sábado, 27 de septiembre de 2025

Sherlock se muda: de Baker Street a La Pléiade en París.

Basil Rathbone, en un retrato promocional de Las aventuras de Sherlock Holmes, de Alfred L. Werker, 1939 silver screen collection (getty)

La inclusión de los libros del detective creado por Conan Doyle en el sanctasantórum de la literatura clásica acreciente su figura

Por Berna González Harbour

Al principio fue la rueda, com al principio fue Sherlock Holmes. El detective creado por Arthur Conan Doyle cambió el curso de la literatura y dejó una herencia que sigue y sigue hasta nuestros días, con novelistas del género policial replicando el modelo en infinitas variaciones que lo reinventan y actualizan. Pero la rueda es la rueda, sea en carro, bici, coche, fórmula 1 o camión. Y la rueda es ese mito llamado Sherlock Holmes.

La prestigiosa editorial francesa Gallimard ha incorporado al brillante detective inglés a La Pléiade, la exclusiva selección convertida en sanctasantórum, en canon de la literatura universal. Si Conan Doyle levantara la cabeza, es probable que volviera a postrarla para siempre, disgustado, resentido porque no se le reconociera por sus otras obras y harto de que ese Sherlock al que llegó a matar y tuvo que resucitar ante el clamor popular suba al olimpo con más empuje que él.

Pero tendrá que aguantarse en la tumba, porque el honor de pertenecer a esa colección es tan grande que Borges lo consideró más importante que el Nobel. Vargas Llosa calificó el día en que le comunicaron su entrada como "el más feliz" de su vida. Y Malraux lo definió como "una biblioteca de la admiración". Enfadado o no, el autor tendrá que soportarlo.

El ritual de los Musgrave, ilustración de Sidney E. Paget revista The Strand, 1893

Porque Conan Doyle (1859-1930) convivirá ahí sin saberlo con más de 250 grandes como los citados Borges y Vargas Llosa, Milan Kundera, García Lorca, Shakespeare, Dante, Dickens, Kafka o Cervantes, y además tendrá en su haber ser el primer autor de género policial que alcanza el firmamento después del incuestionable (belga, aunque escribía en francés) George Simenon. Las cuatro novelas, 56 relatos y cuatro textos considerados extracanónicos que el autor escocés escribió sobre Holmes integran ya los volúmenes 678 y 679 de La Pléiade, trabajados bajo la dirección del especialista Alain Morvan por cinco traductores y colaboradores que lo han preparado durante años hasta lograr por primera vez -relata este profesor emérito de la Sorbona- una edición enriquecida con: cronología detallada, prólogo extenso, notas, introducciones para cada novela y aclaraciones sobre lugares, personajes y acontecimientos históricos, además de una bibliografía.

"Su valor literario va mucho más allá del placer real de presenciar cómo se descifra un enigma con detalles", confiesa hoy Morvan, gran conocedor de la literatura británica. "Sus historias poseen un profundo valor metafísico porque retratan la soledad del hombre, incluso de un hombre superior, como es el caso de Holmes, enfrentado a las fuerzas hostiles de un universo y una naturaleza indiferentes. A menudo se tiene la impresión de que Sherlock contempla un abismo de oscuridad con profundidades insondables". Y todo ello, sumado a la "poética heredada de la novela gótica, que prioriza la noche, la niebla (altamente simbólica de los misterios que nos rodean), la vertiginosa verticalidad, la huida, la persecución, las patologías, la monstruosidad y el miedo convierten a Sherlock Holmes no solo en un personaje, sino en un verdadero mito".

Jude Law y Robert Downey Jr., en Sherlock Holmes, de Guy Ritchie, 2009. Universal images group (Getty images)/ Moviestore collection ltd (Alamy/ Cordon Press)

Holmes, el mito, se acaba de mudar así del 221B de Baker Street a La Pléiade de París en una proyección que alarga aún más su figura extravagante, aguda y entusiasta del conocimiento y que se prolonga hasta nuestros días en tanto aspectos que, entre todos, nos permiten trazar un gran mapa de su legado. Estos son sus hitos:

-El territorio

Crear un paisaje narrativo reconocible para los lectores y la cultura popular es marca de la gran literatura. Jesús Lens, director del festival Granada Noir, ha explorado y recorrido junto a Ricardo Bosque los escenarios del crimen (literario) en El lugar de los hechos (Cazador), un libro que arranca, como no podía ser de otra manera, en el corazón de Baker Street. Conan Doyle eligió el Londres victoriano de la niebla y las truculencias, en plena era de Jack el Destripador, para albergar a un detective en una dirección tan inexistente en la realidad pero tan sólida en la ficción que se hizo carne. "Partió del Londres real, lo adaptó a sus necesidades y consiguió algo tan curioso como que la dirección del 221B de. Baker Street que se inventó sea hoy un lugar físico que se convirtió  a su vez en realidad y así logró el juego mágico de la literatura". Se refiere, es elemental, al Museo de Sherlock Holmes un escenario mental que se ha hecho físico y que atrae cada día a decenas de turistas de todo el mundo.

-El enigma

Pero la clave de todas las historias de Sherlock Holmes empieza por el enigma, el misterio en torno a un crimen que el detective se apresura a resolver. Sherlock no fue el primero, un podio al que llegó antes el Auguste Dupin de Edgar Allan Poe, pero sí el que penetró en la cultura popular con mayor hondura y al que todos imitaron. Hay un momento, cuando el doctor Watson apenas está conociendo a su nuevo y excéntrico compañero de piso y comprendiendo el alcance de sus pesquisas, en la que le compara con Dupin. Holmes no lo acepta. Ocurre en Estudio en escarlata, la primera de las novelas:

-Me recuerda usted al Dupin de Allan Poe -dice Watson, con admiración-. Nunca imaginé que tales individuos pudieran existir en realidad.

-Sin duda cree usted halagarme estableciendo un paralelo con Dupin. Ahora bien, en mi opinión, Dupin era un tipo de poca monta.

Y es que Sherlock Holmes, nos dice el propio Sherlock Holmes, está por encima de cualquiera. Su método será único, excesivo, inteligente y tan extraordinario que a veces no podremos seguirle, pero siempre suficiente para resolver los casos. Él consagra le siguiente punto que ha quedado apuntalado para la eternidad.

-El método deductivo

La inteligencia de Sherlock, su ingenio, la ciencia y su conocimiento profundo del ser común (del que, sin embargo, se mantenían bien distante) eran las herramientas de este superhéroe de la deducción, la agudeza y la capacidad de jugar a enredar y acertar en los giros de guión. "Holmes instauró un modelo de investigador que no tardó en convertirse en hegemónico", asegura Miguel Barrero, director de la Semana Negra de Gijón y autor de títulos como El guitarrista de Montreal. "Su influencia trasciende el tiempo de sus obras justamente porque lo que fue una transgresión literaria en su día terminó convertido en un arquetipo imposible de obviar. Su impronta planea en cualquier narración de intriga desde el siglo XIX en adelante, desde Poirot hasta Batman".

Desde Sherlock, sí, todo investigador se inviste de ciertos superpoderes que pueden beber más en la inteligencia, cómo él, o en la fuerza bruta y en la acción, como muchos que han seguido, pero nunca hay que olvidar que la fórmula de su éxito radica en el hambre de ciencia que se imponía en aquel momento histórico -finales del siglo XIX- en Inglaterra, en nuestra Europa, frente a la oscuridad. Hay más ingredientes:

-La pareja

El binomio Holmes-Watson funciona en todas sus estridencias hasta lograr lo que Carlos Zanón, comisario de Barcelona Negra y autor de Taxi, considera "una actualización del Quijote y Sancho". Juan Carlos Galindo, editor del blog Elemental y autor de Muerte privada, cree que "todos los autores del género somos deudores de esa pareja quijotesca que forman Holmes y Watson y de la relación que establecen".

Más allá de quién ha seguido sus pasos, la pregunta correcta es quién no los ha seguido en mayor o menor medida, asegura Covadonga Cué Río, que ha adoptado el nombre de Mrs. Hudson en el Círculo Holmes que la une a otros frikis del detective. "Raymond Chandler, Camilla Läckberg o Carmen Mola no tienen mucho que ver, como tampoco su casi contemporánea Agatha Christie, pero todos le deben algo", asegura Hudson/Cué. Y es ahí donde entramos en su gran legado.

-La herencia

La herencia de Sherlock, consciente o no, es infinita y ha llenado la literatura de detectives que pueden variar mucho en carácter, en la droga que consumen o en manías y objetos fetiches, pero parecerse bastante en eficacia. Las secuelas y homenajes son en muchas ocasiones explícitas, como en El problema final (Alfaguara), último libro de Arturo Pérez-Reverte, o el recién llegado La lista de los siete (Impedimenta), de Mark Frost, creador de Twin Peaks. Por no hablar de decenas de adaptaciones, como las más recientes: la serie Sherlock, la preferida de todos los entrevistados, protagonizada por Benedict Cumberbatch y Martin Freeman, o la película Sherlock Holmes, de Guy Ritchie, encarnada por Robert Downey Jr. y Jude Law.

"La influencia de Holmes es mucha y es notoria porque logra hacer del excéntrico el héroe sin más poder que su inteligencia. La superioridad de esta inteligencia por encima de la acción y la idea filosófica de que un día todos los conflictos se solventarían entendiendo la mente humana y sus razonamientos es su legado", resume Zanón. Es por todo ello por lo que, en la eterna discusión sobre la dimensión literaria del género negro o policial, la decisión de Gallimard inclina la balanza y, por esta vez, ganan los buenos. Lo vemos:

-La dimensión literaria

José Manuel Fajardo, autor, traductor y gran conocedor de Holmes, no se sorprende de que entre en La Pléiade porque "la gran literatura es la que nos deja un gran personaje memorable". "Y ahí tenemos a ese arquetipo de detective moderno: no solo es el héroe solitario que resuelve casos, sino el analista de la realidad social. Él aplica la razón y la deducción para ello, sí, pero también ese conocimiento de la realidad mientras parece permanecer inmutable ante el crimen", asegura. "Además, Sherlock es contradictorio y ahí está su riqueza: misógino, racionalista, analítico, apasionado, apasionado de la ciencia, y al mismo tiempo melómano y cocainómano. Dejar ver una naturaleza mucho más sensible de lo que aparenta".

Y esa fachada de inmutabilidad la han imitado muchos, desde el Philip Marlowe de Raymond Chandler al Sam Spade de Hammett. Lo que Fajardo llama "la bandera de la dignidad". "Que La Pléiade lo acoja es bueno y santifica algo que empezó muy fuertemente en los sesenta, y es la reivindicación de los llamados subgéneros, que estuvieron mucho tiempo relegados al pulp fiction, el entretenimiento popular", asegura el autor de Odio.

La literatura popular "puede ser excelsa", asegura Barrero. "Y la distinción entre alta y baja literatura no debe establecerse en función del número de lectores, sino de la calidad de la obra: hay novelas populares que son magníficas y otras supuestamente intelectuales a las que es mejor no arrimarse".

Y es ahí donde entramos en la gran paradoja de un encumbramiento inverso al que ha vivido en general la novela negra o policial. Si bien ha sido considerada en general un subgénero, es esta y no otra la selección de Conan Doyle que ha entrado en La Pléiade, que ha desdeñado el resto de su producción. Y es que Doyle ha sido plenamente vampirizado por Holmes.

-La vampirización del autor

"Limitarnos a Sherlock Holmes y no incluir nada más fue la solución más coherente", defiende el director de la colección, el profesor Alain Morvan. "En contra de lo que pensaba Conan Doyle, las historias del detective son el aspecto más rico y elaborado de su obra y por tanto las más obvias de publicar". Doyle publicó novelas históricas, obras de teatro, poesía, literatura testimonial y numerosos escritos que él defendía por encima de su detective. Pero nadie le dio la razón. Covadonga González-Pola, escritora y editora de Tinta Púrpura, publicó Te odio, Sherlock, una compilación de textos y relatos sin el detective que permiten conocer al Doyle sin Holmes, pero su propio título y su portada con el detective con un tiro en la cabeza remiten al hombre que el autor quiso liquidar. "Esa es la espinita que tenía clavada Conan Doyle, que creía que tenía obras de mucho valor que no eran buscadas porque todo el mundo quería a Holmes", asegura González-Pola.

De autores devorados por su personaje hay muchos ejemplos, pero que lo asesinaran y resucitaran no. Hoy, para rematar la pesadilla de Doyle, es su protagonista y nada más de su pluma lo que entra en el firmamento de París. Y el humo de la pipa holmesiana llegará, sin duda alguna, hasta el cielo en el que habita Arthur Conan Doyle. Que se fastidia. Y que lo disfrute. Porque él inventó la rueda.


El Pais. Babelia núm. 1.759. Sábado 9 de agosto de 2025



viernes, 26 de septiembre de 2025

Los secretos de Enid Blyton

 


La escritora Enid Blyton, en el jardín de su casa en Beaconsfield, en Inglaterra George Konig (Getty)

El faro del fin del mundo / Jacinto Antón

La vida tiene estas cosas, tú vas y presumes con alguien de que te ha caído un rayo en casa y él te cuenta que le ha mordido una víbora, que es más aventura, Manolo Díaz, el especialista en jardines que el otro día trepó con audacia digna de Jack Aubrey los 35 metros de mi abeto Douglas para colocarle unas bridas en la brecha que le abrió una pavorosa centella a mediados de verano, me explicó como si tal cosa la ocasión en que sufrió el ataque de la serpiente. Fue cerca del Gorg Negre de Viladrau y recibió el mordisco en un dedo al apoyar la mano sobre una piedra durante la bajada. Acabó en el hospital de Vic en observación, pero no le pusieron el antídoto aunque él pensaba que iba a morir y lógicamente se quejaba.

Está siendo, dice todo el mundo, un verano de serpientes, quizá como preludio al congreso de herpetología que se celebrará en Barcelona. A los Gallego se les atascó una en la puerta del garaje y Javi Icart disparó con su rifle de aire comprimido contra otra que había sentado sus reales en la caseta del jardín. Pobres serpientes, seres incomprendidos y vilipendiados, aunque no sé qué pensará Manolo.

Santi París, cuyo concepto de la indumentaria veraniega es el que tendría un Eugène Terre´Blanche, bermudas blancas incluidas, no ha visto serpientes; sin embargo hace años le cayó un rayo en un árbol del jardín, que conserva las cicatrices pero prospera y me lo enseñó, tanto como demostración de que hay vida después del latigazo del cielo como para rebajar la excepcionalidad de lo mío. En todo caso, lo que despertó mi más insana envidia fue que me mostrara también su colección de novelas juveniles del capitán Gilson.

Le expliqué a Santi que por mi parte yo andaba metido en Enid Blyton y puso cara de sorpresa Es cierto, las vacaciones en Viladrau me llevan siempre indefectiblemente a la escritora inglesa que dejó una huella indeleble en nuestra aventuras y excursiones infantiles y juveniles con sus series de libros y sus pícnics a base de sándwiches de las cosas más sorprendentes y la indispensable cerveza de jengibre. Nunca fui de Los Cinco ni de Los Siete Secretos, mis novelas eran las de la serie Aventura (8), que me chiflaban. Cuando pienso en Enid Blyton me vienen a la cabeza sobre todo Jorge, Dolly, Lucy, Jack y el loro de este, Kiki, metidos en algún lío, y Titi Estabanell yendo conmigo en bicicleta a pescar cangrejos a la Riera Mayor antes de que se marchara a la India y volviera con inquietudes más de la Bhagavad-Gita que en Aventura en el río

Este verano me ha traído un título de la serie que me faltaba por leer, Aventura en el mar, que he pillado en una edición ilustrada muy bonita (Molino, 1972). Me he reencontrado con el mundo de Enid Blyton y la vieja conmoción que me provocaba. Lo que prevalece es la aventura y la inmersión en la naturaleza, junto a las palabras que al final les dirige el detective Bill: "Conocéis el significado de la lealtad ya y, aun cuando sentís miedo, no os dais por vencidos jamás. Estoy orgulloso de teneros como amigos". Y añade Blyton: "Los niños nada dijeron, aunque experimentaron un calor singular y una emoción profunda. Amistad... lealtad... firmeza ante el peligro... ellos conocían estas cosas y las apreciaban en toda su hermosura y su valor".

La novela me ha reconciliado con Enid Blyton tras leer en paralelo The real Enid Blyton, de Nadia Cohen (Pen & Sword, 2018), una biografía que muestra a la autora como una mujer desagradable, vengativa y arrogante. Cohen explica su lado oscuro, sus complejas relaciones sentimentales, sus dos matrimonios fracasados, sus infidelidades y traiciones, la poca atención a sus dos hijas, sus épocas de desmadre, fiestas escandalosas y borracheras, y hasta recoge la historia de que jugaba a tenis desnuda.

La imagen de una Enid Blyton adúltera, mentirosa y cruel, sorprende En todo caso, me cuesta cambiar mi opinión sobre los libros de la escritora. Me quedo con mis Aventuras y aquella emoción vagamente melancólica, de pies descalzos y cabello al viento, que desprenden y que siempre asocio a los finales de verano. Y me aferro a la idea de que no hace falta ser alguien especialmente íntegro y ejemplar para entender y valorar la amistad, el valor y la lealtad.


El Pais. Sábado 30 de agosto de 2025

domingo, 21 de septiembre de 2025

El "road book" más divertido jamás escrito

La Ruta 191 a través de Red Rock Country, Utah. Marica Van Der Meer (Arterra/ Universal images group / Getty images)

El perro del sur es la segunda e inmensamente disfrutable novela del estadounidense Charles Portis, autor fallecido en 2020 injustamente ignorado

Por Kiko Amat

Mi mujer, Norma, habia huido con Guy Dupree, y yo estaba esperando las facturas de la tarjeta de crédito para localizarlos. Aguardaba mi momento. Corría el mes de octubre. Se habían largado con mi coche, mi tarjeta Texaco y mi American Express". De esta sucinta manera da inicio El perro del sur, de Charles Portis, road book inefable y una de las novelas más jolgoriosas jamás escritas. Por descontado, lo último no es un aliciente para ciertos lectores. El otro día, precisamente hablando de Portis, mi mujer me soltó que no "consideraba" el factor diversión" en una pieza literaria. Era aquella una frase que perfectamente podía haber soltado Tomás de Torquemada ante la pira de un judeoconverso, pero este reseñista se mantuvo firme en sus convicciones. Pues nosotros, los que leemos por placer, juzgamos el "factor diversión", un estímulo considerable en cualquier artefacto narrativo.

Charles Portis (1933-2020), natural de Arkansas, fue un periodista insólito (su mesa en el Herald Tribune carecía de teléfono) que lo dejó todo para dedicarse a la literatura. El autor, a quien Tom Wolfe presentaba como "el hombre más divertido que he conocido en mi vida", es uno más en la lista de escritores del siglo XX extirpados del canon por a) entretenidos b) populares, y c) comprensibles. El autor firmó cinco novelas inapelables, magníficas, y cuenta entre sus fans con Nora Ephron y George Pelecanos (quien le define como "figura mítica"), y a pesar de ello cuesta encontrar menciones a su legado en los rankings oficiales (no ayuda que Portis, de manera honorable, se negara a dar entrevistas o promocionar sus libros).

"Nadie suena como él", dijo Ephron, una afirmación que puede llevar a engaño. Si nadie "suena" como Portis no es porque su estilo sea complejo, sino porque escribía con voces frescas auténticas, en un estilo conversacional, rítmico y sin florituras. Por ejemplo, en Valor de ley (1968), su único superventas (adaptado al cine en dos ocasiones). Portis habla por boca de una anciana que explica lo que hizo a los 14 años (vengarse del hombre que mató a su padre). El tono de Maddy Ross es socarrón e impávido, el de quien explica una anécdota chocante con expresión fúnebre, como si ignorase lo graciosa que resulta. En la misma línea, con Ray Midge, protagonista de El perro del sur, Portis consigue una de las maniobras más complicadas en narrativa: que un sujeto plomizo, alguien que amontona las monedas en la barra "según su valor" y que posee "veinte metros de libros", acabe siendo fascinante, y tronchante, página tras página, a través de su delirante cruzada para recuperar a su mujer, camino de la Honduras Británica.

Uno de los secretos de Portis, supongo, es no reirse de sus personajes, sino con ellos. Sus protagonistas, de quienes Midge es perfecto arquetipo, son apocados, empáticos, bienhablados y puntuales, nada heteropolludos (razón por la cual han envejecido tan bien, al contrario que los adúlteros pederastas de Roth o Updike); siempre se especializan en conocimientos arcanos ( en el presente caso: mecánica del automóvil y "400 volúmenes de historia militar"), pero eso no los convierte en carismáticos ni les otorga puntos de cool. Tal vez por ello, Portis ama a cada uno de sus anodinos freakies y, como decía, les convierte en excitantes. El novelista poseía una mirada microscópica para las pequeñas cosas, los tics y gestos de la gente, así como, en efecto, un oído sobrenatural para el habla ajena. Por esa razón los diálogos -el de cuando Midge se enfrenta a Dupree, por ejemplo- son los más naturales (que no naturalistas) y además descacharrantes, que puedan hallarse en literatura.

Lo dije al principio: El perro del sur es uno de los libros más divertidos, y mejor escritos, del siglo XX y Charles Portis su nuevo escritor favorito; aunque ustedes no lo sepan aún.



El perro del sur

Charles Portis

Traducción de Javier Lucini

Dirty Works, 2025

259 páginas. 25, 95 euros


Babelia núm. 1.765. Sábado 20 de septiembre de 2025

domingo, 7 de septiembre de 2025

El señor Bowling no tiene quien le escriba

Con su descabellado policial de 1943, Donald Henderson consiguió lo que Chandler consideraba clave para brillar en el género: que la verosimilitud sea cuestión de efecto, no de hechos.

Por Leonardo Padura


Empleados de una librería londinense usan copias del mein kampf para protegerse de los ataques alemanes, en 1939 bettmann archive (getty images)

En su todavía muy pertinente ensayo de 1949 Apuntes sobre la novela policíaca, Raymond Chandler dictaminó, con esa vehemencia que lo caracterizaba: "La situación inicial y el desenlace [de un relato policial] deben tener unas motivaciones verosímiles. Deben mostrar los actos verosímiles de personajes verosímiles en una situación verosímil, recordando, además, que la verosimilitud depende en buena parte un problema de estilo". Y luego precisó: "...la verosimilitud es una cuestión de efecto, no de hechos".

Si traigo a cuento al autor de El sueño eterno y sus consideraciones sobre la verosimilitud en literatura, específicamente en el género policial, es porque en la contratapa de la novela El señor Bowling compra el periódico, publicada en 1943 por el británico Donald Henderson, los editores de su recién estampada traducción española citan al autorizado Chandler cuando afirmó que este es "uno de los libros más fascinantes escritos en los últimos 10 años. Todos los que lo han leído en mi limitado círculo están de acuerdo conmigo". Pero es que, a la primera lectura de esta novela semejante afirmación podría chirriar cuando la contrastemos con la exigencia sobre la verosímil que proclamó el propio Chandler, aunque se salvaría si acatamos la precisión que el padre de Marlowe desliza al final: efectos, más que hechos. O sea, literatura, más que sucesos.

Y es que con la novela El señor Bowling compra el periódico asistimos a uno de los ejercicios de inverosimilitud de los acontecimientos más avasallante que pueda concebirse en una pieza de una novelística tan dependiente de la realidad. Aquí un hombre de lo más común y corriente, aunque a la vez bastante estrafalario, nos obliga a navegar en un mar oscuro de coyunturas azarosas, encuentros fortuitos y acciones descabelladas que, no obstante, nos atrapan, precisamente, por el desparpajo con que su autor nos lleva tras las increíbles y grotescas aventuras criminales del tal señor Bowling, asesino que quiere ser descubierto, con sus actos descubierto, con sus actos publicados en los diarios, y que, pese a todas sus chapucerías, escapa una y otra vez.., pero ahí me detengo para no desvelar desenlaces.

Contextualizada en la ciudad de Londres sometida a los bombardeos nazis, la novela sigue la estela criminal de un personaje casi caricaturescamente británico. No adelanto mucho si advierto que en las primeras páginas comenzamos a tener los rasgos más notables del protagonista que ha pretendido sin éxito ser compositor musical y del cual se nos informa que es soltero porque ha asesinado a su mujer, aunque luego ha decidido que nunca volverá a matar a una pues, piensa, ¡trae consecuencias inesperadas!... Y por eso casa tarde compra diarios empeñado en buscar la noticia de que es buscado por sus crímenes. El señor Bowling quiere ser castigado, en esencia, detenido.

También es Chandler quien considera que los crímenes más sofisticados son más fáciles de decodificar que los realizados por impulsos momentáneos. Y en esta novela, siguiendo sus ansias, sin motivaciones especiales, el señor Bowling va dejando tras de sí una estela de cadáveres, en una suma de situaciones inverosímiles que, sin embargo, se sostienen no por su relación con una realidad más o menos creíble, sino por conseguir el efecto dramático de envolvernos en su trama y, en su lógica propia, tornarse verosímil.

Al caracterizar al personaje, Hènderson aplica sus estrategias de manipulación de la sensibilidad del lector para convertir un asesino impío en un carácter casi entrañable. Aunque Bowling se considera a sí mismo la encarnación del mal, la búsqueda de su castigo se combina con la descripción de las vidas vacías, sometidas a la enajenación de la época y la sociedad burguesa y adornadas con las rutinas más pedestres: estancias alcohólicas en pubs, fiestas sin diversión, presiones económicas que no implican la miseria, encuentros sexuales sin asomo de pasión y cháchara sobre cualquier nimiedad. Y, para dar color, generosas dosis de excentricidad británica. Así se arma el panorama histórico de una decadente clase media, esa que siempre decae aunque, al parecer, nunca se extingue.

Acudiendo a una sublimación del absurdo -que refuerza lo inverosímil de los hechos, pero complementa el efecto dramático perseguido-, el novelista juega con las intenciones de Bowling cuando, por ejemplo, le confiesa a un agente de la ley la secuencia de uno de sus crímenes pero que, al ser interpretados literalmente, son entendidos con sentidos opuestos a las que se pretendía expresar.

Ahora bien: en medio de la peripecia narrada, el novelista desliza dos consideraciones que, a mi juicio, dan el carácter más profundo a la obra. Y es que todas su vida Bowling ha buscado el amor, representado en la platónica imagen de Angel, esa mujer ideal que al final encuentra en la enigmática señorita Mason, un amor que podría ser la vía de su redención -si Bowling fuera un ser redimible-. La otra es la cuestión, más burda y a la vez más filosófica, sobre el dilema de si el hombre debe pagar por sus pecados en esta o en la otra vida, una duda que podría remitirnos a un clásico del asunto, el Crimen y castigo, de Dostoievski.

Por último, algo que importa destacar en la concepción de este clásico rescatado: nunca se habla de Bowling como un asesino en serie. Es solo alguien que mata por compulsión -o por maldad-. Pero Henderson no precisa para armar su relato de los componentes morbosos, los comportamiento perversos, que cierta literatura más actual ha puesto de moda como forma de expedita de resolver sus relaciones con la verosimilitud, olvidando que el efecto es un mérito literario y que lo escatológico es sinónimo de fecal.

El señor Bowling compra el periódico

Donald Henderson

Traducción de Raquel García Rojas

Siruela, 2025. 268 páginas. 22,95 euros.


El Pais. Babelia Núm. 1.763. Sábado 6 de septiembre de 2025


lunes, 25 de agosto de 2025

El destino final de las bibliotecas de escritor

Borges decía que ordenar una biblioteca era la forma más sutil de practicar la crítica literaria, lo que llevó a Felipe Benítez Reyes a escribir que hacer una mudanza es la forma más frutal de hace crítica literaria. De esa brutalidad necesaria se suelen aprovechar los libreros de viejo, críticos literarios ellos también, cuya táctica en ocasiones parece ser hundir prestigios con precios insignificantes o alzar a escritores menores con precios abusivos. Chamarileros de primera ediciones, obras dedicadas y desechos de tienta, gremio que carga con muchos tópicos, puede vanagloriarse de haber sido de los primeros en haber intuido la potencia mercantil de Internet: desde mediados de los noventa empezaron a multiplicar su clientela gracias a la red. Los tópicos acerca del polvo de sus zaquizamíes ya carecen de sentido: muchos de ellas han dejado de ser tiendas donde un cazador puede encontrar una gran pieza por poco precio, para convertirse en webs donde cada vez es más difícil cazar un mirlo blanco.

Vi en el catálogo de la librería barcelonesa El Astillero un libro mío, mi primer libro, Veinticinco años de éxito, publicado por una taberna sevillana en edición de 300 ejemplares, y dedicado por su autor a "importante escritor catalán". Lo compré: aunque no me hubiera picado la curiosidad por saber quién era el importante escritor catalán, que me picaba, lo hubiera comprado porque no tenía ningún ejemplar de ese libro, y el único que estaba a la venta en internet había sido tasado en 120 euros (ya digo que los libreros de viejo alzan a autores menores con sus precios inverosímiles: es una de las pocas cosas buenas que tiene ser un autor menor). Me llegó el libro, y allí estaba mi dedicatoria del 93 a Enrique Vila-Matas. Supuse que Vila-Matas había hecho brutal crítica literaria mudándose, y agradecí mucho que su mudanza y su crítica literaria brutal me permitiera recuperar un ejemplar de mi primer libro (nada que ver con el mosqueo que Paul Theroux cogió cuando un día encontró un libro suyo en una librería de Londres). Indagué en la página de El Astillero y, en efecto, se veía que Vila-Matas se había mudado: había decenas de libros dedicados a él, quizá porque el autor de Bartleby y Compañía no prevé que en Barcelona le vayan a abrir una Fundación, que es uno de los destinos posibles para la biblioteca de un escritor.

Cenizas literarias

Pero si hay un caso espectacular de venta de biblioteca de escritor, contado por el propio escritor, ése es el de Julio Ramón Ribeyro: tampoco confiaba en que le hicieran una Fundación, y entre ser celebrado en el futuro e intoxicarse en el presente, eligió lo segundo con muy buen tino. Cuenta en su espléndido relato autobiográfico "Sólo para fumadores" cómo en el París de los 60, sin dinero para procurarse los Gauloises que le ayudaban a cruzar cada jornada, no tuvo más remedio que ir llevando su biblioteca a los bouquinistas del Sena, sus adorados libros franceses, algunos de autores latinoamericanos dedicados. Todos ellos le decepcionaron. Primeras ediciones de poetas surrealistas, con los que pensaba que podía comprarse un estanco entero, apenas le dieron para un paquete de Players. Una primera edición de Balzac le alcanzó para comprarse dos paquetes de Lucky. Flaubert estaba mejor cotizado y pudo fumar una semana entera Gauloises gracias a sus libros. Pero aún le quedaba una humillación por sufrir al peruano: en su biblioteca sólo quedaban diez ejemplares de Los gallinazos sin pluma, su primer libro, impreso en humilde edición limeña por un amigo suyo. Los llevó al librero de viejo que mejor lo había tratado y el librero, al ver la tosca edición, le dijo: no, por aquí no paso, vaya a Gilbert, que compra libros al peso. Eso hizo. Pesaron los diez ejemplares y le dieron monedas suficientes para que se comprara un paquete de Gitanes. Su biblioteca, literalmente, se hizo humo. Busco en abebooks ahora y veo que hay sólo un ejemplar de Los gallinazos... a la venta: lo tiene un librero americano en 250 dólares. Dan para muchos cigarrillos.

Quizá por eso, el destino que muchos escritores prefieran para sus libros sea el de la Fundación. Es el que, por ejemplo, eligió para su biblioteca Caballero Bonald, custodiada ahora en la sede de la Fundación que lleva su nombre en Jerez de la Frontera.

¿Hangares con goteras?

Allí pueden acudir críticos y estudiosos de la generación del 50 para curiosear en las dedicatorias que sus compañeros de viaje estampaban en los ejemplares que regalaban a Pepe Caballero. Bonald fue secretario, durante largo tiempo, de Camilo José Cela, cuya inmensa biblioteca, una de las mejores de su época, saltó hace poco a las páginas de actualidad de los periódicos porque buena parte de ella, según los trabajadores de la Fundación Cela, se guardaba en cajas olvidadas en un hangar con goteras.

Insisto, ser columna vertebral de una Fundación parece ser el destino natural en España de las bibliotecas de los escritores que hayan tomado estas precauciones: vivir los suficiente como para inspirar una Fundación, y haber nacido en una villa no muy grande, porque los Ayuntamientos de las grandes ciudades no están para gaitas. Alguno de esos pueblos tienen a la Fundación del escritor patrio como fuente de ingreso, fomentando el turismo. En Moguer está la Fundación J.R.J, que conserva una pequeña parte de la biblioteca del poeta, biblioteca que pasó por varios avatares novelescos, pues fue robada, a punta de pistola, por eminentes intelectuales falangistas, encabezados por Félix Ros, en cuanto fue tomado Madrid. En Moguer los libros de la biblioteca de JRJ sólo hacen bonito, simbolistas franceses y volúmenes modernistas: forman parte de la decoración. El grueso de su biblioteca y archivo está en Río Piedras, en la Universidad de San Juan de Puerto Rico. Peor suerte le cupo a la biblioteca de Aleixandre, imaginen con qué volúmenes: no inspiró al Ayuntamiento de Madrid ninguna Fundación. Legada por el Nobel a Carlos Bousoño, cuando se trataba  de venderla al Centro de la Generación del 27 de Málaga familia de Aleixandre interpuso una demanda que la justicia acabó desestimando.

La biblioteca de J. M. Alfaro

El Centro de la Generación del 27, que dirige Mesa Toré, tiene, en efecto, como columna vertebral una espléndida biblioteca formada por varios imponentes fondos bibliográficos y una imprenta, la mítica Minerva donde Altaloguirre y Prados imprimieron las primeras cosas de muchos de sus compañeros de generación. La biblioteca del 27 se alimenta sobre todo de donaciones (sin ser exhaustivo, tienen los archivos de Pérez Clotet, Emilio Prado, Souvirón o Moreno Villa), pero también de compras efectuadas a los dueños de las bibliotecas: por ejemplo le compraron la extensa biblioteca y el no menos extenso archivo al poeta Francisco Giner de los Ríos con la condición de que no se integrara en la biblioteca del Centro hasta que le llegara la hora de la muerte. También se le compró el archivo María Teresa Rafael Alberti a Aitana Alberti, y el de Leopoldo Panera a sus herederos.

Sobre la biblioteca de éste último corrían en el Madrid de la movida excelentes anécdotas acerca de cómo Michi Panero iba desmigajando la biblioteca de su padre para pagarse sus cosas, poquito a poco; lo mismo que se decía que hacía el hijo de Giménez Caballero: el Rastro de aquellos años parecía, por lo que ofrecía, una librería del Cecil Court de la buena época en la que Cyrill Connolly escribió: "las dos palabras más detestables de cualquier idioma son segunda edición". También, según recuerda el coleccionista Marco Antonio Iglesias, se ponía a vender pocas cositas cada domingo un señor atildado de pelo blanco, que ofrecía, a precios altos, para que se supiera que sabía lo que vendía, cosas del 27 y el 98. Todas ellas tenían una sola en común: estaban dedicadas a José María Alfaro, escritor hoy olvidado. La de Alfaro era una excelente biblioteca porque le gustaba coleccionar, y tenía muchos amigos escritores que el tiempo ha revitalizado -Foxá, Sánchez Mazas, Ruano, Torrente...

No todas las bibliotecas de escritor, naturalmente, son buenas bibliotecas: algunas sólo resultan útiles como meros espejos del escritor que fue su propietario, y despedazadas en un rastro, no vale mucho si ese escritor, además, no tuvo demasiados amigos que le dedicaran sus libros. Pero nunca se sabe qué biblioteca será más valiosa en el futuro: hay bibliotecas que hoy mismo no valdrían demasiado en una subasta -supongamos, la de alguien de mi generación, que no compra primeras ediciones, pero es tan simpático que todos los escritores de la generación anterior y la posterior le envían sus libros dedicados pero que quizá dentro de 20 años multiplique su valor actual. Y es que los libreros de viejo, por muy independientes que se digan, cada vez siguen más las consignas de la actualidad, de donde una primera edición de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, publicada en 1998, ronde los 300 euros, mientras que una primera edición de La verdad sobre el caso Savolta, publicada en 1975, no llegue a los 50.

Cazadores de rastros

Los rastros, las almonedas, son bancos sin fondo. Quien más sabe de ello es Bonet y Trapiello, que van en singular en esta ocasión como Ortega y Gasset: aunque cada uno tenga su biblioteca, todos los que hablan de ellos como cazadores de el Rastro parece que se refieren a un solo personaje. Es una broma, claro. Trapiello ha escrito las páginas más hermosas sobre el lugar: sacadas de su Salón de Pasos Perdidos, podrían formar un volumen exento que tomara el testigo de la obra maestra de Gómez de la Serna. Bonet todavía encuentra cosas increíbles -La sombra de una princesa de Issac Muñoz, la plaquette futurista de Julius Evola- jugando con dos circunstancias: su enciclopédica información y la ignorancia del que sólo está vendiendo papel.

De rastros sabe también mucho José Carlos Cataño, que mantiene un blog sobre sus correrías de amanecida en los Encantes, Barcelona. La Universidad de Sevilla publica en estos días su libro De rastros y encantes, donde da buena cuenta de sus venturas y desventuras: es un libro delicioso. En cuanto al tema que nos concierne, bibliotecas de grandes escritores que se despedazan en las almonedas, cuenta que en efecto ha visto hace pocos domingos muchos libros dedicados a un importante autor barcelonés en el mercado de Sant Antoni, y que curiosamente ese mismo autor se pilló un cabreo de gran hombre cuando vio en una librería de viejo muchos de sus libros, dedicados por él, y vendidos por aquel al que se los dedicó. Cataño, me dice, ya no dedica libros a gente que no conoce: los manda con una tarjetita. Porque los críticos, naturalmente, son los que más a menudo hacen brutal crítica literaria llamando a un librero de viejo para que se lleven varias cajas de novedades al mes: ningún crítico vive en una casa tan grande como para acoger todo lo que los críticos reciben al año. Rafael Conte depositaba cajas y cajas de libros en las casetas de la Cuesta de Moyano, y allí podía ir uno a ver las dedicatorias halagadoras con que tantos narradores temerosos le doraban la píldora. Dice Cataño que en los Encantes una buena mañana dio con toda una biblioteca de libros de un crítico de La Vanguardia: podía entender que el crítico se hubiese deshecho de aquellos cientos de libros, lo que no era comprensible era que ensuciase cada tomo con su ex libris. ¿Quería que se supiera que aquellos libros habían merecido su desprecio? Puede ser. La verdad sea dicha, es fácil comprender a los críticos: uno, sin serlo, practica a veces esa modalidad de la crítica literaria que es la mudanza y se ve obligado a desprenderse de decenas de volúmenes. Quien sabe mucho de bibliotecas de autores importantes es Jesús Marchamalo, que se sumergió en la de Cortázar para desvelarnos a un lector minucioso que ensuciaba los libros con sus anotaciones.

Marchamalo publica en estos días Donde se guardan los libros, una serie de entrevistas a autores actuales cuyas bibliotecas visita. Ahí nos enteramos de que Vargas Llosa, que tiene la biblioteca dividida en varias ciudades, puntúa cada libro que lee del 1 al 20; que el infierno está par aGamoneda arriba, en un desván donde guarda los libros que no va a volver a abrir, y que para Pérez-Reverte el infierno está abajo, en un sótano donde quedan los libros que no le interesan y del que raramente escapa algún volumen (ahí tiene Los Detectives Salvajes de Bolaño, por ejemplo). Imposible no preguntarse, al ver las buenas fotos que ilustran el libro, cuáles de estas bibliotecas serán un día columna vertebral de una Fundación o srán expuestas al viento de los libreros. 

Pero acabar como ombligo de una Fundación o ser despedazada por los herederos no son los únicos destinos posibles para las bibliotecas de los escritores. En Estados Unidos, las Universidades suelen pelearse por conseguir que, mientras están vivos, los escritores les cedan los derechos sobre sus archivos y bibliotecas, a veces a cambio de un estipendio o incluso de un puesto: allí consideran que la escritura creativa puede ser una asignatura. En España no parece que muchas universidades estén aún por la labor de comunicarse con escritores provectos para preguntarles qué destino han pensado para sus bibliotecas, pero hay quien, como Francisco Rico, según Marchamalo, se están deshaciendo de una parte importante de su biblioteca para entregarla a la de su Universidad, imponiéndo una una condición: que no aparquen sus libros en una sala especial que lleve su nombre, sino que se integren en el fondo de la Biblioteca.

Secretas de estanterías

Lamentablemente que un escritor ceda su biblioteca a una Universidad, por muy americana que sea, no es garantía de haberle asegurado el futuro. Durante sus últimos años de docencia, Américo Castro, que después de la guerra dio clases en muchas universidades norteamericanas, quiso que el destino de su espléndida biblioteca fuese la Universidad de San Diego (California). Allí se quedaron, hasta que muchos de ellos sufrieron la mentecatez de un expurgo realizado por un analfabeto (bendito sea), que decidió liquidar los fondos de la biblioteca de Castro sacándolos en cajones para que quien pasara por allí se llevara lo que le apeteciese. Gracias al mentecato unos cuantos libreros de viejo hicieron su agosto: libros de Salinas, Guillen, Juan Ramón, Aleixandre, Alberti, Cernuda, dedicados, todos ellos con el ex libris de Américo Castro para hacer felices a coleccionistas de todo el mundo.

Andrés Trapiello

Confiesa Andrés Trapiello, avezado cazador de bibliotecas, que "cuando se vende un libro viejo suele ser porque ha muerto su dueño, porque necesita el dinero o porque ha muerto su dueño, porque necesita el dinero o porque ha dejado de gustarle o no le gusta lo suficiente como para seguir teniéndolo consigo. Así que cada libro viejo viene con una historia. Y todo es relativo: los libros, aunque se hayan pagado por ellos millones, no siempre están en las mejores manos. La rueda de la fortuna también rige para los libros, que un día están mejor y otros peor, según con quién. En mi caso, los viejos han sido la alegría en la casa del pobre, y ha durado mucho".

A él, por ejemplo, le hizo ilusión encontrar en el Rastro la primera edición de La Fontana de Oro, dedicada por Galdós a José María Pereda. "Pereda se quejó años después de que Galdós no le enviara los libros dedicados", explica. También se ha topado con obras suyas dedicadas, "mías y de todo el mundo. Y entonces pienso en lo que decía en la primera pregunta, pero me alegra saber que quizá su segunda vida sea mejor que la primera". De su biblioteca, en cambio, afirma no saber cuál será su destino, pero le gustaría que sus libros "acabaran en manos de gentes que los estimaran y cuidaran, y sólo en el supuesto de que fueran a leerlos. Nada de bibliófilos que tienen los libros en las paredes como esos trofeos de caza tan fúnebres".

¿Las bibliotecas de un coetáneo más valiosas en el futuro? "De las que conozco, la de Abelardo Linares y la de Bonet."

José Carlos Cataño

"Salvo la vez en que un sabio notario barcelonés legó su inmensa biblioteca a todo aquel que se interesara por sus libros, las bibliotecas las he ido encontrando troceadas. De eso hablo de De rastros y encantes. Yo sólo soy un modesto encontrador, y sé que no se encuentra lo que se busca, sino lo que nos despierta el deseo de encontrar algo algún día. Por lejano y curioso, recuerdo una Antología de haikais japoneses antiguos y modernos, un ejemplar dedicado, de los cien que se tiraron en Tokio en 1930, de Kasai Shizuo, que vivió en el Madrid de los años veinte".

A juicio de Cataño, "los hijos de los escritores que acaban saldando sus libros no suelen tener la culpa de su ignorancia, que es lo que suelen heredar. Peor me parecen la ignorancia y el desprecio de las instituciones, por no hablar de las viudas, viudos y albaceas que tratan de reescribir la trayectoria de un escritor. En mi caso me he encontrado en almonedas y librerías de viejo con libros míos dedicados menos veces de las deseables y menos los títulos que más me interesan para volver a regalar. Pero los milagros existen: hace poco me encontré, en un ejemplar dedicado a Vila-Matas, el original mecanográfico de una conferencia mía, "La mujer de Lot". Y confiesa sus dudas: si tuviera que señalar una biblioteca a saquear de un contemporánea, se debate "entre la de Juan Manuel Bonet y la de Trapiello"


Juan Bonilla


El Cultural 4-10 de noviembre de 2011




domingo, 13 de julio de 2025

LAS LIBRERíAS NÓMADAS

Una librería portátil, digna heredera de la tradición nómada de los vendedores de la Antigüedad.

Por Jorge Carrión

Todo lo que se mueve es poesía", escribió Nicanor Parra, "todo lo que no cambia de lugar es prosa".

Si la novela no es más que una etapa de pocos siglos en la milenaria historia de la narración, las librerías sedentarias son una anomalía moderna en una tradición sobre todo nómada y poética. Fueron viajeros quienes nutrieron de manuscritos la Biblioteca de Alejandría; traficantes de tinta y papel quienes empujaron ideas como ruedas por la Ruta de la Seda; colporteurs quienes se instalaron en posadas y en ferias para vender almanaques y volúmenes religiosos. Los grabados antiguos muestran a esos librescos vendedores ambulantes con baúles y mochilas a cuestas, auténticas estanterías movibles, hombres orquesta de la bibliotecomía y la documentación.

Es por eso lícito preguntarse si no estará sobrevalorado el fondo de una librería. Si en vez de infinitasy monumentales no deberían ser las librerías leves como aire duchampiano, ligeras y cercanas, transportables bibliotecas mínimas y en venta. Como los puestos del

Rastro madrileño o del Mercat de Sant Antoni, volúmenes con doble vida, en grandes cajas de madera y en tenderetes de quita y pon. Como esos días en que el escritor Mario Bellatin se sienta en un banco de un parque cualquiera de México DF, y mientras sus perros brincan él intercambia -por una botella de vino o un billete o incluso otro libro- uno de sus cien mil libros (autoeditados) de Mario Bellatin.

Una breve historia de las librerías portátiles de este cambio de siglo podría acabar con ese proyecto y comenzar en los años setenta, con la Ulysses de París. Regentada por la exploradora Catherine Domain, impulsó e impulsa todavía en Hendaya el Premio Pierre Loti de literatura de viajes. En su otra sede, la de verano.

Porque la librería tiene dos vidas, dos espacios anuales: en la isla de San Luis que rodea el Sena y en el casino frente a la playa norteña. Abundan las librerías sin sede de ladrillos: puro movimiento. Como esa furgoneta azul, Tell a Story, que vaga por Lisboa con su selección de literatura portuguesa, o el Penguin Book Truck, que recorre Estados Unidos. Autocaravanas, bicicletas, coches, camionetas y camiones intervenidos. O motos sin sidecar: el año pasado me cruce en Valencia con Heide, que recuerda su infancia alemana cuando lleva a domicilio en su moto los libros que le compran por Internet. Sidecar Libros, la llaman.

También hay bibliotecas ambulantes.

En Cartagena de Indias, Martín Murillo acarrea por las calles adoquinadas y las plazas caribeñas su Carreta Literaria. En la misma Colombia, Luis Soriano hace que la cultura llegue a las zonas más remotas gracias a Alfa y Beto, sus biblioburros. Y en el Sáhara, aparecen de pronto los bibliobuses de Bubisher, que proporcionan lectura a los refugiados saharauis. Y en Australia, The Footpath Library dispone de furgonetas librescas para acercar las historias a los vagabundos sin techo; mientras en São

Paulo es la bicicloteca la que cumple la misma función. Importan esos cordones umbilicales, esos kilómetros de lecturas que no detectan los GPS. Esas sintonías globales. Todos esos textos nómadas. Toda esa esperanza, en fin.


El Pais Semanal número 1.991 domingo 23 de noviembre de 2014



lunes, 7 de julio de 2025

La biblioteca de los fracasados

Montero Glez

SI HAY UN ESCRITOR que debe su éxito al prestigio de su fracaso, ese es Richard Brautigan. Norteamericano de la época psicodélica, autor de culto, escritor de historias donde igual salen detectives desastrosos que verrugas genitales o pastores que se parecen a Hitler, toda su obra tiene la acidez campera de un banjo tocado en tripi. Un código interno que se hace universal con su titulo mas reconocido. La pesca de la trucha en America. (Blackie Books), que empieza describiendo la cubierta de su propio libro donde hay una foto de la estatua de Benjamin Franklin, en Washington, semejante a una casa de muebles de piedra. Así arranca. Luego siguen las memorias de una infancia alfombrada con hojas de tebeos y donde los campos queman, culpa de un sol que es una moneda al fuego. Al final, el libro termina con el capítulo de la mayonesa. En su prefacio al citado capitulo, Brautigan escribe que, como expresión de una necesidad humana, siempre quiso escribir un libro que terminase con la palabra mayonesa.

La salsa del rechazo editorial manchó toda su vida. también toda su obra. Ocurrió antes y después de su éxito con La pesca de la trucha en América. La necesidad de compartir una historia es común a todos los humanos. Lo que pasa es que hay quien se lo toma tan en serio que se convierte en escritor. Brautigan fue uno. Su vida que rica en demonios que supo mantener a raya hasta que llegó un mal día, y se pegó un tiro frente a la ventana de su casa, de espaldas a una vida que nunca entendió. Cuando apretó el gatillo tenía muy claro que el fracaso era el lugar más seguro que había conocido allí donde nadie iba a intentar quitarle el puesto. El cadáver de Richard Brautigan fue encontrado semanas después, por casualidad o como se llame eso.

Años más tarde, uno de sus seguidores, el fotógrafo Todd Lockwood, llevó el imaginario Brautigan hasta una librería de Vermont. El resultado fue una biblioteca que sólo admite manuscritos rechazados, igual a la que aparece en su obra titulada El aborto. La realidad, siempre imitadora de la ficción, en este caso resultó atractiva. Para sujetar los manuscritos en las baldas se utilizaron tarros de mayonesa. Pero el detalle de la mayonesa no se quedó aquí y la misma clasificación de los manuscritos corresponde a un sistema bautizado de igual manera, donde aparecen temas universales como el amor, la política, la guerra y en ese plan, la biblioteca Brautigan pronto se iba a convertir en albergue de manuscritos rechazados. También en punto de llegada de peregrinos, seguidores de un santo laico con la mirada tierna y las pintas de hippy. La biblioteca de manuscritos rechazados será el fin de ruta.

Con todo, en esta parada y fonda, no acaba la peripecia. Un mal día toca recoger los manuscritos y desmontar la biblioteca. El fotógrato Todd Lockwood se encarga de ello y empaqueta la biblioteca Brautigan y la guarda en el sótano de su casa mientras encuentra un lugar donde hagan sitio. Al final, después de muchas vueltas, consigue alojarla en el Clark County Historical Museum en Vancouver.

Entonces ocurre lo que ocurre en todas las mudanzas, que se extravía uno de los manuscritos. Suele pasar. Se trata de un volumen de cuentos marcado con el numero #116 y que se clasificó por el Sistema Mayonesa dentro de la categoría dedicada al amor. Venía firmado por Beatic Kalver. Su titulo Love is love con la biblioteca Brautigan de por medio, un fracaso así, no merece ser olvidado.

Montero Glez es autor de Sed de champán (El Aleph).


Babelia núm. 1.180 Sábado 5 de julio de 2014