domingo, 14 de agosto de 2022

Tener (o no tener) olfato



Franco y Salazar, en 1927. KEYSTONE / GETTY

SILLÓN DE OREJAS

Por Manuel Rodríguez Rivero

1. 2021 (aún)

¡Uff! Terminó finalmente el interminable 2021, que el divino Cronos confunda y elimine de la nómina de los días. Y no solo por la pandemia. Igual que el falso proletario Douglas Quaid (Schwarzenegger) en Desafío total (Verhoeven, 1990), tentado estoy de acudir a la compañía Memory Call para que me cambien los recuerdos del año en que vivimos con el corazón encogido y las ansiedades a flor de neurona, mientras nos despedíamos de tantos y tantas (recuerdo aquí a Jorge Lozano, por citar solo a uno de los amigos que asesinó el virus), y la señora Yolanda Díaz, imprevista discípula de Berlinguer, pronunciaba cientos de veces su mantra "créanme". El año (felizmente) pasado fue también testigo de una enorme generalización del pesimismo medioambiental: nunca, desde que Hiroshima y Nagasaki marcaron nuevos terrores globales, habían soplado tan de cerca los vientos que anuncian la posibilidad de la extinción de la vida humana. Jorge Riechmann, uno de los más conspicuos poetas del amor en tiempos del colapso, llevó al extremo esa convicción ("antropoceno/ antropocidio", dice en uno de sus poemas-aforismos) en su poemario Z (Huerga y Fierro), en el que podemos leer apocalípticos versos que reflejan nuestra inacción ante la catástrofe, como: "Después del punto sin retorno // llega el siguiente punto sin retorno". Por lo demás, en lo que concierne a los libros, 2021 no fue un mal año: la prueba es que el coro de los libreros, tan sensible a los traspiés del consumo, no se queja demasiado. Y libros se fabricaron muchos: según la agencia del ISBN, se publicaron 87.576 títulos (solo de editoriales), lo que representa un 14% más que el año anterior. La pandemia favoreció las liturgias de interior, así que leímos más que nunca: desciende el número de los que no lo hacían jamás y aumenta la cantidad de libros que leen los ya lectores —quizás habría que decir las 'lectoras", que son las que lo hacen más—. Planes para promocionar aún más la lectura son los que trae Daniel Fernández, el "nuevo" —en realidad, un repetidor— presidente de los editores españoles, que pretende que para 2050 nuestro índice de lectura iguale la media europea. Felicidades por su nombramiento (Planeta no quiere que repita el señor Tixis, y Núria Cabutí, CEO de Random, pasa del cargo), y espero que su nueva época al frente del sindicato de editores sirva para algo más que para crearle una nueva muesca en su currículo.


2. Fragancias

Supongo que mi indudable parecido físico con el clavadista que en el anuncio de Dolce & Gabbana se lanza desde el acantilado de Capri sobre el mar azul turquesa (la fragancia que anuncia el saltador se llama Light Blue) para ser recibido por la sensual valquiria que le espera sexualmente acogedora desde la eternidad mediterránea me capacite, siquiera levemente, para hablar de perfumes y esencias. Entre los días 24 de diciembre y 4 de enero he realizado, desde mi sillón de orejas, entronizado provisionalmente frente a la tele, un trabajo de campo acerca del consumo conspicuo (en el sentido que daba Veblen a la expresión) a partir de los anuncios de perfumes. Algún día, y en menos de hora y media de intervalo, mis ojos, mis oídos y mi mente han recibido impactos visuales e ideológicos de algunas de las fragancias que ofrecen marcas como Cacharel, Yves Saint Laurent, Calvin Klein, Chanel, Shiseido, Hermés, Carolina Herrera, Paco Rabanne, Jean Paul Gaultier, Gucci, Issey Miyake, Narciso Rodríguez, Chloé, Giorgio Armani, Lancôme, Hugo Boss, Versace, Adolfo Domínguez, Ángel Schlesser, Mugler y hasta otra decena más de compañías perfumeras. Si se considera su imaginería y puesta en escena, se aprende un montón acerca de la ideología que transmiten. Como la inmensa mayoría va destinada a promover su consumo entre mujeres, podemos distinguir, grosso modo, tres tipologías: para jóvenes más o menos etéreas y soñadoras ("Regresan las fragancias sencillas y nostálgicas, que huelen a flores, a cítricos, a día despejado"), para mujeres empoderadas y/o de armas tomar, y para sexualmente liberadas o diosas eróticas (podríamos incluirlas en lo que se conoce como porno chic), sin que existan compartimentos estancos entre las tres. Todos exhiben una prescrita marca de clase con enorme poder de seducción, y en ellos se mezclan los proyectos de vida con los de compra y con la sugerencia implícita de la profecía autorrealizada según acuñó Robert K. Merton. Los usos, gestos y opiniones de la clase dirigente se "democratizan" y, como decía Veblen (Teoría de la clase ociosa, Alianza), adquieren el carácter de un código establecido que dicta su comportamiento al restó de la sociedad. Todo muy siglo XX, todavía. Como si no pasara nada y todo pudiera ser eternamente igual a sí mismo, con la que está cayendo y las ganas que le entran a uno de coger un martillo e irrumpir en la tienda de vidrio.

3. Historias

Tan cerca y tan lejos. Sabemos de Portugal bastante menos que ellos de nosotros (empezando por la lengua): se diría que, más que una frontera, nos separa un océano. Sabemos poco de su historia (excepto de cuando formó parte de la nuestra) y, sobre todo, de cuando lo gobernaba una dictadura hermana de la que aquí padecíamos. La increíble historia de Antonio Salazar, el dictador que murió dos veces (Debate), del periodista italiano Marco Ferrari, es una interesante biografía política de Antonio de Oliveira Salazar (1889-1970), el muy austero, secretista, meapilas y fascista político que gobernó Portugal con mano de hierro durante casi 40 años. Particularmente interesante resulta el relato de su más bien distante relación con Franco (a cuya victoria colaboró y a quien convenció para que no entrara en la guerra a favor del Eje), con quien le unía, sin embargo, la convicción de luchar por "la civilización cristiana occidental".


  EL PAÍS. BABELIA Nº 1.572 , SÁBADO 8 DE ENERO DE 2022

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