domingo, 4 de agosto de 2024

Joseph Conrad, en el corazón de la luz

Lectura y evocación del escritor, de cuya muerte se cumple hoy un siglo, desde la isla de Formentera

Jacinto Antón. Formentera

Como cada año, me he llevado estas vacaciones al embercar en el ferri desde Barcelona rumbo a Formentera (vía Ibiza) Lord Jim. La gran novela de Joseph Conrad, sobre el valor, la cobardía, el fracaso, las segundas oportunidades, y todo lo demás, me ha acompañado en tantas singladuras que ya he perdido la cuenta (y el libro, importantes páginas, llevadas por el aire salobre: afortunadamente me lo sé de memoria). En las noches de travesía releo una y otra vez mi baqueteado ejemplar apoyado en un mamparo junto a los botes salvavidas mientras el barco se balancea sobre el mar inabarcable y oscuro. "Existen tantas clases de naufragios como hombres"...




Arriba, Joseph Conrad en el S.S. Tuscania. llegando a Nueva York. Abajo,  Peter O´Toole en una escena de la película Lord Jim. Bettmann Archive

Pero en esta ocasión, el viaje conradiano ha tenido un significado especial: la celebración del centenario de la muerte del escritor polaco (Konrad Korzeniowski, nacido en 1857 en la actual Ucrania) el 3 de agosto de 1924. Viajaba por eso al archipiélago malayo, uy, balear, y a la pequeña pitiusa no solo con Lord Jim (mi novela favorita) sino con toda mi copiosa biblioteca del autor, para ir repasándola.

Llevaba yo una gran bolsa a Formentera mi preciado fondo conradiano, que incluye no únicamente sus obras -novelas, cuentos, ensayos- sino libros sobre el autor, como dos de mis favoritos, In search of Conrad, de Gavin Young, y Conrad´s Eastern World, de Norman Sherry. Portaba asimismo la biografía canónica de John Stape (Las vidas de Joseph Conrad), y lo último que ha aparecido ahora mismo, La guardia del alba (¡que precioso título!) de Maya Jasanoff (Debate, 2024), una interesantísima exploración de la vida y obra de la época de Conrad, llena de claves sobre su obra (como su admiración por Dickens) y saludada como "un Conrad para nuestra época".

El libro señala la transferencia que hizo Conrad, noble polaco recubierto de alquitrán británico, como decía él, de los ideales románticos de su padre: de la patria polaca al mar; explica la amplitud de sus viajes en su etapa de marino en la flota mercante inglesa (fue hasta Australia), y que navegó en clípers, algo que no recordaba. Imaginar a Conrad en uno de esos veleros asombrosos que captaban como nada "la fuerza y la voz salvaje y exultante del alma del mundo" te llena de un raro entusiasmo. La guardia del alba, insisto, es estupendo, cuenta que Conrad voló una vez con un piloto de la marina, que se carteó con la hija de James Brook, el rajá blanco de Sarawak, o que Scott Fitzgerald, que admiraba al autor (como Hemingway), trató de colarse en una fiesta para conocerlo. Incluso le perdonas a Jasanoff que vea en Lord Jim "las consecuencias que había dejado la disrupción tecnológica en el comercio marítimo" (el paso de la vela al vapor, un cambio que marcó la vida de Conrad), que ya es forma de resumir la novela.

Pese a lo que podría esperarse, por ser mujer y tener raíces asiáticas (su madre es india, y profesora de Harvard, como ella misma y su padre), Jasanoff es una gran admiradora de Conrad, al que se ha tachado a veces de misógino, y eso que tiene personajes femeninos tan inolvidables como Joya, Edith Travers, Freya Nielsen (la Rapunzel de las siete ínsulas9, la enigmática amantes negra de Kurtz, la "bella Antonia" de Nostromo, la Flora de Barral de Suerte, Nina Almayer o Ivy, la hija del capitán Whalley. Conrad, además ha sido blanco de críticos del colonialismo, como Chinua Achebe, para el que el escritor era "un condenado racista", o Ngugi wa Thiong´o. Conrad desde luego no era un hombre fácil. Tenía un carácter complejo, era cínico e irascible. De joven, en 1878, intentó suicidarse -curiosamente de un pistoletazo en el pecho: la muerte que le propina Doramín a Jim-, sufría depresiones y entre sus cosas feas, el que no firmara contra la pena de muerte a Casament, su posible implicación en el tráfico de armas y esclavos, y que no le gustara Melville y denostara Moby Dick. Para tomarle el pulso a Conrad y escribir su libro, Jasanoff no ha dudado en viajar en un portacontenedores y en remontar el río Congo.

Menos aventurero, yo me embarqué en el Ciudad de Granada de Trasmed (26.916 GT, Gross Tons de arqueo bruto) pertrechado con mi medio centenar de libros para hacer unas vacaciones conradianas, con su dosis de aventuras, barcos, empalizadas y gloriosa melancolía, no sin dejar de pensar en que si naufragábamos, todos esos títulos, especialmente Tifón, hallarían un destino muy pertinente, sembrando la mar de Conrad.

Luego, recalado ya en Formentera, he tratado de identificar lugares y personajes de los libros de Conrad con los de la isla. Es un divertido ejercicio, aparte de que el pareo tiene aspecto de sarong, El Patna, el barco de peregrinos donde es puesta a prueba la valía de Jim, podría ser el viejo Arlequín Rojo, el destartalado ferri que cubría la línea Ibiza-Formentera. Patusán, el lugar a donde va Jim en busca de redención, sería, claro, Migjorn, el sur, aunque el ambiente colombiano y amenazado del restaurante Pelayo sugiere también la república de Costaguana de Nostromo. Siguiendo con Lord Jim, el joven Joan, de la librería Tur Ferrer de Sant Francesc, sería el valiente Dain Waris. Qué mejor observador (y dibujante) de la isla y sus vicisitudes que Evelio P.:Marlowe. En cuanto a Jim, tuan Jiim, Lord Jim, c´est moi, que para eso lo he leído tanto. No hay duda de qué personaje conradiano encarnaría el belga Vicent, icono formentereño: Kurtz, aunque no hay corazón de las tinieblas en Formentera pues podría decirse que la isla está situada en el mismísimo corazón de la luz.

Insoslayable para hablar de Conrad en nuestro país es Arturo Pérez-Reverte. "Lo primero que leí de Conrad, a los 15 años, fue La línea de sombra, y quedé enganchado para toda la vida", dice el escritor. "Con la edad dejas atrás a otros autores, pero Conrad sigue siempre ahí, y no cesas de descubrir en su obra cosas nuevas. Es inagotable". Cita como su personaje favorito al capitán Tom Lingard de El rescate. Sin embargo, al elegir un capitán, Arturo prefiere al MacWhirr de Tifón. Yo, en cambio, no puedo sino identificarme en esa novela con el joven segundo de abordo Jukes ("esto se pone feo, señor").

No sé qué tiene Conrad que ofrece consuelo por tus imperfecciones. Como pasa con Jim, ese modelo de todos los que hemos luchado por una segunda oportunidad solo para volver a pifiarla. Conrad condena la mezquindad, no el fracaso. Aparte de la aventura (nada desdeñable, nunca), lo que hay de más valioso en Conrad es un modelo de vida, una lección moral -en modo alguno moralizante - para ayudarnos a vivir.

Sube al estrado ahora, por último, otro capitán, mi cuñado Javier Herrero, que ha vivido la conradiana experiencia de perder su barco, su velero, naufragado con él al timón en la laja de Salmedina, el peligroso arrecife frente a Chipiona, que no es las aguas de Borneo ni la barra de Betu Beru, pero casi. ¿Te identificas con Lord Jim? "Sí, es una trama de honor personal y de oficio, la cuestión de qué ha hecho y que debería haber hecho. Entiendo su vergüenza, su humillación. Haber perdido mi barco...".

Querría uno consolar al capitán con unas frases de Conrad, "Hay varadas justificables", escribió, "en medio de nieblas, en mares que no figuran en las cartas, en costas peligrosas, por entre mareas traicioneras". Así que, capitán, "fatídico azar, ningún deshonor empaña su memoria, subyugado pero nunca abatido, uno de los nuestros".


El Pais. sábado 3 de agosto de 2024

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