Por fin, tras largos años remitió la fiebre, pero ya estaba grabado a fuego en mis retinas, y aún así me descubro releyendolo de vez en cuando, y pienso con una sonrisa lo feliz que debió de sentirse Tolkien escribiendo el cuento, más allá de cualquier otra consideración.
miércoles, 15 de junio de 2011
El Hobbit de J.R.R. Tolkien
Por fin, tras largos años remitió la fiebre, pero ya estaba grabado a fuego en mis retinas, y aún así me descubro releyendolo de vez en cuando, y pienso con una sonrisa lo feliz que debió de sentirse Tolkien escribiendo el cuento, más allá de cualquier otra consideración.
lunes, 13 de junio de 2011
De la letra en arcilla a la tinta digital
Diario Sur, málaga
domingo, 12 de junio de 2011
Montreal referencia 0873/32
Memmoch el diablo de Anne Rice
PRÓLOGO
Me llamo Lestat. ¿Sabéis quién soy ? En caso afirmativo podéis saltaros los párrafos siguientes. Para quienes no me conozcan, quiero que esta presentación sea un amor a primera vista.
Fijaos en mí : soy vuestro héroe, la perfecta imitación de un anglosajón rubio de ojos azules y metro ochenta de estatura. Soy un vampiro, uno de los más poderosos que han existido jamás. Tengo unos colmillos tan pequeños que apenas resultan visibles, a menos que yo quiera, pero muy afilados, y cada pocas horas siento el deseo de beber sangre humana.
No es que la precise con mucha frecuencia. En realidad, desconozco la frecuencia con que la necesito, puesto que jamás he hecho la prueba.
Poseo una fuerza monstruosa. Soy capaz de volar y de captar una conversación en el otro extremo de la ciudad, e incluso del globo. Adivino el pensamiento ; puedo hechizar a la gente.
Soy inmortal. Desde 1.789, no tengo edad.
¿Un ser único ? Ni mucho menos. Que yo sepa, existen unos veinte vampiros en el mundo. A la mitad de ellos los conozco íntimamente, y a la mitad de éstos los amo.
Añadamos a esos veinte vampiros un centenar de vagabundos y extraños a los que no conozco, pero de quienes oigo hablar de vez en cuando, y, para redondear, otro millar de seres inmortales que deambulaban por el mundo con apariencia humana.
Hombres, mujeres, niños..., cualquier ser humano puede convertirse en vampiro. Lo único que necesita es un vampiro dispuesto a ayudarle, a chuparle una buena cantidad de sangre y después dejar que la recupere mezclada con la suya. No es tan sencillo como parece, pero si uno consigue superarlo vivirá para siempre. Mientras sea joven, sentirá una sed irresistible y es probable que tenga que matar una víctima cada noche. Cuando cumpla mil años parecerá y se expresará como un sabio, aunque se haya iniciado en esto durante su juventud, beberá sangre humana y matará para obtenerla tanto si la necesita como si no.
En el caso de que viva más tiempo, como sucede con algunos vampiros, cualquiera sabe lo que puede pasar. Se convertirá en un ser más duro, más pálido, más monstruoso. Sabrá tanto sobre el sufrimiento que atravesará rápidos ciclos de crueldad y bondad, lucidez y paranoica ceguera. Es probable que enloquezca ; luego recuperará la cordura. Al fin, es posible que olvide su propia identidad.
Personalmente, reúno lo mejor de la juventud y la ancianidad vampíricas. Solo tengo doscientos años y, por razones que no vienen al caso, se me ha concedido la fuerza de los antiguos vampiros. Poseo una sensibilidad moderna junto al impecable buen gusto de un aristócrata difunto. Sé exactamente quien soy : rico y hermoso, veo mi imagen reflejada en los espejos y escaparates. Me entusiasma cantar y bailar.
¿Que a qué me dedico ? A lo que me place.
Piensa en ello. ¿Es suficiente para que te decidas a leer mi historia ?¿Has leído algunas de mis crónicas sobre vampiros ?
Te confesaré algo : en este libro, el hecho de ser vampiro carece de importancia. No influye en la historia. Es simplemente una característica, como mi inocente sonrisa y mi voz suave y acariciadora, con acento francés, y mi elegante modo de caminar. Forma parte del paquete. Lo que ocurrió pudo haberle pasado a un ser humano ; de hecho, estoy seguro de que le ha sucedido a más de uno y de que volverá a suceder.
Tú y yo tenemos alma. Deseamos saber cosas ; compartimos la misma tierra, rica y verde y salpicada de peligros. Lo cierto es que, digamos lo que digamos, ninguno de nosotros sabe lo que significa morir. Si lo supiéramos, yo no escribiría esta historia y tú no estarías leyendo este libro.
Lo que si deseo dejar claro desde el principio, cuando ambos nos disponemos adentrarnos en esta aventura, es que me he impuesto la tarea de ser un héroe de este mundo. Me conservo tan moralmente complejo, espiritualmente fuerte y estéticamente relevante como en mi juventud, un ser de extraordinaria perspicacia e impacto, un tipo que tiene cosas que decirte.
De modo que si decides leer esta historia hazlo por ese motivo, por el hecho de que Lestat ha vuelto a hablar, porque está asustado, porque busca con desespero la lección, la canción y la raison d´être, porque desea comprender su historia y quiere que tú la comprendas, y porque en estos momentos es la mejor historia que puede ofrecerte.
Si no te resultan suficientes estas razones, lee otra cosa.
Si te bastan, sigue leyendo. Encadenado, dicté estas palabras a mi amigo y escriba. Acompáñame. Escúchame. No me dejes solo.
La Sombra de Caín
Libro de Sueños de Jorge Luis Borges
jueves, 9 de junio de 2011
10 claves para escribir bien, según Rosa Montero
martes, 7 de junio de 2011
La Historiadora de Elizabeth Kostova
lunes, 6 de junio de 2011
La Llave de cristal de Dashiell Hammet
HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA (1935 ) Jorge Luis Borges
domingo, 5 de junio de 2011
Algunas explicaciones por Javier Cercas
A las nueve de la mañana del lunes me encuentro a mi vecina en el supermercado. Se llama Rosa: es joven, es guapa, irradia alegría; me gusta. Nos saludamos, y Rosa me dice que me lee en el periódico. La verdad es que cuando me hace un elogio no necesita repetírmelo dos veces: lo entiendo a la primera. “Gracias”, le digo. “He dicho que te leo”, precisa. “No que me guste lo que leo”. “Ah”, digo, y ya voy a despedirme de ella cuando me propone tomar un café. No soy más masoquista de lo normal, pero, como tengo que ir a trabajar y cualquier excusa es buena para no trabajar, acepto.
Tomamos café en la cafetería del supermercado. Al principio intento hablar de ella, pero al parecer el asunto no le interesa. “No lo entiendo”, se lamenta. “Habiendo tantas cosas importantes en el mundo sobre las que opinar, en tus artículos te pasas el día hablando de tu madre”. “Es que yo no tengo opiniones sobre nada importante”, le digo, y, como a mi vecina se le ha puesto de repente cara de juez de primera instancia, trato de zanjar el asunto:”Además, mi madre es lo que más cerca me pilla. Una mujer de gran energía, ¿sabes? Si se llamara como tú, le llamaríamos La Pantera Rosa”. El chiste no tiene ni pizca de gracia, y mi vecina deja de mirarme como a un reo y pasa a mirarme como a un desgraciado. Herido en mi amor propio, opto por pasar al ataque. Le cuento que hace unos meses un coche atropelló a mi madre mientras cruzaba un paso de cebra; por fortuna, no ocurrió nada, aunque todavía tiene magulladuras en el cuerpo. Pero el otro día, mientras cruzaba agarrado a mi brazo otro paso de cebra, me dijo:” Hijo mío, bienaventurados los que creen en los pasos de cebra, porque ellos verán a Dios. Yo estuve a punto”. Ahora Rosa se ríe: la cara se le ilumina y a mi se me ocurre que mi madre debía de ser igual que ella cuando yo aún no había nacido. “No es una mujer extraordinaria”, continúo, animado. “Ni siquiera tiene estudios. Pero hay motivos para pensar que, comparada con su fe católica, la de Juan Pablo II es dubitativa, y que a su lado Einstein es un bluff”. Le cuento que cuando yo era un adolescente me gustaba llevarla a películas incomprensibles. Una vez fuimos a ver La aventura, de Antonioni, una película que narra cómo durante una excursión de un grupo de amigos uno de ellos se pierde; al principio los amigos lo buscan, pero enseguida se olvidan de él y la excursión sigue como si nada hubiese ocurrido. Como de costumbre, al salir del cine mentí: dije que la película me había gustado mucho. “A mi también”, dijo mi madre. “En realidad es la película que más me ha gustado en mi vida”. La miré incrédulo. “Claro”, dijo ella entonces. “Es lo que pasa en la vida: uno se muere y al día siguiente ya nadie se acuerda de él”. “No está mal”, dice Rosa. “No”, digo yo. “Me gustaría conocerla”, dice Rosa. “Claro, digo yo. “Lo malo es que a veces no se la entiende muy bien”. “¿Qué quieres decir?, pregunta Rosa. “Que a veces habla como si Calderón de la Barca y Bretón de los Herreros estuvieran vivos y escribiesen a cuatro manos”, contesto. “Por ejemplo: si una persona es muy desgraciada, dice de ella que es `el rigor de las desdichas´, y si una mujer no es muy atractiva la llama `el remedio contra la lujuria´. Una vez le oí la frase más escalofriante que he oído nunca: `Que Dios nos de todas las desgracias que seamos capaces de soportar´. Estoy seguro de que si la oye Schopenhauer añade otro volumen a El mundo como representación y voluntad”. “Eso es porque tú eres uno de esos mariquitas que, en cuanto les aprietan un poco los zapatos, ya están pensando en suicidarse”, dice Rosa. “Sí”, digo yo, “pero también por otra cosa”. “¿El qué?”, pregunta.
Entonces le cuento a Rosa una escena que leí en Si esto es un hombre, el libro donde Primo Levi narra su paso por Auschwitz. La escena transcurre una noche de febrero de 1943, en el campo de concentración de Fosoli, donde se hacinan cientos de personas ingratas al Gobierno fascista italiano. Por la tarde les han anunciado a los judíos del campo que van a ser deportados, así que ya saben que van a morir. Esa noche todos se despiden de la vida, unos rezan, otros se emborrachan, otros se embriagan “con su última pasión nefanda”. Pero en el campo hay niños, y sus madres velan durante toda la noche: preparan la comida para el viaje, empaquetan la ropa y los juguetes, lavan los pañales, y al amanecer las alambradas de espino están llenas de ropa infantil puesta a secar. “Es absurdo”, le digo a Rosa. “Pero es así”. Y entonces le hago la misma pregunta que Levi les hace a las lectoras de su libro: “¿No harías tú lo mismo? Si fuesen a matarte mañana con tu hijo, ¿no le darías de comer hoy?”. “Yo no tengo hijos”, dice Rosa. “Además, todavía no me han dado todas las desgracias que soy capaz de soportar”. Sonrío; Rosa también sonríe. “No te he convencido, ¿verdad?”, pregunto. “No”, contesta. “Entonces, en vez de hablar de mi madre, en el próximo artículo hablaré de ti”, le digo. “Prométeme que no lo harás”, dice ella. Sin dejar de sonreír contesto: “Te lo prometo”. Y pido otro café.
HISTORIAS DE CRONOPIOS Y DE FAMAS (1962) Julio Cortázar
Grandísimo cronopio
Por Juan Luis Cebrián