domingo, 13 de julio de 2025

LAS LIBRERíAS NÓMADAS

Una librería portátil, digna heredera de la tradición nómada de los vendedores de la Antigüedad.

Por Jorge Carrión

Todo lo que se mueve es poesía", escribió Nicanor Parra, "todo lo que no cambia de lugar es prosa".

Si la novela no es más que una etapa de pocos siglos en la milenaria historia de la narración, las librerías sedentarias son una anomalía moderna en una tradición sobre todo nómada y poética. Fueron viajeros quienes nutrieron de manuscritos la Biblioteca de Alejandría; traficantes de tinta y papel quienes empujaron ideas como ruedas por la Ruta de la Seda; colporteurs quienes se instalaron en posadas y en ferias para vender almanaques y volúmenes religiosos. Los grabados antiguos muestran a esos librescos vendedores ambulantes con baúles y mochilas a cuestas, auténticas estanterías movibles, hombres orquesta de la bibliotecomía y la documentación.

Es por eso lícito preguntarse si no estará sobrevalorado el fondo de una librería. Si en vez de infinitasy monumentales no deberían ser las librerías leves como aire duchampiano, ligeras y cercanas, transportables bibliotecas mínimas y en venta. Como los puestos del

Rastro madrileño o del Mercat de Sant Antoni, volúmenes con doble vida, en grandes cajas de madera y en tenderetes de quita y pon. Como esos días en que el escritor Mario Bellatin se sienta en un banco de un parque cualquiera de México DF, y mientras sus perros brincan él intercambia -por una botella de vino o un billete o incluso otro libro- uno de sus cien mil libros (autoeditados) de Mario Bellatin.

Una breve historia de las librerías portátiles de este cambio de siglo podría acabar con ese proyecto y comenzar en los años setenta, con la Ulysses de París. Regentada por la exploradora Catherine Domain, impulsó e impulsa todavía en Hendaya el Premio Pierre Loti de literatura de viajes. En su otra sede, la de verano.

Porque la librería tiene dos vidas, dos espacios anuales: en la isla de San Luis que rodea el Sena y en el casino frente a la playa norteña. Abundan las librerías sin sede de ladrillos: puro movimiento. Como esa furgoneta azul, Tell a Story, que vaga por Lisboa con su selección de literatura portuguesa, o el Penguin Book Truck, que recorre Estados Unidos. Autocaravanas, bicicletas, coches, camionetas y camiones intervenidos. O motos sin sidecar: el año pasado me cruce en Valencia con Heide, que recuerda su infancia alemana cuando lleva a domicilio en su moto los libros que le compran por Internet. Sidecar Libros, la llaman.

También hay bibliotecas ambulantes.

En Cartagena de Indias, Martín Murillo acarrea por las calles adoquinadas y las plazas caribeñas su Carreta Literaria. En la misma Colombia, Luis Soriano hace que la cultura llegue a las zonas más remotas gracias a Alfa y Beto, sus biblioburros. Y en el Sáhara, aparecen de pronto los bibliobuses de Bubisher, que proporcionan lectura a los refugiados saharauis. Y en Australia, The Footpath Library dispone de furgonetas librescas para acercar las historias a los vagabundos sin techo; mientras en São

Paulo es la bicicloteca la que cumple la misma función. Importan esos cordones umbilicales, esos kilómetros de lecturas que no detectan los GPS. Esas sintonías globales. Todos esos textos nómadas. Toda esa esperanza, en fin.


El Pais Semanal número 1.991 domingo 23 de noviembre de 2014



lunes, 7 de julio de 2025

La biblioteca de los fracasados

Montero Glez

SI HAY UN ESCRITOR que debe su éxito al prestigio de su fracaso, ese es Richard Brautigan. Norteamericano de la época psicodélica, autor de culto, escritor de historias donde igual salen detectives desastrosos que verrugas genitales o pastores que se parecen a Hitler, toda su obra tiene la acidez campera de un banjo tocado en tripi. Un código interno que se hace universal con su titulo mas reconocido. La pesca de la trucha en America. (Blackie Books), que empieza describiendo la cubierta de su propio libro donde hay una foto de la estatua de Benjamin Franklin, en Washington, semejante a una casa de muebles de piedra. Así arranca. Luego siguen las memorias de una infancia alfombrada con hojas de tebeos y donde los campos queman, culpa de un sol que es una moneda al fuego. Al final, el libro termina con el capítulo de la mayonesa. En su prefacio al citado capitulo, Brautigan escribe que, como expresión de una necesidad humana, siempre quiso escribir un libro que terminase con la palabra mayonesa.

La salsa del rechazo editorial manchó toda su vida. también toda su obra. Ocurrió antes y después de su éxito con La pesca de la trucha en América. La necesidad de compartir una historia es común a todos los humanos. Lo que pasa es que hay quien se lo toma tan en serio que se convierte en escritor. Brautigan fue uno. Su vida que rica en demonios que supo mantener a raya hasta que llegó un mal día, y se pegó un tiro frente a la ventana de su casa, de espaldas a una vida que nunca entendió. Cuando apretó el gatillo tenía muy claro que el fracaso era el lugar más seguro que había conocido allí donde nadie iba a intentar quitarle el puesto. El cadáver de Richard Brautigan fue encontrado semanas después, por casualidad o como se llame eso.

Años más tarde, uno de sus seguidores, el fotógrafo Todd Lockwood, llevó el imaginario Brautigan hasta una librería de Vermont. El resultado fue una biblioteca que sólo admite manuscritos rechazados, igual a la que aparece en su obra titulada El aborto. La realidad, siempre imitadora de la ficción, en este caso resultó atractiva. Para sujetar los manuscritos en las baldas se utilizaron tarros de mayonesa. Pero el detalle de la mayonesa no se quedó aquí y la misma clasificación de los manuscritos corresponde a un sistema bautizado de igual manera, donde aparecen temas universales como el amor, la política, la guerra y en ese plan, la biblioteca Brautigan pronto se iba a convertir en albergue de manuscritos rechazados. También en punto de llegada de peregrinos, seguidores de un santo laico con la mirada tierna y las pintas de hippy. La biblioteca de manuscritos rechazados será el fin de ruta.

Con todo, en esta parada y fonda, no acaba la peripecia. Un mal día toca recoger los manuscritos y desmontar la biblioteca. El fotógrato Todd Lockwood se encarga de ello y empaqueta la biblioteca Brautigan y la guarda en el sótano de su casa mientras encuentra un lugar donde hagan sitio. Al final, después de muchas vueltas, consigue alojarla en el Clark County Historical Museum en Vancouver.

Entonces ocurre lo que ocurre en todas las mudanzas, que se extravía uno de los manuscritos. Suele pasar. Se trata de un volumen de cuentos marcado con el numero #116 y que se clasificó por el Sistema Mayonesa dentro de la categoría dedicada al amor. Venía firmado por Beatic Kalver. Su titulo Love is love con la biblioteca Brautigan de por medio, un fracaso así, no merece ser olvidado.

Montero Glez es autor de Sed de champán (El Aleph).


Babelia núm. 1.180 Sábado 5 de julio de 2014



domingo, 6 de julio de 2025

El viaje alrededor

RELECTURAS Por Enrique Vila-Matas


A finales del siglo XVIII, después de un duelo, Xavier de Maistre fue confinado durante 42 días en Turín. De aquel encierro nace Viaje alrededor de una habitación, un mito literario de sombras borgianas, un recorrido por la inmovilidad

EL INVIERNO PASADO, iba caminando con paso rápido bajo los animados pórticos de la Vía Po de la ciudad de Turín. Hacía frío y buscaba refugiarme en algún café cuando al- guien me dijo que en una habitación de aquella vieja calle, en el invierno de 1794, Xavier de Maistre había escrito Viaje alrededor de mi habitación.

Encontré raro que existiera un lugar físico en el que se hubiera escrito un libro que siempre había considerado exclusivamente un viaje mental. Nunca imaginé que podía existir una habitación de verdad en Viaje alrededor de mi habitación. Y, además, había olvidado que había sido escrito en Turín. Hacía ya muchos años que había perdido mi ejemplar de la colección Austral (recuperado hace unos meses) y la obra del conde de Maistre era para mí más un título sugerente que una obra. Aquel día, me chocó enormemente que la habitación de Viaje alrededor de mi habitación pudiera convertirse en mi circunstancial refugio del frío. Era como si me invitaran a repetir el viaje del exterior al interior que en su momento realizó Xavier de Maistre cuando, por haberse batido en duelo, se vio castigado y confinado por las autoridades militares a permanecer cuarenta y dos días en la distinguida serenidad de aquel cuarto, hoy ya mítico en la historia de la literatura. Mítico, en parte, por Borges, que para estas cosas casi nunca falla. ¿O no nos ocurre con frecuencia que, al cruzar por un mito literario, descubrimos que ya pasó antes por allí la sombra borgiana y le dio un último toque de gracia?


 Una habitación en Piamonte, Turín (Italia). Foto: Alex Majoli / Magnum

En su cuento El Aleph, Borges hace que el libro del conde de Maistre aparezca de una forma lateral, pero suficiente, porque colabora en la comprensión del relato de esa experiencia mística (la revelación de una totalidad fantástica) que ofrece al lector dos modos de referir el asombro de ver más. Por un lado, Carlos Argentino Daneri, una especie de Dante venido a menos, ha estado utilizando el Aleph (pequeña esfera tornasolada que permite ver la simultaneidad del universo) para escribir un monstruoso poema en el que menciona, con patoso esnobismo francés, Voyage autour de ma chambre. Por otro lado, el personaje llamado Borges dice que, al ver el Aleph, temió que en el mundo no le quedara ya una sola cosa más capaz de sorprenderle tanto. Carlos Argentino y Borges parecen una copia de la Bestia y el Alma que, antes de la invención del psicoanálisis, creó el conde de Maistre para que combatieran a brazo partido en su cuarto turinés: “El gran arte de un hombre de genio es saber educar bien a su bestia para que pueda ir sola, mientras que el alma liberada de esta penosa relación, puede elevarse hasta el cielo”.

En el capítulo treinta y siete del libro de Xavier de Maistre encontramos precisamente un tímido Aleph que pudo preceder al de Borges: “Desde la última estrella situada más allá de la Vía Láctea, hasta los confines del Universo, hasta las puertas del caos, he aquí el vasto campo por donde paseo a lo largo y ancho, y con toda tranquilidad, pues carezco por igual de tiempo y de espacio”.

No lo dudemos más. Desde nuestro cuarto habitual, sin salir a calle alguna, nos ha sido dado el gran don (que tantas veces olvidamos) de ver la esfera que permite ver la simultaneidad del universo. Ese don contribuyeron a divulgarlo las páginas de ese pionero viaje alrededor de su cuarto que realizó Xavier de Maistre, nacido en Chambéry, y testigo de una época de grandes cambios para su patria saboyana, cambios que llevaron a este noble a ganarse la vida modestamente como pintor de paisajes en San Petersburgo. Xavier fue hermano menor del famoso y temido Joseph de Maistre, reaccionario sin fisuras. El crítico parisiense Sainte-Beuve, gran propagandista del Voyage autour de ma chambre, define a Xavier como un hermano menor contento de serlo y como un hombre, además, de gran ingenuidad y encanto: “El hombre más parecido moralmente a sus obras que imaginar quepa: ingenuo, sorprendido, dulcemente astuto y sonriente, sobre todo bondadoso, agradecido y sensible hasta las lágrimas con en su primer frescor; en definitiva, un autor que se parece tanto más a su libro por cuanto nunca pensó en ser un autor”.

No pensarse a sí mismo como autor le facilitó el éxito. Y quizás explique en parte la frescura y agilidad que el texto —en la estela shandy de su admirado Laurence Sterne y su celebrado Viaje sentimental— ha conservado. Se da la circunstancia de que este autor, que ignoraba serlo, estuvo en una sola ocasión en París, cuando ya tenía más de setenta años y quedó muy sorprendido al saber que allí era muy famoso y le adoraban. A los parisienses les había hechizado la originalidad de aquel viaje inmóvil y la ligereza cervantina del libro. Y él ni se había enterado. Había vivido años en Rusia sin saber que en Francia había producido estragos su viaje craneal. De hecho, le paraban por las calles de París y le preguntaba la gente de dónde había surgido aquel texto tan sorprendente. De un encierro, decía generalmente el conde, cabizbajo. Pero un día se le iluminó el rostro. El encierro le había conectado con el Universo entero, llegó a confesar.

Proust, Liz Themerson, Perec, Stevenson (la Bestia y el Alma del cuarto turinés se reflejan en Dr. Jekyll and Mr. Hyde) amaron los resultados literarios de aquella conexión con el espacio universal y parodia inteligente sobre la narrativa de viajes extraordinarios. Escribió el conde aquel libro —obra maestra de la levedad— a la manera de un relato autobiográfico en el que alguien, con la excusa, por ejemplo, de describir su escritorio, cuenta básicamente el asombro de ver más. No se sabía todavía por aquel entonces que todo viaje, por muy innovador que fuera, siempre creaba sus precursores. En el caso de Viaje alrededor, Lao Tse, fundador del moderno viaje interior, sería una de las primeras referencias: “Sin salir de la puerta se conoce el mundo / Sin mirar por la ventana se ven los caminos del cielo. / Cuanto más lejos se sale, menos se aprende”.

Otro precursor sería el sorprendente Luciano de Samosata, que hace diecinueve siglos escribió que había llegado a la luna en un barco y había sido testigo de una guerra espacial entre el emperador de la luna y el del sol.

Que Viaje alrededor posee la misma levedad y frescura que estos dos clásicos se ve perfectamente cuando De Maistre nos dice que no hay nada mejor que seguir la pista a las ideas, “al modo del cazador que persigue la pieza sin seguir un determinado camino”. Parecía conocer el vaivén moderno entre automatización, parodia y renovación: “Por eso, cuando viajo por mi cuarto, difícilmente sigo una línea recta”. Le movía una poética del vaivén y una natural prevención por si su viaje inmóvil acababa también siendo parodiado. El resultado: una imitación del perpetuo movimiento de la mosca en la habitación, y toda clase de desplazamientos y pensamientos en zigzag. Y un legado no imaginado para el futuro. Sin poder ni sospecharlo, estaba preparando el terreno para que nuestro viaje contemporáneo fuera una sucesión infinita de odiseas de la Vía Po.

Imagino al innovador Xavier de Maistre en el momento mismo de terminar su libro y sentirse más que nunca doble, dividido entre la Bestia y el Alma. Un impulso misterioso le dice que necesita del aire y del cielo y decide dar por concluido el viaje: “Heme aquí preparado; mi puerta se abre; deambulo bajo los espaciosos pórticos de la Vía Po; mil fantasmas agradables revolotean ante mis ojos. Sí, aquí está este hotel, esta puerta, esta escalera, me estremezco de antemano”.

Desde mi cuarto le veo salir a la calle. ¿Es el final de su viaje lo que le estremece? ¿Cómo encaja el primer golpe de aire? Lo sepa o no, su parodia de los viajes va a significar un salto mental, un punto de vista inédito que permitirá a los lectores futuros, sin salir de casa, el asombro de ver las puertas del caos y la simultaneidad del universo. El asombro, en definitiva, de ver más. 

Viaje alrededor de mi habitación. Xavier de Maistre. Funambulista. Madrid, 2007. 176 páginas. 16,80 euros.

www.enriquevilamatas.com



       EL PAÍS BABELIA 02. 01. 2010 

domingo, 15 de junio de 2025

Born losers

Paul Newman en El buscavidas (1961) sunset boulevard/ corbis/ getty

El debut de Walter Tevis, El buscavidas, cuya adaptación al cine protagonizó Paul Newman, demostró la calidad de este outsider literario

Por Kiko Amat 

Si el canon literario fuese una cena de alto copete, Walter Tevis (1928-1984) sería el tipo a quien han colocado en una esquina de la mesa, en un taburete bajo, alejado de la conversación central; mientras Virginia Woolf se resiste a pasarle el vino. Ajeno al modernismo y al "juego con el lenguaje", Tevis escribía novelas realizadas con acción, situación y personajes; hablaba de los marginales, solitarios y born losers (él acuñó el término, de hecho); escribió varias obras de ciencia ficción, en un momento en que -según la crítica culoprieta- el género era basura bolsilibrera: para colmo, era razonablemente popular.

Su éxito fue también condena fáustica. Tevis vio cómo no solo una , sino dos, de sus novelas se adaptaban a filmes célebres -El buscavidas, protagonizada por Paul Newman, y El hombre que cayó a la Tierra, con David Bowie en el papel de alien linfático- pero cobrar de Hollywood le alejó aún más del podio artístico. Incluso el mundillo de la ciencia ficción opinaba que se había subido al carro (el repelente Isaac Asimov le acusó de haber "violado" la "segunda ley termodinámica", o algo así). Parecía destinado a ser siempre un outsider, el raro de cualquier club.

Por desagradable que fuese la alienación, el autor llevaba una vida preparándose para ella. Nació en San Francisco, y a los 11 años le ingresaron en el hospital por un reuma del corazón. Sus padres aprovecharon la postración del niño para mudarse a una granja en Kentucky (le dejaron atrás, por si no ha quedado claro). A los 12, una vez "curado" (seguía hecho una piltrafa), Tevis realizó en solitario el viaje a los Apalaches. al llegar a su destino, a modo de bienvenida, le metieron en una escuela rural llena de bigardos, donde fue apaleado "regularmente".

Como diría Flannery O´Connor, si uno sobrevive a la infancia tiene material para una carrera literaria entera. Y eso es lo que le sucedió a nuestro hombre. Para colmo, por si le faltaran trabas, durante media vida fue alcohólico "común" (la experiencia de otredad le sirvió, decía, para escribir sobre extraterrestres desarraigados y robots abatidos); decidió quedarse en Kentucky, alejado de la élite letraherida; y, quizás pero que todo ello, tras publicar sus dos primeras novelas, optó por dedicarse a la docencia a jornada completa ("La enseñanza se interpuso en mi camino", declaró, "dejaba todo mi entusiasmo en el aula"). Su siguiente obra (Sinsonte, 1980) tardaría 17 años en aparecer.

El buscavidas, su debut largo, es una de las grandes novelas de los años cincuenta, muy por encima de éxitos hipsters del mismo periodo (la endeble On the Road, sin ir más lejos), y suele ser arrinconada por las mismas razones por las que la celebramos sus fans: porque es tirante, comprensible y rabiosa; habla de billar (Tevis trabajó en un salón durante su juventud y adquirió cierta destreza en el deporte); y sus personajes hacen cosas, en lugar de monólogo-interiorizarlas.

Todos ustedes han visto, sin querer o queriendo, el filme homónimo, así que no considero necesario realizar la sinopsis. solo subrayaré que la historia de Fast Eddie Felson, el buscavidas que titula el libro, es (como no podría ser de otro modo) mucho mejor que su versión cinematográfica, y que naturalmente no va solo de billar, sino de oficio, y de conocerse a uno mismo, y luchar contra los propios miedos. Y también de que te guste mucho hacer algo; que te guste má que cualquier cosa del mundo, vamos.

El escritor superó el alcoholismo en 1980, se mudó a Nueva York, y el ocaso de su vida tomó forma de frenesí literario con tres novelas en dos años: Las huellas del sol, 1983; Gambito de dama, 1983, adaptada en exitosa serie de Netflix, y El color del dinero (secuela de El buscavidas), en 1984. Las tres son sobresalientes.



El buscavidas

Walter Tevis

Traducción de Juan Trejo

Impedimenta, 2025

236 páginas. 23,95 euros


El Pais. Babelia  núm. 1.751. Sábado 14 de junio de 2025

domingo, 8 de junio de 2025

El libro como fetiche vuelve a seducir al lector

Enriquecer el objeto de papel con valor añadido y una edición cuidada se abre paso ante el avance imparable del e-book

Por Virginia Collera

Los escritores de ciencia-ficción se atreven a imaginar el futuro, y a muchos de ellos -Issac Asimov, J. G. Ballard, Phillip K. Dick, H. G. Wells- el tiempo les ha dado la razón. Quizás porque él es uno de ellos o, simplemente, porque es un buen conocedor de Internet, a Neil Gaiman le piden, con relativa frecuencia, que haga predicciones de futuro. El año pasado, en el congreso Publishing for Digital Minds, una de las actividades de la Feria del Libro de Londres, le preguntaron por el porvenir de la edición. Entre otras muchas cosas, el británico manifestó: "Sospecho que una de las cosas que deberíamos hacer es libros más hermosos, más delicados, mejores. Deberíamos transformar los objetos en fetiches, dar a la gente una razón para comprar objetos, no solo contenido, si lo que queremos es venderles objetos".

Los Afronautas, de Cristina de Middel, es uno de los fotolibros autoeditados más celebrados de los últimos años.

Ese mismo año, en esa misma feria, paseando por los stands que ocupaban el centro de convenciones Olympia, Javier Celaya, socio fundador de la consultora editorial Dosdoce, ya atisbaba ese futuro que Gaiman apenas había terminado de esbozar: "Vi una vuelta a los orígenes del libro, al respeto máximo a la edición, al valor del libro como objeto, que era algo que habíamos perdido porque se había industrializado demasiado: las editoriales apretaban tanto los márgenes que habían empobrecido el objeto y, por tanto, la experiencia. La transformación digital va a hacer que vuelvan a tomarse en serio la edición en papel".

La cartera del cretino, de Kurt Vonnegut, o Sobrebeber, de Kingsley Amis, son títulos de la editorial Malpaso, que todavía no ha cumplido un año de existencia. Son ediciones en tapa dura, con sobrecubierta y con el canto tintado. Naranja y rojo respectivamente. Son obra de Pablo Martín, premio Nacional de Diseño 2013. "En la tormenta perfecta que vive el sector, con gente que piratea y la competencia del e-book, el libro tiene que estar bien editado, tenemos que aportar un valor añadido para que la lectura sea una experiencia especial", lustifica Malcolm Otero, director editorial de Malpaso. Sus libros presumen de otra innovación: si se compra un ejemplar, la editorial facilitará un código de descarga a quien lo solicite. "Es justo que quien compre el libro en papel tenga también su versión electrónica. Dicho esto, el porcentaje de gente que la pide es bajo".



La fiesta de la señora Dalloway perteneciente a la colección ilustrada de Virginia Woolf de Lumen.


En los últimos años, el futuro del libro de papel ha oscilado entre los que se lo negaban y los que lo defendían en una convivencia más o menos cordial con el e-book: en Estados Unidos, un estudio reciente de Pew Research ha concluido que cada vez se leen más libros electrónicos, pero el papel sigue siendo el formato más utilizado y, además, la mayoría de los que leen en soporte digital, también lo hace en formato físico. En España, el último barómetro elaborado por la Federación del Gremio de Editores arrojaba que, en 2012, un 11,7% de la población ya leía en formato digital, pero la incidencia de las descargas ilegales -el 84% de los contenidos consumidos es pirata, según la Coalición de Creadores e Industrias de Contenidos- emborrona cualquier intento de obtener una imagen real. Fue Arthur C. Clarke, otro autor de ciencia-ficción, quién afirmó que intentar predecir el futuro era "una ocupación desalentadora y peligrosa". Quizá también inevitable. Marta Borrell, directora creativa de Penguin Random House, es optimista. "Con la aparición del digital, el mundo del libro vive un renacer interesantísimo, atravesamos un momento muy especial", asegura. "Creo que hay una demanda de libros más cuidados, una nueva sensibilidad. El digital y el papel son complementarios, y las editoriales queremos llevar el contenido al mayor número de lectores, en el formato que sea, brindándoles la oportunidad de vivir distintas experiencias a distintos precios. En Lumen pueden leer a Virginia Woolf en digital, en rústica o en una edición ilustrada que, en cuanto abres el libro, te transporta a un lugar especial".

Esas ediciones de Un cuarto propio o La fiesta de la señora Dalloway están pensadas para perdurar. "Son casi de coleccionista, piezas que desearás tener", apunta Borrell. son objeto de regalo. Y esa, según Celaya, es una de las claves: "En España hay mucha tradición de compra de libros como obsequio, y para que estos puedan competir con otros objetos hay que darles un valor sensorial. El 33% de las ventas de las grandes cadenas de librerías son productos considerados no libros, y dentro de ese concepto entran estas obras más esmeradas".

El paisajista Jesús Moraime acaba de autoeditar la primera entrega de la colección Jardins de Lisboa: Marqués de Fronteira, Ultramar y Gulbenkian. Son libros de pequeños formato, con una cubierta que remite a los azulejos de las fachadas de los edificios de la capital portuguesa. En su interior se suceden estampas de los jardines, un total de 14 fotografías, un plano de textos de Ray Loriga. Ahora ocupa un lugar privilegiado en la librería Panta Rhei de Madrid, especializada en libros de arte y diseño. "Cada vez llegan más libros autopublicados: los costes de imprenta se han abaratado y los autores no se lo piensan y lo hacen ellos mismos. Al ser proyectos personales, son ediciones cuidadas, especiales", explica Lilo Arcebal, responsable de la librería. Para editar los nueve libros de Jardins de Lisboa, Moraime se alió con el estudio de edición de arte Siete de un Golpe. "Siempre pensé en hacerlo por mi cuenta, sin recurrir a editoriales; quería un producto redondo, no hacer concesiones".

Esa democratización del proceso de edición está en el germen de otro renacer: el del fotolibro. En estos momentos, tres exposiciones (Libros que son fotos, fotos que son libros, en el Museo Reina Sofía; Los mejores libros de fotografía del año, en la Biblioteca Nacional, y Fotolibros. Aquí y ahora, en la Fundación Foto Colectania) exploran el pasado, presente y prometedor futuro del género en España. Jesús Micó, responsable de la sala de exposiciones La Kursala, en Cádiz, es el impulsor de obras como Ostalgia, de Simona Rota, elegido como uno de los mejores libros del año por la organización D&AD, o Los Afronautas, de Cristina de Middel, uno de los fotolibros de mayor resonancia crítica de los últimos tiempos: fue galardonado con el Photo Folio Review en los Rencontres d´Arles de 2012 y finalista en Paris Photo, y recibió una nominación para la prestigiosa Deutsche Börse -entre otras distinciones-. Los Afronautas agotó su tirada de 1.000 ejemplares en pocos meses y estos son ahora objeto de deseo entre coleccionistas: el fotógrafo de la agencia Magnum Martin Parr se hizo con cinco copias.

"El fotolibro da un mayor valor añadido porque es una obra en sí y ofrece una experiencia de lectura única, individual, intimista, que se está consolidando en el proceso de promoción y legitimación de la obra fotográfica", explicó Micó. "Antiguamente un fotógrafo solo podía ver su obra en un libro si la iniciativa era de una institución, pero hoy tenemos una gran preparación académica y técnica, que no se han visto apoyados por el sistema y han tenido que apostar por el fotolibro para a dar conocer su trabajo".


El Pais. Babelia núm. 1.176 Sábado 7 de junio de 2014


viernes, 6 de junio de 2025

Un monstruo en el club de lectura

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


El autor del texto, con una máscara de un monstruo de H.P. Lovecraft. J.A.

La horrorosa, infame, abominable y repulsiva criatura avanzó dando tumbos, chocando con las estanterías y con algún cliente despistado. Vestía una larga túnica negra de acólito con capucha, bajo la cual se percibían unos ojillos reptilescos y una masa de tentáculos que brotaba de la cara. El blasfemo ser se dirigió hacia la sala de actos y se dio contra la puerta de cristal produciendo un ruido sordo y tentacular seguido de un gruñido inhumano. El engendro no veía casi nada, apenas podía respirar y se preguntaba qué le había llevado a meterse en esa situación y lo que pensaba, porque el monstruo era yo.

Los acontecimientos que me llevaron a transformarme en abominación reptante, concretamente en semilla estelar de Cthulhu, siguen la lógica implacable de los relatos de Howard Philips Lovecraft (HPL). Cuando me sugirieron Loredana Volpe y Antonio Torrubia participar en una sesión en la librería Gigamesh de Barcelona de la nueva temporada (la segunda) del Club Lovecraft de lectura, les dije que sí (cualquiera dice que no, igual se te enfadan Nyarlathotep o el propio Cthulhu, y la liamos). La sesión iba a estar dedicada a repasar En la noche de los tiempos parte fundamental del canon lovecraftiano y una obra que me gusta especialmente porque salen exploradores que enloquecen, exploradores que enloquecen, excavaciones arqueológicas, presencias innombrables, libros prohibidos y mi alma mater: la Universidad de Miskatonic.

Desgraciadamente no caí en la cuenta de que el día de la convocatoria de la sesión del club yo tenía una fiesta de carnaval. Era una fatal coincidencia, pues mira que hay eones para celebrar cosas. Y entonces se me ocurrió una genialidad. Dado que la fiesta empezaba a las ocho y media y mi participación en el Club Lovecraft era a las siete, ¿por qué no matar dos pájaros de un tiro y acudir a la sesión disfrazado de criatura lovecraftiana para luego ir sin solución de continuidad (ni de identidad) al carnaval?

Me puse a buscar un atuendo que me sirviera para ambas convocatorias. Encontré en Amazon una realista máscara de látex de "Monster of R´lyeh". Era convenientemente horrible y pulposa e hice el pedido rascándome el bolsillo (79 euros). Añadí una túnica con capucha. Llegado el viernes, entré en la librería dispuesto a dar la campanada. Accedí a la sala de actos y ocupé mi puesto en la mesa, provocando la natural conmoción. Hablamos apasionada y sesudamente de En la noche de los tiempos (1936), acordando que es uno de los mejores textos de Lovecraft.

A todas estas yo me había desprendido ya de parte de mi caracterización de aborrecible hierofante cthulhiano. Me pareció muy interesante, y así lo hice notar a la concurrencia, que mi experiencia era muy parecida a la del protagonista de la historia, el profesor Peaslee, poseído por una entidad arcana y monstruosa. Quizá fue por ello, por la identificación con el extraño, por lo que me encontré intentando reivindicar un poco a Lovecraft (1890-1937) ante las descalificaciones que le han caído por racista y supremacista blanco, y que han llevado a acciones de cancelación de su figura. Pero el racismo de HPL es indiscutible, y despreciable. Por si hubiera pocas evidencias, el tercer volumen de sus cartas editadas por Javier Calvo (El terror de la razón, Aristas Martínez, 2024) lo deja clarísimo. Calvo selecciona una veintena de misivas que, incluso a los que somos muy fans de sus historias como él o como yo, nos dan ganas "de mandar a Lovecraft al infierno", por no decir a la mierda. En esas cartas, HPL abomina de la multirracial Nueva York, o sostiene que "por muy listo que sea un negro siempre estará más cerca de los gorilas".

A la vista de eso, el disfraz de monstruo lovecraftiano tomaba otro significado. La máscara tentacular me pareció una expresión de los pecados del escritor y no me vi con ánimos de irme de fiesta ataviado así, no digamos de bailar. Me marché de Gigamesh cabizbajo, sin olvidarme de entregar a la salida mi óbolo a la figurilla de Cthulhu en su hornacina, pensaba en un plan b: tenía poco margen, pero, bueno, siempre he querido convertirme por un rato en el general Custer...


El Pais, sábado 8 de marzo de 2025


 

martes, 3 de junio de 2025

Lorenzo Silva o cómo contar un país a ritmo de buen policial

La nueva entrega de la pareja de guardia civiles, Bevilacqua y Chamorro, se enmarca en la pandemia y prueba la vitalidad de una serie que ya es historia


Lorenzo Silva

¿Cómo de maneja un personaje 30 años después de su creación?¿Y dos? Esas son las primeras preguntas que surgen al abrir una nueva entrega de Bevilaqua y Chamorro, los dos guardias civiles son los que Lorenzo Silva ha entrado en la historia de la novela negra española. Están cansados (hace casi 27 años de la publicación de El lejano país de los estanques, tres décadas desde que su autor los creara), se conocen demasiado bien, pero guardan todas las esencias de dos extraordinarios personajes enmarcados en buenos policiales. Y van 14 entregas con esta que nos ocupa, Las fuerzas contrarias.

La trama se sitúa en la explosión de covid en marzo de 2020, una apuesta arriesgada si no fuera por el crimen que sirve de motor para la trama: quién está matando a determinadas personas mayores aprovechando una coyuntura en la que nadie mira en detalle a los muertos. Y, claro, como diría Harry Bosch sobre las víctimas: "Si no importan todas, no importa ninguna". O, en palabras del cabo Arnau imitando a Bevilaqua: "Somos lo único que tienen los que, como ella, ya no tienen nada". "A veces debería ahorrarme esas frases estupendas", reacciona el citado con buena carga de autoconciencia. "No serías tú", le responde Chamorro en un ágil diálogo a tres bandas donde la primera persona que comanda siempre estas novelas se diluye un poco en beneficio de los secundarios.

Son muchos años cabalgando juntos y el lector aficionado se encuentra no solo a los dos protagonistas, sino también al citado Arnau y a la inigualable Inés Salgado o a otros invitados de lujo como el comandante Ferrer y el amigo López, al que vimos en asuntos internos en uno de los momentos más tensos de la serie, un "buena ley", un personaje íntegro muy del estilo de los que salen de la pluma de Silva. Pero esta novela, reconoce el propio autor, es toda entera para Vila y Chamorro, para celebrar su carrera junto a los lectores. La relación entre ambos, siempre tan compleja, alcanza un nivel especial, parecido aunque no tan evidente al de Lejos del corazón, el momento más tenso entre los dos, cuando si terminaron o no por romper con esa tensión sexual no resuelta queda a la imaginación del lector.

El procedimental es, marca de la casa, de los que está medido hasta el último detalle. Maneja Silva tan bien los resortes del género que la otra trama, con Arnau y un asesino de mujeres, un incel de manual, reaparece para ser resuelta en el justo instante en el que el lector instante en el que el lector se preguntaba por ella. Y la realidad, la que todos sufrimos y casi hemos olvidado aquel fatídico marzo de 2020, está retratado con pulso.

Desde el brillante arranque de El lejano país de los estanques, la pertenencia de Vila y Chamorro a la Guardia Civil, en su unidad central de Madrid, le daba al autor la excusa para llevarlos por toda la geografía española. En El alquimista impaciente, la segunda de la serie, Vila ya califica a Chamorro de "indispensable". A esas alturas llevaban un año escaso trabajando juntos. Ella todavía se sonrojaba mucho y ya era un personaje de muchos quilates. Viajan en coches incautados a los criminales, mucho mejores unas veces que otras, sobreviven con sueldos dignos pero muy justos, ascienden, despacio, en el escalafón: Y miran de frente a lo peor del ser humano. "La elección de Vila como investigador de delitos contra las personas no fue voluntaria, pero luego me ha permitido una mirada sobrecogedora sobre el ser humano, porque los crímenes que investiga los puede cometer cualquiera", reconocía el autor a El Pais en 2018, con motivo de la publicación de Lejos del corazón sobre la naturaleza de su trabajo investigador.

Las novelas de Vila y Chamorro han sido un termómetro constante de los temas que preocupaban a la sociedad española. sin diagnóstico o ideología, puro paisaje bien construido, en Las fuerzas contrarias nos encontramos con la pandemia como en La marca del meridiano ocurría con la corrupción policial y la situación de Cataluña o en Desde los escorpiones con las guerras contemporáneas en las que España se vio implicada, sin olvidar la huella del terrorismo de ETA, eje central de El mal de Corcira, una de los mejores entregas de la serie. Con ella viajó al pasado de Vila con la idea de ir completando la vida de ficción de este guardia civil de origen uruguayo. ¿Qué nos espera en próximas entregas? ¿Montevideo, quizás?

En las páginas finales da alguna sorpresa y deja intuir las líneas de la decimoquinta entrega. El propio Silva comenta a El Pais que Vila pasará a tener un destino en la UCO, "lo que quiere decir que podrá intervenir en otras investigaciones, no solo homidicios, aunque con Chamorro seguirá colaborando en ese ámbito". Les queda cuerda y lo celebramos. Larga vida.



Las fuerzas contrarias

Lorenzo Silva

Destino, 2024

408 páginas. 22,90 euros


El Pais. Babelia Núm. 1.747. Sábado 17 de mayo de 2025



lunes, 26 de mayo de 2025

Pequeños lectores sin estereotipos

La asociación Scosse presenta en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia una selección de 1.000 títulos para combatir la violencia machista






Arriba, una ilustración de La ola editado por Barbara Fiore, y debajo, doble página de Orejas de mariposa (Kalandraka).

Tommaso Koch

Madrid

Una niña de pelo negro y vestido gris se planta en la orilla del mar. Azul, inmenso, inquieto. El cielo, blanco como la playa, completa los colores en las páginas: apenas cuatro. Palabras menos aún: ninguna. Con tan básica paleta, Suzy Lee pintó hace casi dos décadas uno de los álbumes infantiles más celebrados de este siglo. Desde que La ola se publicó, allá por 2008, no ha parado de ganar lectores y premios. Ha sido aplaudido por las ilustraciones, la atmósfera, por contar toda la infancia sin necesitar texto, solo con el vaivén del agua. Ahora, la obra acaba de sumar otro mérito: ha entrado en la selección de libros para contrastar la violencia machista que la asociación italiana Scosse (Sacudidas) presentará la semana próxima en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia, la más importante del sector.

"Hemos partido de una reflexión. Una persona pequeña expuesta a muchas ideas crea en su cabeza un imaginario rico que puede favorecer comportamientos más respetuosos hacia su entorno. Si individualiza qué le hace estar cómoda y a quienes les rodean, tiene más posibilidades de contrastar situaciones donde puede surgir violencia", explica Elena Fierli, una de las responsables de Scosse. Su asociación lleva desde 2011 volcada en tres pilares: activismo transfeminista, investigación académica y educación, a través de talleres en colegios, con el profesorado o la Administración pública. Entretanto, lanzaron el proyecto Leggere sensa stereotipi (Leer sin estereotipos), un catálogo que suma 350 recomendaciones de libros y en Bolonia desvelará su reciente actualización hasta 1.000 títulos. La evolución de esa búsqueda llevó últimamente a Scosse hacia álbumes infantiles que trataran algún tipo de violencia. Cuenta la experta que la propia escasez, de partida, fue una primera respuesta.

Algunos de los títulos disponibles en España son Sirenas (Kókinos), de Jessica Love, sobre un niño que se divierte disfrazándose de mujer pez; Sexo es una palabra divertida (Bellaterra), de Cory Silver, que intenta impulsar conversaciones sobre cuerpos, género o consentimiento con lectores a partir de siete años; ¡En familia! (Takatuka), de Alexandra Maxeiner y Anke Kuhl, un repaso con cierto humor absurdo a distintos hogares; o Julia, la niña que tenía sombra de chico (El jinete azul), reedición del clásico de 1976 de Christian Bruel y Anne Bozellec sobre el derecho a ser uno mismo.

La actualidad añade relevancia a la labor de Scosse. Pese a la reducción de los asesinatos machistas, en 2024 hubo 114 y 47 vidas truncadas en Italia y España -datos del observatorio que elabora la organización italiana Non una di meno y del Gobierno español-. El Ejecutivo italiano acaba de enviar al parlamento un diseño de ley para crear el delito de feminicidio, endurecer las condenas, reforzar las formación especializada dentro de la justicia y obligar al fiscal a escuchar personalmente a la víctima de violencia, sin que pueda delegar el interrogatorio a la policía, entre otras medidas. Pero Fierli admite que las encuestas entre los jóvenes despiertan temores de cara al futuro, e incluso al presente. Además de las dudas de que tal vez los avances logrados se antojen menos sólidos de lo esperado.

En España, solo el 35,1% de los chicos entre 18 y 26 años se considera feminista, el porcentaje más bajo de entre todas las franjas de la sociedad; enfrente, las chicas de la generación Z proporcionan la mayor adhesión: el 66%, según una encuesta de 40dB. para EL PAIS y la Cadena SER presentada el año pasado. Pero un reciente análisis en 24 países (con miles de entrevistados entre España, Italia, Francia, Alemania, Reino Unido, Suecia, Brasil, EE UU o Japón) arroja respuestas casi idénticas: solo un 32% de los chicos de entre 14 y 26 años se califica de feminista, un 59% cree que se espera "demasiado" de los hombres en la lucha por la igualdad y un 57% considera que la batalla ha ido tan lejos que ahora se les está discriminando a ellos. En los tres casos, el estudio -de Ipsos UK y el Global Institute for Women´s Leadership del King´s College de Londres - muestra que la generación Z es la que arroja la mayor brecha entre las convicciones masculinas (los hombres de esta edad son los más reacios de toda la encuesta) y femeninas (se colocan como las más volcadas con la causa en casi todas las preguntas formuladas). ¿Pueden los libros hacer algo al respecto?

"El problema existe y es muy grande. Entre los adolescentes se está extendiendo una cultura de atención al género, la identidad y una sexualidad más libre. Pero también se está fortaleciendo la visión de la extrema derecha. En un colegio encuentras cada vez a más gente no binaria, que se expresa como quiere. Pero lo mainstream es cada vez más conservador", apunta Fierli. Como buen espejo del mundo, la literatura infantil y juvenil refleja ambas realidades. Varios autores, editores y expertos subrayaban justo en la feria de Bolonia de 2024 los grandes avances en igualdad e inclusividad. La edición de este año también acogerá una charla sobre cómo acercar la literatura a los jóvenes varones y narrar los hombres del futuro. Sin embargo, a la vez, las mismas voces alertaban sobre una vuelta de muchos libros al amor que siempre se llamó tradicional. El éxito de la corriente literaria Enemies to lovers (de enemigos a amantes) incluye novelas donde se normaliza el abuso, algo de lo que han sido acusados superventas como Traficante de lágrimas o After.

La conclusión principal de Fierli es que hay que redoblar los esfuerzos. Ahí está su catálogo de libros infantiles que desmontan estereotipos de género. Muchos de los álbumes que aparecen están disponibles en España. Pequeña belleza, Más allá del bosque, El árbol de los recuerdos u Orejas de mariposa figuran en una selección que junta viejos clásicos como Pequeño azul y pequeño amarillo, de Leo Lionni; Elmer, de David McKee, o La oruga glotona, de Eric Carle, con autores contemporáneos de renombre como Beatrice Alemagna (Los cinco desastres) o Chris Haugton (Un poco perdido). También Con Tango son tres (Kalandraka), inspirada en la historia real de dos pingüinos machos que adoptaron un cachorro y que desató en EE UU la ira de familias conservadoras y una batalla por sacarlo de colegios e incluso librerías.

Esas familias, o una mirada escéptica, detectarán en la selección de Scosse sobre todo las obras con un enfoque evidente ya desde el título, pero la lista incluye muchos álbumes de reconocida calidad, que apuestan por la narrativa en lugar de la moraleja, simplemente en un marco libre de viejos prejuicios. "También identificamos libros negativos, o controvertidos".  No los incluyen en sus listas públicas, sino que los guardan para utilizarlos en las formaciones. Resulta que también sirven para construir un mundo mejor. Aunque sea a su pesar.


El Pais. Sábado 29 de marzo de 2025

domingo, 11 de mayo de 2025

Cosas así decían los grandes

Las horas paganas / Manuel Vincent

Decía Joseph Conrad que hay dos clases de marineros: los que se embarcan apesadumbrados porque dejan en tierra a la familia, a los amigos y unos placeres sedentarios, y los que suben a bordo felices porque es la forma de sacudirse de encima líos domésticos, deudas, pendencias y falsas promesas de amor poniendo todo un océano por medio. Joseph Conrad pertenecía a esta segunda clase de marineros. Era un polaco que empezó a escribir cuando se había jubilado después de haber adquirido toda clase de experiencias en el mar y lo hizo en un inglés aprendido y reverenciado, que le vibraba en el pulso con la misma tensión de la caña de los navíos que pilotó cuando era marino mercante. El mar es una moral. Un escritor se mide frente al mar, eso decía.

En Lord Jim, la serenidad frente a la desgracia; en Nostromo el ansia de poder, y En el corazón de las tinieblas la penetración hasta el fondo de la miseria humana. En este sentido Conrad no se permitió una sola zozobra, ni una página ridícula, pero no fue así su vida en tierra. Pese a su fama internacional que le dieron sus libros tuvo que vivir luchando de nuevo con las deudas, con la enfermedad de su mujer, con los problemas de su hijo Borys, con la ruina de su cuerpo apalancado en un sillón en su residencia de Oswalds, cerca de Canterbury, y con los celos de viejo enamorado de una adolescente que para él supuso un proceloso mar imposible de navegar.

Decía William Faulkner de sí mismo unas veces que era heredero de un terrateniente del condado, coronel William Clark Falkner, propietario del ferrocarril y banquero, y otras que era hijo de una negra y de un cocodrilo. Empezó a trabajar en oficios inestables, cartero, pintor de brocha gorda, dependiente de librería e incluso portero de prostíbulo, todos bien rehogados en alcohol. Decían los vecinos: "A ese chico de los Faulkner lo han echado de Correos por leer las cartas". Se fue a París, no conoció a Gertrude Stein, pero olió la vanguardia y se la trajo a Misisipi. Venía de unos versos fracasados que imprimió a su prosa dura por medio de una descarga poética alucinada de varias voces superpuestas. Su literatura describía las pasiones humanas como los meandros putrefactos del Misisipi en la desembocadura que arrastraban juntas la belleza y la escoria.

Todos sus sueños eran de grandeza. Tenía orgullo y cortesía, las dos cualidades esenciales que definen a un caballero del Sur y en este sentido a Faulkner para ser perfecto solo le faltó morir borracho de una caída del caballo, un don que estuvo a punto de conseguir. Kennedy solía adornar algunas de las cenas privadas en la Casa Blanca con famosos escritores y artistas del momento. Por su mesa habían pasado Norman Mailer, Saul Bellow, Arthur Miller, e incluso Pau Casals junto a todos los Sinatra de costumbre. Faulkner también recibió una invitación, a la que contestó: "Señor presidente, yo no soy más que un granjero y no tengo la ropa apropiada para ese evento. Ahora bien, si tiene usted algún interés en cenar conmigo con mucho gusto le invito a mi casa de Rowan Oak, en Oxford, Misisipi".

La casa a la que había invitado a cenar a John Kennedy era una mansión destartalada sin agua ni luz; de hecho, se pasó la vida escribiendo para convertirla en una prolongación de su ambición de ser un caballero del Sur con olor a establo, puesto que una de sus locuras fue reunir acres de tierras para llenarlos de relinchos de caballos.

Samuel Beckett, en 1964 en París., Gisele Freund (Getty)


Decía Samuel Beckett que solo tenía dos certezas: que había nacido y que tenía que morir. La vida era un caos que se producía entre dos silencios, uno antes de nacer y otro después de morir. Un día al doblar una esquina en Montparnasse fue acuchillado por un vagabundo. La navaja se detuvo a un centímetro de su corazón. Cuando salió del hospital, Beckett fue a la cárcel a preguntar a su agresor por qué lo hizo y el vagabundo le contestó: "No lo sé". Fue este absurdo el que le hizo ver la vida como era.

A partir del éxito de su comedia Esperando a Godot, todos los críticos le preguntaban quién era ese Godot al que todo el mundo espera y nunca llega. ¿Era Dios?¿Era la belleza?¿Era el propio Beckett? Él decía que si lo supiera lo habría escrito. Puede que fuera un ciclista llamado Godeau, famoso porque siempre llegaba el último fuera de control en la vuelta ciclista a Francia y el público siempre lo esperaba. En un viaje de París a Dublín, Beckett oyó que el sobrecargo del avión decía a los pasajeros: "Les hablo en nombre del comandante Godot". El escritor estuvo a punto de tirarse en marcha.

Por su humor poético, deslumbrante y sin sentido recibió el premio Nobel en 1969. Al enterarse de la noticia estaba en Tánger. Solo dijo: "¡Qué catástrofe!". Y se perdió en el desierto. Cosas así decían los grandes.


El Pais. Sábado 1 de marzo de 2025

jueves, 13 de marzo de 2025

Alicia en el país de las pesadillas

 Por Marta Sanz

Un pingüino en mi ascensor. Un elefante en la cacharrería -o en la bañera-. Una burra en un garaje. Un africano por la Gran Vía. Una profesional bonaerense en una residencia de estudiantes de Heidelberg. En la habitación alemana. En una habitación alemana que no está en Berlín ni Hamburgo ni Fráncfort, sino en ese lugar llamado Heidelberg que no fue destruido por las bombas durante la Segunda Guerra Mundial. Se riza el rizo y el entorno rutinario que ilumina por el efecto de la disonancia y la imprevisibilidad: "Mi baño, mis toallas, mi cocina, mis ollas, mi living, mi sillón, mi biblioteca, acá mi pequeño jardín, mis plantas, mi regadera, mi pájaro muerto en el césped...". Es como si Maliandi pusiera en práctica los aprendizajes de talleres de escritura creativa a los que quizá no haya asistido nunca. Da igual. El texto es amargo, tierno, a ratos divertidísimo. Una mujer, dolida y desubicada, vuelve al exótico lugar de su infancia, donde su papá fue profesor cuando era pequeña, y vive experiencias que se parecen al viaje de Alicia en el país de las maravillas: una luminosa muchacha japonesa suicida y le lega los bienes, entre ellos sus zapatos; un chico tucumano se convierte en fiel escudero; el fiel escudero, que dice ejermosa para expresar su admiración por la casa en la que la protagonista encuentra el pájaro muerto, tiene una hermana, Marta Paula, que llama por conferencia desde Tucumán para comunicar los vaticinios de una pitonisa peligrosísima; la señora Takahashi -soy fan-, no disimula su atracción sexual hacia los jovencitos; hay un karaoke, cenas, hospitales y subidas al castillo de Heidelbarg, que para mí es un lugar misterioso y bellísimo. La protagonista-narradora, rodeada de sombreros locos, está atrapada de sombrereros locos, está atrapada en un tiempo que ella misma ha cerrado en bucle. Un tiempo que es casi una cualidad del espacio. se dice que Maliandi no escribe sobre el crecimiento personal y es cierto; sin embargo, a mi me parece que escribe sobre la perplejidad de los aprendizajes. Y los aprendizajes de la perplejidad. Como en Alicia, también los reflejos tienen importancia. La fusión de las imágenes en dos espacios aparentemente distintos.

Hay que felicitar a la editorial Barrett por haber rescatado esta novela publicada en 2017. De vuelta al humor, me pregunto si hoy a la autora se le habría ocurrido escribir ejermoso reproduciendo el sonido de cierta habla tucumana o retratar a la señora Takahashi. Espero que sí. Carla Maliandi muestra su sabiduría a la hora de construir personajes, articular tramas, conseguir efectos de extrañeza. Pero, sobre todo, destaca por un finísimo sentido del humor y un toque de locura contenida que le permiten hablar del duelo y de la pérdida de las razones para vivir, de la semilla oscura, a través de las claves del relato maravilloso, lo absurdo y lo onírico. La ausencia de sentido de la vida trasciende los códigos del existencialismo o de la filosofía de los pensadores que deambularon por Heidelbarg, y se coloca sobre el alambre funámbulo de una antiheroína que vive en lo pequeño y lo risible. Detrás del duelo llega una esperanza sin ingenuidad, que adopta múltiples formas y nace en los lugares más inesperados. La nieve, el Neckar, el regazo caliente de un bisonte. Que magnífico final. Síntesis pura.



La habitación alemana

Carla Maliandi

Barrett, 2024

160 páginas. 17,90 euros


El Pais. Babelia Núm. 1.730. sábado 18 de enero de 2025


martes, 11 de marzo de 2025

Una novela negra furiosa y combativa

La escritora Ivy Pochoda. Maria Kanevskaya (Siruela)


Por Juan Carlos Galindo

Es probable que los lectores que lleguen por primera vez a Ivy Pochoda a través de estas páginas se sientan un poco perdidos, en particular si se trata de aficionados a la novela negra. No se preocupen han aterrizado en otro planeta literario, uno que brilla sin necesidad de estrellas que le den calor, un universo autónomo dentro del género, el planeta Pochoda. Sigan. No se arrepentirán.

Florence Florida Baum es una reclusa de una prisión de mujeres en Arizona. Estamos al principio de la pandemia y l vida en la cárcel se complica. además, esta niña bien de fondo oscuro tiene una amenaza constante, Diana Diosmary Sandoval, alias Dios. La primera parte, la carcelaria, tiene ya esa potencia de la literatura de Pochoda, que vimos en Esas mujeres (siruela, 2022): voces que no sabes de dónde vienen, temblores en el lector, potencia a raudales, mujeres que valen por sí mismas, sin mediaciones masculinas, enseñando los dientes.

La libertad será solo el principio de algo. a Dios y a Florida les une un oscuro secreto, uno que apela directamente a la gran pregunta de la novela negra: ¿qué tenemos ahí dentro, muy al fondo, que nos hace pasar en ciertas circunstancias ciertos límites? Porque hay que avisar al lector de dos aspectos esenciales de esta historia. Por una parte, no es procedimental -a pesar de la presencia, muy potente, de una mujer policía-, tampoco una novela enigma, sino que bordea el género y lo retuerce. Por otra parte, Florida y Dios no tienen una sola cara, no son solo víctimas, ni perpetradoras, no son de una pieza y nunca serán mujeres fatales. Hay furia contenida y furia desatada, contra los monstruos interiores y contra las barbaridades del sistema. Se siente sobre ellas el peso de un mundo diseñado por hombres, de su violencia y desconsideración, pero no esperen llanto aquí. Ahora bien, cuidado: la autora no juzga ni justifica, en un ejercicio literario complicado del que sale viva gracias al poder de las voces que pueblan el relato.

Un poco antes de la mitad el libro da un salto. Podría haberse quedado en una road movie alocada con dos mujeres aplastadas por el peso de la culpa, el pasado y la violencia de sus actos. Pero entonces no estaríamos ante una novela de Pochoda, que incluye aquí al personaje que da equilibrio a todo: la inspectora de policía Lobos (cuántos habrían hecho ocho novelas solo con este personaje), una mujer con una enorme rabia contenida que tiene un origen común al de Florida y Dios, pero contra el que ella lucha de otra forma.

Queda el contexto, porque Florida huye a Los Ángeles, su casa, una ciudad en constante destrucción, que en la novela aparece como un lugar fantasma atravesado por los efectos de la pandemia (y no tan distinta a la del Harry Bosh de Michael Connelly o la del reciente y vibrante Silencios que matan, de Jordan Harper). La protagonista se adentra en los asentamientos masivos de personas sin hogar, no tan lejos de la mansión familiar, y el lector alucina, conoce otras formas de violencia, se ahoga con la protagonista en esa ciudad apocalíptica.

"Al final lo hecho, hecho está, y no hay manera de deshacerlo. Que otros busquen la moraleja si la quieren", dice uno de los personajes hacia el final, un remate justo y nada reparador, violento, de una historia que no pretende tranquilizar conciencias.

Uno de los grandes méritos de Ivy Pochoda es que no hace una sola concesión al espectáculo, pero el lector queda igualmente atrapado; no utiliza el ritmo del thriller, pero no se puede parar de leer, es imposible escapar de su hechizo. Una melodía de muerte y destrucción no es Esas mujeres, uno de los libros más potentes del género en la última década, pero no deja de ser turbador y magnífico.




Una melodía de muerte y destrucción

Ivy Pochoda

Traducción de Pablo Gonzalez-Nuevo

Siruela, 2025

304 páginas. 24,95 euros


El Pais. Babelia Núm. 1.734. Sábado 15 de febrero de 2025

martes, 11 de febrero de 2025

Cervantes en Lisboa por Javier Rioyo


Miguel de Cervantes pasó dos años felices y misteriosos en Portugal. Conoció amores y decepciones. Entre la primavera de 1581 y la de 1583, con alguna escapada, tiene su inestable residencia en Portugal, principalmente en Lisboa. Un periodo de la vida de nuestro genio que todavía sigue siendo una de las páginas menos conocidas, estudiadas, contadas y controvertidas de su aventurera existencia.

Todos los biógrafos hablan de su estancia, como pretendiente en corte, en busca de los favores de Felipe II en los primeros momentos de su reinado portugués. Y todos pasan deprisa sobre los trabajos, los días y las noches de nuestro excautivo en aquella capital del mundo occidental. Años de esplendor y conquistas en una ciudad que vivía entre el contento y el descontento, entre el derroche y el sometimiento, la llegada, más o menos pacífica, de ese nuevo rey que venía de Castilla. El rey Felipe, aconsejado por Cristóbal de Moura, repartió bienes, concedió títulos y ganó con dádivas a sus nuevos cortesanos.

Miguel, con más de treinta años, sin oficio ni beneficio, la familia endeudada a causa del rescate de su cautiverio, un muñón en su mano izquierda -la sola "condecoración" de su paso por Lepanto- y con las honestas pretensiones de ser recompensado, se lanza una vez más al camino. Atrás se queda su complicada familia, sus compañeros de infortunios y toda una grey de pedigüeños que quieren pasar por héroes de batallas navales. Fanfarrones que pululaban por la corte - que sólo tenían de la Naval, o de "nabales", según Quevedo, el haber comido nabos- toda una turbamulta de vulgares pretendientes con los que el digno y pobre hidalgo Miguel no quería ser confundido.

Miguel de Cervantes. Retrato del escritor de Alcalá de Henares (1547-1616). La litografía es de Célestin Nanteuil, realizada en el siglo XIX.

Con todos se tuvo que mezclar en su vida errante. No tardó en darse cuenta de que él "no servía para la corte". Aunque no dejó de intentarlo.

Lisboa estaba en cuarentena por la peste. La ciudad enriquecida y dorada por el oro de América, adornada por las telas de Oriente, se preparaba para la llegada del nuevo rey que esperaba en la ciudad de Thomar. Allí, rodeado de sus cortesanos, entre otros Mateo Vázquez, el mejor contacto de Cervantes, el rey se sintió liberado de severidades. Se despojó de su negra ropa, de la severa golilla y se "vistió bizarramente, de ricas telas y alegres colores a la portuguesa". Se desmelenó el monarca. Cuando llegó a Portugal, las "regatonas y placeras" de la Rua Nova dijeron: "Qué buen rey, qué mal empleado en los castellanos".

En ese ambiente llegó Miguel. Se fascinó con la ciudad y sus damas. "Para galas Milán, para amores Lusitania". Pretendía conseguir destino en América o empleo que le permitiese tiempo para sus pasiones poéticas y amorosas. De sus moradores escribe: Son agradables, son corteses, son liberales y son enamorados porque son discretos; y que la hermosura de sus mujeres admira y enamora". Algunos creen que allí tuvo a su hija natural Isabel de Saavedra.

Otros lo niegan, pero nadie sabe a ciencia cierta qué hizo, cómo vivió y con quién en Lisboa.

Consiguió una misión secreta para Orán y Mostagán por cien escudos que cumplió con celeridad. Regresó a Lisboa para dar cuenta de su misión. Y le perdemos la pista. Su hermano Rodrigo le encuentra en la ciudad antes de partir a las guerras para vencer la oposición al rey en las Azores. El iluso Miguel "estropeado" para el servicio de la milicia, veterano y excautivo, cree que es hora de que se le concedan favores reales.

No fue así, una vez más se le niegan capitanía y empleo. Volverá a Madrid. Comenzará su "profesión" de escritor. Llegarán La Galatea, las poesías y las comedias para los corrales. El dinero siempre le sería ajeno.

Y la vida y la literatura le esperaban con nuevas dichas y desdichas. El caballero andante buscaba su destino •

El Pais Semanal nº 2000 Domingo 25 de enero de 2015

lunes, 3 de febrero de 2025

Llega correo de Marte: se publican las iluminadoras cartas de Ray Bradbury

 Jacinto Antón

Ray Bradbury en Los Ángeles, California, en torno a 1980.

Michael Ochs Archives (Getty Images)

"Creo que va a haber que cambiar las fechas de la nueva edición de Crónicas marcianas", escribió el 7 de julio de 1996 Ray Bradbury al editor Lou Aronica al ver que la fecha original que daba su libro de 1950 para el inicio de la conquista humana del planeta rojo era 1999 -luego se desarrollaba hasta 2026- y la cosa estaba aún muy verde. "Será mejor posponerlo unos 30 años, ¿no?¿Para hacerlo coincidir con la expedición a Marte? Por favor, que alguien haga un cálculo aproximado y me contáis, ¿vale? La primera fecha en vez de 1999 podría ser 2029 y luego habría que calcular a partir de ahí, ¿de acuerdo? Así la NASA tendrá más de 30 años (de 1996 a 2029) para cumplir mi profecía".

La carta del escritor de ciencia ficción a quien más se asocia con Marte (con perdón de H.G. Wells y Edgard Rice Burroughs) y que pidió que sus cenizas sean llevadas y esparcidas allí cuando quiera que llegue la primera expedición (¿2029?, ya veremos, vuelve a estar muy cerca) es una de las que puede leerse en la interesantísima selección de su correspondencia que compone el volumen Recuerdo, que acaba de editar Minotauro (traducción del inglés de Pilar de la Peña Minguell).

El tomo, de medio millar de páginas, incluye casi 300 cartas entre las enviadas y recibidas por el autor de Crónicas marcianas y Fahrenheit 451. El libro proporciona una mirada excepcional sobre la vida y la creación de Bradbury (1920-2012) y pone de manifiesto la extensión de los contactos del escritor de Waukegan (Illinois) y lo abundante d su correspondencia. Entre los correspondientes que aparecen en el libro figuran otros autores, editores, cineastas, amigos, admiradores y familiares (una carta es a su mujer Maggie, a la que se ha sabido que engañaba). Bradbury se carteó, entre otros muchos, con Graham Greene, W. Somerset Maugham, Bertrand Russell, Gore Vidal, August Derleth, Stephen King o ¡Anaïs Nin! ("admiradora fiel", aunque sin duda tenían distintas ideas sobre Venus); y con grandes directores de cine como John Huston, Federico Fellini y François Truffaut. Sorprende encontrar correspondencia con personajes tan inesperados como Richard Bach, el mimo Marcel Marceau, Leon Uris, John Fitzgerald Kennedy o los dos presidentes Bush (las cartas son con motivo de la concesión de premios).

La selección de las misivas, que lleva por título el de uno de los poemas más emotivos del escritor, está dividida en 12 secciones en función de con quién se intercambiaron las cartas (mentores, escritores noveles, literatos contemporáneos, cineastas, editores y editoriales, agentes, amigos y familia), además de varias oficiales y algunas reflexiones de Bradbury. Las cartas, destaca el editor de las mismas, Jonathan R. Eller, que ha realizado una tarea monumental buscándolas por numerosos archivos y que las contextualiza una por una, "ofrecen la primera mirada sostenida a su vida interior, desde los últimos años de su adolescencia hasta su novena década".

A lo largo de la correspondencia va surgiendo un retrato completísimo de Bradbury con sus muchas luces (su entusiasmo, su alegría vital y su sentido de la maravilla, su generosidad) y sus sombras (inseguridad, vanidad, dificultad para aceptar las críticas). Pero, sobre todo, recalca Eller, en las cartas nos aparece es escritor irrepetible que "se centraba en las cosas que mejor conocía: las esperanzas y los miedos, los sueños y las pesadillas, los amores y los odios que surgen de la infancia y nos acompañan toda la vida". O como le escribe el propio Bradbury al crítico cultural Russell Kirk en 1967, "en el fondo, por encima de todo, lo que me mueve la mayoría de las veces es una inmensa gratitud por haber tenido esta ocasión única de estas vivo, de vivir una experiencia milagrosa que nunca deja de ser extraordinaria a la par que desconcertante".

"Flotad ligeros"

En otra carta, de 1951, nos deja otra recomendación muy raybradburiana, con tintes de su admirado Robert Frost, que merece encuadrarse: "Bueno, chicos, pescad, navegad, construid, escribid, echad unas cabezadas, montad a caballo, flotad ligeros por las tardes doradas que se avecinan". Y en otra, de 1958, escribe: "No puedo rebelarme contra lo que llevo en las venas. Las películas, las máquinas y la naturaleza, todo mezclado con magos, ferias y demás, encuentran un modo de resolver los problemas a través de mi obra".

Atraviesan las cartas, con mucha información biográfica, momentos tan destacados en la vida de Bradbury como el nacimiento de sus cuatro hijos, o la vez que vio a Laurel y Hardy en persona. El miedo al avión, el vía crucis y los desengaños y sinsabores de algunos proyectos. Ya en 1948 escribía: "El Futuro (¡con mayúscula!) se acerca rápidamente. La era de los cohetes se nos echa encima". A destacar las cartas que cruzó con Stephen King a propósito de La feria de la tinieblas. Particularmente emotivo, es asimismo el intercambio epistolar con Arthur C. Clarke, y la carta que este le escribe a Bradbury el 11 de agosto de 1992 recordando la muerte en abril de Asimov. "Aún estoy triste por lo de Issac. Empieza a quedarse muy sola la meseta de los dinosaurios, ¿no te parece?".

En las cartas del hombre que nos hizo soñar con el futuro aparece una consideración sobre los robots (1974) que muestra lo que hubiera podido opinar de la actual polémica sobre la inteligencia artificial (IA). "Y en cuanto a los robots a los que dices temer", le escribe al autor británico Brian Sibley, "¿por qué temer algo?, ¿por qué no crear con ello? No me dan miedo los robots. Me da miedo la gente, la gente, la gente. Quiero que sigan siendo humanos. Puedo ayudar a humanizarlos con el uso sabio y maravilloso de los libros, las películas, los robots, y mis propios pensamientos, mis manos y mi corazón. (...) Pero ¿los robots? Dios, los adoro. Los usaré humanamente para enseñar todo lo de arriba. Mi voz saldrá de ellos y será una voz maravillosa".


El Pais. Sábado 21 de diciembre de 2024


domingo, 2 de febrero de 2025

Primera entrada de un dietario

 Las horas paganas / Manuel Vicent

Un edificio colonial en Shanghái (China) en 1988, en una imagen del reportaje 'Shanghái, la sopa más espesa', de la serie 'Por la ruta de la memoria'.

Francisco Ontañon

Hace 10 años, el día 1 de enero de 2015, empecé a escribir este dietario, sin saber adónde me iba a llevar ese río de palabras. He aquí la primera entrada. Abro el periódico y leo que en la celebración del año nuevo en Shangái se ha producido una avalancha en la que ha habido 36 muertos y 47 heridos. Ha ocurrido durante los últimos minutos de esta Nochevieja en la zona del Bund. La avalancha ha sido debida a que una empresa publicitaria comenzó a lanzar desde la ventana del hotel Cathay una gran cantidad de billetes de 100 dólares falsos y la gente se dispuso a matarse bajo esa lluvia de dinero, materia de todos los sueños del capitalismo que en China ya ha tomado carta de naturaleza. "De repente, no nos podíamos mover y empecé a escuchar gritos de socorro", dijo un testigo. El poder económico en China se presentó ante el mundo como un desafío en los Juegos Olímpicos de 2008. Por fortuna los chinos no tienen Dios. Solo nos faltaba otro Dios monoteísta adorado por 1.400 millones de fanáticos en Oriente, en lucha abierta contra los tres dioses coléricos de Occidente, los cristianos, musulmanes y judíos.

Recuerdo que en el año 1986 estuve en Shangái hospedado en ese viejo hotel Cathay, que entonces se llamaba De la Paz, el nuevo nombre impuesto por el maoísmo para borrar su pasado imperialista. El Cathay era el hotel de las novelas de aventuras de Vicki Baum, por donde pasaron los personajes de Somerset Maugham, los héroes de Conrad y trascurren escenas de La condición humana, de André Malraux. Mi habitación conservaba un destartalado vestigio de los tiempos de esplendor; contenía armarios en los que se podía entrar caminando y la taza dorada del retrete se hallaba en lo alto de cinco peldaños alfombrados como un trono; en aquella cama con baldaquino de seda raída de noche el soplido de las sirenas de los barcos que bajaban por el río Whangpoo hacia los mares del Sur me hacían creer que había todavía fumaderos de opio y burdeles en la calle Szechuan, gánsteres con esmoquin blanco vigilando las fichas y los dados de las timbas donde acudían los reyes de la prostitución en coches con los cristales antibalas tintados y en la sala de fiestas del hotel cantaba, rodeada de elegantes rufianes, una misteriosa dama con el pelo laqueado y la falda abierta hasta la cintura. El maoísmo había barrido todo aquello. En la habitación había arraigado tal vez desde principios de siglo ese dulce olor a melaza que desprenden las maderas nobles y tratando de dormir arrullado por las mandíbulas de la carcoma que estaba devorando una de las patas de la cama me preguntaba cuántos aventureros, mercaderes, amantes, asesinos, escritores, artistas habrían cabalgado sus sueños en este lecho con baldoquino de palosanto.

Había llegado a Shangái por la noche cuando el hormiguero estaba apagado. Al día siguiente por la mañana me eché a la calle y en la calzada Nanking me vi de pronto aplastado por la humanidad. Miles, cientos de miles de cuerpos humanos todos con el mismo rostro formaban torbellinos como sifones en cada esquina y por uno de ellos fui engullido para ser transportado en volandas entre piernas y brazos sin ninguna dirección salvo la que marcaban a ciegas la propia corriente humana hasta una plazoleta donde rompían confusas oleadas de carne. Con una sensación de naufrago finalmente quedé arrumbado contra el pretil del río jadeando con las costillas maceradas y hubo un momento en que se me acercó un chino joven, bien trajeado, plantó su cara a unos tres palmos de la mía y con un interés desmedido me preguntó en inglés balbuciente: ¿quién eres? Eso quería yo saber -pensé- en medio de aquella humanidad pegajosa que me rodeaba. Aquel joven me dio su tarjeta y me dijo si había ido a China por negocios que contara con él. Me propuso montar a medias una peluquería de señoras o un bar con chicas guapas. El tipo, tal vez, me había confundido con un occidental que trabajaba en alguna empresa mixta. Sin que acertara a contestarle, dio media vuelta y se perdió.

¿Quién era yo?. En ese instante me sentía una sustancia perpleja mientras caminaba por las callejuelas del barrio antiguo Yuyuan, llenos de tiendas abarrotadas de pelucas y máscaras. El oleaje humano me dejó en la puerta de una pagoda que se hallaba a merced de las golondrinas. En su interior se veneraba a un Buda de jade y en el jardín me encontré con un monje ciego sentado en un banco al pie de un sicomoro. No había edad en aquellos ojos blancos como huevos de paloma. Juraría que tenía mil años. Por medio de una intérprete le pedí un consejo para ser feliz. "No pienses nunca", me dijo, "en las cosas que no has podido conseguir. El yo produce muchos gases. Pásmate ante el milagro de estar vivo. Sé consciente de tu respiración y olvida todo lo demás". A continuación me preguntó quién era yo. No supe qué contestar.


El Pais. Sábado 18 de enero de 2025