domingo, 29 de diciembre de 2019

La lectura que nos une

Steve McCurry

Litang Kham, Tíbet (1999). THOMAS CANET

18 OCT 2016 -

LEER ES UN ASUNTO serio, pero los lectores casi nunca se aburren o se sienten solos, porque leer es un refugio y una fuente de iluminación. En ocasiones esta sabiduría se hace visible. Me parece que siempre hay algo luminoso en el rostro de una persona que está leyendo. Gran parte del atractivo de leer ficción reside en el descubrimiento de que el lector conoce mucho mejor la vida interior de los personajes del libro que la de los miembros de su familia o la de sus amigos. (…)

En África, donde fui profesor hace más de 50 años, ir hasta Limbe en bicicleta a través del bosque de Kanjedza y regresar me costaba dos horas. Una vez al mes, el cargamento de la costa incluía los nuevos libros de bolsillo de Penguin, que se colocaban en el expositor metálico giratorio de la Nyasaland Trading Company. Yo tenía la sensación de que enviaban esos libros para mí, a dos océanos de distancia, porque en aquella pequeña localidad nadie más parecía interesado. Estos libros de Penguin fueron mi educación permanente, las obras más obvias de Orwell, pero también sus novelas menos conocidas, Subir a por aire y Los días en Birmania; las primeras novelas de Anthony Burgess, entre ellas Enderby y Nada como el sol; la colección de clásicos, con la Ilíada y Dante; las cubiertas verdes de las novelas de misterio, como las de Simenon, y escritores que no conocía, Henry de Montherlant y Laurie Lee. La lectura mitigaba las largas y oscuras noches africanas y me ofrecía alivio y esperanza: por mal que me hubiera ido el día, había un libro esperándome en casa, tal y como sigue sucediendo ahora.

Las maravillosas fotografías realizadas por Steve McCurry en muchos países y a lo largo de varias décadas son la prueba visual de buena parte de lo que he escrito: la compostura del lector, la mirada luminosa, el concepto de soledad, la posición relajada, la singularidad del esfuerzo, la sensación del descubrimiento y la insinuación de la alegría.




 La lectura que nos une



1 Roma, Italia (1984). Thomas Canet


2 Angkor Vat, Camboya (1998). Thomas Canet


3  Museo del Ermitage, San Petersburgo (2015). Thomas Canet

4 Barcelona (2013). Thomas Canet


5  Kabul, Afganistán (2002). Thomas Canet


6 Smederevo, Serbia (1989). Thomas Canet


7 Valle del Omo, Etiopía (2013). Thomas Canet


8 Sri Lanka (1995). Thomas Canet

9 Washington Square, Nueva York (1994).

Nosotras las locas


Gabriela Wiener


La poeta brasileña Ana Cristina César, en una imagen de 1982. FOTOGRAFÍA DE ARCHIVO DE IMS

18 OCT 2016

Las escritoras tienen que guardar las formas y son sometidas a otro escrutinio para que su trabajo no sea considerado literatura de segunda.


AL LADO de la tienda de autores de la Flip –el festival literario internacional más importante de Brasil–, me sorprende ver una serie de fotos desde las que me mira una mujer joven con gafas de sol, que sonríe o mira melancólica la vida pasar. Lleva un biquini a rayas o monta en bicicleta. Podría ser cualquier chica, pero es la poeta brasileña Ana Cristina César, una de las grandes voces líricas de la década de los setenta, a la que este año la Flip rinde homenaje. Ana C. se suicidó arrojándose desde un octavo piso en el barrio de Copacabana, donde vivían sus padres. Como alguna vez dijo, la poesía no es más que un tipo de locura cualquiera. La contemplo fumar estilosamente y pienso en todas las poetas marginales que como ellas son reconocidas cuando ya se han lanzado al vacío. En las 14 ediciones de festival, es la segunda mujer a la que se le rinde tal honor. La primera fue Clarice Lispector.

Ocurre algo con las mujeres escritoras, y Laura Folgueira, traductora, lo sabe mejor que nadie: “Hay un intento de fetichizar a las escritoras, como si su imagen y misteriosa biografía se valorara más que su obra”, me dice sentada en uno de los restaurantes del centro histórico de Paraty, construido sobre las piedras que arrastraron con sangre los esclavos. “Con los escritores hombres no ocurre lo mismo, ellos posan delante de su máquina de escribir y con eso basta”. Laura no está sola en esta gesta. La acompaña Marta López, junto a la cual fundó en 2014 el colectivo literario y feminista KDMulheres, dedicado a fiscalizar la presencia de mujeres en el mundo editorial, un entorno del que suelen ser excluidas. Su primera acción fue de guerrilla: llevar panfletos durante la Flip, presionando para que hubiera más escritoras en la programación principal. Finalmente lo lograron. Este año la organización apostó fuerte por ellas: más del 40% de autoras frente al 15% de años pasados; aunque queda mucho por hacer en un país en el que la primera presidenta mujer de su historia acaba de ser destituida. “La Flip es el gran escaparate literario del país y un espejo de la situación de las mujeres”, dice Laura, y reclama que se haga lo propio con las mujeres negras y las indígenas.

En un recital de slang, la joven poeta Mel Duarte deja claro que las mujeres no van a esperar a ser homenajeadas en biquini después de una vida de ostracismo y suicidio. Arenga contra el estupro, dice la palabra “vagina” y el vídeo se convierte en  viral. En tanto, en la cacareada mesa sobre sexo, la escritora brasileña Juliana Frank lleva al escenario todos los ancestrales temores del patriarcado. Hace todo lo que no debería hacer una mujer, menos si es escritora: gesticula, provoca, se desnuda, interactúa con el público, lanza mensajes encriptados y no, no se comporta. Por esto será agredida por algunos medios y viandantes, tachada de loca y drogadicta. Vuelvo a preguntarme si no hubieran tildado de genios a Easton Ellis, a José Ángel Mañas o al propio Dalí por algo parecido. Pero ellos eran payasos que podían permitirse serlo. Nosotras somos las locas que tenemos que guardar las formas para que nuestro trabajo no sea considerado literatura de segunda. Ya se lo reconocerán cuando esté muerta.

El Pais Semanal Nº 2.089 09/10/2016


Los guardianes de las bibliotecas del desierto de Mauritania


José Naranjo

1 OCT 2016

En el corazón arenoso de Mauritania, donde hace siglos florecía la vida y el comercio, varias familias conservan como pueden viejos volúmenes, legajos e incunables. Una veintena de países prestan su ayuda para que no se pierdan los archivos de una cultura milenaria.


EL VIEJO Mohamed Ould Ghoulham saca el libro de un archivador de cartón y lo abre con delicadeza. “Este no se lo enseñamos a los turistas”, dice esbozando una franca sonrisa su sobrino Abdoullah. Va pasando las frágiles páginas escritas a mano en caracteres árabes hasta que encuentra lo que busca, unos grabados que muestran las fases de la Luna y las órbitas de los planetas dibujados hace más de 600 años. Y no es el más antiguo. “Aquí tenemos este otro volumen, una explicación del Corán escrita por el sabio iraní Abu Hilal al Askari en el siglo XI”, explica Abdoullah

Es casi mediodía. Afuera, en las calles de arena de la vieja Chinguetti, una medina medieval en el centro de Mauritania, la vida parece haberse detenido y los pocos que se atreven a transitar se protegen del sol como pueden. Dentro de la gran sala, cuyas paredes construidas con piedras y barro están ocupadas por estanterías que alcanzan el techo, un par de palanganas llenas de agua aportan un poco de humedad al ambiente en un intento de proteger los valiosos manuscritos. La extrema sequedad es uno de sus principales enemigos.




En la primera imagen, detalle de algunos de los manuscritos de la biblioteca, donde guardan cerca de 1.350 volúmenes de entre los siglos XIII y XVIII. En la segunda, entrada a la biblioteca Habot, en Chinguetti
. ALFREDO CÁLIZ

El erudito Sidi Ould Mohamed Habot fundó esta biblioteca a principios del siglo XIX. Nacido en Chinguetti en una piadosa familia de jueces, dedicó su vida a comprar legajos antiguos, dejando a sus herederos 1.400 manuscritos que, según su última voluntad, debían permanecer a disposición de todos los amantes del saber. En la Fundación Habot conviven el comentario al Corán del poeta y lingüista Al Askari, redactado hace un milenio en bella caligrafía oriental sobre papel procedente de China –una auténtica joya, pues solo se conocen tres ejemplares en el mundo–, y un codiciado manuscrito del siglo XVI en el que se transcribe una de las obras completas del médico cordobés Averroes, escrito con pluma de avestruz sobre papel de origen italiano. Impresionan la finura del trazo en polvo de oro con el que se representa la casba en un plano de La Meca del siglo XV y el cuidado con el que se enumeran los nombres de las batallas ganadas por el Profeta, impresos con goma arábiga, piedra para el rojo y hojas machacadas para la tinta verde.

Cerca de la Fundación Habot, en una de las callejuelas junto a la mezquita, una pequeña puerta de madera conduce a la biblioteca de Ahmed Mahmoud, con unos 500 libros manuscritos. El dicharachero Saif al Islam, conservador del patrimonio, usa viejos guantes para mostrar los documentos, muchos en un pésimo estado de conservación. “En la actualidad, Chinguetti cuenta con unas 12 bibliotecas, pero llegó a haber 30”, explica. “Muchas familias se fueron de la ciudad y se llevaron los libros o bien los dejaron aquí y las casas se derrumbaron. Algunos de estos papeles sirvieron de alimento para las cabras o de juguetes para niños. Un desastre”.


Saif al Islam, conservador de la biblioteca Ahmed Mahmoud de Chinguetti, junto a sus herramientas de trabajo. ALFREDO CÁLIZ

Chinguetti fue fundada en 1264 a las puertas del desierto del Sáhara, y se convirtió en un gran cruce de caminos del comercio caravanero y el intercambio de ideas. Aquí se reunían peregrinos que iban o venían de La Meca, un viaje que duraba un año y durante el cual muchos adquirían manuscritos que traían de vuelta. Así floreció el patrimonio de la capital histórica y cultural de Mauritania. De aquel esplendor apenas queda un eco.

Chinguetti se encuentra a medio día en coche desde Nuakchot. Del bullicio y el caos del tráfico habitual en una capital de un millón de habitantes surgida en medio de la nada en los años sesenta se pasa enseguida a un mundo de nómadas, camellos, arena y oasis. La ruta transita por los impresionantes paisajes de los lechos secos de prehistóricos ríos en donde, aquí y allá, dejaron su huella en forma de pinturas rupestres los primeros habitantes del Sáhara. La ciudad fue construida al pie de un oued, el cauce por donde transita el agua en la época de lluvia, y a sus espaldas se elevan las impresionantes dunas de la Gran Travesía, una ruta solo practicable en camellos que llega, 1.000 kilómetros al este y ya en la vecina Malí, a las minas de sal de Taudeni.

Pero no es solo Chinguetti. También en otras antiguas ciudades del desierto mauritano declaradas patrimonio mundial por la Unesco como Ouadane, Oualata o Tidjit se conservan miles de manuscritos que recogen una parte del saber del mundo árabe y que proceden, en buena medida, de Al Andalus. Aunque menos conocidos y mediáticos que los de Tombuctú, que hoy están siendo digitalizados en Bamako tras escapar de las garras de los islamistas radicales que ocuparon la ciudad, su valor es igual de incalculable. Se trata de libros de geografía, astronomía, teología o derecho depositados en viejos anaqueles que un puñado de familias guarda con celo desde hace siglos, amenazados por el paso del tiempo, el calor extremo, las termitas o el pillaje. Son las bibliotecas del desierto.


Volumen de astronomía de la Fundación Habot, en Chinguetti
. ALFREDO CÁLIZ

Al noreste, a apenas unas dos horas de Chinguetti y sobre un promontorio rocoso, se alza la espectacular Ouadane, fundada por tres familias en 1142. Descendiente de una de ellas, Mohamed Cheikh Ould Ahmed Hammed, imam de la mezquita, conserva en una habitación de su casa y en medio de un notable desorden una veintena de manuscritos, entre ellos un libro de historia escrito sobre piel de gacela obra de Aboul Hasan Ali Massoudi, gran sabio iraquí del siglo X. “Desde siempre los alumnos de la escuela coránica han venido aquí para aprender a leer el árabe, sin embargo muchos de los libros se han perdido por las filtraciones de agua cuando llueve”, lamenta.

En los últimos 20 años, varios proyectos con apoyo internacional –de Alemania, Italia, Estados Unidos y España, entre otros– se han puesto en marcha para tratar de proteger este legado. Existen iniciativas como la biblioteca de Oualata, construida con financiación española. Sin embargo, buena parte de los manuscritos sigue almacenada en penosas condiciones y sin ser digitalizada.

El problema es el mismo que en Chinguetti. En palabras de Sidi Ahmed Habot, presidente de la Fundación Habot: “Se han construido inmuebles para conservar los documentos, dotados con aparatos para la digitalización, pero estos proyectos han tenido poco en cuenta a las familias propietarias de las bibliotecas”. Ahora, un proyecto de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) dotado con 85.000 euros pretende retomar el trabajo y formar a personal técnico en la ciudad para que los manuscritos más deteriorados se puedan restaurar, digitalizar y conservar de manera óptima. “Es un proyecto piloto. Si funciona, podemos extenderlo a otros lugares como Ouadane, donde también hay documentos que necesitan de medidas urgentes de protección”, asegura Juan Ovejero, técnico de la AECID en Mauritania. “La idea es centrarnos en los libros, en su salvaguarda”. Asimismo, la cooperación española y la alcaldía de Chinguetti, socio local, confían en que la posibilidad de asomarse a este saber antiguo genere el interés suficiente para atraer visitantes a la zona.


El imam de Ouadane con los libros con los que, desde hace siglos, se enseña árabe y religión
. ALFREDO CÁLIZ

El turismo se percibe como el gran maná que no acaba de llegar. Chinguetti y Ouadane soñaron un día con recuperar su esplendor, frenar el éxodo de sus habitantes e insuflar un nuevo ritmo a sus calles gracias a los extranjeros. En los años noventa y en la primera mitad de la década pasada, hasta tres vuelos chárter semanales llegaron a aterrizar en Atar, la capital regional, cargados de franceses ansiosos por vivir una aventura en las rutas del desierto, descubrir oasis, subirse a las dunas a contemplar el atardecer o perderse entre los restos de la muralla de piedra de Ouadane. Se construyeron decenas de albergues, se dio formación a guías locales. “Vivíamos en un 95% del turismo”, asegura Mohamed Amara, alcalde de Chinguetti.

La amenaza del terrorismo yihadista que se extiende como una enredadera por el Sahel echó por tierra todos los planes. El asesinato atribuido a radicales de una familia de turistas franceses en diciembre de 2007 en Aleg, en el sur del país, y la creciente sensación de inseguridad motivaron que, al año siguiente, el Rally París Dakar decidiera mudarse a Sudamérica. La puntilla llegó con el secuestro de tres cooperantes catalanes en 2009, lo que hizo que Francia y con ella el resto de países europeos pusiera a Mauritania en la lista roja.


Otro de los legajos de la Fundación Habot, con las órbitas de los planetas
. ALFREDO CÁLIZ


“Desde entonces este país ha hecho notables esfuerzos en seguridad”, asegura Naha Mint Hamdi Ould Mouknass, ministra de Turismo, Comercio, Industria y Artesanía. Y se nota. Se ha reforzado la vigilancia y puesto en marcha un sistema de identificación biométrico en las fronteras, especialmente con la inestable Malí, y se ha reforzado el presupuesto de las Fuerzas Armadas. Pero aunque en los últimos seis años no haya habido ningún atentado o ataque en Mauritania, el miedo sigue presente. Y al turismo que llegaba de forma habitual hace una década le está costando volver.

El próximo mes de diciembre, Ouadane acoge una nueva edición del Festival de Ciudades Antiguas, el último esfuerzo del Gobierno de llamar la atención sobre estos cruces de caminos en el desierto que han visto pasar los siglos sin apenas inmutarse. Mientras tanto, sus habitantes y manuscritos siguen ahí, esperando, como han hecho siempre. “Vendrán tiempos mejores, a eso nos aferramos”, remata Barakallá, un guía local.


El Pais Semanal Nº2.088 02/10/2016

Manuel Ruiz Luque, vida de un ‘bibliofílico’


Fernando Iwasaki


BANDIZ STUDIO

30 SEP 2016

Comprar compulsivamente impresos del Barroco y del Siglo de Oro español es el vicio confeso de este fotógrafo y editor cordobés.


ADQUIRIR IMPRESOS de los siglos XVI y XVII era más sencillo por entonces o ahora en pleno siglo XXI? El extirpador de idolatrías cuzqueño Francisco de Ávila (1573-1647) poseyó la biblioteca privada más grande del Perú colonial, con tres mil y pico libros. La biblioteca privada más extensa de México y de toda la América virreinal perteneció al obispo Juan de Palafox (1600-1659), que alcanzó poco más de cinco mil volúmenes. En honor a la verdad no fueron colecciones de poca monta, pues cuando Archer Milton Huntington compró en 1904 la biblioteca privada del marqués de Jerez de los Caballeros para inaugurar los fondos de la Hispanic Society de Nueva York, se dijo que aquellos diez mil impresos españoles anteriores al siglo XVIII constituían la mejor colección en su género de todo el mundo. Por lo tanto, si Manuel Ruiz Luque (1935) –fotógrafo, editor y bibliófilo montillano– ha reunido él solito más de treinta mil volúmenes publicados en España y América durante los siglos XVI y XVII, quizá podríamos decir que se trata de la colección privada más importante de todos los tiempos en impresos del Barroco y el Siglo de Oro español.

Montilla (Córdo­­ba) es famosa por sus vinos generosos y por una galería de celebridades como el Gran Capitán, san Francisco Solano, el Inca Garcilaso de la Vega, el pintor José Santiago Garnelo o el escritor José María Carretero, mejor conocido como El Caballero Audaz. Manuel Ruiz Luque se ha ganado un lugar de privilegio en aquel retablo por haber donado a su ciudad esa fastuosa biblioteca que reunió tomo sobre tomo sin ser ni catedrático ni rico por su casa. En realidad, Rúquel –así se llama su estudio– era el fotógrafo de todas las bodas, bautizos, comuniones, puestas de largo y cuanta festichola se celebrara en la campiña cordobesa, pero su familia guardaba en hermético silencio su vicio, su adicción y su dependencia, porque Manuel Ruiz Luque es… bibliofílico.



BANDIZ STUDIO

Si hay algo todavía más peligroso que un poeta inédito es un bibliofílico compulsivo. Así, uno de los mayores placeres de Ruiz Luque es hacerle la puñeta al benemérito Manual del librero hispano-americano (1948-1977), de Antonio Palau y Dulcet, pues cuando Palau asegura que “sólo se conservan dos ejemplares, uno en la Universidad de Salamanca y otro en la Biblioteca Bobdeliana de Oxford”, Rúquel te saca tres copias más ­mientras le sobrevienen verdaderas convulsiones del gustirrinín. O cuando Palau deja caer que “tenemos noticia de la existencia de una edición anterior de Lisboa que no hemos podido confirmar”, Ruiz Luque ­desenfunda la de Lisboa, la de Coimbra y otra edición sobrera de Baeza, las tres sin confirmar por Palau.

La Biblioteca de la Fundación Manuel Ruiz Luque está a disposición de los investigadores en la antigua Casa de las Aguas –restaurada por el Ayuntamiento de Montilla para albergar la colección– y muy pronto su extraordinario catálogo podrá ser consultado online desde cualquier lugar del planeta. Mientras tanto, Rúquel sigue pujando en subastas y negociando con viudas de académicos y catedráticos porque los bibliofílicos se nutren de la bibliofobia de la parentesca de los finados.



El Pais Semanal Nº 2.087 25/09/2016

domingo, 15 de diciembre de 2019

El libro, un invento asombroso

Por Alberto Manguel

Borges, alabando la invención del libro, dijo que era el más asombroso de los inventos humanos. "Los demás son extensiones de su cuerpo" explicó. "El microscopio y el telescopio son extensiones de la vista; el teléfono es la extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación".

Una cita de Antonio Basanta declara que "leer es siempre un traslado, un viaje". Como viaje físico, el que tuvieron que emprender los buscadores de libros alejandrinos, y también como mental, como el que emprenden los hombres-libro de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, o el Mendel de Stefan Zweig, donde los libros son entendidos como instrumentos de unión, de defensa "frente al inezorable reverso de toda existencia", dice Zweig, "la fugacidad y el olvido".

Fragmento de un articulo publicado en Babelia Nº 1464. Sabado 14 de diciembre de 2019