Una exigencia total
Por Manuel Longares
Franz Kafka escribe La metamorfosis con 29 años, entre noviembre y diciembre de 1912. El 23 de diciembre comunica a su novia Felice Bauer que ha terminado el libro, y tres meses después, el sábado 1 de marzo de 1913, lo lee en casa de su amigo Max Brod. «Me he puesto frenético leyendo mi relato —escribe a Felice—. Después nos hemos relajado y nos hemos reído mucho». Dicen los biógrafos que Kafka reía poco, y que cuando lo hacía entornaba los ojos y echaba la cabeza atrás y adelante, como si fuera a estornudar.
Había nacido en Praga el 3 de julio de 1883, trabajó en una compañía de seguros, murió tuberculoso el 3 de junio de 1924 y tuvo tres hermanas. Sus biógrafos creen que el ambiente familiar inspira su obra: «No es ninguna confesión, aunque, en cierto modo, sea una indiscreción —dice Kafka de La metamorfosis a Gustav Janouch—. ¿Acaso le parece fino y discreto hablar de las chinches de la propia familia?». Casi un siglo después, nadie ignora que este relato, fundamental en la historia de la literatura, habla de un hombre que se convirtió en insecto. Éste puede ser efectivamente una chinche, o un escarabajo o una cucaracha, el autor no lo define, sólo resalta su condición de reptil y su aspecto monstruoso.
De aquí deducirán algunos la influencia de Edgar Allan Poe en la pesadilla de Gregorio Samsa, que así se llama el viajante de comercio protagonista de La metamorfosis.
En ese 1913 en que Kafka lee La metamorfosis a Max Brod, Kafka ha publicado El fogonero con un editor de Leipzig llamado Kurt Wolff, que también promete publicarle La metamorfosis. Pero pasa un año sin que eso se produzca, a Wolff le sustituye Georg Meyer y en Europa estalla la Gran Guerra. Kafka recibe entonces una invitación de Robert Musil para colaborar en la revista berlinesa Neue Rundschau. Ahí intenta Kafka colocar su original, pero resulta largo para las necesidades de la revista y se le pide que lo acorte. Kafka se niega y encomienda a Max Brod que lo lleve a otra revista relacionada con la editorial de Meyer, Die Weissen Bltter, entre otras razones porque publica manuscritos más largos que el suyo. Pero aquí también lo consideran extenso —La metamorfosis abarca unas cien páginas—, por lo que no se comprometen a publicarlo inmediatamente. Y quizá no lo hubieran hecho de no mediar un premio literario. Kafka es un escritor puro, la literatura es para él «algo sagrado, ajeno a toda forma de prevaricación..., una especie de exigencia total, la única forma de vida posible y a la vez real». Pues bien, su editor Meyer consigue que el Premio Fontane, recién creado para distinguir al mejor narrador moderno, recaiga en este asceta de las letras. El candidato preferido del jurado es Carl Sternheim. Pero Sternheim es millonario y, como no es cuestión de entregar dinero a quien no lo necesita —se razona—, se le sugiere a Sternheim que ceda a Kafka los 800 mar- 4cos del premio. No le viene mal este dinero a Kafka, aunque no se trata de un mendigo, como escribe alguien, ya que gana un sueldo en la empresa de seguros. Pero lo que consigue fundamentalmente esta maquinación urdida en torno al Premio Fontane es acelerar la edición de La metamorfosis.
El premio se concede en diciembre de 1915, y dos meses antes la revista Die Weissen Blätter ha publicado el relato sin que Kafka haya corregido las pruebas. Kafka protesta, y entonces Meyer le presenta las galeradas de La metamorfosis para su edición en libro. Kafka es minucioso, susceptible. Diez meses antes no tenía editor para su obra, ahora revisa la impresión con lupa. Se queja de que sea demasiado oscura y, fundamentalmente, de la distancia entre líneas. Su compañero en el Premio Fontane publica al mismo tiempo que él su novela Napoleón, pero su interlineado es ¡un milímetro! mayor, y Kafka denuncia la desigualdad. También quiere una encuadernación mejor que la de El fogonero, editado dos años antes. Meyer accede a esta exigencia, pero no al interlineado.
El fogonero (1913), La metamorfosis (1915) y La condena (1916) aparecen en la colección Der jüngste Tag (El día del juicio final), de la editorial de Wolff. Kafka, que había pensado reunir estos tres relatos en un volumen significativamente titulado Los hijos, se conforma con que se publiquen sueltos en esa colección. «Hay entre ellos un nexo evidente y, más importante aún, un nexo secreto —escribe a su editor—. La unidad de esas tres narraciones es para mí tan importante como la unidad de cada una de ellas...». Parece que el Premio Fontane impulsó su buena marcha comercial:El fogonero conoce dos reediciones; La metamorfosis, una en 1918, y La condena, otra...
La metamorfosis —Die Verwandlung— se publica en dos volúmenes, que hacen el número 22 y 23 de la colección Der jüngste Tag. La ilustración de portada muestra a un hombre que se tapa la cara con las manos en un gesto de desesperación. El hombre está de espaldas a una habitación que permanece abierta, pero cuyo interior no vemos. La ilustración es de Ottomar Starke. Kafka le había dicho: «El insecto no tiene que salir dibujado, ni aunque se le vea de lejos». Kafka proponía que aparecieran en la portada los padres de Samsa y el abogado ante la puerta cerrada de la habitación donde Gregorio se transforma en insecto. O mejor aún: «Los padres y la hermana Grete en la habitación iluminada, mientras la puerta de la siniestra habitación de al lado está abierta». De la primera edición de La metamorfosis se tiraron unos mil ejemplares. Kafka cobró 350 marcos de derechos. El precio del volumen doble era 1,60 marcos en rústica y 2,50 marcos encuadernado. «La metamorfosis ha aparecido en forma de libro —cuenta Kafka a Felice en la Nochebuena de 1915—. Encuadernado, tiene un bonito aspecto. Si quieres te lo mandaré».
2002, Manuel Longares
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