domingo, 8 de mayo de 2022

Roma, secuencia única Por Maruja Torres

 

ILUSTRACIÓN DE JOSÉ LUIS AGREDA


PERDONENQUENOMELEVANTE

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A veces, la vida se comporta como un escritor perfeccionista que decide narrar un buen capítulo. Y tú sabes que esa historia en la que te vas a sumergir será redonda, preciosa, irrepetible. No importa lo que te hayan escrito por delante y ni cuál vaya a ser el plan para después. El capítulo está ahí, no va a fallarte, y ocurra lo que ocurra permanecerá en tu memoria como una exquisita pieza que el tiempo pulirá sin alcanzar a marchitarla. Ésta es la breve crónica de una secuencia única que atesoro para siempre.

Viajé a Roma para dar una charla. La gente que me invitó resultó extraordinariamente acogedora, pero eso no era lo mejor: lo mejor consistía en que esa gente (Miguel, Carlos, Anna-lisa, Elena y los otros, gracias) sintonizaba con el propósito que me llevaba a la ciudad. Que era despedirme de Roma y de una pareja, amigos, a quienes volveré a ver muchas otras veces en el futuro, espero, aunque ya nunca allí. Nunca más con ellos en Roma, en Piazza Santa María in Trastevere, en su apartamento vecino a la basílica. Nunca más.

La forma de llegar: irrepetible. La tenía pensada desde antes de subir al avión. Nada de llamar a la puerta. El coche de mis anfitriones me dejó en la piazza, depositamos la maleta en las desgastadas baldosas de la terraza del café Da Marzio. Un nubarrón plateado interrumpió la mañana de sol y empezó a chispear. Nos sentamos bajo la lluvia. Llamé a mis amigos por teléfono. Al poco, en la fachada opuesta vi que la figura entre verdiana y garibaldina de R. se recortaba en uno de los cinco ventanales de la que ya es su última casa romana, saludándome agitando los brazos. Al poco, él y M. vinieron hacia mí, una pareja de edad madura y vitalidad arrolladora que me acogió como si no hiciera dos años que no nos veíamos, ni dos horas. Como si siempre hubiera estado allí. Empezó a llover, no hicimos caso. La lluvia no duró, porque el guión estaba bien escrito.

También había pensado muy bien la forma en que partiría, cuatro días después. Sin mirar atrás, sin despedidas.

Una no se despide de lo que tiene dentro para siempre. Pero entre ambos momentos, la llegada y el hasta pronto, había cuatro días. No hay ciudad que ofrezca tanto en tan poco tiempo como Roma. Los Bernini de Villa Borghese, para empezar, con sus Caravaggio. El paseo por Via del Corso, desde el monumento a Víctor Manuel hasta la inmensurable Piazza del Popólo, hoy por desgracia, hay mucho pijo de Berlusconi suelto por aquí. Pero no quise verlo. Sentada junto a los leones, en los peldaños de la fontana que acompaña al obelisco, me limité a esperar que el día se derramara sobre los jardines del Pincio.

Aunque no aparecía en el guión inicial, otro día me di de bruces con una exposición importante, majestuosa y llena de glamour: Roma, del neorrealismo a la dolce vita. Sentada en el interior del museo de Via Nazionale, en familia. A mi alrededor, fotografías de Anita Ekberg vestida de cura, maquetas originales de los montajes teatrales de Luchino Visconti, un Marceno Mastroianni jovencísimo, guapísimo. Y lo mejor de todo: documentales de la Luce, el no-do italiano, proyectándose sin parar, reflejando una década. El Plan Marshall, Pío XII bajo palio, Anna Magnani (injustamente sin palio) con hambrientos niños del predesarrollismo sentados en las rodillas. Rossellini y Vittorio de Sica. Sofía Loren, de monja, en la película que nunca llegó a rodar: La monaca di Monza, según la novela de Manzoni.

Vi esa exposición en mi cuarto día. Me quedaban pocas horas, y, en la plaza, mi gente aguardaba para brindar con spumante y llevarme a comer. Seguía haciando sol. Más tarde, como si no fuera la última vez, tomé un taxi, di la espalda al apartamento vecino a la basílica, dejé atrás los ventanales, las salas que ya nunca volveré a habitar. Empezó a llover.

La suerte de haber disfrutado de semejantes días, yo, que no soy creyente, ¿a quién se la debo agradecer? A Miguel, y a los otros, y a mis amigos, sin duda. Pero sobre todo a la vida. Que escribió el capítulo sin imperfecciones y sin titubear. •

El Pais Semanal Número 1.337. Domingo 12 de mayo de 2.002




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