miércoles, 26 de octubre de 2022

Autorretrato de verano en Brasil

PALOS DE CIEGO


Por Javier Cercas

Durante un viaje a Brasil -Paraty, Rio de Janeiro y Sao Paulo- dije en publico una serie de cosas que no veo por qué no voy a repetir aquí en privado, en esta columna que a ratos, más que una columna, parece un diario íntimo en público.






Ilustración de Gabi Beltran

Lo primero que dije es que soy un escritor posmoderno. Esto, cuando yo empecé a escribir, se decía con orgullo; ahora se dice con la boca pequeña o no se dice (o se esconde). El posmodernismo parece batirse en retirada en todos los frentes. Aquí y allá se le acusa de frívolo, de relativista, de meramente lúdico; me parece Una acusación injusta: es verdad que para los malos posmodernos el arte es solo un juego, pero para los buenos es un juego donde uno se lo juega todo. Así que no sé a qué viene tanta vergüenza. La posmodernidad en general no es una reacción contra la modernidad, sino su último o penúltimo avatar, si acaso, es una irónica reacción contra algunos clichés del modernism, que viene a ser el nombre anglosajón de las vanguardias, y, por eso mismo,  la última o penúltima vanguardia. En cuanto a la posmodernidad narrativa, si es aquella que procura no perder nunca de vista las seis propuestas para el próximo milenio formuladas por Italo Calvino -levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad, consistencia-, y la que busca su origen inmediato en la obra de Jorge Luis Borges y su origen remoto en la segunda parte del Quijote, que a ratos no parece escrita por Cervantes sino por Dios, entonces yo sigo sintiéndome a gusto en ella. Dicho esto, añadiré que mis primeros libros parecían casi prototípicamente posmodernos novelas algo humorísticas, fantásticas, ultraintelectuales y ultraliterarias, que por lo demás solo leía mi madre y quizá alguna de mis hermanas. No es que mis novelas posteriores, las que han tenido más lectores, sean muy distintas, pero lo cierto es que, a medida que las escribía, creí descubrir dos cosas aparentemente ajenas a la estética posmoderna y que, para mí, más que contradecirla, la complementan. La primera cosa que descubrí, o que creí descubrir, es que el pasado es una dimensión del presente, que nunca termina de pasar, que siempre esté aquí, con nosotros, y que por tanto es indispensable para entender la realidad; de ah que, a diferencia de los primeros que escribí, edemas de hablar del presente, esos libros hablen del pasado, o más exactamente de la peculiar relación que une el pasado y el presente. La segunda cosa que creí descubrir es que lo colectivo es una dimensión de 10 individual, y que por tanto no hay forma de entendernos a nosotros sin entender a los otros; de ahí que, a diferencia de los primeros que escribí, esos libros no desdeñen los asuntos políticos, o incluso se centren o parezcan centrarse en ellos.

DE POLÍTICA TAMBIEN HABLÉ en Brasil, inevitablemente. Dije entonces que, en mi opinión, un político es lo contrario de un escritor (o de un novelista), y que por eso los buenos políticos suelen ser tan malos escritores, y los buenos escritores, tan malos políticos. Un buen político toma un problema complejo y lo reduce a sus lineas esenciales para solucionarlo por la vía mis sencilla y más rápida; un buen escritor, en cambia, toma un problema complejo y lo vuelve mas complejo todavía o (esto solo lo hacen los mejores) convierte en un problema aquello que antes no era un problema para nadie. Un buen político toma una pregunta y le da una respuesta contundente; un buen escritor no hace más que formular preguntas sin respuesta (o con una res- puesta ambigua, contradictoria, esencialmente irónica). Un buen pólitico es un seductor; un buen escritor es un incordio, un rompepelotas o, como dice Vargas Llosa, un aguafiestas. Por eso, durante una roche de Paraty, Juan Gabriel Vásquez comentó que, aunque él opinaba a menudo de política, un escritor fuerza su propia naturaleza cuando lo hace, porque entonces está obligado a apostar, a dar respuestas claras e inequívocas. ¿Qué hace entonces un escritor sin respuestas como yo en una columna como esta, donde, a pesar de tanta intimidad, tanto se habla de política? A eso sí puedo responder: equivocarse. Mi única excusa para seguir haciéndolo es que, además de un escritor, soy un ciudadano, y que sin el ínfimo coraje de equivocarse no existe la gloriosa posibilidad de acertar. 



EL PAIS SEMANAL Nº 1.873. Domingo 19 de agosto de 2012



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