lunes, 12 de diciembre de 2022

Pioneras de lo imposible

 Por Laura Fernández

Catherine Lucille Moore fue primero una niña con una imaginación desbordante y luego una empleada de banco con el mismo exacto tipo de imaginación. Así que de día trabajaba en el banco en cuestión -había nacido en 1911, en Indianápolis, y la Gran Depresión la había apartado de la universidad: su familia necesitaba el dinero para mantenerse a flote- y de noche escribía relatos de ciencia ficción. Corría la década de los treinta, el mundo era un pequeño amasijo entre guerras y la llamada pulp fiction vivía su primera y tímida edad dorada. Se temía al futuro y se buscaba una salida que, a la vez, fuese un refugio del presente. La revista Weird Tales publicó su primer relato en 1933. El protagonista, un capitán de nave espacial, acabaría inspirando al mismísimo Han Solo. A H. P. Lovecraft, no demasiado amigo de la ficción espacial, le encantó hasta el punto de escribir sobre él. Aunque no lo firmó como Catherine Lucille, sino como C.L. Moore.





La escritora Judith Merril, uno de cuyos relatos forma parte del volumen Mundos alternos. REG INNELL (TORONTO STAR/GETTY IMAGES)

Aunque, como se apresura a dejar claro Lisa Yaszek, profesora de Estudios de Ciencia Ficción en el prestigioso Instituto de Tecnología de Georgia, no ocultó su nombre porque fuese mujer y en esa época se esperase que únicamente los hombres escribiesen género fantástico, sino porque no quería que nadie en el banco supiese a qué dedicaba las noches. Temía que la despidiesen, com quizá habría temido su futuro marido, el clásico Henry Kuttner. Como dijo Leigh Brackett -una de las fundadoras del wéstern como género y guionista de Star Wars-, "los editores están comprando historias". No importaba quien las escribiese, sino que fuesen buenas, como recuerda en este Mundos alternos, primer tomo de ¡El futuro es mujer!, apasionante antología a cargo de Yaszek que reúne los mejores relatos de un puñado de escritoras norteamericanas imprescindibles para entender la forma en que se ha desarrollado lo fantástico ahí fuera a lo largo del siglo XX.

No es "Shambleau" el relato de Moore que se incluye en esta primera entrega (de tres) de tan ambicioso y necesario proyecto -el de un mapa que señale los lugares en los que todo empezó a cambiar en el género- sino "El beso del dios negro", un oscurísimo cuento fantástico de corte mediaval -caballeros, duelos de espadas- que deviene de un extraño- aquello que se ha dado en llamar weird- demoledor- ¿Por qué? La protagonista, la feroz Jirel de Joiry, es casi un animal salvaje y a la vez una hermosísima mujer capaz de hundirle los dientes en el cuello al más sanguinario espadachín con el que se cruce, dando cuenta de su bestialidad y de su insumisión. La sorpresa que genera -se oculta bajo una cota de malla- puede estar guiñándole un ojo a la sorpresa que su propia obra generó en la época. De ella se dice que fue la primera -sin distinción hombre/mujer- en dar profundidad a los personajes pulp. "El beso del dios negro" es de 1934.

Además de Moore, en Mundos alternos hay relatos de Judith Merril, Zenna Henderson, Joanna Russ, Doris Pitkin Buck, Wilmar H. Shiras y Mildred Clingerman; esto es, relatos publicados entre finales de los años cuarenta y finales de los sesenta por, sí, las principales voces del momento. Pioneras de lo imposible, reconfiguraron roles y ensayaron modelos de conducta y relaciones de poder que de ninguna forma podían darse en el mundo que había al otro lado de la página ¿y si...? tecnológico masculino por la exploración de otros mundos en los que todo era distinto y, sobre todo, posible. Así, fueron ellas las primeras que imaginaron, por ejemplo, una batalla con alienígenas que los humanos perdían -fue Leslie F. Stone, la creadora de la primera astronauta y también del primer héroe negro de la ciencia ficción -y a alienígenas no monstruosos que no querían destruir ni saquear la Tierra.

Como dejó dicho Judith Merril -de quien puede leerse el clásico "Que solo una madre", un escalofriante relato de aparente cotidianidad: érase una vez un mundo en extremo contaminado nuclearmente y el bebé mutante y parlante de la protagonista-, "virtualmente, la literatura de género era el único vehículo de disidencia polñitica". Se refería a su época, a la Guerra Fría. Pero cuando se es el otro, cuando no se ostenta el poder, cuando no se dirige -o se protagoniza- en el mundo en el que se vive, la época es lo de menos. Joanna Russ -de la que aquí se incluye "Salvaje", la historia de Alyx, una rebelde solitaria que lleva desde niña enfrentándose al poder de una sociedad desarticulada y tenebrosamente mágica -colocó a la mujer en el centro, batallando por la atención merecida, en la explosión de la tercera ola feminista, convirtiéndose en figura fundamental de la misma.

Como bien apunta Yaszek, y es más que evidente en relatos como el de Doris Pitkin Buck -"El nacimiento de un jardinero", o la manera en que un matrimonio deprimente puede entrelazar sus mentes sin otro fin que el de salir del asfixiante agujero de lo esperable-, las escritoras de género crearon una nueva especie de ficción que no utilizó lo posible para fabular sobre las amenazas de lo tecnológico, la deshumanización o el miedo al otro (imperialmente), sino para imaginarse universos en los que su existencia era otra, expandida, superior, justa, y, como dijo Alice Mary Norton -autora que firmó a menudo como André Norton-, preguntarse por qué el ser humano actúa. Su regreso ahora, y de esta forma, juntas, es un pequeño milagro.





El Pais. Babelia nº 1.608, sábado 17 de septiembre de 2022


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