viernes, 24 de febrero de 2023

El germen del mal de Lovecraft por José María Guelbenzu

En una ocasión le preguntaron al gran dramaturgo Arthur Miller de dónde sacaba los asuntos de sus piezas de teatro y él contestó: "Si supiera dónde está ere lugar, me dejaría caer por allí más a menudo". Pues este Cuaderno de ideas es el lugar en el que recogía y guardaba regularmente las semillas de sus historias H. P. Lovecraft, el maestro del horror de la literatura narrativa. No es que el modesto anticuario de Providence conociera de donde crecen las historias, sino que, como suele suceder a muchos autores, las ideas o las imágenes que sugieren las ideas suelen saltar como chispas en la mente en los momentos y lugares más inesperados. Incluso hay autores duermen con un bolígrafo y una libreta en la mesilla de noche. La recopilación y publicación de este Cuaderno de ideas tiene para cualquier escritor o lector de Lovecraft (y son muchos sus seguidores, cada vez más a medida que transcurre el tiempo) lo mismo que debe de sentir cualquier pescador aficionado al dar con una poza en el río llena de peces.

Las notas, tan breves en general que a veces parecen solamente menros recordatorios, muchas veces no tienen otro valor que el de un simple enunciado sin otra transcendencia que la anotación que uno lleva al supermercado, algo así como "no olvidar harina de maíz", pero para una persona tan imaginativa como Lovecraft contienen en potencia desarrollos que pueden acabar dando lugar a relatos como "El colo que cayó del cielo" o "El caso de Charles Dexter Ward". Por eso algunos son un mero recordatorio, pero otros van más allá, a ese punto de misterio en el que lo inquietante asoma ya en la anotación: "Alguien o algo profiere un alarido de espanto al ver salir la luna, como si se tratara de algo inusual"; o bien: "El superviviente de un naufrago descubre un pecio monstruoso y se embarca en él";o: "Un hombre moldea distraidamente una figura extraña. Cierta fuerza lo ha impelido a hacerla más deforme de lo que él puede comprender. La arroja con repugnancia lejos de sí. Pero en el exterior hay algo rondando en mitad de la noche".

Lo que Lovecraft entendió claramente -y estos ejemplos ya lo contienen- es que el horror sólo se consigue evitando mostrar la figura que lo causa. Si recordamos la película Alien, la primera, el miedo no aparece en la horrible criatura que acompaña a los tripulantes de la nave (a la que no se ve, sólo se la presiente) sino en los aterradores pasillos desiertos de la nave en los que en cualquier momento la criatura escondida puede atacar al que los recorre. Las anotaciones rescatadas contienen ya este modo de terror. Al final de su novela corta En las montañas de la locura, el joven Danforth asciende en una furia ciega por el túnel que desemboca en el exterior de la montaña con la cosa espantosa a sus alcances. La imagen prodigiosa que concibe Lovecraft para mostrar el miedo consiste en que el pobre muchacho rompe a cantar y el que lo escucha desde la boca del pozo reconoce en ese canto los nombres de todas las estaciones del metro de Boston a Cambridge y "la nefanda analogía que lo había sugerido".




Cuaderno de ideas

H.P. Lovecraft

Traducción de Juan Andrés García Román y Carmen Ibáñez Berganza 

Periférica, 2023. 132 páginas. 11 euros


El Pais. Babelia nº 1.628 Sábado 4 de Febrero 2023


domingo, 5 de febrero de 2023

Valparaíso, qué disparate eres por Manuel Rodríguez Rivero

SILLÓN DE OREJAS 


CADA VEZ que leo la Oda a Valparaíso —de donde he robado el título de este artículo— o la Oda al caldillo de congrio, entierro más profundamente en mi memoria los horrendos, lacayunos, y a la vez sentidos versos que Neruda dedicó a su Capitán: “Ser hombres comunistas / es aún más difícil, / y hay que aprender de Stalin / su intensidad serena, / su claridad concreta, / su desprecio / al oropel vacío, / a la hueca abstracción editorial”. Pelillos a la mar, Ricardo Neftalí, le digo mentalmente al Poeta (llamándole por su nombre de pila), mientras me pregunto una vez más cómo pudieron salir de la misma sensibilidad, y casi simultáneamente, algunos de los engendros de Las uvas y el viento (1950-1953), incluyendo el largo poema dedicado a la muerte del sanguinario Bonaparte soviético, y el deslumbrante torrente lírico de las Odas elementales (1954). Releo con el mismo placer que la primera vez (allá en la prehistoria de mis lecturas adultas) los versos dedicados a la ciudad (“qué loco, / puerto loco, / qué cabeza / con cerros, / desgreñada”) en la que, el próximo 2 de marzo, dará comienzo el V Congreso Internacional de la Lengua Española, que durante cuatro días se convertirá en la suprema instancia del idioma que hablamos 450 millones de personas en este atribulado planeta. Poetas y narradores, filólogos y lingüistas, filósofos y científicos, periodistas y políticos (de todo pelaje), empresarios y economistas, y hasta el único monarca en ejercicio (por ahora) que tiene el español como lengua materna, se reunirán para debatir el presente y el futuro de la lengua común, considerada bajo sus más variados aspectos: desde espacio universal de comunicación (en es- pectacular crecimiento) hasta mercancía básica del cada día más floreciente negocio de las industrias culturales. Las tablas de la ley en las que se basará implícitamente casi todo lo que allí se hable es la flamante y voluminosa Nueva gramática de la lengua española (Espasa: 30.000 ejemplares vendidos), elaborada colectivamente por las Academias nacionales bajo la coordinación de la RAE. Don Víctor García de la Concha, el incansable muñidor (según la primera acepción de la palabra que da el DRAE) del proyecto, aceptará sin duda el merecido homenaje de sus cofrades, reunidos bajo techo académico mientras la ciudad que los acoge recibe indiferente el eterno “beso / del ancho mar colérico”. Ya en el congreso anterior (Cartagena de Indias, 2007) “el Director” por antonomasia estuvo a punto de levitar de emoción ante el reconocimiento de su triunfo (con Gabo y Clinton como espíritus tutelares y música de vallenato como banda sonora): espero que esta vez lo logre, y corone de ese modo un fecundo mandato que, definitivamente, ha puesto a la RAE en el mundo (real). Lo que más lamento de no estar allí es no poder disfrutar de un buen caldillo (“grávido y suculento”) de congrio, cuya nerudiana Oda sigue siendo la más salivógena (si se me permite el neologismo) receta que he leído en mi vida. Al fin y al cabo, y cómo expresaba con afectación el gran Lezama Lima, comer es “incorporar mundo exterior a nuestra sustancia”. Quizás por eso, sólo de pensar en ese guiso popular y sagrado, y en su “fragancia iracunda”, la boca se me hace no charco, sino océano Pacífico.




Ilustración de Max


Reparto

EN EL EXTRAÑO y más o menos salomónico reparto periódico de las publicaciones de la RAE entre Planeta (vía Espasa) y Santillana ahora llega el gran momento de la segunda. No olvido que algunos editores (siempre ha habido envidiosos) se atreven a afirmar en privado (y a mi oído, siempre limpio de cerumen) que dicho turno editorial podría tener algo de oligopolio consensuado (y consentido), pero hoy no pretendo vadear terrenos pantanosos, sino sumarme a la fiesta editorial que, con motivo del congreso de Valparaíso, celebra Santillana con sendas ediciones conmemorativas (bajo el auspiciante logo de la Academia) de los dos premios nobel chilenos: Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Del primero se publica una Antología General (en librerías a partir del 10 de marzo), y de la segunda En verso y en prosa, otra recopilación que no aparecerá hasta el 14 de abril. Ambas continúan la serie de “grandes” de nuestro idioma iniciada con El Quijote (con ocasión del IV Centenario) y proseguida luego con Cien años de soledad (publicada con motivo de la exaltación de su autor al Olimpo de la lengua, en Cartagena de Indias, 2007) y La región más transparente, de Carlos Fuentes, un regalo (difícil de explicar de otro modo) de la RAE y sus asociadas con motivo del ochenta cumpleaños de su autor, que sigue esperando otro más sustancioso con remite de Estocolmo. Además de las antologías conmemorativas mencionadas, Santillana publicará (también el 14 de abril) como plato fuerte y referencial un esperado Diccionario de americanismos (2.400 páginas) desti- nado a limar esos escollos y malentendidos léxicos que hacen que, por ejemplo, uno no pueda “coger” impunemente todo lo que quiera (incluyendo “conchas” en la playa) sin causar befa o escándalo al personal no gachupín.

Latinoamericanos

CON TOTAL SEGURIDAD, desde Rubén en adelante a los españoles se nos acabó el monopolio de la (gran) literatura en castellano. Y, desde mucho antes, al menos desde las independencias —ahora se conmemoran, también editorialmente, sus 200 años— los inquilinos de la áspera y adusta Piel de Toro no marcamos la pauta viva del idioma, ni somos sus amos en exclusiva. La RAE tardó en comprenderlo, quizás más preocupada en limpiar y fijar que en dar esplendor, pero ahora tiene bien aprendida la lección. Hoy más que nunca, la suerte del español se juega en América, cuya literatura se publica copiosamente en España, donde es premiada con los más prestigiosos galardones literarios (el Biblioteca Breve acaba de concederse a El oficinista, del argentino —inédito en España— Guillermo Saccomanno). En todo caso, desde el boom no se recordaba una eclosión semejante de abundancia (latino)americana en las librerías españolas. Conocer la obra de los jóvenes escritores de nuestro “lado de allá” (generalizando a todo el continente el “acá” de Horacio Oliveira en Rayuela) contribuye, como ya lo hizo espectacularmente en los años sesenta y setenta, a ensanchar el imaginario literario colectivo y el uso creativo de este antiquísimo idioma que fue sembrado en América (sin pedir permiso a los entonces propietarios de la tierra) hace cinco siglos. De lo último que me ha interesado (y limitándome hoy sólo a la narrativa) selecciono El fondo del cielo, de Rodrigo Fresán (Mondadori, novela), El mundo sin las personas que lo afean y arruinan, de Patricio Pron (Mondadori, relatos), Señales que precederán al fin del mundo, de Yuri Herrera (Periférica, novela) y Locuela, de Carlos Labbé (Periférica, novela). Además, y muy disciplinadamente, le he dado mi repasito anual (incompleto y a saltos) a Paradiso, de Lezama Lima, de quien este año deberíamos celebrar con pompa el centenario del nacimiento. Con o sin edición conmemorativa. 


El Pais. Babelia nº 953, sábado 27 de febrero de 2010


sábado, 4 de febrero de 2023

Argumentos de autoridad por Manuel Rodríguez Rivero

SILLÓN DE OREJAS 




Ilustración de Max.


MUCHO ANTES de la invención de los tipos móviles y de la producción en serie de libros, los editores ya recababan con variable insistencia el compromiso de los autores en la difusión de sus obras: los bibliopolas romanos, por poner un ejemplo imperial, les organiza- ban la correspondiente lectura pública para calcular, por las reacciones de la audiencia, a cuántos copistas tenían que contratar. Uno podría pensar que bastan- te hace el autor con dedicar tiempo y energías a escribir el libro, pero no: el editor —que es el que, si el “producto” se vende, más saldrá ganando— pretende, además, que le haga parte del trabajo. En nuestra época, en la que algunos autores se comportan como pequeñas celebridades, las exigencias de los editores coinciden a menudo con ciertos pliegues de su ego, lo que les lleva en ocasiones a someterse a las grotescas “sugerencias” de expertos en mercadotecnia que respetan la literatura tanto como el imán de Cunit a las mujeres libres. Se conoce que con la crisis se ha evaporado el viejo pudor que ponía límites a las obligaciones de cada parte: hoy los escritores que no están en la cumbre del ranking se ven más presionados que nunca para que se “mojen”. Menos grave resulta la costumbre de introducir en los paratextos (cubiertas, fajas) —y a modo de mantras de pretendida autoridad moral— supuestos avales de escritores-fetiche que “recomendarían” al autor. Hoy esos nombres-talismán son, cansinamente, los de Larsson y Bolaño. Se diría, por sólo referirme al último, que mal lo tiene el autor del que el difunto novelista chileno (que era extremadamente generoso con sus colegas) no hubiera dejado constancia favorable. Mientras derechohabientes, agente y editores siguen rescatando sobras más o menos completas (pentimentos varios y novelas malogradas que no añaden mayores prendas a la reputación del autor, pero que avivan la transnacional bolañomanía), son muy pocas las voces que se atreven a alzarse contra el intento de sacralizar (blindándola) la obra entera de Bolaño. Una de ellas es la del siempre ponderado Alberto Manguel, que en su reciente reseña (en The Guardian) de La literatura nazi en América (1996) caracterizaba algunas de sus obras de “ligeros, juguetones experimentos, no muy afortunados, con poca inteligencia y menos ambición”. Estoy de acuerdo: mi Bolaño es el autor de obras como Estrella distante, Los detectives salvajes, y dos o tres más. Con ellas ya tengo suficiente para rastrear su importancia y su impronta en la literatura en español (y no sólo) de los últimos quince años.

Naturaleza

BASTAN UNOS violentos temporales y un invierno casi tan frío como los de antes para que, reavivadas sus esporas mediáticas por las lluvias, se multipliquen como hongos los negacionistas del cambio climático. Y conste que no olvido lo del escándalo de los informes erróneos de la ONU, que han hecho más por la causa de los que quieren que todo siga igual que la orgía de meteoros desencadenados. Ahora, crecidos como el suflé, los negacionistas contraatacan. Incluso el Parlamento archirrepublicano de Utah ha adoptado una moción contra los “alarmistas climáticos” en la que se ponen en entredicho las bases científicas del calentamiento global. Según algunos, los ecologistas “formarían parte de una conspiración para destruir el modo de vida americano y controlar la población del mundo a través de la esterilización obligatoria y el aborto”: una paranoia que recuerda a la de los “protocolos de los Sabios de Sión”. Tonterías parecidas, muta- tis mutandis, pueden escucharse, entre nosotros, en las tertulias de las radios de la ultraderecha (para las que Rajoy resulta casi trotskista). Y, sin embargo, el deterioro avanza y se agrava, como queda patente en el estudio Destrucción y construcción del territorio. Memoria de lugares españoles (editorial Complutense), cuyo cuarto y último volumen (dedicado a Canarias y Extremadura) culmina con una encuesta sobre el “desorden territorial” realizada a prestigiosos expertos. La serie, editada por Aurora Fernández Polanco, Magdalena Mora y Cristina Peñamarín, propone una reflexión imprescindible (a partir de la opinión de geógrafos, urbanistas, paisajistas, activistas medioambientales, escritores y artistas visuales) para reabordar el problema del reiterado maltrato del medio ambiente, y superar la ausencia casi generalizada de auténtica voluntad de planeamiento. Una obra cuyo espíritu e intención enlazarían, en cierto modo, con los de aquellos pioneros regeneracionistas seguidores o contemporáneos de Giner de los Ríos, y de cuyas actividades y preocupaciones se ocupa el historiador (y biólogo) Santos Casado de Otaola en Naturaleza Patria; ciencia y sentimiento de la naturaleza en la España del regeneracionismo (Marcial Pons y Fundación Jorge Juan), un libro im- portante que nos habla con rigor y amenidad de aquella atribulada época española en la que, ante la ansiedad identitaria y la incertidumbre por el futuro, un puñado de ciudadanos esclarecidos buscó fundamento y bálsamo en la naturaleza. Ojalá se nos pegara (algo de) su entusiasmo.


Literatos

SEGÚN LA TEORÍA de los seis grados de separación, cualquiera puede estar conectado a cualquier persona de este mundo a través de una cadena de conocidos de sólo seis enlaces. La teoría, esbozada por Frigyes Karinthy en 1929 y verificada por Stanley Milgram en los años sesenta, ven- dría a certificar que, en efecto, el mundo es un pañuelo. Y, ya de mi cosecha, el mundo literario uno aún más pequeño, pero también con sus mocos y todo. El índice onomástico de Egos revueltos (Tusquets), el último libro (premiado con el Comillas) de Juan Cruz, cuenta con 683 entradas de autores y personajes vivos y muertos, así que, con que sólo le interesara a un 10% de los citados y a sus conexiones, podría convertirse en un best seller planetario. A todos los nominados —de Aristóteles a Zúñiga— los conoció Cruz ya sea directa o indirectamente (a través de alguno de los seis grados). A pesar de su aseveración de que lo escribió sin apenas consultar sus notas, Egos revueltos es un prodigio de medida (quizás interiorizada): Cruz —más de cuarenta años en el periodismo (casi todos en este diario, que también es el mío) y seis como director de Alfaguara— nunca ha dado una puntada sin hilo. Y en cuanto al texto: hay de todo, al estilo de los libros de “reminiscencias” de ciertos editores británicos proclives (¿por pudor?) a primar, a la hora de convocar la memoria, el anecdotario. Y algo importante: todo el mundo queda (al menos, moderadamente) bien (hasta Ignacio Echevarría, antes bête noire). Porque (mensaje implícito), a pesar de sus inflados egos, en el mundillo literario (casi) todo el mundo es bueno, y los giros de la vida son imprevisibles. Y el más bueno de todos: el autor. Quod erat demonstrandum



El Pais. Babelia nº 952, sábado 20 de febrero de 2010