miércoles, 8 de mayo de 2024

Irresistible Dumas por Carlos Puyol

No siempre los grandes escritores de antaño existen para ser leídos, a menudo están ahí para estudiarse, para ser admirados e imitados (y no digamos los modernos, que han hecho de la dificultad una religión). Pero Alexandre Dumas sólo pensaba en escribir para que le leyeran, lo mismo los doctos que las porteras, incluso los analfabetos, que se hacían leer en voz alta sus folletines por algún amigo más ilustrado.


Alexandre Dumas

Es el coloso de la novela popular, ¡pero qué novelas! Muchísimas (más de doscientos cincuenta recios volúmenes), emocionantes, sugestivas y descabelladas (para él la literatura tenía que mejorar la realidad). No regatea invenciones estupendas, se agarra a los hechos históricos para apuntalar sus sueños: la Historia es como un clavo en el que yo cuelgo mis novelas, decía.

Desenfadado, enorme, “una fuerza de la naturaleza”, según el historiador Michelet, quizá no resiste los sesudos análisis de los más exigentes, pero se hace leer, siempre divirtiendo, impone sus fantasías con una convicción que acaba por hacer olvidar los hechos mismos que le sirven de punto de partida.

Podemos pensar de él que es un autor industrial con el que colaboran una serie de “negros”, “Alexandre Dumas y Compañía”, como le describió un panfletista; pero, paradójicamente, nadie con más personalidad, inconfundible, con un estilo nervioso y tónico, arrebatado, que una vez plantea una de sus famosas intrigas de capa y espada, es imposible no seguir leyéndole.

En el castillo de If, frente a Marsella, se enseña a los visitantes boquiabiertos los calabozos en los que sufrieron prisión Edmundo Dantés y el abate Faria; y ¿quién no conoce a sus tres mosqueteros y a            D´Artagnan, al tortuoso cardenal Richelieu y a Milady de Winter, tan malvada, que habrá de recibir justo castigo?

Son deformaciones y ficciones a las que nadie que haya sido niño, es decir, todo el mundo, está dispuesto a renunciar. Entra a saco en la Historia, le da la configuración de sus quimeras y la utiliza descaradamente para escribir unos libros que arrastran al lector a un torbellino de aventuras, tal vez no muy creíbles, pero qué más da.

Dumas es el descubridor de unas vidas tan exageradas como la vida misma, o al menos tal como la soñamos. Impetuoso y gallardo como su padre, el general mulato que rivalizó con Napoleón (como desquite, conquistará con la pluma lo que su padre no pudo conquistar con la espada), derrochador de tiempo, dinero y amoríos, es un escritor admirable y descuidado, porque tenía demasiada prisa para todo, persuasivo y de una vitalidad simpática y contagiosa.

Murió pobre y enfermo trabajando febrilmente en su Gran diccionario de la cocina, otra de sus pasiones, y en esa última novela, inacabada, que acaba de publicarse en español, El caballero Héctor de Sainte-Hermine, no menos deliciosa que cualquiera de las que la predecieron, un derroche de arte de contar mentiras significativas.

En literatura hay muchas moradas, bien está Balzac, claro, pero sería hipócrita y sabihondo no confesar la fascinación que inspira Dumas, el hombre que convirtió la historia de su país en una especie de magníficas Mil y una noches. En 1870 su muerte coincidió con la derrota de Francia por los prusianos, la realidad podía ser más fea que sus imaginaciones.


Revista Mercurio nº95. Noviembre 2007

No hay comentarios:

Publicar un comentario