jueves, 11 de octubre de 2012

Murakami antes de Murakami




 Baila, baila, baila / Baila, baila, baila
Haruki Murakami (Kioto, 1949)
Traducción de Gabriel Álvarez Martínez /Nuria Pares y Alexandre Gombaü Tusquets / Empúries. Barcelona, 2012 453 / 256 páginas. 22 / 14,99 euros

Por Javier Aparicio Maydeu
NARRATIVA. DE LAS PERVERSIONES textuales de su poética neosurrealista, y de las metafísicas enrarecidas por kafkianos trastornos de la soledad y la identidad," que conducen a un protagonista anodino por merodeos laberínticos a través del sexo, el amor y la muerte surgió en 1987, a raíz de Tokio Blues (Norwegian Wood) y de su desorientado héroe Watanabe leyendo La montaña mágica de Mann, ese estilo murakamiano, ecléctico, multícultural, poscolonial y perturbador, que logró alcanzar un estrepitoso éxito, un éxito tan ensordecedor que obligaba al autor a gestionarlo con suma prudencia, pues nadie ignora en el fabuloso mundo de los escritores bloqueados y los editores bloqueantes que el texto siguiente al texto triunfante, como sucede casi siempre con la segunda novela, puede resultar el texto más frustrante. Y Baila, baila, baila, que fue escrita en 1988, es la novela que Murakami concibió inmediatamente después del triunfo de Tokio Blues pero antes, por consiguiente, de que su estilo se consolidara convirtiéndose en un modelo narrativo ganador, en torno a la alienación y la cultura pop (con' arrebatos de "humor absurdo ("¿el Jurásico te gusta o no? ¿Y el himno nacional de Senegal? ¿Te gusta o no el 8 de noviembre de 1987?") y crítica del capitalismo feroz, "la necesidad se crea artificialmente. Es un montaje. Te generan la ilusión de que necesitas lo que no necesitas"), en una fórmula del éxito que, a partir de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1995) y sobre todo de Kafka en la orilla.(2002), se ha ido clonando pero no enriqueciendo, tal vez porque el autor prefiere la puntual manutención de su parroquia de lectores fieles (entre los que siempre ha habido incontables hooligans) a una evolución de inciertos réditos, y dicho esto digamos también que el enquistamiento de un estilo puede no ser sinónimo de regresión sino de fidelizaciórt o de afianzamiento, y ante esta disyuntiva el talento es el que tiene la última palabra. De modo que Baila, baila, baila, en cierto modo una suerte de secuela de La caza del carnero salvaje (1982), es el resultado del enfrentamiento de Murakami al éxito de Murakami en Tokio Blues—la superación del bloqueo acechante, del vértigo de la página en blanco después de haber escrito un texto conseguido—, y es Murakami en plena gestación de su universo ficcional y de su estilo ganador, es aún Murakami antes de la marca Murakami, pero es Murakami químicamente puro. En el papel protagonista, otro de sus'antihéroes a la deriva en su huida hacia delante, en este caso un tipo devorador de Dunkin' Donuts y consumista compulsivo, periodista free lance que tiene en la cabeza él catálogo completo de la música pop, de los Beach Boys a Michael Jackson, de Pink Floyd a Police (guiño al primer trabajo de Murakami, en una tienda de discos), y que regresa nostálgico al sórdido Hotel Delfín en el que conoció a Kiki, la amante que un día desapareció sin dejar rastro y que desde entonces no ha dejado de enviarle enigmáticos mensajes. El núcleo duro del planeta murakamiano es mental, pero aquí su silencio ingénito no se escucha porque incontables bandas sonoras suenan a lo largo de una trama flemática en la que la violencia y el asesinato —"bella mujer desnuda estrangulada en un hotel de Akasaka" reza un titular — se acompasan con los brandies con soda y los whiskies con hielo (proliferan aquí los clichés del género negro, ¡no tradujo Murakami en vano a Chandler!), y las reflexiones self help ("todo ser humano alcanza su cúspide...") salpican una historia a la que se asoma una galería de personajes nuevamente extravagantes —el Literato y el Pescador, Gotanda, caricatura de una celebrity del cine y sospechoso número uno, Mei, otra call girl con la que se acostó, el poeta manco, el hombre carnero (recurrente en la Trilogía de la rata) o Yuki, la lolita clarividente, frikis de manga encerrados en un Disneylandia para adultos— y en la que Murakami explota el aliciente onírico y sobrenatural en un nuevo viaje que se diría iniciático, franquea una y otra vez las lindes entre realidad y fantasía y se permite guiños a su propia figura de escritor, primero concibiendo al autor de best sellers Hiraku Makimura, anagrama de Murakami, que nada menos que juega al golf y dispone de aprendiz, y después, por ejemplo, refiriéndose a las aspiraciones de ser escritor de su periodista protagonista, que habla de la libertad creadora, de "Mis propios textos. Lo importante era que esos textos no serían de encargo y no tendrían fechas de entrega. Textos para mi".
Murakami tal vez sea el mejor ejemplo de narrador que partiendo de los márgenes ha llegado al centro, un caso claro de autor que ha legitimado sus lecturas de literatura de género —la ciencia-ficción de Vonnegut, la novela negra de Agatha Christie, el relato de aventuras de Jack London, la pulpfiction en su última novela, 1Q84— combinándolas en su literatura mainstream con sus lecturas de ficción más literaria, Faulkner, Kafka, Mishima o Carver paseando juntos "uno de esos primeros días de abril delicados y hermosos como una página de Truman Capote", siempre entre la cultura occidental y la autóctona, siempre entre la alta cultura y la cultura de masas, y jugando siempre con fuego al desguace de la tradición. Confesó Murakami que se lo pasó en grande escribiendo esta novela y el caso es que sus hechuras de divertímento y su "no se vayan todavía, aún hay más" dan buena fe de ello. Hasta las desapariciones y las crisis existenciales tienen en este misterio de la vida embrujada un singular aire de baile ritual y festivo, funesto pero festivo. Y en la danza del destino literario de Murakami, Baila, baila, baila lleva muy bien el ritmo. •


El Pais Babelia 08.09.2012

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