viernes, 5 de abril de 2013

ENTRE LINEAS


'UNA HISTORIA DE LA LECTURA'

TODO NO QUEDA DICHO CUANDO EL ESCRITOR HA TERMINADO SU OBRA. LOS LECTORES TIENEN LA FACULTAD DE INTERPRETAR Y COMPLETAR LAS NOVELAS, ENSAYOS Y POEMAS QUE CAEN EN SUS MANOS. LEER TIENE SUS CLAVES.

El libro 
Desde las tablillas de arcilla hasta el CD-Rom, pasando por los manuscritos en rollos o los libros convencionales, han sido ya unos cuantos los formatos en los que los textos han llegado a los lectores a través de los tiempos. Es el primer paso (después de haberse decidido por la lectura, claro): elegir el volumen. Parece una frivolidad, pero también hay que dejarse llevar por el aspecto, el color, la portada o, incluso, por el olor.
Un critico literario italiano, Roberto Cotroneo le recomienda a su hijo respetar únicamente los buenos libros, es decir, valorar el contenido y no el objeto (Si una mañana de verano un niño. Taurus). Un volumen deleznable no merece ocupar espacio en una estantería. El novelista francés Daniel Pennac asegura que si un libro se le cae de las manos a un lector... pues que se le caiga (Como una novela. Anagrama).
Nada de esto, por supuesto, está reñido con el fetichismo, con la necesidad de guardar tomos que se sabe que nunca serán releídos. El placer de contemplar un biblioteca bien surtida, creada tras muchos años de búsquedas y de innumerables hallazgos es irremplazable y, a veces, necesario.

Cómo leerlo
El Antiguo Testamento debía leerse (todavía lo hacen así algunos judíos ortodoxos) balanceando el cuerpo siguiendo la cadencia de las frases. El novelista Henry Miller decía, provocando: "Mis mejores lecturas las he hecho en el baño". El poeta Shelley preferia desnudarse y sentarse sobre las rocas a leer al historiador Herodoto: "Hasta que dejo de sudar", remataba. La manera de sentarse y coger el libro determina el disfrute y el resultado.
Un sillón de orejas, la cama, un atril, un escritorio, la luz del sol, una lámpara, una bebida, música: los accesorios posibles para enfrentarse a un texto en las mejores condiciones son infinitos. La postura y la actitud del lector han cambiado y cambian. Pero en la historia, algunos descubrimientos han mejorado mucho las condiciones de la lectura.
En el siglo IV, San Agustín, viendo al obispo San Ambrosio, reparó en la posibilidad de leer en voz baja: las bibliotecas y sus usuarios se lo agradecerán eternamente. Las gafas también han contribuido, sin ninguna duda, a que el interés por los libros (y por lo que cuentan) se haya mantenido: lo prosaico no está reñido con el intelecto, ni muchísimo menos.

Para qué leerlo
Kafka aseguraba que "uno lee para hacer preguntas". Es decir, para aprender, descubrir y conocer el mundo. Un erudito alemán que conocía de memoria muchos textos clásicos los recitaba a sus compañeros de campo de concentración, entreteniendo así, dentro de lo posible, el cautiverio. Los usos de la lectura son, pues, muy variados y ni siquiera los grandes literatos se han puesto de acuerdo.
El autor de En busca del tiempo perdido, Marcel Proust (Sobre la lectura. Pre-Textos) mantenía que el acto de leer no debe tener un papel preponderante en la vida, que es un medio de la actividad intelectual y no un fin. Creía que era necesario subordinar la lectura a la actividad personal y convertirla en "la más bella de las distracciones". La relación con los libros era, para él, la de una amistad "pura y tranquila": unos amigos con los cuales pasar una velada únicamente cuando realmente se tienen ganas y a quienes a menudo se deja a disgusto.
 José María Goicoechea

Una historia de la lectura. Alberto Manguel. Traducido por José Luis López Muñoz. Alianza Editorial-Fundación Germán Sánchez Rupérez, Madrid. 1998. 3.500 pesetas.

El Pais de las Tentaciones viernes 1 de mayo 1998

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