La escritora Enid Blyton, en el jardín de su casa en Beaconsfield, en Inglaterra George Konig (Getty)
El faro del fin del mundo / Jacinto Antón
La vida tiene estas cosas, tú vas y presumes con alguien de que te ha caído un rayo en casa y él te cuenta que le ha mordido una víbora, que es más aventura, Manolo Díaz, el especialista en jardines que el otro día trepó con audacia digna de Jack Aubrey los 35 metros de mi abeto Douglas para colocarle unas bridas en la brecha que le abrió una pavorosa centella a mediados de verano, me explicó como si tal cosa la ocasión en que sufrió el ataque de la serpiente. Fue cerca del Gorg Negre de Viladrau y recibió el mordisco en un dedo al apoyar la mano sobre una piedra durante la bajada. Acabó en el hospital de Vic en observación, pero no le pusieron el antídoto aunque él pensaba que iba a morir y lógicamente se quejaba.
Está siendo, dice todo el mundo, un verano de serpientes, quizá como preludio al congreso de herpetología que se celebrará en Barcelona. A los Gallego se les atascó una en la puerta del garaje y Javi Icart disparó con su rifle de aire comprimido contra otra que había sentado sus reales en la caseta del jardín. Pobres serpientes, seres incomprendidos y vilipendiados, aunque no sé qué pensará Manolo.
Santi París, cuyo concepto de la indumentaria veraniega es el que tendría un Eugène Terre´Blanche, bermudas blancas incluidas, no ha visto serpientes; sin embargo hace años le cayó un rayo en un árbol del jardín, que conserva las cicatrices pero prospera y me lo enseñó, tanto como demostración de que hay vida después del latigazo del cielo como para rebajar la excepcionalidad de lo mío. En todo caso, lo que despertó mi más insana envidia fue que me mostrara también su colección de novelas juveniles del capitán Gilson.
Le expliqué a Santi que por mi parte yo andaba metido en Enid Blyton y puso cara de sorpresa Es cierto, las vacaciones en Viladrau me llevan siempre indefectiblemente a la escritora inglesa que dejó una huella indeleble en nuestra aventuras y excursiones infantiles y juveniles con sus series de libros y sus pícnics a base de sándwiches de las cosas más sorprendentes y la indispensable cerveza de jengibre. Nunca fui de Los Cinco ni de Los Siete Secretos, mis novelas eran las de la serie Aventura (8), que me chiflaban. Cuando pienso en Enid Blyton me vienen a la cabeza sobre todo Jorge, Dolly, Lucy, Jack y el loro de este, Kiki, metidos en algún lío, y Titi Estabanell yendo conmigo en bicicleta a pescar cangrejos a la Riera Mayor antes de que se marchara a la India y volviera con inquietudes más de la Bhagavad-Gita que en Aventura en el río
Este verano me ha traído un título de la serie que me faltaba por leer, Aventura en el mar, que he pillado en una edición ilustrada muy bonita (Molino, 1972). Me he reencontrado con el mundo de Enid Blyton y la vieja conmoción que me provocaba. Lo que prevalece es la aventura y la inmersión en la naturaleza, junto a las palabras que al final les dirige el detective Bill: "Conocéis el significado de la lealtad ya y, aun cuando sentís miedo, no os dais por vencidos jamás. Estoy orgulloso de teneros como amigos". Y añade Blyton: "Los niños nada dijeron, aunque experimentaron un calor singular y una emoción profunda. Amistad... lealtad... firmeza ante el peligro... ellos conocían estas cosas y las apreciaban en toda su hermosura y su valor".
La novela me ha reconciliado con Enid Blyton tras leer en paralelo The real Enid Blyton, de Nadia Cohen (Pen & Sword, 2018), una biografía que muestra a la autora como una mujer desagradable, vengativa y arrogante. Cohen explica su lado oscuro, sus complejas relaciones sentimentales, sus dos matrimonios fracasados, sus infidelidades y traiciones, la poca atención a sus dos hijas, sus épocas de desmadre, fiestas escandalosas y borracheras, y hasta recoge la historia de que jugaba a tenis desnuda.
La imagen de una Enid Blyton adúltera, mentirosa y cruel, sorprende En todo caso, me cuesta cambiar mi opinión sobre los libros de la escritora. Me quedo con mis Aventuras y aquella emoción vagamente melancólica, de pies descalzos y cabello al viento, que desprenden y que siempre asocio a los finales de verano. Y me aferro a la idea de que no hace falta ser alguien especialmente íntegro y ejemplar para entender y valorar la amistad, el valor y la lealtad.
El Pais. Sábado 30 de agosto de 2025
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