lunes, 26 de mayo de 2025

Pequeños lectores sin estereotipos

La asociación Scosse presenta en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia una selección de 1.000 títulos para combatir la violencia machista






Arriba, una ilustración de La ola editado por Barbara Fiore, y debajo, doble página de Orejas de mariposa (Kalandraka).

Tommaso Koch

Madrid

Una niña de pelo negro y vestido gris se planta en la orilla del mar. Azul, inmenso, inquieto. El cielo, blanco como la playa, completa los colores en las páginas: apenas cuatro. Palabras menos aún: ninguna. Con tan básica paleta, Suzy Lee pintó hace casi dos décadas uno de los álbumes infantiles más celebrados de este siglo. Desde que La ola se publicó, allá por 2008, no ha parado de ganar lectores y premios. Ha sido aplaudido por las ilustraciones, la atmósfera, por contar toda la infancia sin necesitar texto, solo con el vaivén del agua. Ahora, la obra acaba de sumar otro mérito: ha entrado en la selección de libros para contrastar la violencia machista que la asociación italiana Scosse (Sacudidas) presentará la semana próxima en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia, la más importante del sector.

"Hemos partido de una reflexión. Una persona pequeña expuesta a muchas ideas crea en su cabeza un imaginario rico que puede favorecer comportamientos más respetuosos hacia su entorno. Si individualiza qué le hace estar cómoda y a quienes les rodean, tiene más posibilidades de contrastar situaciones donde puede surgir violencia", explica Elena Fierli, una de las responsables de Scosse. Su asociación lleva desde 2011 volcada en tres pilares: activismo transfeminista, investigación académica y educación, a través de talleres en colegios, con el profesorado o la Administración pública. Entretanto, lanzaron el proyecto Leggere sensa stereotipi (Leer sin estereotipos), un catálogo que suma 350 recomendaciones de libros y en Bolonia desvelará su reciente actualización hasta 1.000 títulos. La evolución de esa búsqueda llevó últimamente a Scosse hacia álbumes infantiles que trataran algún tipo de violencia. Cuenta la experta que la propia escasez, de partida, fue una primera respuesta.

Algunos de los títulos disponibles en España son Sirenas (Kókinos), de Jessica Love, sobre un niño que se divierte disfrazándose de mujer pez; Sexo es una palabra divertida (Bellaterra), de Cory Silver, que intenta impulsar conversaciones sobre cuerpos, género o consentimiento con lectores a partir de siete años; ¡En familia! (Takatuka), de Alexandra Maxeiner y Anke Kuhl, un repaso con cierto humor absurdo a distintos hogares; o Julia, la niña que tenía sombra de chico (El jinete azul), reedición del clásico de 1976 de Christian Bruel y Anne Bozellec sobre el derecho a ser uno mismo.

La actualidad añade relevancia a la labor de Scosse. Pese a la reducción de los asesinatos machistas, en 2024 hubo 114 y 47 vidas truncadas en Italia y España -datos del observatorio que elabora la organización italiana Non una di meno y del Gobierno español-. El Ejecutivo italiano acaba de enviar al parlamento un diseño de ley para crear el delito de feminicidio, endurecer las condenas, reforzar las formación especializada dentro de la justicia y obligar al fiscal a escuchar personalmente a la víctima de violencia, sin que pueda delegar el interrogatorio a la policía, entre otras medidas. Pero Fierli admite que las encuestas entre los jóvenes despiertan temores de cara al futuro, e incluso al presente. Además de las dudas de que tal vez los avances logrados se antojen menos sólidos de lo esperado.

En España, solo el 35,1% de los chicos entre 18 y 26 años se considera feminista, el porcentaje más bajo de entre todas las franjas de la sociedad; enfrente, las chicas de la generación Z proporcionan la mayor adhesión: el 66%, según una encuesta de 40dB. para EL PAIS y la Cadena SER presentada el año pasado. Pero un reciente análisis en 24 países (con miles de entrevistados entre España, Italia, Francia, Alemania, Reino Unido, Suecia, Brasil, EE UU o Japón) arroja respuestas casi idénticas: solo un 32% de los chicos de entre 14 y 26 años se califica de feminista, un 59% cree que se espera "demasiado" de los hombres en la lucha por la igualdad y un 57% considera que la batalla ha ido tan lejos que ahora se les está discriminando a ellos. En los tres casos, el estudio -de Ipsos UK y el Global Institute for Women´s Leadership del King´s College de Londres - muestra que la generación Z es la que arroja la mayor brecha entre las convicciones masculinas (los hombres de esta edad son los más reacios de toda la encuesta) y femeninas (se colocan como las más volcadas con la causa en casi todas las preguntas formuladas). ¿Pueden los libros hacer algo al respecto?

"El problema existe y es muy grande. Entre los adolescentes se está extendiendo una cultura de atención al género, la identidad y una sexualidad más libre. Pero también se está fortaleciendo la visión de la extrema derecha. En un colegio encuentras cada vez a más gente no binaria, que se expresa como quiere. Pero lo mainstream es cada vez más conservador", apunta Fierli. Como buen espejo del mundo, la literatura infantil y juvenil refleja ambas realidades. Varios autores, editores y expertos subrayaban justo en la feria de Bolonia de 2024 los grandes avances en igualdad e inclusividad. La edición de este año también acogerá una charla sobre cómo acercar la literatura a los jóvenes varones y narrar los hombres del futuro. Sin embargo, a la vez, las mismas voces alertaban sobre una vuelta de muchos libros al amor que siempre se llamó tradicional. El éxito de la corriente literaria Enemies to lovers (de enemigos a amantes) incluye novelas donde se normaliza el abuso, algo de lo que han sido acusados superventas como Traficante de lágrimas o After.

La conclusión principal de Fierli es que hay que redoblar los esfuerzos. Ahí está su catálogo de libros infantiles que desmontan estereotipos de género. Muchos de los álbumes que aparecen están disponibles en España. Pequeña belleza, Más allá del bosque, El árbol de los recuerdos u Orejas de mariposa figuran en una selección que junta viejos clásicos como Pequeño azul y pequeño amarillo, de Leo Lionni; Elmer, de David McKee, o La oruga glotona, de Eric Carle, con autores contemporáneos de renombre como Beatrice Alemagna (Los cinco desastres) o Chris Haugton (Un poco perdido). También Con Tango son tres (Kalandraka), inspirada en la historia real de dos pingüinos machos que adoptaron un cachorro y que desató en EE UU la ira de familias conservadoras y una batalla por sacarlo de colegios e incluso librerías.

Esas familias, o una mirada escéptica, detectarán en la selección de Scosse sobre todo las obras con un enfoque evidente ya desde el título, pero la lista incluye muchos álbumes de reconocida calidad, que apuestan por la narrativa en lugar de la moraleja, simplemente en un marco libre de viejos prejuicios. "También identificamos libros negativos, o controvertidos".  No los incluyen en sus listas públicas, sino que los guardan para utilizarlos en las formaciones. Resulta que también sirven para construir un mundo mejor. Aunque sea a su pesar.


El Pais. Sábado 29 de marzo de 2025

domingo, 11 de mayo de 2025

Cosas así decían los grandes

Las horas paganas / Manuel Vincent

Decía Joseph Conrad que hay dos clases de marineros: los que se embarcan apesadumbrados porque dejan en tierra a la familia, a los amigos y unos placeres sedentarios, y los que suben a bordo felices porque es la forma de sacudirse de encima líos domésticos, deudas, pendencias y falsas promesas de amor poniendo todo un océano por medio. Joseph Conrad pertenecía a esta segunda clase de marineros. Era un polaco que empezó a escribir cuando se había jubilado después de haber adquirido toda clase de experiencias en el mar y lo hizo en un inglés aprendido y reverenciado, que le vibraba en el pulso con la misma tensión de la caña de los navíos que pilotó cuando era marino mercante. El mar es una moral. Un escritor se mide frente al mar, eso decía.

En Lord Jim, la serenidad frente a la desgracia; en Nostromo el ansia de poder, y En el corazón de las tinieblas la penetración hasta el fondo de la miseria humana. En este sentido Conrad no se permitió una sola zozobra, ni una página ridícula, pero no fue así su vida en tierra. Pese a su fama internacional que le dieron sus libros tuvo que vivir luchando de nuevo con las deudas, con la enfermedad de su mujer, con los problemas de su hijo Borys, con la ruina de su cuerpo apalancado en un sillón en su residencia de Oswalds, cerca de Canterbury, y con los celos de viejo enamorado de una adolescente que para él supuso un proceloso mar imposible de navegar.

Decía William Faulkner de sí mismo unas veces que era heredero de un terrateniente del condado, coronel William Clark Falkner, propietario del ferrocarril y banquero, y otras que era hijo de una negra y de un cocodrilo. Empezó a trabajar en oficios inestables, cartero, pintor de brocha gorda, dependiente de librería e incluso portero de prostíbulo, todos bien rehogados en alcohol. Decían los vecinos: "A ese chico de los Faulkner lo han echado de Correos por leer las cartas". Se fue a París, no conoció a Gertrude Stein, pero olió la vanguardia y se la trajo a Misisipi. Venía de unos versos fracasados que imprimió a su prosa dura por medio de una descarga poética alucinada de varias voces superpuestas. Su literatura describía las pasiones humanas como los meandros putrefactos del Misisipi en la desembocadura que arrastraban juntas la belleza y la escoria.

Todos sus sueños eran de grandeza. Tenía orgullo y cortesía, las dos cualidades esenciales que definen a un caballero del Sur y en este sentido a Faulkner para ser perfecto solo le faltó morir borracho de una caída del caballo, un don que estuvo a punto de conseguir. Kennedy solía adornar algunas de las cenas privadas en la Casa Blanca con famosos escritores y artistas del momento. Por su mesa habían pasado Norman Mailer, Saul Bellow, Arthur Miller, e incluso Pau Casals junto a todos los Sinatra de costumbre. Faulkner también recibió una invitación, a la que contestó: "Señor presidente, yo no soy más que un granjero y no tengo la ropa apropiada para ese evento. Ahora bien, si tiene usted algún interés en cenar conmigo con mucho gusto le invito a mi casa de Rowan Oak, en Oxford, Misisipi".

La casa a la que había invitado a cenar a John Kennedy era una mansión destartalada sin agua ni luz; de hecho, se pasó la vida escribiendo para convertirla en una prolongación de su ambición de ser un caballero del Sur con olor a establo, puesto que una de sus locuras fue reunir acres de tierras para llenarlos de relinchos de caballos.

Samuel Beckett, en 1964 en París., Gisele Freund (Getty)


Decía Samuel Beckett que solo tenía dos certezas: que había nacido y que tenía que morir. La vida era un caos que se producía entre dos silencios, uno antes de nacer y otro después de morir. Un día al doblar una esquina en Montparnasse fue acuchillado por un vagabundo. La navaja se detuvo a un centímetro de su corazón. Cuando salió del hospital, Beckett fue a la cárcel a preguntar a su agresor por qué lo hizo y el vagabundo le contestó: "No lo sé". Fue este absurdo el que le hizo ver la vida como era.

A partir del éxito de su comedia Esperando a Godot, todos los críticos le preguntaban quién era ese Godot al que todo el mundo espera y nunca llega. ¿Era Dios?¿Era la belleza?¿Era el propio Beckett? Él decía que si lo supiera lo habría escrito. Puede que fuera un ciclista llamado Godeau, famoso porque siempre llegaba el último fuera de control en la vuelta ciclista a Francia y el público siempre lo esperaba. En un viaje de París a Dublín, Beckett oyó que el sobrecargo del avión decía a los pasajeros: "Les hablo en nombre del comandante Godot". El escritor estuvo a punto de tirarse en marcha.

Por su humor poético, deslumbrante y sin sentido recibió el premio Nobel en 1969. Al enterarse de la noticia estaba en Tánger. Solo dijo: "¡Qué catástrofe!". Y se perdió en el desierto. Cosas así decían los grandes.


El Pais. Sábado 1 de marzo de 2025