viernes, 26 de febrero de 2021

Entre Narnia y la Costa Brava

 Babelia El Pais, sábado 20 de febrero de 2021

Edgar Cantero triunfa en Estados Unidos, y escribiendo en inglés, con historias inspiradas en referentes pop de los ochenta y noventa. Ahora publica en castellano su nuevo libro

Por Laura Fernández

Vive en West Hollywood, como Johnny Depp y Kate Perry. Pero no es una estrella de cine ni una cantante de éxito. Es escritor. Creció fascinado con la idea de América de cartón piedra, la América pop del cine de Steven Spielberg y Robert Zemeckis. Vio infinidad de sitcoms de risas enlatadas en las que había chicos llamados Zach y chicas llamadas Kelly. Y se dijo que el mundo en el que vivía, una Barcelona sin casas con jardín trasero ni crema de cacahuete, sin bicicletas con cesta para el walkie-talkie ni más o menos terroríficos bailes de fin de curso, no tenía nada que ver con aquello, pero ¿aquello existía realmente? "No, es solo una idea romántica. Pero a los americanos les encanta ver cómo la reproducimos. Les genera incluso cierta nostalgia", contesta.

Su nombre es Edgar Cantero (Barcelona, 39 años) y tiene una historia: la de un escritor que triunfa en su lengua materna, el catalán, a los 25 años. Y que luego desaparece. O no del todo. Lo siguiente que se saba de él es que sus libros pasan semanas y a veces meses en las listas de los más vendidos de The New York Times. No son libros que puedan encontrarse en su lengua porque están escritos en inglés. El caso es que son tan absolutamente devorables que sus giras por Estados Unidos pueden llegar a ser tan largas que un día su agente le dice que todo iría mejor si se mudara a Los Ángeles. Y eso es lo que hace. Y para entonces ya es un autor de éxito y recibe unos anticipos que convierten en algo portentosamente ridículo lo que había recibido hasta ese momento aquí.

Dormir amb Winona Ryder puso a Cantero en el mapa de lo literario catalán en 2007. Ocurrió con aquella novela algo parecido a lo que ocurriría años más tarde con Permagel, de Eva Baltasar. Que consiguió gustar tanto a la crítica como al público, y se convirtió en un pequeño fenómeno. Cantero publicó otra novela. No pasó nada extraordinario con ella. "No estaba cómodo de todas formas. Recuerdo fieras peleas con mis editores catalanes para que me dejasen escribir diálogos que no sonasen a algo normativo. Yo solo pensaba en expandir la lengua, pero es muy difícil cuando tienes encima al Institut de les Lletres y toda esa cultura normativa", recuerda. Le encanta que el inglés "anime a crear palabras nuevas constantemente", añade.

¿Por eso dio el salto a ese idioma? "No. En realidad lo di porque me obsesioné con las novelas de casas encantadas y leí montones en inglés, y cuando me puse a escribir me di cuenta de que estaba todo el rato traduciéndome mentalmente y me dije: "¿Y si pruebo a hacerlo directamente en inglés?". Fue así como surgió The Supernatural Enhancements (2014). ¿Y qué hizo cuando la terminó? "Busqué agente en Estados Unidos. Me metí en Internet y contacté con 78 agentes. Solo me contestaron tres, pero a los tres les encantaba. Una de ellas me dijo que era la clase novela con la que se podía conseguir un muy buen contrato. Y lo hizo", contesta. El éxito fue considerable. Minotauro la publicó en España un año después. La tituló El factor sobrenatural.

Con Meddling Kids, su segunda novela, que acaba de publicar Insólita Editorial en español -con el guiño en portada a lo extravagante de que se trate de un "best seller de The New York Times"-, ocurrió algo distinto. "Cuando vivía en Gràcia tenía una pizarra en la que apuntaba ideas. Normalmente mis novelas surgen de la combinación de dos ideas. En el caso de Meddling Kids la ideas fueron Cthulhu y El Club de los Cinco", cuenta. Es decir, imaginó una historia en la que el tentacular y monstruoso universo lovecraftiano se topaba con los chavales que investigaban misterios en las novelas de Enid Blyton. Pero ¿se puso a escribir enseguida? No, esperó a ver qué opinaba su editor en Doubleday. "Les gustó la idea, pero no sabían quién era Blyton", dice.

Cambió a Blyton por Scooby-Doo. En realidad, no lo hizo del todo porque mezcla referentes. Es decir, Andy "es la lesbiana butch que podría haber sido George- la protagonista de El Club de los Cinco- de mayor", y Kerry, "la pelirroja guapísima de Scooby, pero siendo a la vez Vilma, la lista". De los chicos, uno, Peter, está muerto, se suicidó porque no podía con lo que la fama le había hecho- llegó a ser un actor infantil famosísimo-, y el otro, Nate, acaba de salir del manicomio, porque todos son, sí, mayores y van a volver al lago Sleepy, a Blyton Hills, a acabar con el verdadero monstruo del lugar que no era un tipo disfrazado, como el que atraparon cuando eran críos, sino uno real y salido de nada menos que, cómo no, el Necronomicón.

La novela se publicó en 2017 y tuvo un éxito aún mayor que la primera. Fue entonces cuando su agente le recomendó instalarse en Estados Unidos y tratar incluso de meterse en el mundo del cine. Ya ha escrito el piloto de una serie -basada en una de sus novelas- con otro guionista, y ha terminado y publicado una tercera novela, This Body´s Not Big Enough For Both Of Us. Hace poco recibió un correo de una actriz de GLOW interesándose por los derechos de Meddling Kids. Parece que alguno de esos proyectos despega, pero Cantero sigue con los pies en la tierra. Aunque sea la tierra con la que soñaba de niño. "Para mí, estar en Los Ángeles es un sueño", dice.

Lleva años, adelanta, escribiendo una especia de great catalan novel fantástica, y en inglés, claro. "Es una cosa larguísima y superpersonal. Para ellos, aquí, los nombres de los pueblos catalanes parecen salidos de las novelas de Tolkien. Hablo de la Costa Brava como si hablara de Narnia. Hay algo de realismo mágico que en catalán sonaría distinto", dice. A vueltas con la lengua y los editores de uno y otro lado del charco, añade: "Los catalanes no vemos nuestra lengua como algo poderoso y resistente, sino como algo raro y frágil, y a nuestros artistas y editores, como guardianes de ese tesoro. En Estados Unidos, los editores no se deben a causas tan abstractas; la mayoría están conformes con la idea de ser parte de la industria del entretenimiento". La novela, por cierto, ya tiene contrato. Va a llamarse Heaven Park.

"Meddling Kids". Edgar Cantero.

Traducción de Christian Rodríguez

Insólita, 2021. 416 páginas. 22,95 euros.



El Pais

domingo, 14 de febrero de 2021

Pasión común por los tipos de letra por Juan Cruz

 La vida por aquí por Juan Cruz

Lars Petter Amundsen y Matthias Beck, en su antiguo taller de impresión./Rafa Avero


En Actos de fe/Acciones concretas, una exposición abierta en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Cáceres en homenaje al escritor, editor y tipógrafo Julián Rodríguez (fallecido en el verano de 2019), hay frecuentas alusiones a tipos mitológicos de la historia de la tipografía. Optima, Bodoni, Palatino... Por ejemplo, del tipo de letra Palatino se dice en el programa de esa muestra de devoción por el pasado de la vida de las viejas letras, que nació en 1948 y es "una de las letras más frecuentes en el salto entre el impreso y la lectura en pantalla". Julián, por cierto, la utilizó para su colección Editora de Bolsillo. "Reelaborada en la segunda mitad del XX a partir de tipos clásicos, Palatino permite la transición entre el papel y el pixel con mucha facilidad".

Como si se agarraran como una lapa de tinta a su derecho a revivir, los viejos tipos resisten en algunos templos donde la tipografía en el último suspiro de los que alguna vez pensaron que Gutenberg era insuperable. Entre esos forzados están en Tenerife dos individuos singulares que vienen de territorios marcados por la historia de la imprenta, Matthias Beck, alemán y Lars Petter Amundsen, noruego. No son monjes de clausura, son diseñadores, dan clase de su oficio, y ya tienen entre sus alumnos clientela como para imaginar que quizá los tipos que también amaba Julián Rodríguez no son la primera impresión del cartel de Lo que el viento se llevó.

Llevados por su locura común, Matthias y Lars rastrearon imprentas saqueadas por la obsolescencia e inventaron su propia imprenta. Se fijaron en un libro que les sirvió de guía (Tenerife con olor a tinta, de Rafael Zurita) para buscar entre los restos de los impresores arruinados. De lo que sacaron hay ahora, en los bajos del Museo Municipal de Santa Cruz, una antología rediviva de la tipografía. Se llama Tipos en su tinta. La linotipia, que parecía que iba a ser una reliquia al frente de las empresas que la usaron (como este periódico), está aquí a pleno rendimiento. Tipos en su tinta nació para este oficio viejo en 2013. En su taller cuadriculado impera un orden que no envidia el de los diseños de las nuevas tecnologías, pero todo tiene el aire de haber sido traído del baúl de los tiempos en los que comunicar era cuestión de tinta y de tipos.

Esta semana, en el auditorio del TEA (el museo insular que al principio se llamó Oscar Domínguez, como el gran artista de la isla) y la Sala de Arte del Parque, se celebró un homenaje a los tipos que más fama literaria tuvieron en las Canarias republicana, y que más resonaron en el mundo, aquellos con los que se imprimió la revista la gaceta del arte (así, en minúsculas), de la que los canarios Eduardo  Westerdahl, Pedro García Cabrera y Domingo Pérez Minik (entre otros) se hicieron cómplices en el atrevimiento de apostar por el nuevo lenguaje del arte.

El noruego y el alemán se paseaban por la exposición como tipos que miran la imprenta como un milagro de hierro y de madera y de tinta que no morirá nunca a manos del pixel. Julián Rodríguez hubiera paseado con ellos. Actos de fe. Pasión compartida por los tipos de letra.


El Pais, sabado 12 de diciembre de 2020

sábado, 6 de febrero de 2021

ROMANCERO GITANO (1929) POEMA DEL CANTE JONDO (1931) Federico García Lorca

La tradición innovadora

Por Luis García Montero

Palabra de dos filos, acompañada desde el principio por un éxito rotundo y por un rechazo implacable, la poesía neopopular de Federico García Lorca ha tenido una suerte doble. Si la publicación del Romancero gitano se convirtió de inmediato en un verdadero acontecimiento, el poeta recibió también críticas duras como la de su amigo Salvador Dalí: «Tú quizás creerás atrevidas ciertas imágenes, o encontrarás una dosis crecida de irracionalidad en tus cosas, pero yo puedo decirte que tu poesía se mueve dentro de la ilustración de los lugares comunes más estereotipados y más conformistas». En el fondo, la cultura española de la primera mitad del siglo XX dio a la poesía neopopular el mismo trato doble que a la idea de nación. Por una parte, los diálogos con las tradiciones, la mezcla de imágenes de vanguardia y de formas populares, se sumaban al sueño progresista de la vertebración de España, a la búsqueda de una verdad nacional sólida desde la que plantearse la modernización del Estado. Pero, al mismo tiempo, la propia modernidad estética y política generaba tendencias desestabilizadoras, corrientes que cuestionaban el sentido del arte y del Estado. El surrealismo antiartístico de Salvador Dalí no podía comprender el diálogo entre la tradición y la vanguardia que pretendió García Lorca en el Romancero gitano.

Y es que los adjetivos popular y nacional suelen tener dos filos en la vida y la cultura española. La falta de memoria y las manipulaciones reaccionarias tienden a confundir el sentido de algunas palabras. El caso de Dámaso Alonso puede servirnos de ejemplo. Cuando publicó en las Ediciones Españolas, en 1937, su artículo Federico García Lorca y la expresión de lo español, no hacía otra cosa que sumarse a los esfuerzos de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Frente a la propaganda del llamado bando nacional, los escritores republicanos intentaban demostrar que lo verdaderamente popular y español estaba de parte de la democracia. García Lorca, recién ejecutado por Franco, era la expresión de lo español, el heredero de la poesía de Lope de Vega, la voz lírica del pueblo. Pero al terminar la guerra civil, cuando el franquismo manipuló la imagen de Andalucía para ofrecer una versión folclórica de España, las palabras de Dámaso Alonso fueron mal interpretadas. Poco preocupados por las fechas originales, algunos críticos pensaran que el autor de Hijos de la ira pretendía integrar a García Lorca en la cultura de los vencedores.
La verdad es que las folclóricas oficiales bailaban y recitaban en los tablados, con mucho sentimiento telúrico, los versos del Poema del cante jondo y del Romancero gitano. Hubo una lectura franquista de García Lorca, un lorquismo de coros y danzas que pretendió domar al poeta hasta transformarlo en el exponente de un añejo costumbrismo regionalista
y clerical. Por eso no nos resultó fácil a los poetas de mi generación comprender la apuesta profunda de las canciones irracionales y medidas de García Lorca, su versión lírica de Andalucía, el valor estético de unos romances que consiguieron cantar y contar al mismo tiempo. Yo pasé sin transición de los versos juveniles del Libro de poemas, tan apropiados para vivir mi adolescencia lírica en Granada, al grito vanguardista de Poeta en Nueva York. Se trataba del García Lorca más crítico, más desesperado, más radicalmente innovador, una lectura sugerente para el joven español de los años setenta, cansado de cultura tradicional, dispuesto a lanzarse de una vez a las contradicciones íntimas de la modernidad, a los paisajes turbios y deslumbrantes de Manhattan.

Tardé tiempo en darme cuenta de que la madurez poética de Federico García Lorca había comenzado en 1922 con el Poema del cante fondo. La canción lírica de Juan Ramón Jiménez y la imagen ultraísta sirvieron para inventar (no para heredar) una Andalucía muy poco costumbrista, territorio dramático en el que reflexionar sobre la vida y la muerte, más interesado en los pliegues últimos de la condición humana que en la exaltación de una identidad regional. Las vocaciones universales de García Lorca y de muchos otros poetas andaluces, seguidores de la ética juanramoniana, convirtieron al sur en una metáfora del deseo, en una invitación al viaje, en la intuición de un escenario en el que los individuos pudiesen reconocer su plenitud o su soledad desamparada. Tenía razón García Lorca al afirmar que su Romancero gitano no es el libro de un andaluz profesional, y era coherente con sus personajes y sus metáforas al hablar de este modo: «Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío... del morisco, que todos llevamos dentro».
El Romancero gitano presenta un mundo literario propio, reconocible, con una manera muy personal de mirar la realidad y de contarla a través de imágenes. Narraba la vida y la ordenaba estéticamente. Su éxito se debió a esto, pero también a su relación con la antigua necesidad progresista de consolidar un país y una tradición, para salvarse así de las banderías, de los costumbrismos y del nacionalismo reaccionario. Los liberales de 1812, Giner de los Ríos, Menéndez Pidal, el primer Unamuno y Ortega y Gasset son reconocibles detrás de los versos de García Lorca, tan españoles y tan modernos, tan populares y tan vanguardistas.
© 2002, Luis García Montero

Publicado en Una Invitación a la lectura, Diario El Pais SL Madrid 2002