lunes, 2 de mayo de 2011

Mujeres de David Mamet





Titulo original: A Whore´s Profession, 1994
Edición en castellano de la Editorial Debate, año 1995, para un título que es una colección de textos del autor,este es uno de ellos.
Un tipo telefoneó para pedirme que escribiera un artículo sobre las mujeres. Mi esposa me preguntó para qué habían telefoneado. Le contesté que querían que escribiera sobre las mujeres, pero yo nada sé sobre las mujeres. «Eso ya lo sé», dijo mi esposa. Así que escribo esto por un desafío.
Lo primero que advertí a propósito de las mujeres es que «tam­bién son personas». Esto ocurrió en los años de mi primera juventud, todos los cuales me los pasé, en el habla coloquial, intentando tirár­melas y sin tener la menor pista de cómo conseguirlo. Yo me crié con la Filosofía de Playboy de Hugh Hefner y James Bond. Bond iba por la vida impresionando a la gente con su pistola y Hefner iba por la vida en albornoz, y lo mejor del asunto era que, de los dos, Hefner era el que en realidad existía.
«¿Qué son las mujeres?», me preguntaba, y un día llegó la res­puesta: «También son personas.» «Pero entonces», concluí, «¡también deben tener pensamientos y sentimientos!» Y me he pasado los últi­mos veinticinco años tratando de averiguar cuáles son esos pensa­mientos y sentimientos.
La dificultad, naturalmente, es que uno siempre quiere algo de las mujeres —atención, sexo, consuelo, compasión, perdón—, y que mu­chas veces lo quiere con la suficiente intensidad como para enturbiar la propia percepción de lo que ellas quieren. Y, en cualquier negocia­ción, nunca es buena idea perder de vista lo que quiere el oponente.
¿Es que todas las relaciones con las mujeres son negociaciones? Sí. Si esta respuesta parece inadecuada es sólo porque no conozco una palabra más enfática que «sí».
A las mujeres, en mi opinión, les gusta saber quién está al mando. Y, si no pueden estar ellas, les gustaría que estuvieras tú. El problema es que «al mando», en este caso, puede definirse como «quien dirige a los dos hacia ese objetivo que ambos han acordado es correcto». Lle­gado aquí, voy a comparar los tratos con mujeres a los tratos con niños o animales. Esto no quiere dar entender que las mujeres sean, en modo alguno, inferiores, sino únicamente que los niños y los ani­males son más espabilados que los hombres.
Los hombres tienen mucho que aprender de las mujeres. Los hombres son los perritos falderos del universo. Los hombres pierden el tiempo persiguiendo lo absolutamente inútil por la sencilla razón de que todos sus iguales hacen lo mismo. Las mujeres, no. Ellas tien­den legítimamente a orientarse hacia un objetivo, y sus objetivos son,en su mayor parte, sencillos: amor, seguridad, dinero, prestigio. Son unos objetivos buenos, directos, significativos, sobre todo en compa­ración con los objetivos, más masculinos, de la gloria, la aceptación y el ser apreciado. A las mujeres les importa un pimiento ser aprecia­das, y eso significa que no saben transigir. Se entregan ocasionalmen­te a la persona que aman, luchan hasta haber vencido, evitan un enfrentamiento en el que no puedan vencer, pero nunca transigen.
La transacción, el pacto, es una idea masculina, y tiene que ver con el «ser apreciado». Transigir significa: «En el futuro volveremos a encontrarnos en otras circunstancias, conque ¿no le parece buena idea que ambas partes saquemos algún provecho de esta negocia­ción?» La respuesta femenina es «no».
Lo cual quiere decir que no es muy divertido hacer negocios con una mujer.
George Lorimer, director del Saturday Evening Post, escribió en 1903 que nunca hay que hacer negocios con las mujeres: si van per­diendo, mezclan su sexo en el asunto; si van ganando, lo dejan al margen y te tratan con más dureza que cualquier hombre.
Pues bien; en mi negocio, que es el teatro y el cine, he comproba­do que esto es indiscutiblemente cierto. La conducta más fría, más cruel y más arrogante que he visto en mi vida profesional correspon­de —y corresponde de manera persistente— a productoras de cine y de teatro. He visto a mujeres hacer cosas que el peor de los hom­bres ni siquiera podría pensar en serio. No pretendo decir que se lo impediría su conciencia, pero sí se lo impediría el temor a la censura, lo cual nos lleva de nuevo a la incapacidad de transigir.
La mujer dice: «Voy a ganar esta batalla y ya me preocuparé por la próxima batalla cuando llegue el momento.»
Las mujeres lo tienen difícil. Nuestra sociedad se ha hecho peda­zos y nadie, hombre o mujer, sabe qué papel le corresponde. El hom­bre suele resolver este problema acudiendo a sus superiores, pero no tiene que pensar en dar a luz.
¿Tener hijos es una opción, una necesidad, un mandamiento divi­no o qué? Ésta debe de ser una de las preguntas más difíciles de la vida, y la mitad de la gente no tiene que planteársela y mucho menos resolverla.
Me parece a mí que las mujeres se pasan la mayor parte de sus años de maternidad sintiéndose culpables. Cuando se dedican a una carrera tienen la sensación, probablemente correcta, de que están ven­diendo muy baratos sus hijos, o la posibilidad de tenerlos. Cuando tienen hijos y los crían sienten que la arena del reloj que mide su progreso profesional se les escapa inexorablemente. Es un aprieto enel que no me gustaría hallarme, pues tanto una carrera como un hogar son deseos y motivaciones muy poderosos. Las revistas popula­res explican a la Mujer Moderna que puede tener ambas cosas en toda su plenitud, pero no he conocido a una mujer que lo creyera.
Las mujeres quieren creerlo, pero mi triste conclusión es que no pueden, así que la mujer trabajadora siempre tiene algún aspecto de la opinión popular por el que reprocharse, elija lo que elija.
Este dilema merece la condolencia de los hombres. Los hombres, empero, no pueden permitirse esta condolencia, porque nos sentimos un tanto culpables por lo mucho que nos alegra no tener este pro­blema.
Los hombres en general esperamos más de las mujeres que de nosotros mismos. Tenemos la impresión, basada en demostraciones constantes, de que las mujeres son mejores, más fuertes, más veraces que los hombres. Podéis considerarlo sexismo, o sexismo invertido, o lo que queráis, pero tal es mi experiencia.
La gobernadora de mi estado se negó a enviar la Guardia Nacio­nal a América del Sur, un acto que exigía auténtico valor y convicción. No esperaba menos de ella.
Y creo que los hombres suelen sentirse tranquilizados por la pre­sencia de mujeres en cargos hasta ahora exclusivamente masculinos.
Tengo la sensación de que una gobernadora, piloto de líneas aéreas o doctora será menos propensa a sufrir distracciones que un hombre, y me siento agradecido por ello. ¿Acaso no hay mujeres malas? Sí. Ya he citado antes el caso de las «productoras». Sé que hay mujeres delincuentes, pues trabajé durante algún tiempo en una cár­cel femenina. Las presas solían llorar mucho, cosa que me pareció una respuesta muy apropiada a la situación; en general, me parece que las mujeres suelen ser más conscientes que los hombres de lo que ocurre a su alrededor.
Con el paso de los años, he llegado a confiar por completo en la capacidad de mi esposa para juzgar el carácter de las personas, y estoy empezando a confiar en la capacidad de mi hija para valorar correc­tamente una situación. El otro día, mi hija se clavó una astilla en el pie. Yo fui en busca de unas pinzas, me acerqué y me detuve delante de ella, y entonces ella comenzó a llorar ruidosamente. «¿Por qué lloras?», inquirí. «Ni siquiera te he tocado todavía...» «Estás pisán­dome el pie», contestó ella.
¿Podemos ampliar esta imagen de las mujeres con astillas en los pies, y los hombres, sus supuestos salvadores, aumentándoles el ma­lestar? Las mujeres, corno todos sabemos, son en gran medida ciuda­danos de segunda clase en este país.
Como en el caso de cualquier grupo oprimido, las ventajas no son concedidas, sino conquistadas, y por eso la visión de una mujer pilo­tando un avión de línea representa un saludable reproche para el hombre; algo así como «he llegado hasta aquí sin tu ayuda, y ni si­quiera te imaginas lo difícil que me ha resultado. ¿Crees que tú serías capaz de hacer lo mismo?».
Y a los jóvenes del público que no han tenido el ejemplo de James Bond con su armamento ni Hugh Hefner con su albornoz, les ofrezco las siguientes observaciones:
Nuestro Mundo Occidental está involucionando hacia una socie­dad más primitiva y más eficaz. Cuando esa sociedad más primitiva haya arraigado, vosotros o vuestros descendientes sabréis Ilevaros bien con las mujeres obedeciendo la tradición, la religión y siguiendo los consejos de vuestro tío. Mientras tanto: 1) sed directos; 2) recor­dad que las mujeres, al ser más inteligentes que los hombres, respon­den a la cortesía y la amabilidad; 3) si queréis saber qué tal esposa será una muchacha, observad cómo funciona con sus padres; 4) en cuanto a quién sale primero del ascensor, ahí no puedo ayudaros.
David Mamet

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