martes, 23 de julio de 2013

Lo llaman literatura


¿Cómo identificar un fenómeno que necesita redefinirse constantemente para sobrevivir?
Por Alberto Manguel


Terrry Eagleton repasa en El Acontecimiento de la literatura las diferentes definiciones que la filosofía ha dado de la escritura como arte. Foto: Getty Images

UNO DE LOS ASPECTOS más asombrosos de nuestra consciencia es que para intentar definir algo debemos primero reconocer que ese algo indefinido existe. Sea el unicornio o el Fondo Monetario Internacional, el objeto de nuestra pesquisa debe ya ser conocido por nosotros a través de ciertas características particulares que, para nosotros, denotan su identidad. Solo aquello que ni siquiera intuimos no puede ser nombrado; todo el resto, incluso lo indefinible, es a la vez cartografía y territorio por explorar.
Preguntarnos qué es la literatura resulta ser, por lo tanto, una pregunta falsa. Literatura es aquello que nombramos con la palabra literatura, y la pregunta debiera ser, no qué es si no cuáles son las características que para nosotros la definen. Hubo un momento de nuestra historia, secreto por supuesto, en el que reconocimos en ciertas creaciones verbales algo distinto de un edicto legal o un catálogo de mercancías, y a partir de aquella epifanía nos propusimos definir eso que desde entonces llamamos literatura, en categorías estéticas, sociales, morales, políticas. Terry Eagleton, sabio lector cuyas fuentes son los escritos de ese olvidado genio, Karl Marx, pregunta al inicio de su ensayo si acaso, cuando decimos literatura, estamos hablando de una abstracción hecha a partir de infinidad de textos individuales, o si la categoría literatura es "algo tan real como los propios individuos de la especie, aun cuando no necesariamente del mismo modo".

El debate es antiguo. Los nominalistas medievales pensaban que conceptos como literatura son posteriores a los casos individuales, puesto que literatura es una idea que deriva de ellos; los realistas postulaban que la idea general es anterior, "como la potencia que permite que un objeto individual sea lo que es". Para los realistas, concebimos la noción de literatura luego escribimos la Odisea y El arte de amar. Así debía pensarlo santo Tomás de Aquino (y también Marx, dice Eagleton), quien argüía que la mente no puede aprehender la materia, solo la idea, y que nuestra capacidad de conocer el mundo material se debe únicamente a nuestros inciertos sentidos. Es así que la estética, anota Eagleton, nace como una "especie contradictoria": una "ciencia de lo concreto que indaga en la estructura lógica de nuestra vida corporal".
La pregunta implícita en el título de Eagleton, El acontecimiento de la literatura, se refiere a una cuestión de estética; según él, "lo que sucede" en eso que convenirnos llamar literatura depende de la relación que establecemos entre la idea y sus ejemplos materiales, en aquello que Paul Valéry llamaba "el paso de lo arbitrario a lo necesario" ¿Pero cómo juzgar esos ejemplos según sus propias calidades, y no solo en comparación con la prefigurada idea? ¿Cómo entender un poema sin depender por entero de la teoría que lo analiza? "La teoría es una cosa", decreta Eagleton, "mientras que el arte es otra". Sin duda es así.

En un libro previo, publicado hace más de tres décadas, Eagleton señalaba que la literatura "no tiene ningún tipo de esencia". Imposible atribuir a un conjunto arbitrario de obras literarias (los varios libros que integran lo que llamamos Biblia, por ejemplo) obvias características comunes que nos permitan definir una categoría universal. Pero, acota ahora Eagleton, "del hecho de que la literatura no tenga ninguna esencia no se desprende que no tenga legitimidad en absoluto como categoría". Es divertido, para un no-especialista como yo, recorrer de la mano de un experto como Eagleton, las distintas teorías que aprueban, refutan o modifican esta afirmación. Desde el doctor Colin Lyas, quien sostiene que las características de lo que llamamos literatura existen pero que no toda obra literaria las posee, hasta el ilustre Derrida, quien afirma que es justamente la indeterminación la que hace que una obra sea literariamente notable, pasando por el iconoclasta Stanley Fish, quien arguye que esas características (cualquiera sea el modelo empleado) definen toda obra literaria individual, aunque estas no se hallen en el texto. Todos estos ingeniosos teóricos literarios tienen algo de laboriosos teólogos o asombrosos prestidigitadores.
Terry Eagleton (como demuestra la impecable traducción de Ricardo García Pérez) es un escritor agudo, sutil, empedernido, y también un lector apasionado, inteligente, curioso, pero casi parece perderse en este paseo académico por los laberintos de la teoría literaria: teoría obligada a preguntarse qué es eso que teoriza, y cómo puede definirse ese monstruo en su centro, "el acontecimiento de la literatura". ¿Cómo identificar un fenómeno cuya naturaleza es por sobre todo proteiforme, puesto que necesita redefinirse constantemente para sobrevivir? Tales pesquisas se parecen un poco a los inventos del Caballero Blanco de Alicia, como aquella tintura verde para bigotes que luego requiere un enorme abanico grande como para impedir que se vean. Quizás el mismo Eagleton admita este dilema. Casi al final del libro, escribe: "Una vez más, la obra literaria se entiende como una solución a la pregunta que en sí misma es". Los teólogos que intentaron definir la Trinidad no hubieran podido decirlo más claramente.

Como Eagleton sabe muy bien, quienes nos interesamos en el acontecimiento de la literatura somos ante todo lectores. Don Quijote y El Rey Lear nos conmueven, una página de Kafka nos parece mejor que una página de Paulo Coelho, afirmamos con certeza (a pesar de las estrategias de Pierre Menard) que ciertas obras merecen ser recordadas y ciertas otras no. Libros como este de Eagleton nos ayudan a reflexionar sobre nuestra tarea, a descubrir mejores preguntas en las obras que leemos, a ser más rigurosos, más lógicos, más sinceros. Y a resignarnos, felizmente, a no saber por qué un verso de Rimbaud o un párrafo de Virginia Woolf pueden, a veces, cambiarnos la vida. •

El acontecimiento de la literatura. Terry Eagleton. Traducción de Ricardo García Pérez. Península. Barcelona, 2013.320 páginas. 25,90 euros (electrónico: 20,99).

El Pais Babelia 20.07.2013

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