miércoles, 15 de junio de 2011

El Hobbit de J.R.R. Tolkien


Titulo original: The Hobbit

Editado en 1982 por Ediciones Minotauro para El Circulo de Lectores

El comienzo del fin. La lectura de el Hobbit comenzó un dia, y puso fin a todo razonamiento lógico. Nacía un fanático más de los mundos de la Tierra Media. Siempre insatisfecho con el afán de conocimiento sobre los mínimos detalles de un universo ficticio que conocíamos, o creíamos conocer, mejor que el real. Así, una obra que comenzó a publicarse a mediados de los años 30 del siglo pasado, fue progresivamente creciendo en público y libros, y que finalmente llegaron hasta una explosión sin límite ni medida con los filmes dirigidos por Peter Jackson.

Supongo que nada hacía presagiar que un cuento como el Hobbit daría pie a una de las sagas míticas referenciales en una literatura llamada fantástica o de fantasía. Su autor, John Ronald Ruelen Tolkien fue un estudioso de las lenguas, eminente filólogo (hablaba correctamente ocho idiomas, entre ellos el español), y que recurrió a la literatura para plasmar su amor por los idiomas, sobre todo aquellos ficticios que gustaba de inventar, y metódico hasta la exageración creó todo un Universo ficticio, tal cual desde el comienzo de los tiempos que abarcaría miles de años, y de donde extraería las mejores historias. Dijo que siempre manejó un referente cultural existente para crear sus propias historias, sobre todo las epopeyas nórdicas. De hecho los nombres que aparecen al principio del libro el Hobbit están extraídos de los versos de las Eddas, cantos populares islandeses que narraban las historias de sus dioses. También encontramos en Tolkien inspiración en autores como Henry R. Haggarth, el famoso autor de "Las Minas del Rey Salomon", que en otro de sus libros "She" ("Ella") encontramos los antecedentes de Galadriel y su espejo mágico.

A mi, el cuento, me resultó fascinante desde el principio, y por supuesto creía a pies juntillas todo lo que allí se contaba ¿Quien dice que hace miles de años eso no ocurrió realmente?. Realmente uno deseaba que eso fuese real, y conocer a enanos, elfos, la magia, los anillos mágicos, los orcos, los trasgos y por supuesto, los dragones, claro.

Bilbo Bolsón resultaba de los más creible, moviendose por un mundo fantástico que estaba convencido de que no era su mundo. Adaptándose sin remedio a lo que le había tocado, y echando de menos su hogar, y no por última vez.

Después vendrían las grandes sagas de El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo, Las Dos Torres y El regreso del Señor de los Anillos, y tras la muerte del autor todo lo que permanecía en el trastero.

Por fin, tras largos años remitió la fiebre, pero ya estaba grabado a fuego en mis retinas, y aún así me descubro releyendolo de vez en cuando, y pienso con una sonrisa lo feliz que debió de sentirse Tolkien escribiendo el cuento, más allá de cualquier otra consideración.



lunes, 13 de junio de 2011

De la letra en arcilla a la tinta digital

Diario Sur, málaga


11.06.11 - 01:53 -

Preside la sala de exposiciones el alfa y el omega... «porque el principio y el fin de nuestras vidas está documentado», explica la directora del Archivo Histórico Provincial de Málaga, Esther Cruces. Partidas de nacimiento, contratos, donaciones, adquisiciones, leyes y certificados de defunción. Todo se plasma por escrito, pero el dónde y cómo varía según el tiempo. Una exposición pasea por 5.500 años de soportes documentales, desde la tablilla de arcilla de la antigua Siria hasta el USB de varios megas del siglo XXI; desde el cálamo a las máquinas de escribir.
Casi un centenar de escritos e instrumentos llenan las ocho vitrinas de 'La aventura del documento: de la tablilla al CD-Rom', en el archivo de Martínez de la Rosa hasta el 23 de septiembre. Pasar de una a otra es viajar por «la evolución de las tecnologías», como señala Cruces. Comienza con la escritura cuneiforme sobre arcilla del año 3.000 a.C., con los jeroglíficos en los papiros de mil años después en Egipto y con los relatos aborígenes australianos en cortezas de árboles.
Siglos más tarde, impulsado por la necesidad documental del derecho romano, Roma extiende el uso de la piedra y el metal. Del siglo IV-VI, es un anillo original de sello en bronce con un ave como decoración. La tablilla de cera, donde se puede borrar lo escrito, será uno de los mayores avances de la época. Las hay de madera -como la que se muestra-, marfil, bronce... «según el poder adquisitivo de su dueño».
Ya en la Edad Media aparece el pergamino. El archivo rescata aquí uno de época nazarí que fue reutilizado como encuadernación de un libro de oficio árabe encontrado en la Axarquía, que también se exhibe. «Tienen una bellísima caligrafía», resaltó el consejero de Cultura, Paulino Plata, durante su visita a la exposición. Lo mismo sucede con un registro notarial del XIX, que empleó un pergamino medieval de un cantoral como encuadernación. Aún puede apreciarse una partitura musical.
Se impone el papel
Pero el papel gana al pergamino. Era más barato y no había que sacrificar a un animal. En esta vitrina, un cuaderno del protocolo del año 1561 del escribano público Baltasar de Salazar comparte espacio con las primeras plumas con plumil metálico -y no de ave-, reposaplumas, papeles secantes para el sobrante de tinta... Pasan los siglos y la tecnología de la escritura inventaría papeles para hacer copias, llegaría la tinta estilográfica -«la gran revolución»- y la fotografía y el vídeo se incorporan como soportes de información. En este punto, se enseña una placa de vidrio en negativo con las obras de la construcción del pantano del Chorro (1914).
Lo que sigue resulta ya más familiar: soportes legibles por máquinas digitales. Los avances son tan rápidos que algunos «pueden ser muy interesantes pero no sabemos lo que dicen» porque ya no existen las máquinas que lo leen. Ocurre con las tarjetas perforadas de 1970 o los disquetes. Hoy se impone el CD-Rom y el USB en la vida y en los archivos, esos «templos del conocimiento» que cualquier sociedad «tiene que cuidar», en palabras de Plata. «En ellos está su memoria», dijo.
El consejero de Cultura -que tras recorrer la muestra comprobó en persona la «mayor afluencia» de público a la Feria del Libro- alabó el papel de estas instituciones, «grandes tesoros» que no solo tienen valor para la historia sino que hoy son «de gran utilidad y nos acompañan durante toda la vida». Recordó que el año pasado los archivos que gestiona la Junta recibieron más de 47.000 consultas de unos 67.000 usuarios. En su opinión, los retos del futuro pasan por hacerlos «más visibles y generar economía en torno a ellos».

Portada Extra de Babelia nº1.020



domingo, 12 de junio de 2011

Montreal referencia 0873/32


Nunca sabremos si ocurrió por accidente o fue una decisión voluntaria. Como tantos sucesos nunca ocurren de forma ordenada.
En las primeras horas de la mañana del día 12 del mes de Marzo, un hombre despertó con su conciencia sacudida. Algo había cambiado de manera permanente en su voluntad, en su mente.
Despertó entre penumbras, dentro de una bañera antigua, el agua contribuyó a desorientarle aún más. Permaneció unos minutos dentro de la bañera, desnudo, pensativo y desnudo, de una manera inconcebible. Se esforzaba en recordar algo, algún detalle que le dijese qué hacía allí.
Salió de la bañera y al mirar el espejo el golpe fue inaudito. Un desconocido moreno, con penetrantes ojos oscuros le devolvía una mirada que no reconocía. Por un segundo, un breve instante, la idea de una sonrisa sarcástica, venenosa pugnó por asomarse a sus labios, pero desconocía cualquier motivo que le llevara a hacerlo.

Memmoch el diablo de Anne Rice




PRÓLOGO

Me llamo Lestat. ¿Sabéis quién soy ? En caso afirmativo podéis saltaros los párrafos siguientes. Para quienes no me conozcan, quiero que esta presentación sea un amor a primera vista.

Fijaos en mí : soy vuestro héroe, la perfecta imitación de un anglosajón rubio de ojos azules y metro ochenta de estatura. Soy un vampiro, uno de los más poderosos que han existido jamás. Tengo unos colmillos tan pequeños que apenas resultan visibles, a menos que yo quiera, pero muy afilados, y cada pocas horas siento el deseo de beber sangre humana.

No es que la precise con mucha frecuencia. En realidad, desconozco la frecuencia con que la necesito, puesto que jamás he hecho la prueba.

Poseo una fuerza monstruosa. Soy capaz de volar y de captar una conversación en el otro extremo de la ciudad, e incluso del globo. Adivino el pensamiento ; puedo hechizar a la gente.

Soy inmortal. Desde 1.789, no tengo edad.

¿Un ser único ? Ni mucho menos. Que yo sepa, existen unos veinte vampiros en el mundo. A la mitad de ellos los conozco íntimamente, y a la mitad de éstos los amo.

Añadamos a esos veinte vampiros un centenar de vagabundos y extraños a los que no conozco, pero de quienes oigo hablar de vez en cuando, y, para redondear, otro millar de seres inmortales que deambulaban por el mundo con apariencia humana.

Hombres, mujeres, niños..., cualquier ser humano puede convertirse en vampiro. Lo único que necesita es un vampiro dispuesto a ayudarle, a chuparle una buena cantidad de sangre y después dejar que la recupere mezclada con la suya. No es tan sencillo como parece, pero si uno consigue superarlo vivirá para siempre. Mientras sea joven, sentirá una sed irresistible y es probable que tenga que matar una víctima cada noche. Cuando cumpla mil años parecerá y se expresará como un sabio, aunque se haya iniciado en esto durante su juventud, beberá sangre humana y matará para obtenerla tanto si la necesita como si no.

En el caso de que viva más tiempo, como sucede con algunos vampiros, cualquiera sabe lo que puede pasar. Se convertirá en un ser más duro, más pálido, más monstruoso. Sabrá tanto sobre el sufrimiento que atravesará rápidos ciclos de crueldad y bondad, lucidez y paranoica ceguera. Es probable que enloquezca ; luego recuperará la cordura. Al fin, es posible que olvide su propia identidad.

Personalmente, reúno lo mejor de la juventud y la ancianidad vampíricas. Solo tengo doscientos años y, por razones que no vienen al caso, se me ha concedido la fuerza de los antiguos vampiros. Poseo una sensibilidad moderna junto al impecable buen gusto de un aristócrata difunto. Sé exactamente quien soy : rico y hermoso, veo mi imagen reflejada en los espejos y escaparates. Me entusiasma cantar y bailar.

¿Que a qué me dedico ? A lo que me place.

Piensa en ello. ¿Es suficiente para que te decidas a leer mi historia ?¿Has leído algunas de mis crónicas sobre vampiros ?

Te confesaré algo : en este libro, el hecho de ser vampiro carece de importancia. No influye en la historia. Es simplemente una característica, como mi inocente sonrisa y mi voz suave y acariciadora, con acento francés, y mi elegante modo de caminar. Forma parte del paquete. Lo que ocurrió pudo haberle pasado a un ser humano ; de hecho, estoy seguro de que le ha sucedido a más de uno y de que volverá a suceder.

Tú y yo tenemos alma. Deseamos saber cosas ; compartimos la misma tierra, rica y verde y salpicada de peligros. Lo cierto es que, digamos lo que digamos, ninguno de nosotros sabe lo que significa morir. Si lo supiéramos, yo no escribiría esta historia y tú no estarías leyendo este libro.

Lo que si deseo dejar claro desde el principio, cuando ambos nos disponemos adentrarnos en esta aventura, es que me he impuesto la tarea de ser un héroe de este mundo. Me conservo tan moralmente complejo, espiritualmente fuerte y estéticamente relevante como en mi juventud, un ser de extraordinaria perspicacia e impacto, un tipo que tiene cosas que decirte.

De modo que si decides leer esta historia hazlo por ese motivo, por el hecho de que Lestat ha vuelto a hablar, porque está asustado, porque busca con desespero la lección, la canción y la raison d´être, porque desea comprender su historia y quiere que tú la comprendas, y porque en estos momentos es la mejor historia que puede ofrecerte.

Si no te resultan suficientes estas razones, lee otra cosa.

Si te bastan, sigue leyendo. Encadenado, dicté estas palabras a mi amigo y escriba. Acompáñame. Escúchame. No me dejes solo.

La Sombra de Caín


¿Qué sueños alberga un ser inmortal? En su cuerpo ya no siente el peso de la muerte. En sus manos el tiempo se halla detenido, contemplado como un paisaje sin principios ni fines.
Al caminar entre las ciudades, entre el amor de mujeres y las lágrimas del destino, superponer las emociones hasta encontrar la respuesta. Tan sólo quedan los laberintos y sus enigmas, los portales del inconsciente por abrir. Los dioses aguardan en silencio, mientras una lucha sin esperanza se desata en la mente, y el corazón se va llenando de habitaciones vacías, de objetos sin uso ni memoria, de palabras huecas. Lenguajes que se transforman a lo largo de los años, convirtiéndose en ríos. Recuerdos, nombres que pierden todo sentido, desgastándose en el paladar hasta volverse briznas de lo que una vez fueron y de a quien pertenecieron.
El mar de los sueños golpea las islas, arrancada de las mareas vitales de los hombres. El gran abanico del primero de los Ocho Inmortales Chinos se agita, para avivar el espíritu de los muertos. Y las ruedas de fuego giran para alejar el invierno y la muerte, mientras pájaros invisibles vuelan hacia el cielo y descienden sobre el suelo de la inmovilidad de cada ciclo. Mientras el elegido, colocado en el centro del círculo, con los brazos extendidos, unido al vacío perfecto de su alma, echa en falta un desafío.

Francisco Miguel Gambero Macías (en algún momento de finales del siglo XX)

Libro de Sueños de Jorge Luis Borges




Prólogo
En un ensayo del Espectador (septiembre de 1712) Joseph Addison ha observado que el alma humana, cuando sueña, desembarazada del cuerpo, es a la vez el teatro, los actores y el auditorio. Podemos agregar que es también el autor de la fábula que está viendo.
Una lectura literal de la metáfora de Addison podría conducirnos a la tesis, peligrosamente atractiva, de que los sueños constituyen el más antiguo y el no menos complejo de los géneros literarios. Esa curiosa tesis, que nada cuesta aprobar para la buena ejecución de este prólogo, podría justificar la composición de una historia general de los sueños y de su influjo sobre las letras. Esa historia hipotética exploraría la evolución y ramificación de tan antiguo género desde los sueños proféticos del Oriente hasta los alegóricos y satíricos de la Edad Media y los puros juegos de Carroll y de Franz Kafka. Separaría, desde luego, los sueños inventados por el sueño y los sueños inventados por la vigilia.
Este libro de sueños que los lectores volverán a soñar abarca sueños de la noche -los que yo firmo, por ejemplo-, sueños del día, que son un ejercicio voluntario de nuestra mente, y otros de de raigambre perdida: digamos, el Sueño anglosajón de la Cruz.
El sexto libro de la Eneida sigue una tradición de la Odisea y declara que son dos las puertas divinas por las que nos llegan los sueños: la de marfil, que es la de los sueños falaces, y la de cuerno, que es la de los sueños proféticos. Dados los materiales elegidos, diríase que el poeta ha sentido de una manera oscura que los sueños que anticipan el porvenir son menos preciosos que los falaces, que son una espontánea invención del hombre que duerme.
Hay un tipo de sueño que merece nuestra singular atención. Me refiero a la pesadilla, que lleva en inglés el nombre de nightmare o yegua de la noche, voz que sugirió a Víctor Hugo la metáfora de cheval noir de la nuit, pero que, según etimólogos, equivale a ficción o fábula de la noche. Alp, su nombre en alemán, alude al elfo o íncubo que oprime al soñador y que le impone horrendas imágenes. Ephialtes, que es el término griego, procede de una superstición análoga.
Coleridge dejó escrito que las imágenes de la vigilia inspiran sentimientos, en tanto que en el sueño los sentimientos inspiran imágenes. (¿Qué sentimiento misterioso y complejo le habrá dictado el Kubla Kan, que fue don de sueño?) Si un tigre entrara en este cuarto, sentiríamos miedo; si sentimos miedo en el sueño, engendramos un tigre. Ésta sería la razón visionaria de nuestra alarma. He dicho un tigre, pero como el miedo precede a la aparición improvisada para entenderlo, podemos proyectar el horror sobre una figura cualquiera, que en la vigilia no es necesariamente horrorosa. Un busto de mármol, un sótano, la otra cara de la moneda, un espejo. No hay una sola forma en el universo que no pueda contaminarse de horror. De ahí, tal vez, el peculiar sabor de la pesadilla, que es muy diversa del espanto y de los espantos que es capaz de inflingirnos la realidad. Las naciones germánicas parecen haber sido más sensibles a ese vago acecho del mal que las de linaje latino; recordemos las voces intraducibles eery, weird, uncanny, unheimlich. Cada lengua produce lo que precisa.
El arte de la noche ha ido penetrando en el arte del día. La invasión ha durado siglos; el doliente reino de la Comedia no es una pesadilla, salvo quizás en el canto cuarto, de reprimido malestar; es un lugar en el que ocurren hechos atroces. La lección de la noche no ha sido fácil. Los sueños de la Escritura no tiene estilo de sueño; son profecías que manejan de un modo demasiado coherente un mecanismo de metáforas. Los sueños de Quevedo parecen la obra de un hombre que no hubiera soñado nunca, como esa gente cimeriana mencionada por Plinio. Después vendrán los otros. El influjo de la noche y el día será recíproco; Beckford y De Quincey, Henry James y Poe, tiene su raíz en la pesadilla y suelen perturbar nuestras noches. No es improbable que mitologías y religiones tengan un origen análogo.
Quiero dejar escrita mi gratitud a Roy Bartholomew, sin cuyo estudioso fervor me hubiera resultado imposible compilar este libro.
J.L.B.
Buenos Aires, 27 de octubre de 1975

jueves, 9 de junio de 2011

10 claves para escribir bien, según Rosa Montero


EL PAÍS - Madrid - 29/11/2010

La escritora española y el autor mexicano Jorge Volpi imparten un cibertaller de escritura durante la Feria del Libro de Guadalajara. Cada día, de 16.00 a 18.00, hora peninsular española, charlan con los lectores sobre los entresijos de escribir. Montero se ha estrenado con el método de la creación literaria. Estas son sus 10 claves a preguntas, también clave de los lectores.
¿Para qué se escribe?
"Uno no escribe para decir nada, sinopara aprender algo. Escribes porque algo te emociona y quieres compartir esa emoción. Y tú sin duda sientes esas emociones que son más grandes que tú, y por eso quieres escribir, ¿no? No se trata de soltar mensajes sesudos".
¿Cómo empezar?
"Toma notas de las cosas que te llamen la atención o te emocionen. Y déjalas crecer en la cabeza. Luego, escribe un cuento en torno a una de las ideas... Para hacer dedos, también hay ejercicios. Por ejemplo, escribe un recuerdo importante de tu vida contado por otra persona. Puedes hacer ejercicios como escribir algo que hay sido muy importante en tu vida, quizá en tu infancia, pero contado desde fuera por un narrador real (por ejemplo un tío tuyo) o inventado, e incluyéndote como personaje".
¿Cómo enfrentarse a la página en blanco?
"Llamar la atención' es el primer paso. El huevecillo. Déjalo crecer en la cabeza... Juega a imaginar en torno a eso. Consecuencias de los hechos, posibilidades... Se escribe sobre todo en la cabeza. Y cuando tengas más o menos una historia, escríbela.
En cuanto a la rutina, depende del escritor. Tienes que encontrar tu método. Yo no tengo rutinas horarias, pero para escribir desde luego tienes que trabajar. Siempre es bueno forzarte a sentarte todos los días un rato, aunque no sea a la misma hora, y aunque no escribas nada".
¿Es bueno escribir sobre uno mismo?
"Hay escritores que hablan de su propia vida, pero que son tan buenos que consiguen convertirla en algo universal (como Proust o Conrad en El corazón de las tinieblas) y otros que cuentan cosas que no tienen nada que ver con ellos en apariencia, pero que las sienten como propias. O sea, que es un problema de calidad.... Si eres bueno, aunque narres algo real, harás algo universal. Eso sí, creo que hay más posibilidades de hacer mala literatura si escribes de tu propia vida, sobre todo si eres un autor joven. El autor joven siempre escribe de sí mismo aun cuando hable de los demás, y el autor maduro siempre escribe de los demás aun si habla de sí mismo. Ése es el lugar que hay que ocupar. La distancia con lo narrado. No importa que el tema sea 'personal' si lo escribes desde fuera".
¿Cómo se elige el nombre de un personaje?
"Los personajes suelen traer su propio nombre. 'Escucha' lo que te dicen. Es decir, escucha el nombre que se te ocurre al pensar en él. El escritor maduro es el que tiene la modestia suficiente para dejarse contar la novela o el cuento por sus personajes"
¿Qué hacer ante el bloqueo del escritor?
"Ah, sí, el bloqueo existe, sin duda. La seca, lo llamaba Donoso, porque se te seca la cabeza. Pero a veces no es un verdadero bloqueo, sino miedo, exigencia excesiva. No hay manera de escribir sin dudas: siempre se duda horriblemente. Se escribe a pesar de las dudas. Y el completo goce tampoco es tal.... A menudo escribir es como picar piedra".
¿Y ante el embrollo de ideas que luchan unas con otras?
"Sí, ése es un problema. No has conseguido enamorarte lo suficiente de una idea. A veces me ha pasado. Creo que es porque le damos demasiadas vueltas racionales: ¿saldrá mejor esta historia? ¿O esta otra? Ponte frente a tus ideas, escoge la que más te emocione y olvida las demás".
¿Es bueno juntar textos diferentes sobre el mismo tema?
"Me encanta que todas tus historias tengan relación. Pues no me parece mala idea intentar construir un todo con esos textos... Mira a ver si el conjunto te sugiere algo más. En estos casos, el todo tiene que aportar algo más que la suma de las partes.... Es un buen ejercicio".
¿Hay que dejar dormir los textos?
"Tardo unos tres años en cada novela; el primer año, la historia va creciendo en mi cabeza, en cuadernitos, en fichas y grandes cuadros de la estructura, personajes, etc. Cuando ya sé todo, los capítulos que va a tener y qué va a pasar, me siento al ordenador, y vuelve a cambiar".
¿Cómo encontrar el final de una novela?
"De nuevo, depende de las personas. A mí el final se me ocurre muy pronto y escribir es conseguir llegar a ese final... Pero a otros escritores se les ocurre el final mientras escriben, porque la novela es una criatura viva que te enseña. Déjate llevar. Es lo que hay que hacer".

martes, 7 de junio de 2011

La Historiadora de Elizabeth Kostova




Titulo original: The Historian
Traducción: Eduardo G. Murillo
Ediciones Urano, S.A., 2005, Umbriel Editores.
Fue esta novela, un regalo, uno con mucho cariño, novedad editorial, avalado por critica y éxito de ventas, a pesar de ser obra primeriza. Menos mal que últimamente algunos productos no son solo marketing aunque no sea exacta su clasificación.
En estos últimos años ha habido algunos autores con obras muy interesantes, leyendo su biografía y entre líneas uno puede pensar sin temor a equivocarse que algunos profesionales de la enseñanza, entiendase docentes universitarios o afines, que además llevan muchos años trabajando sus textos. Algo que tiene que tener u ofrecer un tochaco de 698 páginas, tampoco es que vayamos a comprar al peso, pero la introcción viene al caso porque se la publicitaba como novela de terror, y a la autora como la nueva Reina de la Noche, y yo entiendo que no es solo que quieran vender la novela, es que la trama principal se supone que es de terror, o intentarlo al menos, debido a una adaptación (y van...) del personaje de Drácula. Y aquí es donde uno se pierde, y no sabe si han sido maniobras orquestales en la oscuridad de los editores (y algunos si que dan miedo) de esta buena mujer, Elizabeth Kostova, o que de verdad necesitaba utilizar el personaje de Drácula en la novela. El título del libro, si es correcto, y lo maravilloso del libro, no es la trama, sino por donde transcurre y discurre la historia. La autora logra transmitir, no solo su amor por los libros, por esa transmisión de conocimientos en esos maravillosos discos duros, de gran versatilidad, a pesar de que puedan tener cientos de años, sino una capacidad inmensa por llevarte a lugares, no exóticos por distantes, sino evocadores de otras épocas, reales pero con una impresión de ser fantásticos lugares de tiempos remotos. Y ahí radica la maravilla de esta novela, aunque como ya digo, la trama principal, no es que adolezca de algun defecto, o sufra problemas, para mi es que no existe. Pero una vez más tenemos que alegrarnos de que sea un libro digno de leerse.

lunes, 6 de junio de 2011

La Llave de cristal de Dashiell Hammet




Dashiell Hammet
La Llave de cristal
Titulo original: The Glass Key
Traductor: Fernando Calleja
Alianza Editorial, S.A. octava edición en "el Libro de Bolsillo": 1988
Leer a Dashiell Hammet suponía conocer un mundo al que temía, pero al mismo tiempo me atraía, la fatalidad de la mente. A pesar de transcurrir sus historias en los años 30 y 40 y en otro universo, como era en mi cabeza los Estados Unidos,la realidad del ser humano no conoce fronteras y además han acabado siendo unos narradores de una realidad constante en las sociedades de todo el mundo. Pueden ser factores que mantienen viva la novela en si misma, pero son sus personajes, la crudeza y la vitalidad latente la que los eterniza. Acción, fuerza bruta, instinto criminal, una violencia en definitiva que arrastra de principio a fin su protagonista, Ned Beaumont, posiblemente el personaje a quien más creo se parece fisica y mentalmente el autor, pero tan solo es una impresión.
Lo cierto es que el protagonista, Beaumont, se mueve durante toda la novela al filo de la navaja, literalmente, perseguido por su corredor de apuestas, trabajando para dos bandos criminales a la vez, sin confiar en nadie, apostando su vida a resolver un crimen que amenaza con acabar con su mejor amigo, y con uno de los finales más romanticos que pude encontrar en una novela de semejante calibre.
Y puestos a comentar una novela tan magnífica hablaré de su versión cinematográfica, en realidad ha tenido bastantes, pero creo que la más justicia le hace es "Miller´s Crossing" (aquí: "Muerte entre las flores"), posiblemente una de las mejores películas de los Hermanos Cohen, los cuales sin embargo colocando la película en el género gansteril obvian de manera flagrante la copia del guión obtenida de "La LLave de Cristal", me pareció algo fuera de lugar cuando hubiese sido de los más justo darle a su autor el merecido reconocimiento, pero bueno, imposible hacer nada, salvo admirar a cada autor en su trabajo.

HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA (1935 ) Jorge Luis Borges


El mejor artífice
Por Javier Cercas

Uno de los muchos lugares comunes que todavía aís­lan la obra de Jorge Luis Borges de muchos de sus potencia­les lectores afirma que se trata de un escritor para escritores. Nada tan falso; es más: cabría incluso argumentar que, para un escritor en ciernes, sobre todo si escribe en castellano, la lectura precoz de Borges (como, digamos, la de Shakespeare o Proust) puede resultar paralizante, pues fácilmente le lle­vará a la conclusión —por otra parte, nada infundada— de que el escritor argentino ya lo ha escrito todo. La realidad es que Borges es un escritor para lectores: no sólo porque él se sintiera antes lector que escritor, un oficio este último que juzgaba menos intelectual y más indigno que el primero; tam­bién porque el impulso infalible que produce la lectura de Borges no es el de escribir, sino el de leer todo lo que él ha leí­do, lo cual es, desde luego, imposible. Claro está que, como todo gran escritor, Borges crea su propio lector, un lector mi­nucioso y hedónico, encarnizadamente entregado a una lec­tura a brazo partido, que es la única que permite extraer de su obra todo el placer incomparable que alberga. Por lo de­más, me parece muy difícil escribir en castellano —y casi encualquier otra lengua— sin haber asimilado el legado de Bor­ges: la prueba es que si existe en literatura eso que suele lla­marse posmodernidad —y no veo por qué no va a existir—, entonces Borges es, sin duda, su fundador; la prueba es que muchos narradores fundamentales de nuestro tiempo —de Calvino a García Márquez, de Thomas Pynchon a Robert Coover— no pueden sencillamente entenderse sin él. Dice Ca­brera Infante que Borges es el mejor escritor en español des­de Quevedo. No seré yo quien le contradiga.
Historia universal de la infamia ocupa un lugar pe­culiar en la obra de Borges. Se publicó en 1935. Borges aca­ba de cumplir 36 años y ya no es un joven escritor, pero tam­poco un escritor del todo maduro, porque faltan todavía nueve años para que publique Ficciones; eso sí, ha escrito mu­cho y ha fundado revistas y publicado tres libros de poemas y cinco de ensayos, y el vanguardismo arrebatado de su ju­ventud empieza a quedar atrás. Borges ya ha escrito prosa; pero no prosa narrativa: éste es su primer intento. Un intento tímido, como si —salvo en Hombre de la esquina rosada—aún no se atreviera a escribir cuentos directos y anduviera to­davía en busca de esa singularísima mezcla de ensayo y relato con la que atinará al año siguiente, en El acercamiento a Al­mostásim, abriéndole las puertas de sus grandes libros pos­teriores. Por eso las biografías de infames que constituyen la primera parte del libro no son sino juegos literarios o, como dice el propio Borges, ejercicios de alguien «que no se animó a escribir cuentos y se distrajo en falsear y tergiversar ajenas historias». Así, inspirándose en Vidas imaginarias, de Mar­cel Schwob, Borges parte de personajes históricos cuyas vi‑das deforma deliberadamente de acuerdo con los caprichos rigurosos de su imaginación; el resultado es un puñado de vertiginosos relatos de aventuras exóticas y a menudo hila­rantes, poblados de atroces redentores, impostores inverosí­miles, proveedores de iniquidades y asesinos desinteresados, de piratas aguerridos y cruelísimos como la viuda Ching, a quien no consiguieron derrotar las armas del emperador, pero sí una fábula inscrita en una muchedumbre de cometas, o, como el maestro de ceremonias Kotsuké no Suké, «varón inaccesi­ble al honor», cuyo celo (o cuya displicencia) provoca la muerte del señor de la Torre de Ako y la dilatada venganza de sus capitanes, que alimenta durante siglos una leyenda de lealtad sobrehumana, o, como Hakim de Merv, un tintore­ro del Turquestán cuya cara, que ciega a los hombres, le insta a proclamarse profeta de una nueva y atroz fe de guerra y de martirio, y a instaurar una cosmogonía sin esperanza en la que «el asco es la virtud fundamental». No comparecen en estas páginas barrocas los espejos, tigres, laberintos y biblio­tecas que, en sus libros futuros, Borges convertirá en símbo­los y emblemas inimitables —y, sin embargo, demasiado imi­tados— de su universo literario; lo hacen, siquiera de forma incipiente, en la última sección del libro, titulada «Etcétera», donde se recogen un puñado de fábulas mínimas o pases de magia que anticipan los prodigios de Ficciones o El Aleph: un teólogo que testarudamente niega que la caridad sea ne­cesaria para entrar en el cielo sin saber que él mismo ya ha­bita el infierno; la puerta fatal de un castillo que se abre a una sucesión de maravillas y a la destrucción de quien osa abrir­la; un ingrato aprendiz de brujo que es víctima de su propia ingratitud; un hechicero que convoca en la palma de su mano todas las cosas infinitas que han estado y están y estarán en el mundo... En rigor, sin embargo, estas historias no pertenecen a Borges (quien sólo traduce y recuenta historias de Sweden­borg, de Las 1001 noches, de don Juan Manuel, de Burton), pero, gracias al poder de la palabra, Borges las convierte en historias rigurosamente borgianas y demuestra que la verda­dera novedad se halla siempre en el pasado, que la noción de plagio es meramente mercantil y que sólo los escritores que carecen de originalidad persiguen desesperadamente la ori­ginalidad. El volumen se completa con Hombre de la esqui­na rosada, un relato de malevos porteños en el que pueden reconocerse los temas y las atmósferas de Borges, pero no su voz, y que por alguna razón misteriosa se ha convertido en uno de sus relatos más célebres, siendo uno de los menos bor­gianos y acaso de los menos conseguidos.
Ignoro si Historia universal de la infamia es la mejor entrada al universo de Borges; como he notado que es un li­bro que suele gustar a quienes gustan poco de Borges, tiendo a pensar que no lo es. Pero da lo mismo. Cuando se accede a la felicidad de leer a Borges, ya no se distingue mucho entre un libro y otro: sólo se lee a Borges; pero también conviene ad­vertir que, cuando se entra en Borges (como cuando se entra en Shakespeare o en Proust), ya es muy difícil salir de él. Esa contraindicación debería figurar en todos sus libros.
2002, Javier Cercas

domingo, 5 de junio de 2011

Algunas explicaciones por Javier Cercas


A las nueve de la mañana del lunes me encuentro a mi vecina en el supermercado. Se llama Rosa: es joven, es guapa, irradia alegría; me gusta. Nos saludamos, y Rosa me dice que me lee en el periódico. La verdad es que cuando me hace un elogio no necesita repetírmelo dos veces: lo entiendo a la primera. “Gracias”, le digo. “He dicho que te leo”, precisa. “No que me guste lo que leo”. “Ah”, digo, y ya voy a despedirme de ella cuando me propone tomar un café. No soy más masoquista de lo normal, pero, como tengo que ir a trabajar y cualquier excusa es buena para no trabajar, acepto.

Tomamos café en la cafetería del supermercado. Al principio intento hablar de ella, pero al parecer el asunto no le interesa. “No lo entiendo”, se lamenta. “Habiendo tantas cosas importantes en el mundo sobre las que opinar, en tus artículos te pasas el día hablando de tu madre”. “Es que yo no tengo opiniones sobre nada importante”, le digo, y, como a mi vecina se le ha puesto de repente cara de juez de primera instancia, trato de zanjar el asunto:”Además, mi madre es lo que más cerca me pilla. Una mujer de gran energía, ¿sabes? Si se llamara como tú, le llamaríamos La Pantera Rosa”. El chiste no tiene ni pizca de gracia, y mi vecina deja de mirarme como a un reo y pasa a mirarme como a un desgraciado. Herido en mi amor propio, opto por pasar al ataque. Le cuento que hace unos meses un coche atropelló a mi madre mientras cruzaba un paso de cebra; por fortuna, no ocurrió nada, aunque todavía tiene magulladuras en el cuerpo. Pero el otro día, mientras cruzaba agarrado a mi brazo otro paso de cebra, me dijo:” Hijo mío, bienaventurados los que creen en los pasos de cebra, porque ellos verán a Dios. Yo estuve a punto”. Ahora Rosa se ríe: la cara se le ilumina y a mi se me ocurre que mi madre debía de ser igual que ella cuando yo aún no había nacido. “No es una mujer extraordinaria”, continúo, animado. “Ni siquiera tiene estudios. Pero hay motivos para pensar que, comparada con su fe católica, la de Juan Pablo II es dubitativa, y que a su lado Einstein es un bluff”. Le cuento que cuando yo era un adolescente me gustaba llevarla a películas incomprensibles. Una vez fuimos a ver La aventura, de Antonioni, una película que narra cómo durante una excursión de un grupo de amigos uno de ellos se pierde; al principio los amigos lo buscan, pero enseguida se olvidan de él y la excursión sigue como si nada hubiese ocurrido. Como de costumbre, al salir del cine mentí: dije que la película me había gustado mucho. “A mi también”, dijo mi madre. “En realidad es la película que más me ha gustado en mi vida”. La miré incrédulo. “Claro”, dijo ella entonces. “Es lo que pasa en la vida: uno se muere y al día siguiente ya nadie se acuerda de él”. “No está mal”, dice Rosa. “No”, digo yo. “Me gustaría conocerla”, dice Rosa. “Claro, digo yo. “Lo malo es que a veces no se la entiende muy bien”. “¿Qué quieres decir?, pregunta Rosa. “Que a veces habla como si Calderón de la Barca y Bretón de los Herreros estuvieran vivos y escribiesen a cuatro manos”, contesto. “Por ejemplo: si una persona es muy desgraciada, dice de ella que es `el rigor de las desdichas´, y si una mujer no es muy atractiva la llama `el remedio contra la lujuria´. Una vez le oí la frase más escalofriante que he oído nunca: `Que Dios nos de todas las desgracias que seamos capaces de soportar´. Estoy seguro de que si la oye Schopenhauer añade otro volumen a El mundo como representación y voluntad”. “Eso es porque tú eres uno de esos mariquitas que, en cuanto les aprietan un poco los zapatos, ya están pensando en suicidarse”, dice Rosa. “Sí”, digo yo, “pero también por otra cosa”. “¿El qué?”, pregunta.

Entonces le cuento a Rosa una escena que leí en Si esto es un hombre, el libro donde Primo Levi narra su paso por Auschwitz. La escena transcurre una noche de febrero de 1943, en el campo de concentración de Fosoli, donde se hacinan cientos de personas ingratas al Gobierno fascista italiano. Por la tarde les han anunciado a los judíos del campo que van a ser deportados, así que ya saben que van a morir. Esa noche todos se despiden de la vida, unos rezan, otros se emborrachan, otros se embriagan “con su última pasión nefanda”. Pero en el campo hay niños, y sus madres velan durante toda la noche: preparan la comida para el viaje, empaquetan la ropa y los juguetes, lavan los pañales, y al amanecer las alambradas de espino están llenas de ropa infantil puesta a secar. “Es absurdo”, le digo a Rosa. “Pero es así”. Y entonces le hago la misma pregunta que Levi les hace a las lectoras de su libro: “¿No harías tú lo mismo? Si fuesen a matarte mañana con tu hijo, ¿no le darías de comer hoy?”. “Yo no tengo hijos”, dice Rosa. “Además, todavía no me han dado todas las desgracias que soy capaz de soportar”. Sonrío; Rosa también sonríe. “No te he convencido, ¿verdad?”, pregunto. “No”, contesta. “Entonces, en vez de hablar de mi madre, en el próximo artículo hablaré de ti”, le digo. “Prométeme que no lo harás”, dice ella. Sin dejar de sonreír contesto: “Te lo prometo”. Y pido otro café.

HISTORIAS DE CRONOPIOS Y DE FAMAS (1962) Julio Cortázar


Grandísimo cronopio

Por Juan Luis Cebrián

Cuando salió a la luz, hace ahora cuarenta años, Historias de cronopios y de famas, Julio Cortázar era ya un autor admirado y elogiado por la crítica gracias a sus primeros libros de cuentos y también a su relato Los Premios, pero todavía no había publicado Rayuela, la novela que le dio fama universal y le instaló en el centro de aquel formidable despertar de la literatura latinoamericana que mereció el nombre de boom. Cortázar, argentino aunque nacido en Bruselas, hacía años que vivía en París trabajando como profesor, crítico y traductor, después de haber sido periodista en Buenos Aires. Publicó allí, de joven, algún libro de poemas y un extraño manuscrito bajo el nombre de Los Reyes, pero se trata en realidad de un escritor tardío, y cuando Rayuela vio la luz, un año después que los cronopios, estaba próximo a cumplir la cincuentena. Los círculos literarios en los que se movía habían tenido ya ocasión de elogiar, para esas fechas, su versión en español de las obras de Poe, que figura en todas la antologías como la mejor de las traducciones al castellano del autor estadounidense. Parecía, no obstante, como si el cosmopolitismo y la extensísima erudición literaria de Cortázar, un
porteño trasplantado al corazón de la cultura europea, expatriado casi hasta anímicamente de su condición de latino¬americano, amenazaran con alejarle de la sensibilidad y el aprecio de sus compatriotas lingüísticos. Sus juegos de palabras y de ideas utilizaban nuestro idioma como materia prima, pero bebían en las fuentes del dadaísmo esencial que se respiraba en los ambientes parisinos y del universal legado borgiano, todo ello pasado por la incontenible pasión que el escritor sentía por el jazz, todavía entonces de moda en las viejas caves existencialistas del barrio latino. O sea que Cortázar era todo menos un escritor castizo y aun si se le podía relacionar con el elitismo intelectual de Borges o Bioy Casares, y con el concepto surrealista o ultrarrealista de la ficción literaria, sus orígenes y su destino, su entero comportamiento, le hacían entroncar mejor con la reciente tradición centroeuropea que con la de los grandes narradores del sur de América.
Historias de cronopios y de famas fue el primer libro de Julio Cortázar que cayó en mis manos, gracias a las recomendaciones de Rafael Conte, verdadero descubridor del boom en nuestro país, cuando la crítica literaria todavía se hacía mayormente a base de reproducir los diálogos de los fuegos de campamento. Lo leí en una de las primeras ediciones realizadas por Minotauro en Buenos Aires, en la que se introducía el índice con una sorprendente frase, anunciadora del talante y la intención de las páginas que encabezaba: «Este libro contiene el surtido siguiente...» y daba paso al índice general. Luego he visto desaparecer el aviso en versiones más tardías —entre ellas las de la obra completa realizada por Alfaguara que se ha utilizado para esta nueva edición— y pienso
que se debe no sólo a un descuido, sino a la incomprensión de hasta qué punto el guiño y la broma son importantes en la obra de este afrancesado porteño. Una vez que empecé a husmear en el surtido anunciado me topé, al comienzo de la lectura, con las Instrucciones para subir a una escalera y quedé absolutamente prendado del texto; después, al iniciarme en el capítulo de ocupaciones raras, la Pérdida y recuperación del pelo me dejó tan boquiabierto y extasiado que empecé a perdonarle a Cortázar la impaciencia producida por el inadmisible hecho de que sólo al final del volumen comenzáramos a enterarnos de las peripecias de los cronopios, las famas y las esperanzas. Dichos relatos, desde luego, suponen el culmen de esa pequeña sinfonía de placeres de la mente en que consiste el libro: un homenaje absoluto a la inteligencia, la ironía y hasta el sarcasmo, un melancólico relato de nuestra existencia de siempre, a base de clasificar al ser humano como en un catálogo de entomología aplicada. Conozco, eso sí, a más de un lector desesperado por no haber podido encontrar una descripción ajustada y concreta de las categorías que dan título al libro, pero sin duda el mundo de las definiciones se aviene mal con el universo de fantasmas, revelaciones y ensueños que Cortázar es capaz de suscitar. Al final, nadie es capaz de mostrarse indiferente ante listado tan corto, y tan complejo a la vez, como el que propone, y casi nadie puede sucumbir a la tentación de desear ser un cronopio, aun sin saber muy bien en qué consiste.
Quienes sugirieron, en su tiempo, que ésta era una obra menor del gran artista, encumbrado luego por sus novelas y sus libros de miscelánea que algunos quieren emparentar con el que hoy comentamos, no supieron percibir hasta qué punto el insondable mundo poético y creativo de Cortázar residía en estas breves historias capaces de mezclar la realidad cotidiana con la más onírica de las contemplaciones. Uno acaba sucumbiendo al impacto formidable que causa, por ejemplo, la primera de las frases de sus brevísimas Instrucciones para dar cuerda a un reloj («Allá en el fondo está la muerte, pero no tenga miedo»), avisándonos quizá de lo inútil y perecedera que resulta nuestra manía de medir las horas. Como Kafka, como Proust, como muy pocos, Cortázar fue capaz de crear un mundo a la vez propio y universal que se descubre a cada paso, en cada línea, en cada soplo literario legado por él. Es un escritor de la intimidad y del desasosiego, al que sólo es capaz de combatir a base de humor y de irónica sabiduría.
Conocí a Julio Cortázar en Madrid pocos años antes de su muerte por sida, debida a que recibió en Francia una transfusión de sangre contaminada. Vino a cenar a mi casa en compañía de su mujer Carol, que padeció igual destino, y de Javier y Natalia Pradera. Hablamos de sus obsesiones literarias, de la actualidad política y de la manera casi fortuita en que ordenó y desordenó los capítulos de Rayuela, una obra que puede y debe leerse por lo menos de dos maneras diferentes. Comentamos sobre lo singular de su anatomía, que le prestaba un aire de juventud casi infantil, y él mismo me explicó que padecía una enfermedad por la que el mentón y las manos le crecían de manera constante. Era algo doloroso y que le hacía sufrir mucho. Detrás de su mirada estrábica y su sonrisa de sátiro benévolo descubrí el corazón de un hombre bueno y la cultura de un enciclopedista de nuestros días. ¡Total!, le dije, eres un grandísimo cronopio. Quienes lean este libro sabrán por qué.

Copyright 2002, Juan Luis Cebrián