jueves, 7 de noviembre de 2024

Hugh Grant y el porvenir de la novela por Javier Cercas




E1 pasado verano se publicó en Babelia un reportaje sobre el futuro de la novela. Entiendo que el asunto pueda provocar en algunos un tedio casi insuperable; en mí a ratos también, pero lo cierto es que, gracias al talento de Javier Rodríguez Marcos y a la perspicacia de los escritores consultados por él, el reportaje acabó resultándome interesantísimo. Más aún, acabó iluminándome: descubrí que debo de ser el último tonto del bote que, al menos por estos pagos, todavía cree que la novela tiene algún porvenir. De inmediato me pregunté por qué. De inmediato encontré la respuesta. La encontré en una anécdota que cuenta Simon Leys en La felicidad de los pececillos. Hace unos años, la policía de Los Ángeles detuvo al actor inglés Hugh Grant cuando una profesional le practicaba una felación en plena vía pública. El hecho desató un gran escándalo, hasta el punto de que la carrera de Grant pareció a punto de naufragar. En medio de esa tormenta, un periodista norteamericano le hizo al actor una pregunta muy norteamericana: ";Va ahora usted a un psicoterapeuta?".

"No", contestó

Grant. "En Inglaterra leemos novelas".

ES IMPOSIBLE DECIRLO MEJOR. Cervantes inventó la novela, pero en la España de su época mandaban los fanáticos y nadie le hizo ni puñetero caso, así que vinieron los ingleses y nos robaron el invento. Y hasta hoy. Por eso los ingleses (y en general, con pocas salvedades, los anglosajones) se parten de risa cada vez que se habla del porvenir de la novela: ellos se limitan a escribirla, y muy buena; y por eso el Quijote siempre ha parecido una novela más inglesa que española. Tanto Peñón, tanto Peñón: que nos devuelvan la novela y se queden con el maldito Peñón. Bueno. Los escritores convocados por Rodríguez Marcos vienen a decir que la novela ya no pasa de ser un simple entretenimiento, que no es una cosa seria; llevan toda la razón. Y yo diría más. El problema no es solo que la novela ya no sea seria, sino que no lo ha sido nunca: quien diga que el Quijote o Ulysses son libros serios es que no ha entendido ni el uno ni el otro; lo que son es, además de bromazos monumentales, libros profundos, vertiginosamente profundos.

¿Cómo lo consiguen? Cervantes creó la novela moderna dotándola de dos reglas fundamentales. La primera es que la novela es un género sin reglas; o sea: es el género de la libertad total. La segunda es que la novela es el paraíso de la ironía, entendida ésta como instrumento de conocimiento: don Quijote es un loco de sanatorio, pero también está lleno de sensatez y sabiduría; don Quijote es un personaje ridículo, pero también es el caballero más noble y más valiente, el "rey de los hidalgos / señor de los tristes" de Rubén Darío. Eso es la ironía: la llave que abre las puertas de la verdad, descubriéndonos que ésta es casi siempre poliédrica, que las cosas pueden no ser solo una cosa, sino una cosa y la contraria. Esto no lo entenderán nunca los fanáticos, y por eso los fanáticos siempre han detestado la novela. De ahí que no le hicieran ni caso a Cervantes nuestros antepasados del XVII y sí se lo hicieran los ingleses, que por entonces empezaron a crear, a base de ciencia y de novelas, la modernidad; y de ahí que la modernidad pueda describirse como la lucha de la ironía novelesca contra la estúpida seriedad del fanatismo. Eso es lo que le estaba diciendo el irónico Grant a su fanático entrevistador: que la cosa no era para tanto, que con llamarle adicto sexual no se arreglaba nada, que la felación de la profesional era asunto suyo y de nadie más; en suma, que se fuera a la mierda.

LA VERDAD: no sé cuál es el porvenir de la novela, ni siquiera creo que nadie pueda estar del todo seguro de que tenga un porvenir; yo más bien diría que sí lo tiene, y que en definitiva depende de los novelistas: si son soberbios, perezosos y cobardones, morirá; si no lo son, vivirá muchos años, tantos que quizá acabe demostrando que, lejos de estar medio muerta, está en pañales: al fin y al cabo es un género que, como tal, tiene apenas siglo y medio de vida y es por tanto, y de lejos, el más joven de los grandes géneros literarios. Sea como sea, una cosa es segura: si alguna vez construyen el paraíso delos fanáticos y los terapeutas, que nadie me busque allí. Como Hugh Grant, yo sigo prefiriendo las novelas.


El Pais Semanal número 1.879

Domingo 30 de agosto de 2012



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