jueves, 3 de abril de 2014

El Gran Juego

Partimos de la ciudad en tren. Compramos los billetes cinco minutos antes de la partir.
Al sur, siempre al sur. Y lo más importante, con miedo, con el eterno temor que acecha al quien lo acosan enemigos invisibles.
Mucho antes que los instructores insistieran en ello una y otra vez, Masha ya percibía con claridad los signos que necesita cualquier agente secreto en misión oficial o no. Miedo, un miedo, no de la forma de un abrigo que te desembarazas de él, sino como una segunda piel, que permanece pegado a ti para toda la vida. Siempre debían desconfiar, podían pasar algo por alto. Siempre, SIEMPRE debían desconfiar, y así alargarían su vida.
El problema de hurgar en las heridas, la basura o en los sótanos oscuros era que a veces te acercabas a ti mismo demasiado. Y mirarse a los ojos requería un esfuerzo titánico para no volarte la tapa de los sesos. A veces todo era soportable, otras veces no, y desde luego jamás hubiera esperado encontrar un sentimiento dentro de si lo más cercano al amor.
Había quien llamaba a aquel trabajo sucio, denigrante y burocrático, el JUEGO. Si aquello tenía una doble lectura jamás lo averigüé , y desde luego nunca me lo explicaron. Mi trabajo parecía pensado para mi. Nunca había tenido otro desde que me ofrecieron un lugar acomodado de burócrata-sin-problemas bajo la protección de la administración del Gobierno de turno y no fui capaz de negarme. Al cabo de cinco años nada había cambiado demasiado, o eso me repetía constantemente. A pesar de que escalaba en el escalafón burocrático de la empresa.

Francisco Fernandez

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