viernes, 26 de agosto de 2022

Los visitantes Javier Cercas



JAVIER CERCAS

27 MAR 2005 

Hace dos semanas me contaron la historia. Me la contó una amiga a quien no veía desde hacía veinte años. Yo la recordaba joven, guapa y lista; cuando la encontré en la estación del tren pensé que ya no era joven, pero que todavía era guapa y seguía siendo lista. Hicimos el viaje a Barcelona juntos. Durante el trayecto me puso al día de su vida: me habló de su trabajo y me contó que se había casado, que había tenido un hijo, que se había divorciado, que sus padres habían muerto. Yo también le puse al día de mi vida y, no sé por qué, le conté lo siguiente. Tres semanas atrás tenía que viajar a Rusia en compañía de un amigo; mi amigo viajaba desde Madrid y yo desde Barcelona, y debíamos encontrarnos en Ginebra para volar juntos hasta Moscú. Sin embargo, al llegar aquella mañana al aeropuerto me dijeron que mi visado no estaba en regla y que no podía viajar. Deprimido, llamé a mi amigo, que me maldijo a gritos: "¡Pero qué coño quieres que haga yo dando vueltas solo por la plaza Roja como un gilipollas!". Me reí; él también se rió. Nos despedimos. Pero mientras volvía a casa imaginé mi asiento vacío en el vuelo Ginebra-Moscú y tuve un presentimiento espantoso; traté de ahuyentarlo, pero no pude. Llamé a mi amigo: no me contestó. Tres horas más tarde sonó mi móvil; lo cogí temblando, seguro de que una voz iba a anunciarme que el avión que volaba desde Ginebra a Moscú se había estrellado. "¡Hay que ser gilipollas!", oí con inmenso alivio: era mi amigo desde Ginebra. "Hay un error en mi visado y me vuelvo para casa: ¡al carajo con la plaza Roja!". "Claro", dijo mi amiga en el tren. "A mí me ocurrió una cosa parecida, sólo que más rara". "¿Más rara?", pregunté. "Es una historia un poco larga", dijo. "No importa", contesté. "Tenemos tiempo".

La historia empezaba diez años atrás, cuando a mi amiga le diagnosticaron una colitis ulcerosa, una enfermedad crónica que consiste en la ulceración completa del colon. "Una cosa jodida", explicó. "Más o menos cada dos años ingresaba en el hospital Trueta, desangrándome, y me pasaba allí por lo menos un mes". Durante esas estancias hizo algunas amistades, entre ellas la del sacerdote del hospital. "Se llamaba mossèn Joaquim", explicó mi amiga. "Lo conocía de antes. Yo sigo siendo anticlerical, no sé tú, pero el hombre era muy agradable y me hacía compañía". Un día, exactamente el 7 de marzo de 2001 -lo recordaba muy bien-, ingresó de urgencia en el Trueta, víctima de una crisis más aguda que las anteriores, y durante los dos días siguientes sobrevivió a base de transfusiones. La noche del segundo día, su compañera de habitación llamó a las enfermeras y, después de que éstas le cambiaran las sábanas empapadas y limpiaran la sangre que encharcaba el suelo, mi amiga se desmayó. Cuando recobró el conocimiento, el cirujano estaba a su lado; le dijo que la iban a operar de inmediato. "Me voy a morir, ¿verdad?", le preguntó mi amiga. El cirujano le acarició un brazo y, con la voz inconfundible con que se dicen las mentiras, le dijo: "No". Cuando se quedó a solas sintió que se iba. "Así que esto es la muerte", pensó. No se sintió triste, porque supo que estaba muriéndose sin miedo ni angustia. Horas después, antes de entrar en el quirófano, las fuerzas todavía le alcanzaron para garabatear en un trozo de papel higiénico unas palabras para su hermano: "No olvides que he vivido bien y que he sido más fuerte y más lista de lo que creías".

La operación, durante la cual le practicaron una colonectomía total, fue un éxito, hasta el punto de que la enfermedad no se ha vuelto a reproducir, y el domingo del primer aniversario de aquella intervención a vida o muerte decidió que iba a celebrarlo llevando pasteles y champaña a casa de su hermano. Luego decidió que no debía celebrarlo, para que su hermano no la acusase de débil, tonta y sentimental. Pasó el día con su hermano y su hijo, pero no les dijo nada, y cuando llegó a su casa por la noche se sintió orgullosa de sí misma. Feliz, se puso a ver una película en la tele; la recordaba: era Los visitantes, de Elia Kazan. En mitad de la película sonó el teléfono; lo cogió. "¿Funeraria Poch?", oyó. Le faltó el aire; tras un silencio consiguió articular: "Es una broma, ¿no?". "De ninguna manera", dijo una voz escandalizada. "Permítame que me presente: me llamo mossèn Joaquim y soy el sacerdote del hospital Trueta". Lo que siguió fue una conversación aterradora, hilarante y absurda, durante la cual comprendieron que el sacerdote se había equivocado de teléfono. "Llamaba a la funeraria porque hoy se ha muerto una pobre chica", dijo mossèn Joaquim; añadió: "Y ahora que lo pienso, hija, se ha muerto de colitis ulcerosa y tenía la misma edad que tú". Mi amiga no recordaba más, y al día siguiente se despertó deseando que todo hubiera sido una pesadilla y sabiendo que no había sido una pesadilla. "Desde entonces pienso a veces en la mujer que murió", concluyó mientras entrábamos en Barcelona. "Es como si fuera mi amiga y como, no sé, como si por error hubiera ocupado mi asiento en el vuelo Ginebra-Moscú".

Nos despedimos en la estación del paseo de Gracia, no sin antes prometer que volveríamos a vernos. Pero no nos dimos los teléfonos.


El Pais Semanal nº 1.487. Domingo 27 de marzo de 2005


martes, 23 de agosto de 2022

¿Quién teme a la literatura experimental?

POR DOMINGO RODENAS DE MOYA

La respuesta al encabezado de este artículo es sencilla: los editores, a los que hace palidecer la pesadilla de una huida en desbandada de los lectores. Es cierto que las obras experimentales que ahora cumplen un siglo, como el Ulises o La tierra baldía, ya están aisladas por el cofre de hormigón del canon, lo que permite a los curiosos acercarse a ellas sin temor a la radiación de lo ininteligible y pertrechados de guías tan estimulantes e instructivas como la que Eduardo Lago acaba de publicar sobre la novela de James Joyce, Todos somos Leopold Bloom (Galaxia Gutenberg). Son libros "que expulsan al lector de sus dominios, que incluso no permiten su entrada", como dice Lago, pero cuya consagración como clásicos los ha convertido en pasto de la industria académica, lo que amortigua su dificultad y la vuelve inofensiva para el negocio editorial. A ese club de libros ariscos y prestigiosos también pertenece Larva. Babel de una noche de San Juan, de Julián Ríos, que ha recuperado con todo primor la editorial Jekyll & Jill casi 40 años después de su primera edición.

La expectación en 1983 había sido mucha después de que Ríos hubiera anticipado en 1973 unos fragmentos en la revista Plural de Octavio Paz (y luego en Vuelta, en Espiral, en Syntaxis...), y el libro no defraudó la espera. Aquella entrega inicial de Larva —su continuación, Auto de Fénix, sigue inédita— llegaba con retraso, en la estela de un neovanguardismo que había consumido su pólvora en el primer lustro de los setenta, pero iba mucho más allá de la opacidad prosística de Juan Benet (en Una meditación; 1969), del sabotaje mítico y verbal de Juan Goytisolo (en Reivindicación del conde don Julián; 1970), de los laberintos verborreicos y libertades tipográficas de J. Leyva entre tantos (por ejemplo, en Heautontimoroumenos; 1973) e incluso de la fantasía político-filosófica de Miguel Espinosa (Escuela de mandarines; 1974). De hecho, emparentaba de manera inmediata con tres escritores cubanos que habían amasado y rehecho a su antojo el idioma: José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante y Severo Sarduy, y de manera indirecta con dos tradiciones, la del inconformismo sociopolítico expresado jocosamente a través de la tradición carnavalesca (Rabelais, Cervantes, Quevedo, Sterne, Diderot, Flaubert...) y la del cuestionamiento del lenguaje como herramienta de representación del mundo (Joyce, ante todos, pero antes Roussel y después Céline, Arno Schmidt o Guímaraes Rosa). Larva estaba enraizada en diversas tradiciones, al tiempo que entrelazaba esas raíces con la misma festiva desenvoltura que practican los protagonistas del erótico cuento de hadas que le sirve de cañamazo: el de Babelle y Milalías en una noche de San Juan en un Londres multicultural.

Ríos no quiso prescindir del espinazo de la trama novelesca, pero la adelgazó y la trituró en escenas: la historia se puede seguir, entre elipsis, saltos y trampantojos, en las páginas impares (las de la derecha), mientras que las pares funcionan como cámara de resonancia a través de unas notas que, en palabras de Severo Sarduy, son "como una lluvia de partículas, el residuo" de la frotación del idioma en el relato. Y ese "viento solar" produce un incesante magnetismo fonético entre palabras de muy diversos idiomas, con el castellano como masa madre, por el que se confrontan, se funden entre sí y se interrogan con humor. El festival lingüístico que orquesta Ríos es tan espectacular como exigente para el lector, que tiene ocasión de admirarse y verse abrumado, de regocijarse y sucumbir al aburrimiento. "Quien bien te escribe te hará sufrir", reza una de las notas. Cada página es un prodigio de ingenio y un desafío a la agilidad mental (y al archivo cultural) del lector, al que además se le va enviando a unas Notas de la Almohada pergeñadas por Babelle con interpolaciones del tercer vértice del trío protagonista: un Herr Narrator intrusivo con no poco del autor.


Un niño de 12 años asiste a un maratón de lectura de) Ulises de James Joyce, en Los Ángeles en

20I5.ALSEIB/ LOS ANGELES TIMES (GETTY IMAGES)


Esta compleja maquinaria, que suministra momentos de gozo estético únicos, es accesible, sin embargo, solo para una minoría de lectores. Resulta útil, a falta de una guía como la de Lago sobre el Ulises, el libro colectivo Palabras para Larva que en 1985 editaron Andrés Sánchez Robayna y Gonzalo Díaz-Migoyo. Su tono predominante es más celebratorio que analítico, pero sigue siendo un vestíbulo recomendable. Ríos quiso eludir las asperezas del experimentalismo más hostil al lector. Quiso probar que es posible narrar desde un idioma incandescente que refutara por la vía de los hechos la idea (de Edoardo Sanguineti) de que la vanguardia, para protegerse contra su mercantilización, debía levantar una muralla infranqueable. En su obra posterior, en Amores que atan (1995) o Monstruario (1999), abundó en esa senda. Pero lo cierto es que hoy en día Larva sigue siendo un libro tan fascinante como disuasorio, un ocho-mil literario cuyo ascenso promete bellezas y revelaciones únicas, pero para el que muchos lectores no se ven en suficiente forma. Ríos era muy consciente de la soledad laboriosa que pedía a su lector. El regreso a las librerías de este Finnegans Wake español, una sátira menipea en la que el castellano se disfraza dé otros idiomas y el engaño a los ojos cervantino se transforma en engaño a los oídos, invita a considerar la vigencia actual de la literatura más arriscada en un mercado en el que la dificultad ha sido demonizada como un temible repelente de lectores.

Paul Valéry, recordando sus conversaciones con Stéphane Mallarmé, se lamentaba de que la facilidad de lectura fuera la norma desde que, con el reinado de la prisa, "todo el mundo tiende a no leer más que aquello que todo el mundo podría escribir", porque a él solo le incitaban los libros que ofrecían resistencia. La querella entre fáciles y difíciles (o, con tosca simplificación, entre realistas y experimentales) tiene entre nosotros un lance famoso en la polémica, en 1970, entre Isaac Montero y Juan Benet. Sin embargo, en ese pugilato Benet no golpeaba en nombre de toda la vanguardia (Joyce era para él un costumbrista) ni de toda la neovanguardia (que tendía a despreciar, sobre todo la de ascendencia francesa), sino de la autonomía de la literatura frente a las servidumbres morales o políticas, lo que para él significa la primacía de la elocución, la construcción de un estilo. Era un ejemplo de lo que Roland Barthes llamó écrivaint, alguien "que absorbe el porqué del mundo en un cómo escribir", cuya escritura es intransitiva, frente a la transitividad del écrivant, siempre al servicio de un fin (ideológico, didáctico...) más allá del lenguaje. La cosa estaba clara: o literatura tout court o escritura mostrenca; o se era escritor o escribidor. Pronto las leyes del mercado ablandarían esa jerarquía y él podría haber sido tildado de Mr. Difficult, como lo hizo Jonathan Franzen con William Gaddis en 2002 desde las páginas de The New Yorker.

El delito de Gaddis, del que veía la luz su novela postuma Ágape Ágape (traducida con el palíndromo Ágape se paga), había consistido en no aceptar que el escritor actual debe entretener a sus lectores compitiendo con otros entretenimientos más seductores, como las teleseries o los videojuegos. El tipo de literatura abstrusa e inaccesible que le atribuía era un tiro en el pie de la industria del libro en un escenario en el que la palabra luchaba por sobrevivir. Para Franzen, Gaddis encarnaba al anacrónico escritor de Estatuto, para el que el valor de la obra es independiente del aprecio de los lectores, mientras que el escritor de Contrato, que él propugna y representa, asume el deber de absorber y emocionar al lector ayudándolo así a soportar su soledad existencia!... Las réplicas no se hicieron esperar y quizá la más entonada y acida fue la de Ben Marcus en el ensayo Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos (Jekyll & Jill), traducido en 2018 por Rubén Martín Giráldez, que añadió de su cosecha unos espléndidos "pinitos de pedantería" en el epílogo. Sus argumentos son inapelables; no hay un único modo de representar la realidad, la literatura es el arte del lenguaje, el arte no puede abjurar de la búsqueda y acomodarse a las convenciones... Pero no cambian el hecho tozudo de que calificar hoy a un escritor de experimental equivale a decir que su obra "no es relevante, que no es legible y que es agresivamente masturbatoria". Es un baldón.

Y, sin embargo, con el experimentalismo de capa caída, cabe preguntarse por su indudable pervivencia. ¿Se mantendrá como una práctica secreta y casi conspirativa, como una iglesia mistérica cuyos fíeles, diseminados por el mundo, cultivan y comparten, como autores y lectores, un empecinado culto al lenguaje? En 2004, el argentino Damián Tabarovsky defendió con vehemencia una experimentación literaria radical, ajena al público, sin más red protectora que el "deseo loco de novedad" y dirigida al lenguaje. Una literatura fuera del mercado, lejos de las universidades, cuyo único mundo sea "el buceo del lenguaje" y que habría de instituir una comunidad imaginaria, invisible e inconfesable, la comunidad inoperante de la literatura. Esta comunidad rechazaría el principio de comunicación, el instinto gregario, el impulso polémico, y estaría formada por un conjunto de soledades. Llamó literatura "de izquierdas" a la que desquicia y hace delirar el lenguaje (como Larva), a la que no da a creer nada ni impone un sentido, la que desestabiliza las creencias y transforma la incertidumbre en fortaleza. En definitiva, la que engendra dentro de la lengua una lengua extranjera, como dijo Deleuze haciéndose eco de Proust.

El estatuto actual del experímentalismo es el del espectro: está muerto, pero sigue entre nosotros, una pervivencia en la que el propio Tabarovsky insistió en Fantasma de la vanguardia (2018): aunque ese fantasma no responda cuando se le interroga, su mera posibilidad (su haber existido) lo vuelve indispensable en el quebradizo futuro de la literatura. Esa es sintomáticamente la convicción que subyace a dos ensayos recientes: ¿Qué será la vanguardia?, de Julio Premat, y La vanguardia permanente, de Martín Kohan. Aunque el marco de sus reflexiones es argentino, los términos en que se plantean las hace valederas fuera del mismo. A Premat le interesa en qué medida el impulso vanguardista, como reliquia de un pasado en el que el futuro era posible, podría reactivarse en nuestro presente, pero sus conclusiones distan de ser edificantes: "La radicalidad, la oposición, la experimentación" operan como armas "anacrónicas" de reivindicación y defensa de lo literario, pero también como cuestionamientos prometedores e incitaciones decisivas para seguir creando. La crisis de la vanguardia, siendo esta el epítome de lo literario, no es más que la crisis de ia misma literatura. Kohan, por su parte, concede una suerte de disponibilidad plena a la insubordinación vanguardista, con toda su carga de revulsivo político, pero admite que en sus ambiguos retornos debe precaverse contra su neutralización y domesticidad, contra las versiones espurias de sí misma, contra las poses y los posos.

¿Es Larva ya una obra para profesores, pábulo o rancho para el filovanguardismo académico de tesis, artículos y congresos? ¿Ha quedado en monumento visitable, en letra inerte? Es de desear que no sea así. Quizá sea imposible perforar el lenguaje para mirar a través de sus agujeros qué se esconde al otro lado (la imagen es de Beckett), pero Ríos se quedó muy cerca de lograrlo y esa aventura estética y cognitiva no caduca, aunque suene anacrónicamente idealista.


Arriba, el proyecto Ulysses (2006), del artista Simón Popper, que dispuso todas las palabras de la obra de Joyce en orden alfabético. Debajo, el escritor gallego Julián Ríos, autor de Larva, en un retrato de 1984. BRUNO VICENT (GETTY IMAGES) / MANUEL ESCALERA


Ulises
James Joyce
Traducción de José Salas Subirat 
Galaxia Gutenberg, 2022.
816 páginas 21 euros

Todos somos Leopold Bloom. Razones para (no) leer el "Ulises"
Eduardo Lago
Galaxia Gutenberg, 2022. 
216 páginas 18 euros

Larva. Babel de una noche de San Juan
Julián Ríos
Jekyll&Jill,2021 
600 páginas 34 euros

La vanguardia permanente
Martín Kohan
Paidos, 2021 
128 páginas 6,99 euros (e-book)


¿Qué será la vanguardia?
Julio Premat 
Beatriz Viterbo, 2021. 
236 páginas 9,45 euros (e-book)

     EL PAÍS. BABELIA  Nº 1.601 SÁBADO 30 DE JULIO DE 2022

lunes, 15 de agosto de 2022

A 24 imágenes por segundo



Cartel de Prusakov y Borisov de la película Viaje a marte, TASCHEN


SILLÓN DE OREJAS

Por Manuel Rodríguez Rivero

1. Diseño

Hubo un momento en que pareció que la Utopía se ponía al alcance de la mano. En aquel país en ruinas, desgarrado por una desalmada guerra civil, por la intervención codiciosa de las potencias extranjeras, por tremendas hambrunas, por infinitas corruptelas, por la paralización industrial, el abandono del campo y la incompetencia ante los retos que presentaba una revolución absolutamente inédita, que hubo razones para pensar que la Historia cambiaba su rumbo y que "igual que las flores se vuelven mirando hacia el sol, así también lo pasado, gracias a alguna misteriosa forma de heliotropismo, puja por volverse hacia ese sol que se eleva en el cielo de la historia" (Walter Benjamín, IV Tesis de filosofía de la historia). El arte, todas las artes, reflejaron la potencia de aquel nuevo comienzo. Los "creadores", como quería Ródchenko, buscaban que su expresión se fundara en la organización real de la vida y aboliera las fronteras entre todas las formas artísticas. No había normas ni tabúes. El cine, considerado por Lenin y Lunacharski (su comisario del pueblo para la educación de las masas) una poderosa máquina de propaganda, fue por su alcance y popularidad la forma privilegiada desde el Estado: en la segunda mitad de los veinte, la época dorada de la vanguardia soviética, Eisenstein, Dziga Vértov, Dóvzhenko y Pudovkin, entre otros, lograron imponer un estilo que influiría enormemente en la cinematografía mundial. En sintonía con ello, la publicidad cinematográfica se desarrolló extraordinariamente de acuerdo con criterios vanguardistas y profundamente anticonvencionales: Film Posters of the Russian Avant-Garde (Taschen, 50 euros; textos en inglés, alemán y francés) recoge en un espectacular volumen a todo color más de 250 carteles que anuncian las películas con el mismo dinamismo creativo (humor, imaginación) y técnicas que habían popularizado el futurismo, el constructivismo, los artistas proletarios, los suprematistas: collages, fotomontajes, primeros planos cortados, efectos a escala, ángulos imposibles, colores inesperados, perspectivas de vértigo, tipografías, mestizajes técnicos. La época dorada de la cartelería cinematográfica soviética se prolongó a principios de la década siguiente, hasta que en 1932 la burocracia estalinista impuso el "realismo socialista" (tan deudor del naturalismo burgués) como el único arte capaz de reflejar los valores del proletariado y el luminoso camino al comunismo. Entre los artistascuyas obras se incluyen en este libro destacan Alexander Ródchenko, Antón Lavinski, Nathan Altman, Anatoli Belski, Nikolái Prusakov o los geniales hermanos Gueorgui y Vladimir Steinberg. Un libro fundamental para entender el poder de atracción que ha ejercido el diseño y la publicidad del periodo más creativo y libre del arte soviético.

2. Deseos

Queridos improbables: en una sección semanal como es¬ta (que lleva apareciendo ininterrumpidamente —lagarto, lagarto— desde 2008) es difícil no repetirse alguna vez. Me suena que ya he dicho que la colección Signo e Imagen de Cátedra es una de las más serias y constantes a la hora de publicar libros de cine. Bueno, pues una vez más lo tengo que decir. Acabo de leer buena parte del estupendo El deseo femenino en el cine español (1939-1975), un libro colectivo coordinado y editado por Nuria Bou y Xavier Pérez, de quienes ya conocíamos el muy sugerente El cuerpo erótico de la actriz bajo los fascismos. España, Italia, Alemania (1939-1945), publicado en la misma serie. El nuevo libro, muy ilustrado con fotogramas de las películas, parte del truismo de que "el deseo es algo que no se pudo quitar a las mujeres en la sociedad franquista". De qué manera se manifestó ese deseo —y su represión patriarcal— en el cine español es la sustancia de este libro. Una galería de actrices —de Amparo Rivelles a Teresa Gimpera, pasando por Emma Penella o Sara Montiel— encarnan en diversos momentos (y películas) arquetipos del deseo femenino que, en su desarrollo cronológico, representan los imaginarios cinematográficos de la feminidad. Un libro revelador para comprender la educación sentimental de varias generaciones.

3. WFF

Mi primer contacto con la obra de Wenceslao Fernández Flórez (1885-1964) fue a los 12 o 13 años en la consulta de un internista (siempre he tenido bastante vida interior) al que me llevó mi madre. Allí, sobre la mesilla de la sala de espera, encontré un ejemplar de una revista médica que incluía, entre anuncios a todo color de medicamentos disuasorios, una de sus novelas (cortas) de "ultra-tumba" (sic). Su lectura me absorbió tanto que, cuando la enfermera nos llamó para que pasáramos a ver al médico, la metí subrepticiamente en mi cabás de escolar, perpetrando el primer robo de libros de mi vida. WFF fue, durante un tiempo, uno de los escritores más leído en la España censurada por Franco y sus secuaces. Y —por eso lo traigo a esta columna horizontal y cinematográfica— uno de los autores más vinculados al cine de su época. Que yo sepa, sus historias han sido filmadas o adaptadas por directores como Nieves Conde, Neville, Rafael Gil, Cuerda, Iquino, y supongo que se me olvida alguno. Políticamente era un conservador afectadamente dandi que, en algún momento, incluso llegó a cruzar la línea roja del maurismo, pero siempre fue un tocapelotas a su manera: hasta los mismos franquistas recelaban de sus lealtades y su ironía. La Fundación Castro, que Gutenberg cuide muchos años, acaba de publicar un volumen (en edición del periodista Miguel González Somovilla) con cuatro de sus mejores novelas: Volvoreta (1917), El secreto de Barba Azul (1923), Las siete columnas (1926) y El bosque animado (1943), cuya lectura permite hacerse una idea de sus estilemas y su modo de hacer narrativo. No es Stendhal, pero sus novelas pueden funcionar como espejo deformado a lo largo del camino. Y además sabe hacer reír, lo que no es poco.



   EL PAIS. BABELIA Nº 1.575, SÁBADO 29 DE ENERO DE 2022

domingo, 14 de agosto de 2022

Tener (o no tener) olfato



Franco y Salazar, en 1927. KEYSTONE / GETTY

SILLÓN DE OREJAS

Por Manuel Rodríguez Rivero

1. 2021 (aún)

¡Uff! Terminó finalmente el interminable 2021, que el divino Cronos confunda y elimine de la nómina de los días. Y no solo por la pandemia. Igual que el falso proletario Douglas Quaid (Schwarzenegger) en Desafío total (Verhoeven, 1990), tentado estoy de acudir a la compañía Memory Call para que me cambien los recuerdos del año en que vivimos con el corazón encogido y las ansiedades a flor de neurona, mientras nos despedíamos de tantos y tantas (recuerdo aquí a Jorge Lozano, por citar solo a uno de los amigos que asesinó el virus), y la señora Yolanda Díaz, imprevista discípula de Berlinguer, pronunciaba cientos de veces su mantra "créanme". El año (felizmente) pasado fue también testigo de una enorme generalización del pesimismo medioambiental: nunca, desde que Hiroshima y Nagasaki marcaron nuevos terrores globales, habían soplado tan de cerca los vientos que anuncian la posibilidad de la extinción de la vida humana. Jorge Riechmann, uno de los más conspicuos poetas del amor en tiempos del colapso, llevó al extremo esa convicción ("antropoceno/ antropocidio", dice en uno de sus poemas-aforismos) en su poemario Z (Huerga y Fierro), en el que podemos leer apocalípticos versos que reflejan nuestra inacción ante la catástrofe, como: "Después del punto sin retorno // llega el siguiente punto sin retorno". Por lo demás, en lo que concierne a los libros, 2021 no fue un mal año: la prueba es que el coro de los libreros, tan sensible a los traspiés del consumo, no se queja demasiado. Y libros se fabricaron muchos: según la agencia del ISBN, se publicaron 87.576 títulos (solo de editoriales), lo que representa un 14% más que el año anterior. La pandemia favoreció las liturgias de interior, así que leímos más que nunca: desciende el número de los que no lo hacían jamás y aumenta la cantidad de libros que leen los ya lectores —quizás habría que decir las 'lectoras", que son las que lo hacen más—. Planes para promocionar aún más la lectura son los que trae Daniel Fernández, el "nuevo" —en realidad, un repetidor— presidente de los editores españoles, que pretende que para 2050 nuestro índice de lectura iguale la media europea. Felicidades por su nombramiento (Planeta no quiere que repita el señor Tixis, y Núria Cabutí, CEO de Random, pasa del cargo), y espero que su nueva época al frente del sindicato de editores sirva para algo más que para crearle una nueva muesca en su currículo.


2. Fragancias

Supongo que mi indudable parecido físico con el clavadista que en el anuncio de Dolce & Gabbana se lanza desde el acantilado de Capri sobre el mar azul turquesa (la fragancia que anuncia el saltador se llama Light Blue) para ser recibido por la sensual valquiria que le espera sexualmente acogedora desde la eternidad mediterránea me capacite, siquiera levemente, para hablar de perfumes y esencias. Entre los días 24 de diciembre y 4 de enero he realizado, desde mi sillón de orejas, entronizado provisionalmente frente a la tele, un trabajo de campo acerca del consumo conspicuo (en el sentido que daba Veblen a la expresión) a partir de los anuncios de perfumes. Algún día, y en menos de hora y media de intervalo, mis ojos, mis oídos y mi mente han recibido impactos visuales e ideológicos de algunas de las fragancias que ofrecen marcas como Cacharel, Yves Saint Laurent, Calvin Klein, Chanel, Shiseido, Hermés, Carolina Herrera, Paco Rabanne, Jean Paul Gaultier, Gucci, Issey Miyake, Narciso Rodríguez, Chloé, Giorgio Armani, Lancôme, Hugo Boss, Versace, Adolfo Domínguez, Ángel Schlesser, Mugler y hasta otra decena más de compañías perfumeras. Si se considera su imaginería y puesta en escena, se aprende un montón acerca de la ideología que transmiten. Como la inmensa mayoría va destinada a promover su consumo entre mujeres, podemos distinguir, grosso modo, tres tipologías: para jóvenes más o menos etéreas y soñadoras ("Regresan las fragancias sencillas y nostálgicas, que huelen a flores, a cítricos, a día despejado"), para mujeres empoderadas y/o de armas tomar, y para sexualmente liberadas o diosas eróticas (podríamos incluirlas en lo que se conoce como porno chic), sin que existan compartimentos estancos entre las tres. Todos exhiben una prescrita marca de clase con enorme poder de seducción, y en ellos se mezclan los proyectos de vida con los de compra y con la sugerencia implícita de la profecía autorrealizada según acuñó Robert K. Merton. Los usos, gestos y opiniones de la clase dirigente se "democratizan" y, como decía Veblen (Teoría de la clase ociosa, Alianza), adquieren el carácter de un código establecido que dicta su comportamiento al restó de la sociedad. Todo muy siglo XX, todavía. Como si no pasara nada y todo pudiera ser eternamente igual a sí mismo, con la que está cayendo y las ganas que le entran a uno de coger un martillo e irrumpir en la tienda de vidrio.

3. Historias

Tan cerca y tan lejos. Sabemos de Portugal bastante menos que ellos de nosotros (empezando por la lengua): se diría que, más que una frontera, nos separa un océano. Sabemos poco de su historia (excepto de cuando formó parte de la nuestra) y, sobre todo, de cuando lo gobernaba una dictadura hermana de la que aquí padecíamos. La increíble historia de Antonio Salazar, el dictador que murió dos veces (Debate), del periodista italiano Marco Ferrari, es una interesante biografía política de Antonio de Oliveira Salazar (1889-1970), el muy austero, secretista, meapilas y fascista político que gobernó Portugal con mano de hierro durante casi 40 años. Particularmente interesante resulta el relato de su más bien distante relación con Franco (a cuya victoria colaboró y a quien convenció para que no entrara en la guerra a favor del Eje), con quien le unía, sin embargo, la convicción de luchar por "la civilización cristiana occidental".


  EL PAÍS. BABELIA Nº 1.572 , SÁBADO 8 DE ENERO DE 2022

sábado, 13 de agosto de 2022

La autoficción mutante sobrevive

Tras la explosión de los últimos años y éxitos como el de Karl Ove Kanusgárd, el subgénero adopta nuevas formas para ir más allá de una mera moda literaria


ANDREA AGUILAR, Madrid 


Tres autores hablaron el domingo pasado sobre los límites entre la literatura de la memoria y la autoficción, en uno de los coloquios organizados con motivo de la Feria del Libro de Madrid en la casa de fieras del parque del Retiro —hoy reconvertida en la Biblioteca Eugenio Trias—, Alberto Moreno se refirió a cuando su yo "sonaba demasiado a yo" mientras escribía Las películas que no vi con mi padre (Círculo de Tiza); David Jiménez argumentaba a favor de no haber usado nombres reales en El director (Libros del KO) y Milena Busquets no dudaba en afirmar que "escribir es un trabajo de seducción". En su recién aparecido diario, Las palabras justas (Anagrama), Busquets, concisa y directa, escribe sobre la escurridiza etiqueta: "El término auto-ficción desaparecerá, de hecho, ya está desapareciendo, pero habrá servido para señalar una tendencia y un camino".

El crítico y novelista francés Serge Doubrovsky fue el primero en emplear "autoficción" para describir su libro Hijos en 1977. pero ha sido en la última década cuando este subgénero tomó impulso y expandió sus redes hasta abarcar un amplio campo narrativo en el que, según quien lo defina, cabe casi cualquier texto en el que eí autor aparezca de forma directa. El noruego Karl Ove Kanusgárd y su minuciosa sexalogía Mi lucha marcó un hito en esa forma híbrida de novela basada en la vida real, y David Shields proclamaba en su manifiesto Hambre de realidad (Círculo de tiza) la irrefrenable pulsión que marcaba el signo de los tiempos en la era de Facebook y la telerrealidad. Se abrió una fértil grieta en la estricta separación entre ficción y no ficción que divide el mercado anglosajón, mientras que en otros idiomas con fronteras menos marcadas la primera persona con nombre propio iba copando espacio. Si el Nuevo Periodismo de Tom Wolfe y Joan Didion se había valido de las herramientas de la ficción para enganchar al lector en los sesenta, la novela parecía tomarse en el siglo XXI la revancha y poner el foco en lo real.




¿Ahora en la pospandemia la moda en materia literaria toca su fin? "Toda ficción es autoficción, porque uno parte de su propia experiencia", afirmaba Javier Cercas el mismo domingo, tras pasar la tarde firmando en una caseta. Pero este autor, que dio su nombre al protagonista de Soldados de Salamina, tiene una definición acotada del término, en la que deja fuera la autobiografía, el ensayo personal o las historias reales en.las que un escritor se incluye —"si todo es autoficción, nada lo es"—. El elemento ficticio, la historia inventada con nombres reales, es lo que para Cercas marca la diferencia. "Es un mecanismo narrativo, una máscara que te permite usar elementos reales como ficción. Es un territorio muy concurrido y no creo que esté acabado. Yo lo he dejado porque para mí ya se había terminado, no quería repetirme", explica, y añade enfático que, en contra de lo que pudiera parecer, hay poco de nuevo en la autoficción, basta con volver a Juan Ruiz, arcipreste de Hita o a La divina comedia protagonizada por Dante.

El tiempo y el contexto juegan un papel clave en este subgénero, según Agustín Fernández Mallo. "Cuando un libro de autoficción es editado, qué es y qué no es el autor, el componente biográfico verdadero o fake biográfico del personaje, es muy tenido en cuenta por el lector, que lee el libro en esa tensión. Luego, pasan años, décadas, y eso se va diluyendo en el lector y en su percepción; se establece otro pacto de lectura, ya totalmente en términos de novela (ficción) o, por el contrario, de puramente biografía (no ficción)", explica, y se refiere él también a Dante: "La divina comedia es una obra que entra en la categoría de autoficción, aunque ¿quién lee hoy a Dante en esa clave? Nadie". El autor de Nocilla Dream, que expuso sus ideas sobre el contexto cambiante en que un texto es leído en Teoría general de la basura, aprecia en la novelística española de los últimos años "una renuncia de la fantasía en pos de la sociología novelada", un giro hacia lo confesional. "Ha habido una inflación de novela autobiográfica, pero al fin la novela, como dicen del capitalismo, es indestructible, aunque vaya mutando".

Un cierto tabú rodeaba la confesión personal en formato literario, según el novelista y crítico Carlos Pardo, y esto es lo que ha sido derribado. "Autoficción es una etiqueta muy menor dentro del género autobiográfico. Ha habido una inflación, como también la ha habido en la escritura sobre la maternidad, y básicamente lo que quiere decir es que por fin se puede escribir sobre esto sin que sea denostado. Hay una recuperación de zonas que habían sido consideradas literatura menor, como ocurre ahora con el terror, en el trabajo de Mariana Enríquez o Samantha Schweblin". Su conclusión es que a la novela en -la que cabe lo autobiográfico "le queda mucha tralla".

Nuevas formas

Un derrotero poco frecuentado en la difusa línea de la autoficción es el que ha tomado la escritora mexicana Andrea Chapela en uno de los relatos de Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio (Almadía). El martes, en la presentación en la Residencia de Estudiantes de Madrid, Chapela habló del cuento protagonizado por un personaje que lleva su nombre. "Quise probar con una memoir especulativa. porque hay veces que ser fiel a lo real no es suficiente para narrar lo que pasó. Pensé en la autoficción de ciencia ficción, ¿qué pasa si haces un giro de tuerca entre lo que es tuyo y lo que no lo es?

Valerie Miles, cofundadora y editora de Granta en español —en cuya última lista de mejores escritores jóvenes estaba Chapela—, subraya que la idea de que "hay algo nuevo en el uso del yo como centro narrativo es ridicula", pero concede que en la era del selfi la escritura que toma al autor como eje central tiene rasgos particulares. "Se abusa como ocurre con los selfis, pero si miramos a Annie Ernaux o Emmanuel Carrére lo suyo no es un autorretrato favorecedor, sino un yo que destripa al ser humano con pelos y señales, que mira a la persona más allá de su esplendor", reflexiona. "La autoficción no está agotada en escritores que lo usan para explorar y experimentar, pero es muy complicado exponerte como un animal en un zoológico, hay que tener muy buena pluma. Muchos se equivocan, pero esto es todo o nada".

"No sé si importa mucho como lo llamemos", reflexiona Milena Busquets. "Toda persona que escribe quiere hacer literatura y esto depende de la calidad, la ambición y el compromiso. Un escritor aspira a acercarse a la verdad". Annie Ernaux es para ella un referente claro, "una cirujana" que disecciona esa escurridiza verdad, cuya brevedad desmiente la tan extendida idea de que las mujeres se enrollan más de la cuenta. Escribe Busquets en Las palabras justas: "Las intimidades más terribles que uno puede contar son siempre sobre uno mismo, no sé por qué los demás se preocupan tanto. En general, un escritor tiene más de suicida que de asesino".

ELPAÍS, Sábado 4 de junio de 2022

viernes, 12 de agosto de 2022

Un clavo quita otro, quizás Por Manuel Rodríguez Rivero


Memorial de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en Berlín, c. bilan iddp/ afp / getty)

SILLÓN DE OREJAS


1. Arquitecturas

El virus de la arquitectura me lo inocularon tres tipos que estaban en la "Escuela" y con los que participaba en las movidas del Sindicato Democrático de Estudiantes, en una época en que el franquismo ya no mataba tanto, pero aún tenía esa querencia. Los tres tipos eran Carlos Sambricio, reencontrado tras los años de colegio, y a quien sigue manteniendo activo su pasión investigadora, y los hermanos Daniel y Rafael Zarza (Gropius los tenga en su inmensa gloria). A los dos últimos, que eran —además de listos, guapos y modernos— muy manitas, los conocí en la premiére universitaria de El arquitecto y el emperador de Asiría, de Fernando Arrabal (que entonces nos parecía progre), para la que habían diseñado una serie de cabezas de papel maché que reproducían las de los muertos del Guernica picassiano, y que los actores se arrojaban en escena con fruición. Mi afición a la arquitectura no es técnica, sino estética (ya sé que no debería decir esa tontería) y más bien blanda: me conformo con viajar de vez en cuando para admirar edificios que me gustan, con tener en mi despacho una foto del monumento (destruido por Hitler) a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, de Mies van der Rohe (1926), y con leer en este periódico las estupendas crónicas-reportajes-entrevistas de Anatxu Zábalbeascoa sobre arquitectos/as y diseñadores/as de interior. Bueno, y ya puestos a confesar, también me entretienen (por motivos totalmente distintos y bastante más morbosos) los reportajes del ¡Hola! sobre las casas de gentes podridas de dinero y famosos con vagos apellidos aristocráticos y gustos más bien recargados y horteras (muchos adolecen de horror vacui). A propósito de arquitectos y moderneces, les recomiendo la lectura (a ratos) de Palabra de Pritzker (Anagrama), del periodista Llátzer Moix, que incluye 23 entrevistas (la mayoría inéditas) con otros tantos laureados del prestigioso (y discutido) premio. Incluye, muy oportunamente, una interesante conversación con el último premiado, Diébédo Francis Kéré, realizada en 2010, cuando el arquitecto de Burkina Faso contaba con 45 años, pero ya tenía muy claro su ideario.

2. Paremia

Qué gran verdad encierra la paremia acerca de que un clavo se quita con otro; Cicerón, en una de sus Disputaciones tusculanas decía que novo amore, veterem amorem, tamquam clavo clavum (a ver, ejerciten su latín, está tirado), refiriéndose a que las penas por el amor perdido se quitan con otro nuevo. Pero no hace falta irse tan lejos; en el acto X —quizás el más perverso de todos— de La Celestina, la alcahueta le plantea a la tontaina de Melibea la misma fórmula, empleada también por Petrarca: "Un clavo con otro se espele (sic), y un dolor con otro", dando inapelable carta de naturaleza al remedio más utilizado por los amantes despechados que rechazan cometer suicidio. Dejando aparte el hecho sintomático de que las dos obras cumbre de nuestra literatura estén protagonizadas respectivamente por un viejo chiflado y una puta vieja (y si añadimos a la nómina a Don Juan Tenorio, por un acosador de mediana edad), lo cierto es que el refrancito vale para todo. Incluso para los libros. Terminé a duras penas En lo más profundo del sur (Tusquets), la última novela publicada en España de John Connolly (traducción de Vicente Campos). Lo mejor, como siempre, el personaje de Charlie Parker, el exagente dañado al que los malos apiolaron a su mujer y su hija, pero incluso ese motivo me ha parecido ya excesivo, manierista, déjà vu, sobrexplotado: tanto va Connolly a la fuente que su cántaro se agrieta. Más breve que Antigua sangre, la anterior, a la nueva novela le siguen sobrando, sin embargo, sus buenas 150 páginas. Se trata de una precuela: Parker aún no es del todo Parker, aunque ya han asesinado a su familia. La acción en un sur (Arkansas) un poco de cartón piedra (el título original se traduciría como "El sur sucio"), donde se han cometido tres asesinatos (dos con empalamientos vaginales) de muchachas negras. A pesar de la presencia de personajes locales bien trazados, a mí me han cansado los ires y venires de la historia, pero me temo que Connolly, que es un consumado promotor de sí mismo, va a seguir por una senda que le reporta pasta a raudales. Los editores saben que las novelas gruesas (esta supera las 500 páginas) pueden venderse más caras, y no le dicen que acorte, simplifique, concentre, elimine: así ponen en peligro su gallina de los huevos de oro. Y luego está su ritmo de producción: el primer parker se publicó hace 20 años, y ya lleva otros tantos. Quizás lo de Connolly conmigo tenga arreglo (espero leer algún día su novela sobre su ídolo, que también es el mío, Stan Laurel), pero hoy por hoy necesitaba un clavo que me quitara el de Connolly. Lo encontré en la misma editorial (Tusquets) con el delicioso volumen de relatos pos-pandemia Cuarentena, de Petros Márkaris (dos de ellos protagonizados por el comisario Jarifos), en el que también se incluye una hermosa rememoración autobiográfica de la isla de Jalki, donde pasó épocas de su infancia y juventud. La traducción, notable, se debe a la pintora, ilustradora y traductora (ojo al nombre) Ersi Marina Samará Spiliotopulu. De modo que, una vez más, un clavo me quitó la (relativa) decepción del otro.

3. 1922

Me pregunto cómo recordarán 2022 en 2122, suponiendo que todavía entonces quede gente. Quizás como el año de la tormenta perfecta, el primer año del final, el año en que todo cambió para siempre. Muy distinto, sin duda, a 1922: el año I de la nueva literatura según Pound, con Ulises (Joyce) abriéndolo y Tierra baldía (Eliot) cerrándolo. Antonio Pavero Taravillo ha escrito una hermosa novela que es un homenaje a aquel año, y se llama, simplemente, 1922 (Pre-Textos).



EL PAÍS, Babelia nº 1.598, SÁBADO 9 DE JULIO DE 2022

domingo, 7 de agosto de 2022

Lo veo (bastante) negro Por Manuel Rodríguez Rivero


Viggo Mortensen, en Una historia de violencia (2005) de David Cronenberg.

SILLÓN DE  OREJAS

1. Indefiniciones

Igual que ocurre con el amor, el cine negro escapa a toda definición que pretenda exactitud, fijación de límites, precisión. Cualquier aficionado/a al cine "sabe" que una película es noir o, al menos, que tiene que ver con lo que fue el primer noir, cuyo acmé tuvo lugar en las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo XX. 50 maneras de morir, de la crítica e historiadora del cine catalana Violeta Kovacsics, publicado en castellano por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), se ocupa, en una breve introducción y 50 fichas de películas individuales, de ese género de tan compleja e insegura caracterización. Sabemos que surgió, en torno y después de la II Guerra Mundial, en una época de derrumbe de valores en el llamado "mundo libre"; que en sus tramas tiene mucho que ver el sentido de la fatalidad, de retorno de un pasado del que nunca se puede escapar (como en la tragedia griega), de ahí el abundante recurso a la analepsis o flashback; sabemos que en su estética mandan el claroscuro, las sombras, la composición descompensada de las escenas; que entre sus influencias (además de la novela negra: 'Hammett, Chandler y toda la tropa) está el existencialismo europeo, el expresionismo alemán (muchos directores emigrados de Alemania hicieron cine noir) y el neorrealismo de posguerra; que sus protagonistas ya no son héroes de una sola pieza, refractarios al desánimo y a la angustia; que sus mujeres son a menudo femmes fatales que seducen y destruyen; que la sociedad que reflejan es cínica y violenta. Al noir le cuadra mejor el blanco y negro: recuérdense al respecto, por solo citar algunas obras maestras, El halcón maltes (Huston, 1941), Perdición (Wilder, 1944), Retorno al pasado (Tourneur, 1947); pero esa querencia por el claroscuro no es óbice para que se hayan hecho noirs en color: ahí tienen, por ejemplo Chinatown (1974), de Polanski, o Una historia de violencia, de Cronenberg (2005). Por supuesto, entre las 50 fichas de films noir que adjunta la autora no están, ni mucho menos, todos los que son, y tampoco yo incluiría entre los que están algunos de los que figuran. Pero el libro es útil como introducción a un género tan proteico.


2. Uno

Desde principios de mes, y coordinadas con los más tórridos calores, las editoriales nos bombardean con sus programaciones otoñales. Al contrario de lo que sucedía hace algunos años, ahora la presión de los departamentos comerciales y mercadotécnicos (quien los tenga; hay editores que son mujeres y hombres orquesta) insta a hacer públicas las "apuestas" de la rentrée, para que los medios se encarguen de difundirlas (gratis, claro). El modelo es, sin duda, francés: ellos fueron los que inventaron la rentrée, convirtiéndola en una especie de espectáculo cultural y comercial que implica a toda la cadena del libro. Claro que allí el sector cuenta con instituciones que coordinan los datos proporcionados por los diferentes sellos, de modo que a estas alturas ya sabemos no sólo cuántos libros se publicarán entre mediados de agosto y finales de octubre, considerado el tiempo canónico de la rentrée, sino también a qué género pertenecen, cuáles son sus títulos, quiénes sus autores y hasta los códigos de barras con que se pondrán a la venta. No es que allí sean más listos: es que hace tiempo que comprendieron que son necesarias instituciones que se ocupen de lo que las editoriales no pueden. Y que el "ruido" que la rentrée genera es un elemento esencial para crear expectación y poner el libro en boca de todos. Este año ya sabemos que se publicarán, por ejemplo, 490 novelas (345 francesas, ¡de las cuales 90 primeras novelas!, y el resto, traducciones), y en las próximas dos semanas saldrán las listas con todos los libros, ficción, no ficción, cómics, etcétera. La cifra de novelas es la más baja de los últimos años; según algunos comentaristas, el descenso se debería a la escasez y precio del papel, pero me temo que algo tendrá que ver el temor de empresarios y consumidores al rigor de una crisis que podría derivar en recesión: como quedó claro en 2008 y siguientes, cuando se disparan los precios y la gente se rasca el bolsillo, el libro (al menos el "nuevo") no funciona como "valor refugio". Aquí podríamos también unificar los datos que proporcionan las editoriales (tenemos el ISBN, el depósito legal y DILVE: suficiente), pero falta voluntad y empeño. Nuestras autoridades sectoriales quizá tengan otras cosas en que pensar: supongo que este año, con España "invitada de honor" por segunda vez en la Feria de Francfort (del 19 al 23 de octubre) y con el ministerio muy implicado (y poniendo pasta), ya tienen suficiente trabajo. Como es frecuente en este país de procrastinaciones y éxitos rutilantes en el último momento, espero que el pretencioso lema "Creatividad desbordante", inventado para la ocasión, no sirva solo para que estemos encantados de habernos conocido y de ser tan bibliodiversos (que lo somos). Solo falta que Miquel Iceta, ministro del ramo, y María José Gálvez, su entregadísima directora general del Libro y de Fomento de la Lectura, inauguren la presencia española marcándose una rumba catalana que quite el hipo. A su manera, los dos saben hacerlo.

3. Extranjero

En tiempos de rigor económico, nuestro extranjero más próximo y asequible es Portugal. Más allá de las guías turísticas, el Viaje a Portugal, de José Saramago, publicado por vez primera en 1995, sigue siendo un libro fundamental para comprender la realidad y el pasado de nuestro (nunca suficientemente conocido) vecino. Alfaguara acaba de publicar en una bella edición (traducción de Basilio Losada, fotos del propio Saramago y de Duarte Belo) este libro imprescindible para los amantes y viajeros del país hermano.


    EL PAÍS. BABELIA Nº 1.599, SÁBADO 16 DE JULIO DE 2022

viernes, 5 de agosto de 2022

El ensayo, una guía del presente



Desde la izquierda, Irene Vallejo, Byung-Chul Han y María Elvira Roca Barea. / carlos gil-roig / Víctor lerena (efe)

Impulsado por los éxitos de ventas, el género adquiere relevancia en este momento en el que la tecnología y las redes sociales avivan la discusión sobre la realidad


EI autor de Sapiens, Yuval Noah Harari. / emily berl

SERGIO C. FANJUL, Madrid 

El mundo, para la industria editorial, se divide en dos partes: la ficción y la no ficción. La no ficción es un cajón de sastre donde se encuentran manuales para hacer gin tonics, recopilaciones de ejercicios de pilates, recetarios de gastronomía, biografías de famosos o guías botánicas. Pero también ahí se enmarca el género del ensayo, que, si bien ocupa una posición minoritaria dentro de esta taxonomía, ofrece razones para pensar que está acorde con el zeitgeist o espíritu del tiempo contemporáneo. El goteo de grandes superventas hace que las editoriales se animen a probar suerte.

La no ficción avanza por múltiples caminos que le facilita la contemporaneidad. "El individualismo favorece la proliferación de libros que cuentan la experiencia de personas célebres; la dignificación de muchas profesiones favorece la aparición de todo tipo de manuales (psicología, gastronomía, etc.); la implosión de la información y el consiguiente desorden en los saberes favorece los libros de análisis y de síntesis, generales o particulares, sean de sociología o de autoayuda", enumera Joaquín Palau, editor junto a su hijo Alvaro de Arpa, especializada . en no ficción. Aunque esta aparente diversidad esconde un tronco común: "Formalmente, pretenden algo parecido: ayudar a poner orden en las ideas y en las cabezas", añade Palau.

En un presente cambiante e incierto, el ensayo es una guía para comprender lo que pasa en el mundo. Al mismo tiempo, el debate sobre la actualidad se ha visto intensificado por el flujo de información que se comparte en las redes sociales. A veces uno lee para explicarse lo que piensa. Otras veces, se busca la verdad. "El interés por el ensayo puede tener raíces en la necesidad de obtener información veraz, cuando proliferan las fake news, y de una mayor profundidad, dada la superficialidad con que se tratan muchos temas", opina Alvaro Manso, portavoz de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (Cegal).

En cuanto a la edición, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2019, dentro de la categoría de literatura se enmarcaron el 41% de los 64.154 títulos publicados en España. El restante 59% lo coparon géneros de no ficción. En cuanto a las ventas para el mismo año, la Federación de Gremios de Editores declara un 20,5% para la literatura y un 22% para la suma de las categorías de libros científicos y técnicos, de ciencias sociales y humanidades y de divulgación general. Sin embargo, preguntados los lectores en una encuesta de Cegal en 2020 sobre el último libro literario que habían leído, solo un 4,6% de ellos respondió ensayo, frente al 93% que respondió novela. Conclusión: la no ficción puede rivalizar en volumen de edición y ventas con la ficción, mientras que el ensayo es un género minoritario dentro de aquella.

"Existe una retroalimentación entre los ensayos que se publican y la realidad", dice Miguel Aguilar, editor de Taurus y Debate. "Los editores detectamos qué temas interesan, qué le preocupa a la sociedad; pero a la inversa, hay ensayos que influyen enormemente en el debate público", añade. Se refiere a libros como El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura   Económica),    de   Thomas Piketty, Imperiofobia y la Leyenda Negra (Siruela) de María Elvira Roca Barea o La España vacía (primero en Turner, ahora en Alfaguara), de Sergio del Molino. Otros ensayos que han cosechado gran éxito de ventas en las últimas temporadas son El infinito en un junco (Siruela), de Irene Vallejo, o el supervenias Sapiens (Debate), de Yuval Noah Harari.

"Cada vez publicamos más libros de no ficción en general y de ensayo en particular", dice Ofelia Grande, directora de Siruela, donde se publicaron dos de los últimos grandes éxitos del género, los de Vallejo y Roca Barea. ¿Cómo consigue un libro que trata sobre un tema tan especializado como la historia antigua de los libros, El infinito en un junco, vender más de 400.000 ejemplares? "No esperábamos nuestros últimos éxitos, sabíamos que eran libros buenos, pero los lanzamos con tiradas normales", explica. Pero, de pronto, se alinean los astros. "Primero, el libro de Vallejo tiene una gran calidad literaria", explica la editora. Prosigue: "Segundo, es un libro que no te enseña como un frío catedrático, sino que te acompaña en el descubrimiento (lo han llamado ensayo de aventuras), y, tercero, ía personalidad de la autora, tan trabajadora y amable, ha ayudado mucho".

Tenemos la sensación de que la civilización está en vilo: "Se han vuelto a poner muchas cosas en cuestión y se han despertado viejas y nuevas contradicciones", dice Daniel Moreno, editor de Capitán Swing. "Este escenario ha supuesto una revitalización de un tipo de ensayo que, tanto de forma directa como indirecta, ha estado pegado a la actualidad: la demanda de más información-conocimiento y una visión más global al respecto han aumentado progresivamente. Creo que el ensayo está en mejor posición para afrontarlas que la ficción, donde priman más las preguntas", explica Moreno.

Con frecuencia, aparecen temas que se ponen de moda y copan los anaqueles^ como el feminismo, el cambio climático o la salud mental, hasta que se llega al hastío, la burbuja estalla y se pasa a otra cosa. En estos momentos los asuntos políticos o relacionados con la historia o naturaleza de España tienen buena acogida.

"El ensayo ha adquirido relevancia: es una etiqueta proteica donde metemos casi de todo, desde periodismo a filosofía pasando por divulgación o memorias, pero que el lector común empieza a identificar con un tipo de libro narrativo de estructura muy libre, cuya característica principal es que casi nunca se puede adaptar al cine", explica el escritor Sergio del Molino. Para este autor, el éxito puede tener que ver con un mundo "hipersaturado de series, la mayoría de las cuales son diegéticamente mucho más atractivas y eficaces que las novelas canónicas", en el que el ensayo ofrece una experiencia literaria intraducibie a otro lenguaje. Podría decirse que hay un perfil de lector que sacia su ansia de ficción mediante las plataformas audiovisuales y que, a la hora de ponerse a leer, prefiere los ensayos.


ELPAfS

Sábado 16 de julio de 2022

jueves, 4 de agosto de 2022

Aventuras de un comunista en fuga

León Trotsky narra la huida tras su segunda deportación a Siberia en 1907, en un país en descomposición bajo la represión del zarismo

POR CESAR RENDUELES

El veredicto del tiempo parece inapelable: 80 años después de su muerte, Trotsky sigue siendo un mito contracultural de la política radical, mientras que el régimen que ordenó su asesinato ocupa un deplorable lugar de honor en el catálogo de distopías totalitarias que nos legó el siglo pasado. Más allá de los méritos reales de su doctrina y de los propios claroscuros de su biografía, Trotsky sigue despertando simpatías porque encarna las posibilidades y esperanzas de cambio social que el estalinismo truncó, un camino político tal vez cegado pero que, en todo caso, no se llegó a explorar. Trotsky, además, es la representación más conocida de un tipo muy concreto de revolucionario que proliferó en el primer tercio del siglo XX. Activistas fascinantes y excesivos, más cercanos a Indiana Jones que a Sartre, que viajaban clandestinamente por los cinco continentes saltando de barricada en barricada en estado de conspiración permanente: poetas y pistoleros, teóricos y aventureros, casi siempre con una ardorosa vida sentimental.

La fuga de Siberia en un trineo de renos es la narración autobiográfica de la segunda deportación de Trotsky a Siberia en 1907 y de su inmediata fuga. Con poco más de 25 años, Trotsky —hijo de un campesino analfabeto- había tenido tiempo de adquirir una exquisita cultura autodidacta, impulsar un sindicato, pasar por la cárcel, fundar una editorial, aprender idiomas leyendo la biblia en varias traducciones, viajar por media Europa y organizar el primer soviet que lideró la revolución de 1905, cuyo fracaso le condujo, dos años después, a su destierro siberiano. Trotsky y otros presos políticos fueron enviados en un convoy fuertemente custodiado a Obdorsk, en el círculo polar ártico. En una de las paradas del largo viaje, Trotsky fingió una ciática y obtuvo autorización para retrasarse, lo que le permitió fugarse atravesando en trineo cerca de mil kilómetros de tierras heladas. El libro está escrito con una clara intencionalidad literaria y presenta dos partes bien diferenciadas. La primera, elaborada en estilo epistolar, describe el trayecto, moroso y lleno de incertidumbres, hacia el destierro. La segunda parte tiene un tono directo y trepidante, y narra la huida a bordo de un trineo conducido por una especie de capitán pirata siberiano liante y borracho, pero muy diestro, que consigue llevar a Trotsky hasta los Urales.

Al margen de su carácter documental, el interés del libro reside en la capacidad de Trotsky para retratar mediante rápidos apuntes, no siempre particularmente empáticos, el territorio salvaje que atraviesa. La ida se centra en la arquitectura represiva del zarismo, basada en la brutalidad del territorio ártico: los deportados son poco menos que abandonados a su suerte y se integran parcialmente en las comunidades locales para sobrevivir. Pero es también un mundo en transformación, y el convoy de los deportados recibe constantes muestras de solidaridad de las poblaciones campesinas en las que hace escala. La huida de regreso, en cambio, ofrece un retrato espeluznante de otro mundo en descomposición: el de los pueblos originarios siberianos que sobreviven con el pastoreo de renos destrozados por el alcoholismo. La edición española del texto —muy cuidada— se completa con una presentación de Leonardo Padura, las notas editoriales de Horacio Tarcus y un epílogo, extraído de la autobiografía de Trotsky, donde se describe su reencuentro con Natalia Sedova, su esposa.





La fuga de Siberia en un trineo de renos

León Trotsky

Edición de Horacio Tarcus. Traducción de Irina Chernova. Clave Intelectual, 2022.128 páginas. 14 euros

 


   EL PAÍS. BABELIA Nº 1.598, SÁBADO 9 DE JULIO DE 2022