lunes, 28 de abril de 2014

El hombre que era jueves (una pesadilla) por G.K. Chesterton




Titulo original: The Who Was Thursday - Nightmare
Traductor: Alicia Bleiberg
Alianza Editorial S.A. Madrid, cuarta reimpresión, 1997

 Maestro de la paradoja y de la argumentación, dotado de un finísimo sentido del humor, G. K. CHESTERTON (1874-1936) cultivó los más diversos géneros —«la obra de Chesterton es
vastísima y no encierra una sola página que no ofrezca una felicidad», escribió Jorge Luis Borges— y renovó el relato policíaco con la creación del personaje del Padre Brown, el sacerdote convertido en detective que resuelve con ingenio e imaginación los más difíciles enigmas. Si bien el paso del tiempo ha oscurecido una parte de su obra (especialmente sus escritos apologéticos y las polémicas que sostuvo con adversarios tan célebres como George Bernard Shaw), sus novelas y cuentos no sólo conservaron siempre un público de entusiastas lectores sino que han conocido
recientemente una notable revaloración.

EL HOMBRE QUE ERA JUEVES auna la intriga del género policíaco, el ritmo de la novela de
aventuras, los elementos oníricos de la literatura fantástica y la elucubración metafísica del ensayo
filosófico. Las peripecias de Gabriel Syme, el detective-poeta empeñado en la lucha contra un temible grupo de anarquistas, constituyen, en cualquier caso, uno de los relatos más divertidos y
originales de Chesterton, cuyas sorprendentes claves se han convertido en cita obligada para los especialistas en manipulaciones políticas. Otras obras de G. K. Chesterton  «El candor del Padre Brown»  y «La sagacidad del Padre Brown»




Una nube cubría la mente de los hombres
Y el tiempo corría gimiendo,
Sí, una nube enfermiza sobre el alma 
Cuando fuimos muchachos juntos. 
La ciencia anunciaba la nada
Y el arte admiraba la decadencia;
El mundo estaba viejo y acabado:
Pero tú y yo éramos alegres;
En torno a nosotros en orden retozón
Llegaban vicios tullidos:
Lujuria que había perdido su alegría,
Miedo que había perdido su vergüenza.
Como el rizo blanco de Whistler,
Que iluminó nuestra melancolía sin objetivo,
Los hombres mostraban su propia pluma blanca
Tan orgullosamente como un penacho.
La vida era una mosca que decaía
Y la muerte un abejón que picaba;
El mundo era realmente muy viejo
Cuando tú y yo éramos jóvenes.
Retorcían hasta el pecado decente
Dándole formas inmencionables:
Los hombres se avergonzaban del honor, 
Pero nosotros no nos avergonzábamos. 
Aunque débiles y simples, 
En eso no caímos, en eso, no; 
Cuando aquel negro Baal cubrió los cielos 
No obtuvo himnos de nosotros. 
Eramos niños: nuestros fuertes de arena 
Eran incluso tan débiles como nosotros, 
Los levantábamos cuanto podíamos 
Para contener aquel amargo mar. 
Simplones vestidos de payasos, 
Tintineando absurdamente,
Cuando todas las campanas de las iglesias enmudecieron 
Se oyeron nuestro gorro y nuestros cascabeles. 
Defendimos el fuerte no sin alguna ayuda,

Desplegadas nuestras diminutas banderas;
Algunos gigantes trabajaron en esa nube
Para librar de ella al mundo.
Encuentro de nuevo el libro que encontramos,
Siento la hora que hace salir
Mucho más allá de la pisciforme Paumanok
Un grito de cosas más limpias;
Y el Clavel Verde se marchitó,
Como en el bosque los fuegos que pasan, 
Rugieron al viento millones de briznas de hierba; 
Como un pájaro que canta en la lluvia 
Cuerdo y dulce y repentino 
La verdad habló desde Tusitala
Y el placer desde el dolor.
Sí, fresco y transparente y súbito como 
Un pájaro que canta en el cielo gris, 
Dunedin habló a Samoa,
Y la oscuridad se hizo día.
Pero nosotros éramos jóvenes; vivíamos para ver 
Cómo Dios rompía sus amargos hechizos, 
Cómo Dios y la bondadosa República 
Regresaban cabalgando armados: 
Hemos visto la Ciudad del Alma Humana, 
Aunque tambaleándose, con el sitio levantado: 
Bienaventurados son los que no vieron, 
Pero, aunque ciegos, creyeron.

Esta es la historia de aquellos viejos miedos,
Incluso de aquellos infiernos vaciados,
Y nadie salvo tú comprenderá
Lo que dice de verdad,
Qué colosales dioses de vergüenza
Podían acobardar a los hombres y sin embargo estrellarse,
Qué gigantescos demonios ocultaban los astros
Y sin embargo caían ante un disparo.
Las dudas que eran tan fáciles de apartar,
Tan terribles de resistir.
Oh, ¿quién podrá comprender salvo tú?
Sí, ¿quién comprenderá?
Las dudas que nos empujaban a través de la noche
Mientras charlábamos vehementemente.
Y amanecía en las calles
Antes de que amaneciera en los cerebros. Entre nosotros, por la paz de Dios, Ahora se puede contar esa verdad; Sí, hay fuerza en echar raíces
Y bondad en hacerse viejo.
Hemos encontrado al fin cosas en común,
Y acuerdo y un credo,
Y ahora puedo escribir sin riesgos
Y tú, sin riesgos, puedes leer.
G. K. C.

Vindicación de la poesía

Grecia, en la antigüedad, fue una vindicación de la poesía con la magia, los ritos religiosos, el éxtasis y la profecía. Apolo tuvo bajo su invocación a la poesía y a la inspiración profética. Dionisios el dios embriagado de vida y sensibilidad. Las Musas, diosas tutelares de la poesía, receptoras de la imaginación ardiente de los poetas.
La poesía rebasa la esfera de lo natural, como región fronteriza que ha de permanecer en contacto con lo invisible, con el misterio, con los sueños.
El poeta es un individuo carismático, superior a los demás mortales “sabemos decir muchas mentiras, pero sabemos también, cuando queremos, decir verdades”
Las palabras eran signos mágicos y los que conocían el nombre de las cosas creían convertirse en sus dueños. El Alma humana quisiera legitimarse así, como el poder más antiguo y más grande de la Historia.
Los poetas eran magos que dominaban la naturaleza y entendían el lenguaje de los pájaros, de las plantas, de los astros, que obraban milagros y capitaneaban pueblos enteros en busca de tesoros y escondidos sueños en los brillantes horizontes de aquellas tierras salvajes e inmaculadas.

Babel

Contempla el conocimiento, no de ciencia, inflexible bajo sus números… sino de magia.
Donde ¿Dónde estoy yo? Este lugar, desolado, pero sospecho que no deshabitado.
Ponte cómodo…pero sigue el sueño. Sueño en la realidad. No dejo de oír a alguien hablándome, hablando de mi y de lo que debo de hacer. Me persigue una pesadilla. Sobre la mesa sigue la dirección y el nombre.
Sueños, realidad. Importante el cúmulo de contradicciones. En la Biblia sólo hay dos arquitectos importantes: Dios, el creador supremo y Nimrod, (el que desobedece a los dioses) constructor de la Torre de Babel (Puerta de Dios).


El baile de disfraces empieza el año de la Revolución Francesa. Una Historia para un Inmortal.

viernes, 25 de abril de 2014

La novia de D'Artagnan por Arturo Perez-Reverte




Le calculé muy veintipocos años. Era la tercera o cuarta de la fila, en aquella librería de Buenos Aires donde el arriba firmante hacía exactamente eso, firmar. Me pareció callada y tímida. Venía cargada con una mochila llena de libros, y cuando llegó hasta mí sacó de ella un leído y releído ejemplar de El club Dumas.
—Amo a D'Artagnan —afirmó—. Y a los otros.
Lo dijo temblándole la voz, como si acabara de confesar una pasión extraña o prohibida. Aún pareció a punto de añadir algo, pero no dijo nada más, limitándose a mirar el libro que yo tenía en las manos. Escribí unas palabras cariñosas en la primera página, conversé con ella unos instantes y luego pasé a atender a una señora sexagenaria, muy guapa, con ojos verdes que debieron causar importantes estragos en su tiempo. Mientras charlábamos sobre Sevilla y los bares de Triana, vi que la jovencita que amaba a D'Artagnan seguía por allí, entre los libros, con su mochila al hombro. Una hora más tarde, al despedirme del dueño de la librería y de mis amigos, ella aún estaba en la puerta. «Necesito enseñarle algo», dijo. Y le temblaba la voz, como si aquello le costase un gran esfuerzo. «Por favor», añadió. Estábamos junto a la terraza del Patio Bullrich, así que a nada comprometía sentarse cinco minutos y tomar un café. Pero yo dudaba. Miré la hora, incómodo.

«Es demasiado peso», dijo entonces la chica, señalando su mochila. Me eché a reír, y al cabo de un instante ella también rió, todavía tímida. Resulta imposible negar un café a alguien que apela, como santo y seña, a las últimas palabras de Porthos en la gruta de Locmaría. Así que la joven que decía amar a D'Artagnan tomó asiento frente a mí, en el borde de su silla, y de la mochila extrajo un montón de manoseadas antiguas ediciones en folletín de las novelas de Alejandro Dumas. Las había ido adquiriendo en librerías de viejo, explicó. Todo estaba allí: Los tres mosqueteros, Veinte años después, El vizconde de Bragelonne... Y ella habló. A pesar de su timidez, sin apenas levantar los ojos de los libros, contó largamente, de un tirón, sus muchas horas a solas recorriendo la ruta de Calais, en los corredores del Louvre, batiéndose con Jussac y los guardias del cardenal, enarbolando como bandera la servilleta del baluarte de San Gervasio, o escapando por azar al vino de Anjou envenenado por Milady.

Lo conocía todo mejor que yo. Y desde niña, aclaró. Para comprobarlo, nos planteamos una especie de cuestionario mutuo que resultó de lo más divertido: el tamaño de los pies de Constanza Bonacieux. Los tres apellidos de Porthos. El nombre del perro de Beaufort. Qué dama usa el alias de María Michon. Quién es Biscarrat, en qué capítulo rompe su espada y en qué capítulo del Bragelonne aparece su hijo. En qué calle vive D'Artagnan cuando es teniente de mosqueteros. Y la única pregunta que ella no supo responder: el nombre del padre del malvado Mordaunt, hijo secreto de Milady.

De los Mosqueteros pasamos a El conde de Montecristo y La reina Margot, y de Dumas nos fuimos liando con Sabatini, Salgari y los otros, entre Scaramouche, El corsario negro y El prisionero de Zenda. Mencioné a Ruperto de Hentzau y la risa de Yáñez, y en ese momento
vi que lloraba. Lo hacía silenciosa y mansamente, y había lágrimas que le rodaban por la cara yendo a caer sobre las tapas descoloridas de los viejos folletines. Molesto, pregunté por qué diablos me hacía esa faena. Ella levantó la cara, muy grave y muy seria: «Nunca había podido hablar de todo eso con nadie», dijo. Y supe que me estaba contando la verdad. Después, mientras yo pagaba los cafés, ella fue metiendo uno a uno los viejos folletines en su mochila. Lo hizo con una dulzura infinita, procurando que no se doblasen las gastadas tapas, como si se tratara de objetos preciosos. Y se puso en pie. «Ojalá existiera Ruritania», murmuró.
—Existe —respondí—. Limita al norte con Syldavia y al sur con el castillo de If.
Aún tenía los ojos húmedos, pero la vi sonreír.
—Entonces el próximo café lo pagaré yo —dijo—. Si alguna vez nos vemos en Zenda.
Después me dio un beso fugaz. Y la vi alejarse entre la gente, con su pesada mochila llena de sueños.



Originalmente publicado en el año 1996 en la páginas del suplemento dominical El Semanal. Este pertenece al libro Patente de Corso (1993-1998) publicado por Alfaguara en el año 1998, una selección de los artículos publicados por Arturo Perez-Reverte.



Medio Pan y un Libro.

Discurso de Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo. 

Medio Pan y un Libro.
Locución de Federico García Lorca al Pueblo de Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.

“Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.

Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.




(Feliz día del libro de San Jordi, aunque sea con retraso)

martes, 15 de abril de 2014

El dios de las pequeñas letras

José María Passalacqua es el calígrafo de los ricos y famosos y de las grandes firmas.
Armado con sus tintas, plumas y pinceles, escribe por el modisto Pedro del Hierro o la diseñadora Carmen March y para firmas como Loewe, Prada o Hermès

PATRICIA ORTEGA DOLZ Madrid 29 MAR 2014 



José María Passalacqua en su estudio de Madrid. / SANTI BURGOS

La primera palabra que escribió José María Passalacqua fue “Dios”. Él dice que seguramente lo hizo porque iba a un colegio de curas en Buenos Aires. El caso es que después ya no pudo parar. Y a ese inmenso vocablo le siguieron otros muchos. Pero lo cierto es que algo de creador de mundos tiene este hombre que lleva casi los 43 años de su vida pintando estados de ánimo, pedazos de alma, en forma de letras. Un trazo, una huella, una identidad, al fin.

Menudo y apretado con tirantes, rubio, de ojos claros muy despiertos y aire quijotesco, podría pasar todas las pruebas del calígrafo. Nadie sabría nunca quién es. Cultivando el arte de escribir, Passalacqua ha logrado hacerse pasar por cualquiera. Un día es el modisto Pedro del Hierro que invita a una fiesta de aniversario; otro es la diseñadora Carmen March invitando a su boda; otro día es un eslogan de Louis Vuitton, de Hermès, de Prada o de Loewe; o quizá el anfitrión de un evento que lleva el apellido Fitz James-Stuart y que delata a algún miembro de la Casa de Alba. Passalacqua se ha convertido en el amanuense de las grandes firmas, en una especie de negro de lujo que cobra unos 50 euros por pieza.


En el pequeño apartamento donde vive, en un tercer piso del barrio de Lavapiés, todo parece estar en equilibrio. Centenares de objetos reposan, como suspendidos, en un sitio exacto; dentro de una atmósfera que huele a incienso y a la cera quemada de las velas. Un microcosmos milimetrado, como cada una de las líneas de sus letras, en el que de fondo suena ópera. Una burbuja cuadrada. Se mezclan algunos enseres anodinos de Ikea con los muebles antiguos, los reflejos de una realidad deformada por pequeños espejos abombados que cuelgan de las paredes y con los candelabros de la anterior propietaria: “Me vendió la casa con todo dentro”, justifica. En ese pequeño universo perfectamente ordenado, oculto bajo livianas cortinas blancas, trabaja este escribano, un artesano de signos.

Descendiente de italianos emigrados a Argentina, él llegó a España “por amor” hace 14 años. Esa palabra de líneas gruesas le salió mal, pero se quedó. Comenzó a trabajar como diseñador gráfico, la titulación que obtuvo en la Universidad de Palermo de la capital porteña. Sin embargo, quizá por todos los símbolos que le vio dibujar a su padre, Santiago, y, aún antes, a su abuelo Manuel, dos ingenieros civiles que trabajaban a mano, no podía evitar incluir en sus diseños algún elemento escrito a pulso, un gesto suyo. De este modo, y en contra de la corriente tecnológica imperante, Passalacqua fue dejando su impronta en la imagen corporativa, por ejemplo, de la extinta compañía aérea del expresidente de la CEOE —ahora en prisión— Gerardo Díaz Ferrán: Spanair. Él era quien escribía de su puño y letra esos eslóganes que acompañaban al nombre y que decían: “Cuélate” o “Vuela”.

“Una caligrafía te habla directamente porque con los gestos de la mano imprimes el alma”, explica. “No hay dos letras iguales; hay emociones, estados de ánimo, días en que te falla el pulso y puedes sacar partido de ese error y hacer algo quizá más punk”, cuenta.

Trabaja con pluma y tinta. No hay ni un borrón en las plantillas que se amontonan encima de su mesa. Escribe. Siempre despacio. Su letra, la suya, la que él dibuja cuando deja una nota al vuelo o toma un apunte, es recta, pero está mezclada con mayúsculas, minúsculas, “es” medievales… Como si cada cosa que escribiera pudiese acabar con un signo de interrogación o incluir un carácter cirílico. Tiene algo enigmático. Luego habla de “la seducción del trazo”, de “la secuencia”, de la “cadencia”, de la “pauta”, de la “ascendencia y la descendencia de las líneas”, de “la curva, tensa, gorda, turgente”… Hipnotiza.

Nunca ha tenido que publicitarse. Es el primero que llega —en bicicleta, con su maletín de tintas, plumas y pinceles de pelo— a los eventos y las fiestas de ricos y famosos. Comprueba los carteles que hay en las mesas de invitados. Todos, uno por uno, los ha escrito él, dándoles una singularidad, convirtiéndolos en únicos y haciendo que los portadores de esos nombres se sientan especiales. “¿Y si falla algún invitado? ¿Y si viene otro que no estaba previsto? Debo estar para corregir a tiempo”, advierte. Así es como se ha dado a conocer. Como su nombre —pasado por agua— se ha colado en las reuniones más insospechadas, ha corrido de boca en boca y ha satisfecho los caprichos de muchos: “Yo quiero una invitación como la de la boda de Menganita”. Así es como ha llegado a ser una especie de “telecalígrafo” contratado en fiestas para escribir, en vivo y en directo, los deseos de los distinguidos asistentes. Y se ha mimetizado en los ambientes más glamurosos, en los que casi pasa inadvertido. Así es como él está, con sus letras —“rizadas o de palo”—, como Dios, en todas partes.

El Pais Sabado 29.03.2014


La Historia Interminable por Michael Ende






Titulo de la edición original: Die unendliche Geschichte
Traducción del alemán: Miguel Sáenz
Letras e Ilustraciones: Roswhita Quadflieg
Diseño de la sobrecubierta: Emil Tröger
Edición para el Círculo de Lectores por cortesía de Ediciones Alfaguara, año 1995


Los escritores, creadores, auténticos demiurgos que crean universos que perduran más allá de la mera creación literaria.

 A ver si consigo explicarme, Michael Ende escribe y proyecta un libro complejo prácticamente atemporal. De gran belleza formal, utiliza dos tonos de colores (verde y rojo), preciosas ilustraciones tipográficas ordenan de la A a la Z al inicio del texto de cada capítulo. Realidad y Fantasía se entremezclan con perfecto orden y lo que parece una fantasía adolescente comienza a tornarse en un increíble viaje iniciático para el personaje/lector.

El problema de ciertos libros, de ciertas historias y personajes, es que realmente cobran vida (si pudiesen preguntarle a Arthur Conan Doyle a este respecto seguro que ilustraría el tema) y acaban devorando a sus autores. Vemos películas y acaba siendo una imagen deformada lo que llega, si llega, de una obra, fruto de toda una vida familiar y de estudios.

En definitiva, una novela impresionante, digna de releerse una y otra vez. Con uno de los títulos más exactos que conozco.


jueves, 3 de abril de 2014

El Gran Juego

Partimos de la ciudad en tren. Compramos los billetes cinco minutos antes de la partir.
Al sur, siempre al sur. Y lo más importante, con miedo, con el eterno temor que acecha al quien lo acosan enemigos invisibles.
Mucho antes que los instructores insistieran en ello una y otra vez, Masha ya percibía con claridad los signos que necesita cualquier agente secreto en misión oficial o no. Miedo, un miedo, no de la forma de un abrigo que te desembarazas de él, sino como una segunda piel, que permanece pegado a ti para toda la vida. Siempre debían desconfiar, podían pasar algo por alto. Siempre, SIEMPRE debían desconfiar, y así alargarían su vida.
El problema de hurgar en las heridas, la basura o en los sótanos oscuros era que a veces te acercabas a ti mismo demasiado. Y mirarse a los ojos requería un esfuerzo titánico para no volarte la tapa de los sesos. A veces todo era soportable, otras veces no, y desde luego jamás hubiera esperado encontrar un sentimiento dentro de si lo más cercano al amor.
Había quien llamaba a aquel trabajo sucio, denigrante y burocrático, el JUEGO. Si aquello tenía una doble lectura jamás lo averigüé , y desde luego nunca me lo explicaron. Mi trabajo parecía pensado para mi. Nunca había tenido otro desde que me ofrecieron un lugar acomodado de burócrata-sin-problemas bajo la protección de la administración del Gobierno de turno y no fui capaz de negarme. Al cabo de cinco años nada había cambiado demasiado, o eso me repetía constantemente. A pesar de que escalaba en el escalafón burocrático de la empresa.

Francisco Fernandez

Página Dos



A pesar de tener un acceso directo en este blog de este programa de televisión dedicado a la literatura, Página 2, y no me resisto a publicitarlo, a recomendarlo, a que perdure y crezca. Verlo en televisión es en sí mismo una sesión antiestres, un bálsamo de paz. Y es que es increíble que tan solo dure media hora. En sus formas, en su estética, una tormenta de ideas, una búsqueda infatigable digno de aplauso. Las entrevistas, extraordinarias, extrañas, extravagantes. Y un uso infatigable de las nuevas tecnologías en su página web: facebook, twitter, instagram, blog, videos, los mismos programas, spotify para una banda sonora. 

Lo dicho, un placer, y hay pocos en televisión.

Caronte

Llovería esta noche. Sobre las últimas huellas de Julia. Sobre los campos de batalla, y sus camaradas. Pero aún sabía, mejor que nadie, que aún era posible elegir campo de batalla y cobrar como soldado perdido y lúcido, montando guardia entre fantasmas, entre la resaca de millares de naufragios.
"Caronte."- se dijo en voz baja. Como si se tratara de un secreto de su memoria. O de una  maldición. Hacia mucho que no lo recordaba. La ironía sobrevino de inmediato. Se levantó y buscó en el diccionario. Caronte: barquero del infierno, que pasaba a los muertos en su barca, sobre la Estigia, a cambio de un óbolo.


Francisco Miguel Gambero Macias.