martes, 26 de julio de 2011

LA NÁUSEA (19 3 8 ) Jean-Paul Sartre

Del absurdo a la libertad
Por Rafael Conte




Toda la cuantiosa, inacabada, fragmentaria y disper­sa obra del escritor francés Jean-Paul Sartre (1905-1980, fi­lósofo, dramaturgo, novelista y ensayista, premio Nobel de Literatura —rechazado— en 1964) es un canto gigantesco a la libertad, un permanente combate para que los hombres sean libres de una vez, en el interior del siglo que a la postre ha sido el más trágico de la historia. Los franceses, tan pro­clives a su auto-globalización, han llegado a definir el xx como «el siglo de Sartre» (Bernard-Henry Lévy, 2000), de la misma manera que calificaron el XVII como el «de Louis XIV», el XVIII como el «de Voltaire» o el xix como el «de Vic­tor Hugo». Pensando bien, salvando autopropagandas, res­petando las debidas distancias y equilibrando épocas y cua­lidades, todas estas etiquetas pueden ser conservadas por el momento y según para qué momentos. Al menos, Sartre rei­nó sobre el mundo intelectual occidental de manera incon­testable justo después de la segunda gran guerra y ello du­rante casi un cuarto de siglo. Había publicado sus primeros libros poco antes del conflicto causando ya sensación, había combatido en el frente, siendo hecho prisionero y liberado,participando en la «resistencia» contra el ocupante hitleria­no y todo ello escribiendo sin parar —como hacía desde su primera juventud (véase una de sus obras maestras, Las pa­labras, 1964)—, lo que le permitió lanzar su gran ofensiva fi­losófica, El Ser y la Nada (1943), la revista Les Temps Mo­derases que aunque modificada subsiste todavía, los dos primeros volúmenes narrativos de Los Caminos de la Liber­tad, o los grandes estrenos de Las moscas, A puerta cerrada y La puta respetuosa, que sacudieron entonces a las juven­tudes del mundo, junto a una multitudinaria conferencia que dio lugar a un célebre manifiesto: El existencialismo es un humanismo (1946). Fue entonces un personaje tan legenda­rio como discutido, odiado y admirado hasta la exasperación, perseguido y calumniado con tanto mayor frenesí cuanto que su persistente compromiso con la izquierda universal le llevó a posiciones cercanas al comunismo soviético, del que nun­ca renegaría aun sin formar jamás parte de él, pues la rebelión francesa de mayo del 68 —que dio origen a las «disiden­cias»—, la ceguera que le atacó a partir de 1973, y su muer­te siete años después le impidieron ver el derrumbe final de todo aquello.
Pero aquí tenemos al Sartre de su primerísima época, cuya primera narración, La náusea (1938), es una obra ma­estra, con la que puso de moda la «novela intelectual», que ya sacudió en su tiempo el panorama literario en su país y el del mundo occidental después de la guerra. El joven Sartre, que ya había intentado a la vez la filosofía y el relato breve, la empezó a escribir a principios de los años treinta y le ha­bía puesto un título prometedor, Melancolía, que le había sidoinspirado por un grabado de Durero. «Estoy escribiendo un factum sobre la contingencia», dijo entonces en carta a un amigo: un factum era un informe y un alegato a la vez en la jerga de los alumnos de la Escuela Normal Superior, elitista «Gran Escuela» francesa donde se formó el huérfano de pa­dre (oficial de marina) Jean-Paul Sartre, descendiente tam­bién de profesores y funcionarios, que por entonces ya era un joven catedrático de filosofía en un instituto en París, tras ha­ber pasado por Le Havre, Laon y un curso becado en Berlín, donde terminó de poner a punto el manuscrito de lo que pronto sería La náusea —título hallado por su editor, Gas­tón Gallimard—, al que pronto siguió otra de sus obras ma­estras, las cinco novelas breves de El muro (1939).
El joven Sartre era un burgués en lucha contra la bur­guesía y su cultura establecida, rebelde, impregnado de for­mación filosófica alemana, lector de Husserl, Heidegger y los narradores norteamericanos, entre la fenomenología y el exis­tencialismo, que le inspiró aquello de que «la existencia pre­cede a la esencia». Pero La naúsea le reveló que la «existen­cia» es un absurdo, una presencia repleta de vacío, como la gigantesca raíz de un gran castaño en el jardín público de «Bouville» recreación de una ciudad provinciana inspirada en Le Havre, Rouen y Laon, por donde pasea e investiga un personaje, Antoine Roquentin, que no deja de recordarnos a su propio autor. Un historiador que investiga la vida de un aventurero del XVIII, el marqués de Rollebon, quien deambu­la entre su hotel, los bares y restaurantes y la biblioteca de la ciudad retratando la «mala fe» de sus tipos y personajes, in­tentando recuperar algunos momentos de su vida anteriorque le proporcionen el sentido a una existencia que le pare­ce vacía y agotada. «El hombre es una pasión inútil» y «El infierno son los demás» son frases que de aquí surgen, de una existencia sin sentido que le provoca una «náusea» a repeti­ción de la que no puede salir. ¿Existir? ¿Y para qué? La re­velación «vegetal» de la náusea supone el descubrimiento de la contingencia universal, porque el hombre no es «necesario», una antigua amiga le abandona del todo y el mismo Roquen­tin decide abandonar su propia obra, no sin soñar —pese a su negrura, Sartre fue siempre optimista— en volver a escribir alguna vez. En este magistral pre-Sartre (subjetivo, persona-lista, anarquista y rebelde) está ya completo todo el Sartre posterior cuyo conocimiento nos sigue enriqueciendo.
2002, Rafael Conte

No hay comentarios:

Publicar un comentario