martes, 26 de diciembre de 2023

La novela negra histórica más actual que nunca

El género divierte, enseña y engancha. El mundo editorial vive el auge de ficciones híbridas que buscan lo mejor de dos géneros muy populares entre los lectores.


Sean Connery y Christian Slater en un momento de El nombre de la Rosa

Juan Carlos Galindo. Madrid

La última semana de la pasada Feria del Libro de Madrid, en junio, empezó a circular entre los lectores que paseaban por El Retiro una pregunta: ¿quién era Lorenzo G. Acebedo, el misterioso autor de La taberna de Silos? Firmada con pseudónimo, la novela era la mezcla ideal entre el género negro y el histórico y, en virtud de un anacrónico, pero eficaz, boca a boca, los ejemplares volaban de la caseta de la editorial Tusquets. Meses después, el misterio de la autoría sigue sin resolver, pero el éxito de esa historia de libros, asesinatos y vino en el siglo XIII prueba la vitalidad de un híbrido que se ha convertido en la última apuesta del mundo editorial para el género más popular entre los lectores.

Es imposible hablar de novela negra histórica sin referirnos a El nombre de la rosa de Umberto Eco, pero ahí están también Philip Kerr con su serie de Bernie Gunther (en la Alemania nazi) o la treintena de novelas de Anne Perry protagonizadas por Thomas y Charlotte Pitt. ¿Por qué entonces este resurgir, ¿donde está la clave del éxito? "Este género, tan difícil de escribir, proporciona al lector la posibilidad de agudizar su ingenio y aprender sobre una época. Y son historias con un nivel de sofisticación muy grande", explica María Fasce, editora de Alfaguara Negra, un sello que ha prestado especial atención a esta tendencia. También está el hambre editorial, el deseo de imponer una moda sobre otra (nórdico, doméstico, enigma, etcétera), de aprovechar el dinamismo y la amplitud del género.

Un asiduo a este híbrido gracias, sobre todo, a la serie de Victor Ros, es Jerónimo Tristante, quien acaba de ganar el VI Premio de Novela Policía Nacional con Pamfleten (Algaida). La novela cuenta la caza de un asesino de mujeres en el Flandes de 1576, bajo el dominio de los Tercios. Si hablamos de galardones, parte del impulso actual se debe a otro, el Planeta, que en 2021 ganó La bestia, de Carmen Mola. Al margen del ruido montado alrededor de la autoría (se descubrió entonces quiénes eran los tres escritores detrás del pseudónimo), queda una novela con los ingredientes que funcionan en este mezcla. El trío llegó al género, sin embargo, de una manera curiosa. "Nos pilló la pandemia: estábamos encerrados en casa y no sabíamos cómo íbamos a salir, ni siquiera si íbamos a salir. Estábamos escribiendo lo que fueron Las madres (cuarta entrega de la serie iniciada por La novia gitana) y teníamos un problema: se iba a quedar antigua antes de que saliera. Por eso elegimos meternos en el thriller histórico", relata Jorge Díaz, uno de los tres componentes del grupo. Ahora han vuelto con Infierno (Planeta), novela negra, histórica en la Cuba esclavista y folletín, todo en uno. "Tienen que funcionar los dos campos: la parte thriller, los crímenes, el intentar saber quién es el asesino, y después la parte histórica. Si te falla una, la novela se te queda coja", analiza Díaz.

Transitaban los Mola un camino que ha tenido en los últimos años grandes exponentes como el francés Hervé Le Corre (Bajo las llamas o Después de la guerra, ambas de Resevoir Books, pasan por ser dos de los mejores thrillers históricos de la década) o Niklas Natt och Dag con su poderosa trilogía criminal en la Suecia de finales del siglo XVIII iniciada con la deslumbrante 1793 (Salamandra). No hay época que se escape a la revisión y así tenemos, por ejemplo, la violenta y épica El derecho de los lobos (Alfaguara Negra) de Stefano De Bellis y Edgardo Fiorillo, ambientada en la Roma de Cicerón. Sin olvidar el fértil campo de la época nazi sobre todo con Jean-Christophe Grangé y Muerte en el Tercer Reich (Destino) y Fabiano Massini, autor de obras como El ángel de Múnich (sobre el asesinato de una sobrina de Hitler) o la reciente Los niños de Winton, ambas de Alfaguara.

En estas obras se observan con claridad dos elementos esenciales de este género híbrido. Por un lado, mezclar personajes históricos con algunos de ficción; por otro, poner luz sobre un hecho no tan conocido y aprovechar su potencia narrativa. Es lo que hace habitualmente Juan Ramón Biedma, que vuelve a utilizar ese recurso en Crisanta (Alianza), una novela de crímenes y fantasmas en la Sevilla de la Guerra Civil. "La novela histórica ha de tener una intención: desvelar, explorar, abrir un debate sobre una zona oscura. En Crisanta la idea de base era dar a conocer una ciudad en retaguardia en el 36 y cómo convivía el terror con la vida cotidiana. Son momentos que van quedando en el olvido y son atractivos para ponerles luz", explica.

También en Sevilla se ambienta La Babilonia, 1580 (Alfaguara), de Susana Martín Gijón, que añade un toque de crítica social muy presente en sus novelas anteriores (sobre todo en la trilogía de Camino Vargas). Gran aficionada como lectora al género histórico, en la construcción de esta historia se ha encontrado con un reto común: "La novela negra ha de ir rápido y ágil y en la histórica, para sumergirte, hay que ser más descriptivo y eso hay que equilibrarlo. Fue un proceso que al principio no fluyó: tropiezas a cada momento con todo lo que implica el contexto histórico. Ya cuando conoces bien la realidad, cuando sientes que estás ahí, todo fluye. Es mucho más exigente y costoso".

Problema de primer orden

La documentación es un problema de primer orden en este tipo de libros. Díaz lo explica así: "El mayor error es meter demasiada investigación, intentar sacar todo lo que has aprendido. Descubres millones de cosas, pero tienen que medirte, hay cosas que te dan pena dejarte en el tintero, pero la novela tiene que funcionar. Tienes que conseguir que tengan la sensación de estar descubriendo algo, pero sin apabullar. La gente tiene ganas de terminar y decir: "Me lo he pasado bien, pero he aprendido". Massini, al hablar de su investigación sobre el entorno familiar de Hitler, lo exponía así para EL PAIS en 2020: "El ángel de Múnich encierra en sus páginas una novela histórica, un posible crimen pasional, un misterio de puerta cerrada y un procedimental clásico. El caso es demasiado misterioso, demasiado sorprendente, demasiado esencial, demasiado delicado, demasiado todo. Mi idea era: busquemos la manera de meter todo esto en una novela de 400 páginas, intensa y rápida. Al final fracasé: son 500 y tuve que dejar cosas fuera. Podría haber escrito 1.000 y se habrían quedado elementos por contar". Biedma, por su parte, destaca otro elemento clave: "Más importante que la documentación es la selección. Ahora, con la digitalización, la documentación no está tan lejos de la gente, es mucho más accesible. Lo importante es hacer la criba para que se aleje de lo habitual, ser original".

Esta mezcla de géneros tiene otro atractivo: puede aportar claves sobre la convulsa actualidad. El autor peruano Santiago Roncagliolo lo resume así: "Creo que el pasado forma parte del presente. Y me gusta explorar cómo nos marca, nos duele y nos dibuja. Siempre escribo de alguna forma thrillers, psicológicos o políticos. Exploro las figuras que nos dan miedo: terroristas, abusadores. Esta vez, me interesaba la idea de la bruja: la emisaria de Satán. En su viaje a las colonias de América, esa figura encarnó el poder patriarcal y el miedo a la diferencia que aún subsisten en el mundo hispano. Quería mostrar cuándo empezamos a ser lo que somos". El escritor se ha apartado un poco de sus inmersiones con recursos de thriller a la historia reciente de su país (Abril rojo o Pena máxima) para irse hasta un siglo XVII poblado de hechos extraordinarios, brujas y monjas con espíritu aventurero en la divertida y original El año en que nació el demonio (Seix Barral).

Sin embargo, para explicar el éxito del género, quizás haya que ir a lo más sencillo: gusta y entretiene con calidad. Así lo ve Juan Cerezo, editor de la aplaudida La taberna de Silos. "En esta novela hay disfrute de la vida que no le quita los toques de erudición que nos gustan".


El Pais. Cultura. Sábado 23 de diciembre de 2023

sábado, 16 de diciembre de 2023

Sucedáneos Por Javier Cercas

Palos de ciego


ILUSTRACION DE MONTSE BERNAL


Dice Marcel Proust que un aspirante a escritor que frecuenta a un escritor consagrado con la esperanza de contagiarse de su talento es como un enfermo que sale cada noche a cenar con su médico con la esperanza de curarse de su enfermedad. Proust habla por experiencia, pero hace veinte años, cuando aspiraba a ser escritor y hasta fingía que lo era, yo aún no había leído a Proust -lo intenté, pero cada vez que lo hacía me entraba sueño-, así que al llegar por primera vez a París, como no conocía a ningún escritor consagrado, lo primero que hice fue presentarme en Shakespeare and Company, una librería americana situada en la Rue de la Bûcherie, frente a la Notre Dame, justo al otro lado del Sena. ¿Raro? En ab-soluto. Porque durante los años veinte y treinta esa librería fue el catalizador de un puñado de escritores formidables que, armados de un talento descomunal y una ambición inaudita, cambiaron para siempre el curso de la literatura -y por tanto del mundo- en el siglo pasado, convirtiéndose así en el espejo ineludible en que se mira cualquier aspirante a escritor.

El alma de la librería se llamaba Sylvia Beach, una americana valiente, laboriosa, sacrificada e inteligente que protegió a decenas de escritores y artistas, convirtió su local en el centro de la mejor literatura internacional de entreguerras y concibió y ejecutó la tarea insensata de publicar la novela más rigurosa e irreverente de que haya noticia, Ulysses, de James Joyce, para lo cual hubo de luchar contra viento y marea, buscando suscriptores, escribiendo cientos de cartas, contratando mecanógrafos y corrigiendo pruebas, además de hacerse cargo de las muchas necesidades de la familia del escritor, que se comportó con ella como la mayor sanguijuela de la historia de la literatura y premió su devoción cambiándola en cuanto pudo por la primera mecenas que prometió pagarle mejor que ella. Claro que no todo el mundo fue tan ingrato como aquel irlandés dipsomaníaco y genial, sino que casi todos los grandes escritores que la frecuentaron (Ezra Pound y T. S. Eliot y Scott Fitzgerald y Gertrud Stein y Paul Valéry y Samuel Beckett) la recordaron siempre con afecto, y a finales de los años cincuenta, cuando evocaba su feliz juventud parisina desde la decepción suicida de su vejez, Ernest Hemingway escribió: "No he conocido a nadie que fuera más amable conmigo". De forma que no es extraño que años antes, exactamente el sábado 26 de agosto de 1944, al día siguiente de que los alemanes rindieran París, lo primero que hiciera Hemingway en la euforia de la liberación fuera llegarse hasta el número 12 de la Rue de l'Odeon, levantar en brazos a Sylvia y darle varias vueltas en el aire mientras la besaba y la gente llenaba la calle y las ventanas aplaudiendo. Para entonces, sin embargo, Shakespeare and Company ya no existía: había cerrado sus puertas en diciembre de 1941, cuando un oficial nazi había amenazado a Sylvia con confiscar todos sus libros si no le vendía el único ejemplar que poseía de Finnegans Wake, el último libro de Joyce. Sylvia padeció la cárcel, y al terminar la guerra algunos amigos trataron de convencerla para que abriera de nuevo la librería, pero ya no le alcanzaron las fuerzas. Murió en París, en octubre de 1962, poco más de un año después de que Hemingway se quitara la vida en su casa de Ketchum, Idaho.

Pero yo no sabía nada de esto cuando entre por primera vez en Shakespeare and Company; ni siquiera sabía que aquélla no era exactamente la librería de Sylvia, sino sólo un remedo o sucedáneo de la original, de manera que, mientras recorría sus rincones destartalados y oía hablar en inglés, en el piso de arriba, a unos jóvenes de mi edad que en seguida se ponían a escribir en unas mesas desvencijadas que suponía idénticas a las de la librería de Sylvia, yo estaba seguro de recorrer los lugares que cincuenta años atrás recorrían Joyce y Pound y Eliot, y de que me estaba contagiando del tamaño descomunal de su ambición y su talento. No era así: yo también hablo por experiencia. O eso es lo que pienso ahora, en esta mañana helada de enero en que casi por costumbre busco el abrigo de la librería. Lo pienso ahora, veinte años después, cuando ya he leído a Proust y sé que nada bueno se contagia y que hay que tener mucho cuidado con lo que se finge ser, porque es lo que casi siempre se acaba siendo. Lo pienso mientras subo las escaleras que conducen al piso de arriba y oigo unas voces americanas y juveniles, idénticas a las que alborotaban la librería la primera vez que estuve en ella, y entonces me pregunto qué habrá sido de ellos, qué habrá sido de aquellos veinteañeros que hace veinte años iban a cambiar la literatura -y por tanto el mundo, me pregunto cuándo habrán comprendido que todo no es sino remedo y sucedáneo y que nunca podrían ser ni Joyce ni Pound ni Eliot, porque a lo máximo que podían aspirar es a ser ellos mismos. Entonces pienso otra vez en Sylvia, en Sylvia Beach, y, para no preguntarme qué ha sido de mí, me pregunto qué habrá sido de ellos. •

EL PAIS SEMANAL

jueves, 14 de diciembre de 2023

Arte y entretenimiento por Javier Cercas

Palos de ciego

EN UN ARTÍCULO redondo publicado por este diario, donde refuta un par de falacias muy arraigadas en nuestro tiempo, Javier Rodríguez Marcos anota: "Ninguna gran obra deja el código en que fue creada igual que lo encontró. Tal vez sea la gran diferencia entre arte y entretenimiento". Lleva razón: una razón que incita a la reflexión.

Hablo de literatura, que es lo que más cerca me pilla. En nuestra lengua, sólo existen tres escritores que hayan cambiado de raíz el código literario de su tiempo: Garcilaso lo hizo a principios del siglo XVI, adaptando al castellano la música italiana de Petrarca; Rubén Darío lo hizo a finales del XIX, adaptando la música francesa de Verlaine; Borges lo hizo a mediados del XX, adaptando la música inglesa de una serie de prosistas, en teoría más bien menores, de la era victoriana. Los tres son revolucionarios netos, que renuevan de raíz la lengua literaria y las convenciones de su época; eso no significa, sin embargo, que sean los únicos grandes artistas de nuestra lengua, ni siquiera, necesariamente, los más grandes. A principios del siglo XVII, Quevedo y Góngora seguían escribiendo en el mismo código acuñado 100 años atrás por Garcilaso, dóciles todavía a sus reglas y convenciones (aunque tensándolas hasta la hipérbole: ese énfasis suele conocerse como Barroco); pese a ello, todos convenimos en que no son poetas inferiores a Garcilaso, y puede argumentarse sin riesgo que son superiores, aunque no cambiaron el código literario hasta el punto en que aquél lo hizo, ni fueron, por tanto, tan revolucionarios como él. (La literatura no padece la superstición tecnológica de la vanguardia, según la cual lo mejor es siempre lo nuevo: a mediados del siglo XV, en España la vanguardia eran las coplas de arte mayor de Juan de Mena, mientras que las de pie quebrado de Jorge Manrique eran la retaguardia, pero los versos que éste dedicó a la muerte de su padre siguen conmoviéndonos, mientras que el Laberinto de Fortuna es poco más que arqueología). Por supuesto, el Quijote cambió los códigos de la narrativa occidental, pero eso sólo empezó a vislumbrarse siglo y medio después de su publicación, cuando una serie de escritores ingleses (y algún francés) comprendió que ese libro no era sólo entretenimiento, que es lo que había sido hasta entonces. Sorpresa, sorpresa: hay obras que en el momento de su aparición son acogidas como mero entretenimiento, inmunes a cualquier innovación, y que el porvenir convierte en arte verdadero: el teatro de Shakespeare, que ni siquiera fue publicado con seriedad en vida del autor, es otro ejemplo; o el cine de John Ford, hasta mediados del siglo XX considerado un mero proveedor de la industria de Hollywood y no lo que ahora sabemos que fue: uno de los más grandes artistas del siglo pasado. Lo contrario también es cierto: escritores hoy irrelevantes fueron en su momento juzgados esenciales, según ocurría a principios del siglo XX con Anatole France, a quien no por nada Marcel Proust —para nosotros un escritor fundamental, para su época un frívolo incurable— erigió en modelo de Bergotte, el artista por excelencia de En busca del tiempo perdido. La posteridad es imprevisible: posee la capacidad de transmutar en arte lo que para nosotros es entretenimiento, y en entretenimiento lo que para nosotros es arte. Una sola cosa es segura: la expresión "obra maestra aburrida" constituye un oximoron; el arte de verdad puede ser difícil, incluso hermético —ni Cervantes ni Shakespeare lo son, desde luego, ni Garcilaso ni Rubén ni Borges, ni siquiera Proust; Góngora sí, a veces-, pero nunca es aburrido; al contrario: es entretenidísimo, absorbente. Por supuesto, además, es muchas otras cosas, entre ellas una forma de conocimiento, es decir, una forma de vivir más; pero, si no es entretenido, no es arte.

Así que es verdad: arte y entretenimiento son cosas distintas; pero no contradictorias: aunque puede haber entretenimiento sin arte, no puede haber arte sin entretenimiento. También es verdad que los artistas auténticos son pocos, muy pocos, pero arte y aburrimiento son incompatibles. El aburrimiento no es arte: sólo es aburrimiento.

El Pais Semanal nº2413. 25 de diciembre de 2022

lunes, 27 de noviembre de 2023

Un librero pone a la venta una primera edición de los "Caprichos" de Goya

 El ejemplar, en perfecto estado de conservación, cuesta 233.000 euros

Rafa de Miguel. Londres


Shapero con su ejemplar de los Caprichos de Goya, el martes en Londres. / R. de M.



Bernard Shapero lleva 40 años en el negocio de los libros y manuscritos raros. Su tienda y almacén, en el londinense New Bond Street, tiene una luz, un orden y un espacio más propios de una joyería que de una librería de viejo. No necesitaba un conocimiento muy preciso, sin embargo, para ser consciente de que tenía entre manos uno de los objetos más preciados en ese mundo de coleccionistas exquisitos: una primera edición, en perfecto estado, de los Caprichos de Goya, la célebre serie de 80 grabados del pintor.

"Viene de una colección privada de Italia. Estuvo allí durante 10 o 20 años, y luego pasó a manos de un coleccionista inglés. Así llegó hasta aquí", explica Shapero, sin querer dar más detalles sobre el vendedor. Pide unos 233.000 euros por el libro. Se trata de una de las 300 copias que imprimió en Madrid Rafael Esteve y se pusieron a la venta el 6 de febrero de 1799 en una "tienda de perfumes y licores" del número 1 de la calle del Desengaño. Fueron delicadamente encuadernados por el taller de Louis Jacob Lebrun 45 años después en París.

"Con las primeras 20 copias que se hicieron, las placas realizadas por Goya (aguafuertes y aguatintas) estaban en perfecto estado. Son láminas de metal sobre las que se vierte una combinación de resina y ácido para obtener los grabados", explica el librero mientas pasa las hojas del libro en busca del capricho 45. "Este grabado, en concreto, sufrió un pequeño rayado, y las 270 copias restantes de la primera edición reflejan este detalle. Esta es una de ellas".

Efectivamente, el rostro del rufián, que aparece detrás de las dos alcahuetas que chupan bebés muertos de una cesta -"Mucho que chupar", dice la leyenda del capricho- aparece cruzado por una fina raya.

Saphero ha decidido poner a la venta el libro a través de internet, en vez de por la tradicional vía de una casa de subastas. Desconfía de esas instituciones, y prefiere el trato directo. Ha utilizado la plataforma Biblio, una de las más potentes en el sector de los libros raros, con más de 7.000 establecimientos asociados y dos décadas de vida. "Soy un intermediario. Este es mi trabajo, no necesito a nadie más de por medio para realizar la venta", protesta el librero ante la sugerencia de acudir a prestigiosas casas de subastas como Christie´s o Sotheby´s.

El Diario de Madrid anunció en 1799 la venta de las primeras copias de los Caprichos, y el público pudo hacerse con un ejemplar durante los 14 días que permanecieron en el local. Hasta que Goya decidió retirarlos, por miedo a la Inquisición.

La serie de grabados es una de las más conocidas y elogiadas. Fue copiada por Delacroix o alabada por Baudelaire, que vio en Goya al profeta de un cambio revolucionario en el arte. Las 80 estampas reflejan una evolución del creador, que comienza con una sátira costumbristas influida por sus amigos los "ilustrados" -Jovellanos, Meléndez Valdés o Godoy- , con los que comparte una visión critica de la sociedad supersticiosa y clerical de la época, y deriva en un mundo desencantado y onírico, de brujas, duendes y rostros deformados, que preconiza el romanticismo o el expresionismo del arte posterior.

Saphero muestra con orgullo la lámina 45. El sueño de la razón produce monstruos. "Cuando uno observa sus pinturas, son de una extraordinaria belleza. Pero los grabados son oscuros, sombríos", afirma, sin dejar de pasar las hojas y observar uno a uno los Caprichos.


El Pais. Cultura. Sábado 11 de noviembre de 2023


domingo, 26 de noviembre de 2023

S.A. Cosby, la novela negra de los pobres olvidados

El autor estadounidense logra el aplauso de expertos y público a fuerza de combinar lo mejor del género policial con una feroz crítica hacia los problemas de su país.

Shawn Andre Cosby, el jueves en Madrid. / Claudio Álvarez

Juan Carlos Galindo. Madrid

Shawn Andre Cosby tuvo su primera experiencia como contador de historias a los siete años.Vivía en la localidad costera de Virginia, su Estado natal, donde su padre trabajaba como pescador: una familia pobre y negra en el sur profundo de los Estados Unidos. Su vía de escape eran los cuentos que su madre le leía antes de irse a la cama, pero a él no le gustaban los finales y ella lo animó a reescribirlos. El primero le encantó y eso enganchó para siempre a S. A. Cosby (Newport News, 50 años) a la literatura. Más de cuatro décadas después, el autor de Lágrimas como navajas (Motus en castellano) está instalado en el club más selecto de la literatura negra estadounidense, donde cuenta con el aplauso de la crítica, la admiración de sus compañeros (Michael Connelly o Stephen King, por ejemplo) y un incontestable éxito de público. La conversación tuvo lugar anteayer en un hotel de Madrid, donde acudió para participar en el festival Getafe Negro.

Dueño de un estilo notable, sus obras son capaces de aunar una crítica a la situación racial en Estados Unidos con dosis equilibradas de ingredientes esenciales del género: una acción muy eficaz en términos narrativos, intriga y tramas muy bien construidas. Pero ha sido con su cuarta novela, All the Sinners Bleed (su editorial en castellano la publicará a finales de 2024), cuando su proyecto ha culminado un camino iniciado en 2019. "George Floyd acababa de ser asesinado por la policía cuando empecé a escribir esta novela. Este suceso me dejó hecho polvo y quería hablar de lo que estaba ocurriendo: del racismo de América, de la corrupción y la brutalidad policial. El proceso me ayudó a tratar con estos temas", comenta resolutivo. Su voz y su bonhomía, o una sonrisa a veces, se abren paso desde un cuerpo de espaldas y manos masivas, que mueve con garbo.

En esta novela se aleja por primera vez de los fuera de la ley que poblaban sus anteriores libros y elige, como protagonista a Titus Crown, el primer sheriff negro de un pequeño condado, un personaje roto que ha de lidiar con la parte más oscura del alma de esas tierras y cazar a un asesino en serie escondido en la aparente tranquilidad de la zona. "Titus es un hombre bueno, un hombre que hace lo que debe incluso cuando nadie está mirando. Eso es ser honesto. No es mi personaje preferido, pero creo que es el mejor. Era más fácil con los granujas, porque carecen de reglas, pero quería  exigirme algo más", analiza. El racismo, tan presente en sus novelas, adquiere aquí otra dimensión porque el protagonista lo sufre a pesar de su condición, sus estudios y su pasado en el FBI: "No digo que todo el mundo en Estados Unidos sea racista, pero el racismo juega una parte muy importante de todo lo que pasa en mi país".

La parte social de sus historias la aborda levantando sobre el papel sólidos personajes alejados del cliché, hombres negros en situaciones complicadas que tratan de hacer el bien, de salir del submundo criminal, dejar definitivamente atrás un pasado que los condiciona y consume. "Primero pienso en los personajes, en qué quieren decir, luego viene todo lo demás. Eso es lo más importante,  porque al fin y al cabo tramas de ficción no hay tantas", explica. La pareja protagonista de Lágrimas como navajas (dos señores, uno blanco y el otro negro, radicalmente opuestos y unidos solo por sus antecedentes delictivos, el rechazo de sus hijos gais y el deseo de encontrar a quien los ha matado) es parte de la historia reciente de la ficción criminal.

Al hablar de sus personajes, surge su creación favorita: Beauregard Motage, mecánico, conductor habilidoso experto en atracos y protagonista de Operación asfalto (Motus), su segunda novela, la que le dio el reconocimiento en plena pandemia. "Es un libro que quería hacer, se vendiera o no. Necesitaba escribirlo. Cuenta la historia de gente como aquella con la que crecí. Es un libro que me cambió la vida".

"Writers tell lies to find the truth" (Los escritores cuentan mentiras para encontrar la verdad) reza el tatuaje que Cosby lleva en el antebrazo derecho. Verdad y culpa son dos de los grandes temas que recorren su obra, marcada por la presencia constante del sur de su país: los paisajes, el paisanaje y las injusticias. "Tienes que ser muy fuerte para vivir en el sur, un tipo de fuerza muy especial después de todo lo que ha pasado, pero es un lugar que adoro, donde está muy presente la fuerza de la comunidad", comenta sobre la tierra que sigue habitando. En su discurso y en sus historias, quedan unas pequeñas rendijas por las que se cuela algo de optimismo.

Impulso definitivo

"La novela negra es el gospel de los pobres y los olvidados. Es el mejor género para abordar la crítica social. Se habla del dolor, perdida y desesperación, pero de una manera que vemos y entendemos", cuenta sobre el género que siempre ha preferido, como lector y ahora como escritor. Su santísima trinidad en ficción criminal la forman Walter Mosley, Denis Lehane y Elmore Leonard. "Ellos me hicieron darme cuenta de lo que era capaz esta literatura. Son libros que se quedan contigo después de leerlos. Y ellos tres fueron mi impulso definitivo: hacen algo mágico, incluso si escriben sobre la oscuridad. Tenerlos como amigos ha sido un regalo. Ahora intento seguir su camino.

La lectura y un profesor y luego un mentor en la secundaria - "el señor Jeffrey Bone"- le hicieron creer en la literatura y en sus posibilidades, pero durante muchos años Cosby se apañó con trabajos físicos, muy distintos a la escritura. "Esto es una bendición. Me encanta contar historias", celebra. "Cuando era pequeño, viajábamos. Mis novelas me han llevado por todo Estados Unidos y parte del mundo, ¿cómo no me va a gustar?".

Cuando deje España, donde ha recalado por primera vez, Cosby volverá a Gloucester, la localidad de 3.000 habitantes en la que vive con su mujer y el entorno que le mantiene con los pies en la tierra cuando entra en la lista de los más vendidos de The New York Times o recibe los premios más prestigiosos del género. "Trato de encontrar un equilibrio, por dificil que sea, y ellos son quienes me ayudan". En su casa trabaja unas tres horas por la mañana y dos por la tarde porque, considera, "no hay que forzar, hay que dejar que la cosa fluya". Solo dos constantes en su rutina: su gorra de la suerte, que su esposa quiere tirar porque acumula polvo y cochambre, y su lista de reproducción para escribir, con temas de hip-hop estadounidense, Bruce Springsteen o música instrumental. Está trabajando, asegura, en una novela sobre una familia que tiene un crematorio y se mete en problemas con la mafia. Suena a S. A. Cosby en estado puro.


El Pais. Cultura. Sábado 28 de octubre de 2023

viernes, 29 de septiembre de 2023

Un tufo de rapacidad por Manuel Rodríguez Rivero

SILLÓN DE OREJAS


MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO

15 MAR 2008 



Ilustración de Max


Sintomáticamente, ni en el Diccionario de Historia de España, dirigido por Germán Bleiberg, ni en el Diccionario Temático de la Enciclopedia de Historia de España, dirigida por Miguel Artola, existe una entrada dedicada al colonialismo, de manera que parecería que no es cosa nuestra. Y eso a pesar de que algunas notables novelas del siglo XX nos han mostrado aspectos (más bien siniestros) de aquel colonialismo de segunda fila con el que España intentó ingresar en el agresivo club imperialista, reajustado tras la Primera Gran Carnicería. Recuerdo, a bote pronto, El blocao (1928), la estupenda novela de José Díaz Fernández (editorial Viamonte), o Imán (1930), la obra maestra de Sender (Destino), o La forja de un rebelde (1941-1944), de Barea (DeBolsillo). Y si me remonto más atrás en la narrativa colonial "africana", a antes de aquel finis Hispaniae (equivalente al "se rompe España" hodierno) que la oligarquía de la Restauración creyó ver en el llamado "Desastre" de 1898, podría citar, entre otros, el Diario de un testigo de la Guerra de África, de Alarcón, o el Aita Tettauen galdosiano. Estos días he recibido algunas novedades históricas que tratan, con diverso enfoque, diferentes aspectos del colonialismo español. Guerra y genocidio en Cuba, 18951898, de John Lawrence Tone (Turner), revisa algunos mitos sobre aquel conflicto que transformó a tres naciones, y suministra nuevas perspectivas acerca de las "reconcentraciones" del "carnicero" Weyler. Católicos y puritanos en la colonización de América, de Jorge Cañizares-Esguerra (Marcial Pons), retrocede tres siglos para detenerse en el modo en que británicos y españoles construyeron y utilizaron semejantes "épicas satánicas" durante sus respectivas colonizaciones del Nuevo Mundo, un aspecto que matiza las tesis de Elliott en Imperios del mundo atlántico (Taurus). En cuanto a nuestras aventuras coloniales africanas, Un guardia civil en la selva, de Gustau Nerín (Ariel), reconstruye la figura cruel y corrupta del teniente Julián Ayala Larrazábal, conquistador y colonizador de Río Muni (antigua Guinea Española), un personaje que no habría desentonado en la siniestra tropa depredadora que refleja Adam Hochschild en el magnífico El fantasma del rey Leopoldo (Península). Por eso he recordado, mientras leía el apasionante libro de Nerín, la frase con la que Marlow, el elusivo narrador de El corazón de las tinieblas, resumía lo que sintió cuando avanzaba a través de la selva: "Un tufo de rapacidad lo envolvía todo, como el aliento de un cadáver".


Misterios

Estoy de acuerdo con Cioran: "Rusia y España: dos naciones embarazadas de Dios. Otros países se conforman con conocerlo, sin llevarlo en su seno" (De lágrimas y de santos, Tusquets). Ernesto Sabato decía en su prólogo al Ferdydurke de Gombrowicz que el Quijote se entendía mejor en aquellas naciones que habían permanecido en la "periferia del Renacimiento" (Polonia, Rusia) y que, al igual que España, se habían mantenido relativamente al margen del proceso de secularización iniciado con la Reforma protestante, y que llevaría a la progresiva privatización de Dios y su culto. En todo caso, aquí y en otros lugares "periféricos" Dios sigue sin ser un asunto tan privado como debiera. Si -como le he escuchado al vicario general de Salamanca- alguien se atreve a decir que la elección del cardenal Rouco como presidente de la Conferencia Episcopal ha sido no resultado de la relación de fuerzas en la Iglesia, sino obra del Espíritu Santo, "que pone a quien quiere y cuando quiere", entonces hasta El código Da Vinci puede resultar una novela realista. Y que nadie se extrañe de que florezcan la ironía y la sátira entre los que se resisten al renovado asalto a la razón. Aunque sólo fuera, puestos a delirar en la misma sintonía, porque el Gobierno para el que Rouco ha manifestado tan escasas simpatías (y que acaba de ser revalidado), también podría haber sido "puesto" -voto democrático por medio- por dicho Espíritu Santo, deseoso, tal vez, de propiciar, desde su panóptica, ubicua y ontológica morada, que algunos derechos civiles mejoren y se extiendan en este rincón del mundo. Al fin y al cabo, y de nuevo con Cioran, "toda versión de Dios es autobiográfica", y yo tengo la mía. Mientras pienso en estos y otros misterios, me recojo para los días semanasantinos leyendo con verdadero interés La Resurrección, de Geza Vermes (Ares y Mares), un importante libro en que el teólogo e historiador húngaro, que ya cautivó mi atención con La Pasión (en la misma editorial), arroja nueva y erudita luz sobre ese insondable misterio que constituye la clave de la bóveda del edificio del Cristianismo.


Compraventas

En el reino de los editores, como en Arcadia (yo también estuve allí), las cosas marchan razonablemente bien. Movimiento hay, sin duda. Crece el número de editoriales independientes, hoy en torno a 700. Abundan las operaciones de compraventa, como la de Castalia por Edhasa o la todavía presunta de Biblioteca Nueva por RBA, un grupo catalán que está engordando tanto que va a necesitar un traje nuevo, como el emperador. Pero eso es un nivel, y otro muy distinto el de Planeta, primer grupo editorial español. Aunque el gigante de la Diagonal sigue haciendo gala de un secretismo que le hubieran envidiado los de the Circus de Smiley y Le Carré, no hay muro que se resista a mi sofisticada red de micrófonos, hackers y topos estratégicamente situados. Continúan sub rosa las negociaciones para la adquisición, por parte de Lara, de Editis, el segundo grupo editorial francés, ahora gestionado por el fondo de inversión Wendel, con sede en Luxemburgo. Mi topo allí asegura que el acuerdo que pondría a Planeta entre los ocho grandes del (otro) planeta podría cerrarse antes de final de mes. También me sopla que uno de los intermediarios clave de la transacción pudiera ser José Manuel Gómez ("grande de España", lo llamó la revista LivresHebdo), presidente de Anaya, un grupo propiedad de Hachette, a su vez antiguo propietario de Editis (del que se vio obligado a desprenderse por decisión de la Autoridad de la Competencia), quien cobraría por dicha intermediación una cantidad como para adquirir un Xanadu como el del ciudadano Kane. Mi topo aventura que, si finalmente se realiza la compraventa, luego se abriría un proceso de traspaso de editoriales de uno a otro grupo. Y es en ese proceso -lento y complejo- cuando Anaya podría acabar en manos de Planeta, que siempre ha deseado situarse en el muy rentable mundo del libro de texto. Lara no tendría dificultad en pagar el millardo (aprox) que pide Wendel: el Banco de Sabadell, en el que participa, y la puesta a la venta de la Casa Fabiola, la espléndida sede sevillana de la Fundación José Manuel Lara, contribuirían a la caja. Pero todo esto no son más que conjeturas, añade, prudente, mi topo.


El Pais. Babelia


jueves, 28 de septiembre de 2023

La enciclopedia de Babel por Manuel Rodríguez Rivero

ÍDOLOS DE LA CUEVA

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO

12 MAR 2008 

Empezaré por reconocer que soy un decidido defensor de Wikipedia. Cuento con que una confesión semejante sea recibida con displicencia, pero no puedo negarlo: soy usuario habitual de la inagotable enciclopedia online creada en 2001 por Jimbo Wales y Larry Sanger y que en este momento incluye 10 millones de artículos escritos en 137 lenguas activas.

En el árbol de mi página de "favoritos", carpeta "referencia", he creado entradas para todas las versiones de Wikipedia cuyas lenguas puedo comprender con menor o mayor dificultad, desde el inglés hasta el asturianu. Recurro a una u otra según la naturaleza de lo que deseo obtener. Si, por ejemplo, necesito orientarme rápidamente acerca de Jaume Safont o sobre el calçot, existen más posibilidades de que encuentre mejor información en la Viquipèdia (versión catalana) que en cualquier otra.

La Wikipedia inglesa, la más extensa y segura, contaba esta mañana con 2.273.708 artículos, mientras la española (en el noveno lugar por número de entradas), con 340.875. Una de las razones de tamaña disparidad es que, como se sabe, la ciberenciclopedia aumenta y se perfecciona a partir del trabajo voluntario y gratuito de "autores" y "editores" que redactan y depuran los textos, y entre los hispanos el trabajo voluntario no goza de especial predicamento. Wikipedia es de todos y la construyen muchos, pero hay que dedicarle tiempo y esfuerzo. Entre otras razones, porque una entrada puede iniciarse por alguien consciente de su ausencia, pero que no cuenta con la formación o los datos necesarios para completarla con garantías. Y no basta con señalar las deficiencias: luego deben intervenir los que las perciben, cada uno editando y completando la obra del anterior con sus propios conocimientos. Todo ello supervisado por los administradores (unos 1.500 para la edición inglesa) que se ocupan del mantenimiento y los vínculos, y de controlar los estragos que ocasionan periódicamente los vándalos. Cuando los contenidos de una entrada o parte de la misma ocasionan controversia (véase, por ejemplo, Guantanamo detention Camp o "Comunidad Valenciana"), se produce una "guerra de editores", lo que se advierte en el texto hasta que las diferencias se resuelven en la "página de discusión", en la que se aspira a la "neutralidad" propia de una enciclopedia. La tensión entre "inclusivistas" y "borradores" también es una constante en un corpus que se quiere vivo.

¿Garantía total? Claro que no. Cada uno usa Wikipedia como puede y sabe -algo que profesores y educadores deben tener muy claro a la hora de orientar a sus alumnos-, pero a estas alturas resulta inútil limitar el uso de una de las más formidables herramientas de conocimiento del siglo XXI. Una enciclopedia en cuya estructura no se establecen diferencias entre alta y baja cultura, entre el ayer o la actualidad: resulta fascinante poder informarse bien y rápido sobre las circunstancias en que fue compuesto The end, el tema de The Doors, o sobre la Selenografía de Hevelius. Todo al alcance de un click.

Un reciente artículo en The New York Review of Books del novelista Nicholson Baker -el mismo que hace años llamó la atención acerca de la escandalosa destrucción de libros que "no caben" en las bibliotecas públicas- señala precisamente esa condición siempre perfectible y altruista (además de adictiva) de Wikipedia. Ser editor requiere la aceptación de un conjunto de sencillas normas (véase en Wikipedia el artículo "Wikipedia"). Una vez aceptadas, uno ya está en disposición de poner sus conocimientos a disposición de todos con la certeza de que, alguien, alguna vez, los leerá y, quizás, pueda completarlos o corregirlos. Así va creciendo una enciclopedia de Babel que, a diferencia de la homónima biblioteca-universo de Borges, no existe desde toda la eternidad, pero tiene vocación de guardar todo el conocimiento humano. Y, además, no ocupa espacio: como el saber. Un vértigo.


El Pais


miércoles, 27 de septiembre de 2023

Infinitas lecturas de "Rayuela"

Varios artistas latinoamericanos se acercan a la novela de Cortázar, en el 60º aniversario de su publicación, en una nueva exposición en Madrid.

Por Javier Montes


'Study for Rearranging the Conference Table 8', 2020, obra de Amalia Pica en la Galería Marlborough.

Hace 60 años que la Editorial Sudamericana publicó Rayuela, aunque en España no pudo editarse hasta muerto Franco. Cortázar la llamó contranovela, y sus estereotipadas escenas de la vida bohemia parisiense y el amour fou ya muy trasnochado de Oliveira y La Maga han compartido desde entonces estante con El lobo estepario, El guardián entre el centeno, Los detectives salvajes o En la carretera en la protobibliotecas de muchos adolescentes: libros iniciáticos, dobles bildungsromans que son a la vez novelas de formación de sus personajes y de sus lectores. De esos que antes de los 20 se leen con devoción, se usan como arma seductora y contraseña de identidad para descubrir compinches; y que más adelante, alcanzada la mayoría de edad lectora, da un poco de miedo releer y se prefiere recordar con el pudor cariñoso que reservamos para los primeros deslumbramientos como lector adulto, quizá en una transferencia de la nostalgia por esa edad en la que nada se entiende y todo se aprende.

Siendo el libro de iniciación por excelencia de la literatura en español, a estas alturas más que leerse Rayuela ya siempre se relee. Y por eso justamente tiene tanta miga el juego - en el sentido más cortazariano de la palabra- que propone Octavio Zaya al comisionar esta muestra colectiva según unas reglas breves y precisas: invitar a un brillante plantel de artistas latinoamericanos (con sólida carrera a sus espaldas, pero de preferencia sin galería en España) a releer el libro en su idioma original y proponer nuevos ángulos de visión y nuevos modos de entenderlo o recordarlo. Porque Rayuela es ya, más que una o buena o mala novela, un clásico. Y lo es en parte por la coloratura sentimental y biográfica que tiene para cada cual y por su fecundidad como semillero de relecturas para cada generación.

Esa polinización cruzada entre lo literario y lo plástico es además particularmente oportuna en su caso. A propósito de su estructura no lineal se ha hablado mucho de las teorías semiológicas entonces de moda, sobre la muerte o disolución del autor, la autonomía del texto o su coescritura por parte de un lector empoderado, y sus roces con los experimentos del nouveau roman y el Oulipo que hacen de Rayuela la más afrancesada de las novelas latinoamericanas. Pero el libro también participa de un zeitgeist más amplio que en los sesenta y en el terreno de las artes visuales desarrollaba los planteamientos de Duchamp o Cage: cuando el azar, las reglas combinatorias, lo serial y las variaciones y permutaciones de elementos modulares jugaban un papel fundamental en el desarrollo de un arte conceptual que junto al pop desmontaba la idea tardorromántica del arte del expresionismo abstracto americano y los varios informalismos europeos.

A las reminiscencias personales y biográficas del libro alude Fernando Bryce con uno de sus paneles dibujados a tinta en los que aparecen titulares de la época, afiches de películas inspiradas en obras de Cortázar o un plano psicogeográfico que superpone personajes de la novela y autores afines al trazado de las calles de París. También Sandra Ramos, con una gran instalación de pequeños lienzos sobre estantes al alcance de la mano: funden impresiones de lectura y recuerdos propias en una "cartografía lúdica" que el visitante puede barajar y reconfigurar, igual que el lector de Rayuela con los capítulos del libro.

Cerebro, la pintura-objeto de Leda Catunda, también invita a la manipulación de sus diferentes capas de tela, que evocan los diferentes niveles de lectura del libro. Entre ellos, Cortázar no excluía su uso como oráculo abierto al azar: por algo su título provisional fue Mandala, del mismo modo en que Cage se había servido del I Ching para estructurar alguna de sus composiciones. Y por ahí quizá vayan los tiros del panel de Marilá Dardot, que muestra páginas abiertas de la novela donde se recogen preguntas hechas por el personaje de La Maga a los largo de la trama, dejando en blanco el resto. Luis Camnitzer también alude a su carácter de libro-brújula en su enigmática instalación El libro de los puntos cardinales, con reproducciones gigantescas de un libro abierto en ángulo de 90 grados cerrando y a la vez expandiendo infinitamente las cuatro esquinas (norte, sur, este y oeste) de su sala.

Guillermo Kuitca, argentino como Cortázar, ya había aludido directamente a la novela en la serie pictórica Missing Pages, de 2018, pero Zaya ha seleccionado para esta exposición dos lienzos espectaculares que se relacionan con él de forma más oblicua: en Filosofía para principiantes II evoca la idea de Rayuela como libro-laberinto y libro-aleph y entronca con una imaginería literaria y fantástica muy argentina y hasta borgeana. En el gran Untitled, en cambio, una gran composición abstracta pauta ritmos de composición casi jazzísticos, que tienen su continuación en la contigua instalación sonora de Tania Candiani. Se basa en el cuaderno de bitácora que Cortázar realizó para orientarse él mismo durante la escritura del libro, lleno de croquis, flechas y diagramas que la artista muestra en láminas en las que ha desaparecido el texto y "traduce" en una partitura sonora, de nuevo jazzística, que dos grandes tubas de metal difunden por toda la galería.

Amalia Pica y Valeska Soares exploran las posibilidades formales de la lectura combinatoria y aleatoria del libro como generador de formas artísticas; Rivanes Neuenschwander & Mariana Lacerda y Alexander Apóstol repescan la dimensión política, utópica y presentayochista que tuvo el libro en su día; Antonio Vega Macotela se interesa por el intento cortazariano de inventar literalmente un nuevo lenguaje (el gíglico, tan oulipiano)... En La vuelta al día en ochenta mundos, Cortázar proponía la construcción de una especie de máquina soltera, el Rayuel-O-Matic, que como un artefacto a caballo entre Duchamp y Raymond Roussel servía para proponer infinitas lecturas de su novela. Y puede que las obras de esta colectiva sean otros tantos rayuelomatics 2.0: modelos para armar y rearmar un libro infinito.

"Rayuela/El orden falso".

Galería Malborough. Madrid

Hasta el 18 de noviembre.


El Pais. Babelia nº 1.661. Sábado 23 de septiembre de 2023


martes, 26 de septiembre de 2023

Una lección de escritura en forma de novela negra

 El rey del terror consolida en Holly un personaje inolvidable y se instala en la mejor tradición de un género que admira como lector.

Por Juan Carlos Galindo


Holly

Stephen King

Plaza & Janés, 2023

624 páginas. 23,90 euros

Hace tiempo que Stephen King (Portland, 75 años) llegó a ese momento de una carrera literaria en el que muchos autores se hubiesen sentido saciados. Autor de más de 60 best sellers internacionales, rey del terror, poseedor de un universo creativo y una capacidad narrativa apabullante, King decidió en 2014 entrar de lleno en el género negro con Mr. Mercedes, la primera entrega de una trilogía protagonizada por el detective Bill Hodges y donde vemos por primera vez a una tal Holly Gibney. Ese personaje secundario fue ganando espacio y abriendo un camino que nos lleva hasta su primera historia larga como protagonista, publicada este jueves en español como Holly (Plaza & Janés).

King lo explica así en una nota incluida en La sangre manda, una novela breve que supuso el primer vuelo en solitario de la detective Gibney: "Adoro a Holly. Así de sencillo. En principio debía ser un personaje secundario en Mr. Mercedes, no más que un extra estrafalario. Pero me robó el corazón (y casi me robó el libro). Siempre siento curiosidad por saber qué está haciendo y cómo le van las cosas. Cuando vuelvo a ella, veo con alivio que todavía toma su Lexapro y sigue sin fumar".

En Holly, la detective sigue al frente de Finders Keepers, la agencia que heredó de Hodges, centrada sobre todo en pequeños casos. Los jóvenes hermanos Jerome y Barbara Robinson (ya conocidos por los lectores de la trilogía) y su socio Pete la ayudarán a resolver un extraño caso surgido de un hilo del que Holly tira con habilidad: hay una serie de desapariciones en una zona cercana sin ninguna relación aparente, crímenes que han pasado bajo el radar durante años, pero con un denominador común; los dos ancianos perpetradores. No se alarmen, no hay destripe posible. No es una novela enigma, no es un thriller en torno a un misterio por resolver: aquí sabemos quiénes son los malos, lo que desconocemos es cuándo se van a cruzar con Holly, cómo va a ser capaz de llegar hasta ellos, qué daño le van a hacer. Por que, si hay algo seguro en las novelas de Stephen King, es que sus protagonistas nunca salen indemnes. El libro está dividido en dos tiempos entreverados: en uno (de 2018 a 2021) vemos a estos dos ilustres profesores cometer sus crímenes (el porqué se descubre pronto); en otro, ya en el tiempo presente de la novela (2021, un años después de La sangre manda), vemos a Holly ir a por ellos en la parte más procedimental y pegada al policial canónico, detallado y muy elaborado.

Hay algo arriesgado de este vuelo en solitario de Holly, un peligro frente al que el autor de Misery se pasea como si nada: que el personaje se convirtiera en un cliché o en alguien que, por su particular condición, genere más pena que otra cosa. Pero ahí se alza Holly Gibney con las hechuras de un personaje que perdurará en el género por cómo está construida (hay detalles deliciosas en su camino de superación), por esta novela y por lo que vendrá: King ha confesado que ya está con otra historia sobre ella. El autor estadounidense ha entendido a la perfección la importancia de la continuidad del héroe en un género poblado por Sherlock Holmes, Harry Bosh, John Rebus, Petra Delicado y Tess Monaghan, por citar solo algunos ejemplos.

Holly atesora pérdidas antes de llegar a este libro: muerto su mentor y amigo Bill Hodges por cáncer de páncreas, muerta su prima Janey a manos de un psicópata (y antes otra prima que se suicida por culpa del mismo asesino, Brady Hartsfield, dueño y señor de las páginas más oscuras de la trilogía de Mr. Mercedes), machacada por una madre odiosa (la señora Charlotte, negacionista, muere por coronavirus al principio de esta novela en un claro mensaje a los trumpistas)...  Además, en La sangre manda ya no fumaba, pero aquí ha vuelto. Eso sí, ha conseguido mirar a la cara a la gente cuando los interroga, ya no va con los hombros encorvados, sabe enfrentarse a los problemas y usa la violencia, por mucho que le repela, si es necesario. Poeta frustrada, aquí con 55 años y más retos que rémoras, es una mujer bastante hecha, lejos del desastre que conocimos.

Una de las historias secundarias, la de la joven Barbara (aspirante a poeta, futra estudiante de Princeton, pupila de una autora mítica), es fascinante y respira amor por la literatura, pero King sabe que en este género cada capa tiene que ir hermanada con la trama general y así lo hace hasta un punto decisivo para el ritmo y el sentido final del libro. Del desenlace, por cierto, solo diremos que si en Fin de guardia (la última de Bill Hodges) y en La sangre manda transita por esos caminos de lo sobrenatural que tan bien conoce, aquí se mantiene dentro de la realidad sin ahorrarse por ello nada del horror al que nos tiene acostumbrados.

Sin un tono tendencioso ni panfletario, King atiende también a otro aspecto clásico de la novela negra: los temas sociales. Aquí están, entre otros, las reivindicaciones del movimiento Black Lives Matter, Trump y su destrucción del tejido de convivencia de Estados Unidos y la covid, pero todos se integran en la trama, en la actitud de los personajes, sin discursos. Sobre el virus, muy presente en la novela, la postura de King (a favor de las vacunas, la ciencia y las mascarillas, en contra de los conspiranoicos) es la de Holly, pero dice en la nota aclaratoria final que si hubiera elegido un personaje negacionista confía en haberlo presentado con justicia. Así ocurre, por ejemplo, con las tesis de uno de los asesinos, que por supuesto no comparte.

"Cuando crees que has visto lo peor que los seres humanos tienen que ofrecer, descubres que te equivocas. La maldad no tiene fin", comenta uno de los personajes secundarios casi al final, una frase que Holly hace suya. Y es así. El único consuelo es que ese mal siga formando parte del corpus literario de autores como King, integrado ya en la tradición de la novela negra. Bill Hodges dijo en una ocasión a Holly que él solo leía las historias de Michael Connely y su personaje Harry Bosh y las de Ed McBain ambientadas en el distrito 87. Cuando Stephen King se mete en el género, está, a su manera, a la altura de los clásicos. Y con Holly ha vuelto a regalarnos una excelente novela.


El Pais. Babelia nº 1.661. Sábado 23 de septiembre de 2023


viernes, 15 de septiembre de 2023

Todos somos griegos



Historia Oxford de Grecia y el mundo helenístico

John Boardman, Jasper Griffin y Oswyn Murray (editores)

Traducción de José C. Vales

La Esfera de los Libros, 2023

575 páginas. 25,90 euros.



Por Manuel García Sanchez

Todos somos griegos, o al menos eso creía Percy B. Shelley cuando defendía con pasión desde el Romanticismo que nuestras leyes, nuestra literatura, nuestra religión, nuestras artes tuvieron sus raíces en la Grecia antigua. Solo había que sumar un poco de orientalismo, como hicieron Condorcet, Stuart Mill o Spengler, entre muchos otros, para considerar que sin los griegos Europa estaría poblada de minaretes, más próxima a la barbarie que a la civilización, y que en la batalla de Maratón o en Salamina un puñado de soldados salvó a la civilización. Eso que llamamos Europa es el fruto, ciertamente, de una encrucijada entre Atenas, Roma y Jerusalén, aunque no es menos verdad que antes que ellas, desde las rutas de Oriente Próximo y desde Egipto, desde la ruta de la seda, desde Persia o Mesopotamia, fuera tan solo pacotilla lo que alcanzaron los emporios y las ciudades griegas ni que fueran sociedades vertebradas por el despotismo y la superstición. No es menos cierto que las concepciones del mundo egipcias y mesopotámicas fueron las que avivaron entre los griegos su propensión a preguntarse sobre el porqué de las cosas y a estimular su habilidad para crear belleza, la invención de las artes y las ciencias, pero no es menos verdad que es herencia de Grecia el que la concibamos tal como las concebimos todavía hoy.

De lo que no cabe duda es de que siempre volvemos a Grecia, para bien o para mal, en busca de humanismo o para legitimar tozuda e inmoralmente el eurocentrismo, porque en ella se encuentran los orígenes de nuestra identidad, de nuestra comunidad imaginada, con sus ficta y sus facta, y nada mejor que hacerlo de la mano de mistagogos oxonienses y coregos experimentados como sir John Boardman, desde la arqueología y la historia del arte; Jasper Griffin, desde la mitología y Hesíodo, u Oswyn Murray, desde la historia y la sociedad; desde una polifonía armónica de sabios coreutas como Martin West y Julia Annas al tratar sobre filosofía, como Simon Hornblower o Robin Lane Fox al acercarnos la historia clásica o la cultura helenística, como la de Jonathan Barnes al diseccionar la ciencia helenística, entre muchas otras timbradas voces conocedoras como nadie del mundo clásico.

La virtud de esta completísima y ya clásica Historia Oxford de Grecia y el mundo helenístico reside en el hecho de vencer un mal hábito de larga duración, a saber, el de convertir, y demasiadas veces desde la monodia, la historia tan solo en historia político-militar, lo que la Escuela de los Annales denunció hace ya muchos años como histoire événementielle, como historia de los acontecimientos. Es esta una historia cultural y en ella figuran tanto Pericles como Alejandro, Homero, la tragedia ática, la filosofía o la religión, el acontecimiento y la larga duración, el genio individual y la mentalidad colectiva, la racionalidad apolínea y la irracionalidad dionisiaca. No se descuida tampoco la mitología o la historia del arte griego e incluso se nos teletransporta hasta la vida cotidiana y la sociedad. Es esta una manera sabia de escribir una historia de Grecia, con el aval de la interdisciplinariedad y la voz de reputados especialistas, desde múltiples moradas, desde el saber de filósofos, historiadores del arte o arqueólogos que nos acercan, desde perspectivas diversas, todas las Grecias.

Sí, se objetará quizás que se trata de una obra clásica en su planteamiento historiográfico al idealizar a Gracia y al mundo helenístico e imponer una cierta sordina a la deuda de Grecia, de Europa, con Oriente. Una lectura atenta desmitirá tal reparo y lo que sobre todo le confiere su carácter de clásica no es para nada una escritura de la memoria pasada de moda o ya superada historiográficamente, sino todo lo contrario, que en sus páginas aprendemos siempre la necesidad de volver a Grecia, también en una época en la cual nos acercamos al pasado con una mirada presentista y multicultural.

Épica y lírica, filosofía y teatro griego, mitología y religión, arquitectura y arte, todo ello de la mano de relatos de historia y de historiadores griegos, nos revelan porqué todos somos griegos. Sus historias y sus ideas nos resultan siempre familiares, tanto da que acompañemos a Antígona en su dilema moral o que los átomo s sean todavía hoy el fundamento de la naturaleza. Como diría Goethe, seguimos sintiendo a Grecia como nuestra porque Homero fue modelo de Virgilio o Dante y la mitología griega persistió en todo el arte europeo, en Miguel Ángel o Rubens, en Milton o Keats, porque Grecia inventó la democracia y porque sigue siendo criterio de evaluación de casi todas las cosas. Grecia siempre nos ayuda a comprender y a comprendernos, a entender y a entendernos, a desvelar lo divino y lo humano, la naturaleza y la convención. Por supuesto que podemos también censurar a Grecia, por el esclavismo, por la discriminación de la mujer. Pero el legado de Grecia supera ampliamente sus delitos y faltas, sus vicios, y porque Grecia siempre tiene la ventaja de que su pasado no es nunca un país extraño. Todos seguimos siendo griegos, sencillamente porque, como dijo el poeta Odisseus Elitis, allá donde vamos, Grecia va con nosotros. Tal es el poder liberador del pasado de Grecia, de su palabra fértil, tal es su poder terapéutico para liberarnos de la tiranía del presente, todo ello hace de Grecia la escuela de la civilización, por qué todos nosotros somos griegos.




El Pais. Babelia nº 1.647. Sábado 17 de junio de 2023



lunes, 11 de septiembre de 2023

El genio que jamás creyó en el genio

Los ensayos de Edgar Allan Poe revelan a un autor analítico, fiel en su escritura al rigor propio de un problema matemático y que no entiende de arrebatos de inspiración

Por Javier Aparicio Maydeu



Ensayos completos

Edgar Allan Poe



Vol.I. Traducción de Antonio Rivero Taravillo. Prólogo de Fernando Iwasaki

Páginas de Espuma, 2018

522 páginas. 27 euros




Vol. II. Traducción de Antonio Jiménez Morato

2021

534 páginas. 27 euros



Vol. III. Traducción de A. Jiménez Morato.

2023

477 páginas. 35 euros.

"Como del otro lado del espejo / se entregó solitario a su complejo / destino de inventor de pesadillas" ("El otro, el mismo") rezan estos versos del poema que Borges le dedicó a Poe sabedor de que el genio de Boston, lejos de integrar el romanticismo auspiciado por la mítica noción de  inspiración, es una figura de palmaria anacronía porque sus ideas estéticas ni se corresponden con las de la época que le tocó vivir, y pertenece a la estirpe de los artistas que se han visto obligados a construir un mundo literario, a revelar las claves que contribuyen a interpretarlo y a levantar un andamiaje que sustente su poética, y la de Poe es de corte analítico, fundada en la lógica y en los pormenores, fruto de un cientifismo que de algún modo vaticina algunos de los presupuestos de la narrativa naturalista en la que las emociones le llegan siempre al lector tamizadas por la distancia impuesta por el narrador, y poco importa si relata en tercera como en primera persona. Fue Poe el que aseguraba que es primordial disponer de un plan para no desviarse del camino, y que divaga sin remedio el escritor que se deja llevar por la inspiración, inducida o no por por paraísos artificiales. Que cada párrafo le rinda pleitesía al texto final. Y es "Filosofía de la composición", breve alegato en detrimento de las musas recogido en el primer volumen de los Ensayos completos, el texto en el que consigna estas convicciones desde la obstinación en obedecer a un modus operandi, persuadido de que "ningún punto de la composición puede atribuirse a la intuición ni al azar; y aquella avanzó hacia su terminación, paso a paso, con la misma exactitud y la lógica rigurosa propias de un problema matemático". Valéry supo ver a través de la idolatría de Baudelaire por el autor de La caída de la casa Usher que Poe es "el demonio de la lucidez, el genio del análisis y el inventor de las combinaciones más seductoras de la lógica con la imaginación, del misticismo con el cálculo". Y a la "matemática tiniebla" de Poe se refiere Neruda en su célebre poema de Canto general. No contribuye al azar, tampoco la intuición, a la invención del arquetipo del cuento contemporáneo y de la poesía simbolista, sí desde luego la disciplina en el proceso creativo y las estrategias discursivas aprendidas en incontables y provechosas lecturas en las que atiende a las historias pero se detiene en las palabras elegidas para relatarlas y en el modo en que son dispuestas con exactitud de orfebre, al contrario, dece, de la mayoría de los escritores, "que prefiere dar a entender que componen bajo una especie de frenesí, una intuición extática".

Junto a la edición de los Cuentos completos publicada por Páginas de Espuma en 2008, con traducción y prólogo de Julio Cortazar y prefacios de Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, y el volumen de Poesía completa traducida y editada por José Francisco Ruiz Casanova (Cátedra, 2016), dispone ahora el lector en español de los Ensayos completos en tres volúmenes que Páginas de Espuma comenzó a publicar en 2018, y el tercero de los cuales celebramos que acabe de ver la luz de modo que puede acceder en su idioma al vasto universo del autor de Los crímenes de la calle Morgue. Apresurémonos a decir que estos volúmenes podrían haberse titulado Obra crítica porque sobre todo reúnen reseñas y porque bajo este marbete también se acomodaban sin esfuerzo los cuatro estudios sobre poesía que abren el primer volumen, sobre todo la imprescindible e influyente "Filosofía de la composición", el erudito y sumamente técnico "La lógica del verso", y una teoría poética en toda regla que lleva por título "El principio poético" y en el que abunda en la idea de que la creación literaria debe rehuir la pasión porque precisa de la contención ("para imponer una verdad, necesitamos severidad antes que la eflorescencia del lenguaje").

En su ensayo sobre Daniel Dafoe, a vueltas con la verosimilitud le recrimina al lector que leyendo Robinson Crusoe "ninguno de sus pensamientos es para Defoe, todos para Robinson", como si el éxito de un texto no fuese hijo del talento artístico con el que se ha compuesto. Dedica un "Exordio a las reseñas críticas" en el que defiende la crítica literaria como un ejercicio riguroso que mitigue en lo posible "la opinión frívola", y en "Sobre críticos y crítica" encomia la lectura que interpreta y señala defectos y no de la que cae en hagiografías, sino de la que "muestra cómo se habría podido mejorar la obra para contribuir a la causa general de las letras", a la vez que diserta en torno a la necesidad de una defensa del talento literario norteamericano más allá de la rémora de sentirse colonia británica también en el terreno literario. De entre sus compatriotas, elige autores que podrían constituir el canon de su literatura nacional. Hereda el gótico de Potocki o Walpole y lee a Coleridge con devoción, elogia los cuentos de Hawthorne pero afea el inglés de Fenimore Cooper. Presagia a los 32 años el éxito de Dickens cuando el inglés cuenta con 29. Debate acerca del plagio y de la originalidad, y se permite el lujo de escribir una reseña sobre su propia obra, como hará más tarde Nabokov. Anotemos que la labor crítica de Poe no solo contempla dificultades hermeneúticas o abre debates que auguran el comparatismo, arremete contra formas verbales inadecuadas y riñe al autor que emplea mal el polosíndeton. No es a Poe a quien hay que decirle que la literatura es lenguaje, un eje paradigmático, que atraviesa un eje sintagmático, elegir y disponer en el papel, a sabiendas de que "solo un escalón se interpone entre lo sublime y lo ridículo".

Observamos una mente en ebullición, un artista que no entiende de clarividencias y arrebatos y se obliga a comprender los mecanismos del arte y a percibir qué decisiones lingüísticas generan qué efecto, un genio que jamás creyó en el genio, un autor genuinamente moderno que ya supo ver, antes de lo advirtiera Pavese en El oficio de vivir, que "el artista que no analiza continuamente su técnica es un pobre hombre".


El Pais. Babelia nº 1.654. Sábado 5 de agosto de 2023


domingo, 10 de septiembre de 2023

"Arcana Mundi": hacia una antigüedad esotérica

El libro de Georg Luck simboliza el interés moderno por acercarse al ocultismo antiguo como vía de conocimiento del mundo clásico

Por David Hernández de la Fuente


Arcana mundi

Georg Luck

Traducción de Elena Gallego Moya y Miguel E. Pérez Molina.

Alanza Editorial, 2023

744 páginas 

18,50 euros


En el año 158, el escritor romano Apuleyo, célebre hoy por su magnífica novela El asno de oro -sobre las andanzas de Lucio, un aprendiz de brujo malogrado y transformado en burro-, fue procesado por una acusación de magia ante un tribunal, lo que podía haber acabado con su condena a muerte. Había iniciado una relación con una viuda, madre de un excompañero suyo de estudios platónicos en Atenas, que había acabado en matrimonio con aquella mujer 10 años mayor que él e inmensamente rica. Apuleyo acabó convenciendo al tribunal de que no había usado la magia para seducirla, con un discurso -que conservamos íntegro- en el que justificaba su interés en el mundo de los espíritus por su condición de filósofo. Argumentaba, en su defensa, que otros muchos filósofos, como Pitágoras o Empédocles, también habían acabado acusados injustamente de brujería.

Esta anécdota, entre muchos otros textos relacionados con las que hoy llamaríamos "ciencias ocultas", es solo uno entre muchos testimonios del interés por las magia, la adivinación, la astrología o la demonología que había en la vida cotidiana del mundo antiguo: desde la política a la judicatura, de ahí a la literatura o las artes, todo estaba, en cierto modo, marcado por esa pasión por lo sobrenatural. Pero ¿de qué estamos hablando?, ¿magia o religión, alquimia o ciencia, astrología o astronomía? Sobre todo cuando recordamos los nombres de algunos filósofos presocráticos, como los citados, es difícil trazar la línea divisoria, pues muchas veces parecen más bien santones o taumaturgos que pensadores lógicos o científicos.

Desde hace al menos cuatro décadas la investigación se ha centrado preferentemente sobre la incidencia de estas cuestiones en la historia social, política, de las mentalidades y las religiones.Justamente por aquél entonces se publicó en la editorial académica de la John Hopkins University un volumen que, en cierto modo, simbolizaba el interés moderno por desmenuzar todo el conglomerado del ocultismo antiguo como vía de conocimiento de aquel mundo prestigioso, pero a veces tan mal entendido, que denominamos clásico. El libro de Gerg Luck Arcana mundi (1985), recientemente rescatado por Alianza, presentaba una amplia antología de textos comentados que enumera las razones por las que no podemos entender a los griegos y romanos sin estas facetas que no se compadecen con su fama de racionalidad y serenidad. Y es que casi todos los grandes escritores antiguos, desde los naturalistas como Plinio a los filósofos como Platón, evidencian un notable énfasis en "lo sobrenatural" simplemente como una parte oculta de la naturaleza.

Pero el interés por estos textos, que nos acercan a una antigüedad muy diferente, se remonta más atrás en el tiempo. De hecho, hace ya mucho que sabemos que el consabido "paso del mito al logos", parafraseando el famoso libro de W. Nestle (1940), tiene mucho de simplificación positivista, y que el pensamiento mítico o mágico sigue siendo muy relevante -pese a la genealogía progresiva que quiso establecer Frazer de una siempre mitificada ciencia- tanto para los antiguos como para nosotros. Tras trabajos pioneros como los de la llamada escuela de ritualistas de Cambridge, que empezó a comparar las experiencias religiosas de los griegos con las que otras culturas que antes se tachaban de "primitivas", fue el revolucionario estudio Los griegos y lo irracional, de E. R. Dodds (1951), el que marcó un antes y un después. Otros grandes estudiosos del siglo XX, cuya influencia se reconoce en la obra de Luck y que han trabajado sobre la confluencia entre la magia, filosofía y religión, son A. J. Festugière o A. D. Nock, herederos a su vez de estudios pioneros en siglos anteriores, como los de Fontenelle, Creuzer, Lobeck o Bouché-Leclerq. Hoy todos están superados, también en cierto modo Luck, pero hay que reconocer el camino que marcaron.

En el comienzo, parecen apuntar estos textos, fue la sophía, que adopta varias máscaras. Entre las analogías y las diferencias, el lector puede tratar de ir deslindando, entre magia y religión -adivinación, ensalmo y plegaria conciernen a ambas- o de investigar los paralelos entre magia y filosofía, en astronomía, teurgia o alquimia. En el trasfondo está la noción de que existe una "fuerza" -la dynamis, poder divino, o acaso demónico- que vincula todo en el universo. Una especie de sympátheia, o conexión cósmica, conecta la materia y la conciencia, sobre la idea de mediación o comunicación, otro noción clave para entender cómo funcionan los démones o seres intermedios -o, a veces, los "hombres divinos" (theioi andres, según la denominación clásica)- y los oráculos. De hecho, la noción de daimon, que atraviesa la historia de la antigüedad desde la época arcaica a la cristiana, se puede rastrear como ejemplo de mediación con lo divino en diversas tradiciones esotéricas que aparecen en varias escuelas filosóficas y en figuras sapienciales, desde Pitágoras hasta los santos de la Antigüedad tardía.

De forma muy sugerente, Luck trata en su introducción algunas aplicaciones de categorías en principio extrañas a la religión antigua y procedentes de la antropología, la psicología o la historia de las religiones (tabú, mana, chamanismo, médium, etcétera), que pueden ser útiles para dilucidar la especial relación con lo divino de algunas de estas figuras clásicas. Especialmente fascinantes son los desarrollos desde los primeros siglos de nuestra era y su ambiente espiritual apasionante. Entre el declive de los oráculos y la descreencia de la religión tradicional grecorromana, en torno al siglo II, se va a experimentar un cambio histórico-cultural y religioso ciertamente  crucial: coincide con la emergencia del cristianismo y el auge de nuevos misterios orientales muestran un auténtico boom de lo espiritual en medio de un mundo en incipiente crisis. Lo recoge la afortunada expresión de Dodds "una época de angustia", en la que el mundo de los oculto, en general, es sin duda la clave de bóveda.

Así se ve, por ejemplo, en la novela El asno de oro, para terminar donde empezamos, donde se describe con especial vivacidad el ambiente que rodea la metamorfosis de Lucio: es este un mundo plagado de brujas, milagros, sacerdotes ambulantes, mágicos azares y extraordinarios sueños. Entre ocultismo y esoterismo, como quería Guénon, quizá medie solamente lo sublime- y en Apuleyo lo encontramos, desde luego, en la memorable fábula de Amor y Psique, de tan rica recepción-, que otorga un inolvidable simbolismo místico-literario a alguna de las páginas que recoge la antología aquí comentada. Pero cabe recordar que ambas facetas, la popular y la elevada, son dos caras de un mismo y apasionante fenómeno que toca lo irracional o subsconciente en nosotros y que bien merecía una evocación como la que nos propone este libro. Es de agradecer que ahora, 40 años después de su publicación, se rescate la recopilación de textos que, de cierta forma, inició el desarrollo actual de las investigaciones sobre la pasión por lo sobrenatural de nuestros queridos clásicos.







El Pais. Babelia nº 1.656. Sábado 19 de agosto de 2023



miércoles, 6 de septiembre de 2023

domingo, 3 de septiembre de 2023

El Sueño eterno de Raymond Chandler

Leo regularmente, o con regularidad, o cuando vuelvo a ver el libro buscando otra cosa, el caso es que llevo bastante tiempo volviendo una y otra vez a ciertos libros. De forma cíclica releo una y otra vez algunas novelas. Mayoritariamente, novelas negras, clásicas, sobre todo de Raymond Chandler. 

Son novelas aparentemente del género negro, de detectives. Situadas en el tiempo en los años 40 y 50 del siglo XX, en California, en la ciudad de Los Angeles. Pero en realidad el novelista consiguió retratar personajes atemporales y sobretodo un detective que jamás habría podido ganarse la vida si hubiese existido en el mundo real.

Acabo de terminar El sueño eterno (mi favorita es El último adiós), y a pesar de que la literatura hard boiled ha sido representada en el cine desde muy pronto y muy a menudo, el único personaje que consigo ver, visualizar, al leer, es el personaje de Vivian Regan: “…y miré a la señora Regan, que era merecedora de atención, además de peligrosa. Estaba tumbada en una chaise-longue modernista, sin zapatos, de manera que contemplé sus piernas, con las medias de seda más transparentes que quepa imaginar. Parecían colocadas para que se las mirase. Eran visibles hasta las rodillas y una de ellas bastante más allá. Las rodillas eran redondas, ni huesudas ni angulosas. Las pantorrillas merecían el calificativo de hermosas, y los tobillos eran esbeltos y con suficiente línea melódica para un poema sinfónico. Se trataba de una mujer alta, delgada y en apariencia fuerte. Apoyaba la cabeza en un almohadón de satén color marfíl. Cabello negro y fuerte con raya al medio y los ojos negros ardiente del retrato del vestíbulo. Boca y barbilla bien dibujadas. Aunque los labios, algo caídos, denotaban una actitud malhumorada, el inferior era sensual.”

El texto anterior pertenece al principio del capítulo 3 del libro, y aparece en mi cabeza en toda su gloria de juventud, Lauren Bacall. Juro que el resto de personajes no forman una imagen tan nítida en mi cabeza, son arquetipos en base a las descripciones, pero Lauren Bacall aparece de forma clara y sin dudas.




Ya digo que suelo releer el libro regularmente. Al personaje de Philip Marlowe nunca fui capaz de ponerle rostro, se asemeja demasiado a un Quijote moderno, solitario hasta extremos irreales, que es casi un misógino, el mismo dice que aborrece a las mujeres. 

Y la lista sigue, casi interminable, retratando a toda un colección de personajes, desde los policías, fiscales, matones, delincuentes, secretarias, cantantes, sirvientas, mayordomos, todos perfectamente retratados, envueltos todos en una trama de pornografía, juego, seducción y muerte.

Por cierto, mi versión cinematográfica favorita por si no se ha notado es El sueño eterno dirigida por  Howard Hawks y protagonizada por Humphrey Bogart y Lauren Bacall.

Dejo aquí un enlace para quien quiera leer razones y citas para leer a los clásicos que me gusta bastante : ¿Por qué leer los clásicos? por Pablo Hernández Blanco de la revista Jot Down

viernes, 28 de julio de 2023

"Cosy crime": la nueva ola amable de la novela negra

Misterios protagonizados por un detective amateur, ausencia de sangre, humor socarrón y localizaciones idílicas. Son los ingredientes de un subgénero apacible del noir que vive un momento de gloria en España.


Jean Arthur, en un fotograma de The Green Murder Case (1929), de Frank Tuttle. 


Por Juan Carlos Galindo

Una corriente amable se abre camino en la novela negra desde la orilla opuesta al gusto predominante por el crimen real, las vísceras, el investigador torturado y los psicópatas más o menos fantásticos. El cosy crime o cosy mistery (también escrito cozy) ha vivido una revitalización en los últimos años hasta convertirse en la receta ideal para refrescar unas mentes abrumadas por el calor y la realidad política de este verano. El lector busca refugio en periodos turbulentos y la literatura de género criminal ha ofrecido desde sus orígenes ese relato cerrado y reparador, aunque esa haya estado lejos de ser su misión esencial.

Pero empecemos por el principio: ¿qué es el cosy crime? Como la denominación indica, estamos ante novelas acogedoras con unas características comunes: la investigadora (la inmensa mayoría son mujeres) es amateur (publicista espabilada, restauradora de libros, joven dama decimonónica sin oficio, la reina de Inglaterra, etcétera) y utilizará la lógica para resolver el misterio; el escenario del crimen es una localidad apacible y una pequeña comunidad en la que todos se conocen; hay un juego con el lector, que se implica de lleno en la resolución, y un humor inteligente e integrado en el tono de las historias. Resulta complicado, y posiblemente baladí, buscar el origen exacto de este género que ahora puebla los estantes de las librerías españolas, pero se encuentra directamente relacionado con la primera edad dorada de la novela negra británica. Uno de los mejores ejemplos de esta conexión es Muerte bajo el sol, de Agatha Christie. A pesar de los pijamas de seda de los protagonistas y el impecable cielo azul del cielo, no llega a ser exactamente un cosy mistery como lo conocemos ahora, pero Christie abrió con ella una senda que consolidaría con Miss Marple. Aquí la autora juega al despiste con el lector de la mano de Hércules Poirot en unas maravillosas playas de Devon (Inglaterra) que, sin embargo, cuando la novela se publicó en 1941, se había convertido ya en zona de guerra. Volviendo a la época dorada, digamos que los autores tienen en cierto modo presente el decálogo de Knox (1929), donde se establecían unas normas para el escritor de novelas de misterio que le conminaban a ser justo y jugar limpio (menos el punto 5: "Ningún chino debe figurar en la historia", absolutamente inexplicable).

Como aquellos momentos de tensión bélica, la pandemia marcó un punto de evolución para un grupo amplio de lectores que viraron hacia este tipo de literatura. "Hemos visto que el lector buscaba más que antes una novela entretenida, más ligera y menos violenta, aunque inteligente y bien construida, con personajes entrañables. Una novela que en estos tiempos de pandemia y postpandemia nos permite evadirnos fácilmente y que, en poco tiempo, se ha hecho un hueco importante entre los lectores del género negro y de la ficción en general", explica Anik Lapointe, editora de Salamandra, el sello que ha traído a las librerías españolas las aventuras de Agatha Raisin. Escrita por M. C. Beaton -uno de los seudónimos de la prolífica Marion Chesney- desde principios de los noventa, la serie de uno de los mejores ejemplos de las virtudes del género. Su éxito se apoya en la personalidad de su protagonista, una publicista prejubilada que abandona Londres para irse a un pueblecito en la primera entrega (Agatha Raisin y la quiche letal, 2019) y que a lo largo de más de 30 novelas ha prendado a los lectores con su humor no exento de rudeza, su determinación, un extraño atractivo y sutiles pero enternecedoras debilidades. En España acaba  de salir la sexta entrega (todas están editadas por Salamandra): Agatha Raisin y la turista impertinente.

Jubilados y mandatarias retiradas

La explosión del cosy crime está llenos de casos de éxito en los últimos años. Ahí está, por ejemplo, Richard Osman y su grupo de jubilados investigadores, una serie que empezó en plena pandemia con El club del crimen de los jueves (Espasa) a un ritmo de ventas que no se había visto en el Reino Unido desde el estreno de Harry Potter. En octubre llega El último en morir, la cuarta entrega de una serie que ha sabido jugar con todas las virtudes del género. No es el único caso con personajes de edad avanzada y, en general, retirados de la actividad pública. Ahí tenemos a la propia Agatha Raisin o las novelas de S. J. Bennett, que convierte  a Isabel II en una detective de lo más peculiar y de la que Salamandra ha publicado este mes la tercera entrega. Un crimen entre la realeza. En este ámbito se encuentra Miss Merkel. El caso de la canciller jubilada, de David Safier (Seix Barral). En esta ocasión, la detective amateur es la política alemana, ahora retirada y aburrida de los pasteles y el senderismo; el entorno idílico, el del lago Dumpfsee, y el motivo disruptor de esa paz perfecta, el habitual: el asesinato. En la segunda  entrega, El caso del jardinero enterrado, su perrito Putin (tal cual) encuentra un cadáver y a partir de ahí...

En esta disrupción tranquila del cosy mistery, el lector juega varios papeles. Por un lado, como el aficionado a la novela fantástica o a la romántica, el lector de estos misterios acogedores demanda una serialización, quiere quedarse con el personaje, desea más. "Las mujeres leen más, también en novela negra. Y en el cosy crime en torno al 70% son mujeres y de una edad a partir de los 35 años. Son lectoras muy ávidas y de ahí que tengan que ser series. Salen hasta dos títulos al año. Siempre quieren el siguiente, de manera que se replica un poco lo que pasa con las series de televisión", explica María Fasce, editora de Alfaguara y Lumen, casa que acaba de publicar Un crimen con clase, de Julia Sales. Se trata de una novela muy británica a pesar de ser una autora de Kentucky, inmersa en la campiña inglesa del siglo XIX, con una protagonista, Beatrice Steele, que sueña con salir del corsé social de clase alta en el que está atrapada y resolver crímenes reales sobre los que lee en los periódicos. Hay una pasión de la autora por Jane Austen que se ve aquí retorcida y ampliada desde la ironía, pero también desde el humor, atentos a la figura del padre, y buena literatura.

Juegos con el lector

Los autores juegan con la conexión que siente el lector con el protagonista que no es policía, ni investigador privado o abogado, ni siquiera periodista, sino alguien alejado por completo del mundo del crimen, con su trabajo y su vida. Anthony Horowitz -uno de los autores más prolíficos de los últimos tiempos, creador de Alex Rider y autor de más de 100 novelas y libros de relatos- se lanzó a este género con la serie protagonizada por Susan Rylan, de la que destaca su primera entrega, Un asesinato brillante (Ediciones B). En ella lleva más allá el juego con el lector y la apelación a su capacidad lógica al incluir una trama libresca en la que hay un misterio dentro de otro misterio. Pero si alguien estira con habilidad los límites de esa relación con el lector es Janice Hallett, autora del sorprendente El código Twyford, pero que antes había creado uno de los mejores cosy crime de los últimos tiempos: La apelación (Ático de los Libros, como el anterior). Aquí directamente el lector está implicado en la resolución del crimen ocurrido en el idílico pueblecito de Lockwood. Hay 15 sospechosos y muchos rincones oscuros que vamos descubriendo gracias a una narración organizada a través de correos electrónicos, mensajes, listas de invitados...

En la editorial Alma vieron pronto esa relación directa con el lector y sabían que era un género bien afianzado en otros mercados, pero incluso así se sorprendieron del éxito inmediato de la apuesta. "En marzo de este año tuvimos la primera sorpresa: creíamos que tendríamos que explicarlo más, pero los libreros se apuntaron rápidamente. El público enseguida compró los libros y tuvimos un efecto en redes sociales, con muy buena respuesta en Instagram y Tik Tok, donde son muy activos", comenta Josep Pi, uno de los editores de este pequeño sello con gusto por lo clásico. Suyos son Crimen descatalogado (Miranda James), Unas galletas de muerte (Joanne Fluke) o Asesinato entre libros (Kate Carlisle), una primera novela de una serie que ha alcanzado bastante éxito y muy anclada en la columna vertebral del género, aunque esta vez trasladado a la zona más acogedora de la costa de San Francisco.

Un humor especial

En un negocio en el que todo está pensado, las portadas también juegan su papel: ilustraciones amables, con un toque clásico y hogareño donde se retratan protagonistas y se describen situaciones donde prima el humor. Y ahí está la pieza restante del rompecabezas. No suele ser desternillante y en el equilibrio creado se basa su éxito. "Un asesinato siempre es un acto de violencia extrema, se mire por donde se mire; pero si se comete a la manera decimonónica, digamos que, por ejemplo, con arsénico por en medio, la atención del lector se desvía más a la resolución del crimen y a la parte del juego que plantea la novela. En cualquier caso, creo que en la obra de los autores que destacan en este género el crimen no se banaliza; si así fuera estoy seguro de que crearía rechazo en los lectores. Eso no excluye que el humor tenga cabida, pero suele estar graduado adecuadamente; el absurdo también tiene una presencia fundamental", explica Fernando Paz, editor de AdN y Contraluz, que ha apostado en su caso por Finlay Donovan: una escritora de muerte, de Elle Cosimano, una obra que tiene mucho de ese humor preciso y respetuoso. "En el caso del cosy crime, el humor no incide en los aspectos relacionados con la muerte o el crimen, sino que apunta de forma más o menos amable o mordaz a la propia protagonista o a otros personajes o situaciones de la vida en esas pequeñas comunidades cerradas de los pueblos", insiste Lapointe para evitar cualquier malentendido. La violencia no es casi nunca explícita y nunca gore: "El asesinato en sí nunca se describe cómo, no hay morbo, sangre, nada. Eso permite trufarlo de un humor elegante, inglés, que está en la vida de las personas. Y queda muy bien unido con la trama", explica Pi. Los diálogos, rápidos, a veces banales, otras muy divertidos, completan el canon de este género.

Muchas veces, sin embargo, las razones del éxito de una corriente no son del todo ponderables. "Es un hecho indudable que los géneros vienen y van en función de circunstancias imprevisibles para las propias editoriales; y este podría ser un buen ejemplo: un género que se consideraba olvidado acaba volviendo con mucha fuerza", explica Paz. Lapointe contextualiza este resurgimiento en una tendencia más general, junto a "la vuelta de Arsène Lupin, Sherlock Holmes y el modelo europeo de la novela de misterio".

El aluvión de novedades continuará, pero parece que en un mercado más maduro que el que vivió la moda nórdica, la de los psicópatas, el domestic noir, la novela negra rural y otros. Quizás porque, como ocurre con la inagotable novela negrea mediterránea, el cosy crime hunde sus raíces en algo más profundo. En enero de 2024, Lumen publicará El club del crimen, de C.A. Lamer, y en mayo, Jane Austen investiga, de Julia Golding. En Alma seguirán con las tres series abiertas y buscan nuevos mercados (novelas para amantes del café, o del ganchillo") y se suman a la recuperación de obras de Holmes en este gusto por el enigma clásico a que se ha apuntado, por ejemplo, Arturo Pérez-Reverte con la muy holmesiana El problema final (septiembre). En Contraluz seguirán con la serie de Finlay Donovan y en Salamandra con la de Agatha Raisin (dos entregas en 2024), la de la reina Isable II (cuarta novela en mayo) y la segunda parte de la deliciosa Los misterios de la taberna Kamogawa, del japonés Hisashi Kashiwai.

Aquí hablamos de libros, pero el universo se expande. Osman vendió sus derechos audiovisuales de El club del crimen de los jueves a Spielberg; también se adaptará Un crimen con clase; la versión televisiva de Agatha Raisin ha sido un éxito y no es casualidad que La 2 de TVE haya recuperado Se ha escrito un crimen en formato maratón: seis capítulos las noches de los martes durante el verano. Los editores y agentes andan a la caza de cualquier joya con la que sumarse a la fiesta. Queda por ver en qué pueblecito idílico de la Península se inaugurará la tradición del cosy crime español.

Lecturas




El club del crimen de los jueves

Richard Osman

Traducción de Claudia Conde Fisas 

Espasa, 2021

464 páginas

19,50 euros




La apelación

Janice Hallett

Traducción de Luz Achavál

Ático de los Libros, 2022

512 páginas

19,90 euros




Agatha Raisin y la turista impertinente

M.C. Beaton

Traducción de Vicente Campos González

Salamandra, 2023

224 páginas

17,10 euros




Asesinato entre libros

Kate Carlisle

Traducción de Vicente Campos

Alma, 2023

320 páginas

15,95 euros




Un crimen con clase

Julia Seales

Traducción de Ana Mata Buil

Alfaguara, 2023

384 páginas

18,91 euros




Un asesinato brillante

Anthony Horowitz

Traducción de Neus Nueno Cobas

Ediciones B, 2022

544 páginas

20,81 euros



Con sabor a clásico

Una mirada juvenil




Hazel Wong y Daisy Wells son compañeras en un internado del Reino Unido en los años treinta del siglo pasado, son amigas del alma y las fundadoras y únicas socias de su club de detectives. Con esta serie de 11 libros que toma el título de la primera entrega, Murder Most Unladylike, la británica Robin Stevens ha conseguido cautivar a millones de jóvenes que encuentran en las aventuras de esta pareja de detectives relatos con sabor a clásico, acción y un toque de misterio a lo Agatha Christie, y que nos lleva directamente a la edad de oro de la literatura de misterio en el Reino Unido. Las portadas, además, son maravillosas.


El Pais. Babelia nº 1.650. Sábado 8 de julio de 2023