martes, 28 de septiembre de 2021

Algunas lecciones aprendidas en la hamaca

Una galería de libros y escritores que marcaron los veranos lectores del autor

MANUEL VICENT

03 JUL 2021

La escritora británica Virginia Woolf, fotografiada en Londres, sin fecha exacta.AF KK / ASSOCIATED PRESS

Desde aquellos largos veranos de la adolescencia en los que tumbado en la hamaca combatía el tedio leyendo, algunos autores han dejado un sello indeleble en mi memoria literaria. Reconozco haber recibido un aprendizaje insoslayable de Albert Camus, de quien, al principio, solo me atraía la imagen estética que proyectaba en las fotos: pero más allá de su gabardina de trinchera y del cigarrillo Gitanes que humeaba entre sus dedos lo que me sedujo fue el placer sin culpa frente al absurdo, como una pulsión del sol sobre la piel, que liberaba su tersa escritura. Lo imaginaba adolescente subido a los topes del tranvía bajando hacia las playas de Argel a pegarse un baño. O sentado en una terraza siguiendo con la mirada a las muchachas de faldas floreadas que pasaban por el bulevar. En el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura subrayó el compromiso moral del escritor: no estar nunca de parte de quienes hacen la historia sino de cuantos la sufren.

Joseph Conrad me enseñó que a la hora de embarcarse hay dos clases de marineros: los que lo hacen apesadumbrados porque dejan atrás mujer, hijos, amigos y placeres sedentarios y los que suben a bordo felices por haber logrado sacudirse de encima deudas, pendencias y falsas promesas de amor poniendo todo un océano por medio durante un largo tiempo. Conrad pertenecía a esta segunda clase de marineros. También como escritor era de los que sabía de lo que hablaba porque lo había vivido, gozado, sufrido, reído, llorado, todo de primera mano. Conrad no tiene una sola página ridícula.

En cambio, la lectura de Viaje al fin de la noche, de Celine, me llenó de dudas de las que aún no he logrado salir. La sensación de ruptura que daba la forma rota y desenfadada de escribir, su estética de la maldad puesta al servicio de un arrebatado nihilismo hizo estragos en las librerías. ¿Puede la dureza de corazón ser un excipiente de la belleza? ¿Puede el arte ser una eximente de la maldad de su creador? Lo ignoro todavía. Es bien sabido que el éxito unido al resentimiento suele generar una carga muy explosiva.

Virginia Woolf realizaba el mismo juego estético que ejercían sus amigos del Grupo de Bloomsbury, en ella mucho más arriesgado porque era su forma de romper el dogal que la ahogaba, una actitud radical que la convertiría en una bandera del feminismo, pese a que vivía rodeada de enfermeras y doncellas, de maletas y baúles de loneta para viajes y regresos, de fiestas e invitados. En aquel tiempo de moral victoriana vestir pantalones de hombre, ser sufragista, fumar en público cigarrillos egipcios, dar charlas en un círculo obrero siendo una señorita de alta sociedad y enamorarse de su amiga la poeta Vita Sackville-West, esposa de un lord, y vivir con ella una relación lésbica, fue para Virginia Woolf un juego, pero esta escritora comenzó a labrar una literatura en la que el tiempo se convertía en un fluido de la conciencia. Fue la primera en oír voces superpuestas, las mismas que vulneraban su mente. Y por eso ha pasado a la historia.

Leyendo a Scott Fitzgerald imaginaba que París era entonces un barrio con el que soñaban los seres privilegiados de Nueva York y la Costa Azul una proyección solar de París. La literatura de este escritor estaba llena de toldos blancos y azules, de sombreros flexibles y bañadores femeninos con rayas de avispa, pantalones de pliegues y chaquetas de color manteca. En ese espacio galopaban o navegaban a bordo de sí mismos Scott Fitzgerald y su mujer Zelda, sin que para ellos las noches terminaran nunca; él siempre felizmente ebrio, ella frívola, inestable, bellísima e imaginativa. Al principio de la galopada era una de esas parejas rutilantes que al entrar en una fiesta hace que los músicos, llenos de admiración, paren la orquesta. Scott Fitzgerald consiguió describir con intensidad, gracia y maestría la pompa de jabón que se estableció en el aire de París y de Nueva York en el periodo de entreguerras dentro de la cual sonaba música de jazz, bailaban criaturas vanas, había grandes fiestas como la cima de todos los sueños y más allá un Martini, dos, tres y luego nada, la destrucción.

Este absurdo vital nada tenía que ver con el nihilismo poético, lleno de humor, de Samuel Beckett de quien supe que solo tenemos dos certezas: la de haber nacido y la de que tenemos que morir y que la vida no es más que un breve caos entre dos silencios eternos, una danza alucinante que nos vemos obligados a bailar, del mismo modo que el sol sale todos los días porque no tiene otra alternativa.

Y al final, para los días de lluvia en otoño de mi vida estaba Pessoa, en cualquiera de sus heterónimos, siempre Pessoa y sobre todo aquel viaje a Cascáis en tranvía o a Sintra en un Chevrolet imaginario donde recibió en el camino el beso volado de una niña que creía que era un príncipe el que pasaba. Estos son algunas lecciones aprendidas en aquella hamaca ya vieja que hoy está arrumbada en algún trastero.


El Pais


domingo, 26 de septiembre de 2021

No hay mejor herencia que un globo terráqueo y dos pistolas

En ‘El rajá blanco’, Nicholas Monsarrat, autor de ‘Mar cruel’, se basó en la historia de James Brooke en Sarawak para escribir una arrebatadora novela de aventuras


JACINTO ANTÓN

18 SEPT 2021 


Un fotograma de 'El rey del fin del mundo' (2021), la película sobre James Brooks, el auténtico rajá blanco.

A veces la vida tiene premios inesperados. Recalé en la librería Taifa de Barcelona en busca de algún olvidado ejemplar de Mar cruel, la gran novela de Nicholas Monsarrat sobre la guerra en el mar, que está descatalogada, para hacerle un regalo a un amigo (no le iba a dar el mío y en internet piden desde 190 euros, eso sí es crueldad). No lo encontré, pero —voilà el premio— fui a dar con otro libro del mismo autor, El rajá blanco, en una edición de Plaza & Janés de 1963 algo baqueteada, como si viniera del Este de Java. Con ese título y su promesa de aventuras indonesias —era clarísima la alusión a James Brooke (1803-1868), el histórico rajá blanco de Sarawak, el archienemigo de Sandokán en las novelas de Salgari—, por no hablar del nombre de Monsarrat, era imposible que no me hiciera con el volumen. La verdad, habría pagado lo que me pidieran, incluso con mi cuerpo, pero me costó solo seis euros. Es alucinante la cantidad de aventuras que puedes vivir por seis euros, que es lo que cuesta un lote de calcetines de tenis.

Salí de la librería como un zorro de un gallinero, apretando el tomo contra mi pecho y mezclándose ya por ósmosis los latidos de mi acelerado corazón con los truenos de las tormentas en el archipiélago malayo, los cañonazos de los praos piratas en el estrecho de la Sonda y el barritar de los elefantes pintados de escarlata en los dorados palacios de Borneo.

No sabía que Monsarrat hubiera escrito sobre esas época y zona, de la que Robert Payne, en su ensayo de referencia The White Rajahs of Sarawak (Oxford, University Press, 1986) sobre Brooke y su estirpe (1841-1941), anotó: “Aquellos que no han estado nunca en el Este se han perdido la mejor parte de la Tierra”; imagino que descartaba la pequeña molestia de los cazadores de cabezas dayaks y sus incómodos puñales parang y sus cerbatanas. Para mí, Monsarrat (1910-1979) vive para siempre en el gris océano Ártico, en una helada corbeta en el centro de un convoy acechado por submarinos nazis de camino a Múrmansk y Arcángel. Comprenderán mi expectación por ver cómo se desenvolvía en atmósfera tan diferente. Finalmente, he devorado las 414 páginas de El rajá blanco casi sin respirar y lo he pasado tan bien que estoy investigando si queda por ahí todavía algún reino que conquistar o al menos si están libres las corresponsalías de Sarawak o Mompracem.

El arranque de la novela, tipo El señor de Ballantrae, de Stevenson, no tiene desperdicio. Es 1850, conocemos a Richard Marriott, retoño menor de un baronet con extensas posesiones en Gloucester. Mujeriego, exaltado, jugador y bebedor, orgulloso, susceptible, autodestructivo y pendenciero, el joven e impetuoso Richard vive una existencia de calavera a la espera de heredar para seguir con la juerga. Pero al morir el progenitor se encuentra con que todo pasa a las manos de su hermano mayor, un estirado capitán de la Armada, y a él su padre, además de un vergonzante secreto, sólo le ha dejado un globo terráqueo y dos pistolas, dos armas magníficas, eso sí, con incrustaciones de plata. El chico se lo toma a la tremenda y se marcha dando un portazo, pero no antes de que su viejo preceptor (un personaje maravilloso) le sugiera que su padre lo conocía y amaba más de lo que imagina y que su herencia no es baladí: el mundo y las armas para conquistarlo.

Y ahí tenemos a Richard Marriot (en su apellido resuena el del famoso capitán Frederick Marryat, marino, aventurero y escritor), en aguas de Extremo Oriente, convertido en capitán pirata, contrabandista y mercenario al mando del bergantín Lucinda D (denominado como su antigua novia tránsfuga, al estilo de la Ethne Eustace de Las cuatro plumas, por cierto el barco de Brooke se llamaba Royalist) y con sus dos pistolas al cinto, bautizadas Cástor y Pólux, al frente de una tripulación de desesperados y recalando en una costa peligrosa para efectuar reparaciones. Es la isla de Makassang, en el mar de Java, a tiro de piedra de Borneo y tan ficticia como Mompracem (aunque se adjunta un mapa, para quien quiera buscarla). Y con muy mala fama. “Makassang… La sola palabra sonaba como una maldición”, escribe Monsarrat, “inmediatamente sugería peligro y horror; de todas las islas de aquellas aguas era la única que había que evitar a toda costa”. En el interior, cubierto por la selva, viven los dayaks, cazadores de cabezas, mientras que la costa septentrional, hacia Borneo, es un nido de piratas; existe una casta de revoltosos sacerdotes guerreros que regentan una extraordinaria pagoda y un rajá, Satsang III, que gobierna con mano de hierro, es un forofo de la tortura y bebe en una calavera. Una de las costumbres locales es fabricar collares “con los más íntimos órganos humanos”. La isla, que vive “encerrada en su maldad”, posee oro, plata, perlas, diamantes, especies y copra (y el caracol afrodisíaco conocido como trepang), pero a ver quién se atreve a coger nada.

Richard, con casaca robada a un almirante holandés y un arete en la oreja a lo Corto Maltés, se ve arrastrado en las intrigas de la isla, combate a los enemigos del rajá sin que nada le arredre (“el mañana le traería las cosas de la vida que más amaba: la lucha en el mar, el peligro y el oro”, sin olvidar a la princesa Sunara) y este le nombra heredero y tunku, príncipe. Vamos, que su carrera sigue los pasos de la del verdadero rajá blanco Brooke, al que ahora se ha dedicado un filme con Jonathan Rhys Meyers como protagonista, El rey del fin del mundo (Edge of the World). En la novela hay una mención al personaje, “pestilente individuo”, dice un agente inglés, y a los quebraderos de cabeza que da a Gran Bretaña: Richard dice no haber oído hablar de él. Es fácil encontrar otras referencias, aparte de que la búsqueda de un reino nos lleva, claro, a los predios de El hombre que quiso reinar, de Kipling. Hay parte del Jim de Lord Jim, de Conrad, en Richard Marriott, también le llaman tuan (señor en malayo); Makassang es su Patusán, hay una joven objeto de amor, unas pistolas significativas (como las de Doramin) y también tiene Richard un enemigo que es su doble oscuro. Si en la novela de Conrad se trata del siniestro capitán Brown, aquí es Black Harris, Harry el Negro, “espectro de un infame pasado”, un filibustero de la peor calaña, con la conciencia de un tiburón, que capitanea su propio barco, el Mystic, de 16 cañones. “Tener un enemigo de esta envergadura era casi como tener alguien a quien querer”, escribe Monsarrat.

No es El rajá blanco, publicada en 1961, la mejor novela de Nicholas Monsarrat, pues carece de la profundidad shakespeariana y melvilliana de Mar cruel, y hay momentos de gran violencia y crueldad. Y supongo que habrá quien detecte en la historia un canto a la supremacía del hombre blanco y a la empresa colonial y un menosprecio a las otras razas (lo que le ha criticado acerbamente a Monsarrat el escritor keniano Ngugi wa Thiong’o). Pero, ¡qué libro! Se ha dicho que toda la aventura se constituye en la frase de Salgari “el brillo del kriss (la ondulante daga malaya) centelleaba a la luz de la luna”. Pues eso es lo que hay en El rajá blanco.

Como suele pasar en las buenas novelas del género, las que nos afectan, podemos ver en ellas no sólo una satisfacción a nuestra sed de aventuras, sino algo que nos concierne personalmente. En mi caso no diré que mi padre me desheredara (en Gloucester teníamos más bien poco) y haciéndolo me convirtiera en pirata y me enviara a pelear por un reino en el Lejano Oriente; pero es cierto que al dejarle la fábrica a mi hermano mayor y a mí los libros y los sueños nos marcó un destino a los dos. El Jim de Conrad partió a forjar su leyenda en Patusán con un revólver sin balas y una edición barata de las obras completas de Shakespeare. No está mal pensar que también nos podemos mirar en el ejemplo más exitoso de Richard Marriott, ese Jim sin fatalidad, rumbo a Makassang con su globo terráqueo y sus dos pistolas. “¡Una ocasión magnífica!”, escribió en su novela Conrad. “Bueno, sí lo era”, añadió; “pero las ocasiones, en última instancia, son lo que los hombres hacen que sean”.


El Pais


sábado, 17 de julio de 2021

Dune por Frank Herbert


 Una invitación a aprender. Un muestrario completo y actual de los problemas de la actualidad, en clave de ciencia ficción, a pesar de tener casi 60 años. El éxito y el impacto de la novela llega a mi de una forma sesgada. Eran otros tiempos. Una película gestada en los 80 por un grupo de autores impresionantes: Alejandro Jorodowsky, Moebius, HR Giger para crear el aspecto visual y al final el terrible desenlace, con el rechazo total de David Linch, director del film, hizo que no acabara leyendo el libro. 

Y como no, ha tenido que ser otra invitación visual, una nueva película, la que finalmente me lanzó al libro. El director Denis Villeneuve se atreve con todo y hasta ahora me gusta lo que veo. En definitiva, como si fuese una deuda contraída con el pasado, he leído una novela de ciencia ficción impactante.

Siempre me llamó la atención como hablaban de la trama y del contexto de una complejidad enorme, con un gran número de personajes y grupos. Cuando no es así. Una estructura feudal a 10.000 años en el futuro. El mesianismo. La religión. La ecología. La economía. Y el desierto, omnipresente y omnímodo. 

Así, acompañad al joven Paul Atreides de la Casa Atreides en un viaje de dolor, amor y superación. Y cuidado, la saga es enorme, pasó de padre a hijo.




jueves, 1 de julio de 2021

El barco de libros de La Lata Peinada

LA VIDA POR AQUÍ | JUAN CRUZ



La librería La Lata Peinada de Madrid, en la calle Apodaca. / SANTI BURGOS

 A ellos no les gusta la palabra boom, les parece ya una marca de chicle, pero lo cierto es que esa explosión ocurrió por el enorme impacto que tuvo en el siglo XX la literatura que protagonizaron Cortázar, García Márquez o Vargas Llosa; y lo cierto es que ahora un barco impetuoso regresa a las estanterías de España (y del mundo) con una potencia que viene de todas las regiones de Latinoamérica, incluye los más variados estilos y apuestas, y al contrario de lo que ha ido ocurriendo con las sucesivas remesas de escritores de esa fértil región de la lengua española (y portuguesa), ahora junto a los autores vienen los libros.

En los años noventa del pasado siglo resultaba complicado promover en España la producción literaria de los herederos de Gabo, porque los libros viajaban mal y también porque los medios los acogían sin entusiasmo. Pero las cosas han ido cambiando. Los libreros han sido ganados por estos nuevos remeros de la literatura en las lenguas latinas y porque, además, unos aguerridos libreros han abierto una brecha por la que entran ya novedades que no vienen solo de la afluencia de los grandes grupos, sino que tratan de implantar aquí lo que allí hacen las nuevas editoriales. La más reciente iniciativa se llama La Lata Peinada, que es el nombre de dos librerías. Las fundaron con el título del autor argentino Ricardo Zelarayán, primero en Barcelona y ahora en Madrid los escritores Paula Vázquez y Ezequiel Naya, argentinos también; no sólo hay libros sino talleres que explican los libros y la pasión por hacerlos y por leerlos. Desde Buenos Aires Paula contaba este martes que ellos han querido que el dichoso boom ("y otras cosas que vinieron luego") no fuera el único protagonista de la literatura que se hace en Latinoamérica, sino que se conociera en España también "una nueva latencia sobre todo focalizada en las mujeres prescriptoras". Desde aquí comenzaron a hacer su catálogo, que ahora es como un barco abierto y lleno de libros procedente de las diversas capitales editoriales de las distintas partes de América.

En las estanterías se mezclan Nona Fernández con Juan Carlos Onetti (y con García Márquez, por cierto: en La Lata Peinada de Madrid exhiben la primera edición de Cien años de soledad), con Julio Ramón Ribeyro o Fernanda Melchor y con Selva Almada y Yuri Herrera. Editoriales de rango muy conocido con "editoriales independientes de allí" que hacen, en muchos casos, "un trabajo artesanal que ahora se podrá apreciar en España como una expresión de que la exportación en sentido contrario también es posible. Aliados españoles en la importación de literatura hecha en aquella otra parte del mar contribuyen a que el sabor de las estanterías acoja esta diversidad de la escritura que se escribe (y se edita) allí. Paula recuerda lo que Rodrigo Fresan publicó en Barcelona sobre "la absurda" rareza de que fuera tan difícil hallar en España libros escritos en una de las cunas más fértiles de la literatura de los recientes siglos. "Me avergüenza", dice Paula, "ver el déficit comercial de los libros que exportamos a España, nuestra puerta de entrada a Europa". Ella dice nombres propios que aún no se conocen aquí, reclama para ellos una atención que ahora se percibe pero que hace poco era nula, e insiste: "Lo que dicen estas estanterías es que hay, con respecto a lo que hubo en el boom, otro tipo de voces muy valiosas" Daniela Demar-ziani, escritora como los libreros fundadores, atiende en Madrid. Su entusiasmo llenó de libros la bolsa vacía del periodista, que pagó con mucho gusto.


El Pais, sábado 20 febrero 2021



domingo, 27 de junio de 2021

Una frase feliz basta para pasar a la historia

DESDE EL PUENTE / MANUEL VICENT


Dijo Borges: "Todos los escritores caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes". No obstante, la posteridad está al alcance de cualquier escritor que, al margen de su talento literario, se haya convertido en una fuente de anécdotas. Oscar Wilde dijo: "La diferencia entre un capricho y una gran pasión consiste en que el capricho puede durar toda la vida". Del mismo modo, frente a una obra maestra de un autor, cualquier anécdota de su vida es la que lo lleva a la inmortalidad. Solo por una frase feliz muchos han pasado a la historia. Pese a haber escrito más de cien libros, algunos muy notables, Francisco Umbral será recordado porque un día con alguna copa de más dijo en televisión aquello de "yo he venido a hablar de mi libro". Su gloria le llegará cuando esa frase también pase al anonimato y solo los muy eruditos sepan quién la pronunció por primera vez en el siglo XX. Requerido por el senador Joseph McCarthy para declarar ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas, en medio del salón abarrotado del Congreso, Arthur Miller dijo: "No me siento tan inocente como para maldecir a otros que no han sabido ser fuertes". Ante ese mismo estrado, el director de cine John Ford había retado a los miembros del comité: "Tienen ustedes media hora para preguntarme lo que quieran. A las diez empiezo el rodaje". La muerte de un viajante y La diligencia están contenidas en esas respuestas, que son todo un desafío moral. Por su parte, Dorothy Parker resumió el caos de su vida con esta salida: "La primera copa la tomo sobre la mesa, la segunda debajo la mesa, la tercera debajo del productor".

Truman Capote se hizo este autorretrato: "Tengo más o menos la altura de una escopeta y soy igual de estrepitoso. Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio". Cuando en Palamós estaba escribiendo A sangre fría fue acogido por un diabólico dilema. Durante sus visitas se había enamorado de uno de los reos, pero necesitaba que los asesinos fueran llevados a la cámara de gas para que su novela tuviera éxito. Si Cristo, en lugar de ser crucificado, hubiera sido condenado a 12 años y un día, su vida habría carecido de interés y no hubiera existido la Iglesia.

A Samuel Beckett se le concedió el premio Nobel en 1969. Recibió la noticia en Tánger. Después de dar las gracias, exclamó: "¡Qué catástrofe!". Y a continuación se perdió por el desierto de África. Un día, Beckett fue acuchillado gravemente en una esquina de París por un vagabundo. Al salir del hospital lo visitó en la cárcel y le preguntó: "¿Por qué lo has hecho?". El vagabundo contestó: "No lo sé". En esa respuesta está sintetizada la esencia del absurdo que invade toda la obra de este inmenso escritor. He aquí un diálogo de su obra Final de partida. "Cliente: Dios es capaz de hacer el mundo en seis días y usted no es capaz de hacer unos pantalones en seis meses. Sastre: Pero, señor, mire el mundo y mire su pantalón".

Cuando en 1881 Mitterrand le concedió a Julio Cortázar la nacionalidad francesa, en una pared de Buenos Aires apareció esta pintada: "Volvé, Julio, qué te cuesta". Cortázar volvió a Buenos Aires para visitar a su madre muy enferma y se le vio vagar como un extraño por el aeropuerto de Ezeiza sin que nadie lo reconociera ni hubiera ido a recibirlo. Nunca fue aceptado por ninguna autoridad establecida. Hoy en el barrio de Palermo de Buenos Aires hay una plazoleta con su nombre, de la que arranca la calle dedicada a Jorge Luis Borges. Cerca se alarga un paredón donde en la oscuridad se sacrificaban los travestís. En ese paredón estaba escrita esa plegaria para que volviera a casa.

Dylan Thomas entró en la taberna habitual de Swansea, al sur de Gales, con los cristales empañados por el vapor del alcohol y comentó con un colega acodado a su lado en la barra: "La primera obligación de un periodista es la de ser bien recibido en el depósito de cadáveres". Y dicho esto, encendió un cigarrillo y pidió una pinta, abriendo así la ola de cerveza sobre la que navegaría siempre hasta naufragar.

John Kennedy y Jaqueline se dedicaban a coleccionar celebridades para adornar algunas cenas privadas de la Casa Blanca. Por su mesa habían pasado Norman Mailer, Saul Below, Arthur Miller y los sinatras de mayor o menor tamaño. Incluso Pau Casáis había adornado con su violonchelo algunos postres exquisitos. Cuando Faulkner fue invitado, contestó a vuelta de correo: "Señor presidente: yo no soy más que un granjero y no tengo ropa apropiada para ese evento. Ahora bien, si usted tiene algún interés en cenar conmigo, con mucho gusto le invito a mi casa de Rowan Oak, en Oxford, Misisipi".

La historia de la literatura no es más que un cúmulo de anécdotas, que ocupan los márgenes en blanco de las obras maestras. Son las que llevan a sus autores a la posteridad.


 EL PAÍS    Sábado 19 de junio de 2021


 




miércoles, 16 de junio de 2021

Los libros curan

 

POR MARTÍN CAPARROS

La cifra me cayó por la cabeza y casi me lastima: el mundo produce un nuevo libro -un título nuevo, miles de ejemplares de cada título nuevo- cada 15 segundos. Son más de dos millones de títulos por año; si suponemos una tirada media de 2.000 ejemplares terminan siendo 4.000 millones de volúmenes que inundan todos los años el planeta, árboles cayendo en catarata, una lluvia de libros peor que el peor de los diluvios, un tsunami de libros. Era, por supuesto, más que suficiente para convencerme de no escribir nunca más -y sin embargo-.

Todos caemos en la trampa-libro: el libro es una marca prestigiosa. Aun siendo tantos, aun siendo tan dispares, la categoría libro conserva su reputación: pensamos libro y pensamos en un objeto respetable, portador de los saberes que el mundo necesita. Son taimadas las categorías: pensamos libro y les prestamos a todos el prestigio que merecen unos pocos. Caemos fácil en la tentación de suponer que el primer Quijote y el último MasterChef tienen algo en común -porque los dos manchan un hato de papeles unidos por el lomo-. Y sus fabricantes, faltaba más, aprovechan la confusión: piden condiciones especiales, mejoras impositivas, privilegios que el prestigio del objeto libro supuestamente justifica. Reivindican la importancia cultural de las elucubraciones de Mariló Montero o Paulo Coelho, defienden el peso social del Horticultor autosuficiente o el Manual práctico para hablar con los muertos.

Pero hay libros que te cambian la vida. O, por lo menos, eso dicen los "biblioterapeutas" de la School of Life, una institución que dirige en Londres el filosofador best seller Alain de Botton. "La vida es demasiado corta para leer libros malos", dice su presentación, "el problema es que, con tantos miles de libros publicados, es difícil saber por dónde empezar". Ellos quieren guiarte y, para comenzar, te explican las ventajas de los libros. Para mí, que nunca supe por qué leía o escribía, fue una revelación tras otra -o casi-: 

-que leer parece una pérdida de tiempo pero en realidad es un enorme ahorro, porque te presenta un arco de hechos y emociones que tardarías años, siglos en vivir;

-que leer es entraren un simulador de vida que te lleva a testear sin peligro todo tipo de situaciones y decidir qué te conviene más;

-que leer produce la magia de mostrarte cómo ven las cosas los demás y entonces te hace ver las consecuencias que tienen tus acciones y eso te hace, dicen, ser mejor persona;

-que leer te hace sentir menos solo porque te muestra que esas cosas raras que piensas las han pensado otros, que han sabido ponerlas en palabras que te describen aún mejor que lo que tú mismo podrías;

-que leer te prepara para eso que la crueldad del mundo moderno llama "fracasar", mostrándote la falsedad, la banalidad de eso que este mundo llama "éxito".

Para eso, dicen, no hay que tratar la lectura como un entretenimiento, un pasatiempo playero, sino como un instrumento para vivir y morir con más sentido y más sabiduría. O sea: una terapia. La biblioterapia, su creación, consiste en entrevistar al "paciente", escuchar sus problemas, sus gustos, sus experiencias lectoras y recomendarle los tres o cuatro libros que mejor pueden ayudarlo. Cada cita no cuesta más que 110 euros -unos cinco o seis tomos-. No hay, todavía, estudios sobre su eficacia; por ahora se sabe que el invento ya avanzó hasta Francia -y amenaza cruzar el Pirineo-.





El Pais Semanal Nº 2.018 Domingo 31 de mayo 2.015

domingo, 13 de junio de 2021

Santo Patrono del Padre Brown por Fernando Iwasaki

Además de novelista, poeta, ensayista, dramaturgo, cronista de viajes, escritor de cuentos policiales, crítico, polemista y creador de la doctrina económica distributiva, Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) tenía abierta desde 1958 una causa por su beatificación, reactivada hace menos de un año. Por lo tanto, Chesterton está en carrera de santidad y cuando el Vaticano certifique un milagro podría ser elevado a los altares.

En la mayoría de librerías inglesas es imposible encontrar sus libros, porque no es un autor que reediten con frecuencia las editoriales británicas. Tampoco en Estados Unidos, donde existen numerosas sociedades que honran su obra y su memoria como The American Chesterton Society (www.chesterton.org). Sin embargo, en España y América Latina nunca faltan reimpresiones y nuevas traducciones de Chesterton, porque el creador del padre Brown es uno de esos autores que gracias a Borges ha devenido clásico para el lector de habla hispana y por eso se continúa reeditando en México (FCEy Sexto Piso), Argentina (Losada, Emecé, Lohlé y Ágape) y España (Acantilado, Renacimiento, Pre-Textos, Espuela de Plata, Valdemar, Alta Fulla, Ciudadela, Acuarela de Libros...). ¿No es un milagro que un autor inglés fallecido hace casi un siglo sea más popular en el idioma de Cervantes que en la lengua de Shakespeare?

Chesterton no tuvo una especial formación religiosa, pues de adolescente practicó la ouija y el espiritismo. Más tarde se declaró agnóstico e incluso se adornó con más de una ironía anticlerical, hasta que en 1901 se casó con Francés Blogg, convirtiéndose de pronto a la religión de su mujer: el anglicanismo. No obstante, atraído por la religión y él mismo poseído por una fe voraz, comenzó un proceloso acercamiento al catolicismo durante el cual publicó los ensayos Herejes (1905), Ortodoxia (1908) y La superstición del divorcio (1920), así como las dos primeras entregas de las aventuras del padre Brown, divertido detective inspirado en la figura del sacerdote católico John O'Connor. A lo largo de aquellos años Chesterton polemizó más de una vez con escritores agnósticos como H. G. Wells y Bernard Shaw, quienes fueron sus rivales pero jamás sus enemigos, porque el humor y la inteligencia le depararon cariños y admiraciones a pájaros. En 1922 Chesterton se convirtió al catolicismo sin decirle nada a su mujer, pero ella se convirtió también en 1926. Para entonces Chesterton ya había publicado la biografía de san Francisco de Asís (1923), el ensayo El hombre eterno (1925) y el poemario La reina de siete espadas (1926), textos que sin duda terminaron de animar al papa Pío XI a concertar una cita con Chesterton en Roma en 1929. El escritor colombiano Juan Esteban Constaín ha dedicado una deliciosa novela -El hombre que no fue jueves- a la secreta misión que el Papa le encomendó a Chesterton, aunque no es menos novelesco que Pío XI lo declarara Defensor Fidei cuando falleció. ¿No es milagroso que después de batirse en nombre de una fe minoritaria contra todos los estamentos religiosos e intelectuales de Inglaterra Chesterton muriera en olor de simpatía y multitud?

El 10 de marzo de 2013 el cardenal arzobispo de Buenos Aires -promotor en 2005 de la I Conferencia Iberoamericana sobre Chesterton organizada por la Sociedad Chestertoniana de Argentina- solicitó la reapertura de la causa por la beatificación de Chesterton y tres días después fue proclamado Papa. ¿No es un milagro que Borges y Bergoglio sean piezas de una trama digna de El secreto del padre Brown?




El Pais Semanal Nº 1.970 Domingo 29 de junio 2.014

El atrevimiento civil de la revista ‘Ínsula’

Víctor García de la Concha destacó el hispanismo literario de sus páginas y consolidó sus suscripciones

JUAN CRUZ

Madrid - 06 FEB 2021


Detalle de la portada del número conmemorativo de la portada de Ínsula. Imagen de Cristina Almodovar.

En 1946, cuando España estaba rota en dos y una de ellas, la republicana, vivía el exilio americano, un grupo de amigos capitaneados por el profesor Enrique Canito puso en marcha en una librería de Madrid la revista Ínsula. Fue un puente de palabras entre los que se quedaron en el interior y los que mantenían en el exilio la cultura del país que debieron abandonar. Un atrevimiento: hacer convivir en los quioscos de España los nombres de Antonio Machado y de Vicente Aleixandre, la diáspora y la resistencia de un país marcado por una zanja de sangre. Ahora, setenta y cinco años después, aquel abrazo contra el olvido que constituyó Ínsula sobrevive arrostrando las sucesivas amenazas de cierre que, ya en época democrática, pende en España sobre las revistas culturales. Ya estuvo a punto de zozobrar en 1983, pero Espasa Calpe (que fue luego adquirida por Planeta, que la sostiene) y Víctor García de la Concha la mantuvieron a flote. El que luego sería director de la Academia de la Lengua estuvo a su frente veinte años, “rescatando un símbolo de la cultura española muy querida, además, por el mundo universitario de las dos orillas”. De La Concha subrayó de Ínsula el hispanismo literario, consolidó sus suscripciones y puso en pie de nuevo “un emblema de fidelidad histórica a un símbolo que no podía perecer”. Tras esa época de reconstrucción se puso al frente Carlos Álvarez Ute, prematuramente fallecido, y desde hace quince años la dirige Arantxa Gómez Sancho, en cuyo tiempo aparece el número 889 con el que la vieja revista resucitada cumple sus 75 años. Para Arantxa, Ínsula es ahora su desvelo, hasta el punto que, cuando hablamos con ella esta semana, acababa de soñar que José Luis Cano, el compañero de Canito en aquella aventura, le decía: “Con Ínsula seremos mejores”.

"Fue un puente con el exilio", dice Arantxa... Enrique Canito y José Luis Cano eran leyenda en la historia literaria de aquellos años, pues en torno a ellos se juntaron "la España heterodoxa y liberal y la España del exilio". El número que conmemora ahora ("y a todo color, algo que ya no puede ser frecuente") combina una nomenclatura que abre los ojos a todo del siglo XX, desde Juan Ramón a Rubén Darío, desde Alberti a Lorca. Atentos a la literatura extranjera (Valèry y Rilke estaban en su número 1, con un cuento de Carmen Laforet), no descuidaron la comunicación de lo que hacían también los escritores hispanoamericanos y los españoles del interior, cuya voz, sin Ínsula,  hubiese sido un eco deslucido. De la Concha recogió ese testigo, amplió las suscripciones en las universidades extranjeras y la hizo flotar como aquel barco velero de 1946 como si fuera un reactor que desembarcara cada mes en las universidades del mundo. La crisis de 2008 (y sucesivas) cortó subvenciones hasta dejarlas en una miseria e, igual que ha pasado con otros emblemas del mismo carácter, ahora Ínsula sobrevive con la calderilla que el Estado otorga a publicaciones así, sea cual sea la apuesta de su tradición.

Un poema de Joan Margarit, inédito hasta ahora, resume la época en que nació Ínsula y de la que proviene el último Cervantes: "De la pobreza viene mi alegría". Contra viento y marea, desde los tiempos en que escribir y publicar era llorar en un desierto. Ínsula sobrevive como un sueño de Cano y de Canito, dice Arantxa, "para transmitir desde hace 75 años el atrevimiento civil de pedir respeto por el otro".


El Pais sábado 6 de febrero de 2021




viernes, 30 de abril de 2021

¿Qué es la vocación literaria?

Es una anomalía vital, un íntimo y voraz incendio, terrible y encantador, capaz de convulsionar su objetivo

Por Javier Gomá Lanzón

POR DE PRONTO, una anomalía vital. En la mocedad, cuando uno vive en proyecto y todas las opciones existenciales permanecen abiertas, la vida ofrece, como una baraja extendida sobre el tapete, una exuberante variedad de posibilidades humanas: podemos soñar con ser actor, campeón de tenis, científico o explorador, o una combinación lujosa de todas ellas. Tener vocación literaria significa comprobar que de las mil posibilidades humanas, sólo una, una nada más, de una forma espontánea y sorprendente para uno mismo, absorbe por entero las anfractuosidades de una personalidad en origen plural y compleja, y activa en esa muy específica dirección todas las facultades intelectivas, volitivas, sentimentales y hasta corporales del sujeto rehén de la musa, ejerciendo sobre él una tiranía de sátrapa oriental. Sin duda, un objetivo y casi diría bárbaro empobrecimiento de la prodigalidad vital, por un lado. Pero por otro, una formidable concentración de energías que, sostenidas en el tiempo, tras años de obstinada fidelidad, proporciona a ese condenado a las galeras una íntima familiaridad con la emoción que un día lo arrasó todo dentro de sí y todavía lo sostiene, así como con ese haz desordena- do de entrevistas intuiciones y formas que la ola emocional originaria trajo consigo.

La vocación es una manía numinosa que se moviliza imantada por una fascinación magnética —mysterium fascinans—, pero que exige a cambio una devoción exclusiva, no compartida, que excluye fáusticamente —mysterium tremens— el amor por cualquier otra cosa en el mundo. Pues en efecto si hay algo claro sobre la vocación es su tendencia al totalitarismo, que practica rapiñando en el interior de su presa para instrumentalizar todos los campos de la subjetividad afectada, pensamientos, experiencias y afectos, devorándolos con voracidad insaciable. La vocación suministra una inigualable intensidad a la existencia, crear la apariencia de trocar el azar por la necesidad en la propia biografía derramando sobre ella una lluvia de “sentido”, pero a precio de

“Es literaria la vocación del artista cuando éste es arrastrado por el movimiento de fijar su emoción por escrito”. Foto: Ferdinando Scianna / Magnum

que todo lo demás no lo tenga o lo tenga como ocasión para una confirmación de esa emoción primera, omniabarcante y omnipresente. Y como el hombre de vocación sabe que ese especialismo vital suyo es comparativamente exagerado y aun monstruo- so, finge ante el mundo una afectada normalidad de buenos sentimientos y buena ciudadanía que en el fondo no conoce ni comprende. Y como, por añadidura, lo habitual es que entre el nacimiento adolescente de la violencia de la emoción y el momento de darle serenamente forma, la madurez ca- paz de convertirla en obras literarias bien acabadas, se abra un considerable lapso de tiempo, ahí tenemos a ese hombre preñado de vocación soportándose malamente a sí mismo y sobrellevando su extraña gravidez en el lento rotar de las estaciones, un año tras otro, abandonado a la más perentoria y solitaria ansiedad.

En esto se observa hasta qué punto constituye un error y un monumental malentendido de la verdadera esencia de la vocación literaria esa propensión romántica a enaltecer la originalidad y la excentricidad del artista, en suma, su vida como radical anomalía, porque siendo ya la vocación la más extremosa de las anomalías vitales, la tarea del artista genuino no consiste en alentar una pulsión que de suyo es bárbara e imparable- mente expansiva sino, por el contrario, en arreglárselas de alguna manera para, en expresión de Thomas Mann, mantener los perros en el sótano y no permitir que s enseñoreen de la casa entera. El artista no necesita ayuda para inflamar todavía más el incendio íntimo que le consume sino para frenar su onda abrasiva, templarla y mantenerla en unas proporciones humanamente vivibles y civilizadas.

Es literaria la vocación del artista cuando éste es arrastrado por el movimiento de fijar su emoción por escrito. Es una compulsión que sobreviene a las personas cuya abstracta pasión los ha distraído de las ocupaciones más prácticas de la vida. La tradición los presenta muchas veces como pastores que vagan por el campo. Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, cuando llegó al monte Horeb y allí tuvo la visión de una zarza ardiente que le hablaba (Éxodo 3); Hesíodo se hallaba al pie del monte Helicón apacentando sus ovejas cuando se le acerca- ron las Musas y le dieron un cetro que lo consagraba como poeta (inicio de la Teogonía). La primera escena pone el acento en el aspecto ígneo, quemante, de la vocación, mientras que la segunda destaca más bien la gracia y el encantamiento que también le son propios. En ambos casos, la epifanía poética conduce a una misión: la de crear un documento definitivo (Pentateuco, Teogonía). Todo el afán del poeta es entonces ordenar esa verdad que ha visto y sentido y dotarla de una forma perdurable, arrebatada en un acto de violencia al caótico devenir de la fluente experiencia humana; y en la labor de aplicar morosamente la forma a la obra —verso a verso, párrafo a párrafo—, crear un producto final en el que la verdad allí enunciada quede por siempre disponible para uno mismo y para los demás. Este último momento de sociabilidad literaria es esencial a la vocación: de igual manera que, como mostró Wittgenstein, no existen los lenguajes privados, tampoco es pensable una obra literaria privada. Crear es siempre un acto de comunicación.

Ésta es mi manera de entender la filosofía, una de las varias vocaciones literarias posibles. Así es como yo la vivo, la comprendo y me comprendo a mí mismo. Una precisión importante: vocación no arguye genio ni talento. Hay vidas extenuadas por una intensísima vocación pero artísticamente estériles, incapaces de producir nada de mérito. Con mucha probabilidad la devoción de Salieri por la composición musical no sería menor a la de Mozart, ni su ansia por producir algo inspirado, realmente grande. Su vocación era pareja, pero sus resultados no.



EL PAÍS BABELIA  Nº 962 01.05.10

viernes, 23 de abril de 2021

Diez años después

Si diez años después te vuelvo a encontrar
en algún lugar,
no te olvides que soy
distinto de aquel pero casi igual
Si la casualidad, nos vuelve a juntar 10 años después
algo se va a incendiar, no voy a mostrar mi lado cortés
Aquello fue un gran punto de partida
pero a la vez que facil se te olvida
diez años después quien puede (quiere) volver atrás
Estamos en la tierra cuatro días
y el cielo no me ofrece garantias
10 años después mejor volver a empezar.
Si tu credulidad, se deterioró, en algún lugar
no te olvides que soy, testigo casual, de tu soledad
Si 10 años después, no estamos igual, que le vas a hacer
otros 10 años más, y luego empezar, juntos otra vez
Aquello fue una linda primavera
pero fue solamente la primera
10 años después el tiempo empieza a pesar
Me quedan balas en la cartuchera
pero te guardo siempre la primera
10 años después mejor reir que llorar.
Una carta te di, que nunca escribí, que nadie leyó
hoy, 10 años después, todo sigue igual, nunca te llego
dentro del corazón, al día de hoy, no queda lugar
Si perdí la razón, no fue por amor, fue por soledad
La vida es una gran sala de espera
la otra es una caja de madera
10 años después, mejor dormir que soñar
No se pude vivir de otra manera
porque si no la gente ni se entera, 10 años después
quien puede volver atrás,

10 años después mejor decir que callar.

Letra de la canción del grupo de música Los Rodriguez

Un 23 de abril de hace 10 años este blog nacía como poco más que un ejercicio de trabajo. A manos de un buen amigo. Bienintencionada herramienta, fruto de su pasión por la literatura, con muchas ganas de mejorar algún mundo (pongamos que el suyo) al menos durante cinco minutos, luego... bueno, luego que se ocupe otro.

Luego, el otro, yo mismo, bienintencionado también, forofo del ambiente literario, lector empedernido e impenitente, aficionado y torpe escritor, triste intento de guionista, me hice cargo del blog, bienintencionados todos.

Este lugar: virtual, fugaz (supuse), esquivo de mis amores debido a otras ocupaciones y deberes varios, dispuse que fuese un bazar, un mercado donde todo cabe. Así, comencé a comentar de forma breve, concisa y jocosa unos cuantos de los libros que he leído y me parecían interesantes, También textos inconclusos. Artículos varios de varios autores. Alguna ilustración temática, o cartel de alguna feria del libro.

Nunca fui pródigo en publicaciones. Aún así, siempre fue, es y será divertido. Me gusta pensar que alguien puede descubrir, leer, encontrar o interesarse por algo nuevo.

Vamos a por otros diez años más.





lunes, 12 de abril de 2021

"El Fugitivo" de Stephen King



Comentarios de libros leídos hace mucho tiempo, escritos hace mucho tiempo. Definitivamente, el tiempo es un factor a tener en cuenta.

La edición española de El Fugitivo, arrastraba el lastre del tiempo transcurrido entre la edición americana (original, primigenia) y la nuestra. Explica en un texto incluido en el propio libro el autor el porqué de todo ello.

Stephen King publicó cinco relatos de ciencia-ficción con el pseudónimo de Richard Bachman, por diversas razones, ninguna de ellas económicas (eso dice), pero uno de los autores más vendidos del mundo tiene problemas para permanecer oculto en la sombra.

Además, sorprendentemente hasta mi propio libro ha sobrevivido a tantos avatares, ha recorrido media Europa, y no dejo de pensar si no habrá algo sobrenatural en ello. Pero no nos desviemos.

De los cinco relatos de ciencia-ficción que publicaron con el nombre de Richard Bachman hasta la fecha de publicación de El Fugitivo en España, hay otros dos: 1977 - Rabia (Rage),1979 - La larga marcha (The Long Walk), 1981 - Carretera maldita (Roadwork), 1982 - El Fugitivo (The Running Man), 1984 - Maleficio (Thinner). Para mi, el mejor, con diferencia, es El Fugitivo. Aunque Rabia es una autentica realidad en el país de Stephen King, y Maleficio entra directamente en un proceso mágico. El Fugitivo reune elementos de un posible futuro y por supuesto en una narración tremenda, agónica y creíble. 

Fantasía cuasi post-apocalíptica, con el mundo en manos de auténticos locos lanzados de lleno a cargarse el planeta, obviando la contaminación y centrandose en el control televisivo de la población, literalmente. En el libro explica que "todos los hogares tienen que tener televisión, aunque no era obligatorio tenerla encendida tan solo por cinco votos del Congreso". La televisión se encarga de eliminar de forma sistemática y legal a todas las personas que aún tienen algo de educación y/o capacidad de actuar contra las empresas y fábricas que matan al mundo. La acción transcurre en el año 2025 y no anda muy desencaminado.

Los números de los capítulos tienen un orden descendente, y el protagonista, Ben Richards, descubre poco a poco, que es mejor de lo que él nunca pensó. 

No quiero contar nada importante, es un libro breve. Eso sí, me niego a hablar de la película que perpetraron, tan solo para decir que no tiene NADA que ver con el libro, ah si, el nombre del protagonista, nada más.

Título original: The Runing man, publicado por The New American Library. Inc, New York

El Fugitivo

Richard Bachman (Stephen King)

Ediciones Martínez Roca S.A. , 1986


viernes, 26 de marzo de 2021

Instrucciones para no morderse la lengua por Juan Cruz

 Darío Villanueva es catedrático, ha sido director de la Academia, generalmente usa corbata, pero en los saraos de antaño era el primero en salir a bailar tras las conferencias sobre el buen uso de la lengua. Para escribir este libro, Morderse la lengua. Corrección político y posverdad (Espasa), también se ha quitado la corbata, y naturalmente no se ha mordido la lengua, como militante "contra la forma posmoderna de la censura que se llama corrección política". Si te muerdes la lengua te envenenas. Pasa en su propio oficio. Un profesor español en Princeton le espetó a un estudiante: "¡A ver si te pones a estudiar y dejas de tocarte los cojones!". Acto seguido el muchacho acudió a la autoridad para denunciar de acoso sexual verbal al maestro, éste fue expulsado por la rectora y tiempo después se suicidó el profesor. Se ha sabido que el maestro francés degollado por un fanático fue atacado a raíz de una mentira de una alumna mahometana que no estaba en clase, pero le contó a su padre que el maestro mostró "de manera ofensiva los famosos dibujos contra Mahoma". El padre fue a un imán con la historia, "lo contó en las redes y al tiempo lo degollaron". La corrección política, dice Villanueva, la ejercía antes un poder político o religioso... "Ahora es parte de una nebulosa de la sociedad, un género se considera autoridad para imponer lo que se puede y lo que no se puede decir. El que no se atenga a esas normas no escritas tiene que atenerse a las consecuencias".

Quevedo avisó, como recoge el académico antes de empezar el libro: No he de callar por más que con el dedo / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avisas o amenaces miedo. "Lo perverso del asunto es que nosotros vivimos en democracia, sabemos cómo fueron la censura de la dictadura y la de la Iglesia, parecía que estábamos vacunados contra ello y ahora sabemos que no es así". En el ámbito del feminismo, en los ochenta la palabra Woman, mujer en inglés, "ya fue rechazada porque en su segunda parte dice hombre... Desde esa idiología de la no identificación de género ya no se puede decir madre sino persona gestante; y en el caso de la propia palabra mujer es más correcto decir persona menstruable... Una señora nos mandó una carta a la Academia exigiendo que se retirara del diccionario la palabra mayormente porque le hacía llorar los ojos. Y dos persona firmaron una misma carta diciendo que hay que retirar el adjetivo racional porque es ofensivo contra los seres irracionales". Enid Blyton está acusada de sexista y racista. Y a Mark Twain lo persiguen por haber escrito la palabra nigger... Al propio Darío Villanueva lo amenazaron por haber glosado en sus lecciones universitarias norteamericanas la parte en la que , en el Lazarillo, la madre de Lázaro se amanceba con un negro ante cuya visión el niño exclama: "¡Negro, coco!" ¿Y cómo combatimos este manto de corrección política? "No aceptándola, no mordiéndonos la lengua... Yo tengo 70 años, y me niego a aceptar que soy de la tercera edad. Yo soy viejo".

Por cierto, ¿y al fin no calló Quevedo? "Era un hombre inteligente, lector de Maquiavelo, dijo aquello de "entre el clavel y la rosa su majestad escoja" y así consiguió que no lo metieran en la trena... pero lo metieron". ¿Y usted, se muerde la lengua? "Por pudor, o por cortesía. Nunca por corrección política". 


El Pais, sábado 20 de marzo de 2021.

martes, 23 de marzo de 2021

Una escuela de contar Barcelona por Juan Cruz

 El temporal de 2020 barrió con su viento horrible dos de las miradas que hicieron de Barcelona protagonista de distintas literaturas, las de Carlos Ruiz Zafón y Juan Marsé, a los que la ciudad quiere más allá de que les dediquen avenidas o barrancos. El autor de La sombra del viento murió en junio y Marsé falleció un mes más tarde. Sus obras explican maneras de ver Barcelona. El novelista de La ciudad de los prodigios, Eduardo Mendoza, que alterna Barcelona con su casa de Londres, dice que esos dos amigos constituyen una escuela de contar Barcelona. Marsé es el fundador..."Sitúa las peripecias de los personajes en lugares que forman parte de su identidad. En Ultimas tardes con Teresa están clarísimos el barrio de los perdedores y el barrio de los ricos, así como el trayecto que va de un barrio al otro. La ciudad, en Marsé, se convierte en escenario y en parte de la trama...En el caso de Manolo Vázquez Montalbán y su Carvalho, él recorre la ciudad con su personaje, lo acompaña por todos los estratos y así incorpora la propia Barcelona a la acción". Mendoza la convierte en un prodigio desde el título..."Después de ellos dos, venimos los que hacemos que la ciudad sea la protagonista, no sólo el escenario y parte de la trama, sino como una persona casi independiente de la propia ciudad. Se invierten los papeles, la peripecia es la de la ciudad y el individuo es el lugar por donde transcurre esta historia urbana. Es lo que intento hacer en La ciudad de los prodigios y lo que hace luego Ruiz-Zafón con la escritura que inicia con La sombra del viento".

Esta saga de miradas coincide, dice Mendoza, "en el momento en que Barcelona es una ciudad por explotar, al menos en castellano. Madrid ya había sido muy trabajada por Galdós, por Baroja; a Barcelona la habían tratado, desde la crónica periodística, Pla y Gaziel... Nuestra generación saca los referentes de Pla y de Mercé Rodoreda, cuando la Barcelona real era un huerto por cultivar". Ahora el que quiera entrar en la Barcelona literaria, para retratarla, lo tiene muy mal, "porque ya no queda ni catedral por contar". ¿Qué tuvo tanta potencia en la escritura de Zafón para convertir su trazo de Barcelona en un fenómeno universal? "Surgió de repente, y no hay manera aún de explicarlo. No hay país del mundo donde no sea el escritor de Barcelona por antonomasia. Tiene un talento natural, pero también un aprendizaje muy bueno, como guionista en Hollywood, como hombre de la publicidad en Los Ángeles, así que tiene todas las técnicas propias de la narrativa moderna. Y luego se encuentra con Barcelona, cuyos alicientes justifican el viaje que excita su propia literatura". Se fueron. Dos miradas para Barcelona. "Dos amigos. Y antes se fue Manolo. Marsé fue la larga conversación de muchos años. Ya es hora de que salgan jóvenes y que nos manden al retiro. No sé que contarán, pero tienen muchas cosas que contar. Yo estoy en tiempo de descuento". Sergio Vila Sanjuán, periodista, escritor, recuerda a su amigo de Zafón prendido del Portal Gaudí, su espacio mayor en la ciudad que él hizo mundial. Ahí está la fotografía de Marsé, su mirada en la Barceloneta. Su hija Berta, novelista, lo recuerda emocionado viendo en el cine a Carmen Amaya bailando para Los Tarantos en el Somorrostro, pero no lo recuerda en la Barceloneta, "entonces los barceloneses vivían de espaldas al mar".


El País, sábado 30 de enero de 2021

viernes, 19 de marzo de 2021

Dentro y fuera de los libros

 Por José Antonio Millán

El libro es un curioso objeto intelectual y material, inscrito a la vez en el tiempo y en el espacio, en los mapas conceptuales de nuestros saberes y en la geografía de nuestras ediciones y lenguas. Esta realidad poliédrica favorece la constante generación de obras que estudian alguno de sus aspectos, hasta tal extremo que los libros sobre libros ya son un género propio en las librerías.

Que el libro no se agota en sí mismo es un hecho claro, y nada lo demuestra mejor que los aparatos destinados a navegar en su interior. Surgidos inicialmente para el estudio de las Escrituras, los índices pronto se convierten en una pieza fundamental en el saber. María Gioia Tavoni, profesora en Bolonia, recorre su historia en su obra Circunnavegar el texto. Los índices en la Edad Moderna. Comienzan como un apoyo privado a una lectura. Las listas de temas y subtemas, de nombres y lugares,  las creaban los lectores con el propósito de recuperar fácilmente los fragmentos de texto que les habían interesado. Los indices crecen y se hacen más precisos con las balizas que roturan las obras: inicialmente, los nombres de capítulos y apartados, luego, la numeración de las hojas y, por último, de las páginas.


El cerebro del niño (1914), óleo de Giorgio de Chirico.

Esos índices personales de la época del manuscrito son a veces copiados y disfrutados por otras personas, de modo que cuando llega la imprenta es lógico que comiencen a imprimirse, muchas veces independientemente de la obra a la que se refieren. Pero no sólo se guían por los contenidos evidentes: en el caso de obras de materia religiosa pueden ayudar a descubrir ideas compremetedoras que el recelo del autor había camuflado. Por este motivo, un índice (!no la obra¡) podía acabar en el Índice... de libros prohibidos. Por último, un índice como el que el pastor Muchon hizo en 1780 para los 33 volúmenes de la Encyclopédie tiene la capacidad milagrosa de restituir al orden de la razón los conceptos que la obra había repartido alfabéticamente en diversas entradas. En el momento actual, cuando el ahorro y la incuria editoriales hacen que se prescinda frecuentemente de este útil aparato, una obra como Circunnavegar el texto recuerda la sutileza y el poder de índice bien confeccionado (como el que cierra este cuidado volumen).

Pero el libro, como objeto material y cultural tan inserto en nuestro imaginario, se puede abrir en un mundo de experimentación. En El libro expandido. Variaciones, materialidad y experimentos, la poeta y profesora Amaranth Borsuk recorre primero las formas históricas que adopta en distintas culturas para desembocar en el auténtico tema de su obra: la expansión del "códice" en reencarnaciones digitales y en manipulaciones artísticas que permiten reflexionar sobre su naturaleza y desbordar sus límites. La experiencia del libro electrónico, en el que objetos del tamaño de libro de bolsillo rebosan de obras, se complementa con las intervenciones poéticas que juegan con el continente y el contenido. Así, aparece el libro-caja o archivo, el libro desencuadernado o recombinante, como trampa o burla de uso, para recordar su identidad a través del extrañamiento y la autorreferencia. Libros hechos de materiales perecederos, que acentúan su carácter efímero; libros que rompen la linealidad, con su contenido accesible de múltiples maneras; libros censurados, de páginas tachadas, o atravesadas de clavos...Cuando los artistas quieren desafiar la cultura heredada no la transgreden creando variantes de muebles o automóviles, sino de libros: el "libro de artista" es un elemento definidor del siglo XX, como presencia constante en cada vanguardia artística, del futurismo en adelante. Poesía y tecnología se dan así la mano en El libro expandido, que contiene una sabrosa antología de citas sobre el libro, y que a través de una cronología, glosario y lista de lecturas complementarias permite poner cerco a una realidad polimorfa.

Emparentado misteriosamente (por la aparición simultánea de estas obras en el mercado) tanto con la baliza textual como con el arte libresco, el bibliotecario e historiador de la edición Massimo Gatta aborda en Breve historia del marcapáginas un elemento indispensable en la apropiación del libro por parte del lector: el señalamiento del punto en el que cesa la lectura. El marcapáginas es el pariente rico del ominoso pliegue de la esquina de la hoja, es la apoteaosis del objeto que el azar dispone para marcar un lugar (incluyendo el dedo del lector). Y puede venir incorporado a la encuadernación (cinta, tira de cuero ricamente adornada) o ser pieza exenta con decoraciones o publicidad (como la mise en abyme del marcapáginas del libro sobre el marcapáginas presente en este volumen). Objeto de coleccionismo, o pieza efímera del comercio y la industria, en esta pequeña pieza se condensa el alto en la lectura como promesa y recordatorio de su continuación. Treinta ilustraciones a color que recorren una rica panorámica de la materialidad de la pieza (¡el lector  la lectura de Bronzino!) complementan esta pequeña, juguetona obra.


El Pais. Babelia Nº 1.522, sábado 23 de enero de 2021



martes, 16 de marzo de 2021

En busca del blanco perfecto

 Por Juan Carlos Galindo

Al tiempo que domina la lista de ventas, la novela negra sigue ganado prestigio. en medio de la pandemia fue un refugio para una industria que cada enero busca el siguiente éxito

Policías de diverso pelaje moral, víctimas no siempre inocentes, detectives frustrados, psicópatas, ladrones y timadores, mafiosos, corruptos, héroes y seres abyectos son algunos de los miembros de la curiosa tropa que toma por asalto las librerías cada mes de enero. El inicio del año se tiñe de negro literario y, con la resaca navideña presente todavía en los estómagos y los bolsillos de los lectores, las editoriales apuestan por un género que se ha convertido en un auténtico refugio. "Desde hace tiempo, el género negro es el más leído en todo el mundo. Su éxito no es fruto del peculiar momento que vivimos, sino que ha ido creciendo con mucha fuerza, y singularmente en España durante los últimos 10 años. Dicho esto, es indudable que el confinamiento total ha alterado los planes de publicación de las editoriales, que no solo han tenido que recortar el número de títulos, sino también dejar para momentos más propicios los más arriesgados, apostando por obras más identificables y seguras. Sin olvidar que la novela negra es uno de los géneros más resilientes, incluso en tiempos de crisis: siempre es altamente reconfortante ver que su línea narrativa parte del caos, pero acaba llegando a una solución y un regreso al orden", sintetiza Anik Lapointe, editora de Salamandra y precursora del género en español desde que dirigiera la Serie Negra de RBA.

Si esto fuera una novela enigma, al Dupin o al Holmes de turno les faltaría una pieza del puzle para explicar por qué este mes y no otro. La respuesta es sencilla: el culpable es el festival BCNegra, que celebra este año del 21 al 31 de enero su decimosexta edición. "Las editoriales se dieron cuenta de que había más actividades, más atención de la prensa y aprovecharon esta pista de aterrizaje para adaptar sus propuestas literarias al evento. Al sacar un libro en enero, este tiene un recorrido de 8 o 10 festivales, algo que en el resto de géneros no ocurre", explica Carlos Zanón, escritor y comisario de BCNegra. "Las colas que se forman cada año -!días laborales incluidos¡- a la entrada de los recintos que acogen los actos de BCNegra simbolizan el éxito de la propuesta", comenta Antonio Lozano, periodista y escritor que acaba de publicar el ensayo Lo leo muy negro (Destino) y que dirige la Serie Negra de RBA. Este año en el que la pandemia ha trastocado todo, esa asistencia masiva de público está descartada, pero la cita barcelonesa resiste, se adapta y se expande imitando al género del que hace bandera. "La cultura es la que ha salvado todo esto, la que nos ha permitido quedarnos en casa, explicar qué está pasando. La industria ha reaccionado bien y rápido", reflexiona Zanón.

La ficción criminal en España -aderezada ahora por un creciente gusto por el true crime, género de larga tradición en otros países y del que este mes tenemos un buen ejemplo en Poli, de Valentin Gendrot (Principal)- es un campo de batalla cruel y diverso en el que la superproducción, la búsqueda como sea del siguiente éxito o la copia de patrones establecidos se alterna con apuestas literarias de calidad -en enero, Seis cuatro, de Hideo Yokohama (Salamandra); Catedrales, de Claudia Piñeiro (Alfaguara), o Tres, de Dror Mishani (Anagrama), por ejemplo-, recuperación de clásicos - Tusquets publica dos novelas del comisario Bärlach, del siempre exigente Friedrich Dürrenmatt; Siruela edita la antología Villanos victorianos en su biblioteca de clásicos, y con Una mujer endemoniada RBA completa la publicación de toda la obra de Jim Thompson-, grandes series- sigue adelante Benjamin Black con su patólogo Quirke (séptima entrega), y no se pierdan al detective canalla Harry McCoy en Hijos de febrero (Tusquets), segunda novela de Alan Parks- y descubrimiento de nuevos talentos- atentos a Romy Hausmann y su thriller Mi dulce niña (AdN)-.

Estos son solo algunos ejemplos de lo que se publica en las próximas semanas en un género inabarcable, con diversas aristas y vertientes que le permiten moverse con rapidez de una tendencia a otra. "Puede que haya novelas que sigan patrones demasiados definidos, pero también surgen constantemente autores con enfoques novedosos. el concepto de novela negra se expande continuamente", reflexiona Fernando Paz, editor de AdN, sello que en sus cuatro años de existencia ha consagrado casi la mitad de su producción al género con autores como Michael Connelly o Tana French. "Es un ente omnívoro que se alimenta de la ficción literaria y tiene múltiples concreciones", resume Lapointe para explicar que, por ejemplo, en las próximas semanas lleguen varias novedades de novela negra histórica, simbiosis que se ha convertido en una de las grandes apuestas del sector: destaca la vuelta del policía militar en tiempos de los nazis Martin Bora en La noche de las estrellas fugaces (Alianza) o El abstemio, de Ian McGuire (Seix Barral).

En busca de la campanada

Una sólida comunidad de lectores, un circuito de festivales, éxitos internacionales..., el pastel es jugoso; la apuesta, arriesgada. "Como ocurre con la literatura en general, las ventas se concentran en unos pocos títulos y probablemente cuatro superventas llevan a pensar que las masas se lanzan sobre toda la novela negra. Si ha existido un verdadero boom ha sido exclusivamente en términos cuantitativos, la sobreproducción es salvaje y esto dificulta mucho la visibilidad de las perlas. Pero sin duda que hay un público interesado y esto lleva a los sellos a renovar constantemente la apuesta por él, impulsados a su vez por la confianza en dar la campanada", resume Lozano.

"Mi amigo Manuel Vázquez Montalbán y yo nos teníamos que hacer perdonar para que nos aceptaran en los sillones de los escritores serios y auténticos. Nos preguntaban: ¿Por qué no hacéis literatura de verdad?", recuerda el escritor Juan Madrid, uno de los pioneros de la novela negra en España, premiado en año pasado con el Pepe Carvalho de BCNegra por toda su carrera. Mucho ha cambiado la situación desde que el autor de Días contados fuera a la primera Semana Negra de Gijón hace más de 30 años.

Para llegar hasta aquí se ha pasado por una época de literatura de culto para iniciados, tiempos en los que una visita de Dennis Lehane a Barcelona podía pasar casi inadvertida. Las barreras del gueto se derribaron, según la opinión general del sector, gracias a Stieg Larsson y la serie Millenium. "Creo que le debemos agradecer este redescubrimiento de la literatura -a partir de la literatura policíaca- para muchos lectores que habían dejado de leer o nunca lo habían hecho", asegura María Fasce, editora de Alfaguara y Lumen y creadora del fenómeno del thriller Carmen Mola.

Según los datos que maneja la industria publicados por EL PAÍS, los dos primeros puestos de los libros más vendidos entre enero y agosto de 2020 son novelas negras: Reina roja, de Juan Gómez-Jurado (Ediciones B), parte de una trilogía de la que el autor ha vendido más de un millón de ejemplares y que la ha convertido en un fenómeno editorial incontestable, y El enigma de la habitación 622, de Jöel Dicker (Alfaguara). No es casualidad que sean sendos thrillers. En la búsqueda del siguiente éxito y aprovechando sus infinitas variedades, este es el sendero más transitado por las editoriales. ¿Gusto por la evasión, por lo fácil?"Esa es la explicación esnob de quienes no pueden aceptar el éxito de los que consideran un género menor. También podría llamarse reflejo de nuestra sociedad y de lo más oscuro del alma humana, que es como se leyeron después las novelas de Hammett y Chandler que sus coetáneos despreciaban", defiende Pasce. "La novela negra es la novela de la inseguridad, de las sociedades fallidas, de lo que se hace mal", considera Madrid en esa misma línea. Bebiendo de esta teoría, el género se ha abierto también a un análisis general de la violencia en el que caben todavía más autores y temáticas, y del que el Premio Carvalho de este año a Joyce Carol Oates o el programa de BCNegra de los últimos años (con autoras como Sara Mesa, Mónica Ojeda o Bonnie Jo Campbell) son buenos ejemplos.

Unos y otros se quejan de la avalancha de títulos, de los árboles que impiden ver el bosque, pero no parece que nadie vaya a parar y menos a dejar pasar la oportunidad de otro enero sangriento. No quedarse en lo obvio, resistirse a la apuesta conservadora, cuidar del lector y fortalecer una comunidad literaria creciente y única en el mundo editorial en español son las recetas comunes expresadas en voz alta por una colectividad que mira a Francia como ejemplo (con su red de librerías y el Festival Quais du Polar de Lyon como su máxima expresión) y que ya transita por el mundo editorial sin complejos. "Al contrario que en otros festivales, en el género negro, como no tenemos el glamour, pensamos en los lectores. Yo creo mucho en el entusiasmo. No pedimos curriculo a quien quiera apuntarse a ser curioso con nosotros, pero tampoco vamos a pedir perdón", proclama el comisario Zanón.


El País. Babelia Nº 1.520, sábado 9 de enero de 2021

viernes, 26 de febrero de 2021

Entre Narnia y la Costa Brava

 Babelia El Pais, sábado 20 de febrero de 2021

Edgar Cantero triunfa en Estados Unidos, y escribiendo en inglés, con historias inspiradas en referentes pop de los ochenta y noventa. Ahora publica en castellano su nuevo libro

Por Laura Fernández

Vive en West Hollywood, como Johnny Depp y Kate Perry. Pero no es una estrella de cine ni una cantante de éxito. Es escritor. Creció fascinado con la idea de América de cartón piedra, la América pop del cine de Steven Spielberg y Robert Zemeckis. Vio infinidad de sitcoms de risas enlatadas en las que había chicos llamados Zach y chicas llamadas Kelly. Y se dijo que el mundo en el que vivía, una Barcelona sin casas con jardín trasero ni crema de cacahuete, sin bicicletas con cesta para el walkie-talkie ni más o menos terroríficos bailes de fin de curso, no tenía nada que ver con aquello, pero ¿aquello existía realmente? "No, es solo una idea romántica. Pero a los americanos les encanta ver cómo la reproducimos. Les genera incluso cierta nostalgia", contesta.

Su nombre es Edgar Cantero (Barcelona, 39 años) y tiene una historia: la de un escritor que triunfa en su lengua materna, el catalán, a los 25 años. Y que luego desaparece. O no del todo. Lo siguiente que se saba de él es que sus libros pasan semanas y a veces meses en las listas de los más vendidos de The New York Times. No son libros que puedan encontrarse en su lengua porque están escritos en inglés. El caso es que son tan absolutamente devorables que sus giras por Estados Unidos pueden llegar a ser tan largas que un día su agente le dice que todo iría mejor si se mudara a Los Ángeles. Y eso es lo que hace. Y para entonces ya es un autor de éxito y recibe unos anticipos que convierten en algo portentosamente ridículo lo que había recibido hasta ese momento aquí.

Dormir amb Winona Ryder puso a Cantero en el mapa de lo literario catalán en 2007. Ocurrió con aquella novela algo parecido a lo que ocurriría años más tarde con Permagel, de Eva Baltasar. Que consiguió gustar tanto a la crítica como al público, y se convirtió en un pequeño fenómeno. Cantero publicó otra novela. No pasó nada extraordinario con ella. "No estaba cómodo de todas formas. Recuerdo fieras peleas con mis editores catalanes para que me dejasen escribir diálogos que no sonasen a algo normativo. Yo solo pensaba en expandir la lengua, pero es muy difícil cuando tienes encima al Institut de les Lletres y toda esa cultura normativa", recuerda. Le encanta que el inglés "anime a crear palabras nuevas constantemente", añade.

¿Por eso dio el salto a ese idioma? "No. En realidad lo di porque me obsesioné con las novelas de casas encantadas y leí montones en inglés, y cuando me puse a escribir me di cuenta de que estaba todo el rato traduciéndome mentalmente y me dije: "¿Y si pruebo a hacerlo directamente en inglés?". Fue así como surgió The Supernatural Enhancements (2014). ¿Y qué hizo cuando la terminó? "Busqué agente en Estados Unidos. Me metí en Internet y contacté con 78 agentes. Solo me contestaron tres, pero a los tres les encantaba. Una de ellas me dijo que era la clase novela con la que se podía conseguir un muy buen contrato. Y lo hizo", contesta. El éxito fue considerable. Minotauro la publicó en España un año después. La tituló El factor sobrenatural.

Con Meddling Kids, su segunda novela, que acaba de publicar Insólita Editorial en español -con el guiño en portada a lo extravagante de que se trate de un "best seller de The New York Times"-, ocurrió algo distinto. "Cuando vivía en Gràcia tenía una pizarra en la que apuntaba ideas. Normalmente mis novelas surgen de la combinación de dos ideas. En el caso de Meddling Kids la ideas fueron Cthulhu y El Club de los Cinco", cuenta. Es decir, imaginó una historia en la que el tentacular y monstruoso universo lovecraftiano se topaba con los chavales que investigaban misterios en las novelas de Enid Blyton. Pero ¿se puso a escribir enseguida? No, esperó a ver qué opinaba su editor en Doubleday. "Les gustó la idea, pero no sabían quién era Blyton", dice.

Cambió a Blyton por Scooby-Doo. En realidad, no lo hizo del todo porque mezcla referentes. Es decir, Andy "es la lesbiana butch que podría haber sido George- la protagonista de El Club de los Cinco- de mayor", y Kerry, "la pelirroja guapísima de Scooby, pero siendo a la vez Vilma, la lista". De los chicos, uno, Peter, está muerto, se suicidó porque no podía con lo que la fama le había hecho- llegó a ser un actor infantil famosísimo-, y el otro, Nate, acaba de salir del manicomio, porque todos son, sí, mayores y van a volver al lago Sleepy, a Blyton Hills, a acabar con el verdadero monstruo del lugar que no era un tipo disfrazado, como el que atraparon cuando eran críos, sino uno real y salido de nada menos que, cómo no, el Necronomicón.

La novela se publicó en 2017 y tuvo un éxito aún mayor que la primera. Fue entonces cuando su agente le recomendó instalarse en Estados Unidos y tratar incluso de meterse en el mundo del cine. Ya ha escrito el piloto de una serie -basada en una de sus novelas- con otro guionista, y ha terminado y publicado una tercera novela, This Body´s Not Big Enough For Both Of Us. Hace poco recibió un correo de una actriz de GLOW interesándose por los derechos de Meddling Kids. Parece que alguno de esos proyectos despega, pero Cantero sigue con los pies en la tierra. Aunque sea la tierra con la que soñaba de niño. "Para mí, estar en Los Ángeles es un sueño", dice.

Lleva años, adelanta, escribiendo una especia de great catalan novel fantástica, y en inglés, claro. "Es una cosa larguísima y superpersonal. Para ellos, aquí, los nombres de los pueblos catalanes parecen salidos de las novelas de Tolkien. Hablo de la Costa Brava como si hablara de Narnia. Hay algo de realismo mágico que en catalán sonaría distinto", dice. A vueltas con la lengua y los editores de uno y otro lado del charco, añade: "Los catalanes no vemos nuestra lengua como algo poderoso y resistente, sino como algo raro y frágil, y a nuestros artistas y editores, como guardianes de ese tesoro. En Estados Unidos, los editores no se deben a causas tan abstractas; la mayoría están conformes con la idea de ser parte de la industria del entretenimiento". La novela, por cierto, ya tiene contrato. Va a llamarse Heaven Park.

"Meddling Kids". Edgar Cantero.

Traducción de Christian Rodríguez

Insólita, 2021. 416 páginas. 22,95 euros.



El Pais

domingo, 14 de febrero de 2021

Pasión común por los tipos de letra por Juan Cruz

 La vida por aquí por Juan Cruz

Lars Petter Amundsen y Matthias Beck, en su antiguo taller de impresión./Rafa Avero


En Actos de fe/Acciones concretas, una exposición abierta en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Cáceres en homenaje al escritor, editor y tipógrafo Julián Rodríguez (fallecido en el verano de 2019), hay frecuentas alusiones a tipos mitológicos de la historia de la tipografía. Optima, Bodoni, Palatino... Por ejemplo, del tipo de letra Palatino se dice en el programa de esa muestra de devoción por el pasado de la vida de las viejas letras, que nació en 1948 y es "una de las letras más frecuentes en el salto entre el impreso y la lectura en pantalla". Julián, por cierto, la utilizó para su colección Editora de Bolsillo. "Reelaborada en la segunda mitad del XX a partir de tipos clásicos, Palatino permite la transición entre el papel y el pixel con mucha facilidad".

Como si se agarraran como una lapa de tinta a su derecho a revivir, los viejos tipos resisten en algunos templos donde la tipografía en el último suspiro de los que alguna vez pensaron que Gutenberg era insuperable. Entre esos forzados están en Tenerife dos individuos singulares que vienen de territorios marcados por la historia de la imprenta, Matthias Beck, alemán y Lars Petter Amundsen, noruego. No son monjes de clausura, son diseñadores, dan clase de su oficio, y ya tienen entre sus alumnos clientela como para imaginar que quizá los tipos que también amaba Julián Rodríguez no son la primera impresión del cartel de Lo que el viento se llevó.

Llevados por su locura común, Matthias y Lars rastrearon imprentas saqueadas por la obsolescencia e inventaron su propia imprenta. Se fijaron en un libro que les sirvió de guía (Tenerife con olor a tinta, de Rafael Zurita) para buscar entre los restos de los impresores arruinados. De lo que sacaron hay ahora, en los bajos del Museo Municipal de Santa Cruz, una antología rediviva de la tipografía. Se llama Tipos en su tinta. La linotipia, que parecía que iba a ser una reliquia al frente de las empresas que la usaron (como este periódico), está aquí a pleno rendimiento. Tipos en su tinta nació para este oficio viejo en 2013. En su taller cuadriculado impera un orden que no envidia el de los diseños de las nuevas tecnologías, pero todo tiene el aire de haber sido traído del baúl de los tiempos en los que comunicar era cuestión de tinta y de tipos.

Esta semana, en el auditorio del TEA (el museo insular que al principio se llamó Oscar Domínguez, como el gran artista de la isla) y la Sala de Arte del Parque, se celebró un homenaje a los tipos que más fama literaria tuvieron en las Canarias republicana, y que más resonaron en el mundo, aquellos con los que se imprimió la revista la gaceta del arte (así, en minúsculas), de la que los canarios Eduardo  Westerdahl, Pedro García Cabrera y Domingo Pérez Minik (entre otros) se hicieron cómplices en el atrevimiento de apostar por el nuevo lenguaje del arte.

El noruego y el alemán se paseaban por la exposición como tipos que miran la imprenta como un milagro de hierro y de madera y de tinta que no morirá nunca a manos del pixel. Julián Rodríguez hubiera paseado con ellos. Actos de fe. Pasión compartida por los tipos de letra.


El Pais, sabado 12 de diciembre de 2020

sábado, 6 de febrero de 2021

ROMANCERO GITANO (1929) POEMA DEL CANTE JONDO (1931) Federico García Lorca

La tradición innovadora

Por Luis García Montero

Palabra de dos filos, acompañada desde el principio por un éxito rotundo y por un rechazo implacable, la poesía neopopular de Federico García Lorca ha tenido una suerte doble. Si la publicación del Romancero gitano se convirtió de inmediato en un verdadero acontecimiento, el poeta recibió también críticas duras como la de su amigo Salvador Dalí: «Tú quizás creerás atrevidas ciertas imágenes, o encontrarás una dosis crecida de irracionalidad en tus cosas, pero yo puedo decirte que tu poesía se mueve dentro de la ilustración de los lugares comunes más estereotipados y más conformistas». En el fondo, la cultura española de la primera mitad del siglo XX dio a la poesía neopopular el mismo trato doble que a la idea de nación. Por una parte, los diálogos con las tradiciones, la mezcla de imágenes de vanguardia y de formas populares, se sumaban al sueño progresista de la vertebración de España, a la búsqueda de una verdad nacional sólida desde la que plantearse la modernización del Estado. Pero, al mismo tiempo, la propia modernidad estética y política generaba tendencias desestabilizadoras, corrientes que cuestionaban el sentido del arte y del Estado. El surrealismo antiartístico de Salvador Dalí no podía comprender el diálogo entre la tradición y la vanguardia que pretendió García Lorca en el Romancero gitano.

Y es que los adjetivos popular y nacional suelen tener dos filos en la vida y la cultura española. La falta de memoria y las manipulaciones reaccionarias tienden a confundir el sentido de algunas palabras. El caso de Dámaso Alonso puede servirnos de ejemplo. Cuando publicó en las Ediciones Españolas, en 1937, su artículo Federico García Lorca y la expresión de lo español, no hacía otra cosa que sumarse a los esfuerzos de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Frente a la propaganda del llamado bando nacional, los escritores republicanos intentaban demostrar que lo verdaderamente popular y español estaba de parte de la democracia. García Lorca, recién ejecutado por Franco, era la expresión de lo español, el heredero de la poesía de Lope de Vega, la voz lírica del pueblo. Pero al terminar la guerra civil, cuando el franquismo manipuló la imagen de Andalucía para ofrecer una versión folclórica de España, las palabras de Dámaso Alonso fueron mal interpretadas. Poco preocupados por las fechas originales, algunos críticos pensaran que el autor de Hijos de la ira pretendía integrar a García Lorca en la cultura de los vencedores.
La verdad es que las folclóricas oficiales bailaban y recitaban en los tablados, con mucho sentimiento telúrico, los versos del Poema del cante jondo y del Romancero gitano. Hubo una lectura franquista de García Lorca, un lorquismo de coros y danzas que pretendió domar al poeta hasta transformarlo en el exponente de un añejo costumbrismo regionalista
y clerical. Por eso no nos resultó fácil a los poetas de mi generación comprender la apuesta profunda de las canciones irracionales y medidas de García Lorca, su versión lírica de Andalucía, el valor estético de unos romances que consiguieron cantar y contar al mismo tiempo. Yo pasé sin transición de los versos juveniles del Libro de poemas, tan apropiados para vivir mi adolescencia lírica en Granada, al grito vanguardista de Poeta en Nueva York. Se trataba del García Lorca más crítico, más desesperado, más radicalmente innovador, una lectura sugerente para el joven español de los años setenta, cansado de cultura tradicional, dispuesto a lanzarse de una vez a las contradicciones íntimas de la modernidad, a los paisajes turbios y deslumbrantes de Manhattan.

Tardé tiempo en darme cuenta de que la madurez poética de Federico García Lorca había comenzado en 1922 con el Poema del cante fondo. La canción lírica de Juan Ramón Jiménez y la imagen ultraísta sirvieron para inventar (no para heredar) una Andalucía muy poco costumbrista, territorio dramático en el que reflexionar sobre la vida y la muerte, más interesado en los pliegues últimos de la condición humana que en la exaltación de una identidad regional. Las vocaciones universales de García Lorca y de muchos otros poetas andaluces, seguidores de la ética juanramoniana, convirtieron al sur en una metáfora del deseo, en una invitación al viaje, en la intuición de un escenario en el que los individuos pudiesen reconocer su plenitud o su soledad desamparada. Tenía razón García Lorca al afirmar que su Romancero gitano no es el libro de un andaluz profesional, y era coherente con sus personajes y sus metáforas al hablar de este modo: «Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío... del morisco, que todos llevamos dentro».
El Romancero gitano presenta un mundo literario propio, reconocible, con una manera muy personal de mirar la realidad y de contarla a través de imágenes. Narraba la vida y la ordenaba estéticamente. Su éxito se debió a esto, pero también a su relación con la antigua necesidad progresista de consolidar un país y una tradición, para salvarse así de las banderías, de los costumbrismos y del nacionalismo reaccionario. Los liberales de 1812, Giner de los Ríos, Menéndez Pidal, el primer Unamuno y Ortega y Gasset son reconocibles detrás de los versos de García Lorca, tan españoles y tan modernos, tan populares y tan vanguardistas.
© 2002, Luis García Montero

Publicado en Una Invitación a la lectura, Diario El Pais SL Madrid 2002

domingo, 24 de enero de 2021

El aura de los libros perdidos

Robadas en estaciones o calcinadas entre las llamas se desvanecieron obras de Hemingway, Gógol y Schulz. Un ensayo recupera su historia

ANDREA AGUILAR

19 OCT 2016

Ernest Hemingway perdió en un maleta todos los cuentos que había escrito y una primera novela en 1922.  HULTON DEUTSCH GETTY IMAGES

Los manuscritos perdidos han sido un tema literario (o metaliterario) recurrente, una estructura narrativa sobre la que se han construido un buen número de obras, y tras la que se han escondido escritores tan grandes como Cervantes. Como un intrincado juego de espejos que borra las fronteras entre realidad y ficción o como simple cebo para empujar la trama de una historia, el capital creativo y las posibilidades de fabulación a las que invita la desaparición (¿romántica?, ¿deses­perada?, ¿azarosa?, ¿irremediable?) de una obra están más que probadas. En un plano más terrenal, se encuentra la erudita pasión académica por incunables, desaparecidos y demás piezas imposibles del gran puzle literario. También, la ágil recuperación de libros “perdidos” en cajones o áticos emprendida por agentes, editores y deudos de insignes escritores ha demostrado el excelente tirón, en este caso comercial y mediático, de la literatura extraviada y recuperada.

Un poco más allá de las armas de la ficción y de los impulsos románticos del mercado se sitúa la investigación emprendida por el italiano Giorgio Van Straten en su ensayo Historia de los libros perdidos (Pasado y Presente). Compendio de desgraciados avatares literarios, este volumen rescata las historias de ocho legendarios manuscritos desaparecidos. "Los libros perdidos son aquellos que existieron y ya no existen. No son los libros olvidados", aclara Van Straten en las primeras páginas, antes de adentrarse en la reconstrucción de las peripecias y angustias de Hemingway, Gógol, Plath, Benjamin, Lowry, Byron, Schulz y Bilenchi. Las maletas y las llamas son los protagonistas indirectos de esta historia situada en un tiempo anterior al advenimiento de Internet, de los servidores informáticos, de disquetes y lápices de memoria.

Ahí está la bolsa negra a la que Walter Benjamin se aferró hasta su último día en Portbou y de la que no queda rastro alguno, como también se perdió en Collioure el equipaje (y los escritos que se especula que contenía) de Antonio Machado. Cuando los libros viajaban en maletas, el descuido en un tren procedente de París y con destino a Suiza resultó en el robo de los primeros cuentos y la novela en que llevaba tres años trabajando el joven cronista del Toronto Star Ernest Hemingway. Su primera esposa, Hadley Richardson, fue quien sufrió el hurto en 1922, cuando presa de un ataque de sed abandonó el vagón para comprar un agua Evian. Solo sobrevivieron dos relatos (había enviado una copia a una revista para ver si los publicaban). Papa tardaría varias décadas en reconocer que quizá aquella traumática pérdida fue para bien, como le sugirió Ezra Pound. Y si bien aquella maleta del tren que le robaron a la sedienta Hadley nunca apareció, en 1956 el atento director del Ritz de París le devolvió al ya entonces premio Nobel otras dos repletas de papeles que había dejado durante un par de décadas olvidadas en el hotel y que fueron la base de París era una fiesta.

El británico Malcolm Lowry también sufrió varios hurtos de maletas con manuscritos —Ultramarina fue sustraída del asiento trasero del descapotable de su editor, delante de un bar donde aparcaron—, pero las copias de carbón salvaron Bajo el volcán. Lo que no tuvo remedio fue el incendio en 1944 de la cabaña en Canadá donde vivía con su segunda esposa. Allí ardieron las cerca de 1.000 páginas de la versión más depurada de In the Ballast to the White Sea, una obra que representaría el paraíso frente al infierno de su anterior novela en lo que se había propuesto que fuera una versión sui generis de la Divina comedia. Esta obra de Dante y un final entre llamas también están en el corazón de la historia del ruso Nikolái Gógol. El éxito de Almas muertas —la primera parte del infierno, purgatorio y paraíso que pretendía escribir— agudizó la neurosis perfeccionista y el trasiego viajero de Gógol. En 1852 ante su criado, 10 días antes de su muerte, decide quemar las cerca de 500 páginas de su nueva obra. Y parece ser que aquella hoguera marcó la estela para muchas otras que han destacado —casi como los agujeros que dejan las colillas encendidas— en la literatura rusa. Bien por dramático inconformismo con lo que se había escrito, bien por miedo a censura, Dostoievski, Pasternak o Anna Ajmátova hicieron arder sus escritos, según Van Struten. Quizá los archivos del KGB aún deparen interesantes sorpresas y textos inéditos de grandes autores perseguidos. Se especula sobre la próxima aparición de nuevos textos de Shalámov, el autor de los Relatos de Kolimá.

Fuego y censura fue el final al que quedaron reducidas las memorias del gran romántico Byron, pero no por decisión propia, sino por el pudor o el miedo que sintieron tras su muerte su editor, su albacea y hermanastra y un par de amigos —uno de ellos, Thomas Moore, contrario a la quema— a la confesión abierta de su homosexualidad. El poeta Ted Hughes también quemó los diarios de su esposa, Sylvia Plath, para proteger a sus hijos. La novela Double Exposure, en la que trabajaba, también desapareció, según Hughes se la llevó su suegra.

Un destino igual de incierto es el que corrió la novela El Mesías, de Bruno Schulz, y quizá por ello, esta obra ha servido de inspiración para nuevas ficciones de Cynthia Ozick y David Grossman. “Me gustan las novelas que están basadas en historias reales, en libros que realmente se perdieron, no aquellos que se inventan la pérdida”, explica Van Struten por correo electrónico. Fuera de su libro, en la poblada sección de objetos perdidos de la literatura destacan el poema cómico de Homero Margites; la obra de Shakespeare Cardenio, inspirada en un episodio de El Quijote, de Cervantes, o el manuscrito de una novela de Melville, La isla de Cross, que el autor de Moby Dick escribió inspirándose en la historia real de Agatha Hatch, la hija de un farero que rescató a un náufrago que acabó por abandonarla.

Entre copias, manuscritos, versiones, cenizas, versos y maletas crece la historia de lo que pudo ser y no fue, pura carne de leyenda. ¿El ordenador acabó con versiones futuras de esta atribulada historia? “Para mí lo importante es la persona que perdió el libro y las circunstancias que rodearon esa pérdida”, explica Van Straten. “Hoy el robo de un PC puede ser un principio precioso para una historia, ¿no cree?”. Ya escribió Borges que "la biblioteca es ilimitada y periódica".


El Pais 16 de octubre de 2016