Manuel Vázquez Montalbán recupera, cuarenta años después de su primer encuentro con Marse, la memoria del último premio Nacional de Narrativa. Mesa y mantel de por medio, los dos escritores repasan nombres, literatura, "by pass' y nietos.
Por Manuel Vazquez Montalban
Fotografía de Jordi Socías
Como solía suceder en algunas tonadillas, yo tenía 20 años, pero él no me doblaba la edad. Juan Marsé tenía 26. Era la primera vez que yo entrevistaba al dictado, y la consigna me venía de Miquel Barceló, compañero de estudios romanistas, como yo, abundante bebedor, entonces, pernods a seis pesetas, desde las nueve de la mañana, poeta en la línea gilbiedmana Barceló- ... no hubo fornicación / y la muchacha vive todavía...- y hoy catedrático de cultura árabe medieval en la Universidad Autónoma de Bellaterra. Fue Barceló quien me señaló a Juan Marsé como un joven novelista autodidacto, joyero de profesión, que había estado a punto de ganar el Premio Novela Breve con la novela Encerrados con un solo juguete. Yo buscaba valores culturales heterodoxos filtrables por las relajadas defensas de Solidaridad Nacional, donde realizaba prácticas una vez graduado en periodismo y en tránsito del FLP al PSUC. Sólo cobraba las entrevistas, 150 pesetas, tres folios, 150 pesetas, Juan Marsé, un escritor con aspecto de muchacho de barrio recién salido de una película neorrealista de Lizani basada en una novela de Pratolini, en camiseta sin mangas, en su lugar de escritura, un breve sótano en la barriada de Gracia, cerca de la plaza Rovira, Miquel Barceló como testigo.
-Fue la primera entrevista que me hicieron- corrobora Marsé
Escritores y amigos. Cuarenta años después de su primer encuentro, Marsé y Vázquez Montalbán posan juntos a la puerta del restaurante Casa Leopoldo, en el barrio chino barcelonés.
Cuarenta años después almorzamos, con el compinche y eminente fotógrafo Jordi Socías, en el restaurante Casa Leopoldo, un lugar de encuentros con Eduardo Mendoza, Joan de Sagarra, Maruja Torres, Félix de Azúa, Perich, antes de morir del dibujante de un aneurisma primo hermano del aneurisma que acabó con Carlos Barral. Restaurante situado en un barrio chino así bautizado por escritores franceses, Carco o Genet, sin que hubiera casi chino alguno en Barcelona antes de la Constitución de 1978. Donde estas mesas concurridas de cigalitas, espardenyes, almejas, pulpitos, capipota, jamón de pata negra -de quién la pata no importa-, pan tostado y con tomate, rodaballo a la parrilla, roscón de hojaldre, vinos blancos del Penedés, orujos gallegos o portugueses, antes atendidos por Germán y ahora por su hija Rosa, planteamos los antecitados una batalla reivindicativa para que el Ayuntamiento de Maragall concediera el nombre de una calle a André Pieye de Mandiargues, novelista francés que escribió Au marge en una pensión de la calle Escudillers, iba de putas por los callejones hoy casi deconstruidos del llamado barrio chino y comía en Casa Leopoldo, donde tal vez empezó a urdir la novela tan excelente como La motocicleta. Antes de la globalización, el mundo era un pañuelo. Yo, hijo del barrio chino, conseguí las pruebas de La motocicleta, editada por Barral, poco tiempo después de salir de la cárcel, donde había cumplido condena por rebelión militar por equiparación, mientras Marsé dejaba su territorio mítico de Gracia, Guinardó, Monte Carmelo, para buscar trabajo en París como garçon de laboratoire de Jacques Monod, premio Nobel, El azar y la necesidad, comunista, como lo era su mozo de laboratorio, con el que a veces dialogaba sobre la situación en la España franquista, tal vez adivinando que el joven Marsé ya era entonces más socialista utópico que científico.
Conseguimos que Maragall le concediera a Mandiargues el nombre de una placita recuperada al laberinto del barrio chino, muy cerca de Casa Leopoldo y del meublé adonde el francés yacía con las putas en flor de los años sesenta, de las que algunas supervivientes presenciaron, firmes pese a la celulitis y las varices, la inauguración de la plaza. También presente, la hija menor del escritor homenajeado, entusiasmada cuando Sagarra le señaló el meublé donde su padre acudía para higienizarse un poco.
-Me hice del Partido Comunista de España en París no por Monod, sino porque era el único que hacía algo contra Franco. Luego me separé por una cuestión de intransigencia. Se metieron con la vida privada de un camarada que al parecer follaba con quién no debía.
-Yo te he visto luego suscribir candidaturas electorales de socialistas y comunistas, pero en una misma campaña.
-Ya ves. No me acuerdo ni de los síes y de los noes.
-Pero tú eres un anarco
-Un voyeur del anarquismo. Forma parte de mi memoria histórica, del entorno de mi familia durante la guerra y después de la guerra. Mi padre Marsé había sido de Esquerra, luego del PSUC, pero siempre fue un militante atípico, por lo libre. Después de la guerra fue detenido varias veces por meterse en alguna intriga antifranquista. Él no era exactamente un anarquista. Era un resistente.
Marsé tuvo dos padres. El taxista Faneca se quedó viudo con una hija pequeña y un niño de semanas, y en el transcurso de un diálogo de taxi, en 1933, con los Marsé, una joven pareja que se lamentaba de no poder tener hijos, Faneca contó sus cuitas de angustiado padre, y la carrera terminó en adopción tras la contemplación arrobada de Juanito, futuro Juan Marsé, apenas unas semanas de vida y ya guapo, muy guapo; me consta que las mujeres de varias quintas juzgaron muy guapo a Juan Marsé, y Helena Valentí, en paz descanse, decía que se parecía a Mastroianni. Hijo de los Marsé a todos los efectos, el padre biológico se convirtió en un mito fugitivo que algún día volvería y escasamente volvió a la vida de Juan, en dos ocasiones, aunque, en su retiro en un pequeño pueblo de Cataluña, el viejo Faneca comentaba con orgullo que era el padre de un escritor importante. Cuando Rosa Regás todavía no era novelista se reía de nuestras exageraciones literarias, pero hoy ya habrá comprendido que no era posible la literatura sin exageración, y en el caso de la novelística de Juan Marsé posterior a Pijoaparte, el mito del padre aplazado se agranda, se ultima en Un día volveré, pero subyace en sus novelas como sombra o cicatriz, adivinadas. De la misma manera, su territorio literario, el Guinardó o Monte Carmelo, originalmente territorio real, se transforma en literario, como a Faulkner le pasó con un supuesto Sur.
Una mañana del mes de mayo de 1962 se bifurcaron nuestras vidas. La noche anterior se había celebrado en un aula de la Universidad de Barcelona un mitin cultural en el que casi todo el voluntariado intelectual español participó en un acto de solidaridad con la huelga de los mineros asturianos. Allí estaba José Agustín Goytisolo, como siempre, de perfil, o Celaya, diciendo ya entonces que su poesía estaba superada, además de Zuñiga, tan poco hablador, y García Hortelano, retador: "Afortunadamente, para esto y para muchas otras cosas, ya somos muchos". Unos cuantos de estos muchos potenciales salimos a la calle en manifestación vigilada por la policía, ultimada en las Ramblas, donde departían los seguidores del Barça, y algunos nos hicieron zancadillas porque Asturias patria querida se les colaba como un ruido en sus discursos sobre la decadencia de Kubala o el peligro del Real Madrid. Cuando se disolvió la manifestación llegaron Barceló y Marsé colocadísimos y anunciando la falsa noticia de que se habían pegado con un señorito intelectual de mierda, de cuyo nombre me acuerdo perfectamente. García Hortelano escuchaba el anuncio desconcertado, y durante casi dos años la secuencia de aquella noche me acompañó a través de un recorrido por tribunales militares cárceles urbanas y agrarias, con Marsé y García Hortelano presentes en mis nostalgias de libertad, y curiosamente recupero al uno y al otro años después en el transcurso del entierro de Joan Petit, un profesor formidable represaliado después de la guerra, asesor de Barral, muerto aplastado por la historia, después de haberle explicado a un juez instructor por qué había protestado contra las torturas sufridas por un tal Jordi Pujol. Petit me puso un sobresaliente mediante sólo una pregunta: ¿quién le parece a usted más inteligente, Rousseau o Voltaire? Voltaire, le contesté, Juan recuerda a Petit como a uno de sus asesores de escritura y asistió a su entierro poco después de volver de Francia, cuando escribía guiones cinematográficos en Barcelona, a cuatro manos con Juan García Hortelano. Paralelamente trabajaba en Últimas tardes con Teresa, y, por tanto, estaba a punto de autoencontrarse como escritor singular y obligatorio.
Cuando se cumplió el 20º aniversario de la publicación de Últimas tardes con Teresa escribí en El Pais que la novela provocó malestar en los sectores intelectuales comprometidos, sobre todo entre los aún jóvenes profesionales recién fraguados en la Universidad de Barcelona, que habían constituido los primeros movimientos universitarios clandestinos de izquierda. El juicio de Pijoaparte-Marsé sobre aquellas promociones críticas no era benévolo: "Con el tiempo, unos quedarían como farsantes y otros como víctimas, la mayoría como imbéciles o como niños, algunos como sensato, ninguno como inteligente, todos como lo que eran: señoritos de mierda". Treinta años después de la aparición de la novela habría que elogiar la constancia de algunos de aquellos pioneros de la contestación universitaria barcelonesa, pero también la mayoritaria evidencia de las que volvieron a la casa del padre para ser ministros del PP o los que se dedicaron al tráfico de divisas o esclavitudes.
Lo cierto es que el rayo aniquilador de Pijoaparte-Marsé no se dirigía solamente contra una incipiente izquierda señorita, sino que también trataba de iluminar la recuperación de la memoria del vencido, reconstruida en el territorio de Pijoaparte, el Guinardó, Monte Carmelo, porque recuperar esa memoria era salir del zulo lleno de topos desidentificados en que se habían convertido buena parte de los perdedores de la guerra. Ahora, treinta años después, la irritación pijoapartesca del ex relojero Marsé contra aquellos señoritos de mierda no cuenta para valorar la novela. Queda en pie, en cambio, la constatación de la instrumentalización social y de la relación desigual entre el desclasado por ideas y el malclasado de nacimiento, y cómo esa relación se complica cuando intervienen los sentimientos. El novelista toma partido e inculca al lector el punto de vista de su personaje pretexto, Pijoaparte, el xarnego marginal que relaciona y sanciona dos territorios sociales, en los que el bien y el mal se atienen a dos códigos diferentes de superviviencia. O, mejor dicho, en uno de los territorios se trata de un código de supervivencia; en el otro, de un código para mantener la hegemonía, sea en nombre de Cristo o del Anticristo. La historia, ese ingrediente narrativo que tanto interesa a Marsé, consigue a comienzos del siglo XXI el grado de atemporalidad necesario para ser ejemplar, y nada importa ya saber en qué personajes concretos se inspiró para construir a Teresa y su coro.
-Parece como si Pijoaparte habitara en muchas novelas y sólo te sirvió en dos, Últimas tardes con Teresa y La oscura historia de la prima Montse. Te ha pasado lo que a Jean Gabin o a Bogart. Uno interpretó una vez a Maigret, y el otro también una vez a Marlowe, pero todo el mundo cree que Maigret, y el otro también una vez a Marlowe, pero todo el mundo cree que Maigret era como Gabin y Marlowe como Bogart. Pijoaparte te ayudó a asumir, pero también a distanciar el mundo que habías descubierto cuando saliste de la habitación, encerrado en un solo juguete, y que subyace implícito en algunos de tus personajes posteriores, los que más determinan el punto de vista.
-Ahora me parece que son fases diferentes de un crecimiento. Pero instalarme en Pijoaparte como personaje fijo no me satisfacía. Deseaba recuperar mi libertad de escritura, el concepto de obra abierta-
-Recordemos esas fases. Encerrados con un solo juguete era la primera y madura novela de un joven autodidacto. Esta cara de la luna fue el precio que tuviste que pagar por el conocimiento de nuevas amistades, del sector social de la pequeña burguesía ilustrada, sin tener resuelto el problema técnico y moral del punto de vista desde el que abordarlas; en cambio, este problema lo resolviste en Últimas tardes con Teresa mediante el hallazgo de Pijoaparte, punto de vista primado a través de toda novela.
Técnicamente, la novelística de Marsé siempre fue sincrética, pijoapartesca, al margen de las recomendaciones de los tecnólogos novelescos en funciones. La técnica estaba pegada a la necesidad de contar una historia mediante un lenguaje rico; insisto en lo de lenguaje, que no tiene nada que ver con vocabulario. Marsé tiene el don de la adjetivación mestiza, así como la capacidad de describir un cuerpo humano y su conducta a partir de la hipérbole o de un gesto o rasgo físico. El autor entra y sale de sus novelas al margen de los protocolos behavioristas u objetivistas, incluso anuncia lo que va a pasar o puede pasar; como cualquier realista del siglo XIX; pero esa intervención del autor está novelada, literaturizada, y el lector contemporáneo la acepta con toda naturalidad.
-A partir de Últimas tardes adquieres definitivamente tu estilo y una estrategia sintáctica. Como si asumieras los preceptos de Jaima Gil de Biedma, un punto de vista y una posición moral.
-La lectura de su obra y el conocimiento de Jaime fueron capitales; además él se tomó muy a pecho aconsejarme y era un excelente lector.
-Pasaste a la prosa una parte de la estrategia sintáctica merodeadora de los poemas de Gil de Biedma. En las dos novelas de Pijoaparte gastaste la necesidad o la voluntad de comprender una sociedad contemporánea, y a partir de este momento te dedicas a recuperar tu memoria, individual y coral, contra la obligada amnesia del vencido en la guerra civil, y ahí están Si te dicen que caí, La muchacha de las bragas de oro, Un día volveré o Ronda del Guinardó.
-También en El amante bilingüe, El teniente Bravo, El embrujo de Shangai o Rabos de lagartija, la memoria es un material esencial.
-Pero ya no tanto al servicio ético de la reconstrucción de una época secuestrada. Te has vuelto más lúdico, e incluso un activista sociolingüista, en El amante bilingüe. Conseguiste pelearte con una persona con la que es muy dificil pelearse, el sociolingüista Vallverdú. Una persona encantadora.
-Me tocó los cojones lingüisticos.
Algunas de las historias que este amante bilingüe ha puesto por escrito se las habíamos escuchado en noches memorables, cuando a Juan le daba por contar la historia del teniente Bravo, un chulesco e infradotado oficial que se arruinó los testículos a base de demostrar que saltaba el potro como nadie. Durante los sesenta y setenta coincidí con Marsé en algunas conspiraciones y revistas, sobre todo en el empeño de tirar adelante Por favor, publicación de humor declaradamente antifranquista y transicionista (Perich, Forges, Máximo, Maruja Torres, Nuria Pompeia, Joan Fuster, Fernando Savater, Álvarz Solís, Wirth, Martí Gómez, Ramoneda, Balaguer, Guillén, Outomuro, Tom, Romeu, Ludovico, Vives, Bolinaga, Vallés...), presentada en sociedad el mismo día en que el régimen asesinaba a Puig Antich. Revista beligerante, por lo que fue suspendida larga, brutalmente, en dos ocasiones; lugar de encuentro de comunistas, socialistas, libertarios, troskistas, diletantes progresistas y exiliados latinoamericanos que venían a telefonear oceánicamente a sus familias. Colaboradora y personalmente indispensable, la joven Maruja Torres, que cuando estaba deprimida se paseaba con un vaso lleno de whisky en la cabeza, o un humorista argentino que vino a reñirnos por lo mal que lo hacíamos y se suicidó tres meses después en Venezuela, descontento de sí mismo. Por el camino, Juan ganó en México el Premio Juan Rulfo por Si te dicen que caí, inmediatamente prohibido en España, y en Por Favor demostraba su talento como retratista de la sección "Señoras y señores". En la revista, Juan y yo coescribíamos la sección "Polvo de estrellas", y una vez fuimos Caperucita y el lobo, sin que recuerde quién era la una y quién el otro. De nuevo fuimos empapelados y sentados en el banquillo por escándalo público, habida cuenta de que, en nuestro escrito, el lobo y Caperucita se tomaban al pie de la letra la instigación del título.
-A ver, quién de ustedes era Caperucita y quién el lobo.
Desconcertados y casi ahogados en una suicida risa interior, dos memoriones memoriadores como Juan y yo le contestamos al señor juez que no conseguíamos recordarlo. Luego resultó, según nos contó Martí Gómez, que el juez era progre y sentenció sin sentenciarnos. Salimos de Por Favor para ser decididamante escritores y de momento premios Planeta sucesivos. Semprún, Marsé y yo ganamos el Premio Planeta en 1977, 1978 y 1979; así marcamos la transición del gusto y de la extraordinaria lucidez histórica de don José Manuel Lara. Luego también nos sucedimos como ganadores del premio europeo de novela, yo con Galindez, él con El embrujo de Shangai. Tal vez por universitario, yo gané casi todos los premios nacionales a los cincuenta años, y Marsé, tal vez por autodidacto, a los sesenta; el último Rabos de lagartija, premio Nacional de Narrativa.
Ahora, en Casa Leopoldo, recordamos aquellos tiempos en que Juan arremetía por escrito contra una colección completa de escritores, críticos, políticos y cantantes que él consideraba cantamañanas. A partir de cierta edad hay que escoger los frentes de combate y las irritaciones, y este amante repetidamente bilingüe, si consideramos que la lengua sirve para tantas cosas, formidable lector que demuestra que así como el hombre es lo que come, el escritor es lo que lee, renuncia a continuar tanto combate. Hijos de vencidos políticos y sociales, habitantes de barrios que les sobraban a los vencedores, él y yo leímos la misma mierda tolerada y tuvimos las mismas fiebres por deseadas escrituras prohibidas, y lo que a mí me enseñó la universidad, a Juan se lo transmitieron entre fumigación y fumigación, el asmático Juan Petit, y entre copa y copa, Jaime Gil o Gabriel Ferrater.
La otra noche en Madrid, Ángel González y yo, Caballero Bonald como testigo, comentamos que estábamos tres a tres en cuanto a by pass y que el cabrón de Juan Marsé nos ganaba ahora por cuatro a tres después de haberse vuelto a operar. Los cardiópatas de nuestra generación fuimos educados por una canción que decía: "Somos los tuberculosos / los que más, los que más nos divertimos, / y en todas nuestras reuniones, arrojamos, arrojamos y esculpimos. / Es el bacilo de Koch / el que más, el que más nos interesa, / y estamos llenos de taras / de la cabeza, de la cabeza a los cojones". Tras los orujos, Juan y yo hablamos de nuestra tutora, Carmen Balcells, y recontamos by pass y nietos. Queremos hablar de nuestros nietos como si fuéramos Bogart y robert Mitchum, algo distanciados, pero Jordi Socías se dio cuenta de que en realidad nos parecíamos a Romy Schneider y a June Allyson en los momentos más melosos de Sissi emperatriz o Música y lágrimas, y que esos niños no son necesarios como el plasma sanguíneo para los marcianos, o para nosotros, hace cuarenta años, los pernods a seis pesetas.
El Pais Semanal Número 1.313
Domingo 25 de noviembre de 2001