Rick y Melissa, de Cliff y Bruce Lee y, el mayor de los agravios, neutralizando esa modalidad rupestre, básica, pero emocionante de lealtad masculina entre los protagonistas, que en la novelización no llega ni a intuirse.



Érase una vez en Hollywood

Quentin Tarantino 

Traducción de Javier Calvo

Reservoir Books, 2021

400 páginas. 19,90 euros



El Pais. Babelia nº 1.545. Sábado 3 de abril de 2021



lunes, 16 de mayo de 2022

El arte de estrujar la realidad


CRITICAS LIBROS


El Museo del Jamón, en Madrid, Martine Franck (magnum photos / contacto) 

NARRATIVA
Las ficciones de Jorge de Cascante, autor entroncado con la tradición del absurdo, son un torbellino de aire fresco en el panorama literario actual

POR MERCEDES CEBRIAN

El nombre de Jorge de Cascante (Madrid, 1983) suena a menudo como editor y antologo de libros dedicados a escritores y cómicos españoles que merecían un rescate. Así, Gila, Gloria Fuertes y otros han pasado por las manos y los ojos entusiastas de Cascante. Pero De Cascante es también escritor de ficciones breves, como ya tuvimos ocasión de comprobar en Hace tiempo que vengo al taller y no sé a lo que vengo (2017). En esta ocasión nos trae nuevos relatos en un volumen de título menos zarzuelero, pero más inquietante: Una ciudad entera bañada en sangre humana.

Las ficciones de Cascante han pasado algo inadvertidas para la crítica literaria, y me aventuro a decir que una de las razones es que gran parte de las referencias que aparecen en ellas proceden de películas comerciales, programas de televisión, epicentros del consumo como Supersol o Carrefour, y, especialmente, elementos con una gruesa pátina ibérica como el Museo del Jamón, la cadena de cafeterías Rodilla o el Cobrador del Frac en horas de servicio. Estas dosis altas de costumbrismo podrían echar atrás a algunos lectores, y sería una lástima, pues se perderían a un autor entroncado con la tradición del absurdo y con autores vinculados a las vanguardias y al humorismo de la generación del 27 como Gómez de la Serna, Jardiel Poncela o Tono.

Divididos en tres secciones —Disciplina, Equipo y Sacrificio—, los relatos son en su mayoría breves; algunos son microrrelatos emparentados con los aforismos que publica De Cascante en su cuenta de Twitter, y que sirven como puerta de entrada a su estética junto al prólogo, titulado '¿Podría una persona deprimida escribir este libro?', en el que desgrana su poética. En este prólogo, De Cascante abre una mirilla que nos permite asomarnos a sus intenciones literarias y, en definitiva, a su manera singular de mirar el mundo. Si De Cascante fuese pintor sería un epígono del Bosco, de Goya en sus Disparates y de George Grosz; por su facilidad para crear seres imposibles y para sacarle los colores a la realidad urbana en sus aspectos más delirantes y grotescos.

Escritas a menudo en primera persona y en un registro coloquial, las narraciones fingen ser textos testimoniales o al menos realistas, para, enseguida, hacernos reparar en que el autor nos está guiando por senderos propios de la ficción especulativa. Si bien algunos lectores le atribuyen un interés por "amplificar la realidad", a su juicio en sus textos logra más bien rebajarla: "La realidad, tal cual nos llega a diario, es insoportable para bien y para mal, no se puede asumir, hay que editarla hasta la extenuación", afirma en el prólogo. Asimismo, en el texto introductorio nos anuncia cuáles son los autores que más le han influido en su escritura. En sus relatos podemos leer guiños a varios de ellos, por ejemplo, a la argentina Hebe Uhart. No es de extrañar que César Aira sea otro de los autores que menciona como referencia, pues ambos escritores emplean un flujo narrativo que parece incesante, gracias a la aparición de puntos de giro y personajes a cuál más estrambótico, y ambos parecen encontrarse ante una realidad que los sobrepasa y que solo pueden apresar por medio de su escritura. En definitiva, los cuentos de De Cascante son un grato torbellino de aire fresco en un panorama literario en el que abunda lo testimonial y escasea lo imaginativo.

Una ciudad entera bañada en sangre humana

Jorge de Cascante

Blackie Books, 2022.312 páginas 21 euros. A partir del 9 de marzo



EL PAIS, BABELIA Nº 1.580 SÁBADO 5 DE MARZO DE 2022 

domingo, 15 de mayo de 2022

Pilas de libros para dar y tomar

SILLÓN DE  OREJAS


Por Manuel Rodríguez Rivero

1. NYC

Breve estancia en Nueva York, la metrópoli financiera y cultural del imperio, este año más cambiada que nunca, por muy increíble que esta afirmación resulte aplicada a una ciudad que nunca es igual a la última vez que la vimos. Y no me refiero a la fisonomía de su skyline, con el centro de gravedad de sus rascacielos de oficinas y viviendas de lujo en la zona de Hudson Yards, en la que antes fue la cutrosa (y peligrosa) Hell's Kitchen, la "cocina del infierno" Los cambios a los que me refiero son más profundos y afectan más a la gente: multitud de comercios de barrio con las persianas echadas para siempre, especialmente en Manhattan-Sur; grandes cadenas, o sucursales, desaparecidas (Gap, Uniqlo, J. C. Penney, Century 21, por citar solo algunas). La orgía de consumo que comienza el Black Friday y culmina en las fiestas "estacionales" (así muchos consiguen evitar citar la Navidad en una ciudad donde se practican todas las religiones de la Tierra) llega en un momento en el que, a consecuencia de la pandemia y sus secuelas sanitarias (menos del 60% de los estadounidenses están completamente vacunados) y económicas (crisis de abastecimientos, alza de los combustibles, aumento general de precios), las perspectivas son más inciertas que nunca. Eso sin contar con la profunda crisis política que se vive en ese país dividido en el que la realidad cotidiana desmiente los deseos universalistas, optimistas y whitmanianos que expresaba
 en la ceremonia de la inaugu
ration presidencial la bardo
 (el DRAE no recoge "bardesa") oficial Amanda Gorman
(La colina que ascendemos,
 edición bilingüe en Lumen).
 Paradójicamente, una de las
 cosas que parecen seguir fun
cionando razonablemente
 bien es el comercio del libro.

Ya se sabe: es barato y manejable, su tiempo de consumo es mayor que ningún otro, se puede usar en casi cualquier circunstancia y existe una amplísima oferta de títulos y temáticas. Y, sin embargo, también en las librerías se han producido significativas transformaciones: en las grandes cadenas hay menos libros y más pensados para hacer caja, mas mainstream, por así decirlo, acompañado de más  merchandising asociado a la lectura. Un ejemplo: en la antes cabalmente generalista Barnes & Noble de Union Square la antigua excelente sección de crítica y estudios literarios ha sido casi totalmente laminada y sustituida por mangas de todo tipo y condición. Eso no quiere decir que no existan muchas magníficas librerías, pero casi todas son independientes, desde la pequeña pero exquisitamente dotada McNaliy Jackson de Prince Street hasta la completísima (en ensayo y libro académico) Book Culture en sus dos locales de Columbia, por no citar a la cada día más creciente pléyade de pequeñas y medianas librerías especializadas en todos los géneros y materias, tanto en Manhattan como en Queens o Brooklyn.

2. Regalazos (I)

La pandemia y el ahorro forzado de las familias que han podido hacerlo son los responsables del ambiente optimista para estas fiestas entre los profesionales del libro, tanto en Estados Unidos como aquí mismo. A mi vuelta me he encontrado con que ha aumentado exponencialmente el número de libros publicados en el último mes pensando en los regalos navideños. Son tantos y tan variados que me veo obligado a crear una subsección en el Sillón de Orejas para señalar, siempre desde mi punto de vista culposamente subjetivo y discutible, los que considero más susceptibles de interesar a un lector/a más bien culto/a para regalarse o para regalar. Ahí van los primeros que selecciono, un trío de sabor bastante clásico. Uno: después de muchos años inencontrable (o encontrable mediante el pago de cantidades desorbitadas en librerías de anticuario), Alfaguara vuelve a reeditar (ahora en rústica y en cofre, indivisible y a 89,90 euros) los cuatro volúmenes de La Biblia del Oso en la traducción del gran Casiodoro de Reina (Basilea, 1569), y según la misma edición, dirigida por José María González Ruiz, que la misma editorial (entonces parte del grupo Santillana y hoy de Random House) publicó en 1987, cuando la histórica editorial estaba dirigida por José María Guelbenzu y Felisa Ramos era la editora. La nueva edición, de la que se ha ocupado Pilar Álvarez, incluye una nueva presentación de Andreu Jaume en la que se enfatizan las excelencias de una traducción cuyo castellano, junto con el de Cervantes y Bernal Díaz del Gastillo, constituyen otras tantas cumbres del idioma común de los pueblos hispánicos. Dos: justo medio siglo después de que el Comité del Nobel le concediera el galardón más preciado "por una poesía que con la acción de una fuerza elemental da vida al destino y los sueños de un continente",
Seix Barral publica el segundo volumen (años 1948-1954) de la Poesía Completa de Pablo Neruda; este tomo, a cargo, como el anterior, de Darío Oses y Mario Verdugo —aunque la editorial se haya empeñado inexplicablemente (o quizás no tanto) en ocultar sus nombres—, incluye hitos tan importantes de la poesía nerudiana como el 'Canto general' o 'Los versos del capitán' y muchos otros compuestos durante su exilio, la Guerra Fría, la todavía militancia estalinista del autor y su pasión clandestina por Matilde Urrutia (24 euros). Tres: estirpe y sentido auténticamente chileno posee sin duda La Araucana, de Alonso de Ercilla (edición de Luis Íñigo-Madrigal; Biblioteca Castro, 50 euros), el fundacional poema épico en octavas reales sobre las guerras de Arauco, provocadas por el levantamiento mapuche contra la codicia y la crueldad de los soldados de Valdivia —torturado y muerto el día de Navidad de 1553—, en el que se entremezclan las acciones bélicas, sin escatimar la vesania de los conquistadores, ni ocultar la nobleza de los araucanos, con el relato de raigambre casi etnográfica de costumbres, mitos y anécdotas de los indígenas de la más austral de las tierras conquistadas. Tres clásicos muy diferentes y tres estupendos regalos.


EL PAIS BABELIA Nº 1.566 EL PAÍS, SÁBADO 27 DE NOVIEMBRE DE 2021

jueves, 12 de mayo de 2022

Una pequeña luz entre las tinieblas


Por Rosa Montero


Ultimamente he leído varios libros escritos por autores judíos. Unos libros espléndidos, porque el siglo XX, además de abundar en el horror, también fue pródigo en un tipo de intelectual extraordinario, en esos pensadores hebreos europeos que conocieron el infierno e hicieron lo posible por entenderlo, convirtiendo sus vidas en un testimonio conmovedor de la civilización frente a la barbarie. Conviene recordar todo esto y tener en cuenta que los asesinos como Sharon no representan a todos los judíos.

Pero hay algo en estos libros especialmente escalofriante, y es la insistencia de los autores en la plena ignorancia en la que todos vivían a principios del siglo XX. Siendo como eran personas excepcional-mente cultas, ninguno de ellos llegó ni tan siquiera a intuir que pocas décadas después Europa se hundiría en el horror.

"Hasta junio de 1914 había considerado producto de la imaginación todo cuanto se escribía sobre la posibilidad de volver a situaciones medievales, y tomaba por situaciones medievales todo lo incompatible con la paz y la cultura", dice el filólogo Víctor Klemperer en LTI, La lengua del Tercer Reich (Ed. Minúscula). Y el novelista austríaco Stefan Zweig abunda en lo mismo en su conmovedora autobiografía, El mundo de ayer (Ed. El Acantilado), describiendo la sensación de seguridad con la que se vivía en la Europa rica de 1900, y cómo "se miraba con desprecio a las épocas anteriores, con sus guerras, hambrunas y revueltas, como a un tiempo en el que la humanidad era aún menor de edad y no lo bastante ilustrada. Ahora, en cambio, la fe en el progreso ininterrumpido e imparable tenía la fuerza de una verdadera religión (...). Se creía tan poco en recaídas en la barbarie -por ejemplo, guerras entre los pueblos de Europa- como en brujas y fantasmas".

Sí, desde luego: hoy el mundo ya no es tan inocente, ya no creemos a pies juntillas en la inevitabilidad del progreso, ya no nos sorprenden las salpicaduras de sangre... pero, aun así, ¿no les suena inquietantemente cercana esa canción de confianza? ¿No nos parece también inconcebible una guerra europea? Y, sin embargo, ahí está el triunfo de Le Pen, el ascenso de la regresión y la burricie. Leo las palabras de estos intelectuales y me estremezco; nunca he sido catastrofista, pero sé que el siglo XXI se extiende ante nosotros con una oscuridad impenetrable que puede ocultar feroces monstruos. La normalidad no es más que una finísima película semiopaca que cubre el corazón de las tinieblas, o, como dice hermosamente Zweig, un castillo de naipes en el que residimos creyendo que se trata de una casa de piedra.

De manera que nada se puede dar por conquistado. Todo logro social, por sólido que parezca, hay que reafirmarlo cada día. Y la convivencia civilizada es un milagro que estamos obligados a respetar y renovar. Quiero decir que el caos puede estallar en cualquier momento, en cuanto que bajemos la guardia, en cuanto que permitamos el abuso: la pasividad con la que estamos consintiendo la masacre de palestinos, por ejemplo, nos puede costar muy caro. Ya lo dijo el pastor protestante Martin Niemóller, prisionero de los campos de exterminio nazis, en sus célebres versos: "Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, me callé / yo no era comunista. / Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, me callé / yo no era socialdemócrata. / Cuando vinieron a llevarse a los sindicalistas, me callé / yo no era sindicalista. / Cuando vinieron a llevarse a los judíos, me callé / yo no era judío. / Cuando vinieron a por mí, no hubo nadie más / que hubiese podido protestar". He aquí un ejemplo de oscuridad anegándolo todo poco a poco, como una vía de agua que nadie achica y que acaba por hundir el barco en los abismos.

Zweig escribió su libro en 1941, en pleno ascenso del nazismo, cuando en el mundo parecía haberse instalado el infierno para siempre. Pero fue capaz de añadir la frase siguiente: "Desde la sima de horror en que hoy, medio ciegos, avanzamos a tientas con el alma turbada y rota, sigo mirando aún hacia arriba (...), pensando que un día esta recaída aparecerá como un mero intervalo en el ritmo eterno del progreso". Un año más tarde, Zweig se suicidó: se agotó, se rindió. Pero lo verdaderamente importante no es ese acto final, sino que Zweig tenía razón. Gracias a él, y a otros como él, la luz sigue encendida entre las tinieblas. Habrá que seguir luchando para que no se apague. • http://www.rosa-montero.com

El Pais Semanal Número 1.337. Domingo 12 de mayo de 2.002

lunes, 9 de mayo de 2022

Los libros de Don Winslow, analizados por él mismo

El rey de la narcoliteratura, ganador del Premio Pepe Carvalho de BCNegra, considera Don Quijote el principio y el final de todo.


Juan Carlos Galindo. Barcelona

Don Winslow (Nueva York, 68 años) no ha podido completar su carta de amor a Barcelona. El autor de El poder del perro ha recibido el Premio Pepe Carvalho de BCNegra, pero tuvo que participar en el acto de entrega del jueves desde EEUU y por videoconferencia. No pudo viajar por problemas de salud, pero su discurso fue un homenaje al género negro, a la literatura, a Don Quijote, como principio y fin de todo, incluido Philip Marlowe.

Winslow ha cerrado su trilogía sobre el narco (la mencionada El poder del perro, El cártel y La frontera) para volver a sus orígenes, a Providence, donde creció y donde da comienzo su nueva saga con Ciudad en llamas, que Harper Collins publicará en abril en España, una novela sobre la mafia irlandesa e italiana en Rhode Island en 1987. "El libro está ambientado en la playa en la que crecí. Ahora vivo allí la mitad del año y paso por ella casi todos los días. Conozco casi cada ola, cómo cambian los colores", confesaba ayer por correo electrónico. "Escribir sobre tu infancia es un camino lleno de peligros. El reto es hacerlo honestamente", decía.

"El bisturí de Winslow es político sin ser demagógico. Nos dice las cosas a la cara sin moralina", resumía Carlos Zanón, comisario del festival. Pero el mundo literario de Winslow va más allá. El escritor ha comentado para EL PAIS las cuatro novelas que más le ha gustado escribir.


El cártel (RBA, 2015). "Probablemente, el libro sobre el que ha pivotado mi carrera, del que estoy más orgulloso, el que me resistí a escribir, el que más me ha costado. Mi agente y amigo, Shane Salerno, seguía empujándome a escribir y yo, literalmente, colgaba el teléfono. Pero, viendo cómo se deterioraban las cosas en México y cómo mis compatriotas malinterpretaban lo que estaba pasando, entendí que sabía como explicarlo y que tenía la responsabilidad de hacerlo. Fue un libro difícil, por los asesinatos, la muerte de los periodistas, el martirio de los trabajadores sociales, especialmente de las mujeres. Vivir mentalmente en ese mundo día tras día fue agotador. Dicho esto, me alegro de haberlo escrito. Creo que narra con fidelidad la verdadera historia".

Salvajes (Martínez Roca, 2011). "Este libro fue un experimento con el lenguaje: empecé a escribir e instantáneamente me encontré haciéndolo con la voz de una veinteañera californiana. Le envié las primeras 14 páginas a Shane (Salerno) con una nota que decía que no sabía si era algo bueno o si había perdido la cabeza. Su respuesta fue: deja todo y ponte con esto. Fue un desgaste de energía que todavía no puedo explicar. Quería ver si podía hacer lo mismo que los directores de la nouvelle vague francesa pero con la historia de un trío de productores de marihuana. El libro es también un acto de rebelión en un momento en el que mi carrera estaba en transición y estaba harto de las peticiones para crear una marca. Decidí prescindir de todo eso, parar las máquinas y ponerme a escribir lo que de verdad sentía. Como un salvaje, supongo.

Corrupción policial (RBA, 2017). "Un día sonó el teléfono a las siete de la mañana. Era Shane que quería que habláramos sobre mi próximo proyecto. Manejamos varias ideas y entonces me preguntó: ¿Que te parece un libro sobre la policía de Nueva York?. A lo que respondí: "Podría escribir una barbaridad sobre eso". Pero, en realidad, no estaba tan seguro. Siempre había querido hacer ese libro, pero no sabía si tenía la calidad para lograrlo. Cuando hablas de Nueva York o arrasas o fracasas, no hay termino medio. Quería hablar de un hombre decente que pierde su brújula moral y se enfrenta a sus dilemas interiores. También quería convertir la ciudad en un personaje, llevar al lector a sus calles".

Un soplo de aire fresco (Mondadori, 2013). "No sé si es una de mis mejores obras, pero siempre sientes cierto cariño por el primero. No tenía ni idea de cómo escribirlo. También lo pospuse durante mucho tiempo porque estaba ocupado ganándome la vida y tenía miedo de no tener talento. Un soplo de aire fresco fue escrito alrededor de todo el mundo en tiendas de campaña, hoteles, aviones, trenes y autobuses. Al final consideré que tenía un libro. Los primeros 15 editores no pensaban lo mismo. Pero mientras recibía esos rechazos ya estaba trabajando en el segundo. Supongo que tiene algo que ver con la persistencia y, como siempre le digo a los jóvenes autores: "No os rindais".


El Pais 12 de febrero de 2022

domingo, 8 de mayo de 2022

Roma, secuencia única Por Maruja Torres

 

ILUSTRACIÓN DE JOSÉ LUIS AGREDA


PERDONENQUENOMELEVANTE

[01]

A veces, la vida se comporta como un escritor perfeccionista que decide narrar un buen capítulo. Y tú sabes que esa historia en la que te vas a sumergir será redonda, preciosa, irrepetible. No importa lo que te hayan escrito por delante y ni cuál vaya a ser el plan para después. El capítulo está ahí, no va a fallarte, y ocurra lo que ocurra permanecerá en tu memoria como una exquisita pieza que el tiempo pulirá sin alcanzar a marchitarla. Ésta es la breve crónica de una secuencia única que atesoro para siempre.

Viajé a Roma para dar una charla. La gente que me invitó resultó extraordinariamente acogedora, pero eso no era lo mejor: lo mejor consistía en que esa gente (Miguel, Carlos, Anna-lisa, Elena y los otros, gracias) sintonizaba con el propósito que me llevaba a la ciudad. Que era despedirme de Roma y de una pareja, amigos, a quienes volveré a ver muchas otras veces en el futuro, espero, aunque ya nunca allí. Nunca más con ellos en Roma, en Piazza Santa María in Trastevere, en su apartamento vecino a la basílica. Nunca más.

La forma de llegar: irrepetible. La tenía pensada desde antes de subir al avión. Nada de llamar a la puerta. El coche de mis anfitriones me dejó en la piazza, depositamos la maleta en las desgastadas baldosas de la terraza del café Da Marzio. Un nubarrón plateado interrumpió la mañana de sol y empezó a chispear. Nos sentamos bajo la lluvia. Llamé a mis amigos por teléfono. Al poco, en la fachada opuesta vi que la figura entre verdiana y garibaldina de R. se recortaba en uno de los cinco ventanales de la que ya es su última casa romana, saludándome agitando los brazos. Al poco, él y M. vinieron hacia mí, una pareja de edad madura y vitalidad arrolladora que me acogió como si no hiciera dos años que no nos veíamos, ni dos horas. Como si siempre hubiera estado allí. Empezó a llover, no hicimos caso. La lluvia no duró, porque el guión estaba bien escrito.

También había pensado muy bien la forma en que partiría, cuatro días después. Sin mirar atrás, sin despedidas.

Una no se despide de lo que tiene dentro para siempre. Pero entre ambos momentos, la llegada y el hasta pronto, había cuatro días. No hay ciudad que ofrezca tanto en tan poco tiempo como Roma. Los Bernini de Villa Borghese, para empezar, con sus Caravaggio. El paseo por Via del Corso, desde el monumento a Víctor Manuel hasta la inmensurable Piazza del Popólo, hoy por desgracia, hay mucho pijo de Berlusconi suelto por aquí. Pero no quise verlo. Sentada junto a los leones, en los peldaños de la fontana que acompaña al obelisco, me limité a esperar que el día se derramara sobre los jardines del Pincio.

Aunque no aparecía en el guión inicial, otro día me di de bruces con una exposición importante, majestuosa y llena de glamour: Roma, del neorrealismo a la dolce vita. Sentada en el interior del museo de Via Nazionale, en familia. A mi alrededor, fotografías de Anita Ekberg vestida de cura, maquetas originales de los montajes teatrales de Luchino Visconti, un Marceno Mastroianni jovencísimo, guapísimo. Y lo mejor de todo: documentales de la Luce, el no-do italiano, proyectándose sin parar, reflejando una década. El Plan Marshall, Pío XII bajo palio, Anna Magnani (injustamente sin palio) con hambrientos niños del predesarrollismo sentados en las rodillas. Rossellini y Vittorio de Sica. Sofía Loren, de monja, en la película que nunca llegó a rodar: La monaca di Monza, según la novela de Manzoni.

Vi esa exposición en mi cuarto día. Me quedaban pocas horas, y, en la plaza, mi gente aguardaba para brindar con spumante y llevarme a comer. Seguía haciando sol. Más tarde, como si no fuera la última vez, tomé un taxi, di la espalda al apartamento vecino a la basílica, dejé atrás los ventanales, las salas que ya nunca volveré a habitar. Empezó a llover.

La suerte de haber disfrutado de semejantes días, yo, que no soy creyente, ¿a quién se la debo agradecer? A Miguel, y a los otros, y a mis amigos, sin duda. Pero sobre todo a la vida. Que escribió el capítulo sin imperfecciones y sin titubear. •

El Pais Semanal Número 1.337. Domingo 12 de mayo de 2.002




sábado, 7 de mayo de 2022

Navarone y sus cañones

EL FARO DEL FIN DEL MUNDO / JACINTO ANTÓN

 

 

David Niven, Gregory Peck y Anthony Quinn, en Los cañones de Navarone


He aprovechado unos días de vacaciones para visitar la isla de Navarone, famosa por sus grandes y letales cañones nazis (los cañones de Navarone, efectivamente) destruidos en una osada acción de comandos durante la Segunda Guerra Mundial. Bien, en puridad no se puede viajar físicamente a Navarone por la misma razón que impide ir a Mompracem, Patusán, Zinderneuff, la isla del tesoro o el atribulado reino de Zenda: son lugares legendarios, sitios fabulosos que nunca han existido. Pero sí se puede explorarlos con la imaginación, con los libros, las películas y hasta algún mapa. De hecho, en la línea de mitomanía cartográfica que me ha permitido acaparar mapas de las minas del rey Salomón o de la localización del fuerte de Beau Geste, dispongo de planos muy detallados de Navarone y el emplazamiento de su ciclópea y mortal artillería.

Los mapas de Navarone, dos, figuran en mi vieja edición en inglés (Collins, 1977) de la novela del escocés Alistair MacLean publicada originalmente en 1957, el año en que nací, y ya me dirán si no es señal nacer el año en que apareció Los cañones de Navarone y que también fue cuando se estrenó El puente sobre el río Kwai, así que podría haber tenido de padrino tanto al recio combatiente griego Andrea Stavros que interpretó Anthony Quinn como al estricto coronel japonés Saito ("be happy in your work").

El primer mapa muestra la situación de la isla, en el Egeo, cerca de la costa de Turquía, por encima del Dodecaneso, y al sur de las imaginarias islas Leradas y de la más meridional, Maidos, que con el cabo turco Demirci (también inventado) crean un estrecho que hay que pasar para llegar a la (inexistente) isla de Kheros, al norte. Apuntando a ese estrecho están los dos monstruosos cañones alemanes de Navarone en unas cuevas fortificadas en las alturas de una rada, dominando el puerto de la localidad que da nombre a la isla. MacLean se inventó esa geografía para justificar la perentoria necesidad de los aliados en su narración de silenciar en 1943 los monstruosos cañones a fin de rescatar en una operación marítima a los 1.200 soldados británicos de la guarnición de Kheros, amenazados por una inminente invasión enemiga.

La intriga de la novela (y de la famosísima película de 1961 basada en ella) se centra en esa misión casi suicida y contrarreloj para destruir los cañones antes de que se ponga bajo su alcance la flota de rescate. El comando que lleva a cabo la acción es desembarcado desde un caique en el sur de la isla ocupada por los alemanes y ha de negociar unos acantilados con fama de imposibles de escalar. Luego, debe atravesar la isla hasta llegar a Navarone y el promontorio donde están los cañones, bajo un castillo. El segundo mapa muestra la localidad y el emplazamiento de las dos piezas con un detalle tal que más vale que no te capturen los nazis con los planos encima. De hecho, yo he separado la hoja del mapa por si he de comérmela.

La novela, que he releído con mucho gusto, es un espléndido thriller bélico, género en el que MacLean (1922-1987), autor también de HMS Ulises (1955) y El desafío de las águilas (1967), era un hacha. No en balde había sido jefe de torpedos en el HMS Royalist un crucero que protegía los convoyes a Mursmank y en el que pasó muy malos y fríos momentos. Lo que no fue óbice para que en 1953 se casara con una alemana, Gisela Heinrichsen. Cuando se le señaló en una ocasión (lo cuenta su biógrafo Jack Webste en Alistair MacLean, A life, Chapmans, 1991) que quizá a su esposa no le satisfacía mucho que en sus novelas se matara a tantos de sus compatriotas, MacLean respondió que para complacerla trataba de que murieran al menos igual número de aliados.

Las diferencias de la novela Los cañones de Navarone con la estupenda, inolvidable película que dirigió J. Lee Thompson son muchas más de las que recordaba. El trío protagonista formado por el capitán Keith Mallory (Gregory Peck), el artificiero Dusty Miller (David Niven) y Stavros (Quinn) es el mismo en ambos formatos, aunque en la novela no hay mal rollo entre Mallory y Stavros. Y lo más notable, los dos guerrilleros griegos que apoyan sobre el terreno al comando se convierten en la película en dos mujeres. Otra cosa que no está en la novela es el suspense del sube y baja de los ascensores de suministro de munición a los cañones bajo los que Miller pone los explosivos para que detonen.

Una de las mejores escenas de la novela, la rastrera cobardía que finge Stavros al caer preso es un momento señero también está en el filme y Quinn lo borda.

Gregory Peck consideró que el argumento era demasiado enrevesado (!) y resultaba inverosímil, hasta rozar la parodia. En broma dio su propia lectura: "David Niven ama a Tony Quayle, Gregory Peck ama a Anthony Quinn; Quayle se rompe una pierna y es enviado al hospital. Tony Quinn se enamora de Irene Papas, y entonces Niven y Peck se juntan y viven felices para siempre".


El Pais. Sábado 15 de enero de 2022

martes, 3 de mayo de 2022

Imposible

De dónde viene, no lo sé. Pero a donde va, puedo decíroslo : va al infierno. 

(A. Dumas . El Conde de  Montecristo )


“Imposible, del latín, impossibilis. Algo que no es posible. Expresión de la seguridad de que antes de que suceda o deje de suceder algo ha de ocurrir otra cosa de las que no están en lo posible”. Esta sería la definición de imposible según la Real Academia de la Lengua Española. 

Una definición perfecta para explicar el estado de mi cabeza, los discos duros de mi ordenador o mis estanterías. Solo así podría entender que un archivo comprimido, guardado con celo desde hace más de 15 años, tan solo contenga tres direcciones web: Una, una hoja de pedido para un vivero; Otra, una lista de precios de cactus (algo caros, por cierto); y una tercera, la página de Joshua Middleton un dibujante. Almaceno restos y fragmentos de cuanto pasa por mis manos, y pasa tanto tiempo que ahora hay gente que paga dinero por ellos. 

Pasó el 23 de abril, Día del Libro. Y también la fecha elegida para crear un blog de literatura, hace ya once años. No por mí, sino por un amigo. No se si será tan amigo porque hace años que no le veo. Eso sí, en su nombre continuo publicando cosas en su blog. El autor, escritor en ciernes, ha desaparecido también de la red. Google lo ha borrado, aunque no lo que él escribió, pero sí su nombre. Ahora aparece “Sin Identidad”, y no crean que van muy errados.

El blog, huérfano de padre biológico, adoptado por mí, no podrá crecer de ninguna manera, tan solo podría morir. No tengo las claves de acceso, ya saben, aquello de imposible. Aún así, aquí sigue y aquí sigo. Literatura y literatos, artículos y fragmentos, relatos y textos.

Me está quedando un poco raro el aniversario. Debo admitir que también soy un lector empedernido, y que aún persevero en conocer nuevos autores y libros, y releeo con deleite y placer los libros que me llevaron al éxtasis. Y, si bien me cuesta mucho escribir, aún lo intento, lo intento con todas mis fuerzas. Nunca me rindo. Aunque bien es cierto que puedan pasar muchos años entre intento e intento.

Se me olvidaba comentar que soy un optimista incorregible y aún sueño con volver al cielo.