domingo, 26 de marzo de 2017

'Marginalia' libresca


POR FERNANDO IWASAKI

En El idioma materno (2014), el escritor Fabio Morabito nos regala un puñado de espléndidas prosas acerca del hábito de marcar o subrayar los libros. Morabito deplora esa costumbre, pero abrochó El subrayador con una reflexión que acaso describa los sentimientos encontrados de aquellos lectores que jamás se atrevieron a profanar ningún volumen de sus estanterías: "Ahora, cerca del final de sus vidas, no saben quiénes son y buscan en vano en los libros leídos una marca cualquiera hecha de pasada, al descuido, para intuir algo de lo que eran, algo de lo que han sido".

Los subrayados, las dedicatorias, los comentarios y las llamadas de atención que muchos lectores estampamos sobre nuestros propios libros (porque garabatear un libro ajeno, mas que una profanación, es una grosería) constituyen lo que los especialistas denominan marginalia, concepto acuñado por el poeta Samuel Coleridge, furioso subrayador y anotador en los márgenes de las páginas de los ejemplares de su biblioteca personal, y sobre todo en los que sus amigos le prestaban precisamente para que se los devolviera "enriquecidos".

En realidad, los marginalia existen desde que los monjes medievales copiaban manuscritos a destajo, desahogándose muchas veces sobre los mismos pergaminos con expresiones como "Saint Patrick of Armagh, deliver me from writing" (San Patricio de Armagh, libérame de escribir) o "Now I have written the whole thing; for Christ's sake give me a drink" (Ya lo he escrito todo; dame una copa por el amor de Dios). Los comentarios anónimos forman parte de los marginalia apocrypha, materia de divertidas exposiciones como la organizada por la New York Society Library -Readers Make their Mark- o de homenajes como Marginalia, poema de Billy Collins dedicado a las glosas anónimas en los libros y en especial a una que atribuyó a una chica que imaginó hermosa porque garrapateó así un ejemplar de El guardián entre el centeno, de Salinger: "Pardon the egg salad stains, but I'm in love" (Perdonad las manchas de ensalada de huevo, pero estoy enamorada).

Existen genuinos especialistas en marginalia, pues solamente la Universidad de Oxford cuenta con un equipo de 2.503 expertos dedicados a espigar los rastros de lectores singulares por bibliotecas públicas y privadas. En Argentina, Laura Rosato y Germán Álvarez exhumaron las anotaciones de Borges a través de 500 libros y organizaron en 2010 una exposición de marginalia borgeana en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Por otro lado, Arma Garner -responsable de la Berg Collection de la New York Public Library- reunió en una divertida exposición las notas más lapidarias que Mark.Twain, Vladímir Nabokov, Ted Hughes y Jack Kerouac, entre otros, propinaron sobre ejemplares dedicados con "todo cariño" por otros colegas de fatigas literarias. En España, Francisca Moya ha identificado numerosas apostillas de Quevedo en los márgenes de diversos impresos de la biblioteca del convento de los Carmelitas Descalzos de Madrid, y Soledad González Rodenas ha rescatado anotaciones divertidísimas por los dispersos volúmenes que pertenecieron a Juan Ramón Jiménez. Los marginalia se multiplican por la Red, y así los fetichistas podemos contemplar las austeras notas a lápiz de Hermán Melville en el excelente portal Melville's Marginalia o dejarnos abrumar por la fastuosa exuberancia de los marginalia del malogrado Foster Wallace. En 1844, Edgar Allan Poe estampó esta declaración de amor a los marginalia; "Siempre he apreciado un amplio margen; no porque le tenga una especial querencia, aunque me agrade, sino por la facilidad que me brinda de escribir a lápiz pensamientos, acuerdos y diferencias de opinión, o breves comentarios críticos en general". Por eso me apresuro a recomendar Marginalia: Readers Writing in Books (2001), de Heather Jackson, porque los enamorados del papel somos los últimos degustadores de placeres inconfesables como acariciar lomos, desvirgar volúmenes intonsos o escribir desvariantes en los márgenes.


El Pais Semanal Nº 2.037 11 de octubre de 2015


sábado, 25 de marzo de 2017

Todos somos narradores


POR EMMA RODRÍGUEZ

En un sentido todos somos narradores, todos somos expertos en la narración, todos intercambiamos historias", asegura Ricardo Piglia en su libro Antología personal. Y cabe plantearse, a raíz de su argumentación: ¿Es la necesidad de contar, de imaginar, de hilar Acciones con los materiales de la experiencia, la emoción y los sueños, lo que lleva hoy en España a tanta gente a llamar a las puertas de un taller de escritura? Sucede que, en momentos de crisis, cuando todo gasto se convierte en un pequeño lujo, ha aumentado la oferta de iniciativas que animan a aprender la técnica, sacudirse los prejuicios y encontrar la propia voz.

Sucede en un país con bajos índices de lectura, donde dedicarse a escribir profesionalmente suele ser sinónimo de precariedad y sacrificio. En esas circunstancias es comprensible que muchos escritores se dediquen a la enseñanza. "Los bolos se han reducido, se paga la mitad que en los tiempos de bonanza y cada vez se estrecha más el cerco de actividades relacionadas con la literatura que nos permitan una fuente de ingresos", explica con claridad Elvira Navarro, quien imparte talleres en Fuentetaja y en Ítaca Escuela de Escritura, ambas en Madrid.

Pero ¿qué impulsos mueven a los aprendices de escritor ahora que el éxito literario se asocia al bestseller y un manuscrito puede ser rechazado por ambicioso o alejado de las modas? Puede que, en el fondo, la respuesta esté en lo que dice el autor británico Hanif Kureishi en Contar y soñar: "Escribir, hacer cualquier cosa creativa, es anticonsumista en sí mismo. Cuando hacemos algo original con la propia vida y sentimientos, no somos meramente objetos con cartera, sino sujetos libres y activos, autores o artistas de nuestras propias vidas".

Escribir como rebeldía, como asidero ante las frustraciones de un presente incierto. "Un taller puede ser un refugio, una manera de resistir, de ver el mundo de manera diferente a la que promueve el sistema. Muchos alumnos tienen trabajos muy estresantes o en los que son tratados de manera irracional, y buscan un lugar en el que las reglas del juego sean distintas, donde su opinión, sus lecturas y escritos sean tenidos en cuenta y contrastados con los de otras personas desde el respeto". Quien habla es Clara Obligado, al frente del pionero Taller de Escritura Creativa.

Obligado apunta que no siempre la prioridad es llegar a ser escritores; que muchos abandonan esa idea ante la complejidad que supone o fracasan al confundir literatura y fama. "La escritura", dice Blanca Fernández, una de sus alumnas, "me ayuda a sobrellevar las prisas, las incertidumbres, no sólo externas, sino también íntimas. Esas angustias son las que prevalecen en mis textos".

Autora de un primer libro de relatos, Los que huyen, publicado en El Pez Volador, la colección del taller, Blanca, que resalta "la conexión mágica, inspiradora, con sus compañeros", trabaja en El Corte Inglés y hace todo lo posible por compaginar sus horarios con las clases, que para ella son "una evasión, una necesidad".

"La escritura aporta intensidad. No simplifica nuestra vida (puede complicarla), pero sí que la hace más rica, autoconsciente y hondamente humana", dice el escritor madrileño Eloy Tizón, con una experiencia de casi diez años en Hotel Kafka y ahora implicado en Relee, centro que ofrece "una formación integral, de cero a cien", aunando enseñanza y edición.

Pese ala variedad de perfiles, procedencias, edades y situaciones, el autor asegura que si algo tienen en común sus pupilos es la pasión por la literatura. "Puede parecer que hay una cierta saturación de propuestas, pero cada centro ofrece orientaciones diferentes, y cuanta más variedad de brújulas haya, mejor para el marinero", indica. Talleres, pues, para todos los gustos, Talleres que, en cierto modo, han pasado a ser esos espacios culturales de reflexión, diálogo, intercambio de lecturas, ilusiones y estímulos, tan necesarios y abandonados en tiempos de recortes •


El Pais Semanal nº 2.039mDomingo 25 de octubre de 2016

jueves, 23 de marzo de 2017

Cómo copiar una novela y casi salir triunfante por Rosa Montero



A lo largo de los años, muchos escritores principiantes me han preguntado si deberían registrar sus manuscritos inéditos en el Registro de la Propiedad Intelectual. Yo siempre les contestaba que no hacía falta y que si publicaban el libro la editorial ya se encargaba de ello. Ahora me doy cuenta de que se lo decía no sólo con cierto fastidioso paternalismo, sino, sobre todo, con una inconsciencia pavorosa. Espero que nadie haya salido perjudicado por mi tonto consejo.

Y es que acabo de caerme del guindo, o, por decirlo de otro modo, he conocido un caso asombroso no ya de plagio, sino de parasitismo puro y duro, de robo descarado de una novela. Una historia increíble que demuestra que, en efecto, los ladrones de ideas ajenas son tan reales como los piratas somalíes, y encima están mucho más cerca de nosotros.

LA COSA ES COMO SIGUE: Sebastián García Hidalgo es un chico sevillano de 33 años. En 1999, mientras estudiaba magisterio musical, y con apenas 21 años, empezó a escribir una novela que por entonces se titulaba Estereosexual, una tierna y emocionada historia sobre un amor adolescente entre dos chicos que al final tienen que separarse. Sebastián terminó el libro en 2001 y lo inscribió, con clarividente prudencia, en el Registro de la Propiedad Intelectual de Sevilla. Después colgó su texto en yoescribo.com, una página en la que los autores noveles ponen sus obras y la gente puede descargárselas. Pasó el tiempo y, en 2005, García Hidalgo retiró la novela de Internet para presentarla a varios concursos e intentar editarla comercialmente. No hubo suerte. Hace tres años le puso un nuevo título, Saberse olvidado, y decidió venderla a través de Lulu.com, una editorial por demanda. Es decir, es una especie de autoedición, pero sólo imprime aquellos volúmenes que le compran. En fin, después de tanto tiempo, las cosas parecían estar empezando a marchar; conectó con Mira, una librería gay de Sevilla; firmó con ellos en la feria del libro de 2010, y comenzaron a preparar una presentación formal de la novela en un local del ambiente. Pero entonces, estando un día husmeando novedades en Mira, Sebastián cogió por casualidad un libro que estaba por allí, titulado Mario, firmado por un tal David García Llera y publicado por Odisea, que es una conocida editorial comercial gay. Leyó el argumento que venía en la solapa, y lo encontró tan parecido a su propia historia que se puso muy nervioso. Abrió la novela y empezó a leer. Se quedó anonadado y sin aliento: las primeras líneas eran exactamente iguales que las suyas. Sólo había cambiado el nombre del protagonista.


Y NO SE TRATABA SOLO DE LAS PRIMERAS LINEAS: aunque parezca increíble, el tal García Llera había fusilado el libro de arriba abajo. ¡Y Odisea alardeaba de haber hecho una segunda edición! O sea que, además, se vendía. Ese pirata, ese caníbal que le había devorado, estaba dejándole sin aire y sin espacio. Sebastián se hundió, se deprimió, abandonó los planes para presentar su obra. Denunció al ladrón, naturalmente, pero el proceso fue largo y el tiempo amargo. El lento paso de la ley se tomó casi año y medio en hacer justicia, y durante ese periodo ni el falso autor ni la editorial se pusieron en contacto con Sebastián para ofrecerle ninguna explicación. Aún peor: de cuando en cuando Sebastián leía alguna entrevista de David García Llera en la que el tipo hablaba de la novela con total desparpajo, dando detalles sobre cómo la había escrito y explicando qué significaban los personajes, como si hubiera llegado a creerse que de verdad era suya. Hace apenas un par de semanas salió por fin la sentencia que ha acabado con esta pesadilla. El pirata se declaró culpable y renunció a presentar recurso, lo que redujo su pena: no podía hacer otra cosa, dada la despampanante evidencia de su robo. Ha sido condenado a cuatro meses de cárcel, aunque no llegará a pisarla; a indemnizar a Sebastián con 4.000 euros; a destruir sus libros fraudulentos; a pagar la publicación de la condena en un periódico. Es una historia tan disparatada que parece producto de una fiebre, pero ha sucedido de verdad y, lo que es peor, si Sebastián no hubiera registrado su texto, el ladrón habría salido triunfante. Así que ya saben: si alguno de ustedes ha leído la novela Mario, que sepan que en realidad se titula Saberse olvidado y es de Sebastián García Hidalgo. Y, por favor, no se olviden de registrar corriendo todo lo que escriban. • www.rosa-montero.com / www.facebook.com/escritorarosamontero



Publicado en EL PAÍS SEMANAL Nº 1.839 domingo 25 de diciembre de 2011



jueves, 2 de marzo de 2017

Literatura convertida en arte gráfico

Librotea y Gutenberg by Minimae
¿Es posible introducir el texto completo del ‘Quijote’ en una sola página? ¿Es posible que, además, sea estético y que conjugue arte y literatura a la vez?

La vuelta al mundo en 80 días. Proyecto Gutenberg by MInimae

En ‘Proyecto Gutenberg by Minimae’ encontrarás algunos de los grandes clásicos de la literatura universal en una lámina artística, para que la puedas colgar como un cuadro más de tu casa.


Todo comenzó con la publicación de nuestro primer “libro lámina”: ‘Don Quijote de la Mancha’. Después, vinieron otros títulos. Del texto "en bloque" de los mastodontes de la literatura como el ‘Ulises’, ‘El Conde de Montecristo’ o ‘Ana Karenina’, pasamos a textos menos extensos pero más artísticos: ‘La Metamorfosis’ de Kafka, donde se aprecia la dualidad del personaje concebida en dos cuadrados o ‘La Vuelta al mundo en 80 días’, introducida en un óvalo y un mapamundi que aparece y desaparece dependiendo de la luz que le dé.


Librotea, el recomendador de libros de El País, se une a Minimae para recomendarte una colección de grandes obras maestras de la literatura universal transformadas en láminas artísticas.