lunes, 16 de enero de 2023

¿Quién teme al ensayo feroz? por Manuel Rodríguez Rivero

SILLÓN DE OREJAS 


ME LLEGAN rumores (persistentes) de que algunas editoriales independientes de no-ficción estarían más que dispuestas a aceptar ofertas de compra. Unas porque el negocio no marcha bien y otras porque los accionistas manifiestan síntomas de cansancio. Claro que los posibles compradores ya no son los que cabría esperar. Los grandes grupos intentan rebajar el nivel de sus colecciones de ensayo para orientarlas a públicos más amplios o, abiertamente, de “cejas medias”. Y, a veces, más allá: el éxito de los best sellers de “autoayuda espiritual” en la estela del increíblemente banal y estupefaciente El secreto (Urano), de Rhonda Byrne, que, a 22 euros la pieza, lleva más de 130 semanas en las listas españolas de superventas, se ha mimetizado en una enorme cantidad de secuelas que han contaminado catálogos de editoriales que antes buscaban su hueco publicando ensayos de divulgación media/alta. Los objetivos económicos que los managers corporativos fijan a sus editores son en muchos casos incompatibles con una línea rigurosa y atenta a cuánto de nuevo se publica en el terreno de la no-ficción. Un repaso a los catálogos presentes y pasados de ciertos sellos históricos confirma ese cambio de tendencia, que ha implicado la dimisión o despido más o menos pactado de responsables comprometidos con el antiguo enfoque. En otros casos, las sucesivas remodelaciones en la dirección (que, a veces, permanece incomprensiblemente vacante, como si no supieran qué hacer con el sello) o los bruscos cambios de línea han convertido antiguos catálogos de referencia en abigarrados cajones de sastre donde puede encontrarse de todo menos un “estilo de la casa” coherente, algo de lo que hoy sólo pueden presumir muy pocos y consolidados sellos. Los ensayos más especializados o minoritarios, de los que vender por encima de los 1.500 ejemplares se considera un éxito, y reeditar un milagro, son hoy la presa de los pequeños editores de vanguardia, que pueden permitirse adquirirlos con anticipos sensiblemente más baratos y con perspectivas de beneficios más realistas y acordes con su tamaño. Desde hace un tiempo, el terreno abandonado o descuidado por los grandes grupos está siendo intensivamente explorado por otros de talla mediana o por editoriales independientes, que son las que podrían adquirir sellos en horas bajas. De manera que no es improbable que en los próximos meses asistamos no sólo a significativas compras por parte de editoriales in- dependientes (al estilo de la adquisición de Castalia por Edhasa), sino a fusiones de más amplio alcance y a trasvases de “capital humano” de unos sellos a otros. Que sea para mejor.


Ilustración de Max.

Salter

HE PASADO unos días absorto en la lectura de Quemar los días (Salamandra), las memorias de James Salter (Nueva York, 1925), un autor del que siempre preferí los cuentos (Anochecer, El Aleph; La última noche, Salamandra) a las novelas. Quizás por ello enseguida me sentí absorbido por estas “reminiscencias” (que es como se ha traducido acertadamente el platónico subtítulo Recollection) casi sincopadas que, como sus libros de relatos, van directamente a lo esencial.

De nuevo la prosa precisa, contundente y desnuda (aprendida en Hemingway, pero también en Chéjov), presente en sus grandes relatos (inolvidable el que da título a La última noche), de nuevo la atracción por la acción, entendida desde un punto de vista inequívocamente “masculino”, y por el amor (y el sexo) como conquista —conozco a muy pocas mujeres que se sientan cómo- das leyendo Juego y distracción (El Aleph), su novela más erótica—, de nuevo la voluntad de contar las cosas con rigor literario para que puedan extraerse de ellas significados, digamos, profundos: ejemplares. Sólo que en Quemar los días el foco es la propia vida (o su elaborada destilación) de Salter: la juventud neoyorquina, el paso por West Point, la larga carrera como piloto de caza, el exilio en Europa (en la vieja tradición de “inocentes en el extranjero”), la pasión de la escritura, las lecturas, el amor, la búsqueda de sexo. Unas memorias que se leen como un libro de cuentos y que, al final, dejan al lector tan huérfano como cuando se acaba una gran novela.


Sectorial

EN REALIDAD, no hay (casi) nada que no pueda arreglarse en torno a una mesa bien provista. Y menos aún si las mesas son varias y en ellas se despliegan hábilmente las artes exquisitas de la persuasión (Baltasar Gracián estaría orgulloso de la vigencia de su Oráculo manual). Finalmente, los almuerzos selectivos “para informar” convocados por algunos conspicuos editores madrileños y auspiciados desde la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) dieron resultado: la candidatura (única) a la junta directiva de la Asociación de Editores de Madrid (AEM) se parece mucho a la que convocantes (que pagaron los almuerzos) y auspiciadores podrían haber soñado. Tras un annus horríbilis institucional (con insultos y denuncias y amenazas y conspiraciones) como no se recordaba, y con el negocio tocado por la crisis, la lista única madrileña es como una promesa de pelillos a la mar, restañamiento de heridas, y a trabajar duro que aquí no ha pasado nada. Aparentemente se trata de una lista de consenso entre tres grandes de Madrid —Anaya, SM y Santillana— y uno de Barcelona (Planeta, que pone su pica en la AEM por Espasa interpuesta), integrada también por independientes de prestigio. El presidente será don Javier Cortés (Grupo SM), uno de los convocantes de los mencionados ágapes, aunque mis topos me aseguran —lo cortés no quita lo valiente— que hubo otros que declinaron “cortésmente” la invitación a presidir la AEM. Sea como sea, lo cierto es que, desaparecido el “factor humano” (por relevo generacional o dimisión o jubilación o adiós, ahí os quedáis) que, según los ahora triunfadores, impedía cualquier posibilidad de acuerdo, las cosas podrían cambiar. Para empezar, supongo que lo primero que hará la nueva junta será retirar la demanda contra el procedimiento de elección del presidente de la FGEE, algo que amenazó con judicializar la crisis (¡lagarto, lagarto!). Vista la composición de la candidatura lo que me llama la atención es la insuficiente presencia de pequeños-pequeños, “bibliodiversos” y caras nuevas, lo que, si no se corrige en las correspondientes comisiones, podría ocasionar tensiones y alejar a los editores más jóvenes de las instituciones. Y más vale que, con la que está cayendo, grandes y pequeños tengan una voz única ante las Administraciones. Una cosa es que la política del libro del señor Zapatero sea (por este orden) tacañísima, renuente y escasamente imaginativa (ya podría informarse el Presidente, transferencias aparte, de cómo se lo montan en el Centre du Livre et de la Lecture de Sarko- zy), y otra que los editores y los libreros (que se juegan mucho) sigan contemplándose el ombligo con asuntos de menor cuantía. Y, encima, sin el incentivo de los almuerzos “informativos”. 


El Pais. Babelia nº 951, sábado 13 de febrero de 2010




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