miércoles, 20 de diciembre de 2017

Leer peligrosamente Por Maruja Torres

Ilustración de José Luis Ágreda



Llego unas horas tarde para recomendarles un libro como regalo de Reyes, pero mi retraso es, en realidad, un acto de justicia. Porque Las mujeres que leen son peligrosas, de Stefan Bollmann -con prólogo de Esther Tusquets-, no debe pasar, aunque lo parezca, por un libro-objeto, un libro-obsequio. No merece que lo coloquemos sobre la mesita de centro del salón; debemos introducirlo en la privacidad de nuestro dormitorio.

"Se trata de una historia de la lectura femenina con una particular mirada en el detalle", cuenta la solapa del volumen, profusa y bellamente ilustrado -y con sentido-, editado por Maeva y centrado en pinturas que arrancan de la Edad Media y prosiguen a lo largo del tiempo hasta desembocar en Hopper y en la fotografía del siglo pasado. Pues este siglo nuestro parece haber banalizado hasta la mirada del artista, que ya no espía cómo otros leen, porque no puede; espía cómo otros se exhiben o cómo otros se refugian en paraísos sin palabras ni frases. No sé.

El caso es que este libro, que conduce a muchas preguntas y no menores desconfianzas -como la propia Tusquets indica en su inteligente acotación: no hay que fiarse de las apariencias-, es, muy especialmente, un libro que proporciona profunda satisfacción personal a quien lo contempla,
acaricia, lee. Y conduce a la siguiente pregunta: ¿somos peligrosas las mujeres que hallamos placer en observar a las mujeres a quienes otros pintaron o fotografiaron mientras cometían el pecado o la audacia o la ambición de leer y leer y leer, a solas consigo mismas? En esta época en que nadie pinta a una mujer que lee apretujada en su asiento de todos los días de su vagón de todos los días de su tren suburbano de todos los días... ¿no resulta casi un pecado frenético, estupendo, ver a la Joven decadente de Ramón Casas desplomada en un sofá y asfixiada de ropajes esclavos, mientras sujeta con su mano derecha un artilugio de leer?

Y esa irónica Anunciación -una virgen leída, ¿podía ser realmente virgen, aceptaba la patraña que estaba a punto de colocarle el ángel?-, y esa madre de Rembrandt, mujer mayor entregada al placer de descifrar los misterios del libro.

Insinúa Tusquets, o más bien afirma, qué peligrosa mujer es la que lee literatura que la libera; no cualquier libro. Y es verdad. Pero hay más, como Esther reconoce, y esa adicción no es sino la estrecha e íntima relación que una mujer y una novela -oh, sí, la ficción: la posibilidad de ser otra sin moverse del pueblo, que tanto daño hizo a la pobre Bovary-entablan. Esa deliciosa sensación, ese estremecimiento que nos proporcionan la ventana que se abre, el aire que nos penetra, el tiempo al detenerse, el dolor aplazado por la magia de alguien en cuyas palabras creemos a pies juntillas.

No me atrevo a afirmar que los hombres lean diferente. Pero sí creo que la letra impresa hace siempre más bien a quien ha sido esclavo.

Cuando yo tenía catorce años y murió la primera persona amada de mi vida, soporté el trance leyendo novelas de Stefan Zweig. Hoy día, mi hermana mayor lucha contra su propio fin y lee. Lee novelas, sobre todo de González Ledesma. Bendito sea el don. El don de leer para escapar o para serenar o para sentirnos acompañadas mientras lo que tiene que ocurrir sucede.

¿Peligrosas, las mujeres, porque leemos y cuando leemos? No más que los hombres: cualquiera que no sea analfabeto representa un peligro para el poder. Pero lo que incomoda es que seamos capaces de leer la Declaración de Derechos Humanos, la Constitución y la minuta de nuestro abogado. Todo lo demás es sólo literatura. Nuestro placer.

Les recomiendo este libro, a hombres y mujeres, sobre todo porque es hermoso, y porque en la era de la no sé qué station y los programas de picadillo chismoso quizá puede olvidársenos lo bello del acto en sí, de la soledad y la relación del cuerpo con el libro, de la mente con su vuelo lejano.

Hay voyeurismo en muchos de los cuadros, pero hay también perplejidad. Leemos y leemos, y hay quien piensa, perplejo: "Pero ésta, ¿qué demonios querrá?". •


El Pais Semanal



miércoles, 6 de diciembre de 2017

LOS CLONES DEL LIBRO MÁS MISTERIOSO DEL MUNDO




Página copiada del Voynich, donde se aprecia su riqueza iconografía y textual.

Siloé, una pequeña editorial burgalesa, recibió el encargo de realizar 898 ediciones facsimilares de un manuscrito ilustrado del siglo XV cuyo contenido continúa siendo un enigma por descifrar: el 'Códice Voynich'. Dos años después, la misión está casi cumplida.

POR BORJA HERMOSO FOTOGRAFÍA DE JUAN MILLAS


EN UNA NAVE industrial y en una pequeña oficina de Burgos, un grupo de personas se aplican como hormigas laboriosas en una extraña tarea: clonar el libro más misterioso del mundo. Se dice fácil. Pero el Códice Voynich es duro de pelar. Las pruebas del carbono-14 efectuadas por científicos de la Universidad de Arizona en 2011 aseguraron que fue escrito e ilustrado en el siglo XV, entre 1404 y 1438. Desde 1969, y gracias a la donación del bibliófilo, coleccionista y filántropo estadounidense de origen alemán Hans Peter Kraus -superviviente de Auschwitz-, permanece en la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale.

A finales de 2015, y tras una larga y paciente espera de 10 años, los responsables de la universidad estadounidense comunicaron a los dos socios de la editorial burgalesa Siloé Arte y Bibliofilia que eran ellos los elegidos, de entre numerosos competidores de todo el mundo, para llevar a cabo la edición facsimilar del Voynich. En otras palabras, clonar este indescifrado, viejo y descosido ejemplar de 22,5 por 16 centímetros. Un volumen escrito probablemente en Italia por un autor desconocido en una lengua que sigue sin ser identificada seis siglos después, del que no se sabe si es un cuaderno botánico, un tratado cosmológico, una obra de iniciación esotérica, un relato bélico, un libro cabalístico, un código élfico, un catálogo de pócimas para magia, un inventario de remedios anticonceptivos para mujeres en pecado o el diario de un extraterrestre.

El trabajo ha supuesto una auténtica obra de orfebrería editorial que hoy, tras dos años de trabajo intensivo, ha visto ya la luz en Burgos. La réplica acaba de ser presentada en sociedad por los editores Juan José García y Pablo Molinero. No es la primera aventura de esta pequeña empresa, ganadora de 15 premios nacionales del Ministerio de Cultura y dueña de una hoja de servicios que incluye las ediciones facsimilares de joyas como el Bestiario de Westminster, el Atlas de Texeira, el Beato Corsini, los Cartularios de Valpuesta, el Libro de Horas de Luis de Laval o la Cosmografía de Ptolomeo.

Uno de los expertos de Siloé da los últimos toques de pigmentación a una réplica.


Hasta una veintena de gremios intervienen en la clonación del Códice Voynich: desde el propio editor hasta el notario que acredita la autenticidad de la réplica, pasando por curtidores de pieles y pergaminos, fabricantes y expertos en tratamiento de papel, costureros, encuadernadores, envejecedores de bordes de páginas, fotógrafos, fotomecánicos, impresores, serígrafos, dibujantes, modelistas, orfebres, fundidores y diseñadores.

Flanqueados en todo momento por dos vigilantes, Juan José García y un fotógrafo comenzaron el proceso documentando y copiándo las 234 páginas del original a lo largo de una semana en la Beinecke. Lo hicieron en una sala dotada de un sistema de aspiración permanente, lo que impedía que ni una sola mota de polvo pudiera aterrizar sobre el Voynich. "El libro se tumbaba y se fotografiaba abierto, en ángulo recto. Lo fotografiamos con una cámara Hasselblad de alta resolución y con luz fría. El trato que damos a los libros tiene que ser muy respetuoso. De hecho, antes de que te den el permiso, tienes que explicar a los responsables de esas bibliotecas qué métodos piensas aplicar, y ellos los estudian y deciden", aclara García, quien ya tiene en marcha un nuevo proyecto de clon editorial: Vida y milagros de san Luis, uno de los libros más bellos del mundo, cuyo original duerme en la Biblioteca Nacional de Francia.

Isabel y Jesús, los encuadernadores, se encuentran hoy inmersos en pleno proceso de ensamblaje. Para el cosido utilizan aguja e hilo de cáñamo crudo y natural. Su tarea es fácil de decir y tremendamente compleja de lograr: se trata de hilvanar a mano y con toda minuciosidad las páginas, los nervios y la cabezada del libro. El volumen queda armado, no sin horas de trabajo y bastantes quebraderos de cabeza técnicos.

Una página de una copia del manuscrito dedicada a las ciencias botánicas.

El Voynich no va pegado, no hay encolado por ningún lado. Está todo cosido sobre la base de pergaminos originales, curtidos y tratados por especialistas. "Es una encuadernación en tapa blanda, técnicamente bastante compleja, sobre todo porque hay páginas desplegables que hay que imitar, y porque el cosido hay que hacerlo con muchísimo cuidado ya que este es un papel especial que se rasga fácilmente. El pergamino es un organismo vivo muy complicado de manipular", explica Jesús. Otro problema técnico radica en homogeneizar las tintadas y el grosor de las pieles, "porque nunca van a tener ni el mismo color ni la misma textura, claro. En una misma tintada te pueden salir varios muy distintos entre sí, además de que algunos tienen taras, y eso es un gran problema", comenta su colega Isabel, que apunta que llevan desde diciembre con este proceso. Es lo que el editor Juan José García denomina "trabajar la imperfección".

El fruto de esas imperfecciones reposa sobre unas rejillas metálicas que se parecen a una barbacoa: allí se secan las páginas del libro más misterioso del mundo, perdón, del clon del libro más misterioso del mundo. Huelen fuerte y mantienen la magia del chasquido del pergamino. El Códice presenta agujeros, cortes, que-maduras y otros desperfectos. Puede ser porque el animal del que procede la piel del pergamino resultara herido, o debido a mordeduras de ratón o rata durante su almacenamiento, o sencillamente porque al encuadernador se le fue el punzón o la cuchilla, o por la caída de un candil. Y todas esas heridas son imitadas al milímetro.

Quizá no todo el mundo entendería igual de bien que su réplica del Voynich esté agujereada, quemada o rasgada, así que cada uno de los 898 ejemplares de la tirada incluye una tarjeta que describe el estado primigenio del volumen. Cada réplica, un verdadero objeto editorial de lujo, saldrá a la venta a un precio superior a los 8.000 euros. Los responsables de Siloé aseguran que ya han dado salida a 300 en la preventa y que otros 200 han sido reservados, algunos de ellos en la reciente Feria del Libro de Francfort. El segundo documento incluido en el facsímil es una réplica exacta de la denominada Carta Martí, que el bohemio Johannes Marcus Marci -entonces poseedor del Voynich- le dirige en 1666 a su amigo el jesuíta Athanasius Kircher apelando a su sabiduría y pidiéndole que intente descifrar el manuscrito. Como tantos otros, Kircher, especialista en lenguas muertas y entonces considerado por muchos como el hombre más sabio del mundo, nunca logró hacerlo.



 Una encuadernadora cose los nervios y la cabecera de una edición facsimilar del códice, una de las fases más delicadas del proceso de clonación.
Carlos, especialista en tratamiento y envejecimiento de libros, tiene sobre su mesa un diagrama, página a página, del Códice Voynich. Es el mapa que le sirve para saber cómo hay que replicar cada hoja, con sus lengüetas, sus agujeros, sus parches, sus cosidos y recosidos... "Hay algunos más sencillos de hacer, pero otros son técnicamente dificilísimos", reconoce. "El volumen tiene 243 agujeros que hay que imitar y luego manchar para que queden iguales".

Carlos incide en el carácter casi obsesivo de este trabajo: "Hay que lograr una réplica lo más cercana posible, cueste lo que cueste". "Es cuestión de código deontológico", subraya el editor Juan José García. No hay que olvidar además que el eventual comprador de una edición facsímil como esta, dispuesto a desembolsar 8.000 euros, es normalmente un buen conocedor de la obra original.
Son días, semanas y meses de labor extenuante. "No trabajamos al milímetro, sino a la micra", apunta García, a quien el Voynich no deja de deparar sorpresas: "Es, sin duda, el libro más difícil que nos hemos encontrado". -EPS


revista El Pais Semanal Nº2.148 Domingo 26 de noviembre de 2017