sábado, 15 de febrero de 2014

LA VENGANZA DE SHERLOCK HOLMES


Una gorra con visera, una pipa y un fiel acompañante llamado Watson, una aventura de misterio que comenzó en 1887 y que ha conseguido inmortalizar un personaje, Sherlock Holmes. Un detective casto y sagaz que logró convertirse en más real que su propio creador, Arthur Conan Doyle. La Fundación Caixa de Pensions inauguró a finales de abril una exposición titulada 100 años de Sherlock Holmes . 


 El popular detective, según un dibujo de Frederic Dorr Steele publicado en 1903 en la revista Collier's;


Texto: Rafael Conté

En octubre de 1893, en el Strand Magazine, Arthur Conan Doyle, que todavía no era sir, asesinaba a sangre fría a su mejor personaje, el detective Sherlock Holmes, que apenas contaba —no en la ficción, sino en su existencia real— cinco años de edad. Fue en El problema final, en un definitivo enfrentamiento con su gran enemigo, el doctor Moriarty, cuando Conan Doyle, que ya estaba hasta las narices de la celebridad de un personaje en el que no creía demasiado, decidió su desaparición de una vez por todas. Este empeño estaba destinado al fracaso desde el principio, a pesar de que su autor declarase paladinamente sus intenciones: "Ya no puedo revivirlo otra vez, al menos durante algunos años. Tengo tal sobredosis de él que parece como si hubiera comido demasiado páté de foie-gras, de tal manera que hasta la mera evocación de su nombre me provoca náuseas".

Arthur Ignacio Conan Doyle había nacido en 1859 en Edimburgo, un 22 de mayo, segundo hijo —tuvo cinco hermanas— del matrimonio de un arquitecto de origen francés llegado de Irlanda y de una hija de un profesor, también irlandés, del Trinity College de Dublín. Mary Foley, la madre, era una apasionada de los estudios genealógicos, y llegó a establecer que la familia de su marido descendía de la rama de los Plantagenets. Arthur Conan Doyle, médico, escritor y espiritista, no tenía más remedio que ser francófilo, claro está.

La imagen de este Sherlock Holmes que no tuvo más remedio que asesinar se la inspiró intelectualmente un abstracto detective francés imaginado por un norteamericano extraviado en los fantasmas de su dipsomanía, Edgar Allan Poe, ese gran poeta y analista del terror que, además, tuvo que triunfar en Francia antes que en su propio país. Pero Conan Doyle no amaba hablar de estos temas, y atacó injustamente a Auguste Dupin, el teórico detective de Edgar Allan Poe: "No tiene cara", vino a decir, "ni sangre", como si no fuera real, porque se limitaba a pensar en lugar de vivir. Conan Doyle también leía a Walter Scott, y a Julio Verne, y a Émile Gaboriau —otro



Edición española de la primera novela sobre Sherlock Holmes, Estudio en rojo, que data de 1919.


Sir Arthur Conan Doyle. 


 Un pub londinense de visita obligada, en cuya primera planta se ha reconstruido el estudio del detective tal y como lo describió su creador.




modelo, el del detective monsieur Le-cocq—, a Macauley y Fenelon antes de ampliar estudios en un colegio de jesuítas alemán y en casa de un tío abuelo materno en París. Pero fue en la facultad de Medicina de Edimburgo cuando descubrió físicamente a sus dos modelos: el profesor Joseph Bell, impávido y observador, que inspiró a Sherlock Holmes, y al profesor Rutherford, que desembocaría en el aventurero Challenger.

Sus primeras novelas —cortas, históricas y realistas— fueron escritas al terminar sus estudios y mientras viajaba por tierras africanas, embarcado como médico. De hecho, tuvo que esperar hasta 1887 para cobrar 25 libras esterlinas —de anticipo, pues jamás vería un penique más de esa publicación— por la primera novela de Sherlock Holmes, Estudio en rojo, que aparecería en un almanaque de Navidad, el Beeton's Christmas Annual. Se había casado, había nacido su primera hija, y la segunda aventura de Holmes tardaría tres años en aparecer, en febrero de 1890, en una gran revista norteamericana, bajo el título de El signo de los cuatro.

Al año siguiente, en las páginas de Strand Magazine, Sherlock Holmes iniciaba una imparable carrera que ni siquiera su propio autor pudo frenar. Conan Doyle quería ser un escritor de verdad, serio y a ser posible histórico, pero las aventuras de su detective le impusieron su propia ley. El público reaccionó violentamente cuando Holmes desapareció en las gargantas suizas de Reichenbach, y hasta la propia madre del escritor expresó paladinamente su consternación. De nada valió que Conan Doyle publicara novelas históricas, como La compañía blanca, o de aventuras, como Las hazañas del brigadier Gerard; de boxeo, como Rodnay Stone, El mundo perdido —con el profesor Challenger— o La ciudad del abismo, con el también profesor Maracot. Sherlock seguía clamando por volver a la vida, todavía más que su propio público, y en 1901 Conan Doyle no tuvo otra solución que publicar El perro de los Baskerville para contentar a unos lectores cada vez más soliviantados. De todas maneras, guardó las apariencias y presentó su excepcional relato como si fuera un episodio anterior extraído de unas memorias anteriores de su personaje, que seguía muerto y bien muerto.






Un autor anónimo publicó en 1908 las aventuras del detective lord Jackson, discípulo del inmortal Sherlock Holmes.

Otra reconstrucción del estudio de Holmes puede verse en el Chateau de Lucens (Suiza), sede de la Fundación Conan Doyle. 

De izquierda a derecha, la edición española de dos de las novelas del detective de Baker Street, y
una edición de 1957 de los relatos de Sherlock Holmes ilustrada por Tom Gill.

Nada que hacer. Viajó publicó muchas más cosas, enviudó después de enamorarse de otra mujer, fue a la guerra de los boers como periodista, hizo fotografía y reportajes, hasta que al final tuvo que resucitar definitivamente a su héroe, al mismo tiempo que se empeñaba en emprender una nueva carrera de místico, teósofo y espiritista. Como si hubiera sido conjurado alrededor de una mesa camilla y con las innumerables manos de sus fervientes lectores entrelazadas de una vez por todas, Sherlock Holmes resucitaría de una vez por todas en 1903, una vez más en la misma revista, emprendiendo su definitiva carrera, que ya nadie pudo detener, ni siquiera la muerte de su propio autor. Tras haber sido ennoblecido con el título de sir, combatido en diversos errores judiciales, casado por segunda vez y padre de nuevo, dos veces candidato frustrado al Parlamento, fallecería en 1930, rodeado de honores internacionales, tras haber sido elegido presidente del Congreso Internacional de Espiritismo.

De todas formas, el centenario de su personaje, ese extraño detective de perfil que sigue siendo Sherlock Holmes, se ha celebrado con mucha mayor repercusión que el de su propio autor, como si la criatura engendrada, por teórica que fuese, tomara la correspondiente venganza sobre quien lo engendró. Conan Doyle no pudo asesinar a Sherlock Holmes, pero es este último quien parece haber borrado el nombre de su propio padre de la faz de la historia. El resto de sus grandes empeños y realizaciones, desde sus aventuras históricas hasta sus pesadillas espiritistas, sólo subsisten como recuerdos anejos a esa memoria implacable que destiló para siempre un detective tan delgado como universal.

Pues, además, Sherlock Holmes se resiste a morir, y todavía sobrevive un siglo después. No solamente múltiples escritores han tomado el relevo —comenzando por el propio hijo del autor, Adrián Conan Doyle, que lo biografió en colaboración con otro gran escritor del género, John Dickson Carr—, hasta llegar casi a nuestros días, a través de nombres que se benefician de este conjuro, sino que pasó a la escena teatral, al cine y a la televisión, y hasta a los dibujos animados. Escritores como Umberto Eco, Graham Greene, Cabrera Infante o Anthony Burgess nos han ilustrado más sobre el personaje que sobre su creador. Los rostros de actores hoy olvidados o que se recuerdan por haberlo encarnado, como los de William Gillette —que tuvo como meritorio a un tal Charles Chaplin en el reparto—, Eille Norwodd —que interpretó 47 películas y entusiasmó al propio Conan Doyle—, Arthur Wontner, John Barrymore, Raymond Massey, y el más típico de todos, Basil Rathbone, Peter Cushing o Christopher Lee, sin hablar de quienes le parodiaron, como Buster Keaton o Stan Laurel, ya han pasado a la pequeña mitología, tan difusa como evaporada, del inconsciente colectivo.

 Cartel anunciador de la película Elemental, Dr. Freud, dirigida por Herbert Ross.

 Una reproducción de The Strand Magazine, revista en la que Conan Doyle publicó las aventuras y pesquisas de su personaje.

El detective y su inseparable compañero, en una colección de cromos
aparecida en los años veinte


 Franklin Delano Roosevelt llegó a suponer que Holmes era norteamericano, y múltiples asociaciones privadas, desde la Baker Street Irregulars hasta la Sherlock Holmes Society of Australia, periódicos y boletines —como The Sherlock Holmes Journal, The Baker Street Journal o The Baker Street Miscellanea—, siguen honrando su nombre y reconstruyendo una y otra vez el imaginario despacho de una casa no menos imaginaria que todos buscan y que nadie encuentra, excepto en su propia imaginación, en el falso número 221 B de Baker Street. El pasado mes de abril, una solemne peregrinación salió de Londres con destino al castillo de Lucens, en Suiza, con sus peregrinos ataviados con típicos vestidos Victorianos, para reconstruir el frustrado asesinato de los abismos de Reichenbach.

Holmes era eficaz, lógico, implacable y activo; corría detrás de la aventura, pero también tocaba el violín y frecuentaba la cocaína, y hasta la heroína si llegaba el caso. Era tremendamente casto —y no ha habido pocas especulaciones al respecto—, pero también se sentía fascinado por alguna mujer que representara el mal, como Irene Adler. Sólo tuvo éxito merced a la necesidad de aventura que soñaba una sociedad tan inmóvil y perversa como la victoriana, y que sigue siendo un modelo de alguna manera, pero también porque nos enseñó que la lógica podía llegar a los mayores extremos para controlar la necesidad de la aventura. No; Sherlock Holmes no es don Quijote, ni don Juan, ni Fausto, ni la Celestina. Nunca sintió los celos de Ótelo ni las dudas de Hamlet, pero se ganó el derecho a vivir merced a nuestras necesidades más elementales. Lo que siempre es una manera de llegar humildemente hasta el cielo de nuestra amenazada cultura, en el que, al fin y al cabo, también nos reconocemos. ■


 Reproducción de la revista literaria que en 1902 publicó por primera vez en España los relatos de Sherlock Holmes.

Basil Rathbone y Nigel Bruce, caracterizados de Holmes y Watson en el filme Perla maldita, de Roy William Neill.




El Pais Semanal Mayo de 1987

1 comentario:

  1. ciclopedia ya la publicó el Círculo Holmes en el año 2011 como Anuario y la regaló a sus socios, pero ahora, revisada, corregida y aumentada, llega a las manos de todos los aficionados sherlockianos que, seguro, disfrutarán de ella y fijarán a ese personaje del que dudaban o localizarán más exactamente a Ki https://symcdata.info/cultura-vicus/

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