viernes, 29 de septiembre de 2023

Un tufo de rapacidad por Manuel Rodríguez Rivero

SILLÓN DE OREJAS


MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO

15 MAR 2008 



Ilustración de Max


Sintomáticamente, ni en el Diccionario de Historia de España, dirigido por Germán Bleiberg, ni en el Diccionario Temático de la Enciclopedia de Historia de España, dirigida por Miguel Artola, existe una entrada dedicada al colonialismo, de manera que parecería que no es cosa nuestra. Y eso a pesar de que algunas notables novelas del siglo XX nos han mostrado aspectos (más bien siniestros) de aquel colonialismo de segunda fila con el que España intentó ingresar en el agresivo club imperialista, reajustado tras la Primera Gran Carnicería. Recuerdo, a bote pronto, El blocao (1928), la estupenda novela de José Díaz Fernández (editorial Viamonte), o Imán (1930), la obra maestra de Sender (Destino), o La forja de un rebelde (1941-1944), de Barea (DeBolsillo). Y si me remonto más atrás en la narrativa colonial "africana", a antes de aquel finis Hispaniae (equivalente al "se rompe España" hodierno) que la oligarquía de la Restauración creyó ver en el llamado "Desastre" de 1898, podría citar, entre otros, el Diario de un testigo de la Guerra de África, de Alarcón, o el Aita Tettauen galdosiano. Estos días he recibido algunas novedades históricas que tratan, con diverso enfoque, diferentes aspectos del colonialismo español. Guerra y genocidio en Cuba, 18951898, de John Lawrence Tone (Turner), revisa algunos mitos sobre aquel conflicto que transformó a tres naciones, y suministra nuevas perspectivas acerca de las "reconcentraciones" del "carnicero" Weyler. Católicos y puritanos en la colonización de América, de Jorge Cañizares-Esguerra (Marcial Pons), retrocede tres siglos para detenerse en el modo en que británicos y españoles construyeron y utilizaron semejantes "épicas satánicas" durante sus respectivas colonizaciones del Nuevo Mundo, un aspecto que matiza las tesis de Elliott en Imperios del mundo atlántico (Taurus). En cuanto a nuestras aventuras coloniales africanas, Un guardia civil en la selva, de Gustau Nerín (Ariel), reconstruye la figura cruel y corrupta del teniente Julián Ayala Larrazábal, conquistador y colonizador de Río Muni (antigua Guinea Española), un personaje que no habría desentonado en la siniestra tropa depredadora que refleja Adam Hochschild en el magnífico El fantasma del rey Leopoldo (Península). Por eso he recordado, mientras leía el apasionante libro de Nerín, la frase con la que Marlow, el elusivo narrador de El corazón de las tinieblas, resumía lo que sintió cuando avanzaba a través de la selva: "Un tufo de rapacidad lo envolvía todo, como el aliento de un cadáver".


Misterios

Estoy de acuerdo con Cioran: "Rusia y España: dos naciones embarazadas de Dios. Otros países se conforman con conocerlo, sin llevarlo en su seno" (De lágrimas y de santos, Tusquets). Ernesto Sabato decía en su prólogo al Ferdydurke de Gombrowicz que el Quijote se entendía mejor en aquellas naciones que habían permanecido en la "periferia del Renacimiento" (Polonia, Rusia) y que, al igual que España, se habían mantenido relativamente al margen del proceso de secularización iniciado con la Reforma protestante, y que llevaría a la progresiva privatización de Dios y su culto. En todo caso, aquí y en otros lugares "periféricos" Dios sigue sin ser un asunto tan privado como debiera. Si -como le he escuchado al vicario general de Salamanca- alguien se atreve a decir que la elección del cardenal Rouco como presidente de la Conferencia Episcopal ha sido no resultado de la relación de fuerzas en la Iglesia, sino obra del Espíritu Santo, "que pone a quien quiere y cuando quiere", entonces hasta El código Da Vinci puede resultar una novela realista. Y que nadie se extrañe de que florezcan la ironía y la sátira entre los que se resisten al renovado asalto a la razón. Aunque sólo fuera, puestos a delirar en la misma sintonía, porque el Gobierno para el que Rouco ha manifestado tan escasas simpatías (y que acaba de ser revalidado), también podría haber sido "puesto" -voto democrático por medio- por dicho Espíritu Santo, deseoso, tal vez, de propiciar, desde su panóptica, ubicua y ontológica morada, que algunos derechos civiles mejoren y se extiendan en este rincón del mundo. Al fin y al cabo, y de nuevo con Cioran, "toda versión de Dios es autobiográfica", y yo tengo la mía. Mientras pienso en estos y otros misterios, me recojo para los días semanasantinos leyendo con verdadero interés La Resurrección, de Geza Vermes (Ares y Mares), un importante libro en que el teólogo e historiador húngaro, que ya cautivó mi atención con La Pasión (en la misma editorial), arroja nueva y erudita luz sobre ese insondable misterio que constituye la clave de la bóveda del edificio del Cristianismo.


Compraventas

En el reino de los editores, como en Arcadia (yo también estuve allí), las cosas marchan razonablemente bien. Movimiento hay, sin duda. Crece el número de editoriales independientes, hoy en torno a 700. Abundan las operaciones de compraventa, como la de Castalia por Edhasa o la todavía presunta de Biblioteca Nueva por RBA, un grupo catalán que está engordando tanto que va a necesitar un traje nuevo, como el emperador. Pero eso es un nivel, y otro muy distinto el de Planeta, primer grupo editorial español. Aunque el gigante de la Diagonal sigue haciendo gala de un secretismo que le hubieran envidiado los de the Circus de Smiley y Le Carré, no hay muro que se resista a mi sofisticada red de micrófonos, hackers y topos estratégicamente situados. Continúan sub rosa las negociaciones para la adquisición, por parte de Lara, de Editis, el segundo grupo editorial francés, ahora gestionado por el fondo de inversión Wendel, con sede en Luxemburgo. Mi topo allí asegura que el acuerdo que pondría a Planeta entre los ocho grandes del (otro) planeta podría cerrarse antes de final de mes. También me sopla que uno de los intermediarios clave de la transacción pudiera ser José Manuel Gómez ("grande de España", lo llamó la revista LivresHebdo), presidente de Anaya, un grupo propiedad de Hachette, a su vez antiguo propietario de Editis (del que se vio obligado a desprenderse por decisión de la Autoridad de la Competencia), quien cobraría por dicha intermediación una cantidad como para adquirir un Xanadu como el del ciudadano Kane. Mi topo aventura que, si finalmente se realiza la compraventa, luego se abriría un proceso de traspaso de editoriales de uno a otro grupo. Y es en ese proceso -lento y complejo- cuando Anaya podría acabar en manos de Planeta, que siempre ha deseado situarse en el muy rentable mundo del libro de texto. Lara no tendría dificultad en pagar el millardo (aprox) que pide Wendel: el Banco de Sabadell, en el que participa, y la puesta a la venta de la Casa Fabiola, la espléndida sede sevillana de la Fundación José Manuel Lara, contribuirían a la caja. Pero todo esto no son más que conjeturas, añade, prudente, mi topo.


El Pais. Babelia


jueves, 28 de septiembre de 2023

La enciclopedia de Babel por Manuel Rodríguez Rivero

ÍDOLOS DE LA CUEVA

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO

12 MAR 2008 

Empezaré por reconocer que soy un decidido defensor de Wikipedia. Cuento con que una confesión semejante sea recibida con displicencia, pero no puedo negarlo: soy usuario habitual de la inagotable enciclopedia online creada en 2001 por Jimbo Wales y Larry Sanger y que en este momento incluye 10 millones de artículos escritos en 137 lenguas activas.

En el árbol de mi página de "favoritos", carpeta "referencia", he creado entradas para todas las versiones de Wikipedia cuyas lenguas puedo comprender con menor o mayor dificultad, desde el inglés hasta el asturianu. Recurro a una u otra según la naturaleza de lo que deseo obtener. Si, por ejemplo, necesito orientarme rápidamente acerca de Jaume Safont o sobre el calçot, existen más posibilidades de que encuentre mejor información en la Viquipèdia (versión catalana) que en cualquier otra.

La Wikipedia inglesa, la más extensa y segura, contaba esta mañana con 2.273.708 artículos, mientras la española (en el noveno lugar por número de entradas), con 340.875. Una de las razones de tamaña disparidad es que, como se sabe, la ciberenciclopedia aumenta y se perfecciona a partir del trabajo voluntario y gratuito de "autores" y "editores" que redactan y depuran los textos, y entre los hispanos el trabajo voluntario no goza de especial predicamento. Wikipedia es de todos y la construyen muchos, pero hay que dedicarle tiempo y esfuerzo. Entre otras razones, porque una entrada puede iniciarse por alguien consciente de su ausencia, pero que no cuenta con la formación o los datos necesarios para completarla con garantías. Y no basta con señalar las deficiencias: luego deben intervenir los que las perciben, cada uno editando y completando la obra del anterior con sus propios conocimientos. Todo ello supervisado por los administradores (unos 1.500 para la edición inglesa) que se ocupan del mantenimiento y los vínculos, y de controlar los estragos que ocasionan periódicamente los vándalos. Cuando los contenidos de una entrada o parte de la misma ocasionan controversia (véase, por ejemplo, Guantanamo detention Camp o "Comunidad Valenciana"), se produce una "guerra de editores", lo que se advierte en el texto hasta que las diferencias se resuelven en la "página de discusión", en la que se aspira a la "neutralidad" propia de una enciclopedia. La tensión entre "inclusivistas" y "borradores" también es una constante en un corpus que se quiere vivo.

¿Garantía total? Claro que no. Cada uno usa Wikipedia como puede y sabe -algo que profesores y educadores deben tener muy claro a la hora de orientar a sus alumnos-, pero a estas alturas resulta inútil limitar el uso de una de las más formidables herramientas de conocimiento del siglo XXI. Una enciclopedia en cuya estructura no se establecen diferencias entre alta y baja cultura, entre el ayer o la actualidad: resulta fascinante poder informarse bien y rápido sobre las circunstancias en que fue compuesto The end, el tema de The Doors, o sobre la Selenografía de Hevelius. Todo al alcance de un click.

Un reciente artículo en The New York Review of Books del novelista Nicholson Baker -el mismo que hace años llamó la atención acerca de la escandalosa destrucción de libros que "no caben" en las bibliotecas públicas- señala precisamente esa condición siempre perfectible y altruista (además de adictiva) de Wikipedia. Ser editor requiere la aceptación de un conjunto de sencillas normas (véase en Wikipedia el artículo "Wikipedia"). Una vez aceptadas, uno ya está en disposición de poner sus conocimientos a disposición de todos con la certeza de que, alguien, alguna vez, los leerá y, quizás, pueda completarlos o corregirlos. Así va creciendo una enciclopedia de Babel que, a diferencia de la homónima biblioteca-universo de Borges, no existe desde toda la eternidad, pero tiene vocación de guardar todo el conocimiento humano. Y, además, no ocupa espacio: como el saber. Un vértigo.


El Pais


miércoles, 27 de septiembre de 2023

Infinitas lecturas de "Rayuela"

Varios artistas latinoamericanos se acercan a la novela de Cortázar, en el 60º aniversario de su publicación, en una nueva exposición en Madrid.

Por Javier Montes


'Study for Rearranging the Conference Table 8', 2020, obra de Amalia Pica en la Galería Marlborough.

Hace 60 años que la Editorial Sudamericana publicó Rayuela, aunque en España no pudo editarse hasta muerto Franco. Cortázar la llamó contranovela, y sus estereotipadas escenas de la vida bohemia parisiense y el amour fou ya muy trasnochado de Oliveira y La Maga han compartido desde entonces estante con El lobo estepario, El guardián entre el centeno, Los detectives salvajes o En la carretera en la protobibliotecas de muchos adolescentes: libros iniciáticos, dobles bildungsromans que son a la vez novelas de formación de sus personajes y de sus lectores. De esos que antes de los 20 se leen con devoción, se usan como arma seductora y contraseña de identidad para descubrir compinches; y que más adelante, alcanzada la mayoría de edad lectora, da un poco de miedo releer y se prefiere recordar con el pudor cariñoso que reservamos para los primeros deslumbramientos como lector adulto, quizá en una transferencia de la nostalgia por esa edad en la que nada se entiende y todo se aprende.

Siendo el libro de iniciación por excelencia de la literatura en español, a estas alturas más que leerse Rayuela ya siempre se relee. Y por eso justamente tiene tanta miga el juego - en el sentido más cortazariano de la palabra- que propone Octavio Zaya al comisionar esta muestra colectiva según unas reglas breves y precisas: invitar a un brillante plantel de artistas latinoamericanos (con sólida carrera a sus espaldas, pero de preferencia sin galería en España) a releer el libro en su idioma original y proponer nuevos ángulos de visión y nuevos modos de entenderlo o recordarlo. Porque Rayuela es ya, más que una o buena o mala novela, un clásico. Y lo es en parte por la coloratura sentimental y biográfica que tiene para cada cual y por su fecundidad como semillero de relecturas para cada generación.

Esa polinización cruzada entre lo literario y lo plástico es además particularmente oportuna en su caso. A propósito de su estructura no lineal se ha hablado mucho de las teorías semiológicas entonces de moda, sobre la muerte o disolución del autor, la autonomía del texto o su coescritura por parte de un lector empoderado, y sus roces con los experimentos del nouveau roman y el Oulipo que hacen de Rayuela la más afrancesada de las novelas latinoamericanas. Pero el libro también participa de un zeitgeist más amplio que en los sesenta y en el terreno de las artes visuales desarrollaba los planteamientos de Duchamp o Cage: cuando el azar, las reglas combinatorias, lo serial y las variaciones y permutaciones de elementos modulares jugaban un papel fundamental en el desarrollo de un arte conceptual que junto al pop desmontaba la idea tardorromántica del arte del expresionismo abstracto americano y los varios informalismos europeos.

A las reminiscencias personales y biográficas del libro alude Fernando Bryce con uno de sus paneles dibujados a tinta en los que aparecen titulares de la época, afiches de películas inspiradas en obras de Cortázar o un plano psicogeográfico que superpone personajes de la novela y autores afines al trazado de las calles de París. También Sandra Ramos, con una gran instalación de pequeños lienzos sobre estantes al alcance de la mano: funden impresiones de lectura y recuerdos propias en una "cartografía lúdica" que el visitante puede barajar y reconfigurar, igual que el lector de Rayuela con los capítulos del libro.

Cerebro, la pintura-objeto de Leda Catunda, también invita a la manipulación de sus diferentes capas de tela, que evocan los diferentes niveles de lectura del libro. Entre ellos, Cortázar no excluía su uso como oráculo abierto al azar: por algo su título provisional fue Mandala, del mismo modo en que Cage se había servido del I Ching para estructurar alguna de sus composiciones. Y por ahí quizá vayan los tiros del panel de Marilá Dardot, que muestra páginas abiertas de la novela donde se recogen preguntas hechas por el personaje de La Maga a los largo de la trama, dejando en blanco el resto. Luis Camnitzer también alude a su carácter de libro-brújula en su enigmática instalación El libro de los puntos cardinales, con reproducciones gigantescas de un libro abierto en ángulo de 90 grados cerrando y a la vez expandiendo infinitamente las cuatro esquinas (norte, sur, este y oeste) de su sala.

Guillermo Kuitca, argentino como Cortázar, ya había aludido directamente a la novela en la serie pictórica Missing Pages, de 2018, pero Zaya ha seleccionado para esta exposición dos lienzos espectaculares que se relacionan con él de forma más oblicua: en Filosofía para principiantes II evoca la idea de Rayuela como libro-laberinto y libro-aleph y entronca con una imaginería literaria y fantástica muy argentina y hasta borgeana. En el gran Untitled, en cambio, una gran composición abstracta pauta ritmos de composición casi jazzísticos, que tienen su continuación en la contigua instalación sonora de Tania Candiani. Se basa en el cuaderno de bitácora que Cortázar realizó para orientarse él mismo durante la escritura del libro, lleno de croquis, flechas y diagramas que la artista muestra en láminas en las que ha desaparecido el texto y "traduce" en una partitura sonora, de nuevo jazzística, que dos grandes tubas de metal difunden por toda la galería.

Amalia Pica y Valeska Soares exploran las posibilidades formales de la lectura combinatoria y aleatoria del libro como generador de formas artísticas; Rivanes Neuenschwander & Mariana Lacerda y Alexander Apóstol repescan la dimensión política, utópica y presentayochista que tuvo el libro en su día; Antonio Vega Macotela se interesa por el intento cortazariano de inventar literalmente un nuevo lenguaje (el gíglico, tan oulipiano)... En La vuelta al día en ochenta mundos, Cortázar proponía la construcción de una especie de máquina soltera, el Rayuel-O-Matic, que como un artefacto a caballo entre Duchamp y Raymond Roussel servía para proponer infinitas lecturas de su novela. Y puede que las obras de esta colectiva sean otros tantos rayuelomatics 2.0: modelos para armar y rearmar un libro infinito.

"Rayuela/El orden falso".

Galería Malborough. Madrid

Hasta el 18 de noviembre.


El Pais. Babelia nº 1.661. Sábado 23 de septiembre de 2023


martes, 26 de septiembre de 2023

Una lección de escritura en forma de novela negra

 El rey del terror consolida en Holly un personaje inolvidable y se instala en la mejor tradición de un género que admira como lector.

Por Juan Carlos Galindo


Holly

Stephen King

Plaza & Janés, 2023

624 páginas. 23,90 euros

Hace tiempo que Stephen King (Portland, 75 años) llegó a ese momento de una carrera literaria en el que muchos autores se hubiesen sentido saciados. Autor de más de 60 best sellers internacionales, rey del terror, poseedor de un universo creativo y una capacidad narrativa apabullante, King decidió en 2014 entrar de lleno en el género negro con Mr. Mercedes, la primera entrega de una trilogía protagonizada por el detective Bill Hodges y donde vemos por primera vez a una tal Holly Gibney. Ese personaje secundario fue ganando espacio y abriendo un camino que nos lleva hasta su primera historia larga como protagonista, publicada este jueves en español como Holly (Plaza & Janés).

King lo explica así en una nota incluida en La sangre manda, una novela breve que supuso el primer vuelo en solitario de la detective Gibney: "Adoro a Holly. Así de sencillo. En principio debía ser un personaje secundario en Mr. Mercedes, no más que un extra estrafalario. Pero me robó el corazón (y casi me robó el libro). Siempre siento curiosidad por saber qué está haciendo y cómo le van las cosas. Cuando vuelvo a ella, veo con alivio que todavía toma su Lexapro y sigue sin fumar".

En Holly, la detective sigue al frente de Finders Keepers, la agencia que heredó de Hodges, centrada sobre todo en pequeños casos. Los jóvenes hermanos Jerome y Barbara Robinson (ya conocidos por los lectores de la trilogía) y su socio Pete la ayudarán a resolver un extraño caso surgido de un hilo del que Holly tira con habilidad: hay una serie de desapariciones en una zona cercana sin ninguna relación aparente, crímenes que han pasado bajo el radar durante años, pero con un denominador común; los dos ancianos perpetradores. No se alarmen, no hay destripe posible. No es una novela enigma, no es un thriller en torno a un misterio por resolver: aquí sabemos quiénes son los malos, lo que desconocemos es cuándo se van a cruzar con Holly, cómo va a ser capaz de llegar hasta ellos, qué daño le van a hacer. Por que, si hay algo seguro en las novelas de Stephen King, es que sus protagonistas nunca salen indemnes. El libro está dividido en dos tiempos entreverados: en uno (de 2018 a 2021) vemos a estos dos ilustres profesores cometer sus crímenes (el porqué se descubre pronto); en otro, ya en el tiempo presente de la novela (2021, un años después de La sangre manda), vemos a Holly ir a por ellos en la parte más procedimental y pegada al policial canónico, detallado y muy elaborado.

Hay algo arriesgado de este vuelo en solitario de Holly, un peligro frente al que el autor de Misery se pasea como si nada: que el personaje se convirtiera en un cliché o en alguien que, por su particular condición, genere más pena que otra cosa. Pero ahí se alza Holly Gibney con las hechuras de un personaje que perdurará en el género por cómo está construida (hay detalles deliciosas en su camino de superación), por esta novela y por lo que vendrá: King ha confesado que ya está con otra historia sobre ella. El autor estadounidense ha entendido a la perfección la importancia de la continuidad del héroe en un género poblado por Sherlock Holmes, Harry Bosh, John Rebus, Petra Delicado y Tess Monaghan, por citar solo algunos ejemplos.

Holly atesora pérdidas antes de llegar a este libro: muerto su mentor y amigo Bill Hodges por cáncer de páncreas, muerta su prima Janey a manos de un psicópata (y antes otra prima que se suicida por culpa del mismo asesino, Brady Hartsfield, dueño y señor de las páginas más oscuras de la trilogía de Mr. Mercedes), machacada por una madre odiosa (la señora Charlotte, negacionista, muere por coronavirus al principio de esta novela en un claro mensaje a los trumpistas)...  Además, en La sangre manda ya no fumaba, pero aquí ha vuelto. Eso sí, ha conseguido mirar a la cara a la gente cuando los interroga, ya no va con los hombros encorvados, sabe enfrentarse a los problemas y usa la violencia, por mucho que le repela, si es necesario. Poeta frustrada, aquí con 55 años y más retos que rémoras, es una mujer bastante hecha, lejos del desastre que conocimos.

Una de las historias secundarias, la de la joven Barbara (aspirante a poeta, futra estudiante de Princeton, pupila de una autora mítica), es fascinante y respira amor por la literatura, pero King sabe que en este género cada capa tiene que ir hermanada con la trama general y así lo hace hasta un punto decisivo para el ritmo y el sentido final del libro. Del desenlace, por cierto, solo diremos que si en Fin de guardia (la última de Bill Hodges) y en La sangre manda transita por esos caminos de lo sobrenatural que tan bien conoce, aquí se mantiene dentro de la realidad sin ahorrarse por ello nada del horror al que nos tiene acostumbrados.

Sin un tono tendencioso ni panfletario, King atiende también a otro aspecto clásico de la novela negra: los temas sociales. Aquí están, entre otros, las reivindicaciones del movimiento Black Lives Matter, Trump y su destrucción del tejido de convivencia de Estados Unidos y la covid, pero todos se integran en la trama, en la actitud de los personajes, sin discursos. Sobre el virus, muy presente en la novela, la postura de King (a favor de las vacunas, la ciencia y las mascarillas, en contra de los conspiranoicos) es la de Holly, pero dice en la nota aclaratoria final que si hubiera elegido un personaje negacionista confía en haberlo presentado con justicia. Así ocurre, por ejemplo, con las tesis de uno de los asesinos, que por supuesto no comparte.

"Cuando crees que has visto lo peor que los seres humanos tienen que ofrecer, descubres que te equivocas. La maldad no tiene fin", comenta uno de los personajes secundarios casi al final, una frase que Holly hace suya. Y es así. El único consuelo es que ese mal siga formando parte del corpus literario de autores como King, integrado ya en la tradición de la novela negra. Bill Hodges dijo en una ocasión a Holly que él solo leía las historias de Michael Connely y su personaje Harry Bosh y las de Ed McBain ambientadas en el distrito 87. Cuando Stephen King se mete en el género, está, a su manera, a la altura de los clásicos. Y con Holly ha vuelto a regalarnos una excelente novela.


El Pais. Babelia nº 1.661. Sábado 23 de septiembre de 2023


viernes, 15 de septiembre de 2023

Todos somos griegos



Historia Oxford de Grecia y el mundo helenístico

John Boardman, Jasper Griffin y Oswyn Murray (editores)

Traducción de José C. Vales

La Esfera de los Libros, 2023

575 páginas. 25,90 euros.



Por Manuel García Sanchez

Todos somos griegos, o al menos eso creía Percy B. Shelley cuando defendía con pasión desde el Romanticismo que nuestras leyes, nuestra literatura, nuestra religión, nuestras artes tuvieron sus raíces en la Grecia antigua. Solo había que sumar un poco de orientalismo, como hicieron Condorcet, Stuart Mill o Spengler, entre muchos otros, para considerar que sin los griegos Europa estaría poblada de minaretes, más próxima a la barbarie que a la civilización, y que en la batalla de Maratón o en Salamina un puñado de soldados salvó a la civilización. Eso que llamamos Europa es el fruto, ciertamente, de una encrucijada entre Atenas, Roma y Jerusalén, aunque no es menos verdad que antes que ellas, desde las rutas de Oriente Próximo y desde Egipto, desde la ruta de la seda, desde Persia o Mesopotamia, fuera tan solo pacotilla lo que alcanzaron los emporios y las ciudades griegas ni que fueran sociedades vertebradas por el despotismo y la superstición. No es menos cierto que las concepciones del mundo egipcias y mesopotámicas fueron las que avivaron entre los griegos su propensión a preguntarse sobre el porqué de las cosas y a estimular su habilidad para crear belleza, la invención de las artes y las ciencias, pero no es menos verdad que es herencia de Grecia el que la concibamos tal como las concebimos todavía hoy.

De lo que no cabe duda es de que siempre volvemos a Grecia, para bien o para mal, en busca de humanismo o para legitimar tozuda e inmoralmente el eurocentrismo, porque en ella se encuentran los orígenes de nuestra identidad, de nuestra comunidad imaginada, con sus ficta y sus facta, y nada mejor que hacerlo de la mano de mistagogos oxonienses y coregos experimentados como sir John Boardman, desde la arqueología y la historia del arte; Jasper Griffin, desde la mitología y Hesíodo, u Oswyn Murray, desde la historia y la sociedad; desde una polifonía armónica de sabios coreutas como Martin West y Julia Annas al tratar sobre filosofía, como Simon Hornblower o Robin Lane Fox al acercarnos la historia clásica o la cultura helenística, como la de Jonathan Barnes al diseccionar la ciencia helenística, entre muchas otras timbradas voces conocedoras como nadie del mundo clásico.

La virtud de esta completísima y ya clásica Historia Oxford de Grecia y el mundo helenístico reside en el hecho de vencer un mal hábito de larga duración, a saber, el de convertir, y demasiadas veces desde la monodia, la historia tan solo en historia político-militar, lo que la Escuela de los Annales denunció hace ya muchos años como histoire événementielle, como historia de los acontecimientos. Es esta una historia cultural y en ella figuran tanto Pericles como Alejandro, Homero, la tragedia ática, la filosofía o la religión, el acontecimiento y la larga duración, el genio individual y la mentalidad colectiva, la racionalidad apolínea y la irracionalidad dionisiaca. No se descuida tampoco la mitología o la historia del arte griego e incluso se nos teletransporta hasta la vida cotidiana y la sociedad. Es esta una manera sabia de escribir una historia de Grecia, con el aval de la interdisciplinariedad y la voz de reputados especialistas, desde múltiples moradas, desde el saber de filósofos, historiadores del arte o arqueólogos que nos acercan, desde perspectivas diversas, todas las Grecias.

Sí, se objetará quizás que se trata de una obra clásica en su planteamiento historiográfico al idealizar a Gracia y al mundo helenístico e imponer una cierta sordina a la deuda de Grecia, de Europa, con Oriente. Una lectura atenta desmitirá tal reparo y lo que sobre todo le confiere su carácter de clásica no es para nada una escritura de la memoria pasada de moda o ya superada historiográficamente, sino todo lo contrario, que en sus páginas aprendemos siempre la necesidad de volver a Grecia, también en una época en la cual nos acercamos al pasado con una mirada presentista y multicultural.

Épica y lírica, filosofía y teatro griego, mitología y religión, arquitectura y arte, todo ello de la mano de relatos de historia y de historiadores griegos, nos revelan porqué todos somos griegos. Sus historias y sus ideas nos resultan siempre familiares, tanto da que acompañemos a Antígona en su dilema moral o que los átomo s sean todavía hoy el fundamento de la naturaleza. Como diría Goethe, seguimos sintiendo a Grecia como nuestra porque Homero fue modelo de Virgilio o Dante y la mitología griega persistió en todo el arte europeo, en Miguel Ángel o Rubens, en Milton o Keats, porque Grecia inventó la democracia y porque sigue siendo criterio de evaluación de casi todas las cosas. Grecia siempre nos ayuda a comprender y a comprendernos, a entender y a entendernos, a desvelar lo divino y lo humano, la naturaleza y la convención. Por supuesto que podemos también censurar a Grecia, por el esclavismo, por la discriminación de la mujer. Pero el legado de Grecia supera ampliamente sus delitos y faltas, sus vicios, y porque Grecia siempre tiene la ventaja de que su pasado no es nunca un país extraño. Todos seguimos siendo griegos, sencillamente porque, como dijo el poeta Odisseus Elitis, allá donde vamos, Grecia va con nosotros. Tal es el poder liberador del pasado de Grecia, de su palabra fértil, tal es su poder terapéutico para liberarnos de la tiranía del presente, todo ello hace de Grecia la escuela de la civilización, por qué todos nosotros somos griegos.




El Pais. Babelia nº 1.647. Sábado 17 de junio de 2023



lunes, 11 de septiembre de 2023

El genio que jamás creyó en el genio

Los ensayos de Edgar Allan Poe revelan a un autor analítico, fiel en su escritura al rigor propio de un problema matemático y que no entiende de arrebatos de inspiración

Por Javier Aparicio Maydeu



Ensayos completos

Edgar Allan Poe



Vol.I. Traducción de Antonio Rivero Taravillo. Prólogo de Fernando Iwasaki

Páginas de Espuma, 2018

522 páginas. 27 euros




Vol. II. Traducción de Antonio Jiménez Morato

2021

534 páginas. 27 euros



Vol. III. Traducción de A. Jiménez Morato.

2023

477 páginas. 35 euros.

"Como del otro lado del espejo / se entregó solitario a su complejo / destino de inventor de pesadillas" ("El otro, el mismo") rezan estos versos del poema que Borges le dedicó a Poe sabedor de que el genio de Boston, lejos de integrar el romanticismo auspiciado por la mítica noción de  inspiración, es una figura de palmaria anacronía porque sus ideas estéticas ni se corresponden con las de la época que le tocó vivir, y pertenece a la estirpe de los artistas que se han visto obligados a construir un mundo literario, a revelar las claves que contribuyen a interpretarlo y a levantar un andamiaje que sustente su poética, y la de Poe es de corte analítico, fundada en la lógica y en los pormenores, fruto de un cientifismo que de algún modo vaticina algunos de los presupuestos de la narrativa naturalista en la que las emociones le llegan siempre al lector tamizadas por la distancia impuesta por el narrador, y poco importa si relata en tercera como en primera persona. Fue Poe el que aseguraba que es primordial disponer de un plan para no desviarse del camino, y que divaga sin remedio el escritor que se deja llevar por la inspiración, inducida o no por por paraísos artificiales. Que cada párrafo le rinda pleitesía al texto final. Y es "Filosofía de la composición", breve alegato en detrimento de las musas recogido en el primer volumen de los Ensayos completos, el texto en el que consigna estas convicciones desde la obstinación en obedecer a un modus operandi, persuadido de que "ningún punto de la composición puede atribuirse a la intuición ni al azar; y aquella avanzó hacia su terminación, paso a paso, con la misma exactitud y la lógica rigurosa propias de un problema matemático". Valéry supo ver a través de la idolatría de Baudelaire por el autor de La caída de la casa Usher que Poe es "el demonio de la lucidez, el genio del análisis y el inventor de las combinaciones más seductoras de la lógica con la imaginación, del misticismo con el cálculo". Y a la "matemática tiniebla" de Poe se refiere Neruda en su célebre poema de Canto general. No contribuye al azar, tampoco la intuición, a la invención del arquetipo del cuento contemporáneo y de la poesía simbolista, sí desde luego la disciplina en el proceso creativo y las estrategias discursivas aprendidas en incontables y provechosas lecturas en las que atiende a las historias pero se detiene en las palabras elegidas para relatarlas y en el modo en que son dispuestas con exactitud de orfebre, al contrario, dece, de la mayoría de los escritores, "que prefiere dar a entender que componen bajo una especie de frenesí, una intuición extática".

Junto a la edición de los Cuentos completos publicada por Páginas de Espuma en 2008, con traducción y prólogo de Julio Cortazar y prefacios de Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, y el volumen de Poesía completa traducida y editada por José Francisco Ruiz Casanova (Cátedra, 2016), dispone ahora el lector en español de los Ensayos completos en tres volúmenes que Páginas de Espuma comenzó a publicar en 2018, y el tercero de los cuales celebramos que acabe de ver la luz de modo que puede acceder en su idioma al vasto universo del autor de Los crímenes de la calle Morgue. Apresurémonos a decir que estos volúmenes podrían haberse titulado Obra crítica porque sobre todo reúnen reseñas y porque bajo este marbete también se acomodaban sin esfuerzo los cuatro estudios sobre poesía que abren el primer volumen, sobre todo la imprescindible e influyente "Filosofía de la composición", el erudito y sumamente técnico "La lógica del verso", y una teoría poética en toda regla que lleva por título "El principio poético" y en el que abunda en la idea de que la creación literaria debe rehuir la pasión porque precisa de la contención ("para imponer una verdad, necesitamos severidad antes que la eflorescencia del lenguaje").

En su ensayo sobre Daniel Dafoe, a vueltas con la verosimilitud le recrimina al lector que leyendo Robinson Crusoe "ninguno de sus pensamientos es para Defoe, todos para Robinson", como si el éxito de un texto no fuese hijo del talento artístico con el que se ha compuesto. Dedica un "Exordio a las reseñas críticas" en el que defiende la crítica literaria como un ejercicio riguroso que mitigue en lo posible "la opinión frívola", y en "Sobre críticos y crítica" encomia la lectura que interpreta y señala defectos y no de la que cae en hagiografías, sino de la que "muestra cómo se habría podido mejorar la obra para contribuir a la causa general de las letras", a la vez que diserta en torno a la necesidad de una defensa del talento literario norteamericano más allá de la rémora de sentirse colonia británica también en el terreno literario. De entre sus compatriotas, elige autores que podrían constituir el canon de su literatura nacional. Hereda el gótico de Potocki o Walpole y lee a Coleridge con devoción, elogia los cuentos de Hawthorne pero afea el inglés de Fenimore Cooper. Presagia a los 32 años el éxito de Dickens cuando el inglés cuenta con 29. Debate acerca del plagio y de la originalidad, y se permite el lujo de escribir una reseña sobre su propia obra, como hará más tarde Nabokov. Anotemos que la labor crítica de Poe no solo contempla dificultades hermeneúticas o abre debates que auguran el comparatismo, arremete contra formas verbales inadecuadas y riñe al autor que emplea mal el polosíndeton. No es a Poe a quien hay que decirle que la literatura es lenguaje, un eje paradigmático, que atraviesa un eje sintagmático, elegir y disponer en el papel, a sabiendas de que "solo un escalón se interpone entre lo sublime y lo ridículo".

Observamos una mente en ebullición, un artista que no entiende de clarividencias y arrebatos y se obliga a comprender los mecanismos del arte y a percibir qué decisiones lingüísticas generan qué efecto, un genio que jamás creyó en el genio, un autor genuinamente moderno que ya supo ver, antes de lo advirtiera Pavese en El oficio de vivir, que "el artista que no analiza continuamente su técnica es un pobre hombre".


El Pais. Babelia nº 1.654. Sábado 5 de agosto de 2023


domingo, 10 de septiembre de 2023

"Arcana Mundi": hacia una antigüedad esotérica

El libro de Georg Luck simboliza el interés moderno por acercarse al ocultismo antiguo como vía de conocimiento del mundo clásico

Por David Hernández de la Fuente


Arcana mundi

Georg Luck

Traducción de Elena Gallego Moya y Miguel E. Pérez Molina.

Alanza Editorial, 2023

744 páginas 

18,50 euros


En el año 158, el escritor romano Apuleyo, célebre hoy por su magnífica novela El asno de oro -sobre las andanzas de Lucio, un aprendiz de brujo malogrado y transformado en burro-, fue procesado por una acusación de magia ante un tribunal, lo que podía haber acabado con su condena a muerte. Había iniciado una relación con una viuda, madre de un excompañero suyo de estudios platónicos en Atenas, que había acabado en matrimonio con aquella mujer 10 años mayor que él e inmensamente rica. Apuleyo acabó convenciendo al tribunal de que no había usado la magia para seducirla, con un discurso -que conservamos íntegro- en el que justificaba su interés en el mundo de los espíritus por su condición de filósofo. Argumentaba, en su defensa, que otros muchos filósofos, como Pitágoras o Empédocles, también habían acabado acusados injustamente de brujería.

Esta anécdota, entre muchos otros textos relacionados con las que hoy llamaríamos "ciencias ocultas", es solo uno entre muchos testimonios del interés por las magia, la adivinación, la astrología o la demonología que había en la vida cotidiana del mundo antiguo: desde la política a la judicatura, de ahí a la literatura o las artes, todo estaba, en cierto modo, marcado por esa pasión por lo sobrenatural. Pero ¿de qué estamos hablando?, ¿magia o religión, alquimia o ciencia, astrología o astronomía? Sobre todo cuando recordamos los nombres de algunos filósofos presocráticos, como los citados, es difícil trazar la línea divisoria, pues muchas veces parecen más bien santones o taumaturgos que pensadores lógicos o científicos.

Desde hace al menos cuatro décadas la investigación se ha centrado preferentemente sobre la incidencia de estas cuestiones en la historia social, política, de las mentalidades y las religiones.Justamente por aquél entonces se publicó en la editorial académica de la John Hopkins University un volumen que, en cierto modo, simbolizaba el interés moderno por desmenuzar todo el conglomerado del ocultismo antiguo como vía de conocimiento de aquel mundo prestigioso, pero a veces tan mal entendido, que denominamos clásico. El libro de Gerg Luck Arcana mundi (1985), recientemente rescatado por Alianza, presentaba una amplia antología de textos comentados que enumera las razones por las que no podemos entender a los griegos y romanos sin estas facetas que no se compadecen con su fama de racionalidad y serenidad. Y es que casi todos los grandes escritores antiguos, desde los naturalistas como Plinio a los filósofos como Platón, evidencian un notable énfasis en "lo sobrenatural" simplemente como una parte oculta de la naturaleza.

Pero el interés por estos textos, que nos acercan a una antigüedad muy diferente, se remonta más atrás en el tiempo. De hecho, hace ya mucho que sabemos que el consabido "paso del mito al logos", parafraseando el famoso libro de W. Nestle (1940), tiene mucho de simplificación positivista, y que el pensamiento mítico o mágico sigue siendo muy relevante -pese a la genealogía progresiva que quiso establecer Frazer de una siempre mitificada ciencia- tanto para los antiguos como para nosotros. Tras trabajos pioneros como los de la llamada escuela de ritualistas de Cambridge, que empezó a comparar las experiencias religiosas de los griegos con las que otras culturas que antes se tachaban de "primitivas", fue el revolucionario estudio Los griegos y lo irracional, de E. R. Dodds (1951), el que marcó un antes y un después. Otros grandes estudiosos del siglo XX, cuya influencia se reconoce en la obra de Luck y que han trabajado sobre la confluencia entre la magia, filosofía y religión, son A. J. Festugière o A. D. Nock, herederos a su vez de estudios pioneros en siglos anteriores, como los de Fontenelle, Creuzer, Lobeck o Bouché-Leclerq. Hoy todos están superados, también en cierto modo Luck, pero hay que reconocer el camino que marcaron.

En el comienzo, parecen apuntar estos textos, fue la sophía, que adopta varias máscaras. Entre las analogías y las diferencias, el lector puede tratar de ir deslindando, entre magia y religión -adivinación, ensalmo y plegaria conciernen a ambas- o de investigar los paralelos entre magia y filosofía, en astronomía, teurgia o alquimia. En el trasfondo está la noción de que existe una "fuerza" -la dynamis, poder divino, o acaso demónico- que vincula todo en el universo. Una especie de sympátheia, o conexión cósmica, conecta la materia y la conciencia, sobre la idea de mediación o comunicación, otro noción clave para entender cómo funcionan los démones o seres intermedios -o, a veces, los "hombres divinos" (theioi andres, según la denominación clásica)- y los oráculos. De hecho, la noción de daimon, que atraviesa la historia de la antigüedad desde la época arcaica a la cristiana, se puede rastrear como ejemplo de mediación con lo divino en diversas tradiciones esotéricas que aparecen en varias escuelas filosóficas y en figuras sapienciales, desde Pitágoras hasta los santos de la Antigüedad tardía.

De forma muy sugerente, Luck trata en su introducción algunas aplicaciones de categorías en principio extrañas a la religión antigua y procedentes de la antropología, la psicología o la historia de las religiones (tabú, mana, chamanismo, médium, etcétera), que pueden ser útiles para dilucidar la especial relación con lo divino de algunas de estas figuras clásicas. Especialmente fascinantes son los desarrollos desde los primeros siglos de nuestra era y su ambiente espiritual apasionante. Entre el declive de los oráculos y la descreencia de la religión tradicional grecorromana, en torno al siglo II, se va a experimentar un cambio histórico-cultural y religioso ciertamente  crucial: coincide con la emergencia del cristianismo y el auge de nuevos misterios orientales muestran un auténtico boom de lo espiritual en medio de un mundo en incipiente crisis. Lo recoge la afortunada expresión de Dodds "una época de angustia", en la que el mundo de los oculto, en general, es sin duda la clave de bóveda.

Así se ve, por ejemplo, en la novela El asno de oro, para terminar donde empezamos, donde se describe con especial vivacidad el ambiente que rodea la metamorfosis de Lucio: es este un mundo plagado de brujas, milagros, sacerdotes ambulantes, mágicos azares y extraordinarios sueños. Entre ocultismo y esoterismo, como quería Guénon, quizá medie solamente lo sublime- y en Apuleyo lo encontramos, desde luego, en la memorable fábula de Amor y Psique, de tan rica recepción-, que otorga un inolvidable simbolismo místico-literario a alguna de las páginas que recoge la antología aquí comentada. Pero cabe recordar que ambas facetas, la popular y la elevada, son dos caras de un mismo y apasionante fenómeno que toca lo irracional o subsconciente en nosotros y que bien merecía una evocación como la que nos propone este libro. Es de agradecer que ahora, 40 años después de su publicación, se rescate la recopilación de textos que, de cierta forma, inició el desarrollo actual de las investigaciones sobre la pasión por lo sobrenatural de nuestros queridos clásicos.







El Pais. Babelia nº 1.656. Sábado 19 de agosto de 2023



miércoles, 6 de septiembre de 2023

domingo, 3 de septiembre de 2023

El Sueño eterno de Raymond Chandler

Leo regularmente, o con regularidad, o cuando vuelvo a ver el libro buscando otra cosa, el caso es que llevo bastante tiempo volviendo una y otra vez a ciertos libros. De forma cíclica releo una y otra vez algunas novelas. Mayoritariamente, novelas negras, clásicas, sobre todo de Raymond Chandler. 

Son novelas aparentemente del género negro, de detectives. Situadas en el tiempo en los años 40 y 50 del siglo XX, en California, en la ciudad de Los Angeles. Pero en realidad el novelista consiguió retratar personajes atemporales y sobretodo un detective que jamás habría podido ganarse la vida si hubiese existido en el mundo real.

Acabo de terminar El sueño eterno (mi favorita es El último adiós), y a pesar de que la literatura hard boiled ha sido representada en el cine desde muy pronto y muy a menudo, el único personaje que consigo ver, visualizar, al leer, es el personaje de Vivian Regan: “…y miré a la señora Regan, que era merecedora de atención, además de peligrosa. Estaba tumbada en una chaise-longue modernista, sin zapatos, de manera que contemplé sus piernas, con las medias de seda más transparentes que quepa imaginar. Parecían colocadas para que se las mirase. Eran visibles hasta las rodillas y una de ellas bastante más allá. Las rodillas eran redondas, ni huesudas ni angulosas. Las pantorrillas merecían el calificativo de hermosas, y los tobillos eran esbeltos y con suficiente línea melódica para un poema sinfónico. Se trataba de una mujer alta, delgada y en apariencia fuerte. Apoyaba la cabeza en un almohadón de satén color marfíl. Cabello negro y fuerte con raya al medio y los ojos negros ardiente del retrato del vestíbulo. Boca y barbilla bien dibujadas. Aunque los labios, algo caídos, denotaban una actitud malhumorada, el inferior era sensual.”

El texto anterior pertenece al principio del capítulo 3 del libro, y aparece en mi cabeza en toda su gloria de juventud, Lauren Bacall. Juro que el resto de personajes no forman una imagen tan nítida en mi cabeza, son arquetipos en base a las descripciones, pero Lauren Bacall aparece de forma clara y sin dudas.




Ya digo que suelo releer el libro regularmente. Al personaje de Philip Marlowe nunca fui capaz de ponerle rostro, se asemeja demasiado a un Quijote moderno, solitario hasta extremos irreales, que es casi un misógino, el mismo dice que aborrece a las mujeres. 

Y la lista sigue, casi interminable, retratando a toda un colección de personajes, desde los policías, fiscales, matones, delincuentes, secretarias, cantantes, sirvientas, mayordomos, todos perfectamente retratados, envueltos todos en una trama de pornografía, juego, seducción y muerte.

Por cierto, mi versión cinematográfica favorita por si no se ha notado es El sueño eterno dirigida por  Howard Hawks y protagonizada por Humphrey Bogart y Lauren Bacall.

Dejo aquí un enlace para quien quiera leer razones y citas para leer a los clásicos que me gusta bastante : ¿Por qué leer los clásicos? por Pablo Hernández Blanco de la revista Jot Down