viernes, 23 de agosto de 2024

Ensayo. El wéstern no se agota.

Desde el análisis de la obra maestra Río Bravo hasta los clásicos del siglo XXI, varios ensayos abordan la grandeza de un género cinematográfico que penetra en la condición humana

Por Fernando Navarro

En la sobresaliente serie documental Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine norteamericano, el director estadounidense asegura que la evolución del género del wéstern podría entenderse a partir de tres películas dirigidas por el mismo director, John Ford, y protagonizadas por el mismo actor, John Wayne. Estas películas serían La diligencia (1939), La legión invencible (1949) y Centauros del desierto (1956). Del héroe con moralidad de la primera, pasando por la figura benevolente y paternal de la segunda, hasta llegar al inadaptado de la última, los valores originales se van quedando por el camino ante nuevos conflictos y contradicciones en un país, Estados Unidos que hasta parece distinto.

Lejos de quedarse estancada, esta evolución no ha dejado de renovarse hasta nuestros días. Bien lo sabe el propio Scorsese cuya última película, la aclamada Los asesinos de la luna (2023) -basada en el libro del mismo título escrito por David Grann-, ha supuesto el primer wéstern de su filmografía. Se ha tratado de otra revisión del género que, hoy por hoy, sigue estando de actualidad también en las librerías con suculentos ensayos que, escritos por expertos españoles y publicados en 2024, abordan la grandeza de un género cinematográfico que permite penetrar en la cultura y la mente estadounidenses más que ningún otro, pero también en la condición humana con toda su épica y tragedia.

De pie, y de izquierda a derecha, Ricky Nelson, Angie Dickinson y John Wayne en Río Bravo (1959), de Howard Hawks. 

United Archives/ Getty Images

Como escribe Juan Manuel de la Poza en Río Bravo. La quintaesencia del wéstern (Sílex), se trata del género cinematográfico "absoluto". Quizá por ello su estudio sobre la película dirigida por Howard Waks y protagonizada por John Wayne también busca situarse como un estudio absoluto, o definitivo. Su magnífico ensayo, de 33 capítulos, en los que se analizan al detalle todos los personajes y elementos de la obra, el rodaje, el homenaje al cine mudo o su influencia posterior, aparece cuando se cumplen 65 años del estreno de Rio Bravo (1959). El filme del maestro Howard Hawks, que siempre se declaró admirador de John Ford reconociéndole como "el mejor director" se erigió en una cumbre del wéstern justo dos años después de Centauros del desierto. Una cumbre del western tradicional, en el que se respetaban una serie de principios y se aspiraba a mantener la esencia de una mirada que siempre se apoyó en retratar la amistad, la integridad, la lealtad o la dignidad. En palabras de Poza, Río Bravo derrocha "mágia" y buena parte de culpa residió en un elenco sublime que acompañó a John Wayne, esto es, Dean Martin, Ricky Nelson, un pletórico Walter Brennan y Angie Dickinson. Todos se pusieron al servicio del viejo zorro plateado, tal y como se conocía a Howard Hawks en Hollywood, que se lanzó de lleno a Río Bravo, molesto por la visión ofrecida de Solo ante el peligro (1952), dirigida por Fred Zinemann y protagonizada por Gary Cooper, donde se ve al primer sheriff desmitificado de la historia. Hawks, un genio que siempre triunfó en todos los géneros, fuera drama, comedia, cine negro o de época, quería un sheriff que asumiera riesgos y se abstuviera de pedir ayuda.

Río Bravo supuso llegar a la cumbre, y eso significaba establecer, después de la propaganda nacional con la que nació el género para cambiar el relato de la conquista del Oeste, la supremacía del wéstern psicológico. El ensayo Western USA. 1962-1992, editado por Donostia Kultura y Filmoteca Vasca en su colección Nosferatu y coordinado por Carlos Aguilar y Pablo Fernández, empieza justo donde lo deja Howard Hawks con su mirada tan profunda de las relaciones humanas. Si el wéstern clásico ha llegado a su tope, estalla la cualidad crepuscular y, por tanto, un nuevo revisionismo mucho más iconoclasta y rupturista. Western USA. 1962-1992 arranca con una película relevante y definitiva en ese sentido: Duelo en Alta Sierra (1962) dirigida por Sam Peckinpah, experto en ofrecer a viejos cowboys que han perdido su sitio en el mundo. Como se señala en el ensayo, "en los primeros minutos de Duelo en Alta Sierra parece condensarse el espíritu que va a imperar en las tres siguientes décadas: los héroes están cansados, pero corramos una nueva aventura". Porque, si el género vaquero ya no es lo que era, todavía puede renacer de un modo apasionante desde la mirada que nace de la convulsión donde los cimientos del American way of life se tambalean y la violencia pasa a primer plano tras el asesinato de Kennedy, la guerra de Vietnam y los ataques raciales. La paranoia entra, por tanto, en el wéstern.

El libro repasa tres décadas sin olvidarse de nada: el dirty western -definido por el propio Peckinpah en la magnífica Grupo Salvaje (1969)-, la renovación musical del estilo - a destacar La leyenda de la ciudad sin nombre (1969), de Joshua Logan y un fantástico protagonista Lee Marvin -, los poswéstern - sobresale Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), de Sydney Pollack, o la soberbia trilogía europea de Sergio Leone con Clint Eastwood, al que, acertadamente, se le dedica un lugar de oro como "cineasta cardinal" cerrando este repaso conceptual de 30 años con Sin perdón (1992) y otorgándole la condición de mito a la altura de John Wayne.

Lugar prominente también tiene la mirada al género del nuevo Hollywood. En este sentido, otro ensayo ahonda aún más en el wéstern contracultural, sin finales felices ni moralizantes. Se trata de ¡Ese era mi bistec, Valance! (Sílex), escrito por André Rus y Javier Sanabria, un recorrido por 20 películas donde "se impone la poética de la derrota". Irremediablemente, se cita a Peckinpah con más de una película y a responsables de este Hollywood contra el star-system como Robert Altman, Richard Brooks o Arthur Penn. Sin embargo, se agradece en su cuidada selección la inclusión de El día de los tramposos (1970), del enorme Joseph L. Mankiewicz, o El topo (1970), de Alejandro Jorodowsky.

El wéstern no se agota, y por tanto, la interesante revista cinematográfica Fila Siete dedica uno de sus libros desde la perspectiva más actual. El wéstern renacido del siglo XXI (Fila Siete), escrito por Alberto Fijo, Ruth Gutiérrez Delgado y Gema Pérez Herrera, se detiene en clásicos contemporáneos como Pozos de ambición (2007), de Paul Thomas Anderson; Django desencadenado (2012), de Quentin Tarantino; El renacido (2015), de Alejandro González Iñarritu, o Los hermanos Sisters (2018) de Jacques Audiard. Una pena que no se incluya El poder del perro (2021), en la que la estupenda Jane Campion revisa los postulados con una obra bella y sugerente desde la propia reformulación de la sexualidad. Este filme, como Los asesinatos de la luna, de Scorsese, y como tantos otros en los últimos lustros, solo indican que el wéstern sigue vivo y lo seguirá estando durante mucho tiempo.

Lecturas


Río Bravo. La quintaesencia del wéstern

Juan Manuel de la Poza

Sílex, 2024

428 páginas

24 euros


Western USA. 1962-1992

Carlos Aguilar y Pablo Fernández

Donostia Kultura

2024

256 páginas 20 euros


¡Ese era mi bistec, Valance! El wéstern de la contracultura en 20 películas (1960-1980)

André Rus y Javier Sanabria

Sílex Ediciones

2023

254 páginas

23 euros


El wéstern renacido del siglo XXI

Alberto Fijo, Ruth Gutierrez Delgado y Gema Pérez Herrera

Fila Siete, 2024

240 páginas

22 euros



El Pais. Babelia núm: 1.707. Sábado 10 de agosto de 2024


jueves, 8 de agosto de 2024

‘Cisne y murciélago’, de Keigo Higashino: cómo piensan, aman, odian y matan los japoneses

El más importante cultivador del género policial en su país ofrece reflexiones sobre lo ético, lo social y los comportamientos cotidianos en su nueva novela

Visitantes en el mirador de Azabudai Hills en Tokio, Japón, 2024.

Kim Kyung-Hoon (Reuters / Contacto)


Leonardo Padura


30 JUL 2024

Como debe ser, solo en las últimas páginas de Cisne y murciélago, novela del japonés Keigo Higashino, los lectores al fin conoceremos la verdad que resulta ser la verdad verdadera (y claro que me repito con toda intención), esa que dará su sentido conclusivo a la trama por la que hemos avanzado a través de 520 páginas. Es el momento climático del relato, cuando los dos policías investigadores que han trabajado en un caso de asesinato que pronto se ha convertido en dos casos de asesinatos que al principio eran aparentemente inconexos, mientras comen en un restaurante de estilo japonés, se confiesan uno a otro: "Y hasta aquí toda la verdad de este asunto. Me temo que me he alargado bastante", dice uno, y su colega comenta: "Ni siquiera puedo explicar cómo me siento. ¿Hasta dónde es capaz de llegar el ser humano?". Y con esos comentarios entendemos mejor lo que nos ha pretendido decir el escritor, pues, para llegar a esa verdad, se ha extendido bastante y, ciertamente para algunos de nosotros, puede resultar dificil asimilar el comportamiento de varios de los personajes de esta novela. A menos que la asumamos en clave japonesa, creo yo.

Keigo Higashino es considerado el más importante cultor del género policial en su país. Autor, entre otras piezas, de La devoción del sospechoso X y La salvación de una santa (sus dos novelas que ya había leído), su carta de presentación como escritor es muy concreta y esclarecedora: "Quiero que la gente lea mis libros para comprender cómo piensan, aman y odian los japoneses". Y cuando lo leemos comprobamos que se esfuerza en intentarlo, y mucho, pues la literatura de Higastino es cultura japonesa en estado puro y así lo volveremos a comprobar con Cisne y murciélago (Ediciones B), un libro que se ofrece como una revisitación al tema de la culpa, al crimen y al castigo, pero con códigos éticos y comportamientos personales de carácter definitivamente oriental.

Por su propia estructura, resulta dificil comentar esta novela policial sin caer en el espóiler, pues cualquier acercamiento a su trama puede desvelar información que condicionaría o perjudicaría su posible lectura. Solo revelaré, por ello, que se trata de la historia más enrevesada que se pueda imaginar sobre la conexión de dos asesinatos, uno ocurrido en el pasado (1984) y otro en un presente pospandémico. Unos crímenes que convocan a toda una galería de personajes que van desde los asesinatos y las víctimas hasta los supuestos asesinos y, tras ellos, a los investigadores policiales, luego a los investigadores por cuenta propia y, por supuesto, a los afectados por los crímenes, una variedad de criaturas que muchas veces son lo que parecen pero no siempre parecen lo que son, pero a la vez todos son algo que sí parecen y los define: y es que son japoneses.

La filiación cultural de la novela, sin embargo, no solo tendrá que ver con sus reflexiones sobre la culpa, la responsabilidad, el sentido del honor, la necesidad de develar verdades o el papel de la ley y de la justicia. Porque, desde ese entramado conceptual, que abarca lo ético y lo social, la pertenencia de la novela también se recalca, de manera muy visible, en los comportamientos personales más cotidianos, que se pueden ilustrar con esas constantes peticiones de disculpas, inclinaciones de cabeza y autorreproches en cuya mención no se limita el escritor, y con el regodeo descriptivo en la presentación de los detalles más nimios, sean o no reveladores y significativos para el desarrollo de la historia.

Asimismo, el carácter cultural del relato se transparenta en el tratamiento de un tiempo perezoso, casi circular, varias veces detenido o recurrente a lo largo del texto. Tal concepción temporal se revierte en el desarrollo de un tempo narrativo trabajado con una lentitud que puede resultar exasperante pero que, en cambio, tiene a su favor la capacidad de provocar el efecto dramático de un incremento de la tensión narrativa, pues nos obliga a avanzar preguntándonos adónde nos quiere llevar esa trama que se enreda en sí misma y alrededor de acontecimientos puntuales que son recuperados desde perspectivas diferentes. Tiempo y tempo definitivamente orientales...

Tal vez lo más notable de esa trama que se hará densa y compacta en la mentada recurrencia a lo ocurrido, y en la que aparentemente no hay misterios por desvelar luego de la confesión del asesino, será el empleo que hace Higashino de unos eficaces puntos de giro narrativos que descolocan el rumbo de la trama y la impulsan en su desarrollo dramático e informativo, siempre en persecución de la mentada verdad verdadera. Y es que cada vez que parece alcanzar una certeza tras cuya búsqueda se ha lanzado la trama, la revelación de un acontecimiento o la actuación de un personaje cambia el rumbo seguido y nos coloca en otro derrotero argumental.

Novela que gustará a unos y se le hará soporífera a otros lectores, creo que Cisne y murciélago (es con esos animales que se identifican, muy japonesamente y muy de pasada, dos de los personajes del libro) tiene el mérito de no hacer concesiones en lo que son los propósitos narrativos y conceptuales de su autor y, con ello, explota la capacidad de introducirnos en un territorio cultural que, dotado de sus propios valores éticos, aún hoy está lleno de misterios y oscuridades para el lector occidental. Y aunque quizás no lleguemos a saber con certeza cómo piensan, aman, odian y hasta matan los japoneses, la propuesta de Keigo Higashino nos dará algunas pistas bastante esclarecedoras. Y servirá para rejonear nuestra percepciones del mundo (que ya se sabe que es ancho y ejeno) y alimentar nuestros conocimientos de formas diversas de expresar los comportamientos de la condición humana. Porque para eso también sirve la literatura.



Cisne y murciélago

Keigo Higashino

Traducción de Francisco Barberán

Ediciones B, 2023

528 páginas. 22,90 euros


El Pais Babelia núm. 1.706. Sábado 3 de agosto de 2024



martes, 6 de agosto de 2024

Una mano misteriosa tras los casos del detective Gonzalo de Berceo

El religioso y poeta es un investigador en dos novelas que triunfan con su mezcla de historia, misterio y humor, y donde la identidad de su creador también es un enigma.

Manuel Morales

Madrid

Dos novelas publicadas con 50.000 ejemplares vendidos hasta el momento, según la editorial, y críticas elogiosas. Tras esta fortuna se encuentra la conversión de Gonzalo de Berceo, el religioso y primer poeta de nombre conocido en lengua española, en un detective que resuelve asesinatos truculentos y al que le gustan bastante el vino y las posaderas (taberneras) rollizas. ¿Quién es su autor, Lorenzo G. Acebedo? No lo van a encontrar ni en la Wikipedia porque es el seudónimo del escritor que en poco más de un año ha publicado dos libros que, como decía Horacio, consiguen enseñar deleitando. La taberna de Silos y La Santa Compaña (Tusquets) ilustran cómo vivían los monjes medievales en la península Ibérica. De Acebedo se sabe lo que dice la solapa de ambos títulos: "Abandonó en su juventud los estudios teológicos por el retiro monacal y, tiempo después, el retiro monacal por una mujer. Reside en un pueblo de La Rioja". Nos los podemos creer... o no, como diría Mariano Rajoy.

Monasterio de San Millán de la Cogolla, en La Rioja. Alamy

Señor Acebedo, ¿por qué eligió a Gonzalo de Berceo para protagonizar sus novelas? "Quería trasladar a la Edad Media a Humphrey Bogart, un investigador escéptico y cínico que busca criminales por los bajos fondos, donde se mueve con soltura, y se encuentra que detrás de ellos están los verdaderos, los criminales de etiqueta", responde el autor por correo electrónico a un cuestionario enviado a su editorial.

Estatua de Gonzalo de Berceo en Logroño. Abel Alonso (EFE)

En La Santa Compaña, esos criminales, más que etiqueta, llevan hábito. El libro, ambientado en la primera mitad del siglo XIII, comienza con Gonzalo de Berceo en la catedral de Santiago de Compostela, durante la misa de celebración del jubileo. Un arcediano, que parece en trance, se cruza en el camino del famoso botafumeiro -"el mayor incensiario del mundo", según la Xunta de Galicia, con metro y medio de altura y 54 kilos de peso-. El resultado gore de semejante temeridad lleva al arzobispo compostelano, antiguo compañero de estudios de Berceo, a encargarle que resuelva el misterio de esta muerte.

Juan Cerezo, editor de Tusquets, dice por teléfono que todo comenzó "con un manuscrito (La taberna de Silos) que llegó con ese nombre del autor". "Pensé que era chocante por el género, una novela histórica con componente detectivesco, pero empecé a leerla y vi que estaba muy bien escrita. Sin una gran campaña publicitaria fue uno de los libros más vendidos de nuestra caseta en la Feria del Libro en 2023".

Del rapsoda nacido en Berceo (La Rioja) alrededor del año 1196 no hay muchos datos. "Su vida es una ficción que se inventan los filólogos a partir de documentos en los que aparece su supuesta firma", asegura Acebedo. "Tomo como cierto lo que se da por cierto, y a partir de ahí invento cosas que encajen". ¿Como su afición a dar golpes a un saco colgado del techo para mantenerse en forma? Berceo fue probablemente un clérigo, culto y vinculado toda su vida al monasterio de San Millán de la Cogolla. De hecho, escribió la vida del fundador de ese cenobio, pero sobre todo es conocido por las 911 estrofas de cuaderna vía de los Milagros de Nuestra Señora.

La librera Marina Sanmartín de Cervantes y Compañía (Madrid), fue de las primeros en advertir que algo sucedía con La taberna de Silos. "La gente venía preguntando por él". Para Sanmartín, el autor ha sabido mezclar "ingredientes que están de moda en la novela negra, como el crimen amable, el cozy crime; el humor sarcástico, la combinación de lo negro con lo histórico y el tono desenfadado del protagonista".

Si sabemos que Lorenzo G. Acebedo es un anagrama de Gonzalo de Berceo y que en sus libros la toma tanto con la alta jerarquía eclesiástica como con el bajo clero por sus corruptelas y vicios. Acebedo manifiesta en toda su crudeza las luchas de poder y por dinero en la Iglesia. "Son como las que hay dentro del Estado o en un partido político, que muestran dramáticamente la diferencia enorme que va de lo que pensamos a lo que hacemos", explica.

De la utopía a la distopía

Otra seña de identidad de sus libros es lo bien documentados que están sobre la vida monacal: "Hay muchos testimonios y relatos de ficción y autoficción de la época (autobiografías místicas, cartas, crónicas, vidas de santos...), además de estudios de los historiadores. La base fundamental es haber sufrido dentro el funcionamiento de una comunidad monacal. Un grupo humano en el que las mujeres están prohibas es un experimento utópico condenado a acabar en distopía", asegura.

Sobre esa fidelidad a la vida de los monjes medievales, el historiador de arte Pablo Avella Villar, al que entusiasmó la primera entrega, dice: "Conforme leía, alucinaba porque veía que el autor sabía muy bien de que hablaba". Y subraya que en todo el libro solo halló "un par de errores en unas referencias". Según él, que en las tramas "haya relaciones homosexuales y se vea a monjes dedicados sobre todo a comer y beber puede parecer histriónico porque existe una imagen idealizada de ellos, siempre rezando y con privaciones, cuando no era así".

Entonces, ¿de verdad ha sido Acebedo religioso? "No entiendo por qué me metí en un monasterio. Creo que porque de adolescente me daban miedo las mujeres, nunca tuve una hermana o una prima cercana. La historia de cómo conocí durante la clausura a la chica que me ayudó a romper con aquello es demasiado íntima para contarla aquí". Hoy vive en la intimidad su inesperada fama como escritor. "Empecé en esto por diversión. Me parece que me ha tocado la lotería". ¿No le tienta revelar su identidad? "Cuando salí del monasterio no lo hice por la puerta grande, me temo, y hay un abad al que le encantaría hacerme una visita. Además, con esto del anonimato estoy a salvo de chascarrillos e invitaciones".


El Pais. Sábado 27 de julio de 2024



domingo, 4 de agosto de 2024

Joseph Conrad, en el corazón de la luz

Lectura y evocación del escritor, de cuya muerte se cumple hoy un siglo, desde la isla de Formentera

Jacinto Antón. Formentera

Como cada año, me he llevado estas vacaciones al embercar en el ferri desde Barcelona rumbo a Formentera (vía Ibiza) Lord Jim. La gran novela de Joseph Conrad, sobre el valor, la cobardía, el fracaso, las segundas oportunidades, y todo lo demás, me ha acompañado en tantas singladuras que ya he perdido la cuenta (y el libro, importantes páginas, llevadas por el aire salobre: afortunadamente me lo sé de memoria). En las noches de travesía releo una y otra vez mi baqueteado ejemplar apoyado en un mamparo junto a los botes salvavidas mientras el barco se balancea sobre el mar inabarcable y oscuro. "Existen tantas clases de naufragios como hombres"...




Arriba, Joseph Conrad en el S.S. Tuscania. llegando a Nueva York. Abajo,  Peter O´Toole en una escena de la película Lord Jim. Bettmann Archive

Pero en esta ocasión, el viaje conradiano ha tenido un significado especial: la celebración del centenario de la muerte del escritor polaco (Konrad Korzeniowski, nacido en 1857 en la actual Ucrania) el 3 de agosto de 1924. Viajaba por eso al archipiélago malayo, uy, balear, y a la pequeña pitiusa no solo con Lord Jim (mi novela favorita) sino con toda mi copiosa biblioteca del autor, para ir repasándola.

Llevaba yo una gran bolsa a Formentera mi preciado fondo conradiano, que incluye no únicamente sus obras -novelas, cuentos, ensayos- sino libros sobre el autor, como dos de mis favoritos, In search of Conrad, de Gavin Young, y Conrad´s Eastern World, de Norman Sherry. Portaba asimismo la biografía canónica de John Stape (Las vidas de Joseph Conrad), y lo último que ha aparecido ahora mismo, La guardia del alba (¡que precioso título!) de Maya Jasanoff (Debate, 2024), una interesantísima exploración de la vida y obra de la época de Conrad, llena de claves sobre su obra (como su admiración por Dickens) y saludada como "un Conrad para nuestra época".

El libro señala la transferencia que hizo Conrad, noble polaco recubierto de alquitrán británico, como decía él, de los ideales románticos de su padre: de la patria polaca al mar; explica la amplitud de sus viajes en su etapa de marino en la flota mercante inglesa (fue hasta Australia), y que navegó en clípers, algo que no recordaba. Imaginar a Conrad en uno de esos veleros asombrosos que captaban como nada "la fuerza y la voz salvaje y exultante del alma del mundo" te llena de un raro entusiasmo. La guardia del alba, insisto, es estupendo, cuenta que Conrad voló una vez con un piloto de la marina, que se carteó con la hija de James Brook, el rajá blanco de Sarawak, o que Scott Fitzgerald, que admiraba al autor (como Hemingway), trató de colarse en una fiesta para conocerlo. Incluso le perdonas a Jasanoff que vea en Lord Jim "las consecuencias que había dejado la disrupción tecnológica en el comercio marítimo" (el paso de la vela al vapor, un cambio que marcó la vida de Conrad), que ya es forma de resumir la novela.

Pese a lo que podría esperarse, por ser mujer y tener raíces asiáticas (su madre es india, y profesora de Harvard, como ella misma y su padre), Jasanoff es una gran admiradora de Conrad, al que se ha tachado a veces de misógino, y eso que tiene personajes femeninos tan inolvidables como Joya, Edith Travers, Freya Nielsen (la Rapunzel de las siete ínsulas9, la enigmática amantes negra de Kurtz, la "bella Antonia" de Nostromo, la Flora de Barral de Suerte, Nina Almayer o Ivy, la hija del capitán Whalley. Conrad, además ha sido blanco de críticos del colonialismo, como Chinua Achebe, para el que el escritor era "un condenado racista", o Ngugi wa Thiong´o. Conrad desde luego no era un hombre fácil. Tenía un carácter complejo, era cínico e irascible. De joven, en 1878, intentó suicidarse -curiosamente de un pistoletazo en el pecho: la muerte que le propina Doramín a Jim-, sufría depresiones y entre sus cosas feas, el que no firmara contra la pena de muerte a Casament, su posible implicación en el tráfico de armas y esclavos, y que no le gustara Melville y denostara Moby Dick. Para tomarle el pulso a Conrad y escribir su libro, Jasanoff no ha dudado en viajar en un portacontenedores y en remontar el río Congo.

Menos aventurero, yo me embarqué en el Ciudad de Granada de Trasmed (26.916 GT, Gross Tons de arqueo bruto) pertrechado con mi medio centenar de libros para hacer unas vacaciones conradianas, con su dosis de aventuras, barcos, empalizadas y gloriosa melancolía, no sin dejar de pensar en que si naufragábamos, todos esos títulos, especialmente Tifón, hallarían un destino muy pertinente, sembrando la mar de Conrad.

Luego, recalado ya en Formentera, he tratado de identificar lugares y personajes de los libros de Conrad con los de la isla. Es un divertido ejercicio, aparte de que el pareo tiene aspecto de sarong, El Patna, el barco de peregrinos donde es puesta a prueba la valía de Jim, podría ser el viejo Arlequín Rojo, el destartalado ferri que cubría la línea Ibiza-Formentera. Patusán, el lugar a donde va Jim en busca de redención, sería, claro, Migjorn, el sur, aunque el ambiente colombiano y amenazado del restaurante Pelayo sugiere también la república de Costaguana de Nostromo. Siguiendo con Lord Jim, el joven Joan, de la librería Tur Ferrer de Sant Francesc, sería el valiente Dain Waris. Qué mejor observador (y dibujante) de la isla y sus vicisitudes que Evelio P.:Marlowe. En cuanto a Jim, tuan Jiim, Lord Jim, c´est moi, que para eso lo he leído tanto. No hay duda de qué personaje conradiano encarnaría el belga Vicent, icono formentereño: Kurtz, aunque no hay corazón de las tinieblas en Formentera pues podría decirse que la isla está situada en el mismísimo corazón de la luz.

Insoslayable para hablar de Conrad en nuestro país es Arturo Pérez-Reverte. "Lo primero que leí de Conrad, a los 15 años, fue La línea de sombra, y quedé enganchado para toda la vida", dice el escritor. "Con la edad dejas atrás a otros autores, pero Conrad sigue siempre ahí, y no cesas de descubrir en su obra cosas nuevas. Es inagotable". Cita como su personaje favorito al capitán Tom Lingard de El rescate. Sin embargo, al elegir un capitán, Arturo prefiere al MacWhirr de Tifón. Yo, en cambio, no puedo sino identificarme en esa novela con el joven segundo de abordo Jukes ("esto se pone feo, señor").

No sé qué tiene Conrad que ofrece consuelo por tus imperfecciones. Como pasa con Jim, ese modelo de todos los que hemos luchado por una segunda oportunidad solo para volver a pifiarla. Conrad condena la mezquindad, no el fracaso. Aparte de la aventura (nada desdeñable, nunca), lo que hay de más valioso en Conrad es un modelo de vida, una lección moral -en modo alguno moralizante - para ayudarnos a vivir.

Sube al estrado ahora, por último, otro capitán, mi cuñado Javier Herrero, que ha vivido la conradiana experiencia de perder su barco, su velero, naufragado con él al timón en la laja de Salmedina, el peligroso arrecife frente a Chipiona, que no es las aguas de Borneo ni la barra de Betu Beru, pero casi. ¿Te identificas con Lord Jim? "Sí, es una trama de honor personal y de oficio, la cuestión de qué ha hecho y que debería haber hecho. Entiendo su vergüenza, su humillación. Haber perdido mi barco...".

Querría uno consolar al capitán con unas frases de Conrad, "Hay varadas justificables", escribió, "en medio de nieblas, en mares que no figuran en las cartas, en costas peligrosas, por entre mareas traicioneras". Así que, capitán, "fatídico azar, ningún deshonor empaña su memoria, subyugado pero nunca abatido, uno de los nuestros".


El Pais. sábado 3 de agosto de 2024