domingo, 15 de junio de 2025

Born losers

Paul Newman en El buscavidas (1961) sunset boulevard/ corbis/ getty

El debut de Walter Tevis, El buscavidas, cuya adaptación al cine protagonizó Paul Newman, demostró la calidad de este outsider literario

Por Kiko Amat 

Si el canon literario fuese una cena de alto copete, Walter Tevis (1928-1984) sería el tipo a quien han colocado en una esquina de la mesa, en un taburete bajo, alejado de la conversación central; mientras Virginia Woolf se resiste a pasarle el vino. Ajeno al modernismo y al "juego con el lenguaje", Tevis escribía novelas realizadas con acción, situación y personajes; hablaba de los marginales, solitarios y born losers (él acuñó el término, de hecho); escribió varias obras de ciencia ficción, en un momento en que -según la crítica culoprieta- el género era basura bolsilibrera: para colmo, era razonablemente popular.

Su éxito fue también condena fáustica. Tevis vio cómo no solo una , sino dos, de sus novelas se adaptaban a filmes célebres -El buscavidas, protagonizada por Paul Newman, y El hombre que cayó a la Tierra, con David Bowie en el papel de alien linfático- pero cobrar de Hollywood le alejó aún más del podio artístico. Incluso el mundillo de la ciencia ficción opinaba que se había subido al carro (el repelente Isaac Asimov le acusó de haber "violado" la "segunda ley termodinámica", o algo así). Parecía destinado a ser siempre un outsider, el raro de cualquier club.

Por desagradable que fuese la alienación, el autor llevaba una vida preparándose para ella. Nació en San Francisco, y a los 11 años le ingresaron en el hospital por un reuma del corazón. Sus padres aprovecharon la postración del niño para mudarse a una granja en Kentucky (le dejaron atrás, por si no ha quedado claro). A los 12, una vez "curado" (seguía hecho una piltrafa), Tevis realizó en solitario el viaje a los Apalaches. al llegar a su destino, a modo de bienvenida, le metieron en una escuela rural llena de bigardos, donde fue apaleado "regularmente".

Como diría Flannery O´Connor, si uno sobrevive a la infancia tiene material para una carrera literaria entera. Y eso es lo que le sucedió a nuestro hombre. Para colmo, por si le faltaran trabas, durante media vida fue alcohólico "común" (la experiencia de otredad le sirvió, decía, para escribir sobre extraterrestres desarraigados y robots abatidos); decidió quedarse en Kentucky, alejado de la élite letraherida; y, quizás pero que todo ello, tras publicar sus dos primeras novelas, optó por dedicarse a la docencia a jornada completa ("La enseñanza se interpuso en mi camino", declaró, "dejaba todo mi entusiasmo en el aula"). Su siguiente obra (Sinsonte, 1980) tardaría 17 años en aparecer.

El buscavidas, su debut largo, es una de las grandes novelas de los años cincuenta, muy por encima de éxitos hipsters del mismo periodo (la endeble On the Road, sin ir más lejos), y suele ser arrinconada por las mismas razones por las que la celebramos sus fans: porque es tirante, comprensible y rabiosa; habla de billar (Tevis trabajó en un salón durante su juventud y adquirió cierta destreza en el deporte); y sus personajes hacen cosas, en lugar de monólogo-interiorizarlas.

Todos ustedes han visto, sin querer o queriendo, el filme homónimo, así que no considero necesario realizar la sinopsis. solo subrayaré que la historia de Fast Eddie Felson, el buscavidas que titula el libro, es (como no podría ser de otro modo) mucho mejor que su versión cinematográfica, y que naturalmente no va solo de billar, sino de oficio, y de conocerse a uno mismo, y luchar contra los propios miedos. Y también de que te guste mucho hacer algo; que te guste má que cualquier cosa del mundo, vamos.

El escritor superó el alcoholismo en 1980, se mudó a Nueva York, y el ocaso de su vida tomó forma de frenesí literario con tres novelas en dos años: Las huellas del sol, 1983; Gambito de dama, 1983, adaptada en exitosa serie de Netflix, y El color del dinero (secuela de El buscavidas), en 1984. Las tres son sobresalientes.



El buscavidas

Walter Tevis

Traducción de Juan Trejo

Impedimenta, 2025

236 páginas. 23,95 euros


El Pais. Babelia  núm. 1.751. Sábado 14 de junio de 2025

domingo, 8 de junio de 2025

El libro como fetiche vuelve a seducir al lector

Enriquecer el objeto de papel con valor añadido y una edición cuidada se abre paso ante el avance imparable del e-book

Por Virginia Collera

Los escritores de ciencia-ficción se atreven a imaginar el futuro, y a muchos de ellos -Issac Asimov, J. G. Ballard, Phillip K. Dick, H. G. Wells- el tiempo les ha dado la razón. Quizás porque él es uno de ellos o, simplemente, porque es un buen conocedor de Internet, a Neil Gaiman le piden, con relativa frecuencia, que haga predicciones de futuro. El año pasado, en el congreso Publishing for Digital Minds, una de las actividades de la Feria del Libro de Londres, le preguntaron por el porvenir de la edición. Entre otras muchas cosas, el británico manifestó: "Sospecho que una de las cosas que deberíamos hacer es libros más hermosos, más delicados, mejores. Deberíamos transformar los objetos en fetiches, dar a la gente una razón para comprar objetos, no solo contenido, si lo que queremos es venderles objetos".

Los Afronautas, de Cristina de Middel, es uno de los fotolibros autoeditados más celebrados de los últimos años.

Ese mismo año, en esa misma feria, paseando por los stands que ocupaban el centro de convenciones Olympia, Javier Celaya, socio fundador de la consultora editorial Dosdoce, ya atisbaba ese futuro que Gaiman apenas había terminado de esbozar: "Vi una vuelta a los orígenes del libro, al respeto máximo a la edición, al valor del libro como objeto, que era algo que habíamos perdido porque se había industrializado demasiado: las editoriales apretaban tanto los márgenes que habían empobrecido el objeto y, por tanto, la experiencia. La transformación digital va a hacer que vuelvan a tomarse en serio la edición en papel".

La cartera del cretino, de Kurt Vonnegut, o Sobrebeber, de Kingsley Amis, son títulos de la editorial Malpaso, que todavía no ha cumplido un año de existencia. Son ediciones en tapa dura, con sobrecubierta y con el canto tintado. Naranja y rojo respectivamente. Son obra de Pablo Martín, premio Nacional de Diseño 2013. "En la tormenta perfecta que vive el sector, con gente que piratea y la competencia del e-book, el libro tiene que estar bien editado, tenemos que aportar un valor añadido para que la lectura sea una experiencia especial", lustifica Malcolm Otero, director editorial de Malpaso. Sus libros presumen de otra innovación: si se compra un ejemplar, la editorial facilitará un código de descarga a quien lo solicite. "Es justo que quien compre el libro en papel tenga también su versión electrónica. Dicho esto, el porcentaje de gente que la pide es bajo".



La fiesta de la señora Dalloway perteneciente a la colección ilustrada de Virginia Woolf de Lumen.


En los últimos años, el futuro del libro de papel ha oscilado entre los que se lo negaban y los que lo defendían en una convivencia más o menos cordial con el e-book: en Estados Unidos, un estudio reciente de Pew Research ha concluido que cada vez se leen más libros electrónicos, pero el papel sigue siendo el formato más utilizado y, además, la mayoría de los que leen en soporte digital, también lo hace en formato físico. En España, el último barómetro elaborado por la Federación del Gremio de Editores arrojaba que, en 2012, un 11,7% de la población ya leía en formato digital, pero la incidencia de las descargas ilegales -el 84% de los contenidos consumidos es pirata, según la Coalición de Creadores e Industrias de Contenidos- emborrona cualquier intento de obtener una imagen real. Fue Arthur C. Clarke, otro autor de ciencia-ficción, quién afirmó que intentar predecir el futuro era "una ocupación desalentadora y peligrosa". Quizá también inevitable. Marta Borrell, directora creativa de Penguin Random House, es optimista. "Con la aparición del digital, el mundo del libro vive un renacer interesantísimo, atravesamos un momento muy especial", asegura. "Creo que hay una demanda de libros más cuidados, una nueva sensibilidad. El digital y el papel son complementarios, y las editoriales queremos llevar el contenido al mayor número de lectores, en el formato que sea, brindándoles la oportunidad de vivir distintas experiencias a distintos precios. En Lumen pueden leer a Virginia Woolf en digital, en rústica o en una edición ilustrada que, en cuanto abres el libro, te transporta a un lugar especial".

Esas ediciones de Un cuarto propio o La fiesta de la señora Dalloway están pensadas para perdurar. "Son casi de coleccionista, piezas que desearás tener", apunta Borrell. son objeto de regalo. Y esa, según Celaya, es una de las claves: "En España hay mucha tradición de compra de libros como obsequio, y para que estos puedan competir con otros objetos hay que darles un valor sensorial. El 33% de las ventas de las grandes cadenas de librerías son productos considerados no libros, y dentro de ese concepto entran estas obras más esmeradas".

El paisajista Jesús Moraime acaba de autoeditar la primera entrega de la colección Jardins de Lisboa: Marqués de Fronteira, Ultramar y Gulbenkian. Son libros de pequeños formato, con una cubierta que remite a los azulejos de las fachadas de los edificios de la capital portuguesa. En su interior se suceden estampas de los jardines, un total de 14 fotografías, un plano de textos de Ray Loriga. Ahora ocupa un lugar privilegiado en la librería Panta Rhei de Madrid, especializada en libros de arte y diseño. "Cada vez llegan más libros autopublicados: los costes de imprenta se han abaratado y los autores no se lo piensan y lo hacen ellos mismos. Al ser proyectos personales, son ediciones cuidadas, especiales", explica Lilo Arcebal, responsable de la librería. Para editar los nueve libros de Jardins de Lisboa, Moraime se alió con el estudio de edición de arte Siete de un Golpe. "Siempre pensé en hacerlo por mi cuenta, sin recurrir a editoriales; quería un producto redondo, no hacer concesiones".

Esa democratización del proceso de edición está en el germen de otro renacer: el del fotolibro. En estos momentos, tres exposiciones (Libros que son fotos, fotos que son libros, en el Museo Reina Sofía; Los mejores libros de fotografía del año, en la Biblioteca Nacional, y Fotolibros. Aquí y ahora, en la Fundación Foto Colectania) exploran el pasado, presente y prometedor futuro del género en España. Jesús Micó, responsable de la sala de exposiciones La Kursala, en Cádiz, es el impulsor de obras como Ostalgia, de Simona Rota, elegido como uno de los mejores libros del año por la organización D&AD, o Los Afronautas, de Cristina de Middel, uno de los fotolibros de mayor resonancia crítica de los últimos tiempos: fue galardonado con el Photo Folio Review en los Rencontres d´Arles de 2012 y finalista en Paris Photo, y recibió una nominación para la prestigiosa Deutsche Börse -entre otras distinciones-. Los Afronautas agotó su tirada de 1.000 ejemplares en pocos meses y estos son ahora objeto de deseo entre coleccionistas: el fotógrafo de la agencia Magnum Martin Parr se hizo con cinco copias.

"El fotolibro da un mayor valor añadido porque es una obra en sí y ofrece una experiencia de lectura única, individual, intimista, que se está consolidando en el proceso de promoción y legitimación de la obra fotográfica", explicó Micó. "Antiguamente un fotógrafo solo podía ver su obra en un libro si la iniciativa era de una institución, pero hoy tenemos una gran preparación académica y técnica, que no se han visto apoyados por el sistema y han tenido que apostar por el fotolibro para a dar conocer su trabajo".


El Pais. Babelia núm. 1.176 Sábado 7 de junio de 2014


viernes, 6 de junio de 2025

Un monstruo en el club de lectura

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


El autor del texto, con una máscara de un monstruo de H.P. Lovecraft. J.A.

La horrorosa, infame, abominable y repulsiva criatura avanzó dando tumbos, chocando con las estanterías y con algún cliente despistado. Vestía una larga túnica negra de acólito con capucha, bajo la cual se percibían unos ojillos reptilescos y una masa de tentáculos que brotaba de la cara. El blasfemo ser se dirigió hacia la sala de actos y se dio contra la puerta de cristal produciendo un ruido sordo y tentacular seguido de un gruñido inhumano. El engendro no veía casi nada, apenas podía respirar y se preguntaba qué le había llevado a meterse en esa situación y lo que pensaba, porque el monstruo era yo.

Los acontecimientos que me llevaron a transformarme en abominación reptante, concretamente en semilla estelar de Cthulhu, siguen la lógica implacable de los relatos de Howard Philips Lovecraft (HPL). Cuando me sugirieron Loredana Volpe y Antonio Torrubia participar en una sesión en la librería Gigamesh de Barcelona de la nueva temporada (la segunda) del Club Lovecraft de lectura, les dije que sí (cualquiera dice que no, igual se te enfadan Nyarlathotep o el propio Cthulhu, y la liamos). La sesión iba a estar dedicada a repasar En la noche de los tiempos parte fundamental del canon lovecraftiano y una obra que me gusta especialmente porque salen exploradores que enloquecen, exploradores que enloquecen, excavaciones arqueológicas, presencias innombrables, libros prohibidos y mi alma mater: la Universidad de Miskatonic.

Desgraciadamente no caí en la cuenta de que el día de la convocatoria de la sesión del club yo tenía una fiesta de carnaval. Era una fatal coincidencia, pues mira que hay eones para celebrar cosas. Y entonces se me ocurrió una genialidad. Dado que la fiesta empezaba a las ocho y media y mi participación en el Club Lovecraft era a las siete, ¿por qué no matar dos pájaros de un tiro y acudir a la sesión disfrazado de criatura lovecraftiana para luego ir sin solución de continuidad (ni de identidad) al carnaval?

Me puse a buscar un atuendo que me sirviera para ambas convocatorias. Encontré en Amazon una realista máscara de látex de "Monster of R´lyeh". Era convenientemente horrible y pulposa e hice el pedido rascándome el bolsillo (79 euros). Añadí una túnica con capucha. Llegado el viernes, entré en la librería dispuesto a dar la campanada. Accedí a la sala de actos y ocupé mi puesto en la mesa, provocando la natural conmoción. Hablamos apasionada y sesudamente de En la noche de los tiempos (1936), acordando que es uno de los mejores textos de Lovecraft.

A todas estas yo me había desprendido ya de parte de mi caracterización de aborrecible hierofante cthulhiano. Me pareció muy interesante, y así lo hice notar a la concurrencia, que mi experiencia era muy parecida a la del protagonista de la historia, el profesor Peaslee, poseído por una entidad arcana y monstruosa. Quizá fue por ello, por la identificación con el extraño, por lo que me encontré intentando reivindicar un poco a Lovecraft (1890-1937) ante las descalificaciones que le han caído por racista y supremacista blanco, y que han llevado a acciones de cancelación de su figura. Pero el racismo de HPL es indiscutible, y despreciable. Por si hubiera pocas evidencias, el tercer volumen de sus cartas editadas por Javier Calvo (El terror de la razón, Aristas Martínez, 2024) lo deja clarísimo. Calvo selecciona una veintena de misivas que, incluso a los que somos muy fans de sus historias como él o como yo, nos dan ganas "de mandar a Lovecraft al infierno", por no decir a la mierda. En esas cartas, HPL abomina de la multirracial Nueva York, o sostiene que "por muy listo que sea un negro siempre estará más cerca de los gorilas".

A la vista de eso, el disfraz de monstruo lovecraftiano tomaba otro significado. La máscara tentacular me pareció una expresión de los pecados del escritor y no me vi con ánimos de irme de fiesta ataviado así, no digamos de bailar. Me marché de Gigamesh cabizbajo, sin olvidarme de entregar a la salida mi óbolo a la figurilla de Cthulhu en su hornacina, pensaba en un plan b: tenía poco margen, pero, bueno, siempre he querido convertirme por un rato en el general Custer...


El Pais, sábado 8 de marzo de 2025


 

martes, 3 de junio de 2025

Lorenzo Silva o cómo contar un país a ritmo de buen policial

La nueva entrega de la pareja de guardia civiles, Bevilacqua y Chamorro, se enmarca en la pandemia y prueba la vitalidad de una serie que ya es historia


Lorenzo Silva

¿Cómo de maneja un personaje 30 años después de su creación?¿Y dos? Esas son las primeras preguntas que surgen al abrir una nueva entrega de Bevilaqua y Chamorro, los dos guardias civiles son los que Lorenzo Silva ha entrado en la historia de la novela negra española. Están cansados (hace casi 27 años de la publicación de El lejano país de los estanques, tres décadas desde que su autor los creara), se conocen demasiado bien, pero guardan todas las esencias de dos extraordinarios personajes enmarcados en buenos policiales. Y van 14 entregas con esta que nos ocupa, Las fuerzas contrarias.

La trama se sitúa en la explosión de covid en marzo de 2020, una apuesta arriesgada si no fuera por el crimen que sirve de motor para la trama: quién está matando a determinadas personas mayores aprovechando una coyuntura en la que nadie mira en detalle a los muertos. Y, claro, como diría Harry Bosch sobre las víctimas: "Si no importan todas, no importa ninguna". O, en palabras del cabo Arnau imitando a Bevilaqua: "Somos lo único que tienen los que, como ella, ya no tienen nada". "A veces debería ahorrarme esas frases estupendas", reacciona el citado con buena carga de autoconciencia. "No serías tú", le responde Chamorro en un ágil diálogo a tres bandas donde la primera persona que comanda siempre estas novelas se diluye un poco en beneficio de los secundarios.

Son muchos años cabalgando juntos y el lector aficionado se encuentra no solo a los dos protagonistas, sino también al citado Arnau y a la inigualable Inés Salgado o a otros invitados de lujo como el comandante Ferrer y el amigo López, al que vimos en asuntos internos en uno de los momentos más tensos de la serie, un "buena ley", un personaje íntegro muy del estilo de los que salen de la pluma de Silva. Pero esta novela, reconoce el propio autor, es toda entera para Vila y Chamorro, para celebrar su carrera junto a los lectores. La relación entre ambos, siempre tan compleja, alcanza un nivel especial, parecido aunque no tan evidente al de Lejos del corazón, el momento más tenso entre los dos, cuando si terminaron o no por romper con esa tensión sexual no resuelta queda a la imaginación del lector.

El procedimental es, marca de la casa, de los que está medido hasta el último detalle. Maneja Silva tan bien los resortes del género que la otra trama, con Arnau y un asesino de mujeres, un incel de manual, reaparece para ser resuelta en el justo instante en el que el lector instante en el que el lector se preguntaba por ella. Y la realidad, la que todos sufrimos y casi hemos olvidado aquel fatídico marzo de 2020, está retratado con pulso.

Desde el brillante arranque de El lejano país de los estanques, la pertenencia de Vila y Chamorro a la Guardia Civil, en su unidad central de Madrid, le daba al autor la excusa para llevarlos por toda la geografía española. En El alquimista impaciente, la segunda de la serie, Vila ya califica a Chamorro de "indispensable". A esas alturas llevaban un año escaso trabajando juntos. Ella todavía se sonrojaba mucho y ya era un personaje de muchos quilates. Viajan en coches incautados a los criminales, mucho mejores unas veces que otras, sobreviven con sueldos dignos pero muy justos, ascienden, despacio, en el escalafón: Y miran de frente a lo peor del ser humano. "La elección de Vila como investigador de delitos contra las personas no fue voluntaria, pero luego me ha permitido una mirada sobrecogedora sobre el ser humano, porque los crímenes que investiga los puede cometer cualquiera", reconocía el autor a El Pais en 2018, con motivo de la publicación de Lejos del corazón sobre la naturaleza de su trabajo investigador.

Las novelas de Vila y Chamorro han sido un termómetro constante de los temas que preocupaban a la sociedad española. sin diagnóstico o ideología, puro paisaje bien construido, en Las fuerzas contrarias nos encontramos con la pandemia como en La marca del meridiano ocurría con la corrupción policial y la situación de Cataluña o en Desde los escorpiones con las guerras contemporáneas en las que España se vio implicada, sin olvidar la huella del terrorismo de ETA, eje central de El mal de Corcira, una de los mejores entregas de la serie. Con ella viajó al pasado de Vila con la idea de ir completando la vida de ficción de este guardia civil de origen uruguayo. ¿Qué nos espera en próximas entregas? ¿Montevideo, quizás?

En las páginas finales da alguna sorpresa y deja intuir las líneas de la decimoquinta entrega. El propio Silva comenta a El Pais que Vila pasará a tener un destino en la UCO, "lo que quiere decir que podrá intervenir en otras investigaciones, no solo homidicios, aunque con Chamorro seguirá colaborando en ese ámbito". Les queda cuerda y lo celebramos. Larga vida.



Las fuerzas contrarias

Lorenzo Silva

Destino, 2024

408 páginas. 22,90 euros


El Pais. Babelia Núm. 1.747. Sábado 17 de mayo de 2025