El faro del fin del mundo / Jacinto Antón
La horrorosa, infame, abominable y repulsiva criatura avanzó dando tumbos, chocando con las estanterías y con algún cliente despistado. Vestía una larga túnica negra de acólito con capucha, bajo la cual se percibían unos ojillos reptilescos y una masa de tentáculos que brotaba de la cara. El blasfemo ser se dirigió hacia la sala de actos y se dio contra la puerta de cristal produciendo un ruido sordo y tentacular seguido de un gruñido inhumano. El engendro no veía casi nada, apenas podía respirar y se preguntaba qué le había llevado a meterse en esa situación y lo que pensaba, porque el monstruo era yo.
Los acontecimientos que me llevaron a transformarme en abominación reptante, concretamente en semilla estelar de Cthulhu, siguen la lógica implacable de los relatos de Howard Philips Lovecraft (HPL). Cuando me sugirieron Loredana Volpe y Antonio Torrubia participar en una sesión en la librería Gigamesh de Barcelona de la nueva temporada (la segunda) del Club Lovecraft de lectura, les dije que sí (cualquiera dice que no, igual se te enfadan Nyarlathotep o el propio Cthulhu, y la liamos). La sesión iba a estar dedicada a repasar En la noche de los tiempos parte fundamental del canon lovecraftiano y una obra que me gusta especialmente porque salen exploradores que enloquecen, exploradores que enloquecen, excavaciones arqueológicas, presencias innombrables, libros prohibidos y mi alma mater: la Universidad de Miskatonic.
Desgraciadamente no caí en la cuenta de que el día de la convocatoria de la sesión del club yo tenía una fiesta de carnaval. Era una fatal coincidencia, pues mira que hay eones para celebrar cosas. Y entonces se me ocurrió una genialidad. Dado que la fiesta empezaba a las ocho y media y mi participación en el Club Lovecraft era a las siete, ¿por qué no matar dos pájaros de un tiro y acudir a la sesión disfrazado de criatura lovecraftiana para luego ir sin solución de continuidad (ni de identidad) al carnaval?
Me puse a buscar un atuendo que me sirviera para ambas convocatorias. Encontré en Amazon una realista máscara de látex de "Monster of R´lyeh". Era convenientemente horrible y pulposa e hice el pedido rascándome el bolsillo (79 euros). Añadí una túnica con capucha. Llegado el viernes, entré en la librería dispuesto a dar la campanada. Accedí a la sala de actos y ocupé mi puesto en la mesa, provocando la natural conmoción. Hablamos apasionada y sesudamente de En la noche de los tiempos (1936), acordando que es uno de los mejores textos de Lovecraft.
A todas estas yo me había desprendido ya de parte de mi caracterización de aborrecible hierofante cthulhiano. Me pareció muy interesante, y así lo hice notar a la concurrencia, que mi experiencia era muy parecida a la del protagonista de la historia, el profesor Peaslee, poseído por una entidad arcana y monstruosa. Quizá fue por ello, por la identificación con el extraño, por lo que me encontré intentando reivindicar un poco a Lovecraft (1890-1937) ante las descalificaciones que le han caído por racista y supremacista blanco, y que han llevado a acciones de cancelación de su figura. Pero el racismo de HPL es indiscutible, y despreciable. Por si hubiera pocas evidencias, el tercer volumen de sus cartas editadas por Javier Calvo (El terror de la razón, Aristas Martínez, 2024) lo deja clarísimo. Calvo selecciona una veintena de misivas que, incluso a los que somos muy fans de sus historias como él o como yo, nos dan ganas "de mandar a Lovecraft al infierno", por no decir a la mierda. En esas cartas, HPL abomina de la multirracial Nueva York, o sostiene que "por muy listo que sea un negro siempre estará más cerca de los gorilas".
A la vista de eso, el disfraz de monstruo lovecraftiano tomaba otro significado. La máscara tentacular me pareció una expresión de los pecados del escritor y no me vi con ánimos de irme de fiesta ataviado así, no digamos de bailar. Me marché de Gigamesh cabizbajo, sin olvidarme de entregar a la salida mi óbolo a la figurilla de Cthulhu en su hornacina, pensaba en un plan b: tenía poco margen, pero, bueno, siempre he querido convertirme por un rato en el general Custer...
El Pais, sábado 8 de marzo de 2025
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