lunes, 11 de abril de 2016

El crepúsculo y el viento

Levantó los ojos hacia el cielo y el azul y la claridad le inundaron de una profunda tranquilidad. El camino polvoriento bajo el sol de mediodía, continuaba durante varios kilómetros, a ambos lados del camino, terrenos abiertos brillaban con el fuego del verano.

El rumor de las alas fue lo primero que escuchó, después llegaron el griterío de las gaviotas sobre la arena ardiente, eran como un manto blanco que se agitaba.

Un día caluroso, algo cansado se echó sobre la arena. A través de la ropa podía sentir su ardiente calor.

No es un ermitaño, claro, pero tal vez sean demasiadas horas de soledad. Trenes y mercados, calles y cafés abarrotados de gentes que pululan pero siempre fue una elección, no casualidad.

Y prefiere pensar que sobre las olas de los vientos azotando las alas, el mir, ave fantástica surca feroz esas densas masas esponjosas, totalmente claras y límpidas. Mir, único, majestuoso, negro y plateado, se agita en un grito desgarrado, para después seguir con más frenesí su alocado vuelo.

De las alas del místico animal se desprende un fino polvo plateado que lo cubre todo y con él, cae la noche, majestuosa, con un baile de estrellas brillando con destellos multicolor junto a una luna enorme.

Por fin declina la luz del día, se esconde en la sombras de la noche. Se levanta, apenas consciente de la fantasía, del sueño, y apenas recuerda a las agitándose.

Al levantarse sacude la arena de su ropa. Sabe que la única cuestión que aún no ha aprendido a dominar es la posibilidad de su propia locura.


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