jueves, 5 de enero de 2023

Éstos son mis diplomas por Manuel Rodríguez Rivero

SILLÓN DE OREJAS

SEÑALANDO A LA AUDIENCIA con un gesto nervioso y circular que quería abarcar tanto a los que se encontraban en el estudio como a los millones que seguían el programa desde otros lugares, doña Belén Esteban le espetó a un sobrepasado Jaime Peñafiel (que le reprochaba su vulgaridad y su falta de educación): “Yo soy una chica de barrio y éstos son mis diplomas”. O dicho de otro modo: es el público quien me confiere credibilidad y prestigio. Mientras estudiaba la lista de “los libros del año” publicada por Babelia (y en la que me llama la atención alguna ausencia), he recordado esa réplica de la bien asesorada (al fin y al cabo cobra 300.000 euros al año; repito: 300.000) “princesa del pueblo” al periodista “amigo del Rey”. Me explico: los “diplomas” de Larsson son también sus ventas. Y, aunque Larsson sí apareció en el palmarés babélico de 2008, a la inmensa mayoría de “críticos y periodistas” que contestamos la encuesta no se nos ocurrió que la última entrega del sueco —una de las más celebradas por la “audiencia”— pudiera ser incluida en la lista de los libros “mejores”: la fractura entre la opinión “especializada” y el público que lee y compra libros, y hace posible que el negocio continúe, sigue dando motivos para pensar (por cierto, ¿qué significa hoy “mejor” aplicado a un libro?). En todo caso, y apostillando el análisis de Winston Manrique, me llama la atención el pobre resultado obtenido por la novela como género (5/20) y el ascenso del ensayo (7/20) en sus más variadas e híbridas manifestaciones. Editorialmente, la palma de la representación se la llevan los grandes grupos (14/20): seis de los libros pertenecen a Random House, cinco a Planeta y tres a Santillana. Y me resulta estimulante la presencia de pequeños sellos independientes: Bartleby, con dos títulos, y Linteo, Libros del Asteroide, Alfabia y Atalanta, con uno cada uno. Y ahora una pregunta inocente a mis (improbables) lectores: ¿no han notado nada raro? Yo sí: entre los 20 “del año” no aparece ni un solo título publicado por alguna de las tres editoriales (independientes, pero medianas) más prestigiosas y con más “tirón” en los suplementos literarios: Anagrama, Tusquets y Acantilado. En cuanto a la señora Esteban (Peñafiel le negaría el tratamiento: trasunto bufo de la lucha de clases entre patricios y plebeyos), ya hace tiempo que vengo echando de menos una buena “mitología” (en sentido barthesiano) sobre ella a cargo de algún “semioclasta” de esos que saben sacarle toda la punta a nuestros mitos contemporáneos: esos que, a menudo, a la vez nos mesmerizan y nos repelen. Así somos. Y así zapeamos.

Ilustración de Max.


Tabletas

EL SEMANARIO LivresHebdo ha publicado un artículo sobre la proliferación de aparatos lectores de libros electrónicos al que ha titulado sintomáticamente “lectoras como si llovieran”. La palabra que utiliza es liseuse que, según el imprescindible Robert es una lectora (como lectrice), que lee mucho, una lectora empedernida, como si dijéramos. Me gusta el nombre. En todo caso, lo cierto es que en el mercado (y no sólo en el francés), llueven los lectores electrónicos: si nos descuidamos pronto habrá tantos modelos que los establecimientos que los vendan tendrán que habilitar mesas de novedades para exponerlos (con sus correspondientes cerrojos de seguridad, supongo). Me dicen que Papá Noel ha repartido bastantes por la Piel de Toro; y es previsible que sus Majestades los Reyes Magos —más apegados a la lectura de cielos y libros tradicionales— repartan aún más. Las cifras de ventas —empezando por el pionero Kindle, de Amazon— siguen estando absurdamente censuradas, pero algunos analistas sospechan que en Estados Unidos se han triplicado. En Europa las co- sas van más pausadamente, pero las llamadas plataformas de distribución de libros electrónicos (entre ellas la constituida por los tres grandes: Random, Planeta y Santillana) están ampliando sus catálogos a buen ritmo. Otra cosa es la —en general— mediocre información que ofrecen sobre sus libros, que todavía está a años luz de la que se puede obtener en Amazon o en los paratextos de los libros tradicionales. En cuanto a qué lector electrónico es más recomendable, lo mejor es que se dejen aconsejar por alguien solvente (y, tranquilos: Díaz Ferrán no fabrica ninguno). En todo caso, las tecnologías (y los precios) van a cambiar tan rápido que puede ser prudente esperar un poco: Apple sacará su tableta (me gusta este nombre: un homenaje a los “libros” de escritura cuneiforme) en primavera, y en febrero aparecerá en Estados Unidos el Edge (de enTourage Systems), un multifunción con dos pantallas que podrá usarse como agenda, lector multimedia y de e-books. En todo caso, son multitud los signos que indican que el libro electrónico ya forma parte de nuestro paisaje cotidiano. Se me ocurren dos ejemplos de muy distinta índole: KLM (nada que ver con Air Comet) ofrecerá pronto a sus pasajeros de preferente una tableta lectora con libros y revistas en diferentes idiomas; y conozco a quien ya se ha bajado de eMule la versión pirata de una novela de Larsson. El comercio y la piratería: viejos como el mundo.

Superstición

YA HE DICHO QUE con la edad —y el descrédito de los grandes discursos, a los que de joven era tan aficionado— me vuelvo supersticioso. Evito pasar bajo escaleras, se me eriza el vello cuando me cruzo con un gato negro, agarro un crucifijo y me echo al cuello, como remedio apotropaico, una ristra de ajos cada vez que oigo declaraciones de Díaz Ferrán (¿empresario español de la década?), etcétera. Últimamente —quizás se deba a que, en estas fechas tan señaladas, estoy bebiendo demasiada malta de las Highlands— tiendo a ver por doquier signos ominosos que presagian destinos funestos (y no me refiero al fiasco de Copenhague). Uno de los últimos en hacerme temblar ha sido el título del primer ciclo de conferencias programado para el próximo año por la Fundación March: Catástrofes. Los ponentes, todos ellos de gran prestigio, hablarán de volcanes, pes- tes, pandemias, terremotos y diluvios (no hay nada, por ahora, sobre Díaz Ferrán). Pero a mí, que ese ciclo sobre catástrofes sea el primero del año de la institución que dirige Javier Gomá me parece altamente intranquilizador. Al fin y al cabo, los títulos también pueden tener, además de su peculiar “ejemplaridad pública” (parafraseando el título del ensayo de Gomá, uno de los libros “mejores del año”), valor sintomático como atisbo de Zeitgeist. En todo caso, yo tampoco elegiría Air Comet para viajar, no sé si me explico. Y ya me acabo, qu’il fait Freud, como dice mi amigo Suñén. 

 

El Pais. Babelia nº945 Sábado 2 de enero de 2010

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