domingo, 22 de septiembre de 2013

H.G.WELLS. EL RUMOR DEL FUTURO


FÉLIX J. PALMA

H. G. Wells oía el rumor del futuro como quien escucha el mar a través de una caracola. De otro modo, no puede entenderse que de una única mente surgieran cuatro de las obras fundacionales de la ciencia ficción. Si observamos atentamente la singladura de dicho género, que él instauró –probablemente sin pretenderlo, escribiendo sencillamente lo que le venía en gana–, no podemos evitar reparar en que gran parte de las obras que lo jalonan se han abandonado a la inercia de La máquina del Tiempo, La isla del doctor Moreau, El hombre invisible y La Guerra de los Mundos, novelas que Wells escribió de corrido en un lapso de cuatro años, entre prisas, desvelos y contratiempos varios, pero sobre todo ajeno a la condición de clásicos que portaban sus genes.

La máquina del tiempo, la primera de ellas, fue escrita en 1895, y aparte de ser la novela que obraría el milagro de convertirlo en escritor, permitiéndole al fin vivir de la literatura, también tiene el honor de ser la primera ficción en la que se aplicó la ciencia a los viajes temporales. en las escasas historias que se habían publicado hasta el momento sobre el asunto, se viajaba siempre en un estado de ensueño o alucinación, como en Un cuento de Navidad, de Charles Dickens, o en Un cuento de las montañas escabrosas, de Edgar Allan Poe, o sencillamente mediante la simple fantasía, como en El reloj que marchaba hacia atrás, de Edward Page Mitchell, considerado el primer relato sobre el tema. adelantándose veinticuatro años a la Teoría de la Relatividad de Einstein, Wells invitó a los lectores a contemplar el tiempo como una cuarta dimensión, por la que uno podía desplazarse igual que por el espacio, despertando en toda Inglaterra el anhelo de viajar a través de la corriente temporal.

H.G. Wells.
No es difícil imaginarse a los caballeros de entonces cerrando su novela convencidos de que la ciencia, que a finales del siglo XIX se encontraba en su esplendor, acabaría fabricando más temprano que tarde un artilugio como el que Wells describía, que les permitiría sustituir las aburridas excursiones campestres por excitantes viajes al remoto pasado o al ignoto futuro. Un invento semejante, en definitiva, les llevaría a rebasar los límites impuestos por su condición mortal, a adentrarse en el vedado mañana, ese territorio todavía por construir que hollarían sus hijos, nietos y demás descendencia.

Un año después, tras escribir La visita maravillosa, una novela que narra la relación entre un ángel despeñado del cielo y el vicario del pequeño pueblo en el que cae, y cuyo argumento palidece ante el resto de su producción, el autor de Bromley publica La isla del doctor Moreau. La obra esta protagonizada por el científico al que alude su título, que reina en un islote perdido entregado a la demencial tarea de transformar bestias salvajes en hombres, en un intento por sortear el curso lento y natural de las evoluciones, y que junto al Griffin de El hombre invisible, otro científico poseído por sus obsesiones, instauran la figura del mad doctor, que tanto juego dará en la literatura fantástica posterior.

Por si esto fuera poco, una noche de primavera de 1897, Wells contempló el cielo poblado de estrellas, y sintió que algo, tal vez una inteligencia superior a la humana, le devolvía la mirada. ese fue el germen de la conocida La guerra de los mundos, novela en la que, en otro de sus alardes de originalidad, Wells dio la vuelta a la situación: si hasta entonces las obras de viajes estelares presentaban al hombre como el sumo conquistador del cosmos, colonizando planetas merced a su impresionante tecnología, en su novela eran nuestros vecinos marcianos quienes invadían con terrible facilidad nuestro hogar, hasta que las bacterias segaban sus sueños de conquista.

Esa fue la última novela de ciencia ficción que escribió Wells, quien terminó por acatar los consejos de W. E. Henley, su editor, que no cesaba de instarle a usar su innegable talento en novelas más ambiciosas que le granjearan el sitio que merecía en la historia de la literatura. Siguiendo la estela de Dickens, Wells se olvidó de la fantasía y se aplicó a escribir novelas como Kips, historia de un alma simple o Ann Verónica, y un sin fin de obras de carácter enciclopédico, como El perfil de la historia. Por ninguna de ellas, sin embargo, es recordado, pues Wells ha pasado a la historia por sus novelas de ciencia ficción, esas historias que nos hacen soñar, viajar a mundos lejanos propulsados por la imaginación, que es, por mal que le pese a Henley, lo que cualquier lector desea por encima de todo.

Revista Mercurio nº124 Octubre 2010

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