miércoles, 14 de mayo de 2014

El Oficio de Contar por Isabel Allende (y II)

La escritura es para mí un intento desesperado de preservar la memoria. Por los caminos quedan los recuerdos como desgarrados trozos de mi vestido. Escribo para que no me derrote el olvido. Cada día, al sentarme ante la pantalla en blanco de mi computadora, cierro por un instante los ojos y vuelvo a aquella casa donde me crié, al español de mi infancia, con su acento chileno, a las extraordinarias mujeres que me formaron: mi abuela que me enseñó a leer los sueños; mi madre, que todavía me obliga a mirar los acontecimientos por detrás y a la gente por dentro; las viejas empleadas que me transmitieron los mitos y leyendas populares y me iniciaron en el vicio de las radionovelas; mis amigas feministas que en los años sesenta y setenta conspiraban para cambiar el mundo; las periodistas que me dieron las claves del oficio. Con ellas aprendí que la escritura no es un fin en sí mismo, sino un medio de comunicación. ¿Qué es un libro antes que alguien lo abra y lo lea? Sólo un atado de hojas cosidas por el canto... Son los lectores quienes le instilan el aliento de la vida.

Casi todos mis libros se gestan a partir de una impresión o una emoción profunda que me acompaña por largo tiempo. Después del golpe militar de 1973 en Chile, que interrumpió una larga trayectoria democrática y en el que murió el presidente Salvador Allende, me fui con mi familia a Venezuela. El 8 de enero de 1981 recibí en Caracas una triste noticia desde Santiago: mi formidable abuelo, que ya tenía casi cien años, agonizaba. Esa noche me instalé en la cocina de nuestro apartamento con mi máquina de escribir portátil y comencé una carta para aquel abuelo legendario, una carta espiritual que seguramente él no alcanzaría a leer. La primera frase fue escrita en trance. Mis dedos volaron sobre el teclado y antes que alcanzara a darme cuenta había escrito: Barrabás llegó a la familia por vía marítima.¿Quién era ese Barrabás y por qué llegó por vía marítima? El único con ese nombre fue un perro enorme, un gran danés, que según cuentan vivió en mi familia antes de que yo naciera. ¿Qué tenía que ver Barrabás en una carta de despedida a mi abuelo? Aún no lo sabía, pero con la confianza del ignorante, seguí escribiendo sin pausa. En esa época yo trabajaba dos turnos, doce horas al día, en una escuela, pero las noches eran mías. Después de cenar me encerraba a escribir, sin esfuerzo, sin pensar. Mi abuelo murió y seguí escribiendo. Al cabo de un año había quinientas páginas sobre, la mesa de la cocina, un manuscrito gordo, sucio, desordenado; ya no era una carta, parecía más bien un libro. En la soledad del exilio quise recuperar mi país, resucitar a los muertos, reunir a los dispersos. La nostalgia por Chile, mi patria a los pies del mundo, motivó La casa de los espíritus. Ese Barrabás que llegó por vía marítima y los otros personajes de aquella primera novela cambiaron mi destino y me iniciaron en el mundo sin retorno de la literatura. Han pasado veinticinco años desde que se publicó ese libro y desde entonces he escrito diecisiete más, publicados en muchas lenguas: puedo decir con confianza que encontré mi vocación. He tenido mucha suerte.

Creo que mis libros no nacen de una idea, sino que crecen en el vientre como una semilla pertinaz. No escojo el tema, el tema me escoje a mí. Mi trabajo consiste en dedicar suficiente tiempo y disciplina a la escritura, para que los personajes aparezcan de cuerpo entero y hablen por sí mismos. No los invento, creo que existen en una misteriosa dimensión, esperando que alguien los traiga al mundo. Cada 8 de enero, cuando comienzo otro libro, llevo a cabo una breve ceremonia para llamar a los espíritus y las musas, luego pongo los dedos en las teclas y dejo que la primera frase se escriba sola, tal como ocurrió la primera vez. Me ronda una idea vaga, más bien un sentimiento, pero carezco de un plan, no sé cómo será la historia que voy a contar. Esa frase inicial entreabre una puerta por  donde me asomo tímidamente al mundo de los personajes, que poco a poco irán revelándose con sus contornos precisos, cada uno con su propia voz, su biografía, su carácter, sus manías y sus grandezas. En el paciente ejercicio de la escritura diaria, la historia se va definiendo en forma natural.

Los acontecimientos y la gente que he conocido en el viaje de mi vida son mi fuente de inspiración. Por lo mismo, trato de exponerme a todos los vientos, sin permitir que los dolores y riesgos inevitables me asusten demasiado. Las experiencias de hoy son mis recuerdos del mañana, serán mi pasado, la materia esencial de la memoria. Supongo que si tuviera una existencia segura y contenta no tendría de qué escribir ; por eso prefiero vivir mi vida como una novela. Hasta ahora me ha ido resultando, no me ha faltado melodrama, pero supongo que llegará un momento en que se calmarán las aguas, me pondré anciana y entonces tendré que inventar lo que falta para completar mi propia leyenda. En la mente y el corazón sólo guardo aventuras, amores, duelos, separaciones, cantos y lágrimas, fracasos memorables y éxitos inesperados; las pequeñeces cotidianas han desaparecido. Tiendo a contar mi vida en forma exagerada, a todo color, en pantalla grande, como esas películas épicas en que se desplazan millares de extras por extensos panoramas: Cleopatra, Guerra y paz, Lo que el viento se llevó. El resultado es que ya no sé cuánto hay de memoria y cuánto de imaginación en las múltiples versiones de mi pasado. Como dice mi nieta, yo recuerdo lo que nunca ocurrió.

En mi trabajo de escribir, paso tantas horas callada y a solas que la realidad se me desdibuja y termino oyendo voces, viendo fantasmas e inventándome yo misma. El tiempo se me enreda y empiezo a caminar en círculos; tal vez el tiempo no pasa, sino que nosotros pasamos a través, del tiempo; tal vez el espacio está lleno de presencias de todas las épocas, como decía mi abuela, y todo lo que ha sucedido y lo que sucederá coexiste en un presente eterno. Siempre tengo la mente llena de historias; pero no crean que ando distraída; todo lo contrario: ando con los ojos muy abiertos y los oídos atentos, porque lo que ocurre en el mundo también es mi fuente de inspiración.Vivo a través de mis personajes y vivo cada historia como si fuera la mía.


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