lunes, 22 de septiembre de 2014

AVISOS A NAVEGANTES ‘Booktubers’, ¿los nuevos críticos?


La prescripción literaria audiovisual inunda la red gracias a los videoblogueros

RICARD RUIZ GARZÓN

En 'Thug Notes', el cómico Greg Edwards esconde, tras su pinta de rapero y su jerga, análisis de insólita madurez

Que una reseña del clásico medieval El Conde Lucanor, del infante Don Juan Manuel, llegue en nuestros días a 86.298 personas es una grata sorpresa. Que otra sobre Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, seduzca a 858.155 lectores, tanto o más. Y que dos hermanos, uno escritor, logren que sus recomendaciones literarias alcancen a 2.314.270 seguidores parece ya de otra galaxia. Pero es lo que ocurre con los booktubers, un fenómeno de la prescripción en internet que, pese a su carácter audiovisual y juvenil, está empezando a cuestionar más de un prejuicio, sobre todo tras su expansión en español.

Así, la mexicana Fa Orozco, autora de esa primera reseña "mal hecha", es la pionera en su país de un boom que reúne a medio centenar de vloggers o vídeoblogueros literarios, de los abiertos como Raiza Revelles (352.863 suscriptores) a los centrados en el young adult como el prometedor Alberto Villarreal. Hermanados por las vídeorreseñas, los book tags (juegos o preguntas), los challenges (retos), los wrap up (libros del mes) y otras interacciones que cuelgan en Youtube y difunden por las redes sociales, los tres conocen y apoyan el auge booktuber, que ha arraigado en Argentina, Chile, Perú y España, país este con el escritor Javier Ruescas y el hiperactivo Sebas G. Mouret como referentes.

Para Ruescas, que ha dado el salto con sus tutoriales para escribir y publicar, el secreto del booktuber es hallar su "voz", ese trato de tú a tú, hijo del boca-oreja y lejano a la autoridad de la vieja crítica. Capaz, a su vez, de considerarse "un showman", el joven Mouret apunta que el entusiasmo y la sinceridad son las armas de estos prescriptores, aunque admite: "No hacemos crítica, sólo compartimos opiniones". Acusados por los puristas de amateurismo, poco rigor y falta de criterio, los booktubers juegan en otra liga, sí, pero siempre bajo el deseo de contagiar su pasión lectora y desterrar el estigma de que la juventud lee poco.

Como todo fenómeno reciente, además, está en evolución, y así lo prueban las mencionadas reseñas (en inglés, como todo empezó) de Harper Lee y de los VlogBrothers. La primera, perteneciente a la serie Thug Notes, la presenta Sparky Sweets, un personaje interpretado por el cómico Greg Edwards que bajo su pinta de rapero y su habla slang esconde análisis de insólita madurez. En cuanto a los segundos, su historia daría para diez artículos, pero bastará recordar que sin ellos y sus nerdfighters no existiría el bestseller John Green, autor de Bajo la misma estrella, y que tampoco existirían estos nuevos vloggers, que lo admiran, siguen e imitan por aclamación. Y pese a todo, hay que decirlo: los booktubers no son, en puridad, los nuevos críticos. Es cierto. No aún. Pero están locos por leer y contarlo, aprenden rápido y han atraído a la industria editorial, que los fríe ya a novedades. ¿Tienen futuro, entonces? Decídanlo, ya saben cómo: exploren, naveguen y, sobre todo, no se dejen enredar.


El Pais Babelia 20.09.14




domingo, 21 de septiembre de 2014

CINCO PISTAS SOBRE... » Adolfo Bioy Casares


Guía urgente para celebrar al escritor argentino, autor de la novela "perfecta", en su centenario

ALBERTO MANGUEL

1. Un cuento. En 1944, después de publicar La invención de Morel (novela que Borges famosamente calificó de "perfecta"), Bioy escribió El perjurio de la nieve, una historia sobre el tiempo detenido, como en La Bella Durmiente. Hablando del cuento, Bioy hizo un listado de textos que trataban de este tema: el Rip Van Winkle de Washington Irving, la leyenda del emperador Barbarroja, el Huis clos de Sartre. Y agregó: “Detener el tiempo, repetir el instante sería para mí no tanto demorar la muerte, sino prorrogar la sorpresa de los primeros momentos de una pasión amorosa”.

2. Una novela. Un año después, Bioy escribió una novela quizá más profunda, más extraña, más lograda. Plan de evasión es la gran novela moderna sobre la ilusión de la libertad. Los prisioneros imaginados por Bioy, que no saben que lo son, reflejan el ilusorio libre albedrío que el universo nos permite imaginar.

3. Una confesión. "Yo escribí para que me quisieran; en parte para sobornar y, también en parte, para ser víctima de un modo interesante; para levantar un monumento a mi dolor y para convertirlo, por medio de la escritura, en un reclamo persuasivo".

4. Una lista. Una tarde de 1939, Bioy, junto con Silvina Ocampo (su mujer) y Borges, imaginó una historia acerca de un escritor cuya gran fama no coincide con su escasa obra. Después de su muerte, un joven admirador descubre una suerte de arte poética que el escritor ha compilado bajo el título "En literatura hay que evitar…". La lista incluye las precauciones siguientes:

— Las curiosidades y paradojas psicológicas: homicidas por benevolencia, suicidas por contento. ¿Quién ignora que psicológicamente todo es posible?

— Las interpretaciones muy sorprendentes de obras y de personajes. La misoginia de Don Juan, etcétera.

— Parejas de personajes burdamente disímiles: Quijote y Sancho, Sherlock Holmes y Watson.

— Diferenciación de personajes por manías. Cf.: Dickens.

— Méritos por novedades y sorpresa: Trick-stories. La busca de lo que todavía no se dijo parece tarea indigna del poeta de una sociedad culta; lectores civilizados no se alegrarán en la descortesía de la sorpresa.

— En el desarrollo de la trama, vanidosos juegos con el tiempo y con el espacio: Faulkner, Priestley, Borges, etcétera.

— El descubrimiento de que en determinada obra el verdadero protagonista es la pampa, la selva virgen, el mar, la lluvia, la plusvalía.

— La enumeración caótica.

— Poemas, situaciones, personajes con los que se identifica el lector.

— Frases de aplicabilidad general o con riesgo de convertirse en proverbios o de alcanzar la fama (son incompatibles con un discours cohérent).

— Personajes que pueden quedar como mitos.

— Metáforas en general. En particular, visuales; más particularmente, agrícolas, navales, bancarias. Véase Proust.

— Libros que fingen ser menús, álbumes, itinerarios, conciertos.

— Lo que puede sugerir ilustraciones. Lo que puede sugerir filmes.

— La vanidad, la modestia, la pederastia, la falta de pederastia, el suicidio.

5. Una frase. En su Breve diccionario del argentino exquisito (1971) puede leerse:

"El mundo atribuye sus infortunios a las conspiraciones y maquinaciones de grandes malvados. Entiendo que se subestima la estupidez".


El Pais Babelia 20.09.14


Bioy, centenario por Antonio Muñoz Molina


Sin ningún énfasis, escribió una literatura en gran medida intemporal, que tenía simultáneamente la pureza de las fábulas y un arraigo muy poderoso en la realidad.

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

Adolfo Bioy Casares. / GORKA LEJARCEGI

Es raro pensar en la celebración del centenario de Bioy Casares. Un centenario es una cosa póstuma y marmórea, y en Bioy hay una liviandad que elude todo lo solemne, una transparencia que hace visible la hondura, pero que excluye la pompa. Bioy parecía un caballero porteño de otra época, y cuando fue viejo se veía irónicamente a sí mismo como un viajero del pasado sin máquina del tiempo. Pero lo cierto es que, sin ningún énfasis, escribió una literatura en gran medida intemporal, que tenía simultáneamente la pureza de las fábulas y un arraigo muy poderoso en la realidad que él conocía y recordaba, en la vida de Buenos Aires y de las capitales interiores del país, en los paisajes del campo y en esas ciudades europeas por las que se movían volublemente sus viajeros argentinos de clase alta.

En su primera obra maestra, La invención de Morel, el espacio y los personajes son tan abstractos como en un cuento de Kafka o en algunas historias de Wells. A partir de entonces, según se hacía mayor y más sabio, sus ficciones fueron acercándose a los lugares precisos de la realidad y a las variedades del habla argentina, que percibía y escuchaba con un oído a la vez exacto y paródico, que revelaba en él un instinto natural para la comedia. Pero su talento cordial para la observación del mundo quedaba siempre matizado por la atracción de lo extravagante y lo fantástico, por su devoción hacia las simetrías y las formas perfectas de las tramas policiales. En la mejor de sus novelas, El sueño de los héroes, esos dos impulsos de Bioy alcanzan un equilibrio insuperable. Debajo del azar de la vida actúa sobre los personajes la geometría del destino. El sueño masculino del coraje está hecho de mezquindad, de jactancia grosera, de fuerza bruta. La lectura es un ejercicio de indagación equivalente a la búsqueda en la que acaba extraviándose ese pobre héroe de clase trabajadora, Emilio Gauna, émulo incompetente de esos malevos de arrabal que fascinaban tan literariamente a Borges. (Entre Borges y Bioy, contra lo que pueda pensarse, las diferencias son mucho mayores que las semejanzas).

El sueño de los héroes es una de esas raras novelas a las que uno vuelve y vuelve sin desilusión a lo largo de la vida, con una familiaridad casi como la de un poema aprendido de memoria. Hay que decir de memoria y en voz alta la primera frase: "Durante tres días y tres noches del carnaval de 1927 la vida de Emilio Gauna logró su primera y misteriosa culminación". La última frase no es menos digna de recuerdo, pero sí mucho más triste. Uno la olvida y cuando llega a ella siempre lo deja para después del final con su punzada de amargura. Hace 100 años que nació en Buenos Aires Adolfo Bioy Casares y 60 años justos que se publicó El sueño de los héroes, pero la novela se mantiene tan tersa como si el tiempo no pasara por ella, dispuesta a revelar nuevos tesoros escondidos a cada lectura, a sumergirlo a uno en sus extrañas claridades de amaneceres y ensueños, en sus tierras de nadie entre el suburbio y el campo, entre el recuerdo y el olvido, el éxtasis y la desgracia. Frases que uno subrayó hace muchos años en ejemplares perdidos de la novela vuelven a brillar con toda su belleza intacta: "Un momento lila y abstracto, con anticipaciones del alba"; "Aquellas conversaciones con Larsen eran la patria de su alma".

Ahora cuesta explicar lo que para un aspirante a escritor significaba descubrir una literatura así en la poco ventilada atmósfera española de mediados de los años setenta. En una época propensa a los potingues espesos —ideológicos, literarios, hasta psicotrópicos—, leer a Bioy era como beber un agua transparente y muy fresca, como escuchar a Bill Evans después de haberse abotargado con Pink Floyd. Yo me acuerdo de ir por el centro de Granada leyendo por primera vez La invención de Morel en aquel volumen de tapas negras de Alianza, y la limpia luz matinal que me devuelve la memoria no sé si procede de mi caminata por la ciudad o de la pura irradiación de las palabras de la novela. Luego vinieron los cuentos, el humorismo y la agudeza de las historias policiales en colaboración con Borges, las otras novelas mayores: Diario de la guerra del cerdo, Plan de evasión, Dormir al sol, La aventura de un fotógrafo en La Plata. Bioy, tan escéptico de la grandilocuencia, tan partidario de las formas breves, permaneció inmune a la tentación catedralicia y hasta cosmológica de una parte de la novela latinoamericana de aquellos años. Le gustaba inventar tramas cuidadosas, mecanismos narrativos de alta precisión, y al mismo tiempo, supimos después, cultivó con asiduidad durante toda su vida la escritura más fragmentaria y abierta de todas, la del diario íntimo y la anotación suelta en un cuaderno, el apunte, el borrador, la observación instantánea, la cita, el collage.

De las 20.000 páginas de ese diario que dejó al morir proceden algunas de las alegrías que ha seguido dándonos Bioy. Hace unos siete años, Destino publicó el tomo formidable de los apuntes de sus conversaciones con Borges, anotadas con fidelidad cada noche, durante media vida, frescas todavía en la memoria inmediata. En Páginas de Espuma salió después, en un volumen editado muy cuidadosamente, el diario de un viaje breve a Brasil que hizo Bioy en 1960. Lo cotidiano, lo menor, lo olvidable, lo que casi no sucede, son la materia valiosa de la literatura.

Pero de ese Bioy póstumo, confesional, pudoroso, el libro que yo prefiero es Descanso de caminantes, que publicó Sudamericana en Buenos Aires en 2001, en una edición de Daniel Martino. Qué pocos libros así hay en español. Es el diario de Bioy entre 1975 y 1989: los años de la llegada de la vejez y de la enfermedad, para un hombre que había sido vigoroso y muy atractivo para las mujeres, muy enamoradizo de ellas; los años sórdidos de la descomposición política en Argentina, la dictadura militar, el regreso inseguro de la democracia. El español, lo mismo el de aquí que el de América, no parece un idioma propicio a la confesión en voz baja, a los matices de lo íntimo en primera persona. O nos ponemos solemnes, o nos ponemos hipócritas o pudibundos, por miedo al ridículo y al viejo qué dirán provinciano, por pánicos a parecer sentimentales, por una falta congénita de naturalidad. En Bioy hay una desenvoltura de escritor de diarios inglés, con toda su ironía y su melancolía. Anota encuentros amorosos furtivos, percances de salud, conversaciones oídas sobre la marcha, monólogos de taxistas, sueños, ideas para cuentos. En 1976 asiste en la calle a un asesinato cometido a plena luz del día por policías de paisano. Una mañana de marzo de 1985, a pesar de la decadencia física y los desengaños de la edad, se despierta feliz: "Suena el despertador y siento el júbilo de estar vivo, de empezar un día nuevo. Es un júbilo minúsculo y nítido, como la moneda de cinco centavos de los buenos tiempos".

Júbilo es la palabra exacta que define la literatura de Bioy Casares.

El Pais, Babelia  20.09.14


domingo, 14 de septiembre de 2014

Aprendí de Gabo


Las lecciones que el Nobel colombiano nunca impartió

JAVIER APARICIO MAYDEU



Gabriel García Márquez, en Barcelona hacia 1972. / RODRIGO GARCÍA

Aprendí de Gabo, antes de leer Beginnings, de Edward Said, que cómo comenzar un texto es cuestión primordial, y que en toda buena novela la primera frase contiene la novela entera como en una burbuja que luego, al final, el lector hace estallar. Mi oficio consistía entonces en parapetarme cada mañana ante un muro de manuscritos pulidos y blancos como huevos prehistóricos, y abrirlos para después catarlos, de modo que leía miles de primeras frases, aunque la mayoría no eran precisamente burbujas conteniendo buenas novelas, sino meras y disuasorias pompas de jabón. Corrían todavía los tiempos del télex cuando algunos sábados soleados, pero sin el perfume del tamarindo, el hijo del telegrafista hacía tiempo en la agencia, esperando a su única donna angelicata, Mercedes Barcha, La Gaba, y, al pasar por mi despacho en mangas de camisa blanca y reluciente y ver a un mindundi veinteañero detrás de una tapia de papel, se entretenía en preguntarme si había encontrado ya algún nuevo Faulkner, abría algunos manuscritos a su antojo y apostábamos a que, leyendo solo la primera frase, sabríamos si era genio o era bodrio. Mi despachito era una metáfora viva del filtro literario, y yo veía claro que el autor novel que fue estaba siempre muy presente en el autor Nobel que era, y que jamás olvidó “la desgracia de ser escritor joven”. Alguna vez, y les juro que no lo soñé, me hizo algunas fotocopias antes de marcharse a almorzar, dejándome incapacitado por el asombro para seguir abriendo y catando huevos prehistóricos. Mi idea de lo que era un genio era muy distinta, y aprendí de Gabo que la naturalidad desprendida no disminuye ni un ápice la calidad literaria (o, del revés, que la lectura o la tenacidad sí, pero la soberbia o la indulgencia no mejoran la prosa).

Aprendí de Gabo que entre los atributos del genio se encuentran la exactitud y la meticulosidad (“hasta el mínimo error de mecanografía me duele en el alma como un error de creación”, escribió en El amargo encanto de la máquina de escribir), y que, aunque se dirían textos telepáticamente revelados por su abuela Tranquilina en una noche de tormenta, son el fruto de un concienzudo trabajo de corrección. Detectaba una embarazosa cacofonía o un vocablo fallido, y tachó en El otoño del patriarca “faroles pálidos” y escribió “faroles mustios” porque “mustio” convierte al farol en vegetal y acrece una concepción irreal, vaya uno a saber, pero sus pruebas de imprenta se llenaban de correcciones raramente banales. Recuerdo el fax en el que me preguntaba, en pleno proceso de escritura de Del amor y otros demonios, si podía yo asegurarle que se tañía aún la vihuela en el Caribe del XVII, y me recuerdo consultándole al maestro Alberto Blecua ese preciso dato historiográfico para una novela en la que, sin embargo, “el cielo era alto y sin nubes” cuando un relámpago fulminó a Doña Olalla: en el realismo mágico caben levitaciones, apariciones y nubes de mariposas amarillas, pero en la verdad de la ficción, por prodigiosa que ésta sea, no cabe la mentira por error. Aprendí de Gabo que el realismo mágico no es una patente de corso para el desvarío, sino un estilo, y todo estilo trae consigo sus reglas, a pesar de que suene extraño hablar de la lógica de la fantasía. Gabo sometía cada párrafo a un protocolo de control de su coherencia en relación con el conjunto del texto, mimando la construcción del sentido, como hizo en la última página de las compaginadas de Del amor y otros demonios sopesando si la frase esencial que reza “la encontró muerta en la cama con los ojos radiantes” debía mantenerse así, dejando al lector ante la incógnita de cuál fue el motivo de la muerte de la protagonista, o debía añadirse “de amor” despejando toda duda. Parecía un detalle en un fresco… y sin embargo era cardinal.

Aprendí de Gabo que los prólogos son paratextos prescindibles, pues con frecuencia atan al lector a nocivos prejuicios y, comentando con él su artículo en EL PAÍS La poesía al alcance de los niños, que tantas veces he dado a leer a mis estudiantes tirándome piedras contra mi propio tejado, aprendí también, antes de leer Los límites de la interpretación, del maestro Eco, que la interpretación es terapéutica pero la sobreinterpretación es tóxica. El afectuoso periodista cosmopolita que en sus ratos libres escribía obras maestras creía tanto en la lectura ad litteram como en la lectura ad náuseam. Aprendí de Gabo que las lecturas que el escritor va acumulando en su vida se usan pero no se exhiben. El otoño del patriarca es un prodigio de técnica narrativa que demuestra, pero que no muestra, sus lecturas de autores que lo influyeron: todo estilo propio tiene deudas, pero no le corresponde al autor ventilarlas. Aprendí de Gabo, leyendo sus mecanoscritos en mi despachito de la agencia antes de leer a Roth o de editar a Nabokov, que la autoparodia constituye un indicio de higiene intelectual. Yo aprendí de Gabo que las etiquetas siempre resultan cicateras, y que Gabo ya era Gabo y que Gabo ya era bueno mucho antes de que le endosaran el sambenito del realismo mágico, y editores del mundo entero se obstinasen en poner palmeras y hamacas en las cubiertas de sus traducciones.

Aprendí de Gabo, antes de leer a Landow y otros gurús de la cultura digital, que los ordenadores afectaban al proceso creativo, a la sintaxis. Puede parecerlo ahora, entonces no era una obviedad. Una tarde estuvimos hablando un rato largo de su experiencia escribiendo con uno de esos antiguos Macintosh que entonces eran revolucionarios: “Fíjate que el cursor parpadea en la pantalla como un corazón latiendo. Me espera, y eso me inquieta y me obliga a escribir más rápido”. ¡Un Nobel presionado por un diminuto guion parpadeante! El procesador de textos le facilitaba la vida al escritor, pero al mismo tiempo el ordenador, que no era inerte como una Olivetti, creaba tensión y perturbaba la creación. Aprendí de Gabo que es bueno que los genios se sepan genios y crean en sí mismos hasta el paroxismo. Pero también aprendí de Gabo que la autoestima no debe confundirse con la arrogancia, y que antes de creer en tu propia obra a pies juntillas debes asegurarte de que es la mejor de cuantas te ves capaz de escribir. Disciplina y autocrítica feroz: “Que la papelera esté llena no es mala señal” no es mala enseñanza para alguien como yo, que empezaba su carrera de crítico y tenía que saber que cualquier texto tuyo puede ser mejor. Aprendí de Gabo que el compromiso político o social de un escritor jamás puede superar el sagrado compromiso con sus palabras. Creo que los escritores jóvenes tienen derecho a matar al padre, pero tienen también el deber después de arrepentirse: las tendencias van y vienen pero el talento permanece. Lecciones que Gabo nunca impartió (él nunca vino a impartir un discurso), pero que yo aprendí y que ahora recuerdo, y el mismo Gabo nos dijo una vez que la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.

Ahora cambio el agua de las rosas amarillas, bajo las persianas para que parezca de noche y preparo un par de whiskys con el hielo del padre del coronel pensando en Fermina y en Florentino, que me fueron presentados en galeradas, antes de que se marcharan de viaje a las librerías, al poco de llegar yo a mi despachito de mindundi. Esas cosas no se olvidan.



El Pais Babelia 06.09.14

viernes, 5 de septiembre de 2014

Thomas HORN

La operación militar, realizada por los servicios de inteligencia alemanes, entre mayo y julio de 1.936, en España, tenía como nombre en código: Operación Horn.

La Alemania nacionalsocialista de Adolf Hitler entre otras cosas, profesaba una ardiente pasión por por todo tema esotérico, además de una manera militante. Su misión era de conquista física y espiritual. Reunían en Berlín a destacados hombres que hubieran estado estudiando cualquier rama de ese conocimiento oculto, prohibido y castigado. No siempre eran reclutados voluntariamente.

Museos, bibliotecas y castillos de toda Europa comenzaron a ser investigados, y sus reliquias compradas o robadas. Todo lo que tuviese un remoto pasado, alguna fantástica leyenda, pasaba a formar parte del castillo de Heinrich Himmler.

Finalmente, el Abwher, el servicio de inteligencia alemán, informó de la posible existencia de al menos otros dos grupos o sectas que funcionaban desde hacía bastante tiempo. En concreto, destacaron la presencia de un hombre que alertó a los principales organizadores del grupo Thüle. Estudiosos del esoterismo más peligroso, sentían en la figura de Thomas Horn la fuerza necesaria para acabar con sus planes.

Un grupo de asalto fue llevado a Barcelona, acreditados como diplomáticos y un estrecho cerco se montó alrededor de Horn. Los informes hablan de tres intentos de captura, todos frustrados, después de semanas de preparación. Finalmente, la primera semana de julio de 1.936, se organizó un atentado. Un pelotón de hombres fuertemente armados atacaría la casa de Horn. Unas horas antes de la operación, la Guardia Civil asaltó y dio muerte al grupo alemán. Nadie sabía que ocurría. Al parecer, enterado Horn, pudo disponer de alguno de sus amigos. El General Escobar, en particular, odiaba el acento alemán desde que su hijo murió como voluntario en el frente del Marne.

La operación cesó definitivamente el 18 de julio de 1936. Comenzaba la Guerra Civil en España. Los alemanes perdieron todo rastro del objetivo. Durante los siguientes años las investigaciones, búsqueda o información sobre Thomas Michael Eduard Horn fue negativa. Habían perdido una oportunidad única de tratar con alguien muy diferente. Con un inmortal.

Francisco Fernandez Gonzalez

jueves, 4 de septiembre de 2014

el SECRETO

Fatigado de viajes, búsquedas y deseos. Tan solo una vana esperanza tras de mi. Habiendo agotado mi vida entera (mucho más larga que una vida humana) no me queda otra ilusión, que la desesperanza, y de ahí, a un paso, la locura malsana. Tan solo encontrar el SECRETO daría descanso a mi alma, y reposo a mi cuerpo. Lo que tenga que ser, será. Que así sea y así se cumpla.

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Si existieran un grupo de hombres hermanados por un mismo ideal, que fuesen poderosos en actos y pensamientos. Si existieran digo. Y se concentrasen en una tarea. No habría NADA que se les resistiese. O al menos es lo que se podría pensar.

En las mesas, sentados unos frente a otros, un grupo de siete hombres se observa profundamente. No ha habido una fecha elegida por ninguna, no se han llamado. Nadie sobresale sobre los demás. El SECRETO los llama. El SECRETO y sus servidores.


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-Una trampa, tan real, tan verídica, que el mismísimo Ulises cayera en ella. Buscando objetos que están en mi poder te pones a mi alcance. Anteo hizo un buen trabajo. Y siempre estaba la posibilidad de poder recuperar una magníficas piezas que tu cinismo cataloga como dinero.

-Sabes que las reuniones solo se realizan una vez al año. ¿Qué es tan urgente?.

-Peligra la unidad, Peligra el SECRETO.

-La carta de Gunnar Erford es la pista que rastrean muchos sabuesos. Pero es un callejón sin salida, cerrado hace más de cincuenta años. La sociedad y el SECRETO siguen vigentes y a salvo.

-Sabeis que mi discípulo es fiel, obediente y valeroso. Es el último de la fraternidad con capacidad para hacer que la obra continue. Somos meras sombras de nuestros padres y maestros. Temo, temo por todos nosotros. Temo la mano de Horn en todo esto.


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Una traición -temo- no tan inesperada como terrible, y es que nada queda de las Antiguas Enseñanzas, ni es el mismo Sol ni las mismas Estrellas de antaño que nos alumbraban. Debemos prepararlo todo para desaparecer, por que así debe ser. Y a su debido tiempo el SECRETO llegará a las manos correctas, porque hace tiempo nos desviamos del sendero, al igual que todo a nuestro alrededor, y aún recuerdo cuando las palabras eran signos mágicos y los que conocían el nombre de las cosas podían convertirse en sus dueños.
Buscad ahora a Gagool,  no hay tiempo para otros planes, que la primera de todos sea la última y que el Diablo nos lleve a todos.


Francisco Fernandez Gonzalez

ZAHIR

Zahir en árabe, quiere decir notorio, visible; en tal sentido es uno de los 99 nombres de Dios; la plebe, en tierras musulmanas, lo dice de "los seres o cosas que tienen la terrible virtud de ser inolvidables y cuya imagen acaba por enloquecer a la gente".

Jorge Luis Borges