sábado, 4 de febrero de 2023

Argumentos de autoridad por Manuel Rodríguez Rivero

SILLÓN DE OREJAS 




Ilustración de Max.


MUCHO ANTES de la invención de los tipos móviles y de la producción en serie de libros, los editores ya recababan con variable insistencia el compromiso de los autores en la difusión de sus obras: los bibliopolas romanos, por poner un ejemplo imperial, les organiza- ban la correspondiente lectura pública para calcular, por las reacciones de la audiencia, a cuántos copistas tenían que contratar. Uno podría pensar que bastan- te hace el autor con dedicar tiempo y energías a escribir el libro, pero no: el editor —que es el que, si el “producto” se vende, más saldrá ganando— pretende, además, que le haga parte del trabajo. En nuestra época, en la que algunos autores se comportan como pequeñas celebridades, las exigencias de los editores coinciden a menudo con ciertos pliegues de su ego, lo que les lleva en ocasiones a someterse a las grotescas “sugerencias” de expertos en mercadotecnia que respetan la literatura tanto como el imán de Cunit a las mujeres libres. Se conoce que con la crisis se ha evaporado el viejo pudor que ponía límites a las obligaciones de cada parte: hoy los escritores que no están en la cumbre del ranking se ven más presionados que nunca para que se “mojen”. Menos grave resulta la costumbre de introducir en los paratextos (cubiertas, fajas) —y a modo de mantras de pretendida autoridad moral— supuestos avales de escritores-fetiche que “recomendarían” al autor. Hoy esos nombres-talismán son, cansinamente, los de Larsson y Bolaño. Se diría, por sólo referirme al último, que mal lo tiene el autor del que el difunto novelista chileno (que era extremadamente generoso con sus colegas) no hubiera dejado constancia favorable. Mientras derechohabientes, agente y editores siguen rescatando sobras más o menos completas (pentimentos varios y novelas malogradas que no añaden mayores prendas a la reputación del autor, pero que avivan la transnacional bolañomanía), son muy pocas las voces que se atreven a alzarse contra el intento de sacralizar (blindándola) la obra entera de Bolaño. Una de ellas es la del siempre ponderado Alberto Manguel, que en su reciente reseña (en The Guardian) de La literatura nazi en América (1996) caracterizaba algunas de sus obras de “ligeros, juguetones experimentos, no muy afortunados, con poca inteligencia y menos ambición”. Estoy de acuerdo: mi Bolaño es el autor de obras como Estrella distante, Los detectives salvajes, y dos o tres más. Con ellas ya tengo suficiente para rastrear su importancia y su impronta en la literatura en español (y no sólo) de los últimos quince años.

Naturaleza

BASTAN UNOS violentos temporales y un invierno casi tan frío como los de antes para que, reavivadas sus esporas mediáticas por las lluvias, se multipliquen como hongos los negacionistas del cambio climático. Y conste que no olvido lo del escándalo de los informes erróneos de la ONU, que han hecho más por la causa de los que quieren que todo siga igual que la orgía de meteoros desencadenados. Ahora, crecidos como el suflé, los negacionistas contraatacan. Incluso el Parlamento archirrepublicano de Utah ha adoptado una moción contra los “alarmistas climáticos” en la que se ponen en entredicho las bases científicas del calentamiento global. Según algunos, los ecologistas “formarían parte de una conspiración para destruir el modo de vida americano y controlar la población del mundo a través de la esterilización obligatoria y el aborto”: una paranoia que recuerda a la de los “protocolos de los Sabios de Sión”. Tonterías parecidas, muta- tis mutandis, pueden escucharse, entre nosotros, en las tertulias de las radios de la ultraderecha (para las que Rajoy resulta casi trotskista). Y, sin embargo, el deterioro avanza y se agrava, como queda patente en el estudio Destrucción y construcción del territorio. Memoria de lugares españoles (editorial Complutense), cuyo cuarto y último volumen (dedicado a Canarias y Extremadura) culmina con una encuesta sobre el “desorden territorial” realizada a prestigiosos expertos. La serie, editada por Aurora Fernández Polanco, Magdalena Mora y Cristina Peñamarín, propone una reflexión imprescindible (a partir de la opinión de geógrafos, urbanistas, paisajistas, activistas medioambientales, escritores y artistas visuales) para reabordar el problema del reiterado maltrato del medio ambiente, y superar la ausencia casi generalizada de auténtica voluntad de planeamiento. Una obra cuyo espíritu e intención enlazarían, en cierto modo, con los de aquellos pioneros regeneracionistas seguidores o contemporáneos de Giner de los Ríos, y de cuyas actividades y preocupaciones se ocupa el historiador (y biólogo) Santos Casado de Otaola en Naturaleza Patria; ciencia y sentimiento de la naturaleza en la España del regeneracionismo (Marcial Pons y Fundación Jorge Juan), un libro im- portante que nos habla con rigor y amenidad de aquella atribulada época española en la que, ante la ansiedad identitaria y la incertidumbre por el futuro, un puñado de ciudadanos esclarecidos buscó fundamento y bálsamo en la naturaleza. Ojalá se nos pegara (algo de) su entusiasmo.


Literatos

SEGÚN LA TEORÍA de los seis grados de separación, cualquiera puede estar conectado a cualquier persona de este mundo a través de una cadena de conocidos de sólo seis enlaces. La teoría, esbozada por Frigyes Karinthy en 1929 y verificada por Stanley Milgram en los años sesenta, ven- dría a certificar que, en efecto, el mundo es un pañuelo. Y, ya de mi cosecha, el mundo literario uno aún más pequeño, pero también con sus mocos y todo. El índice onomástico de Egos revueltos (Tusquets), el último libro (premiado con el Comillas) de Juan Cruz, cuenta con 683 entradas de autores y personajes vivos y muertos, así que, con que sólo le interesara a un 10% de los citados y a sus conexiones, podría convertirse en un best seller planetario. A todos los nominados —de Aristóteles a Zúñiga— los conoció Cruz ya sea directa o indirectamente (a través de alguno de los seis grados). A pesar de su aseveración de que lo escribió sin apenas consultar sus notas, Egos revueltos es un prodigio de medida (quizás interiorizada): Cruz —más de cuarenta años en el periodismo (casi todos en este diario, que también es el mío) y seis como director de Alfaguara— nunca ha dado una puntada sin hilo. Y en cuanto al texto: hay de todo, al estilo de los libros de “reminiscencias” de ciertos editores británicos proclives (¿por pudor?) a primar, a la hora de convocar la memoria, el anecdotario. Y algo importante: todo el mundo queda (al menos, moderadamente) bien (hasta Ignacio Echevarría, antes bête noire). Porque (mensaje implícito), a pesar de sus inflados egos, en el mundillo literario (casi) todo el mundo es bueno, y los giros de la vida son imprevisibles. Y el más bueno de todos: el autor. Quod erat demonstrandum



El Pais. Babelia nº 952, sábado 20 de febrero de 2010





No hay comentarios:

Publicar un comentario