miércoles, 31 de julio de 2013

El Paquete Parlante de Gerald Durrell





Supongo que la tradición de la lectura infantil es larga, así como la de los escritores de cuentos e historias infantiles. Evidentemente, hay una conjunción estelar que no admite errores, y así, como ya leía bastante (momento nostálgico, claro) en una biblioteca adecuadamente provista y ya fuera por mi edad, la edición curiosa de Alfaguara, la temática del libro o lo que fuese, me vi atraído a la lectura como una polilla a la luz.

La historia de Gerald Durrell jugaba con un bagaje cultural ancestral, y desde luego, visto en perspectiva, no paro de darle vueltas al hecho innegable de que los tres amigos (dos niños y una niña) que conocen un reino mágico, son los ancestros del futuro Harry Potter, pero eso tan solo son elucubraciones mías. Hablo de memoria, hace muchos años que lo leí y aún así hay muchas partes que permanecen muy claras, intenté encontrarlo, tiempo ha, pero es ahora cuando es más factible la búsqueda de esa nostalgia¿?.

En la Red he podido constatar como mucha gente que lo leyó busca como conseguirlo, he podido ver que la edición que yo leí de Alfaguara es del año 1983, y hubo varias más. Antes de la llegada de la Red de Redes, de ese Internet omnipotente y omnipresente, no conseguía encontrar ni en la bibliografía de Gerald Durrell el titulo del libro, hubo momentos que pensé que erraba el titulo, no estaba seguro del autor, aunque si del titulo, pensé en el hermano del autor, Lawrence Durrell, que hubiese construido un cuento entre sus sesudas novelas. Pero no, mi memoria (que tampoco es un dechado de virtudes) sabe que es imposible abstraerse de los basiliscos que intentan gobernar en ese reino mágico que el autor sitúa durante las vacaciones de esos niños ingleses en las costas del mediterráneo, de ese mago despistadísimo, y de esos libros parlantes.

 La inocencia de esos días también se marchó para no volver.

martes, 23 de julio de 2013

Ser o no ser… la ballena blanca


El novelista Jon Bilbao narra un encuentro entre Shakespeare y ‘Moby Dick’

JACINTO ANTÓN Barcelona 28 JUN 2013


Portada de 'Moby Dick', ilustrada por Rockwell Kent.

“Llamadme William…”. ¿Y si Shakespeare hubiese tenido la idea de escribir una obra sobre una ballena maligna y la obsesión por darle caza dos siglos y medio antes de que Melville alumbrara Moby Dick (1851)? Tal es la jugosa y estimulante premisa en la base de la nueva novela de Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) Shakespeare y la ballena blanca (Tusquets). En el felicísimo pastiche literario, lleno de guiños, sorpresas y aventuras, el autor de Romeo y Julieta se embarca —Shakespeare in sea— en un galeón como parte de una embajada isabelina que viaja a la corte danesa en 1601. En el trayecto, el barco, que no se llama Pequod sino Nimrod, topa con una vieja ballena hostil cuyo lomo está sembrado de arpones y cicatrices —¿les suena?—. El impacto de la visión del monstruo suscita en Shakespeare la ocurrencia de escribir una obra de teatro. Poco a poco, mientras la ballena acecha al barco y se organiza su caza, el dramaturgo va dando forma al argumento, que incluye un capitán maniaco y mutilado —al estilo de Ricardo III—y que el cetáceo sea… blanco.

“Trabajaba en paralelo en dos relatos, uno sobre Shakespeare y otro sobre un personaje secundario de Moby Dick, el marinero Bulkington, y se me ocurrió combinar ambos mundos”, explica Bilbao. “La novela que surgió no tiene nada que ver con aquellas ideas, sino que es algo muy diferente”, recalca el autor. “Me apetecía especular juntando a Shakespeare y Moby Dick, mi novela está llena de guiños a ambos”.

La historia, señala, además no es tan descabellada como pudiera parecer. “Existió una expedición enviada por Isabel I a la corte de Cristián IV, e incluía una compañía teatral, aunque no consta que viajara Shakespeare. Hay dudas sobre si alguna vez salió de Inglaterra, se especula con que pudo viajar precisamente a Dinamarca, donde se habría inspirado para escribir Hamlet. En todo caso hay suficientes lagunas en su vida para inventarle episodios. Podría haber pasado”.

Shakespeare tiene grandes escenas marineras, en La tempestad, por ejemplo, y domina el conocimiento y el lenguaje náuticos. El profesor Alexander Falconer, que había leído mucho las obras del bardo a bordo durante su servicio como oficial de la Royal Navy durante la II Guerra Mundial, estaba convencido, como otros estudiosos, de que Shakespeare había servido en la marina durante sus años perdidos, por la exactitud de sus referencias navales y su uso de la imaginería del mar (véase Shakespeare and the sea, 1964, y A glossary of shakespearian’s sea and naval terms inclouding gunnery, 1965). Hay muchos naufragios en sus obras, pertinentemente relatados, y no olvidemos la notable mención de una ballena en Hamlet (acto III, escena 2) —hay otra en Pericles (acto II, escena 1)—.

No está claro en todo caso que Shakespeare navegara y hubiera visto alguna vez una ballena, pero lo que sí es seguro es que Melville utilizó a fondo a Shakespeare en Moby Dick. El estudioso Julian Markels ha detallado hasta 491 marcas, anotaciones y subrayados dejados por Melville en su edición de las obras completas de Shakespeare antes y durante la redacción de Moby Dick entre 1850 y 1851. La impresión, que por otro lado tiene cualquiera que lea la novela, es que Melville se inspiró enormemente en el bardo. Hay mucho de Lear en Ahab, por ejemplo. Bilbao hace viajar con Shakespeare al conde de Southampton, su protector y supuesto amante, al que mata extemporáneamente, ahogado por el peso de su coraza. “Es lo que justifica que finalmente Shakespeare no escriba una obra sobre la ballena. Lo que más me interesaba en realidad era enfrentar a Shakespeare a ese material para hablar de las dificultades de la creación”. En cierta forma, al final Shakespeare cazó a la ballena… mediante su influencia en Melville. Shakespeare y Melville, ambos “hijos de los dioses”, como decía Ray Bradbury que escribió el guion de Moby Dick para la película de John Huston.

En la novela del asturiano, encontramos muchos pasajes similares a los de Moby Dick —la moneda de oro, la forja del arpón…—; otros los subvierte con gracia.

Entre lo mejor del libro está la argumentación del Shakespeare de Bilbao sobre la blancura de la ballena. Es una blancura que proviene de los abismos más profundos. La ballena es blanca como lo son las criaturas de las cuevas y simas donde no llega la luz...


El Pais 29.06.2013

Lo llaman literatura


¿Cómo identificar un fenómeno que necesita redefinirse constantemente para sobrevivir?
Por Alberto Manguel


Terrry Eagleton repasa en El Acontecimiento de la literatura las diferentes definiciones que la filosofía ha dado de la escritura como arte. Foto: Getty Images

UNO DE LOS ASPECTOS más asombrosos de nuestra consciencia es que para intentar definir algo debemos primero reconocer que ese algo indefinido existe. Sea el unicornio o el Fondo Monetario Internacional, el objeto de nuestra pesquisa debe ya ser conocido por nosotros a través de ciertas características particulares que, para nosotros, denotan su identidad. Solo aquello que ni siquiera intuimos no puede ser nombrado; todo el resto, incluso lo indefinible, es a la vez cartografía y territorio por explorar.
Preguntarnos qué es la literatura resulta ser, por lo tanto, una pregunta falsa. Literatura es aquello que nombramos con la palabra literatura, y la pregunta debiera ser, no qué es si no cuáles son las características que para nosotros la definen. Hubo un momento de nuestra historia, secreto por supuesto, en el que reconocimos en ciertas creaciones verbales algo distinto de un edicto legal o un catálogo de mercancías, y a partir de aquella epifanía nos propusimos definir eso que desde entonces llamamos literatura, en categorías estéticas, sociales, morales, políticas. Terry Eagleton, sabio lector cuyas fuentes son los escritos de ese olvidado genio, Karl Marx, pregunta al inicio de su ensayo si acaso, cuando decimos literatura, estamos hablando de una abstracción hecha a partir de infinidad de textos individuales, o si la categoría literatura es "algo tan real como los propios individuos de la especie, aun cuando no necesariamente del mismo modo".

El debate es antiguo. Los nominalistas medievales pensaban que conceptos como literatura son posteriores a los casos individuales, puesto que literatura es una idea que deriva de ellos; los realistas postulaban que la idea general es anterior, "como la potencia que permite que un objeto individual sea lo que es". Para los realistas, concebimos la noción de literatura luego escribimos la Odisea y El arte de amar. Así debía pensarlo santo Tomás de Aquino (y también Marx, dice Eagleton), quien argüía que la mente no puede aprehender la materia, solo la idea, y que nuestra capacidad de conocer el mundo material se debe únicamente a nuestros inciertos sentidos. Es así que la estética, anota Eagleton, nace como una "especie contradictoria": una "ciencia de lo concreto que indaga en la estructura lógica de nuestra vida corporal".
La pregunta implícita en el título de Eagleton, El acontecimiento de la literatura, se refiere a una cuestión de estética; según él, "lo que sucede" en eso que convenirnos llamar literatura depende de la relación que establecemos entre la idea y sus ejemplos materiales, en aquello que Paul Valéry llamaba "el paso de lo arbitrario a lo necesario" ¿Pero cómo juzgar esos ejemplos según sus propias calidades, y no solo en comparación con la prefigurada idea? ¿Cómo entender un poema sin depender por entero de la teoría que lo analiza? "La teoría es una cosa", decreta Eagleton, "mientras que el arte es otra". Sin duda es así.

En un libro previo, publicado hace más de tres décadas, Eagleton señalaba que la literatura "no tiene ningún tipo de esencia". Imposible atribuir a un conjunto arbitrario de obras literarias (los varios libros que integran lo que llamamos Biblia, por ejemplo) obvias características comunes que nos permitan definir una categoría universal. Pero, acota ahora Eagleton, "del hecho de que la literatura no tenga ninguna esencia no se desprende que no tenga legitimidad en absoluto como categoría". Es divertido, para un no-especialista como yo, recorrer de la mano de un experto como Eagleton, las distintas teorías que aprueban, refutan o modifican esta afirmación. Desde el doctor Colin Lyas, quien sostiene que las características de lo que llamamos literatura existen pero que no toda obra literaria las posee, hasta el ilustre Derrida, quien afirma que es justamente la indeterminación la que hace que una obra sea literariamente notable, pasando por el iconoclasta Stanley Fish, quien arguye que esas características (cualquiera sea el modelo empleado) definen toda obra literaria individual, aunque estas no se hallen en el texto. Todos estos ingeniosos teóricos literarios tienen algo de laboriosos teólogos o asombrosos prestidigitadores.
Terry Eagleton (como demuestra la impecable traducción de Ricardo García Pérez) es un escritor agudo, sutil, empedernido, y también un lector apasionado, inteligente, curioso, pero casi parece perderse en este paseo académico por los laberintos de la teoría literaria: teoría obligada a preguntarse qué es eso que teoriza, y cómo puede definirse ese monstruo en su centro, "el acontecimiento de la literatura". ¿Cómo identificar un fenómeno cuya naturaleza es por sobre todo proteiforme, puesto que necesita redefinirse constantemente para sobrevivir? Tales pesquisas se parecen un poco a los inventos del Caballero Blanco de Alicia, como aquella tintura verde para bigotes que luego requiere un enorme abanico grande como para impedir que se vean. Quizás el mismo Eagleton admita este dilema. Casi al final del libro, escribe: "Una vez más, la obra literaria se entiende como una solución a la pregunta que en sí misma es". Los teólogos que intentaron definir la Trinidad no hubieran podido decirlo más claramente.

Como Eagleton sabe muy bien, quienes nos interesamos en el acontecimiento de la literatura somos ante todo lectores. Don Quijote y El Rey Lear nos conmueven, una página de Kafka nos parece mejor que una página de Paulo Coelho, afirmamos con certeza (a pesar de las estrategias de Pierre Menard) que ciertas obras merecen ser recordadas y ciertas otras no. Libros como este de Eagleton nos ayudan a reflexionar sobre nuestra tarea, a descubrir mejores preguntas en las obras que leemos, a ser más rigurosos, más lógicos, más sinceros. Y a resignarnos, felizmente, a no saber por qué un verso de Rimbaud o un párrafo de Virginia Woolf pueden, a veces, cambiarnos la vida. •

El acontecimiento de la literatura. Terry Eagleton. Traducción de Ricardo García Pérez. Península. Barcelona, 2013.320 páginas. 25,90 euros (electrónico: 20,99).

El Pais Babelia 20.07.2013

lunes, 15 de julio de 2013

Las Puertas de Anubis por Tim Powers




Titulo original- The Annubis Gates
Traducción de Albert Solé
Ediciones Martinez Roca S.A. 1988

Brendan Doyle, un profesor distinguido realiza un viaje a través del tiempo sin poder imaginar que acabará varado en la Inglaterra de 1810… A partir de aquí, Doyle se ve inmerso en una compleja trama de intrigas: un viejo hechicero egipcio cuya magia es capaz de cambiar el curso de la Historia; un licántropo que cambia de cuerpo; un payaso deforme que realiza grotescos experimentos con sus víctimas; un lord Byron programado para asesinar al rey Jorge; y un largo ect…
Novela galardonada con dos prestigiosos premios en el genero fantástico, parecía el pistoletazo de salida para hacer ver al gran público el "steampunk", esto es, revisemos con atención la revolución industrial y sorprendamonos. Este coctel increíble de viajes en el tiempo, licántropos, hechiceros egipcios, mendigos criminales, escritores románticos, y magia, mucha magia. Tim Powers consigue dar cabida a elementos históricos reales en varias tramas a principios del siglo XIX.
De acuerdo es todo fantasía, pero logra absorbernos con maestría en el Londres de 1810.

Aunque uno de los factores que más logró impresionarme y añadirle teatralidad fue hecho de como leí a este autor  en concreto, lo siento, imposible sustraerse a una idea de predestinación. Encontrar un libro, una novela, en la biblioteca de un instituto al día siguiente de inscribirse a mediados de curso a miles de kilómetros del hogar y además sabiendo que no estarás más de un mes, ¿no es algo maravilloso?. Y les puedo asegurar que jamás volví a ver la edición de aquel libro de Las Puertas de Anubis, autentico detonante de una búsqueda exhaustiva de la obra de su autor Tim Powers.
Uno de los rasgos principales que encuentro en la novela es como consigue encontrar que la "magia" forme parte de la realidad. De alguna forma entiendes que no hay espacio para dos formas: la realidad del raciocinio científico que comienza a nacer en una pujante sociedad industrial y la anciana "magia" de los albores del hombre. Y como suele ser norma en el autor coloca a un espectador inocente entre ambos mundos para que nos enseñe todo lo que no conocemos en ese límite de la realidad.

miércoles, 3 de julio de 2013

El Enigma del Cuatro_- Ian Caldwell y Dustin Thomason




Primera edición- Junio de 2005
Título original en inglés- The Rule of Four
Traducción- Juan Gabriel Vásquez
Publicado por Roca Editorial de Libros S.L.

Sinopsis de la contraportada:
"En 1999, dos estudiantes de la Universidad de Princenton están a punto de descubrir los misterios de la Hypnerotomachia Poliphili, un libro publicado en 1499 y que a lo largo de cinco siglos ha tenido fascinados e intrigados a académicos de todo el mundo. Para Tom, uno de los universitarios, la investigación está estrechamente ligada a su pasado -su padre fue uno de los mayores estudiosos de la obra renacentista-, mientras que Paul, su compañero, la ha convertido en una obsesión, su razón para vivir. Un extraño asesinato les hará descubrir que no son los únicos que andan detrás de tan inquietante misterio."

Me cuesta mucho resistirme a un buen enigma, y menos si vienen envueltos en libros antiguos, con una correcta explicación.  Es fascinante que te expliquen los procesos de investigación, la cantidad de problemas de comprensión que conlleva intentar descifrar textos de hace más de cinco siglos, cuando casi no puedo entender los periodicos de la semana pasada.
Si bien la novela en si, como obra, no acaba de funcionar, el misterio de un libro antiguo y del secreto que contiene hace que no suelte prenda y llegues hasta el final.
 Lejos de cualquier género literario, el intento de los dos autores es más que aceptable y si no al menos sabremos quien le puso los cuernos a Moises. La respuesta la encontrará en el libro y no es lo que parece.