> Alicia Giménez Bartlett.
Mis rincones oscuros es el intento de James Ellroy de reinvestigar el asesinato de su madre, que quedó sin resolver. Lo leí en mi casa de campo cuando no había ni una casa en muchos kilómetros a la redonda. Soy poco impresionable por la ficción por pura deformación profesional, pero me descubría cerrando la puerta de la casa, mirando antes si había alguien en el jardín.
► Justo Navarro.
En uno de los últimos veraneos que pasé con mis padres, en la costa de Granada, leí Justine. Recuerdo que el clima del libro contagiaba al de aquellos días. Lo encantaba, porque ese efecto es uno de los rasgos de los libros poderosos, aunque Castell de Ferro no fuera, una Alejandría de millonarios y europeos exquisitos, ni en aquella playa hubiera amores cruzados, ni nebulosas intrigas de espionaje.
► Eugenia Rico.
Lo saqué con 13 años del bibliobús, era una lectora compulsiva de bibliotecas. Uno de los criterios para elegirlos es que fuesen gordos porque los delgados me duraban poco. Crimen y castigo cambió mi forma de ver la vida y la literatura. Ya escribía cuentos y ya quería ser escritora. Lo leí en verano, en mi pueblo, una especie de Macondo de Asturias, donde no había tele ni agua corriente, donde leer era viajar.
► Andrés Trapiello.
Seguramente era deleznable, pero Enrique Dy fue el primero (yo tenía 12 años) que me franqueó la puerta de la literatura: un mundo en el que todo acababa teniendo un sentido y en el que " tú mismo podías sobrevolar , otras vidas, o mezclarte con ellas, si así lo.querías, sin temor a que pasara el tiempo. Entonces comprendí que leyendo se podía ser feliz, a veces en libros que trataban de la desdicha.
► Juan Gracia Armendáriz.
Leí La isla del tesoro con 12 años. Había pasado la placentera travesía de Salgari y Verne, pero la novela de Stevenson, leída frente a la bahía de La Concha de San Sebastián, me hizo intuir que estaba dando un paso en mi educación literaria y sentimental. Empecé a comprender que las líneas entre el bien y el mal no siempre son claras. Que hay sombras en cada peripecia vital.
► Julia Navarro.
Recuerdo con especial cariño y emoción El cuaderno dorado, de Doris Lessing. Lo leí con 18 o 19 años. Me lo regaló una amiga por mi cumpleaños, que es en verano. No sé lo qué pensaría ahora, pero me impactó en aquel momento porque me descubrió una nueva forma de ver la vida, el compromiso político, feminista y una. manera de ver la vida. Durante mucho tiempo fue mi libro de cabecera.
► Víctor F. Freixanes.
Cuando tenía 19 años, pasé unas vacaciones de Semana Santa en la ría de Muros con unos amigos y caí capturado por La Regenta. Todos se iban a la playa, de fiesta, y yo no era capaz de despegarme de Ana Ozores. No era verano pero hacía -un calor de verano, por eso lo asocio a esa época. Mucho después me fui a Oviedo para ver la catedral y aquel espacio que me había impactado.
► Rosa Montero.
Fue hace 13 años. Estábamos tres parejas de amigos en Mallorca. Yo llevé el tercer libro de Harry Potter, para ver por qué tenía tanto éxito. Sólo pensaba ojearlo, pero me atrapó. Regresé a la infancia con el original, coherente e ingenioso mundo de J.K. Rowling: leerlo fue una fiesta. Pasó el tiempo; los dueños de la casa se divorciaron, mi marido murió. Pienso en esos días y me parece la lectura perfecta de un verano perfecto.
► Lorenzo Silva.
Rojo y negro sin duda. Lo he leído dos o tres veces. Siempre del tirón. Sin parar. En diez u once horas. Solo paraba a comer. Siempre en verano. La primera vez tenía 15 o 16 años. Es el libro que más me impactó, aunque tengo una recuerdo de verano singular con Cien años de soledad, que lo leía los 15 años, en el verano de 1981, en Burgos. Y no hay nada menos parecido a Colombia que Burgos.
► Elvira Navarro.
En agosto de 2005 una ola de calor africano, con su nube de polvo en suspensión, contribuyó a que La parte de los crímenes, la cuarta de las historias de la novela 2666, adquiriera unas dimensiones místicas. La narración de los asesinatos de mujeres es el relato de las.mártires involuntarias de un mundo convertido en: "Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento" (cita de Baudelaire que abre la obra).
EL PAÍS, domingo 19 de agosto de 2012
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